30. Nasargiel

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Mi cuerpo se congeló en el acto, al ver, con mis propios ojos, como esa enorme figura, antes de piedra, cobraba vida. El segundo, antes de que el silencio fuera cortado, pareció durar una eternidad, en el que mis amigos y yo, nos quedábamos estáticos, expectantes del enorme y colosal ángel frente a nosotros, nos sentíamos como se debían sentir pequeños animalitos, al encontrarse de repente con un depredador que los triplicaba en tamaño. Ni siquiera pudimos mirar a nuestros amigos, nuestros ojos estaban fijados en Nasargiel, esperando..., esperando a su primer movimiento, como si de eso dependiera nuestra vida, y es que, posiblemente, así lo fuera en realidad.

El trance instintivo fue cortado como una ráfaga, cuando Nasargiel hizo su primer movimiento. El suelo debajo de nuestros pies, tembló cuando él hizo fuerza con ambos brazos para sacar la espada que estaba clavada sobre la roca maciza, tarea, que no le resultó muy difícil.

Tuve que hacer equilibrio para no caerme sobre el empedrado. Mayo y Raguel se apoyaron mutuamente para mantenerse en pie. Andrei fue el único que no tuvo tanta suerte. Cayó de trasero, ya que el repentino temblor lo tomó por sorpresa. Se irguió, ayudándose con una roca. Lo escuché maldecir, algo extraño en alguien con sangre de ángel, y se acomodó mientras se sobaba la zona afectada.

— Maldito ángel de...

— ¡Andrei! — lo reprimí, antes de que terminara su grosería.

— Chris, ¿en serio?, no es momento para ser rectos...

— Chicos... — nos regañó Raguel.

Los cuatro miramos a Nasargiel, quien se había quedado inmóvil, era como si volviera a ser una estatua, sólo que sin piel de roca. No, aún permanecía consciente, sólo que esta vez parecía esperar algo de nosotros...

Mi corazón se desaceleró cuando entendí que el ángel colosal, no parecía tener intenciones de atacarnos, o por lo menos, no todavía.

— Talvez, si actuamos inteligentemente, podremos cruzar sin tener que pelear con él — pensó Raguel.

Yo no estaba muy seguro de eso, pero quería confiar en mi amigo inteligente, que sería capaz de sacarnos de este apuro. Siendo sinceros, no nos veía con ninguna ventaja si debíamos enfrentar a ese gigante. Miré alrededor, entre las rocas, y ante las paredes de aquella caverna, había varios cadáveres, que se veían absurdamente antiguos, desperdigados por el lugar, con espadas, escudos y demás piezas de armaduras antañas ya oxidadas. Era evidente que ese sería nuestro destino también, si nos enfrentábamos a Nasargiel.

Talvez, talvez la diplomacia era nuestra única salida.

Raguel comenzó a revisar los libros que traía en su mochila.

— Talvez, en alguno de ellos tengamos alguna pista... — decía, pasando las páginas velozmente. Mayo lo ayudó tomando uno de los libros.

— No dice nada de un ángel custodio... — aclaró con frustración ella, volviendo a repasarlo, como si no hubiera quedado conforme.

Andrei miró al gigante, con una expresión aburrida, y luego se cruzó de brazos.

Oh, no...

— No creo que la diplomacia funcione con este mastodonte, no parece tener muchas luces — dijo golpeando su antebrazo con sus propios dedos, en un gesto nervioso.

— Andrei — lo regañé y, luego, miré a Nasargiel, con algo de miedo, temiendo que aquel comentario lo hubiera insultado. Pero, el ángel continuó impasible. Talvez, Andrei tenía razón y no era muy inteligente.

— Estoy seguro que debe haber alguna forma de pasar, talvez algún mantra, un conjuro o algo... — decía, mi amigo, continuando con otro libro, de manera nerviosa. Este chico no actuaba muy bien bajo presión.

