❄︎ | chapter 1: the anthem of the crows

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libro uno: venganza en la oscuridad
capítulo uno: el himno de los cuervos
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🩰 Distrito Universitario, Ketterdam, Kerch

KAZ BREKKER NO TENÍA una buena razón para haber abandonado el Club Cuervo en pleno mediodía. Al contrario, existían innumerables razones por las que debería haberse quedado. La que más le resonaba en la cabeza mientras caminaba era el dolor en su pierna, generado por una exhaustiva caminata desde East Stave, atravesando en el medio el eterno Distrito Financiero. Otro motivo era que no estaba resguardado en la oscuridad de la noche, en cambio la lluvia era su escudo y las personas estaban más interesadas en no pisar un charco que en quienes transitaban a su lado.

La elección correcta hubiera sido enviar a Inej, ella tomaría atajos que él jamás vería posibles y lo haría mucho más rápido. Pero siendo la fecha que era, Kaz prefería tomar esta tarea en sus manos. Si estaba bien o mal, no le importaba. Su incentivo era la idea de que mañana no podría hacerlo. Ni pasado. Ni durante el resto del mes. Tiempo suficiente para reponerse del malestar en la pierna y que el ciclo se repitiera una vez más.

Por supuesto que nadie lo vio escabulléndose en un callejón detrás de una reja, el candado falso se hallaba apoyado en una caja del otro lado, por lo que ella seguía allí. Kaz subió las escaleras de metal que lo conducían hacia el segundo piso y abrió la ventana tapiada con el pico del cuervo de su bastón. Se asomó al interior tenuemente iluminado por las lámparas de gas y la vio parada en el medio de la pequeña alcoba. Le daba la espalda, su concentración se enfocaba en la coreografía que las bailarinas realizaban del otro lado del cristal. Rígida y derecha, postura que había implementado mucho antes de que el baile se la enseñara.

Kaz aguardó apoyado en el alféizar, conteniéndose para no apurarla, mientras se frotaba disimuladamente la pierna derecha. Era tarde, pero interrumpirla en su espacio le parecía una intromisión que no le correspondía. La opción fácil habría sido esperar, en lugar de aventurarse hasta allí durante una tormenta y estar en una situación incómoda. De igual manera, ya no valía la pena imaginar lo que debería haber hecho. Sentado en una ventana destartalada, lo único en lo que valía la pena pensar era en el lluvioso camino de regreso.

Las luces se apagaron de un segundo a otro y Galina Verlaten se dio vuelta con una sonrisa torcida que no engañaba a nadie. Al menos no a Kaz. Llevaba su cabello recogido en un apretado rodete y la capa atada a su cuello le cubría la ropa con la que practicaba. Un bolso colgaba de su hombro, donde debían estar guardados su sombrero y sus zapatillas de punta.

Hace un año, Kaz había sido informado sobre un trabajo importante para el que necesitaba a Galina y la fue a buscar aquí mismo. La encontró a la mitad de una de sus rutinas, imitando a las bailarinas a las que siempre podía ver, protegida por un espejo de dos caras. Si la vida hubiera sido amable con ella, Galina habría estado tomando la clase junto a esas chicas y no escondiéndose en la habitación contigua como un fantasma en una casa abandonada. Jamas la había visto bailando antes y al ser testigo de sus movimientos, Kaz se vio hipnotizado. Por un momento, se había convertido en un simple chico que había ido a buscar a una chica a la salida de una clase de danza para acompañarla hasta su hogar. De haberlo sido, él no tendría un bastón y ella no usaría guantes largos hasta los codos. De haber sido adolescentes normales, jamás se habrían conocido.

Kaz nunca más la quiso ver bailar desde aquella vez. Ese corto desconocimiento de su propia vida no le brindó ningún pensamiento positivo y aunque presenciar a Galina moverse con tal gracilidad le generaba una cierta paz, prefería no experimentar nada que lo condujera a especulaciones sin sentido. La esperanza no era para ellos, hacía rato que los había abandonado.

—No veo ningún paraguas en tus manos —dijo Galina, observando los alrededores de Kaz—. Pareces un perro perdido buscando un techo en el que protegerte.

Sin decir nada, Kaz extendió un paraguas que Galina no había notado, ya que estaba oculto detrás de su pierna. A ninguno de los dos les importaba mojarse, pero Kaz lo había llevado para ella, para que pudiera usar sus pulseras en caso de ser necesario y que las chispas que provocara su roce no fueran extinguidas.

