❄︎ | chapter 2: abandon all hope

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

──────────── ✯ ────────────
libro uno: venganza en la oscuridad
capítulo dos: abandonar toda esperanza
──────────── ✯ ────────────

🃏Club Cuervo, East Stave, Ketterdam, Kerch

SU TAZA DE CAFÉ estaba bastante llena, el líquido rebalsaría si le fallaba el pulso y las gotas caerían, desperdiciadas. Galina se había olvidado de recordarle al barista que no le sirviera tanto y ahora miraba la taza con rencor, sabiendo que no podría levantarla sin volcar su contenido. Testó sus manos por debajo de la mesa para que los otros no la vieran, pero como usualmente, sus dedos no dieron indicios de querer flexionarse. Resopló cerrando sus ojos y le dio un rápido vistazo al resto, quienes debían estar tan hartos como ella. Sin embargo, su hartazgo no se debía a una taza de café.

Habían ido de aquí para allá por todos los lugares de Ketterdam en los que podían conseguir información sobre una manera segura de cruzar la Sombra sin éxito alguno. Las opciones se reducían a arriesgarse a un peligroso viaje por un esquife o recorrer el norte de ella, por el Permafrost, con el costo de cuatro meses de su tiempo. Galina ni siquiera tenía esperanzas de que existiera una forma de atravesar la Sombra que no implicara una muerte en la oscuridad, pero no quería acabar con las ilusiones de sus compañeros. Apretó las manos contra la taza caliente y sus guantes absorbieron su calor, sin poder ingerirlo. Le hubiera gustado tomar un poco de café antes de encerrarse en el Cirque Hart por un mes sin tal privilegio.

En un movimiento repentino, Inej tomó la taza y con delicadeza volcó parte de su líquido en la suya, que ya estaba vacía. La colocó de nuevo en su lugar entre las manos de Galina, con una cantidad perfecta de café para que pudiera alzarla. La rubia le sonrió en agradecimiento, quien le devolvió una rápida sonrisa para que los chicos no se percataran de la situación. Afianzando ambos lados de la taza con su poca fuerza, Galina bebió unos cuantos sorbos, volviéndole el buen humor que había perdido minutos atrás y desapareciendo así las ansías de ir a estrangular al viejo hasta ver la vida esfumarse de su horripilante rostro. No, en realidad seguía teniendo ganas de ahorcarlo hasta la asfixia.

—Esto es lo que no entiendo —empezó Jesper desde su cómoda posición con los pies sobre la mesa. A Galina le sorprendía que Kaz no lo golpeara con su bastón.

—Tenemos toda la noche —se burló Inej jugando con uno de sus cuchillos, y Galina casi se atragantó con el café al contener una carcajada.

Ambas se ganaron una mirada indignada de Jesper.

—Qué groseras.

—Yo ni hablé —se defendió Galina, jugando con un mechón de su largo cabello.

—No tienes que hablar para ofenderme —rebatió el zemeni, provocando que Galina sonriera—. Lo que no entiendo es por qué no intentaron ir por abajo. Cavar un túnel.

—Sé intentó —le contestó Kaz, con sus manos enguantadas posadas sobre su bastón—. Hace más de un siglo. Algo... escuchó que cavaban.

—Una pintoresca muerte —añadió Galina, tomando otro sorbo de su taza hasta que no quedó ni una gota. El café no le duraba nada, para suerte de Inej quien le decía todo el tiempo que beber tanto le haría mal a su salud, aunque rara vez era escuchada por su amiga.

—Lo creó hace siglos ese loco grisha...

—El Hereje Negro —le corrigió Inej a Jesper, quien usaba un tono conspiranoico como si hubiera descubierto algo.

—Sí. El que controla las sombras. Ahora tienen uno en su propio ejército, ¿no? ¿General Kirigan?

—¿Tu punto?

—Si uno de los suyos la hizo, ¿no puede deshacerla?

—¿Alguna vez has apagado un fuego agregando más fuego?

—Si estamos hablando de un Inferni, la respuesta a esa pregunta podría ser afirmativa —intervino Galina, ganándose un golpecito en el hombro por parte de su amiga—. Pero de todas formas, Inej tiene razon. Además supuestamente la Sombra fue un error, el Hereje Negro había querido crear un ejército maligno, no una zona de muerte. Dudo que Kirigan sepa destruirla aunque pudiera.

