31. El Sello de Baphomet

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Al cruzar el umbral del baño, me encontré con la habitación completamente limpia, como si un asesinato no hubiera ocurrido allí. Glotón y Jared habían hecho un buen trabajo deshaciéndose del cuerpo y de toda la sangre.

Y una vez más, crucé el marco de la puerta de la habitación, pero esta vez sabía que sería la última vez que saldría de esa habitación. Una vez que diera un paso fuera del cuarto, sería para marcar mi fatal destino. Un deje de melancolía me asaltó al pensar que moriría sin volver a ver a Ellie una vez más antes de morir. Nunca pude despedirme de ella. Me apenó pensar que ella viviría sin saber qué sucedió conmigo. ¿Ellie alguna vez dejará de buscarme?, lo dudo mucho. Esa chica nunca se rinde. Podía imaginármela, mirando hacia la puerta de entrada, esperando por mi regreso. Saliendo a medianoche, caminando las oscuras calles y llamando mi nombre en vano. Preguntando a desconocidos por mi paradero, señalándoles mi última foto tomada.

Lo siento, Ellie. Pero este será un adiós.

Con estos pensamientos en mi cabeza, seguí a Gennete, quien me llevó por la casona, pero por otro camino distinto al que acostumbraba a recorrer, esta vez se trataba de uno mucho más fúnebre. Era uno frío, gris y sin ventana que diera luz, y que con cada paso que daba, descendía más en esa casona, me internaba en más oscuridad y frío abismal.

¿Qué sucederá con mi alma cuando muera?, me pregunté mentalmente. Talvez, talvez no era tan malo morir, podría reencontrarme con mi madre. Esa idea me alegró momentáneamente, pero la breve sonrisa se fugó de mi boca cuando comprendí que mi alma no iría al mismo lugar donde debería estar descansando ella. Un alma tan oscura y llena de ira como la mía, nunca podría ascender al cielo, no, pertenecía al infierno, en compañía de las sombras.

Mis pies se toparon con el inicio de una escalera que descendía. Bajé por ella cuando sentí la mano de la bruja sobre mi espalda, dándome un empujón para que no me detuviera por mucho tiempo.

La imagen de alguien más asaltó mi mente mientras descendía. Sí, no me había olvidado de él, nunca lo haría. Chris..., por un momento, tuve esperanzas de que él vendría por mí, pero no fue así. ¡Él no tendría por qué!, no era nada mío, ni familia ni amigo, sólo era un desconocido que le había mostrado algo de simpatía a una chica desgraciada. Lástima, eso era lo único que ese chico había sentido por mí.

Pero..., si era sólo lástima, ¿por qué había ido por mí en aquella casa abandonada y había luchado contra Malcolm y su padre?, talvez, eso nunca había sucedido y sólo había sido una alucinación de mi cerebro, intentándome salvar, intentándome hacer creer que le importaba a alguien.

Un nudo doloroso se formó en mi garganta, pero no pude llorar. No, ya no podía, lo que hacía el dolor en mi corazón aún más insoportable. Era como si aquel ataque de llanto en el baño hubiera sido el último, para después, mi corazón dormirse detrás de un enorme muro. Sentía que algo se había apagado en mi interior. Como una vela que soplas y deshaces su única luz para siempre, así me sentía.

Estaba sola.

No le importaba a nadie.

Llegamos al final de las escaleras, a lo que parecía ser un sótano, allí, se abría frente a mi persona, una enorme sala cavernosa, envuelta en oscuridad, pero que estaba pobremente iluminada por algunas velas rojas. Las paredes estaban sobriamente desnudas, incluso la piedra que la levantaba, se veía desarraigada y lúgubre. Pero algo desentonaba en ese lugar, algo que me obligó a fijar mis orbes oculares con atención. En el centro de aquella sala, se encontraba sobre el suelo, un pentagrama dibujado en blanco.

No, era un pentagrama invertido. En cada vértice de aquella espeluznante estrella se hallaba una escritura, en lo que presumía que se trataba de hebreo. Por un momento, me pareció que, aquellas letras ilegibles para mí, se movieron y se trasformaron en letras fenicias, y así creí leer, por menos de un segundo, "LVIThN".

— ¿Leviatán? — dije en voz alta, entendiendo aquello.

Mi padre, quien se encontraba a un lado de ese pentagrama invertido, se giró al escuchar aquella palabra. Hubo cierto macabro reconocimiento en la superficie de sus ojos.

— La oscuridad en ti ha comenzado a transformarte... — concluyó, mirándome de reojo, pero aún enfrentando con el cuerpo a aquella estrella diabólica.

— No podemos aplazar el ritual mucho más, a este paso se convertirá en uno — agregó Gennete a mis espaldas. Yo abrí los ojos con sorpresa.

— ¿En un qué? — pregunté, con la esperanza de tener respuesta.

Cronos se volteó completo, y sus ojos se encallaron en mi persona. Sus pupilas negras reflejaban el fuego de las velas rituales, y la sonrisa que desplegaba su boca era terrorífica.

— Uno..., uno como nosotros — me aclaró el hombre frente a mí, y a la mera comprensión de aquella respuesta, sentí como mi cuerpo se congeló en el lugar, con terror y rechazo.

— ¡No!, yo nunca podría ser como ustedes. ¡Soy diferente!

Su sonrisa cínica se ensanchó y de entre sus dientes pronunció la siguiente interrogación:

— ¿Estás segura?

Y las imágenes de mí misma, sobre un cadáver con un espejo en la mano, y yo llovida en sangre, rodeada de un charco carmesí y de sombras, de figuras negras. No, no podía ser posible.

— Como lo supuse — mi progenitor tuvo su respuesta de mi silencio y de la expresión perdida de mis ojos. Abrí la boca para negarlo, pero no tuve palabras, ni me dieron el tiempo de pensar una respuesta —. Llévenla hasta El Sello de Baphomet.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí que me tomaron por ambos brazos, era Glotón. Giré mi rostro buscando una manera de librarme de aquello, pero mis ojos sólo dieron con el rostro de varios conocidos, Cameron y Malcolm también estaban allí, desde las sombras, alejados, observando en silencio, como si esperaran alguna orden para romper con la quietud de sus cuerpos. Fijé mi vista sobre Malcolm, él de manera inmutable, sólo me vio siendo arrastrada hasta aquella estrella que ahora pude apreciar más de cerca.

Entonces, descubrí que la estrella no está sola, en su centro se dibuja el rostro de una criatura medianamente humana, medianamente cabría, con grandes cuernos enrulados, y ojos negros, sin una pizca de alma. Y en la cabeza del mismo, se alzaba un monolito de piedra, con la extraña forma de un altar negro, y este en su centro sostenía aquella copa que ya había visto en varias oportunidades. A la que llamaban el Santo Grial.

— Es el rostro de Baphomet — me informó mi padre al descubrir como miraba aquel dibujo macabro, grabado sobre la piedra en el suelo —, será ante él donde hallarás el sacrificio. Tu sangre, hasta la última gota, será derramada, en el rostro caprino de un demonio.

Mi yo, la de antes, aquella que aún guardaba un poco de luz en su interior, la que aún tenía deseos de luchar, de permanecer despierta, y de sentir el palpitante signo de vida en el pecho, esa yo se hubiera negado, hubiera luchado por salir de aquel lugar, hubiera suplicado clemencia y algo de misericordia en aquellos oscuros corazones de demonios, pero esa Amanda ya no existía. La yo actual... era muy diferente. No era la misma, algo en mí se había apagado. Ya no sentía esa pequeña llama interior que me impulsaba a seguir luchando, a mantener los ojos abiertos, no, simplemente, todo me molestaba, incluso respirar, todo se tornaba pesado y lejano, como estar detrás de una cortina, todo se veía lejano y sin importancia.

¿Quién me extrañaría? Nadie.

¿Tenía sentido seguir luchando? No.

¿Moriría? No me importaba.

Sólo había algo que aún no se apagaba en mí, y esa era la incomprensión, esa sed de entender, si iba a morir, por lo menos quería entenderlo.

— Entonces..., los demonios existen — aclaré, sin ritmo en mi voz, sin poder despejar mi decaída vista del tal Baphomet.

— Por supuesto — ya no me sorprendió que mi padre estuviera tan hablador a esta altura.

— ¿Y tú eres uno de ellos? — volteé levemente en su dirección. La sonrisa que se anudó en sus labios fue una respuesta cínica. Sus ojos se achinaron y las sombras brillaron alrededor de sus pupilas.

— Me presento — dijo, con un notable tono irónico, mientras hacía una pequeña reverencia a modo de saludo en mi dirección —, me llaman Cronos, el demonio devorador. Uno de los diablos más antiguos, de tantos años, que su primer nombre ha sido olvidado por todos, por los hombres, por Dios y por sí mismo.

Parpadeé perezosamente. Todo parecía una fantasía, y puede que lo fuera, pero no me esforcé en cuestionarla, ni tampoco en creerla, no tenía fuerzas ni para formular una opinión al respecto, sólo era un receptor.