— ¿Qué haremos si no encontramos nada? — intercedí, comenzando a pensar en lo peor.

Mayo había cambiado su habitual gesto serio a uno de preocupación. Ella también había pensado en esa posibilidad.

No, debía mantenerme positivo...

Un suspiro interrumpió mis pensamientos. Andrei se había descruzado de brazos y miraba al ángel con una expresión seria.

— No podemos seguir perdiendo el tiempo — dijo.

Oh, no..., supe de inmediato lo que se proponía, fue casi como si pudiera leerlo directamente de su mente. No, eso arruinaría todo, si actuábamos apresuradamente y de forma improvisada, podríamos perder todos nuestros avances, y no podía permitir eso, no, cuando la vida de Amanda estaba en peligro.

— ¡Espera! — le dije, intentando detener lo que se proponía.

— ¡Oye!, ¡tú! — Andrei gritó, apuntando a Nasargiel, con un dedo. Llegué hasta él intentando hacerlo callar, pero él hizo caso omiso a mi desesperación — ¡Grandulón!

— ¿Qué haces?, ¿acaso te has vuelto loco? — no podía creerlo.

Mi corazón se paralizó cuando el rostro de Nasargiel giró sobre su propio eje, para fijar sus ojos ambarinos sobre nosotros dos.

Oh, no, no, no...

— ¡Déjanos pasar! ¡Hace horas que estamos caminando allí afuera!, ¡estoy cansado de escalar bajo el sol!, me siento sucio y tengo todo el culo sudado.

Lo miré con una expresión desesperada. Si, definitivamente el sol le había quemado el cerebro. ¿En serio se dirigía de esa manera a un ángel milenario que nos triplicaba en tamaño y fuerza? Estábamos perdidos.

— Sólo los ángeles puros tienen la entrada permitida — la voz de Nasargiel retumbó en toda la caverna. Mis tímpanos dolieron por la potencia de su voz, por su gravedad y profundidad. Mis amigos se taparon los oídos, pero por el gesto en sus rostros, supe que, aun así, aquellas palabras habían dolido en sus oídos —. Retírense de este lugar sagrado de inmediato, o serán exterminados.

— ¡No iremos a ningún lado! — abrí la boca con sorpresa al escuchar la respuesta de Andrei. Estábamos muertos — ¡Dije que abras la puert...!

Su orden fue interrumpida de inmediato, cuando sentimos que el gigante realizó un segundo movimiento. Fue extraño para un ser tan enorme moverse tan rápido, pero así lo hizo, desafiando cualquier ley de la lógica, movió de vuelta su espada, dejando caer toneladas de metal afilado sobre nuestras cabezas. Si no fuera porque reaccioné rápidamente, y no hubiera empujado a Andrei conmigo, ambos ya estaríamos muertos, cortados por la mitad.

Caímos de costado, yo encima de mi amigo, con el corazón acelerado. La espalda de Andrei dio contra el piso de roca, se oyó doloroso, pero no había tiempo que perder.

— ¡Eres un estúpido! — le recriminé, ya perdiendo parte de mi paciencia con ese chico.

— Oh, no. Has dicho una grosería — dijo con una carcajada, debajo de mí —, ya no eres tan impoluto como ant...

— ¡Cierra la boca! — no podía creer que tuviera ánimos de bromear, incluso en una situación como esta. Lo tomé por la tela de su camisa y tiré de él mientras me ponía de pie — ¡Arriba, si no quieres que nos mate! ¡Rápido!

Fuimos capaces de esquivar un segundo espadazo, pero por muy poco. El enorme y peligroso filo de la espada se había enterrado en la roca a unos centímetros de nuestros pies. No podríamos esquivar por siempre, teníamos que hacer algo de inmediato. ¿Pero qué?