—No solo está el, también tienen a esa poderosa grisha. Ledi Zvezda.

—Es solo una Vendaval, Jesper, no es una de las Sanktas todopoderosas de Inej.

—Pero dicen que es la descendiente de una Sankta. ¿Sankta Anastasia?

—Sankta Svetlana.

—Bueno, ¿y qué tipo de Sankta podría ayudarnos en este caso? —le preguntó a la única devota del grupo, y Galina se contuvo para no soltar que ningún Sankto los salvaría.

—Un Invocador del Sol —respondió la suli con una devoción que eliminó por completo las palabras que la grisha había querido pronunciar.

—Pues uno de esos.

—No existe.

Kaz, por supuesto, no poseía la misma contención que Galina. De todas formas, no podía culparlo, vaya uno a saber lo que tuvo que vivir el temible Kaz Brekker para transformarse en la persona que era hoy en día. Si su infancia en Ketterdam le había enseñado algo, era que no debía subestimar la historia de nadie, y menos si esta era un secreto mejor guardado que una joya en una caja fuerte. Aunque esta última tampoco era tan segura teniendo en cuenta al criminal que tenía a su lado. Pero el punto era que Galina no subestimaba a nadie en esta ciudad, confiaba solo en las personas con las que estaba sentada y en otras pocas que podía contar con los dedos de una mano. Y si Kaz, con su bastón, sus guantes y su constante expresión severa no tenía tacto, por algo era y Galina no lo juzgaría. Como él no la juzgaba, a pesar de las innumerables veces que ella creyó que lo haría.

—No existe... aún —replicó Inej con una mirada furibunda.

—Dressen viene a la ciudad, no pierde ni un minuto. Envía un equipo a robar algo, pero no especifica qué —Kaz estaba desesperado por comprender la naturaleza de este trabajo, Galina sabía que odiaba no poseer toda la información, le era imposible jugar una partida si faltaban cartas sobre la mesa—. ¿Es pesado, grande, vale más de un millón en el mercado negro? Quizás no lo sabe.

—Esperen. Galina, tú eres de Ravka —dijo Jesper y la nombrada alzó una ceja.

—Si le creemos al viejo sí, soy ravkana, ¿pero que tiene que ver con esto?

—Que debieron haber cruzado la Sombra para traerte hasta Kerch, ¿no?

Más que ver, Galina pudo sentir el cambio en la posición de Kaz. La cabeza del cuervo de su bastón la apuntó y de reojo comprobó que sus ojos claros resplandecieron con una maquinación en pleno proceso mientras la miraban. Era difícil estar bajo su calculador radar, uno nunca sabía lo que se le pasaba por la cabeza, pero Galina no desconfiaba de sus pensamientos, ni de sus planes. ¿Cómo podría dudar luego de haber participado en decenas de ellos?

—No necesariamente, puede que me hayan abandonado en Ravka Occidental.

—Tu escritura especifica que eres de Ravka Oriental —la contradijo Kaz con un tono terminante, causando que Galina rodara los ojos.

—El viejo está senil, no se puede confiar en lo que escribió. Apenas se da cuenta de ponerse los anteojos para tomar su medicación y no el veneno para ratas que le pongo al lado.

—Senil o no, creo que se merece una segunda visita —determinó sosteniéndole la mirada y Galina se abstuvo de fruncir la nariz con asco.

—Podemos dejarlo pasar, Kaz —intervino Inej, sin querer colocarse explícitamente del lado de ninguno.

—De todos modos suena a una trampa —agregó Jesper, tomando de su vaso.

—Una trampa sonaría fácil. Esto es algo más.

—Jefe —uno de los hombres de Kaz se acercó a la mesa, provocando que la atención de los cuatros se desvíe a él abruptamente—. Interceptamos una nota de Dressen.

—¿De verás?

—Es para el dueño de La Orquídea. Dice que requieren los servicios de un Mortificador. Hoy a la noche.

—La conozco —informó Galina, asintiendo—. Milana.

