𝗗𝗢𝗖𝗘

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꒰ ❝DOCEAVO CAPITULO❞ ꒱

Draco Malfoy no había pensado en las consecuencias que tendría volver a casa para las vacaciones de Navidad. Por unos simples momentos había imaginado tener al fin algo de paz, disfrutar de las delicias que los elfos cocinaban en aquellas épocas y pasar tiempo encerrado en su habitación con Lailah, sin tener que preocuparse de que sus compañeros de curso entraran a la habitacion. Pero todas esas ideas se vieron derrumbadas por su realidad.

Volver a la Mansión Malfoy por diez días había significado volver a su vieja y desagradable rutina de ser obligado a torturar a todos y cada uno de los mortifagos que no cumplieran con las expectativas de Voldemort. Los ánimos de Draco una vez más se habían arruinado, durante gran parte del día sus pensamientos vagaban en oscuros lares de su mente, dónde se torturaba pensando en cada una de las malas decisiones que había tomado en su vida. Si tan solo hubiera pensado mejor las cosas...

—No puedes castigarte de este modo por tu pasado

Y ahí estaba, la única y más brillante luz que había en su vida. Lailah era su salvación, lo único bueno que tenía, y estaba comenzando a pensar que no la merecía.

Era la víspera de Navidad, una vez más el rubio se encontraba encerrado en su habitación rodeado de hechizos de protección, nadie que estuviera afuera podía entrar o siquiera escuchar lo que estaba pasando allí dentro. Draco se encontraba sentado en el frío suelo, apoyando su espalda y nuca en la muralla mientras sostenía una botella de whisky de fuego, su contenido ya iba por la mitad.

—Si tan culpable te sientes por tu pasado entonces tienes que enfocarte en tu presente, ¿qué estás haciendo para compensar tus malas decisiones? ¿estás haciendo lo suficiente o hay algo más que puedas hacer? —Las palabras de Lailah, a pesar de que no se notara, estaban calando profundo en su mente—. Y déjame decirte Draco, como alguien que te ha estado observando toda tu vida, puedo confirmar que ahora mismo eres una mejor versión de ti de lo que lo eras en el pasado.

—Pero podría hacer más —Se quejó el chico, para luego dar un gran sorbo a la botella de whisky.

—Si eso es lo que crees, ¿qué es lo que te detiene?

Draco se quedó en silencio, con la vista perdida en un punto de la habitación. De imprevisto el chico lanzó la botella de whisky al otro lado de la habitación, impactado con la pared y haciéndose añicos. Lailah sabía que eso no podía hacerle daño pero no pudo evitar saltar por el susto que le había provocado esa inesperada acción por parte de Draco.

—¡SOY UN MALDITO COBARDE! —Gritó Draco, con sus venas del cuello resaltando—. Soy un maldito cobarde... un cobarde.

Lailah había estudiado por años las emociones humanas, y años anteriores había presenciado  sí misma cada una de ellas, pero seguía sin saber cómo enfrentarlas. Le parecia que eran demasiado complicadas. Y en ese momento, observando a Draco perder el control de aquella manera, lamentándose a sí mismo y sollozando, supo que nunca lograría comprenderlo del todo. Para ella la solución a todo era obvia y fácil, pero para Draco parecía ser todo lo contrario.

—¿Sabes cúal era mi sueño? —Preguntó Draco con burla—. Quería convertirme en un jugador profesional de Quidditch... pero ni siquiera en eso era bueno...

Lidiar con emociones humanas no era el fuerte de Lailah, pero decidió que ya era tiempo de intervenir.

—¿Puedo dar mi opinión? —Draco asintió un par de veces ante la pregunta—. Primero que nada, espero que nunca más vuelvas a emborracharte.

—Lo siento... —Se lamentó el chico mirando el lugar donde la botella había caído—. Fue un impulso, no volverá a pasar.

