⓿➒ - Tulpa

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Matías Córdoba podía afirmar, sin temor a equivocarse, que su vida era casi perfecta. En términos familiares, sus padres siempre le habían brindado mucha atención, y mantenía una relación muy estrecha con sus hermanos mayores. En el ámbito personal, siempre había demostrado ser alguien muy inteligente y afable, lo que le había facilitado ganarse la admiración de maestros y compañeros. A sus veinte años estaba cursando la carrera de psicología en una de las universidades más prestigiosas de toda Neo-Hispania, y su futuro no podía ser más prometedor.

En efecto, su vida era casi perfecta. Pero lo único que le impedía sentirse completamente a gusto era su inexistente vida amorosa. Aquello era extraño, considerando que la extraordinaria popularidad de Matías lo dotaba de un círculo social increíblemente grande gracias al cual conocía a casi todo el mundo, directa o indirectamente. Pero, por alguna razón, nunca había tenido la oportunidad de establecer algún tipo de relación romántica con alguna chica.

A sus conocidos también les resultaba insólita aquella situación. Algunos teorizaban que la grandeza de Matías impedía que alguna de sus incontables fans se atreviera siquiera a pensar en intentar algo serio. Era casi como si todas las chicas a su alrededor hubieran formado un pacto que las obligaba a suspirar por Matías desde la distancia, teniendo completamente prohibido afianzar algún tipo de relación formal.

Posiblemente, parte de aquella peculiar teoría era cierta, pero la verdadera razón se concentraba en el propio Matías. Porque, a pesar de lo talentoso y estimado que era, en realidad estaba completamente podrido por dentro. Le encantaba recibir las adulaciones de los demás, pero los consideraba simples formas de vida inferior cuyo único propósito era rendirle pleitesía para aumentar su superioridad. En tal sentido, Matías estaba seguro de que una desabrida humana común y corriente sería insuficiente para satisfacer correctamente su colosal ego.

Incluso pensando de esa manera, se preocupaba seriamente cuando cavilaba sobre su futuro en términos realistas. El chico reconocía que, con su peculiar idiosincrasia, terminaría por quedarse completamente sólo y desamparado, pero no encontraba algún espécimen femenino que cumpliese a cabalidad todas sus exigencias a nivel físico y actitudinal. Ni siquiera Matías mismo sabía con exactitud qué tipo de mujer anhelaba, pero algo le decía que lo sabría al encontrarla. Aunque como no deseaba perder tiempo y energías buscándola, se limitaba a aguardar confiando en las vicisitudes del destino.

Lamentablemente, nunca se había caracterizado por ser especialmente paciente, de modo que se cansó de esperar al cumplir los veintiún años. Y, de forma completamente casual, un día que vagaba despreocupadamente por la red encontró algo sorprendente que llamó su atención al instante. Era un tema inaudito y absolutamente desconcertante, pero que, de llegar a ser real, representaba la respuesta a su gran problema.

―Las tulpas... ―leyó Matías en voz alta, con los ojos muy abiertos―. Seres místicos nacidos del pensamiento que pueden adquirir forma física para interactuar con el mundo material...

Aquel descubrimiento lo llevó a una rápida conclusión: si era imposible encontrar a una chica que se pudiera considerar ideal para él, entonces sólo tendría que crear a la suya propia. En cualquier otro caso habría considerado aquello como descabellado y estúpido, pero su abrumador ego le exigía recurrir a cualquier método con tal de alcanzar la vida perfecta que creía merecer. Era su última esperanza, y estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de salir airoso.

No obstante, el proceso necesario para concretar la creación de la tulpa era más que complicado. Supuestamente, tenía que componer a la entidad primero como una simple idea, e ir alimentándola con energía del pensamiento hasta que pudiera interactuar parcialmente con la realidad. Como consecuencia, la tulpa adquiriría cierto nivel de independencia y se transformaría en un ser energético, tras lo que llegaba el paso más problemático.

Para que la entidad pudiera pasar a formar parte del plano físico existían dos opciones: crearle un cuerpo material desde cero, para lo que se requería la energía de una cantidad inconmensurable de individuos plenamente capacitados durante mucho tiempo, o conseguirle un recipiente humano al que podría "poseer". Matías sabía perfectamente que la primera opción resultaba irrealizable en su caso, pero la segunda no le daba buena espina por su dudosa moralidad. La información de la red también describía ampliamente los riesgos referentes a las formas finales que las tulpas podían obtener al corromperse, pero no parecía ser nada importante.