—¿Una Mortificadora? —Kaz intercambió una mirada con la rubia—. ¿Por qué?

—No lo dice. La necesitan antes de la medianoche.

—Solo llevas un Mortificador, si necesitas respuestas de alguien que no está dispuesto a hablar —Kaz se puso de pie, observando con un atisbo de triunfo a sus cuervos—. Así conseguiremos este trabajo antes que todos los demás. Llevándole un Mortificador a Dressen.

Les hizo un gesto para que lo siguieran, pero el hombre volvió a hablar.

—Jefe, hay un problema. Pekka Rollins lo sabe.

El ambiente se enfrió de un segundo para el otro, como si hubieran sido golpeados por una brisa oriunda de Fjerda. Galina podría invocar su fuego, pero no le cabía duda que este se extinguiría apenas se formara. Observó a Kaz, notando que había perdido por completo su enfoque en cuanto al trabajo, con sus ojos instalados en un punto fijo y susurrando para sí.

—Pekka Rollins.

Galina desconocía el motivo por el que Kaz lo odiaba, sin embargo no debía recabar mucho para hallar una razón para su propio odio. Ese Pekka era el líder de los Dime Lions y siempre eran los que más intervenían en sus negocios. Por sus meses en el Cirque, había oído que se quería aprovisionar de unos buenos grisha, pero Saksa se negaba a dejarlos ir. No le sorprendía, aunque fuera raro que esas dos escorias no quisieran trabajar juntos para arruinar unas cuantas vidas.

—Jesper —dijo Kaz, saliendo de su ensimismamiento—, ve a la puerta.

El nombrado hizo una mueca que su jefe no vio, dirigiéndose hacia donde le ordenó. Luego, Kaz les indicó a las dos chicas que fueran con él. A Galina le gustaba la oficina de Kaz, ya sea por su poca luminaria o porque su ventana siempre estaba abierta, permitiendo que entrara el aire fresco. Medio sonrió al captar la nueva decoración en una de las paredes, un DeKappel que mostraba justamente un paisaje de la Sombra.

—Galina vas a escribir una nota para que Inej se la lleve a la Mortificadora de La Orquídea —ordenó Kaz, poniendo un trozo de papel, una pluma y un tintero sobre el escritorio frente a la rubia—. Nos tenemos que encontrar con ella en una hora, antes de que empiecen los encuentro a la medianoche.

—¿Por qué no voy yo misma? —preguntó, sentándose frente a él, aferrando la pluma lo mejor que pudo con su mano izquierda.

—Porque tú irás con Jesper al Sankta Margaretha para revisar los archivos del viejo.

La pluma no se resbaló de sus dedos solo porque los pelos se engancharon en una costura de su guante. No hizo ningún comentario ni aplicó resistencia, porque una parte de ella sabía que Kaz podía llegar a estar en lo cierto. Tal vez el viejo poseía en sus documentos alguna pista que les indicara que la bebé Galina había cruzado la Sombra y cómo lo había conseguido sin convertirse en un aperitivo. Asintió con los labios apretados y apretó la pluma, casi sin poder sostenerla para escribir un corto mensaje. Su caligrafía era horrorosa, como la de un niño en pleno desarrollo motriz que apenas sabía usar las manos y dibujaba temblorosas líneas y curvas erráticas. Le es más fácil controlar su fuego que manipular un lápiz, debía utilizar toda su concentración. Era una de las cosas que la ponía de peor humor. En realidad cualquier actividad que incluyera un uso importante de sus manos la enojaba más que nada en el mundo.

—¿Cómo la conoces? —cuestionó Inej desde su costado, y sintió su mano apoyarse en su hombro.

No era para apurarla, sino para que se tomara su tiempo, que ella aguardaría sin problema.

—Todos los grisha nos conocemos entre nosotros. Gracias a Saksa, tuve que ir a quemarle uno de sus vestidos para que no pudiera presentarse en La Orquídea esa noche y el Cirque Hart se llenara —suspiró al escribir la G que era su firma desproporcionada—. El odio a Saksa nos unió.