—¿Para qué viniste? —le preguntó, mientras atravesaba la ventana en un rápido movimiento. Sus ojos se desviaron un segundo hacia la pierna de Kaz, pero no hizo ningún comentario sobre ello.

—El clima está a favor de una de las trampas de Saksa y preferí no arriesgarme a que te lleven un día antes de lo planeado —y añadió, bajando las escaleras por delante de ella—. No cuando hay tantos pichones llenando las mesas de apuestas.

Podría no haber tenido una buena razón inicial, pero el frío de la lluvia le había espabilado los sentidos y agradecía a su instinto por obligarlo a venir hasta aquí. Aunque ese no fuera el verdadero motivo.

—Oh, no, porque sería terrible que se pierdan mi melodiosa voz —Kaz no se daba cuenta si imaginaba o no el tono de hartazgo en la voz de Galina—. No sé qué harán sin mí mañana. Ni hablar del resto del mes.

Kaz tampoco tenía idea.

—Nos las arreglaremos, como siempre.

Como cada mes que Galina debía irse del Club Cuervo, para trasladarse a West Stave, una fracción de la mente de Kaz maquinaba alguna forma de traerla de regreso. De por sí, el contrato que había firmado para pagar su escritura había sido difícil de conseguir y terminar de hacerlo era imposible cuando la otra parte de dicho acuerdo no quería dejarla ir. Inmiscuirse en negocios con grishas era peligroso, porque eran más costosos y contraían menos beneficios de lo que valían. Después de todo ese esfuerzo monumental para conseguir ese maldito contrato, Kaz había analizado seriamente la posibilidad de asesinar a Saksa Van Leeuwen para que todo se solucionara de una buena vez.

Observó a Galina de reojo, esperando que abriera el paraguas, pero sus dedos temblorosos apenas la ayudaban. Kaz apretó con más fuerza su bastón, por un motivo totalmente alejado a la tardanza. Ella no se alteró ni por un segundo, batalló con el mecanismo estirando y retrayendo sus dedos hasta que lo abrió.

—Sabes que tengo que hacer una parada, ¿no?

—No.

—Sí.

—Es tarde —la reprendió Kaz, cerrando la reja y mezclándose con las personas que buscaban huir del mal clima—. Deberías haber llegado al Club Cuervo hace quince minutos.

—Sabes que no me gustan los números que no terminan en cero, lleguemos a los... ¿treinta?

Galina avanzó sin esperar su respuesta, dejando a Kaz bajo la lluvia. Sin embargo, no caminó tan rápido para que él pudiera ponerse a su lado sin problema, y disimuladamente inclinó el paraguas para cubrirlo un poco. Lo suficiente para que una parte de su cuerpo se mantuviera seca y lo justo y necesario para que no golpeara el mango para que la cubra solo a ella. Kaz no le prestó atención a eso, estaba más interesado en vigilar los alrededores para que no les cayera ninguna sorpresa encima. Con su bastón marcó el paso, indicándole por cuáles callejones escabullirse para que los pierdan de vista en caso de que los estuvieran siguiendo.

—¿En serio crees que Saksa haya planeando algo? —preguntó Galina apenas se metieron en el quinto callejón, tan angosto que tuvieron que ir uno detrás del otro—. Si ella rompe el contrato tú también deberías hacerlo. O permitir que yo lo haga.

—No, eso es lo que ella quiere —Kaz lo había sabido desde la primera y única vez que sorprendieron a Galina en un día con las mismas características, cuando entró corriendo al Crow Club secando sus pulseras maniáticamente—. Ella tiene el control del dinero que falta pagar de tu escritura y puede bajar y subir el precio cuando le convenga. Si mato a alguno de sus temmers, dudo que mejore tu situación.

—Pero la satisfacción del momento será única —Kaz alzó las cejas apenas Galina se volteó hacia él, un gesto calculador que utilizaba muy seguido con ella—. Ya sé lo que dirás y preferiría que te lo guardes. Advertírmelo solo me genera más violencia.

—Yo no iba a decir nada.

—Y yo soy la Reina de Ravka —exclamó rodando los ojos—. Tengo memorizado tu instructivo para no herir de gravedad a nadie en el Cirque Hart y si le tienes un poco de fe a mi autocontrol, te aseguro que no te defraudará. Seré una temmer más en la carpa.

Kaz odiaba no poder prometerle que en poco tiempo la liberaría por completo del Cirque Hart. No quería mentirle, ni ilusionarla con un futuro que no arribaría tan pronto como ambos habían imaginado. Entre Galina e Inej, Kaz poseía muchas deudas que saldar, agregadas a su cuenta por mano propia.

—Solo te lo recuerdo porque eres impulsiva y ellos lo saben, y van a aprovecharse para que reacciones. Así, Saksa va a tener motivos suficientes para subir el precio final a una cifra que sepa que no podré pagar.

—Si eso ocurre alguna vez, sabes lo que tienes que decirme y yo me encargo —dijo Galina con ese tono desesperanzador que Kaz aborrecía—. Nada más que cenizas.

Un lema que Kaz había oído salir de sus labios innumerables veces. Siempre cargado de una energía pirofórica incontrolable, indómita. Pero Kaz jamás le daría esa orden, porque no podía controlar los resultados si permitiera que Galina explotara. No pretendía probar suerte, hacer una apuesta de ese tipo, con su vida.

—No tendrás que incendiar nada —habló, bloqueándole el camino con el bastón para que no se pasara de su destino—. Y de querer hacerlo ahora es tu momento.

El Orfanato Sankta Margaretha se erguía ante ellos, su fachada de ladrillos se oscurecía por las manchas de las gotas de lluvia y su pórtico sin techo premonizaba implícitamente que nadie hallaría verdadero refugio allí. Kaz desconocía las intenciones que impulsaban a Galina a visitar este sitio, proviniendo de ella sería más probable que quemara los cimientos y encerrara a los encargados de la institución en el sótano para que ardieran sepultados por los escombros. Él haría exactamente lo mismo, aunque se reservaría una muerte para otorgársela a Galina, ella era la que debía clavar aquel puñal.

—No me tientes —le advirtió, entregándole el paraguas con una media sonrisa que no alcanzó a serlo. A Kaz le hubiera gustado decirle que matara al viejo, que no permitiera que respire un segundo más en este mundo, pero esa era decisión únicamente de ella—. Te invitaría a entrar, pero creo que morirías al instante como si ingresaras a una iglesia. Y los niños te tienen miedo.

Las cortinas de las ventanas se deslizaron, las caras de los huérfanos desaparecieron en la penumbra apenas los ojos claros de Kaz captaron su presencia. Pestañeó y miró a Galina, buscando alguna grieta en sus facciones que le indicara que debería meterse al estudio del viejo por la ventana y mantenerlo ahorcado con su bastón hasta que ella lo matara. Pero como siempre, la compostura de la rubia no enseñaba ni una fractura, por lo que esperaría a que saliera para ver si debería hacer una de las suyas.

—No te tardes —le ordenó, tomando el paraguas de sus manos. Guante con guante se rozaron y se separaron en un milisegundo—. Diez minutos.

—Termina con cero, me alegra que nos entendamos —Galina asintió con la cabeza y subió las escaleras hasta la puerta donde golpeó la aldaba solo una vez. Se abrió al instante, la estaban esperando, pero antes de entrar se dio vuelta y miró a Kaz—. Diez minutos.

La repetición era un pedido de ayuda. Si Galina no emergía del orfanato en diez minutos, Kaz debería entrar a buscarla y sacarla. Y eso haría si la situación lo requería. Si Galina lo requería. Por ahora, solo vio cómo se adentró al orfanato y sintió un peso mayor proveniente de su bolsillo derecho, donde guardaba su reloj.

Diez minutos. Diez horas para que oficialmente fuera el día siguiente, en el que Galina cruzaría una puerta por la que Kaz no podría seguirla.

🃏 Club Cuervo, East Stave, Ketterdam, Kerch

EL NIDO DEL CUERVO era el mejor lugar para apreciar la magnitud de clientes del Club Cuervo sin que estos te observaran de regreso. Subir la mirada hacia el balcón poco iluminado podría costarte fichas o kruge por la hábil mano de un ladrón insolente. Aunque tomaras el riesgo, todos sabían que esa era la zona en la que Fatua vigilaba. Las alturas eran su terreno y de ver su fuego nacer de sus palmas, mejor cuidarte de que las flamas no se dirijan en tu dirección.

Antes de cantar la única canción que Kaz le pidió, ya que la lluvia había mantenido a muchos clientes en el interior del club, Galina intentaba escurrir un poco su capa. No quería secarla usando el fuego por temor de que alguno de los guardias se confundieran y creyeran que estaba realizando alguna seña. Eso era culpa del viejo. Cuando había llegado al orfanato el muy maldito estaba sentado en una silla junto a la entrada del jardín, con las puertas abiertas de par en par para que la brisa helada golpeara su asqueroso rostro. Tal vez debería haberlo arrastrado hacia su estudio del cuello, pero había prometido diez minutos y no quería excederse del tiempo acordado.

Percibió que alguien la saludaba y sonrió al ver que se trataba de Jesper, quien se había cambiado a otra mesa para quedar frente al nido. No le devolvió el saludo porque no la llegaría a distinguir, pero decidió que ya era hora de usar su voz. No era nada bonita, es más, Galina aseguraba que un perro ladraría con más afinación que ella. Sin embargo, lo que Kaz buscaba no era que su canto fuera bello, sino alto. Que hiciera ruido. Que llenara el silencio para que no hubiera posibilidad de susurros. Por eso, tomó el megáfono con sus manos tibias y entonó las estrofas de lo que le gustaba llamar el Himno de los Cuervos, su propia creación.

No te descuides
y que no te vacilen.
Somos como fantasmas,
así nunca nos atrapan.
Somos un mal augurio,
es cierto todo el perjurio
y la realidad es peor,
ten el ojo avizor.

¿Creíste que lo evadiste? ¡No!
Jamás te escurrirás del... ¡No!
Tú no.
Jamás te salvarás del... ¡No!
Oh, no.
Jamás podrás huir del...

Galina frunció el ceño al ver que un hombre de la mesa de Jesper sacaba una bolsa de monedas de su bolsillo, a pesar de tener varias monedas disponibles sobre la mesa. En la mitad del canto, chocó las pulseras en sus muñecas generando la chispa que necesitaba para crear fuego. Con la llama creada, realizó una seña detrás de ella para formar sombras en la pared que fueran visibles para su amigo. Una advertencia, no el descubrimiento de una trampa, para que le echara un ojo encima.

Te encontró y te agredió,
ahora te quedaste sin nada
en el Barril no sobrevives
con la cara asustada.
Quieres tomar tu venganza
y cortarle las alas,
que sus palabras se acallen
y que nunca más canten.

¿Pero podrás hacerlo? ¡No!
Jamás lo cazarás al... ¡No!
Tú no.
Jamás le ganarás al... ¡No!
Oh, no.
Jamás le mentirás al...

Qué pena, te olvidaste
despiste de tu parte.
La revancha y el odio
son nuestro repertorio.
Vienes solo con un arma
nosotros con varias balas,
te tendemos la trampa
y de esta no te escapas.

Jesper no solo pidió la bolsa de monedas del hombre, sino que le disparó a una, provocando que Galina por poco perdiera el hilo de la canción. A la distancia, no alcanzó a apreciar el resultado de la apresurada acción, pero los guardias que echaron al tipo del club le indicaron lo suficiente. Sonrío satisfecha con su trabajo y tuvo que retener su carcajada al apreciar la expresión de Jesper ante la aparición de Kaz. De no haber sentido su presencia en el estudio de baile, Galina habría tenido la misma reacción. Que Kaz te tomara por sorpresa mostrando en su rostro su mueca más terrorífica no era nada gracioso. Aunque hoy la sorpresa se la llevó ella al verlo esperándola. Al principio, creyó que algo terrible había ocurrido, pero Kaz habría estado más apurado y no habría aguardado a que ella lo saludara. Por supuesto que la única razón por la que había ido a buscarla era para evitar que los temmers de Saksa la emboscaran. Nadie dejaría a una de las inversiones de Kaz Brekker en ridículo.

¿Aprendieron la lección? ¡No!
Jamás lo atacarás al... ¡No!
Tú no.
Jamás engañarás al... ¡No!
Oh, no.
Jamás podrás matar al cuervo.

Terminó la canción y sin más preámbulos Galina bajó las escaleras, sin recibir aplausos. No le molestaba, en verdad le sorprendería si alguien la aplaudiera, solo los borrachos la aplaudían en sus momentos menos lúcidos. Ella luego pasaba a su lado y pateaba sus sillas para que aplaudieran desde el suelo.

Caminó hacia la salida, esquivando a las chicas cargando tragos y a las personas que se cambiaban de mesa o de juego. Se cruzó con Kaz, quien conversaba sin ganas con Rotty, pero apenas le echó una mirada sin interrumpir su avance. Era probable que esa fuera la última vez que lo vería por un mes, pero era mejor así. Nunca era fácil hablar con él sabiendo que pronto partiría hacia el otro lado del Barril. Convenía seguir hacia adelante sin mirar atrás.

—¡Nuestra cantante estrella!