Sin embargo, tras unos días de comenzar a pensar en su tulpa, el lado racional de Matías se impuso y lo obligó a ver lo ilógico que era su objetivo. Ciertamente, intentar crear una entidad de ese tipo era algo completamente fantasioso, digno de las mentes débiles y de los insensatos a los que él despreciaba. Pero, sin importar si sólo se trataba de simples delirios o si la historia de las tulpas guardaba alguna verdad, no perdía nada con intentarlo mientras nadie más se enterara.

Posiblemente, la vida de Matías hubiera continuado con su monótona rutina a partir de entonces. Tarde o temprano se habría olvidado o aburrido de pensar continuamente en su tulpa, y su mente se habría enfocado en objetivos más naturales y productivos. Aquella hubiera sido la conclusión más razonable, de no haber tenido lugar aquel inquietante suceso que marcó su vida.

La tulpa apareció ante él.

Fue pasada la medianoche, cuando toda su familia estaba profundamente dormida, mientras que Matías se veía en la obligación de realizar un complicado ensayo que debía entregar en la primera clase de ese mismo día. Estaba trabajando en el ordenador con todas las luces apagadas, lamentando y maldiciendo su desgraciada suerte. Sentía que los ojos le ardían y la cabeza le dolía por el sueño que lo carcomía, aunque tecleaba con furia con el único afán de concluir aquella tortura lo antes posible. Era consciente de que él había tenido la culpa al dejar todo para última hora, pero de ninguna forma pensaba permitir que un error banal afectara su impecable rendimiento académico.

―Te has equivocado en el párrafo anterior ―comentó una peculiar voz femenina cercana―. Deberías usar más conectores. Tus ensayos escolares eran mejores.

Matías por un instante creyó que se había quedado dormido sin darse cuenta. Realmente parecía un sueño estar trabajando silenciosamente en la tranquilidad de su hogar, y que sin explicación alguna apareciera una maravillosa chica de piel pálida y largo cabello azulado a su costado.

―¡Venga ya! ―exclamó, frotándose los ojos y lanzando un gran bostezo―. Ni en mis sueños puedo estar tranquilo.

Dicho eso, apagó el ordenador y se tiró en su cama, con la esperanza de que dormir en el mundo onírico le permitiera despertar en la realidad.

―No has terminado ―dijo la chica de ondulante y etéreo cabello azul―. ¿Vas a dejarlo así?

―Da igual, tía, es un sueño.

―Si quieres puedo completarlo por ti.

Matías chasqueó la lengua, mientras que agitaba una mano para aceptar la propuesta. Sentía que el letargo lo vencía cada vez más, pero le pareció escuchar que el ordenador volvía a encenderse y el teclado producía sus sonidos característicos.

Al amanecer, Matías se levantó completamente fresco y descansado, algo muy extraño ya que el sufría un mal psicosomático que había bautizado como "fatiga eterna". Se sobresaltó al considerar que no había terminado con su trabajo, pero descubrió que a un lado de la impresora se encontraba el ensayo que debía presentar. Lo revisó rápidamente y se cercioró de que estaba perfecto, lo que lo hizo felicitarse a sí mismo por su inigualable capacidad de completar algo de tal complejidad sin siquiera darse cuenta.

―Debes darme un nombre.

Volteó, confundido, mientras que aquella suave y peculiar voz le permitía recordar lo que le había sucedido antes de ir a dormir. Allí, frente a él, se encontraba la misma chica de cabello azul que había interrumpido lo que él había catalogado como un simple sueño.

―¡Dame un nombre! ―repitió la chica, haciendo un puchero.

Matías, levemente anonadado por el inesperado evento, llegó a dos posibles conclusiones: o su megalomanía le había hecho perder la cordura por completo, o había tenido éxito creando su tulpa. Ya que su ego se negaba a reconocer que alguien como él pudiera sufrir algún tipo de trastorno mental, no le quedó de otra más que decantarse por la segunda opción. Siempre se había caracterizado por ser alguien fácilmente adaptable a los cambios, de modo que logró recomponerse de la sorpresa para analizar la situación a profundidad. Y el primer paso para conseguirlo era evaluar hasta qué punto aquella supuesta tulpa era funcional.

―Te llamas... ―Matías quedó mudo, si bien había planeado algunos nombres con anticipación, todos le parecían sumamente ridículos―. Eh... Eres... Escla... ―Volvió a callar, asumiendo que bautizar a alguien como "Esclava" resultaría ofensivo, incluso si se trataba de una entidad mística artificial―. Slava... ¡Eso! Te llamas Slava.

