𝗦𝗘𝗜𝗦

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꒰ ❝SEXTO CAPITULO❞ ꒱

El ambiente era tenso en el comedor de Mansión Malfoy, incluso Lailah podía notarlo. Draco se encontraba desayunando con serenidad, mirando únicamente a su plato; Lucius no había probado ni un bocado de su plato, y había estado mirando a Draco desde que llegaron a la mesa; y Narcissa tenía su mirada en ambos y se encontraba nerviosa.

—Hijo, ¿no tienes nada que decirle a tu padre? —Preguntó Narcissa.

Draco se tomó su tiempo, terminó de disfrutar de su comida, y no levantó la mirada hasta beber su zumo de calabaza.

—No madre, no tengo nada que hablar con él —Dijo mientras corría hacia atrás su silla—. Con su permiso...

Y sin más se levantó de la mesa. Sin siquiera dirigir la mirada hacia Lailah caminó hasta el vestíbulo, para subir las grandes escaleras.

—¿Tienes algo que decir? —Soltó el rubio al sentir la mirada de Lailah penetrando su cabeza.

—En realidad si —Dijo Lailah acercándose a Draco, hasta quedar a su lado—. Como tu ángel guardián puedo asegurar que lo mejor para ambos es alejarnos de tu padre. Pero tu madre es otro tema, deberías cuidar tu relación con ella.

—¿Dijiste ambos? ¿Lo mejor para ambos? —Repitió Draco con el ceño fruncido. Ya habían llegado a la segunda planta.

Lailah observo a Draco detenidamente, esperando que mostrara algún indicio de lo que decía era solo una broma. Ya le había explicado al menos cuatro veces lo mismo y Draco seguía sin entenderlo. Lailah comenzaba a dudar de su inteligencia.

—Tu vida es mi vida también, Draco —Volvió a explicar—. Ya te lo he dicho.

Draco no respondió inmediatamente, se quedó pensando en el hecho de que su vida la compartía con otra persona. Era extraño para él saber que cada una de sus decisiones afectan de manera directa a Lailah. ¿Debería comenzar a pensar mejor en las decisiones que toma? Ahora que sabía de la existencia de Lailah y que conviven juntos debería pensar en su bienestar también... ¿no?

—¿Entonces es como si estuviéramos casados? Digo, tenemos la misma vida, convivimos juntos.

—Se podría decir que si, es una buena comparación. —Aceptó Lailah, aunque la chica creía que era raro el que Draco comparara su relación con el de un matrimonio. 

Con el pasar del tiempo lo unico que mejoro en la vida de Draco fue su relación con Lailah. Los meses habían pasado con demasiada lentitud, el verano al fin estaba terminando. Aunque eso no implicaba ningún cambio. 

El castigo que el Señor Tenebroso le había impuesto había sido peor de lo que pudo imaginar. Pasar el día completo junto a él, callado y de pie en una esquina hasta que fuera necesario, hasta que alguien que haya cometido un error llegara. En ese momento es donde entraba Draco, obligado a torturar a cualquiera que se lo mereciera. Aunque luego de experimentar varias veces aquel dolor, Draco no creía que nadie mereciera tal sufrimiento.

Toda acción tenía una consecuencia. Y torturar a todas esas personas lo había cambiado, sus creencias se habían derrumbado y se sentía arrepentido de gran parte de su vida; pero eso ya no tenía solución. La única persona capaz de animarlo era Lailah, ella era la única razón por la que Draco ansiaba que el día terminara. Cuando había más gente a su alrededor debía abstenerse, sin hablar ni mirar. Pero todo cambiaba cuando al fin podía irse a su habitación luego de cenar, podía pasar horas junto a ella charlando o simplemente haciendo nada. Junta a ella Draco se sentía bien, la carga de sus hombros se liberaba y sentía que podía ser el mismo, sin miedo de ser juzgado. Por  primera vez en su vida Draco tenía a alguien que lo apoyara a pesar de todo, nunca notó cuánto lo necesitaba hasta que lo tuvo.

El estudio estaba lleno de gente silenciosa, sentada a lo largo de la mesa ornamentada. Draco no había quitado en ningún momento la mirada de la figura humana aparentemente inconsciente que colgaba boca bajo sobre la mesa, hasta que dos personas entraron a la sala.

—Yaxley, Snape —Dijo la voz alta y clara del Señor Tenebroso, sentado a la cabecera de la mesa—. Llegan convenientemente tarde.

Ambos hombres se apresuraron en entrar a la sala.

—Severus, aquí —Dijo Voldemort, señalando el asiento a su inmediata derecha—. Yaxley... junto a Dolohov.

Los dos hombres ocuparon sus lugares asignados.