Hablar con ninguno de ellos por última vez era sencillo. Pero hubo una ocasión en la que Galina desapareció, sin despedirse ni avisarles sobre su temprana partida. Fue mucho peor. Al volver al Club Cuervo el mes siguiente tuvo que contenerse para no realizar ninguna estupidez, pero decidió que nunca más se iría sin decir adiós.

Galina se apoyó en la pared de la entrada junto a Jesper, vigilando tanto a los que entraban como a los que pasaban de largo. La lluvia no les daba tregua y Galina ya estaba imaginando con pesar su próximo viaje hacia West Stave.

—En estos momentos, desearía que me dispares.

—No me gusta arruinar caras bonitas —repuso Jesper, observando a Galina con cuidado.

—En el pecho, entonces.

—Qué sombría estás hoy —Galina lo miró con los brazos cruzados y el zemeni levantó las manos—. Sé qué día es. ¿Pero qué te digo siempre? Piensa que es la última vez.

—Lo hago, pero nunca es la última vez

—¿Quién sabe lo que nos aguardara el mañana, chispita? —Galina le pegó un puñetazo en el brazo por el apodo que no le gustaba, pero Jesper sonrío triunfante—. Hablando de chispas, ¿tus pulseras están bien?

Galina estudió sus manos enguantadas, enfocándose en las gruesas pulseras en sus muñecas. Habían sido un obsequio de Jesper, una estaba hecha de sílex y la otra de marcasita. Al golpearlas entre sí, creaban la chispa originaria de su fuego.

—Cumplen su función —informó, colocándose la capucha de su capa—. Debo ir a armar mi maleta. Sabía que no debería haberla dejado para último minuto.

—En realidad —Jesper se veía conflictuado y comprobó que no hubiera nadie con ellos antes de hablar—, Inej ya preparó tus cosas. Supo que lo harías tarde y como sorpresa decidió hacerlo por ti. Si pregunta, yo no te dije nada.

La sonrisa se formó en el rostro de Galina antes de que pudiera pensarla. Inej era todo lo bueno existente en esa ciudad de ladrones y traidores, incluida ella. Le agradecería eternamente a Kaz por haberlas unido y nunca sería suficiente.

—Si fuera una Sankta sería la única a la que le rezaría —dijo Galina, acomodando sus guantes sin apretar de más sus dolorosos dedos—. Sería la única que me escucharía.

—Me estás ofendiendo.

—Sin contarte a ti. Lo que pasa es que tú no eres ningún santo, Jesper Fahey.

—Soy el Sankto del Encanto.

—Y el de contar sorpresas.

Galina soltó un insulto y Jesper una exclamación ante la repentina aparición de la aclamada Inej. Su pequeña figura se había materializado frente a ellos en cuestión de un pestañeo. No por nada la llamaban el Espectro.

—Le conté para que borrara esa cara larga, mis intenciones fueron buenas —se defendió Jesper, antes de que Inej pudiera hablar. Estaba claro que los había oído.

—Aún así arruinaste una sorpresa —lo contradijo Galina, formando una línea con los labios—. ¡Hasta hizo que la lluvia se detenga! Literalmente fuiste en contra de los deseos de una Sankta, Jesper.

Efectivamente, con la llegada de Inej el clima tormentoso se había disipado dándole paso a una tarde nublada precedente a una noche sin estrellas.

—No soy una Sankta, Galia, pero si creerlo te convierte en religiosa...

—No hallarás nada creyente aquí, mi amiga —Galina cerró sus manos todo lo que pudo, el puño nunca se formaba por completo, sus dedos se resistían a tocar la palma. Un rápido ejercicio recordatorio de por qué no creía en los Santos—. Aparte de Jesper contando tu secreto pareces preocupada por algo más.

—Hay un trabajo importante del que le hablé a Kaz hace unos minutos.

—Eso es algo bueno —festejó Jesper, aunque su sonrisa no duró mucho tiempo por la cara de Inej—. ¿Eso es algo bueno?

—Hay que averiguar una forma de cruzar la Sombra.

Galina dejó quietos sus dedos y abrió mucho los ojos, creyendo haber escuchado mal.

—¿La Sombra? ¿En Ravka?

Inej asintió.

—Tenemos hasta medianoche.

Ese fue el momento en el que Galina se dio cuenta que cualquiera fuera el trabajo, ella no podría participar en él. Desde mañana hasta el primer día del mes siguiente estaba condenada a trabajar para otra persona que no era Kaz Brekker ni su bandada de cuervos. El tatuaje en su muñeca, invisible bajo la tela de sus guantes blancos, pero más pesado que cualquier objeto que cargara con ella, se lo impedía. Aún le pertenecía a otra persona.

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