―Slava... ―murmuró la tulpa y sonrió―. ¡Slava!

Matías suspiró, sin saber si sentirse preocupado o tranquilo por lo bien que estaba enfrentando la situación. Observó tendidamente a la chica, para determinar si su creación estaba a la altura de sus expectativas en el ámbito físico. Su rostro era increíblemente pálido, a un nivel inhumano, lo que le daba un aspecto de muñeca de porcelana acrecentado por la textura plástica y brillante de su piel. Sus labios eran de un intenso color rosa, y poseía unas sombras de la misma tonalidad alrededor de sus grandes ojos de iris dorado.

Pero eran dos las características que le brindaban un verdadero aspecto fantástico. La primera era su cabello, de un intenso matiz azulado, que adquiría tonalidades verdosas según la dirección de la luz. Además, se dividía en estéticos mechones que se mecían suavemente en distintas direcciones como si estuvieran bajo el agua, disolviéndose y recreándose continuamente. La segunda característica era mucho más obvia, ya que literalmente la chica estaba flotando un par de metros sobre el suelo.

―Esto es flipante, Slava, eres incluso mejor de lo que esperaba ―concluyó Matías, asintiendo con firmeza―. ¡Madre mía, que mi mente es la hostia! Pero no puedes salir así a la calle. Intenta asumir una apariencia más normal para no armar mucho barullo.

―Esta no es mi forma final ―indicó ella, observando sus brazos y piernas.

En efecto, sólo su rostro y su cabello parecían estar completos, ya que el resto de su cuerpo era sumamente difuso. Parecía estar desnuda, pero una extraña capa de luz blanquecina bañaba toda su piel, dándole una apariencia etérea.

―Puedo interactuar hasta cierto punto con la materia, pero nadie más que tu puede verme u oírme―añadió la tulpa.

―Entonces... no sirves para nada. ―Matías tosió―. Digo, si sólo eres real para mí, realmente pareces un síntoma de esquizofrenia de los chungos.

―¿Has olvidado lo que leímos en la red? Mi creación aún no ha concluido.

El chico se frotó la barbilla, rememorando a toda prisa lo que había investigado.

―Necesitas un recipiente humano...

Matías consideró que lo mejor era continuar con su rutina mientras planeaba cómo continuar con la creación de Slava. Al comienzo asumió que su vida no cambiaría mucho, pero pronto descubrió lo exasperante que era tener que soportar la inevitable presencia de la etérea chica todo el tiempo. Según lo que ella le explicó, no poseía la suficiente independencia como para alejarse de su creador, de modo que lo único que podía hacer era seguirlo a todas partes. Si bien nadie más reparaba en su existencia, sus ocasionales comentarios y sus expresiones de sorpresa incomodaban a Matías, quien intentaba ignorarla lo mejor que podía.

―¿Por qué has elegido esa opción? ―preguntó la tulpa, mientras Matías daba un complicado examen―. La chica de al lado tiene algo distinto.

―¿Y que más da? ―murmuró él, con la vista fija en su evaluación―. Soy el mejor de toda la carrera, yo no puedo equivocarme.

―Hoy es el último día que tienes para devolver los libros a la biblioteca ―indicó Slava, luego de la clase―. ¿No vas a hacerlo?

―Ya me ocuparé de eso después, siempre me dejan un día más de plazo.

―¿Por qué almuerzas algo con tanta grasa? Te vendría bien algo más saludable.

―Meriendo lo que me da la gana.

―¿Vas a tomar el metro para volver a casa? Sería mejor que caminaras un poco.

―No necesito hacer ejercicio. Mi físico es perfecto a nivel genético.

Matías estuvo tentando a pensar que, tal vez, había cometido un grave error al crear a la tulpa. Pero, incluso con lo molesta que resultaba, lo cierto era que simplemente expresaba el propio subconsciente del chico. Él lo sabía, y suponía que conforme avanzara con su desarrollo Slava dejaría de ser tan fastidiosa. Aunque para eso primero tenía que encontrar un recipiente humano, lo cual lo devolvía al problema inicial.

Había ideado a Slava para no tener que relacionarse con las humanas comunes y corrientes. Si ella iba a tener un recipiente, entonces tendría que ser uno acorde a los intereses y gustos de Matías. Pero, si era posible encontrar alguna chica con tales características, entonces no habría siquiera intentado crear a su tulpa en primer lugar. Era un dilema sin solución aparente, mas no le quedaba de otra más que intentar resolverlo de alguna forma.

