Capítulo 7

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Pese a que tenía la mente y el corazón cansados, me fue imposible conciliar el sueño. Bastaba que cerrara los ojos para rememorar la discusión que había terminado con el matrimonio y el amor de mis padres.

La culpa que sentía me oprimía el pecho y me cerraba la garganta. Sabía que de no haber presionado a mi madre para que contara todo, mi padre no se hubiese ido. Ese era un sentimiento que me iba a atormentar el resto de mi vida.

Un rayo de sol recién amanecido me animó a salir de la cama. Lo último que quería era ver a mi madre. Estaba segura de que en ese momento debía odiarme tanto o más de lo que yo lo hacía.

Me puse lo primero que encontré y me fui a la escuela. No me importaba llegar temprano, lo único que quería era salir de mi casa lo más rápido posible.

No fui la primera en llegar, pero no conocía a ninguno de los madrugadores y me senté junto a la puerta de entrada del colegio hasta que el timbre me indicó que podía ingresar al patio.

Durante la primera clase, que ya ni recuerdo de qué asignatura se trataba, Lorena intentó sacar algún tema de conversación, pero yo no estaba de humor. Creo que la ignoré o respondí con algún monosílabo.

En el recreo busqué a Gonzalo. Estaba presumiendo ante Julián y Karen un pequeño aro expansor en su oreja izquierda.

—Hola, Maya. ¿Tenés resaca? —me preguntó Karen en cuanto me vio.

Debía tener un aspecto lamentable.

—No dormí bien. ¿Cómo estuvo su día? —dije intentando evadir el tema.

Quizás si Gonzalo hubiera estado solo, podría haberme desahogado, pero no me apetecía decir nada delante de Julián y Karen. A decir verdad, no estaba segura de querer hablarlo ni siquiera con mi chico.

—Fue muy divertido. Tendrías que haber visto a Gonza. Estaba tan borracho que... —comenzó a decir Julián, pero se detuvo.

—¿Ya viste qué bien le quedó el expansor? —preguntó Karen.

—Muy lindo, ¿te dolió? —le pregunté a Gonzalo inspeccionando más de cerca el lóbulo de su oreja.

El aroma a su shampoo era embriagador y masculino al mismo tiempo. Casi hizo que me olvidara de mis problemas por un segundo.

—No mucho. Me lo hicieron unas chicas que conocimos ayer en la plaza —explicó.

No me gustaba la idea de que una desconocida hubiera estado tan cerca suyo, pero no tenía fuerza ni ganas de ponerme a pedir explicaciones. Decidí que era mi pareja y que podía confiar en él.

—¿Puedo hablar con vos a solas? —le pedí.

—Uh —dijo Julián llevándose una mano a la boca.

Karen le dio un pequeño empujón.

—Sí. No hay problema. ¿Está todo bien? —preguntó Gonzalo mientras nos alejábamos de sus amigos en dirección a un banco cercano.

—No realmente, no.

—Si es por lo que dijo Julián...

—No es eso —interrumpí.

—¿Entonces qué?

—Mi papá se fue de casa.

—¿Qué? ¿Por qué?

Le conté con lujo de detalles todo lo que había ocurrido desde que volví del parque. Describí la desagradable escena que presencié entre mi madre y su profesor de yoga y todo lo que siguió después.

—No sé qué esperaba que pasara. Pensé que quizás iban a solucionar las cosas. No quería que mi papá se fuera —confesé.

—Era obvio que iba a pasar, pero bueno. Ya no hay nada más que hacer. Cuando pueda mudarse, ¿vas a ir a vivir con él? —preguntó y me rodeó con un brazo.

Yo me refugié pegándome a él todo lo que pude.

—No sé.

—¿De qué trabaja tu mamá?

—Es ama de casa.

Antes de que mi madre quedara embarazada de mí, había sido manicura, pero dejó su empleo en el salón de belleza para dedicarse a cuidar del hogar que destruyó en un abrir y cerrar de ojos.

—Espero que tu viejo no sea como la mayoría y les pase algo de plata hasta que ella consiga algo.

Hasta ese momento no me había detenido a pensar en nuestra situación económica.

Sonó el timbre que indicaba que debíamos regresar a nuestras respectivas clases y Gonzalo me saludó con un fugaz beso en los labios. Las horas que pasaba sin él eran una auténtica tortura. Estaba abrumada por la forma en la que había cambiado mi vida en menos de veinticuatro horas y todo eso, sumado a que no había comido nada desde la pastafrola del día anterior, me producía un dolor de cabeza casi insoportable.

Rebusqué en mis bolsillos. Quizás podría ir a comprar algo al bufet antes de que llegara el profesor, pero no tenía ni un centavo. Recordé que les había regalado a Gonzalo y a sus amigos lo último que me quedaba de la mesada que mis padres me habían dado algunos días previos a mi castigo.

Cuando llegó el segundo recreo fui a refrescarme el rostro en el lavabo del baño y tomé un poco de agua directamente del grifo.

—Te ves horrible —dijo Karen que acababa de ingresar al baño.

—Gracias —respondí con ironía.

—No, en serio. ¿Está todo bien con Gonzalo?

—Sí, ¿por qué no íbamos a estar bien? —no me quedaban fuerzas para fingir ser amable.

—No sé si te contó que salimos durante un breve lapso de tiempo el año pasado —soltó sin más.

Fruncí el ceño. Me preguntaba a qué venía su confesión y si seguiría enamorada de Gonzalo. Intenté espantar de mi mente la idea de que hubiera pasado algo entre ellos el día en el que se ratearon juntos del colegio.

—No fue algo serio. Es mucho mejor como amigo que como algo más, pero puede ser un poco intenso. Si querés hablar alguna vez, podés contar conmigo —dijo sin mirarme y comenzó a delinearse los ojos de negro frente al espejo.

—¡No sé qué habrá pasado entre ustedes, pero ahora está conmigo y somos muy felices! —dije alzando la voz y me fui.

Me arrepentí enseguida de la forma en la que la traté. Quizás realmente quería ser amable conmigo, pero en ese momento sentía que solo quería presumir que Gonzalo se había sentido atraído por ella.

No podía evitar sentir celos, era una de las chicas más guapas de la escuela. Tenía curvas y era llamativa a más no poder. Era evidente que a Julián le gustaba y saber que había salido con Gonzalo me oprimía el pecho. Tal vez seguía interesado en ella y yo no era más que su segunda opción.

Mi celular comenzó a sonar antes de que pudiera ir a buscar a Gonzalo. Era mi padre. Quería saber cómo estábamos y me contó que se había instalado en una pensión, pero que buscaría un departamento para mudarse.

—¿Puedo irme con vos cuando te mudes a un lugar definitivo? —le rogué.

—Es mejor que vivas con mamá hasta que termines la escuela. Voy a intentar adaptarme a mi nueva vida. Quizás más adelante...

Eso significaba que en esa nueva etapa yo no sería más que una carga para él.

Me dijo que me haría llegar algo de dinero en cuanto pudiera y me habló de los siete gatos que tenía la mujer a la que le estaba rentando habitación. Yo solo podía pensar en lo complicada que iba a ser mi vida sin él. Me aterraba la idea de estar con mi madre en la misma habitación. Estaba segura de que me odiaba por todo lo sucedido. No podía culparla, yo también me odiaba. Ojalá no la hubiera presionado para que confesara lo que había hecho.

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