—¿Y?

—Mi Señor, La Orden del Fénix tiene intención de trasladar a Harry Potter de su actual lugar seguro el próximo sábado, al anochecer. —El interés alrededor de la mesa se agudizó palpablemente.

—Sábado... al anochecer. —Repitió Voldemort.

Sus ojos rojos se fijaron en los negros de Snape, quién devolvió la mirada tranquilamente y, después de un momento o dos, la boca sin labios de Voldemort se curvó en algo parecido a una sonrisa.

—Bien. Muy bien. Y esta información proviene de...

—...de la fuente que hemos discutido, —Dijo Snape.

—Mi Señor.

Yaxley se había inclinado hacia adelante para mirar mesa abajo hacia Voldemort y Snape.

—Mi Señor, yo he oído algo diferente —Yaxley esperó, pero Voldemort no habló, así que siguió—. A Dawlish, el auror, se le escapó que Potter no será trasladado hasta el día treinta, la noche antes de que el chico cumpla diecisiete.

Snape estaba sonriendo.

—Mi fuente me dijo que plantarían un falso rastro; este debe ser. Ni dudo de que Dawlish está bajo un Encantamiento Confundus. No sería la primera vez; se sabe que es susceptible.

—Le aseguro, mi Señor, que Dawlish parecía bastante seguro. —Dijo Yaxley.

—Si estaba Confundido, naturalmente que estaría seguro —Dijo Snape—. Yo te aseguro, Yaxley, que la Oficina de aurores no tomará parte en la protección de Harry Potter. La Orden cree que tenemos infiltrados en el Ministerio.

—La Orden tiene razón en algo entonces, ¿verdad? —Dijo un hombre bajo y grueso sentado a corta distancia de Yaxley; soltó una risita silbante que resonó allí y a lo largo de la mesa.

Draco no siguió prestando atención a la charla que continuaba en la mesa. Su vista se había fijado al otro lado de la mesa, justo detrás de unos mortífagos de los cuales no recordaba su nombre, Lailah se encontraba allí. Parecía estar bastante concentrada en una conversación que mantenía con alguien que él no podía ver. A Draco le parecía interesante que, a pesar de hablar cada noche, pareciera que nunca terminaría de conocer a Lailah.

Luego de estar mirando al ángel por varios minutos, Draco podría jurar que emitía un débil resplandor por todo su cuerpo.

—Debo ser yo quien mate a Harry Potter, y lo haré.

Esa declaración trajo al rubio al mundo real. No se atrevió a mirar a Voldemort, en cambio, sólo bajó la mirada.

—Ahora soy más listo, necesitaré, por ejemplo, tomar prestada la varita de uno de ustedes antes de ir a matar a Potter.

Las caras a su alrededor no mostraron nada menos que sorpresa; podría haber anunciado que quería tomar prestado uno de sus brazos.

—¿Ningún voluntario? —Dijo Voldemort—. Déjenme ver... Lucius, no veo razón para que sigas teniendo una varita. —Su padre levantó la mirada.

—¿Mi Señor?

—Tu varita, Lucius. Exijo tu varita.

—Yo... —Lucius miró de reojo a su esposa, que estaba mirando directamente hacia adelante.

Su padre terminó metiendo la mano en la túnica, retirando su varita, y pasándosela a Voldemort, que la sostuvo en alto delante de sus ojos rojos, examinándola atentamente.

—¿Qué es?

—Olmo, mi Señor —Susurró.

—¿Y el centro?

—Dragón... nervio de corazón de dragón.

—Bien —Dijo Voldemort.

Sacó su propia varita y comparó sus longitudes. Lucius Malfoy hizo un movimiento involuntario; durante una fracción de segundo pareció como si esperara recibir la varita de Voldemort a cambio de la suya. El gesto no le pasó por alto a Voldemort, cuyos ojos se abrieron maliciosamente.

—¿Darte mi varita, Lucius? ¿Mi varita —Algunos de los miembros de la multitud rieron—. Te he dado tu libertad, Lucius, ¿no es suficiente para ti? Pero he notado que tú y tu familia parece menos felices que antes... ¿Qué hay en mi presencia en tu casa que te disguste, Lucius?

—Nada... ¡nada, mi Señor!

—Que mentiroso, Lucius... —La suave voz pareció sisear incluso después de que la cruel boca hubiera dejado de moverse.

Uno o dos de los magos apenas reprimieron un estremecimiento cuando el siseo creció en volumen; algo pesado podía oirse deslizándose por el suelo bajo la mesa. La enorme serpiente emergió para escalar lentamente por la silla de Voldemort.  Se alzó, pareciendo interminable, y fue a descansar sobre los hombros de Voldemort. Voldemort acarició a la criatura ausentemente con largos dedos finos, todavía mirando a Lucius Malfoy.