Durante varios días la nueva rutina siguió su curso. Matías puso todo su esfuerzo en convencer a Slava de hablar lo menos posible mientras hubiera gente alrededor, básicamente para evitar sentirse tentado a responderle. Incluso así, la tulpa continuamente lanzaba exclamaciones cuando veía a determinadas chicas que podrían servir para completar su desarrollo. Matías rechazaba todas aquellas propuestas, ya que consideraba que ninguna estaba a su altura.

Hasta que, inesperadamente, encontraron un recipiente que parecía ser perfecto.

Fue Slava la que se percató primero. Matías estaba sumido en sus jactanciosos pensamientos, cuando su tulpa lo despertó a la fuerza y le señaló a una peculiar chica que caminaba tranquilamente por los pasillos del pabellón. Él la ignoró con infinita molestia y se dispuso a continuar reflexionando sobre su propia magnificencia, pero Slava no se rindió en su afán de llamar su atención. Hastiado, dio un breve vistazo a la chica, y no pudo evitar quedar con la boca abierta por el impacto.

Su piel era nívea, pero no tan exageradamente blanca como la de Slava, sino de una tonalidad inmaculada dentro de límites humanos. Ese detalle, junto a su largo y sedoso cabello color oro que enmarcaba su rostro adornado por sus ojos de un profundo tono turquesa, le daba un aspecto cercano a lo celestial. Estaba vestida completamente de blanco, lo que acrecentaba su apariencia pura e inocente hasta límites inimaginables.

―¡Es perfecta! ―exclamaron Matías y Slava al unísono.

El chico, utilizando su amplia red de contactos, consiguió recabar toda la información sobre su objetivo en muy poco tiempo. Se llamaba Testa D'Equilatero y era una estudiante de intercambio proveniente de los lejanos Estados Papales que había viajado a Neo-Hispania para seguir un cursillo de teología. Aquel dato tomó por sorpresa a Matías, quien creía que aquel país neocristiano estaba habitado únicamente por sacerdotes, inquisidores y fanáticos religiosos. Testa no parecía ser una monja ni nada por el estilo, aunque su apariencia celestial posiblemente se debía a dicha nacionalidad.

La chica resultó ser muy sociable, de modo que a Matías no le costó mucho encontrar a más de un conocido en común. De esa forma, con algunas excusas que se sacó del bolsillo en el momento, intentó coordinar un encuentro con ella. Supuestamente, la iba a entrevistar como parte de un proyecto de tesis sobre la relación entre la teología y la psicología. Era una excusa válida que, junto a la buena opinión que la gente guardaba del chico, le permitió conseguir la ansiada reunión sin ningún problema.

Finalmente llegó el día acordado y Matías se apresuró a ir al punto de encuentro, un pequeño parque cercano a la universidad. Slava, como era habitual, flotaba plácidamente al lado de su creador, quien le explicaba por quinta vez cuál era el plan concreto a seguir.

―Escucha bien, guapa. Intentaré ganarme su confianza mientras que tú buscas la forma de poseerla y...

―¿Por qué tomas el camino difícil? ―se quejó la tulpa―. Ya te dije que lo mejor es asesinarla. Necesito su cuerpo, su alma es un estorbo.

―No tengo ni idea de cuál sea tu brújula moral, preciosa ―respondió Matías, lanzando un suspiro de exasperación―. Pero no vamos a cargarnos a nadie, ¿vale?

Slava continuó proponiendo diversas formas de quitarle la vida a su objetivo sin dañar mucho su cuerpo, pero el chico se limitó a ignorarla. Luego de unos minutos, llegaron a su destino, donde Testa ya se encontraba aguardando.

Al verla de cerca, Matías no pudo evitar sentir que su corazón se aceleraba. Ella era verdaderamente preciosa y, con la luz del sol cubriéndola, su belleza se hacía incluso más brillante y celestial que de costumbre. Pero el chico sabía cómo controlar sus impulsos, y consideró sensato darle una buena primera impresión mostrándose confiable y cordial.

―Buenos días. Eres Testa, ¿verdad? ―Esbozó una enorme sonrisa, tal como siempre hacía cuando conocía a una persona nueva―. Mi nombre es Matías. Matías Córdoba.

La chica no respondió. Matías, confundido, se percató de que Testa no lo estaba viendo a él, sino que su mirada desconcertada se dirigía a algo tras su espalda. El chico dio un rápido vistazo sobre su hombro y confirmó sus sospechas: allí se encontraba Slava. Pero, pensó, era imposible que su tulpa pudiese ser vista por alguien aparte de él.