Sin embargo, más grisha de los que a Galina le hubiera gustado admitir le agradecían a Saksa por haberlos reclutado en el Cirque. A muchos temmers les agradaba su trabajo, lo defendían aludiendo que los grisha eran tratados mucho peor en las residencias de los comerciantes. Al menos aquí los admiraban, argumentaban con un fervor que a Galina le daba asco y ganas de golpearlos para acomodarles las ideas. Pudiendo tener libertad, preferían estar encadenados hasta su muerte con una mujer que los obligaba a presentarse como si estuvieran en un circo psicótico. Elegiría mil veces quedarse sin sus manos que vivir para siempre con una correa en su cuello.

Arreglando sus guantes con aire distraído, Galina dio por finalizada la nota, que fue a parar a un bolsillo oculto en el traje de Inej. Kaz le dio unas indicaciones sobre el horario y el punto de encuentro antes de que el Espectro se fuera por la ventana.

—Supongo que también es mi hora de partir —declaró, parándose hasta quedar a la misma altura que Kaz—. Si tengo suerte, al viejo le dará un infarto al verme por segunda vez.

—De los niños del orfanato, ¿cuántos conoces que sean de Ravka Oriental? —preguntó con las cejas en la posición exacta que Galina tenía memorizada como su expresión de pura planificación.

—La mayoría son kerch, obviamente. Hay pocos shu y ravkanos... ¿como unos cinco? ¿Cuatro? Y todos son de Ravka Occidental.

—¿Confirmado?

—Los trajeron aquí de niños, no de bebés, por lo que recuerdan no haber cruzado esa pesadilla —explicó, acordándose de las historias de terror que solían contar con respecto a la Sombra apenas los más pequeños se dormían—. Soy tu última esperanza.

—No, las esperanzas no me sirven —negó Kaz sin apartar los ojos de los suyos, por lo que Galina también se resistió a hacerlo—. Eres mi solución y esperemos que no me falles.

La decepción en el corazón de Galina le sentó como una patada en el pecho. ¿Qué esperaba que Kaz Brekker le respondiera en su lugar? ¿Que no era su última esperanza, sino la única? Jamás diría aquello en sus cabales, tampoco si la locura poseyera su cerebro. Lo conocía, ¿por qué seguía esperando más de lo que iba a recibir? Tal vez creyó que su visita de hoy al estudio de baile había significado algo, pero Galina no era estúpida. Despejaría de su mente aquellos pensamientos sin pies ni cabeza para concentrarse en la misión que estaba por afrontar. Ajustó sus guantes una vez más, acomodó su sombrero pillbox en su cabeza y caminó hacia la salida sin volver a verlo.

—Esperemos que no.

🔥 Orfanato Sankta Margaretha, Distrito Universitario, Ketterdam, Kerch

—¿ESPERAS AQUÍ O ENTRAS?

Jesper lo pensó un poco, con las manos apoyadas en sus pistolas y una mueca hacia el edificio de mala muerte que se alzaba frente a ellos. Las cortinas estaban bien cerradas, sin permitir que se asomase ninguna luz desde el interior y Galina de verdad esperaba que el viejo no estuviera dormido, porque al despertarlo seguro que estaría más reticente a darle respuestas.

—Te acompañé hasta aquí, ¿no? ¿Qué clase de amigo seria si te dejara tirada ahora?

Galina le sonrió, subiendo las escaleras de entrada sin querer imaginar lo que se avecinaba.

—No la clase de amigo que quisiera tener.

La aldaba de león la recibió con su melena oxidada y sus ojos sucios que parecían estar cerrados. Cuando era niña y vivía aquí, las orzayas le habían hecho creer que era mágica, que con un rugido espantaba a los rufianes y solo permitía que pasaran las almas con buenas intenciones. Una de entre muchas las mentiras que escuchó en el orfanato, aunque era la más importante de todas porque fue la primera que desenmascaró. ¿Cómo no hacerlo con un demonio que nunca fue echado viviendo bajo este mismo techo? Además, no podía hacer más que confirmarlo ahora mismo, cuando le abrieron la puerta e ingresó con las peores intenciones que se le podían ocurrir.