—Segundo, las situaciones que has tenido que afrontar a lo largo de tu vida no han sido faciles, y creo que el simple hecho de que te hayas dado cuenta que tu modo de actuar era erróneo ya es un gran progreso —Le confesó Lailah—. Y sin mencionar que estás intentando, poco a poco, arreglar tus errores. Ahora mismo te estás lastimando porque crees que no estás haciendo lo suficiente, pero no puedes llegar y hacer todo de un arrebato, las cosas saldrian mal. Puede que estés avanzando de manera lenta, pero es una forma segura de hacer las cosas. Y creo que no lo he mencionado, pero estoy orgullosa de ti.

—¿En serio?

—Antes creía que eras un caso perdido y que en cualquier momento Lilith manejaría tu vida, pero por suerte no fue así. Lograste encontrar la luz dentro de tu oscuridad. —Afirmó Lailah con una sonrisa.

Draco levantó su mirada y con un extraño brillo en sus ojos dijo—: Tu eres la luz de mi vida.

. . .

No era secreto en el mundo maxico que el viejo Xenophilius Lovegood era un fiel partidario de Harry Potter y su mentor Dumbledore. Hubo una época en la que, cuando nadie creía en las palabras del niño que vivió, publicó una entrevista revelando toda la verdad. E incluso en tiempos peligrosos como los que se estaban viviendo, Lovegood seguía siendo demasiado franco en lo que publicaba en El Quisquilloso, por lo que las consecuencias no tardaron en llegar.

Draco se encontraba sólo en uno de los muchos compartimentos del tren, únicamente acompañado por Lailah, cuando, al igual que a inicios de curso, el tren se detuvo a medio camino. Las cabezas curiosas no tardaron en salir por todas las puertas, pero una vez veían a los mortifagos, se metían con rapidez.

—¿Crees que están buscando a Potter otra vez más? —Preguntó Lailah a su lado, luego de hacer desaparecer uno de sus libros.

—No, no son tan estúpidos para creer que Potter estaría aquí —Decía Draco espiando por la ventana de la puerta—. Deben estar buscando a alguien más.

Pasaron unos minutos en completo silencio, Draco había dejado la puerta abierta del compartimiento luego de que los mortifagos entrarán para revisarlo. Al final del pasillo comenzaron a escucharse jadeos de una chica, quejándose de dolor, probablemente por la fuerza que los mortifagos estaban empleando para arrastrarla por el pasillo.

—¿A quién se llevan? —Preguntó Lailah, cuando Draco se asomó levemente por la puerta.

La respuesta no fue necesaria para saberlo. Solo unos momentos después dos mortifagos con sus máscaras puestas pasaron frente al compartimiento, y tras ellos otro mortifago arrastraba a una chica rubia con aretes de rábano, era Luna Lovegood.

—Se están llevando a Luna... —Murmuró Lailah—. ¿Por qué? Su padres son magos y...

—Su padre ha estado apoyando febrilmente a Potter en su revista, el Señor Oscuro no estaba feliz por eso —Le informó el rubio, cerrando con desgano la puerta—. Era cuestión de tiempo para que tomaran cartas en el asunto.

A pesar de las palabras de Draco, él no estaba de acuerdo en lo que los mortifagos acababan de hacer. Luna no era la culpable por las acciones de su padre, él mejor que nadie sabía lo que era sufrir por aquello, y lo encontraba muy injusto.

Cuando el tren volvió a ponerse en marcha, Draco seguía perdido en sus pensamientos, no había dicho nada desde que vieron a Luna ser arrastrada fuera del tren. Por eso, cuando el chico se levantó y salió del compartimiento con determinación, tomó a Lailah desprevenida pero se apresuró en seguirle el paso.

—¿A dónde vamos? —Lailah no recibió respuesta.

Draco caminaba por el pasillo con la cabeza en alto, sin prestarle atención a todas las malas miradas que recibía de los estudiantes en sus compartimientos. Antes aquellas miradas lo hubieran afectado, pero ya no más. Tal como Lailah le había dicho, ellos no lo conocían. El rubio se detiene frente a un compartimiento, donde se encontraban las personas que estaba buscando.

—¿Puedo pasar? —Preguntó el chico luego de golpear un par de veces y abrir la puerta.

Neville Longbottom miró al Slytherin con las cejas alzadas, pero asintió casi de inmediato. A su lado, Ginny Weasley no parecía tan segura.

—¿Qué necesitas? No estamos de humor para... —La pelirroja se detuvo de mala gana cuando Neville le dedicó una mirada cansada.

—Mira, Draco —Comenzó a decirle Neville—. Lo que acaba de pasar no nos tiene de muy buen humor, por lo que si quieres decir algo hazlo rápido.

—Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para ayudarlos —Dijo Draco y siguió hablando a pesar de las insistentes miradas—. Incluso unirse a su ejército.

—¿Es una broma? —Soltó Ginny.

—Se que no les he dado muchas razones para confiar en mi, pero ya estoy cansado de tener miedo, quiero actuar —Confesó el rubio con sinceridad—. Y estoy dispuesto a hacerlo.

Neville y Ginny compartieron una mirada, a contrario del chico, la pelirroja seguía sin confiar.

—De acuerdo —Dijo Neville, volteandose para volver a ver al Slytherin—. No se que sucedio contigo el último tiempo para que tomaras esta decisión, pero yo voy a creer en ti.

Draco escuchaba con atención cada palabra que salía de la boca de Neville, quién intentaba explicarle las cosas más importantes además de resolver sus dudas. Luego, con una leve expresión de inseguridad, de su bolsillo sacó un galeón.

—Es una de las monedas del Ejército de Dumbledore —Dijo Neville mientras la hacía girar entre sus dedos—. Siempre que organizamos un nuevo movimiento o necesitamos reunirnos, la moneda se calienta. Lo mejor es que tú también tengas una y, ya que eres Premio Anual y tienes la confianza de Snape, puedes mover algunos hilos para distraer a los hermanos Carrow y a los demás Slytherin.

—Y no creo que sea necesario decir que, si haces algo para traicionarnos, estás muerto. —Agregó Ginny luego de ver como Malfoy se guardaba el galeón.

—Gracias por confiar en mi.

—Sólo no lo arruines. —Le pidió Neville con un intento de sonrisa.

Draco volvió a su propio compartimiento con una inusual sonrisa en su rostro, se sentía bien al fin enfrentar sus miedos. Estaba seguro de que, sin Lailah a su lado, no tendría el valor de hacer aquello, ella le daba las fuerzas que necesitaba.

—¿Tuviste algo que ver con todo eso? —Preguntó Draco, luego de pensar que tuvo demasiada suerte con los Gryffindors—. Quiero decir, puedes comunicarte con sus ángeles guardianes, entonces ¿los convenciste para que confiaran en mí?

Lailah abrió los ojos con exageración al escuchar la pregunta. Si, ella era capaz de comunicarse con los ángeles guardianes de otras personas e incluso con espíritus que vagaban sin rumbo por la tierra, pero ya no más. Desde hace unos días Lailah había perdido esa capacidad, exactamente la víspera de navidad, pero no se lo había dicho a Draco. No estaba preparada para decirle que estaba cayendo a sus pies.

—No, yo no hice nada. Fue todo mérito tuyo. —Se apresuró a decir Lailah.

La chica se quedó observando a Draco, admirando lo feliz que estaba, la gran sonrisa en su rostro daba cuenta de aquello. La mirada de Lailah recorrió las facciones de su cara, desde sus ojos grises hasta su puntiaguda barbilla, no podía negar que el chico era guapo. Pero eso no era del interés del Ángel Guardián, ella estaba más impresionada por el gran cambio que había sufrido Draco en el último tiempo, él realmente se estaba esforzando para mejorar su forma de actuar, y estaba volviéndose un buen chico. Lailah se sentía orgullosa de ser la razón de ese cambio. Tal vez aceptar sus sentimientos como Draco le había dicho no era tan malo como ella pensaba, después de todo, como humana, podría seguir guiandolo por el camino correcto.

—¿Estás segura de que no estás enamorada de mi? —Habla Draco, logrando que Lailah volviera a la realidad—. Lo digo porque, bueno, has estado mirándome fijamente desde hace diez minutos. 

Lailah evitó responder la pregunta, negó con una sonrisa de diversión y volteó a ver a la ventanilla, suplicando en sus pensamientos que sus mejillas no estuvieran sonrojadas.

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