―¿Estás...? ¿Estás bien? ―preguntó Matías, intentado tomar el control de la situación.

―¡Ah! Mi dispiace davvero ―contestó Testa, cubriéndose la boca con las manos―. Me pareció que te conocía de algún otro lado.

―Anda ya...

Piacere di conoscerti, soy Testa D'Equilatero―continuó la chica, en tono amable―. Me dijeron que deseabas entrevistarme.

―Así es, como vienes de los Estados Papales...

―¡Hay que asesinarla cuanto antes! ―espetó Slava, intentando tomar a Matías de los hombros sin éxito―. Es peligrosa. Me ha visto. Sabe que estoy aquí...

―La verdad es que nunca he salido de Neo-Hispania ―prosiguió el chico, poniendo todo su esfuerzo en ignorar a la tulpa―. Y como mi tesis sigue el rubro de la psicología teológica, considero que conocer más sobre la capital de la neocristiandad es muy importante.

―¿No me oyes? ―volvió a recriminar Slava―. Creo que incluso me está viendo ahora... ¿Y si puede oírme? ¡Ya debe saber que sólo queremos su cuerpo!

Matías y Testa continuaron charlando mientras Slava repetía una y otra vez su deseo por acabar con su objetivo. El chico seguía estrictamente su plan de realizar la entrevista de la forma más casual posible, al estilo de una conversación amistosa. La información que obtenía no le importaba mucho, ya que conocía de antemano todo lo que tenía que saber sobre Testa, por lo que se mantenía enfocado en caerle bien.

Luego de casi una hora de plática, se despidieron tras acordar volver a reunirse para continuar con la entrevista. Desde la perspectiva de Matías todo había salido mucho mejor de lo que se había esperado, pero Slava no pensaba de la misma manera.

―Debimos matarla cuando tuvimos la oportunidad. Ahora buscará la forma de contrarrestarnos.

―Mantengamos el plan original para no pifiarla. En lugar de quejarte intenta poseerla la próxima vez.

La tulpa hizo un puchero y le dio la espalda, sin ganas de discutir. Matías suspiró, preguntándose si acaso su propia forma de ser tendría algo que ver con la retorcida moralidad de Slava. De cualquier forma, sabía que la tulpa era incapaz de actuar por su cuenta, de modo que no corría el riesgo de que pudiera causar problemas inesperados.

A partir de entonces, Matías y Testa comenzaron a reunirse de manera ocasional. En un inicio la excusa de la entrevista era la que sustentaba sus encuentros, pero poco a poco fue desapareciendo. Luego de un mes, el chico asumió que ya podían considerarse amigos, lo que lo hizo repasar el procedimiento de su plan. Si bien todo parecía marchar a la perfección, Matías no podía evitar sentir que, de alguna manera, la situación se tornaba extraña en variadas ocasiones.

No lo sentía únicamente cuando Testa lanzaba fugaces vistazos hacia el punto donde Slava se encontraba flotando, sino que también cuando sus temas de conversación se desviaban de forma impredecible. A veces a Matías le parecía que era interrogado por la chica, básicamente sobre temas de psicología lo cual podía considerarlo normal, aunque los tópicos tratados parecían estar dirigidos expresamente a evaluar su personalidad.

Pero, si hablar sobre megalomanía, esquizofrenia, paranoia y capacidades extrasensoriales era incómodo, todo empeoraba cuando Testa tocaba temas místicos. A Matías le parecía extraño que una neocristiana devota como lo debía ser ella mostrara tanto interés en hablar sobre paganismo, cosmicismo y demonismo. Afortunadamente, él siempre encontraba la manera de desviar la conversación a temas más banales, lo que disminuía su nivel de tensión.

Gracias a esas charlas triviales, Matías pudo conocer a Testa a mayor profundidad. La chica poseía una extraña afición a coleccionar objetos con formas triangulares, especialmente si eran de su color favorito: el rojo. Asimismo, su animal preferido era una extraña ave conocida como pinzón vampiro que originalmente había habitado unas islas del misterioso continente de Suroblivion, pero que había llegado a expandirse a territorio pontificio y hereje. Si bien esos datos oscurecían la impresión que tenía Matías sobre la inocencia celestial de Testa, no llegaron a causarle repelús. Más bien al contrario, ya que la chica parecía no tener problemas en hablar ampliamente de sí misma, él sentía que podía hacerle preguntas sin temer reacciones negativas de su parte.