La orzaya Franka casi que convirtió su cuerpo en una muralla para que no pudieran pasar, pero con una mirada de Galina, la mujer se movió de su paso con una expresión aterrada y rezando en voz baja. El recibidor estaba vacío y aparentemente el resto del primer piso también, solo unas llamas persistentes le hacían frente a la oscuridad desde la chimenea. Los niños estaban siendo arrullados por las otras orzayas en el segundo piso y Franka era la encargada del viejo esa noche. Al visitarlos más temprano, le habían informado que era nueva, que había trabajado como nodriza de una familia rica del Distrito Geldin y estaba desesperada por un trabajo. No la despedirían si se quedaba callada y seguía los mandatos de Galina al pie de la letra.

—Los niños... están... están... están durmiendo...

—No vine por los niños —la interrumpió con un gesto exasperado y la mujer se espantó aún más al pensar que le iba a lanzar una llamarada ardiente—. Ve a hacerte un té para tranquilizarte y guíalo hacia la sala de estar. Dile cuál es el sofá más cómodo. La estadía no durará más de diez minutos.

Los dejó solos en el pasillo, moviéndose por el orfanato que una vez había sido su hogar. Pisó a propósito las tablas del piso que chirriaban como gatos heridos y le dio un vistazo lleno de odio al gran reloj de péndulo, que escondía un recoveco oscuro que solía tener su nombre tallado. El tictac de las manecillas se alineó con el sonido de sus pasos y una sonrisa maquiavélica se asomó en su rostro al avistar la puerta del viejo a la distancia. La abrió sin pedir permiso y se asomó en el estudio, cuya luz provenía de una única vela moribunda y de los faroles aún vivos del exterior. Con su silla volteada hacia las puertas de cristal del jardín, el viejo ni siquiera atinó a revisar que la persona que se estaba acercando por sus espaldas era una infiltrada que debía contenerse para no cortarle la garganta. La puerta que daba a su habitación estaba abierta, lista para que la orzaya lo condujera lentamente hacia allí y se encargara de realizar las tareas que el viejo no podía hacer. Galina cerró la puerta con un suave click y posó su mirada en el archivero donde estaban los documentos de los huérfanos.

—Pásame mis medicamentos.

Un gruñido se escapó de sus labios al oír el tono demandante del viejo y agarró con delicadeza el vaso de agua de la mesita anexa al escritorio, empujando la pastilla para que cayera al suelo y luego pisándola.

—Apúrate.

Galina sonrió encantada y se paró enfrente de donde el viejo estaba sentado. Bebió un sorbo antes de tirarlo al piso y disfrutó la mueca que creció en su rostro desfigurado.

—¿Estás apurado? ¿Tienes que ir a algún lado?

Ludger Teravest se pegó a la tela de su silla, esperando que las costuras se abrieran y le permitiera esconderse dentro de su estructura. Solo para disfrutar más su terror, Galina se sacó los guantes con parsimonia, guardándolos en los bolsillos de su capa, dejando expuestas sus manos y sus antebrazos llenos de cicatrices y cortes que jamás llegaron a sanar del todo.

—¿Qué haces aquí? ¿Brekker te envío? —preguntó con su voz quebradiza y rasposa, producto de las asquerosas ampollas que recorrían su garganta.

—Quise hacerte una segunda visita y como souvenir voy a llevarme mi documento.

Sin prestarle atención, abrió el archivero buscando su nombre por orden alfabético. Aquí nadie tenía apellido. Apenas llegaban al orfanato, a los bebés solo les quedaba su nombre para recordar su antigua vida. No por nada la institución llevaba el nombre de Sankta Margaretha, la patrona de los niños perdidos. Que también protegiera a los ladrones era un asunto que favorecía aún más a Galina. Aunque como era de esperarse no podía confiar en los Santos, porque no había nada entre los nombres que empezaban con F y H. Cerró el archivero con su codo y se acercó una vez más al viejo. Mantuvo su mirada oscura por unos segundos y le dió una patada con sus piernas entrenadas de bailarina en una de sus rodillas maltrechas. Las cuales ella misma había quebrado tiempo atrás.

Su grito fue una canción melodiosa para los oídos de Galina, mucho mejor que sus propios cantos, y se inclinó en el respaldo para susurrarle con malicia.

