12. Querido diario

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Al llegar a mi casa junto a Aaron, dejo la mochila al lado de la mesa y saco unas galletas de la despensa. Me siento a merendar y saco la entrada de la carpeta. Empiezo a mirarla detalladamente. Como ya he mencionado, es el veinte de diciembre. Miro el calendario en el móvil: cae en lunes, pero ya estaremos de vacaciones de Navidad.

Me imagino a Charlotte danzando entre tutús, liviana como una pluma, como si fuera una paloma. Si lleva tantos años, debe ser muy buena. De hecho, estoy segura de que es la mejor. Seguro que les da mil vueltas a todos los demás. Además, sabiendo cómo es ella, tan trabajadora, sé que la admitirán en el Ballet Real.

Subo a mi habitación y traigo el portátil a la cocina. Allí busco en la web que hay adjunta en la entrada. Es la página de la escuela de danza donde va ella. El anuncio de El lago de los cisnes está puesto por todos lados. Pincho en un apartado donde pone "Más información sobre la obra".

— ¡Mierda!– exclamo entonces, al ver el reparto.

Charlotte hace el papel de Odette, la protagonista de la historia, lo que significa que la veré mucho más rato danzar que a otros bailarines. Le podían haber dado un papel secundario.

— ¿Que pasa, Abby?– pregunta Aaron, mientras viene corriendo hacia mí.

Al ver la pantalla, hace una exclamación de sorpresa y dice, emocionado:

— ¿Charlotte es actriz?
— Es bailarina– respondo yo– lleva haciendo ballet desde que tenía tu edad.
— ¡Hala!– responde él, muy ilusionado.
— Hace una obra de ballet el mes que viene. Me ha invitado.
— ¿De verdad?– pregunta él, a punto de ponerse a saltar de la alegría– ¿Puedo ir?
— Por mí sí– le respondo– te regalo mi entrada.
— ¿Tu no vas a ir, entonces?
— A mí me da igual– le digo, haciendo un gesto para restar importancia.
— ¿Entonces no vas a ir a ver a tu amor?
— ¡Aaron!
— ¿Qué pasa? Admítelo y ya está. Yo cuando me casé con Kinsey no estuve meses y meses intentando haciendo ver que no la quiero.
— Es diferente– respondo yo.
— ¿Por qué?– pregunta Aaron, que no entiende nada.
— Porque ella es una chica.
— ¿Y qué? Kinsey es una chica también.
— Vale– le respondo– pero ahora imagina que Kinsey es un chico. ¿Te habrías casado entonces?
— Pues si me hubiera enamorado de el si.
— No lo habrías hecho porque no está bien. Además, eso no es enamorarse. Parece que sí, pero en realidad solo es admiración.

La chica pelinegra vuelve a acaparar mi mente. Algo me dice que no es del todo cierto lo que acabo de decir. Es como si me dijese que no solo se puede sentir admiración por otra chica si eres chica, no por lo menos yo. Es como si yo pudiera llegar a sentir más cosas.

Pongo todas mis fuerzas sobre el timón del velero, porque las corrientes no se cansan. Es más, cada vez son más y más fuertes y mi velero y yo somos indefensos.

«No es Adler, ni John...ni ningún otro chico con el que te has acostado" me gritan desde la orilla de mi mente "es ella quien te quiere...tu amor se llama Charlotte».

«No hagas caso» dicen desde la razón «¿Cómo va a ser ella tu amor? Eso está mal...recházala. Llegará un momento en el que ella también verá que está cometiendo un grave error».

«Ella te está enamorando y ya está, y eso está bien. Uno no puede elegir de quien enamorarse. Surge y ya está. Es algo espontáneo».

«¿Qué dirán tus padres?» preguntan desde la razón «la abuela Melody...dejarás de ser su nieta querida y hermosa. Bollera...así te llamarán tus amigas. ¿Te gusta el término? Pues ya está. Ten una relación con un hombre, cásate con él y ten muchos hermosos niños. Mejor cállate y sé como eres: hetero y normal».

«Abigail, escucha» me dicen desde el otro lado «te está enamorando».

— Me estoy enamorando– repito, en voz baja.

«No te estás enamorando. ¡Ella te está enamorando! Jo, Abigail, ven aquí...no te quedes ahí perdida en medio del mar. Queremos verte, queremos acogerte».

Aaron ha escuchado perfectamente lo que he murmurado, y ahora me dice:

— ¡Por fin lo has admitido!
— De un chico– continúo la frase.