—Dime, Testa —decidió preguntar Matías en una de sus variadas conversaciones—. ¿Por qué siempre te pintas las uñas de negro?

Era una característica que le había causado honda curiosidad desde que la había conocido, ya que resultaba incluso más desacorde a su personalidad que su gusto por los triángulos rojos o los pájaros chupasangre. Si bien él no conocía a cabalidad las costumbres que tenían los pontificios, algo le decía que tanto hombres como mujeres habrían de ser sumamente conservadores, especialmente en temas estéticos.

Riguardo a questo... Es un rasgo natural —se limitó a responder ella, inusitadamente seria—. Sufro un trastorno de coagulación hereditario. La verdad no me gusta hablar mucho del tema, mi dispiace.

—¡Oh! Siento mucho haber tocado un tema sensible. Mejor hablemos de otra cosa...

La relación entre ellos fue estrechándose con el pasar de los meses, hasta el punto de que se veían casi todos los días. Pero aquella agradable rutina no impidió que Matías se percatara de dos cosas inesperadas. Primero, había olvidado por completo su objetivo original y, más extraño que eso, Slava había desaparecido. Dado que la tulpa se había ido tornando cada vez más silenciosa durante las últimas semanas, no podía recordar exactamente cuando había dejado de verla.

Matías no sabía cómo sentirse al respecto. Slava ya no estaba más, pero como tenía a Testa con él, creyó que no debía lamentar mucho su pérdida. A pesar de todo, le causaba cierta melancólica curiosidad saber que había sucedido con su tulpa. Con un nudo en la garganta, concluyó que tal vez ese tipo de seres místicos morían de esa manera: cuando sus creadores dejaban de prestarles la atención debida. Dicho pensamiento lo sumergió en una honda sensación de vacío que invadió todo su ser.

―Pareces preocupado por algo, Matías ―preguntó Testa, observándolo inquisitivamente―. Posso aiutarti con qualcosa?

La noche se acercaba y se encontraban en un salón de estudio, sin nadie más a su alrededor. Al final Matías había terminado convenciéndose de realmente hacer su tesis sobre teología y psicología, por lo que la ayuda de la chica le había resultado de vital importancia.

―¿Yo? ¿Preocupado? Venga ya, ni siquiera sé el significado de esa palabra.

Testa rio alegremente y miró por la ventana de la sala.

Sembra che apparirà presto ―susurró y se levantó de la silla—. Iré a la cafetería a comprar.

―Ah... aún me falta revisar la última fuente.

―¿Quieres que te traiga algo?

―Cualquier cosa está bien.

Ella asintió y salió del salón. Matías suspiró al quedarse a solas. La verdad era que había terminado su trabajo hace unos minutos, pero necesitaba prepararse mentalmente para lo que pensaba hacer. Había decidido que ya era hora de confesar sus sentimientos a Testa. Si bien lo cierto era que no estaba precisamente "enamorado" de ella, era indudable que no volvería a encontrar una chica tan perfecta en otro lado, de modo que no estaba dispuesto a perder su oportunidad.

Se levantó con decisión y se paró frente a la puerta del recinto. Apostaría por la opción más sencilla. Apenas Testa regresara de la cafetería, la miraría con seriedad y le diría directamente que la quería. No estaba completamente seguro de cuál sería su respuesta, pero ya no podía seguir alargando las cosas. Aunque una ligera pesadumbre lo hizo dudar, y consideró que, tal vez, si Slava continuara a su lado podría pensar con más claridad.

―Matías... ―susurró una voz familiar a su espalda.

El chico empalideció, adivinando al instante de quién se trataba. Sabía que se encontraba en un gran aprieto, pero consideró sensato confiar en su capacidad de improvisación y mantener una actitud serena. Se aclaró la garganta y, forzando una sonrisa, volteó con suma lentitud.

―Slava, me alegro de...

Al ver a la tulpa no pudo terminar la frase. Ya no era la Slava etérea y hermosa que había aparecido ante él en un inicio. Seguía manteniendo una apariencia humana, pero sus ojos, antes dorados, habían adquirido una tonalidad fosforescente y sanguinolenta. Alrededor de estos se extendían sendas manchas de un intenso color negro que llegaban a cubrir sus labios por completo, lo que contrastaba con su pálida y enfermiza piel agrietada. Su cabello continuaba siendo azul verdoso, pero había adquirido ciertos matices plateados y púrpuras que, junto a su irregular bambolear, convertían su aspecto fantástico en uno atemorizante.

―Realmente me alegro de... verte ―pudo completar Matías luego de unos segundos, tragando saliva con dificultad―. ¿Dónde te habías metido? Estar sólo no molaba.

―Pero si no has estado sólo. Tuviste al recipiente junto a ti, ¿verdad?

Matías chasqueó la lengua. Sin importar si Slava lo había observado durante todo el tiempo en el que había estado "desaparecida" o si podía leerle el pensamiento, era incapaz de mentirle. Pero no estaba dispuesto a rendirse sin intentar salvar su pellejo de cualquier forma.

―Venga ya, sabes que el plan es chungo... No podía perder la oportunidad de ganarme la confianza de Testa. Ahora podrás poseerla más fácilmente.

Slava sonrió. Detrás de su flotante y difusa figura comenzó a extenderse una penumbra etérea mucho más negra que la de sus labios. No era una oscuridad normal, ya que oscilaba de manera anómala, adquiriendo la apariencia de tentáculos y manos continuamente. Aquel era un claro signo de alarma ya que, hasta ese momento, Slava no había poseído ningún tipo de sombra dada su naturaleza energética.

―Ya no necesito un recipiente ―siseó la tulpa, acercándose a Matías―. He conseguido mi propia forma final. Ahora podemos estar juntos sin obstáculos.

Con dicha información Matías confirmó que lo peor había sucedido. Según lo que recordaba sobre la creación de tulpas, en contados casos estas podían llegar a corromperse, lo que les arrebataba el pensamiento racional hasta dejarlas como simples bestias sedientas de energía. Si Slava había adquirido un cuerpo material por sí misma entonces ya no era una simple tulpa. E, indudablemente, era muy peligrosa dadas sus incipientes características monstruosas.

Sin más opciones, Matías dio media vuelta y emprendió una desesperada huida. Debido a la hora tardía, la universidad se encontraba vacía por completo, por lo que no podía pedir ayuda a nadie. Tampoco era como si alguien pudiera echarle una mano contra una tulpa corrupta, pero al menos otras personas le habrían servido como chivos expiatorios para poder escapar a salvo. Meneó la cabeza hasta despejar su mente, ya que reconocía que esa clase de pensamientos individualistas eran los que lo habían llevado a su precaria situación.

En medio de su alterado escape, chocó violentamente contra alguien y cayó al suelo. Angustiado, levantó la vista creyendo que Slava le había cortado el paso, pero no se trataba de ella.

―¡Testa! ¡Tenemos que salir de aquí!

La chica lo observó, aparentemente ilesa luego del brutal encontronazo, y sonrió con tranquilidad. En su espalda llevaba una peculiar funda roja que parecía pertenecer a algún tipo de instrumento musical alargado. Matías se levantó con rapidez y repitió su afligida indicación, pero ella se limitó a arrodillarse para abrir parsimoniosamente el estuche.

Confundido y aterrado, Matías volteó y observó que Slava se encontraba cada vez más cerca. Transcurridos unos segundos, la tulpa se detuvo frente a ellos, observándolos con sus ojos rojizos. Había perdido su apariencia original por completo, para transformarse en una especie de sombra azabache antropomórfica de cuya espalda surgían largos y etéreos brazos negros que terminaban en pinzas, garras y tentáculos.

―Es una tulpa muy interesante ―comentó Testa, sin apartar la mirada de la funda que intentaba abrir―. Come si chiama?

―¿Qué? ―Matías se limitaba a observar a Slava con horror, sin poder prestarle atención a nada más.

―¿Cuál es su nombre?

―Es... Slava. ―El chico tosió y retrocedió un paso, mirando a Testa con incredulidad―. ¿Sabes qué es? ¿Cómo puedes estar tan tranquila?

―He visto cosas peores... ¿O debería decir que yo soy peor?

La chica finalmente pudo abrir la envoltura y extrajo una brillante espada que empuñó con una mano. Su mango era negro, y unas manchas rojas adornaban su filo como si estuviera cubierta de sangre coagulada. En su punta tenía incrustada una gema azabache con la forma de un triángulo equilátero, que refulgía suavemente.

―Estás de coña... ―murmuró Matías observando a Testa portando la extraña espada.

―Podemos arreglarlo por la buenas o por las malas ―dijo ella, dirigiéndose a la tulpa―. Ven conmigo a la Sacra Roma para tu registro y confinamiento, o acepta tu eliminación sin oponer resistencia.