Parte de la roca del suelo se agrietó y desprendió, cuando Nasargiel retiró su espada una vez más. La elevó sobre nuestras cabezas, una vez más. La siguiente arremetida nunca llegó, ya que Mayo logró llamar su atención, lanzándole un par de piedras al yelmo de león del ángel.

— ¡Por aquí, Nasargiel! — dijo ella, lanzando una tercera piedra — ¡Huyan chicos! — nos indicó, y así lo hicimos. Aprovechamos que Nasargiel tenía su atención sobre mi prima para escapar de su alcance. Corrimos hasta la pared contraria, a varios metros de distancia.

— ¡Mayo! — gritó Raguel cuando Nasargiel movió la espada en su dirección. Mi amigo invocó sus alas heredadas por la sangre de ángel, las cuales se abrieron enormes a su espalda, y las usó para volar hasta la chica y retirarla de la zona de ataque, antes de que resultara herida.

Un segundo después, Raguel aterrizó junto a nosotros, y suavemente depositó a Mayo sobre el suelo, quien bajó de los brazos de Raguel, con un pie a la vez. La pelinegra tenía un gesto de terror en el rostro, producto de haber estado al borde de la muerte, hacía unos segundos atrás.

— ¿Estás bien? — preguntó Raguel, preocupado, inspeccionándola de arriba abajo. Mayo contestó con un asentimiento veloz de cabeza.

Miramos a Nasargiel, quien ya nos había avistado a la distancia, y supimos que, solo nos atacaba si nos acercábamos a la puerta. Ese ángel no nos dejaría en paz hasta que abandonáramos esa caverna o termináramos muertos.

— ¿Qué haremos? — preguntó Mayo.

— No nos queda de otra que enfrentarlo, hasta que nos permita la entrada — dijo Andrei.

— ¡Tú cállate!, por tu culpa nos está atacando y casi le hace daño a Mayo— lo increpó Raguel, evidentemente enojado con su otro amigo.

— No — dije, y todos me miraron sorprendidos por apoyar a Andrei, por primera vez —. Andrei tiene razón.

— ¿Chris?, ¿lo has visto?, esa cosa nos matará. Los únicos que tenemos alas somos nosotros dos, y eso apenas nos sirve para esquivar sus golpes — Raguel intentó hacerme entrar en razón, pero era en vano, ya tenía una decisión tomada.

— Será imposible pelear contra un ser tan puro sin una espada sagrada — agregó Mayo, preocupada también.

— Ya llegamos hasta aquí. Si ustedes quieren, dense la media vuelta y vuelvan a casa, yo me quedaré a enfrentarlo.

— ¿Y si mueres? — mi prima me tomó por un brazo, preocupada por mí.

— No me importa, me prometí a mí mismo y a Amanda que la traería de vuelta, y no me importa morir en el proceso.

— Aww, eso sí es amor — canturreó Andrei a forma de chiste.

Miré a mi amigo bromista de reojo y le respondí con una sonrisa de lado.

— Se trata de más..., de mucho más que eso — le respondí.

No podría ponerlo en palabras exactas, mi vínculo con esa chica era extraño de explicar, simplemente inefable. Ella era mucho más que una simple humana y yo sentía que había dejado de ser sólo su ángel guardián desde hacía mucho tiempo.

Completamente decidido, mis amigos entendieron que no habría forma de detenerme, incluso Mayo lo entendió, ya que soltó mi brazo lentamente, como si de esa manera, dolorosa, me dejara marchar.

Fue algo doloroso sentir como la piel de mi espalda se agrietaba y abría para dar lugar al crecimiento de mis alas, cuales, emplumadas en cientos de gotas blancas, se abrieron de par en par.

Suspiré, dejando escapar el oxígeno de mis pulmones, lentamente, intentando mantenerme fuerte.

— No les pido que mueran conmigo... no, no quiero que mueran conmigo — me corregí a mí mismo.

— Si vas solo morirás — dijo Andrei, por la determinación en sus ojos, supe que estaba dispuesto a pelear a mi lado.

— Si vamos los cuatro, moriremos los cuatro... — le aclaré, con obviedad —. Esta es mi batalla, les agradezco que me hayan acompañado hasta aquí.

— ¿Por qué esto suena como una despedida? — me preguntó Mayo, y por primera vez, en mucho tiempo, vi sus ojos rojos por el acoso de las lágrimas.

— No, no es una despedida — dijo Raguel, realmente ofendido y empecinado a no dejarme morir —. No nos estamos despidiendo de ti, porque no morirás, lo sé — me aseguró mientras colocaba sus manos sobre mis hombros, pero estaba seguro que sólo intentaba convencerse así mismo.

— Bien, lo intentaré — dije, con una pequeña sonrisa, aunque, no estaba muy seguro de poder cumplir esa promesa.

— Por favor, vuelve a salvo — rogó la pequeña Mayo, mientras se abrazaba a mi cintura.

— Dale una paliza a ese grandulón, hazlo por tu chica — dijo Andrei, golpeando mi espalda con su mano. De aquella manera, intentó ocultar su preocupación detrás de un chiste, pero el tembleque de su sonrisa, lo delató. Él estaba tan preocupado por mí, como el resto de mis amigos.

— Por favor, sin importar lo que suceda, no interfieran — les hice prometer. No quería que ellos estuvieran en peligro una vez más. Ellos me habían seguido hasta las entradas de los infiernos por su cuenta, pero no tenían por qué, eran buenos amigos, y por eso debía cuidarlos.

Ellos asintieron, aunque no muy conformes. Yo, sintiéndome más tranquilo, ya que ellos estarían fuera de peligro, me vi con la valentía que necesitaba para dar un paso al frente, en aquella zona de batalla, en busca del encuentro con aquel ángel guerrero.

Batí las alas a mi espalda, para darme el impulso necesario para despegar mis pies del suelo. Volé por la caverna, mientras Nasargiel me seguía con los ojos, sin perder ninguno de mis movimientos. Volé cerca de una roca, donde descansaba el esqueleto de un antiguo guerrero. Sin tocar el suelo, extendí la mano y con ella le robé la espada que descansaba junto a sus huesos. Miré el metal de dicha arma, esta tenía el filo gastado, y su hoja algo agrietada. Estaba seguro que no me serviría mucho en la batalla, pero podía apostar que el resto de espadas, del lugar, estaban en las mismas condiciones. La empuñé, de manera algo inexperta, ya que era la primera vez que tenía una en la mano, y con ella en alto, me acerqué volando hacia Nasargiel.

Planeé cerca del rostro del ángel custodio, la única manera de verlo de tan cerca era volando varios metros lejos del suelo.

— No sé cómo, pero haré que abras esa puerta — lo increpé con mis palabras. El ángel pareció entenderlas, ya que lanzó un grito de guerra y luego arremetió contra mí con su espada.

Agité mis alas con fuerza para moverme ágilmente en el aire. Esquivé el espadazo con facilidad. Al parecer era mucho más fácil escapar de sus ataques en el aire, que con los pies en el suelo.

Cuando un segundo golpe de su parte buscó asestarme, aproveché el movimiento para acercarme a su cuerpo. Golpeé su hombro con todas mis fuerzas, pero la espada no traspasó nada de su carne, se quedó quieta sobre el material de su armadura, la cual me resultó impenetrable.

Tuve que deshacerme rápidamente de mi asombro, ya que Nasargiel no tardó en volver a atacarme. Moví mis alas envolviéndome en su viento. De esa manera me alejé del gigante, justo antes de que pudiera alcanzarme con su arma afilada.

Aquellos movimientos se repitieron una y otra vez. El gigante movía su espada, entonces yo aprovechaba aquel vacío en su defensa para atacarlo, pero no importaba dónde lo golpeara con mi espada, pecho, hombro, yelmo, su armadura no tenía ninguna debilidad, el metal sagrado de sus grebas y coraza eran capaces de detener mi ataque antes de penetrarlo un solo milímetro.

Aleteé con ímpetu, y la fuerza de mis alas volvió a alejarme una vez más de ese ser celestial.

Mayo tenía razón, una simple espada no funcionaría, necesitaba una espada sagrada. Lo terrenal nunca fue rival para lo sagrado. Ya que pertenecen a planos distintos, y uno es incapaz de llegar al otro.

La única manera de enfrentar a un ángel, era dejando mi parte humana atrás, sólo así estaríamos en igualdad de condiciones. Pero eso no era algo que yo pudiera decidir por mí mismo, uno no se deshace de una parte de sí, sólo porque quiera. Se trata mucho más que querer, tienes que desafiar a las leyes de la naturaleza, debes anteponerte a tu propio yo, y abandonar todo de ti. Y sólo si tu parte ángel, es lo demasiado fuerte, si tu alma se ha mantenido lo demasiado pura, si has procurado no caer tentado por tu instinto humano, sólo así, talvez la causalidad juegue a tu favor por una vez.

Pero, tantos años de intentar ser el más decente de todos, de abrazar mi parte ángel, de rechazar mi humanidad, ¿todo para qué?, el creador nunca me sonrió y me otorgó el mayor de mis deseos.

Siempre había guardado la decencia, la conducta, lo mejor que pude, pero siempre, por más que lo intentara, mi parte humana estaba allí, impidiéndome ascender como un ser puro, tentándome, obligándome a fallarle a la sacralidad de mi sangre. Alejándome un poco más de mi objetivo.

— Un nefilim nunca será capaz de convertirse en un ángel completo — me había regañado una vez el arcángel Miguel, cuando de pequeño le había rogado que me instruyera para convertirme en uno de ellos —. Tienes que aprender a vivir contigo mismo, con lo que eres.

No, no podía aceptar quién era, no cuando estaba incompleto, cuando no era ni humano ni ángel.

Y ahora, más que nunca sentía la maldición de lo que significaba ser un nefilim. Delante de mí, tenía la puerta que me llevaría junto a Amanda, pero no podía atravesarla, porque los humanos no pueden hacerlo, sino es por medio de la muerte, dejando su cuerpo atrás. Y yo no podía esperar a que eso sucediera, tenía que estar allí dentro ahora mismo.

El silbido de un metal, acercándose a mi oído, me despertó de la enajenación, me trajo de vuelta de mis pensamientos. Nasargiel había vuelto a acometer, blandiendo su espada en mi dirección. Fui capaz de esquivarla por poco.

— ¡Chris, cuidado! — había gritado Mayo. Mis amigos aún permanecían al final de la caverna, expectantes de mi pelea con Nasargiel.

— ¡No importa si no soy un ángel completo! — le grité a Nasargiel — ¡Encontraré la manera de llegar al infierno!

Levanté la espada, por su empuñadura, sobre mi cabeza, y batiendo mis alas, me lancé sobre el enorme ángel. La velocidad de mi vuelo se resintió en mi cabello despeinado y en mi piel tirante. Descargué un golpe, que cargaba con cada fibra de mi fuerza, sobre el enorme yelmo aleonado del ángel guerrero. Mis brazos temblaron al acto del choque, tuve que sujetar la empuñadura con fuerza, para que la espada no saliera volando por los aires.

Mis dientes rechinaron con rabia al ver que no había ocasionado ningún daño en su coraza, ni una abolladura, ni un rasguño. Perdido en mis sentimientos, no fui capaz de percibir un nuevo ataque de mi enemigo a tiempo. Lo esquivé por poco para que no me cortara con el filo al medio, pero no lo suficiente como para que no me golpeara con el revés de su brazo.

