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La tarde del día siguiente, poseía un desánimo que no era propio comúnmente en mí, pero sí lo era de aquella Liz que no sabía cómo manipular las cartas que se le otorgaron para jugar con el mismísimo destino.

Y es que lo amaba tanto que mi respiración se cortaba con solo pensar en él, en lo que teníamos, ese amor que nos pertenecía, que se transformó con los años, amoldándose con lo que solo podía unirnos de la misma manera que lo hiso la primera vez.

Nos amábamos tanto que aquel amor no conocía de años ni de tiempo, porque lo que realmente es, para siempre será.

— ¿De nuevo pensando? —inquirió mi padre trayéndome de mi distracción haciendo que me despabilara.

—Sí, lo siento... ¿decías algo? —me acerqué a abrazar a mi padre y estampar un beso en su rostro.

Había salido del trabajo y deduje que lo primero que hiso fue venir a verme, agradecí en mi interior que lo haya hecho porque necesitaba al mismo padre de mi niñez que me brindaba los mejores consejos.

El mismo que en ese momento me protegió y consoló en sus brazos cuando se lo conté, me sentía segura porque sabía que en sus brazos lo estaría siempre.

Mi padre mencionó que se le ocurrió una idea y desapareció de mi habitación dejándome con la curiosidad y no volví a saber de él el resto del día.

La noche empezaba a emerger a través de las cortinas cálidas del día, me había encerrado en mi habitación (la que tenía en la casa de mi abuela) a ver una serie de televisión que transmitían.

Mi abuela lo interrumpió gritando mi nombre a todo pulmón desde la sala, al bajar me encontré a mis dos mejores amigas reunidas: Verónica y Anahí.

— ¿Debo ponerme algún cinturón de seguridad para evitar cualquier descontrol estando con ustedes? —cuestioné con sorna.

—Hieres mis sentimientos —dramatizó Anahí cruzando los brazos en signo de supuesta molestia y haciendo muecas de disgusto.

—Tu amiga me cae bien, Liz —comentó Verónica con una risilla cómplice—. Me alegro que una persona como ella haya ocupado mi lugar en cierto tiempo.

—Chicas —alargué la palabra llamando la atención de ambas—, ustedes se ganaron un lugar diferente y único en mi corazón.

—Menos mal no está Matías a defender que tu corazón es suyo —se burló Verónica.

—Mi corazón es de quienes se lo hayan ganado, no de sólo una persona o dos —aseguré—, lo que no logro descubrir es a qué se debe la visita de ustedes dos.

—Ah, okey, eso fue una indirecta de "interrumpieron mi programa, no las esperé" —canturreó Anahí imitando mi voz de una manera muy graciosa.

—Creo que me conocen demasiado —rodé los ojos.

—Yo vine porque... Hmmm, bueno, contacté con mis padres biológicos —confesó, oí que suspiraba pero la dejé seguir si así quisiera—. El punto es que le comenté a Irene que quería saber de ellos, me dijo que años atrás mis padres contactaron con ella para saber de mí, si en algún momento los necesitaba podía contar con ellos y conocerlos si estaba segura de lo que haría.

—Y... ¿Lo harás? —cuestioné.

—La respuesta tú ya lo sabes y si Anahí vino fue porq...

—Quería molestar, oí que volviste y quería venir a verte, te extrañaba.

De la nada, las tres nos unimos en un abrazo y por continuación una pijamada, la primera que compartí entre ellas dos, también sería la última.

Al amanecer regresaron por Verónica.

La extrañaría mucho, ella viajaría a Italia para conocer a sus padres biológicos y complementar ese vacío dentro de ella, le hacía falta estar tranquila después de tantos años de búsqueda preguntándose el por qué, no importaba cuál sea la razón, estará tranquila con sólo saberlo... sé que lo estará.

Por comentarios de Anahí me había enterado que Jeremías superó que lo haya dejado el día que me pediría matrimonio, había ido a viajar por Europa y luego iría a estudiar, me alegré por él, al menos estaba segura que me perdonó y que no viajó guardándome rencor.