—No grites, los niños están durmiendo —la cara de Ludger, un lienzo pintado de ampollas y sarpullido, se estiró de una manera asquerosa al tratar de contener sus sollozos. Galina solo sonrió, apretando una sección especialmente roja de su mejilla todo lo que pudo con sus dedos con reducida movilidad—. ¿Dónde está mi documento?

—¿Qué ocurre, niña? ¿Andas un poco nostálgica? —escupió el viejo con resentimiento, buscando causarle un mínimo de dolor a Galina, para lo cual ella se había preparado en camino—. No tienes familia, Linita, yo soy lo más cercano que tienes de un padre. Jer ven verlaten.

Tú eres una abandonada.

Los niños que jamás eran adoptados recibían justamente aquel apellido. Verlaten. Porque los habían abandonado, dejándolos a su suerte y nadie nunca les ofrecía un refugio en su soledad. A Galina no le importaba que su familia la hubiera abandonado, no se iba a preocupar por personas que no la habían querido, pero que el viejo dijera que era un padre para ella...

Sus botas resonaron con furia contra la alfombra polvorienta mientras se colocaba de espaldas al viejo y frotaba sus pulseras. Sus manos con cicatrices se vieron mucho más aterradoras al recubrirse de fuego y las apoyó en el cuello del viejo sin hesitación. Él gritó, removiéndose sin poder escapar. Por eso Galina le había roto las rodillas apenas pudo, para que no pudiera correr cuando ella llegara.

—No lo preguntaré de nuevo —dijo por sobre sus alaridos, remarcando cada palabra—. ¿Dónde está mi documento?

Por unos segundos el viejo se contuvo de abrir la boca, pero la mayor presión y calor de las manos de Galina alrededor de cuello lo obligaron a señalar al culpable.

—¡Saksa! ¡Saksa, lo tiene!

El fuego de las manos de Galina de esfumó, transportándose hacia la chimenea. Lamentablemente, le iba a tener que fallar a Kaz. Si Saksa poseía su documento no había manera de que se lo pudiera sacar sin darle algo a cambio. Se puso sus guantes de nuevo y dos intentos después consiguió agarrar el atizador para avivar las llamas.

—¿Y sabes por qué lo tiene ella? —apenas oía su voz, pero Galina identificó sin problema el odio que siempre había teñido sus más hirientes palabras—. Porque desde pequeña acordamos que terminarías en el Cirque Hart, por eso nunca tuviste entrevistas con nadie para que te adoptaran. Saksa Van Leeuwen es tu dueña desde tus ocho años, Fatua, y lo será para siempre. Kaz Brekker no te salvará, te lo he advertido todo el tiempo. No debes depositar tus esperanzas en él. Ni deberías tenerlas.

A Galina le dolieron los dedos por apretarlos tanto contra el atizador, sus tendones le rogaron que liberara la presión y un hormigueo en sus manos le indicó que les hiciera caso para no sufrir dolores por el resto de la noche. Moviéndolo en un perfecto arco en el aire, el atizador impactó con fuerza en el estómago del viejo, siendo esa su despedida mientras abandonaba el estudio con sus quejas de fondo. Cerró de un portazo y miró una vez más el reloj, marcando que habían pasado ocho minutos desde que había entrado y como no le gustaban los números que no terminaran en cero, decidió que se quedaría allí recostada por los dos minutos restantes, oyendo al viejo llorar del sufrimiento. Conteniendo sus propias lágrimas ante la verdad en los dichos de Ludger. Cerró los ojos para borrar cualquier rastro de posible llanto y al abrirlos, Jesper estaba parado cerca de ella en el pasillo.

—Galina...

—Lo tiene Saksa, vámonos de aquí.

Pasó al lado de su amigo y empujó su brazo para que avanzara. Ignoró la mirada de Jesper en busca de explicaciones, volviendo en sí y dejando atrás los ataques del viejo. No le importaba si tenía razón o no, ella sabía que no debía escuchar lo que él tuviera para decir, aunque le brindó una nueva manera de contemplar su situación. Galina se sorprendió al verse a sí misma pensando igual que Kaz. Él no era su esperanza, era su solución y tenía que esperar que no le fallara.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro