Capítulo 8

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Cuando estaba saliendo del colegio, me sentí aturdida y la visión se me tornó borrosa. Los estudiantes se agolpaban para salir lo antes posible y en el intento me rozaban, incluso algunos me empujaban. Las piernas se me aflojaron y pensé que necesitaba algo firme para sostenerme.

Abrí los ojos y me encontré con Gonzalo que me abanicaba con lo que supuse que eran sus apuntes de clases. El sol del mediodía hacía que su silueta pareciera sobrenatural.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Sentía el cuerpo golpeado en diferentes lugares, pero lo que más me dolía era el dedo meñique de la mano izquierda. La levanté para inspeccionarla: tenía una uña medio partida y se estaba poniendo negra.

—Se ve doloroso. Algún tarado te debe haber pisado cuando te desmayaste. Julián y yo te vimos caer, pero algunos chicos se tropezaron con vos antes de que pudiéramos llegar y apartarte del camino.

Miré a mi alrededor algo embotada. Estaba recostada en un banco de la plaza. Supuse que Gonzalo me había cargado hasta allí.

—Julián tenía que irse para ayudar a su hermana en el negocio, pero yo no podía dejarte sola. No estaba seguro de si debía llevarte de nuevo al colegio o traerte hasta aquí. Supuse que si algún profesor te veía, iba a llamar a tu mamá y no me pareció una buena idea. ¿Cómo estás?

Él tenía razón, lo último que quería en esos momentos era ver a mi madre.

—Me duele la mano y tengo hambre. No como desde ayer a la tarde y me debe haber bajado la presión —confesé.

—¿Te llevo a tu casa?

Mi expresión lo hizo cambiar de opinión.

—¿Querés venir a comer a la mía?

—¿No hay problema de que vaya?

Sabía que era pronto para conocer a su familia, pero deseaba demorar todo el tiempo posible el regreso a mi hogar. Tendría que enfrentar a mi madre tarde o temprano, pero prefería hacerlo una vez que me sintiera mejor.

—¿Te podés levantar? Puedo cargarte —se ofreció.

—Sí, sí. Estoy bien —me apresuré a decir avergonzada.

Guardó las hojas con las que me había estado abanicando en mi mochila y me ayudó a ponerme de pie. Era adorable la forma en la que se preocupaba por mí.

Gonzalo condujo por aproximadamente unos veinte minutos y estacionó frente a un cuartel de policía. Luego dijo:

—Acá dejo el auto. Tenemos que ir a pie unas cuantas cuadras.

Cuando bajamos del vehículo, él lo rodeó y llegó a mi encuentro. Me tomó de la mano y comenzó a guiarme a través de algunas callejuelas de lo que yo suponía que era una villa miseria. Había mucha pobreza. Yo nunca había entrado en un lugar así y jamás habría imaginado que la situación económica de Gonzalo fuera tan dura. Me inundó una incómoda sensación de culpa por haberlo hecho sentir en la obligación de invitarme a almorzar.

—Vivo arriba. Espero que no tengas vértigo —dijo al llegar junto a una casita de ladrillo y chapa.

Se accedía al segundo piso a través de una escalera caracol colocada en el exterior que no me parecía demasiado sólida. Recordé que la noche de nuestro primer beso en el cumpleaños de Julián, Gonzalo me había preguntado si tenía miedo a las alturas y sonreí.

El interior de su hogar era humilde, pero estaba ordenado y se veía mucho mejor que el exterior de la vivienda. Entramos por la puerta que daba a una cocina pequeña y acogedora. Toda la decoración tenía tonos en color pastel, incluso la mesa y las sillas de madera estaban pintadas de un color turquesa que hacía que la casa pareciera sacada de un cuento de hadas.

—Sentate. Voy a ver qué puedo preparar —dijo.

—¿Sabés cocinar? —pregunté con incredulidad.

—Mi abuela me enseñó antes de... Bueno, aprendí algunas recetas cuando era chico.

Mientras él sacaba una cacerola celeste de la encimera de la cocina, lo abracé por la espalda. Estaba segura de que su abuela había sido muy importante en su vida y que la había perdido.

—Gracias por todo lo que estás haciendo por mí. ¿Querés que te ayude en algo? —dije y luego lo solté.

—No, tranquila. Sentate nomás. Voy a hacer unos tallarines con salsa. Espero que salgan ricos.

Fui a sentarme y le pregunté:

—¿Tu mamá va a comer con nosotros?

—No creo. No viene todos los días, y ayer vino a traerme un poco de ron y a llevarse algo de plata.

—¡¿Vivís solo?! —exclamé sorprendida.

—Sí, pero no por elección.

Contuve el impulso de correr a abrazarlo otra vez.

—¿Dijiste que te trajo ron?

—Sí, no te dije, pero tengo un pequeño emprendimiento fabricando licores y para hacerlos necesito usar ron. Ella lo saca de su trabajo en el club. Si querés, pasá a la pieza a ver las botellas que tengo preparadas para entregar el fin de semana.

Aún me faltaban conocer muchas cosas de la vida de Gonzalo y sentía que quería descubrir cada detalle. En ese momento supe que lo amaba. Me parecía increíble que siendo tan joven hubiera salido adelante con su propio negocio y logrado apañárselas solo.

Fui a la otra habitación de la vivienda. Era evidente que algunas veces compartía el cuarto con su madre y estaba bien delimitada la mitad que le correspondía a cada uno. La de Gonzalo estaba empapelada con pósters de bandas de música a las que yo no conocía y tenía un edredón de color negro. Aquel era el único lugar oscuro en toda la casa y contrastaba con el resto de la decoración. Contra la pared, sobre un pequeño escritorio, vi una decena de botellas de licor sin etiquetar que tenían diferentes colores.

La mitad que le correspondía a su madre, en cambio, estaba pintada de rosa pálido y en su cama había varios almohadones con plumas y lentejuelas. Un tocador con luces alrededor del espejo ocupaba casi todo el espacio y cuando me acerqué a él, descubrí una gran variedad de brochas y maquillajes, pero lo que más llamó mi atención fue una fotografía pegada en el espejo, era Gonzalo de pequeño besando en la mejilla a una hermosa adolescente con cabello rubio que supuse que debía ser su madre.

Para separar las camas habían colocado un par de vestidores abiertos. Gonzalo no tenía demasiada ropa. Destacaban algunas chaquetas, un par de jeans gastados y unas cuantas remeras negras.

Al observar las prendas colgadas en el otro vestidor pude notar que la madre de Gonzalo debía ser más o menos de mi talla. Su ropa podría haberme quedado, pero yo jamás me hubiera atrevido a usar prendas tan provocativas. Me sonrojé al encontrar conjuntos eróticos y algunos disfraces como el de enfermera y el de colegiala.

—¡Ya está la comida! —gritó Gonzalo desde la cocina.

Me sobresalté al escuchar su voz y me aparté del vestidor lo más rápido que me fue posible. No quería que me encontrase revisando la ropa íntima de su madre.

—¿Qué te pareció lo que viste? —me preguntó mientras me servía una generosa porción de tallarines.

Mi corazón se detuvo por un instante. Por suerte agregó:

—Estaba pensando en pintar algo en las botellas como un logo o algo así. Aunque soy malísimo dibujando.

Recordé que podía respirar. Se refería a los licores.

—Están geniales. Es una buena idea la de crear tu propia marca. Si querés, puedo ayudarte dibujando algo —propuse.

No era una experta, pero recordé su dibujo en la clase de arte y, sin lugar a dudas, tenía mucho más talento que él.

—Sí. ¡Eso sería genial! Después voy a abrir una botella así la probás, pero primero tenés que tener algo en el estómago porque sino te va a caer mal y, por el momento, no tengo pensado emborracharte —dijo burlón y luego me apremió con tono paternal—. Ahora comé que se te enfría.

Yo no bebía alcohol. Nunca le había encontrado sentido a emborracharme y hacer cosas que después no iba a recordar ni deseaba sentirme mal al día siguiente. Sin embargo, no quería despreciar su esfuerzo y parecía muy ilusionado en que probara el licor que él había hecho.

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