— Si tengo tu sangre, eso me convierte en un demonio también — intuí.

— Todavía no tienes lo necesario para ser uno, y tampoco te daré el tiempo para que lo tengas.

Apreté los labios a su respuesta, no quería ser uno, así que de cierta manera me alegraba morir antes de convertirme en uno.

— Gennete dijo que tengo sangre de ángel — recordé en vos alta. Por primera vez, vi una expresión parecida al enfado en mi progenitor desde que había llegado a esa caverna.

— Esa bruja dice muchas cosas — escupió, y pude percibir como la pelirroja temblaba ligeramente a mi lado, pero intentando fingir compostura.

Decidí volver al tema anterior al ver que no obtendría nada por esa parte.

— Malcolm también es uno... — mi voz se descompuso al final, al nombrarlo a él, pareció que cierta flama se reavivaba en mí — uno de ustedes. ¿Un demonio?

Una carcajada lúgubre y punzante rebotó contra las paredes de aquel sótano oscuro. Era mi progenitor, aquel demonio al que llamaban Cronos, riéndose de mi expresión dolorosa.

— Oh, sí. Malcolm ha hecho un buen trabajo — y sonrió. Vi de reojo como el mencionado se removía incómodo sobre la pared de piedra — ¿Quieres que te diga que no? ¿Acaso quieres sentirte menos estúpida por haberte enamorado de un demonio?

— ¡Yo no me he en...! — callé, no pude negar algo que ni siquiera estaba segura de sentir.

¿Estaba enamorada de él?

¿De Malcolm?

¿Del chico que me había engañado?

¿Del chico que me había llevado ante mis captores?

— No voy a negarlo, es un mestizo, sí, pero es un demonio, como cualquier otro que pertenece al infierno.

Mis párpados cayeron de manera pesada, y la comisura de mis labios se apretaron con frustración.

Ya no me quedaba nada. Con aquella confirmación, esa pequeña flama que pareció revivir volvió a extinguirse, y sólo quedaba humo y cenizas en lo que una vez fue vitalidad en mí.

— Ahora que lo comprendes, ha llegado la hora.

Levanté la mirada y la clavé sobre él. La charla se había terminado, y Cronos ya no tenía más deseos de continuar alimentando mi curiosidad, según él, ya sabía todo lo que se me permitía saber.

— Bruja — le ordenó el demonio mayor y ella acudió con una escudilla que contenía un líquido negro, súper viscoso y espeso. Yo no pude evitar mirar aquello con horror —. Bébelo — esta vez, la orden estaba dirigida a mí. Yo le devolví la mirada, ¿en serio pretendía que me tragara esa cosa que tenía muy mal aspecto?

— Yo...

— Te conviene tomarlo por las buenas — amenazó, y supe que no tendría ningún reparo en hacérmelo beber a la fuerza.

Suspirando resignada, tomé el pequeño recipiente de las manos de la bruja y lo acerqué a mis labios. Olía repugnante, como a petróleo.

— Bebe — insistió.

Respiré hondo, y sosteniendo el aliento, me llevé el contenido a la boca, arqueando la cabeza hacia atrás. Tosí repetidas veces, e intenté recuperar el aire, el cual se sentía obstruido por burbujas de brea, por aquel líquido difícil de tragar. Me costó recuperarme, pero cuando recobré el aliento, una sensación extraña y pesada me sobrevino, pero no supe bien describirla, era como si me costara entenderme a mí misma, como si mi cerebro se estuviera quemando. Presioné los párpados con fuerza, pero la sensación persistía.

— Súbanla — dijo y sentí como Glotón me levantaba en el aire, para dejarme, segundos después, sobre el altar. La superficie fría de este se resintió sobre mi hombro desnudo.

Cronos se posicionó en la base del sello, sentí sus frías manos de muerto sobre mi nuca, y haciendo presión, colocó mi cabeza de costado, yo me sentía lo suficiente enajenada como para cometer la menor resistencia. Sólo podía dejarme hacer.

Mi cuello quedó completamente expuesto, y es sobre la piel de este que sentí un metal punzante.

Malum, nimium, et benignum, ternum — pronunció su boca de demonio y sentí como se abría una hendidura en mi piel.

De mis labios salió un quejido débil, casi imperceptible, que fue ignorado por todos.

Pars perfecta est — concluyó cuando la sangre brotó en un pequeño caudal que fue a parar en el familiar cáliz. A pesar de no entender aquel idioma, sentía que aquellas palabras ya las había escuchado.

Cerré los ojos, y me dejé desangrar la vida. 

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