Draco tragó saliva con dificultad, sintiéndose intimidado por la gran serpiente que no dejaba de verlo. Lailah pudo sentir aquello e inmediatamente se acercó a Draco, arrodillandose junto a su silla y agarrando su mano. Por supuesto ninguno sintió el contacto, los ángeles no podían sentir el contacto con seres humanos.

—No te preocupes, no te hará nada. —Lo tranquilizó Lailah.

La rubia volteo su cuerpo levemente para mirar a la gran serpiente y con su mano hizo un leve movimiento. Había evaporado el agua de los ojos de la serpiente, logrando que volviera a hidratarlos y moviera su cabeza, dejando de intimidar a Draco.

—¿Por qué los Malfoy parecen tan infelices con su suerte? ¿No es mi retorno, mi ascenso al poder, lo que profesaban desear durante tantos años?

—Por supuesto, mi Señor —Dijo Lucius. Su mano temblaba cuando se limpió el sudor del labio superior—. Lo deseabamos... lo deseamos.

A la izquierda Narcissa hizo un extraño y rígido asentimiento, sus ojos evitaban a Voldemort y a la serpiente. A su derecha, Draco, que había estado mirando fijamente su mano entrelazada con la de Lailah, miró rápidamente hacia Voldemort y apartó la mirada una vez más, asintiendo con seguridad, como si el hecho de que Lailah estuviera a su lado lo llenara de valor.

—Mi Señor —Dijo una mujer—, es un honor tenerlo aquí, en la casa de nuestra familia. No puede haber mayor placer.

—No hay más alto placer —Repitió Voldemort, su cabeza se inclinó un poco a un lado mientras evaluaba a Bellatrix—. Eso significa mucho, Bellatrix, viniendo de ti.

El rostro de ella se llenó de color, sus ojos se inundaron de lágrimas de deleite—. ¡Mi Señor sabe que no digo mas que la verdad!

—Ya basta basta de alagos —Dijo Voldemort, acariciando a la serpiente.

Luego alzó la varita de Lucius Malfoy, apuntándola directamente a la figura que se revolvía lentamente suspendida sobre la mesa, y le dio una pequeña sacudida. La figura volvió a la vida con un gemido y empezó a luchar contra ataduras invisibles.

—¿Reconoces a nuestra invitada, Severus? —Preguntó Voldemort.

Snape alzó los ojos a la cara que estaba boca bajo. Cuando volvió la cara hacia la luz del fuego, la mujer parecía aterrada.

—¡Severus! ¡Ayúdame! —Gritaba con voz rota y aterrada.

—Ah, si, —Dijo Snape.

—¿Y tú, Draco? —Preguntó Voldemort, acariciando el hocico de la serpiente con la mano libre de la varita. Draco sacudió la cabeza tirantemente—. Pues no tendrás que asistir a sus clases. Para aquellos de los presentes que no lo sepan, nos reunimos aquí esta noche por Charity Burbage quien, hasta recientemente, enseñaba en la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería.

Se produjeron pequeños ruidos de comprensión alrededor de la mesa.

—Si... la profesora Burbage enseñaba a los hijos de brujas y magos todo sobre los muggles.... como no son tan diferentes a nosotros...

Charity Burbage volvió la cara de nuevo hacia Snape—. Severus... por favor... por favor.

—Silencio —Dijo Voldemort, con otro golpe de la varita, Charity cayó en silencio, como si estuviera amordazada—. No me alegra la corrupción y contaminación de las mentes de niños magos, la semana pasada la Profesora Burbage escribió una apasionada defensa de los sangre sucia en el Profeta. Los magos, dijo, deben aceptar a ladrones de su conocimiento y magia. La mengua de los purasangre es, dice la Profesora Burbage, una circunstancia de lo más deseable.... Haría que todos nosotros nos emparejáramos con muggles... o, sin duda, con hombres lobo...

Nadie rio esta vez. No había duda de la furia y el descontento en la voz de Voldemort. Por tercera vez, Charity Burbage se revolvió para enfrentar a Snape. Corrían lágrimas desde sus ojos hasta su pelo. Lailah miraba a la mujer con gran pena, sin poder evitarlo, comenzó a llorar de manera silenciosa.

—Avada Kedavra.

El destello de luz verde iluminó cada esquina de la habitación. Charity cayó con un resonante golpe sobre la mesa de abajo, que tembló y se partió. Draco, de manera inconsciente, apretó con fuerza la mano de Lailah, y en ese momento deseo que ella fuera real, que pudiera sentir su tacto. Lo necesitaba.

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