Anahí como lo había dicho, se quedaría a estudiar allí, seguía muy feliz con su novio quien lo apoyaba en todas sus decisiones.

"Lucha por lo que quieres ardilla, no te detengas por nadie, da lo mejor de ti, si en ocasiones te sientes desorientada has lo que creas correcto sin importar que tuvieras que renunciar a lo más importante de tu vida por ello" esas fueron las "fuertes" palabras de Anahí antes de casi romperme los huesos con su abrazo para luego llorar.

Y, no, ella no podía ser seria en ningún momento, hasta para llamarme ardilla entre sus consejos.

Anahí y sus cambios repentinos que no terminé por acostumbrarme.

Verónica y su desesperada búsqueda por conocer la verdad.

Cada una con un propósito diferente, yo sabía el mío, pero me costaba aceptarlo.

Nunca hubo un "adiós" sino un "les deseo mucha suerte" porque ellas irían por un logro más para cerrar esa etapa que desde años deseaban cerrar, estuve orgullosa de las amigas y personas que me tocó conocer y gracias a ellos aprendí algo de cada uno.

Cada aprendizaje es un fragmento que cuenta y suma para armarnos a nosotros mismos.

Antes de acostarme a dormir sonó mi teléfono celular marcando la llamada entrante de: Mi chico, y un corazón al lado.

Así de tierno y cursi.

— ¿Ya duermes? —preguntó al otro lado de la línea.

—No tonto, soy un zombi —me burlé, era divertido gastarle bromas al "rey de las bromas".

—Muy graciosa, te extraño mucho, mi pequeña.

—Yo también te extraño.

— ¿Lo haces?

— ¿Extrañarte? Matías, sabes que sí.

—Entonces sal a fuera.

— ¿Qué? —pregunté pero ya había colgado.

Me asomé a mi balcón, y sí, allí estaba, tan apuesto, tan sonriente y alegre, tan... él.

No hubo segundo para exteriorizar las palabras, simplemente no me salían, no eran necesarias, corrí a abrazarlo porque lo extrañé y necesitaba tanto un abrazo suyo, también de sus besos que pronto no tardaron en cumplir nuestro pedido.

— ¿Cómo llegaste aquí? —inquirí apenas despegándome de sus dulces labios.

—Dos palabras: tu padre.

—Oh, entonces eso era lo que fue a hacer —intuí analizando todo aquello.

—Creí que te alegrarías de verme —sacó el labio inferior, era tan lindo haciendo un intento de puchero improvisado.

—Me alegra verte —apretujé sus cachetes agitándolos de un lado a otro, él sólo negaba y giraba los ojos—. Te amo.

—Y yo a ti, mi pequeña —nos fundimos de nuevo en un beso de los que tanto me encantaba saborear.

Lo invité a entrar y le ofrecí chocolate caliente con madalenas que había comprado de la pastelería del pueblo, a lo que sin dudas Matías no se negó.

—Ya sé lo que intentas descifrar con tu mirada, mi pequeña —acarició mis mejillas al percatarse de mi atenta mirada y mantenerme sumida en mis pensamientos—. Tu padre nos invitó a mí y a mi madre a que viniéramos, me negué a que él pagara el hotel, pero ya lo conoces.

—No existen "no" para mi padre —intuí con un Matías asintiendo.

—Me pareció buena idea, y... aquí estoy.

—Quédate —pedí cabizbaja.

—No quiero dejar sola a mi madre.

—Tráela aquí, que duerma en mi habitación y nosotros dormiremos en la otra que era de mis insoportables primos —volví a insistir.

Matías sucumbió a mi pedido, unos minutos más tarde su madre entraba por la puerta de la casa, la saludé cordialmente así como mi abuela quien no tuvo problemas en que ellos se quedaran.

Dormir en los brazos de Matías siempre resultaba buen calmante para mis miedos e incertidumbres.

Tenerlo a él me brindaba seguridad, y como siempre lo dije, estando con él, nada podía salir mal.

Todo lo tenía bajo su control, sus brazos eran una especie de... escudo ante mis miedos.

***

Holis, los extrañé.

Un último capítulo y termina esta historia.

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