Slava se mantuvo silenciosa y no realizó ni el más mínimo movimiento, salvo por el eterno bambolear de sus incontrolables brazos tentaculares.

―¿Por qué no hace nada? ―preguntó Matías, sin ganas de seguir dándole vueltas a su confusión.

―Parece que me teme porque te tengo de rehén. Pero es un problema, no tengo permitido iniciar conflictos aquí así que debo obligarla a dar el primer golpe. Mi dispiace molto per questo, pero...

―¿Rehén? ¿Yo?

Testa suspiró y propinó un puñetazo directo al vientre de Matías, quien cayó de rodillas sin poder respirar correctamente. Casi al instante, Slava emitió un muy agudo alarido inhumano y se abalanzó contra la chica. Ella se limitó a esquivar los ataques de los brazos umbríos, mientras los mutilaba uno a uno con rápidos mandobles de espada.

Luego de un par de minutos, Slava no pudo continuar combatiendo y cayó pesadamente, mientras supuraba una espesa sangre azulada de sus miembros mutilados. Testa se acercó a ella y levantó la espada sobre su cabeza, dispuesta a dar la estocada final.

―¡Espera! ―exclamó Matías, intentando levantarse―. No... la mates.

―No puedes matar algo que nunca estuvo vivo―afirmó Testa―. De todas formas, debo eliminarla porque ha perdido todo rastro de racionalidad.

Matías la ignoró y se arrastró hasta Slava, apartando la espada de Testa en el proceso. La tulpa tenía sus ojos carmesí completamente abiertos y clavados en el rostro del chico. Era una mirada monstruosa y hostil, pero también cargada de profunda tristeza y desesperación.

―Venga, Slava ―susurró él―. Vuelve a ser como antes. Vuelve a ser mi ideal inalcanzable.

No sucedió ningún cambio aparente.

Te l'ho detto prima, es inútil.

Testa suspiró con cansancio, lamentando tener que encargarse de aquella molesta misión secundaria que la desviaba de la verdadera razón por la cual la habían enviado a Neo Hispania. Decidida a dar fin a todo ello, volvió a levantar su espada.

―Ma... Mat... Matías...

El chico sonrió, mientras Slava repetía su nombre una y otra vez. Lentamente, ante la sorprendida mirada de Testa, la sombra que envolvía a la tulpa fue disipándose hasta permitirle recuperar su apariencia humana por completo. Viendo que también había perdido la luz blanquecina que cubría su desnudez, Matías se apresuró a desprenderse de su chaqueta para envolverla.

―Es... imposible. ―Testa los observaba a ambos con la boca abierta―. Una tulpa en ese estado no puede...

―Ya no debe haber problemas ―afirmó Matías, cargando a Slava en sus brazos.

―Sigue siendo una tulpa corrupta... muy extraña ―aseveró Testa con seriedad―. Y tú eres responsable de su existencia. Ambos vendrán conmigo a la Sacra Roma.

―¿Por qué debería...?

―Porque si lo reporto tendrás muchos problemas. Y si te dejo aquí serás una presa fácil para paganos y herejes. —Carraspeó—. Supongo que no es necesario señalar que ustedes dos pensaban atentar contra mi vida, así que deben hacer algo para resarcirlo.

―Mientras pueda estar con Matías no me importa a donde vaya ―aseveró Slava, abrazando a su creador.

Matías exhaló largamente con resignación, pero tuvo que aceptar que las cosas habían resultado mucho mejor de lo que se había temido. Aunque eso no reducía la tremenda confusión que aún lo embargaba.

―Muy bien, iremos contigo. ¿Cuándo sería el viaje? Las vacaciones son dentro de unas semanas...

―Es tiempo suficiente. ―Testa sonrió―. En realidad, vine a este país para encargarme de un problema mucho más grande que el que tú me causaste. Dada la situación, me ayudarán con mi trabajo y luego los llevaré a los Estados Papales.

―¿Qué? Pero...

―Siéntete afortunado. No cualquiera puede participar en una misión de la Asamblea de la Inquisición. Tú y tu tulpa podrán experimentarlo en carne propia.

Matías tragó saliva, sintiendo que eso sonaba más a una amenaza que a una frase inspiradora. Slava por su parte, continuaba abrazándolo y riendo melodiosamente. El chico meneó la cabeza, pero decidió no alargar más la discusión porque con el impacto emocional de todo lo vivido apenas podía seguir en pie.

­―Esto no mola... ¿Qué he hecho para merecerlo?

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