La fuerza del gigante me mandó lejos, el dolor y su empuje, me desestabilizó del aire, haciéndome imposible mantenerme en lo alto. Mis alas se sintieron fallar, y mi cuerpo, cayó sin control hasta el suelo. El golpe fue doloroso y rápido como un latigazo, tanto que me cortó la respiración durante varios segundos. Las rocas me cortaron parte de la ropa y la piel, abriendo pequeñas heridas que comenzaban a sangrar. Mi cuerpo entero se aquejaba por el dolor, y moverme se me hacía una tarea difícil.

Escuché a la distancia un grito y que alguien dijo algo, pero no supe qué y quién de mis amigos fue, ya que sólo podía concentrarme en el dolor de muerte que se resentía en mi cuerpo entero.

Estaba seguro que me pedían que lo dejara, que nos marcháramos, pero yo no podía desistir, abandonar la batalla, no aún que permanecía con vida.

Con dificultad, me puse de pie. Tomé la espada que había caído a un lado, y la empuñé una vez más.

No me rendiría, nunca.

— Amanda, me está esperando — dije y me alcé en vuelo una vez más.

Volví a atacar, inútilmente, la espada dio contra su armadura, produciendo un ruido metálico al mero choque. Por segunda vez, me fue imposible esquivar su ataque. Ya no tenía la agilidad del principio, estaba golpeado y adolorido, lo que había percutido en mis reflejos, velocidad e instintos.

Un grito ahogado se escapó de mi boca al momento que mi espalda chocó bruscamente contra una roca.

Mi visión se oscureció parcialmente. Tuve que tantear el suelo a mi alrededor, casi a ciegas, para lograr pararme una vez más.

Mi sangre de ángel, la cual me hacía más fuerte que el común, me mantenía aún con vida. Si fuera un humano ordinario, hubiera muerto con su primer golpe, pero no era un ángel tampoco, así que no podría soportarlo mucho más, necesitaba ganarle antes de que él me matara.

Ataqué una vez más a aquella mole. Nasargiel ni siquiera hacia el esfuerzo en esquivarme, él sabía bien que yo no podía hacerle ningún daño y eso me desmotivaba aún más.

— Mestizo, vuelve por dónde viniste. No me obligues a matarte — dijo, entonces lo entendí todo. Nasargiel aún no me había matado, no porque yo era fuerte, sino porque él así lo quiso. Me veía como un ser inferior, débil, que ni siquiera precisaba de usar toda su fuerza para matarme.

Aún anonadado por aquella revelación, recibí un tercer golpe de Nasargiel, el cual me envió al suelo una vez más.

Rodeé sobre mí mismo, hasta quedar boca arriba. Miré mis manos, estas estaban ensangrentadas por mi propia sangre y heridas. A lo lejos escuché una voz femenina.

— ¡Vas a matarlo! — gritaba Mayo, quien se retorcía en los brazos de Raguel. Al parecer ella había querido venir en mi socorro, y mi amigo la había detenido.

— Vuelve con tus amigos — dijo Nasargiel, dando un paso atrás, volviendo a su posición inicial. Él ya daba la pelea como ganada, y estaba seguro de que estaba convencido que yo me di por vencido.

Pero, no, no podía rendirme.

Grité con dolor mientras hacía un gran esfuerzo para levantarme una vez más. Pero, esta vez fue imposible, sólo logré sentarme, pero no por mucho tiempo, ya que mi debilidad me obligó a dejar caer una vez más la espalda contra la piedra.

Empuñé, con la poca fuerza que me quedaba, la espada entre mis dedos. Mi voluntad era fuerte, pero mi cuerpo no me acompañaba. No podía ponerme de pie.

Mi conciencia comenzaba a volverse confusa, la realidad se mezclaba con alucinaciones parecidas a sueños y recuerdos.

— Un nefilim nunca será capaz de convertirse en un ángel completo — aquel recuerdo volvió a mí, podía verme a mí mismo frente al arcángel Miguel —. Tienes que aprender a vivir contigo mismo, con lo que eres.

