Contratiempos, de @richardleb.

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Junto a la gran chimenea, dos hadas se encontraban esperando el anuncio oficial de la Nochebuena. La habitación era preciosa. Sobre la chimenea había una corona navideña y un par de calcetines coloridos, una extensión de luces desperdigadas por todo el lugar, figuritas de soldados de cascanueces y osos con gorro de Navidad, pero la mayor belleza se encontraba empotrada en una de las paredes: una enorme biblioteca rodeada de libros.

Una de las hadas se encontraba sentada sobre un enorme sillón con un libro entre las manos, tan sumergida estaba en las palabras y tan cerca tenía los ojos del libro que no se podía divisar su rostro; pero tras el volumen unas enormes alas como de mariposa se alcanzaban a apreciar.

La segunda hada se encontraba cerca de una mesa, con un par de materiales que la rodeaban, lo cual podría asegurar que estaba creando algo. Y así lo era: mientras que su compañera se encontraba sumida en la lectura ella se encontraba fabricando un regalo.

La Navidad reinaba en aquel reino de hadas y de elfos. ¡Por supuesto, vivían en el taller de Santa! O no propiamente vivían allí, pero para las festividades pasaban gran parte del tiempo en ese lugar. Si algún elfo se quedaba atorado con una tarea encomendada por Santa Claus, ahí estaban las hadas para salvar las festividades; después de todo, trabajaban en equipo. Sin embargo, algunos elfos eran bastante celosos con su trabajo; solo podían aceptar la ayuda de las hadas si estaban demasiado liados.

—¡Un par de detalles más y tendré listo el regalo para la reina! —exclamó entusiasmada el hada de las manualidades—. ¿Qué cara crees que ponga? ¿Crees que le gustará?

Volteó su rostro a su compañera, que seguía sumida entre el contenido de aquella obra.

—Este libro es grandioso —respondió, aunque en un tono que fuese como para ella misma, incluso se podía pensar que no escuchó las palabras de la compañera—. El mundo de los humanos es tan hermoso, ¡cómo me encantaría que Santa me llevara en su trineo a repartir regalos!

—¿Acaso no me escuchaste? —refunfuñó Rhoswen, acercándose al hada que seguía enfrascada entre las páginas de la historia—. Ya casi es Nochebuena y tú estás ahí leyendo.

—¡Espera! —gritó Marín y bajó el libro; lo dejó sobre uno de los brazos del sillón y volteó a mirar a su compañera—. ¿Dijiste el regalo de la reina?

—Así es —contestó Rhoswen con una sonrisa—. ¿Qué opinas?

Marín se quedó mirándola por unos minutos tratando de conectar con la realidad. Los ojos de color violeta se centraron en su colega, quien ahora mostraba una sonrisa enorme. Luego, bajó la mirada al regalo, un pequeño recipiente redondo con tapa y de colores pastel. 

Ante la renuncia de Marín por contestar, siguió hablando:

—Es un recipiente para guardar polvo de hadas —dijo Rhoswen—. Estoy segura de que debe de tener miles de ellos, incluso tendrá algunos hechos de oro, de plata, algunos tendrán perlas —guardó silencio por un minuto y continuó—: Sin embargo, lo hice con mis manos, con los materiales que de vez en cuando dejan los elfos. ¡Mira, es la señal!

Rhoswen señaló la chimenea. Un polvo brillante caía desde el interior, como tratándose de copos de nieve. Era la señal de que Santa Claus estaba listo para emprender su viaje por el mundo entregando regalos a los niños y esparciendo amor y felicidad como cada año. Marín abrió los ojos de par en par, al igual que la boca. No era una reacción normal ante la despedida de Santa; todo lo contrario, las hadas y los elfos se entusiasmaban por su partida, pues algunas hadas resultaban afortunadas y afortunados para viajar con él.

La expresión de Marín era de terror. ¡Había olvidado fabricar el regalo a la reina de las hadas! Estaba tan enfrascada en aquel libro y en otras labores a lo largo del día que había olvidado por completo ese pequeño detalle.

—No he hecho el regalo para la reina —soltó Marín y se tapó la boca con ambas manos.

Rhoswen la abrió, estupefacta. No tenía palabras para semejante desfachatez y se quedó petrificada ante semejante confesión.

—¡Por favor, ayúdame! —suplicó Marín, juntando sus manos. 

Luego se tendió de rodillas. ¡Estaba desesperada!

—No hay tiempo —respondió Rhoswen.

La puerta de aquella habitación se abrió. Tras la misma un elfo sonriente asomó la cabeza  y con una sonrisa pintoresca comentó:

—¡Santa las espera! Elegirán a las hadas que irán con él este año.

—Vamos —dijo Rhoswen, sosteniendo con fervor el recipiente que había fabricado y se acercó hasta el elfo que esperaba, asegurándose de que salieran junto a él—. Algo se nos ocurrirá en el camino.

Marín asintió lentamente y se acercó con pasos largos hasta el elfo y su compañera. Algo se le ocurriría en el camino, al fin y al cabo no era la primera vez que le pasaba. 

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