— ¡No! ¡Yo me convertiré en un ángel! ¡Yo seré como ustedes, el ser más puro y poderoso que Dios creó!

Miguel me miró con fastidio y con repruebo.

— Ustedes, los humanos, ¿qué piensan que es un ángel?

— Pureza absoluta, lo más sacro, lo más blanco. La creación más perfecta.

Miguel negó repetidas veces.

— Los ángeles no son sólo bien, que al igual que los demonios no son sólo mal, y como ellos también sienten compasión, saben amar y pecan.

— ¿Qué?, ¡no!, eso no es posible. ¡Un ángel es incapaz de pecar! — le respondí yo, como si acabara de escuchar la peor de las herejías.

— Los demonios también fueron ángeles. Su pecado fue lo que los hizo caer.

Miguel me recordó aquella teología básica. Todo nefilim conocía la caía de Luzbel y de todos los ángeles que habían participado de la rebelión contra Dios.

— ¿Ves? — me dijo, interpretando de mi silencio que estaba recordando aquella historia. Yo no lo entendí, no, no entendí como podía un ángel caer, ser desterrado del empíreo hasta el punto de convertirse en un demonio.

No, no lo había entendido hasta ese momento, donde mi conciencia estaba velada por el dolor, mezclada con imágenes antiguas de mis memorias, dónde mi cuerpo se resentía de dolor en cada músculo, donde mi respiración era casi un hálito pequeño y forzoso. Así, a media conciencia, fui capaz de entenderlo.

Los ángeles no eran perfectos, no eran pureza completa, no, por eso nunca había podido alcanzarlos, porque creí que estaban muy lejos, y no era así, eran mucho más parecidos a nosotros de lo que creí desde un principio.

Y entonces mi mente pareció despejarse con aquella comprensión, fue como si el sol saliera en mi propia conciencia y despejara las nubes de ignorancia. Lo entendí, lo entendí todo, el cómo y el qué. Lo supe, supe que lo había alcanzado.

Cada filamento de mi cuerpo comenzó a arder, como si el icor en mi sangre se revolucionara y se reprodujera como una plaga. El icor se desparramó por cada célula de mi cuerpo, lo purificó todo, tomó cada parte de mí, humana, y la elevó a otro plano, un plano lejano al carnal.

Lo sentí en la piel, en mis músculos, en mi mente, sentí como cambiaba, como me completaba. Ya no era una mitad, no. Una parte de mí fue dejada atrás, y en ese momento, me pregunté si la extrañaría alguna vez.

Apreté los dedos con fuerza cuando estos quemaron. Entre ellos aún sostenía la espada vieja. Sentí algo extraño con aquella vieja arma, comencé a sentirla como parte de mi alma, como si fuera una extensión más de mi cuerpo. Mis ojos se clavaron en la espada, y en ese momento vi como de esta desaparecían sus quebraduras e imperfecciones, se volvía blanca y su empuñadora, dorada, como un sol de oro.

Era... una espada sagrada.

Había sido capaz de invocar una espada sagrada. Mi espada sagrada.

Cuando el icor, que ahora inundaba mis venas por completo, se calmó, supe que la elevación había terminado. Por fin, era un ángel completo. Y ya, mi cuerpo no dolía, no quedaba ninguna huella de los golpes que había recibido, ni herida alguna. Sólo permanecían las de mis ropas.

Algo rugió en mi interior, se encendió como una llamarada viva.

En menos de un segundo, fui capaz de ponerme en pie, sin dolor alguno. Moví mis alas, y estas me llevaron ante Nasargiel, quien, antes me había parecido tan fuerte, tan veloz, ahora, él no fue capaz de prevenir mi ataque, ni mi espada cuando le atravesó la armadura en el pecho.

Ahora era rápido y fuerte. Tenía todo lo que necesitaba para rescatar a Amanda del infierno, y traerla de vuelta conmigo.  

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