El niño me mira unos segundos y luego suelta una carcajada infantil. Después me mira, acercándose a mí y me dice:

— ¿Te gustaría casarte con ella?
— No– replico yo, molesta.
— Porque yo sé montar unas bodas geniales en el patio de mi colegio...si quieres puedo casaros a las dos allí.
— Que no me quiero casar con Charlotte.

Me levanto y recojo las galletas. Dejo todo como está y salgo de casa corriendo, tratando de aguantar mis lágrimas y dejando a mi hermanito de cuatro años solo en casa. Sé que mis padres me van a matar por eso, pero no puedo hacer otra cosa. Corro y corro durante unos minutos sin mirar atrás, hasta llegar a una papelería. Allí elijo el más bonito de los diarios que hay, y al volver corro de nuevo muchísimo hasta mi casa. Al entrar subo deprisa a mi cuarto y me encierro ahí. Agarro un bolígrafo y comienzo a escribir:

Querido diario,
no sé qué me está pasando...estoy perdida, sola, en medio de un mar y con dos voces gritándome desde ambos lados, cosas contrarias. Estoy perdida en un lugar en el que nunca nadie ha estado y estoy en medio de muchas corrientes. Nadie puede venir a rescatarme. Quiero llegar hasta la orilla de mi razón, porque es mi casa, mi origen, el lugar donde nací. Pero no puedo. No puedo volver allí, las corrientes me lo impiden. Tengo miedo de perder a mi familia, a mis amigos...tengo miedo de perder a todo el mundo que amo. Mis pensamientos mismos me están ahogando. Son este mar. Este mar sobre el cual mi velero flota, son mis pensamientos.

Y todo esto, diario, porque no sé a quién amo. La orilla de la mente dice que me estoy enamorando de ella, de Charlotte, pero mi razón me dice que eso es imposible. Necesito que las corrientes cesen, y volver a mi vida de antes. Volver a ser una chica normal, despreocupada.

De repente recibo un mensaje. Es ella, para variar, y me dice:

«Oye Abby
se me ha olvidado decírtelo antes pero
voy a faltar unos días al instituto
mi prima de Edimburgo se casa
no volveré a clase hasta el lunes
podrás decirme los deberes que hayan ido mandando estos días y los exámenes?»

Cuento los días. Estamos a martes, de modo que no la veré en seis días. Parece que mi deseo se ha cumplido, de modo que contesto un:

«¡Claro!»

~~~~¥~~~~


Al día siguiente, en un cambio de clase, se me acerca un grupo de chicas de mi clase. Chloe, la líder, me pregunta:

— ¿Desde cuando te hablas con la bollera?
— ¿Qué?– pregunto, atónita, al no entender a qué viene eso.
— Antes en clase has dicho que no ha venido porque te ha dicho que tiene un compromiso familiar.
— Sí– respondo, insegura.
— ¿Y desde cuándo te hablas con ella? ¿Acaso eres bollera tú también?

Noah, que está en el pasillo y ha escuchado todo, se acerca e interviene:

— Habla con Charlotte desde que le sale de los ovarios y a tí no te importa lo que sea ella.
— Calla, minusválido– dice Maisie, la mejor amiga de Chloe.
— Vuelve a llamarme así y te juro que te reviento a palos, niñata– le responde él, hirviendo de rabia.
— Vámonos– digo yo que, viendo el panorama, ya sé cómo podría acabar todo– no merece la pena seguir discutiendo con gente imbécil.

Agarro la silla de Noah por los manillares y empiezo a empujarlo pasillo adelante hasta su clase. Al llegar, cuando yo ya lo he soltado, él gira su silla hacia mí y me dice:

— Lo siento mucho...es que comentarios así me hierven de rabia.
— No pasa nada, es normal– le explico yo– yo también estoy muy enfadada con esas tontas...pero deberías canalizar la ira e intentar controlarla.

El profesor que le toca a él entra en clase ese momento yo digo, al mirarlo:

— Noah, te entro en el aula y me voy, que empieza la clase y yo estoy bastante lejos de mi clase.
— Vale...

Lo empujp entre mesas y sillas hasta llegar a su sitio. Lo suelto diciendo:

— ¡Adiós!
— ¡Adiós!

Al llegar a mi clase me siento extraña al estar sola en la mesa. Miro su silla vacía y decido sacar el móvil para escribirle:

«Holaaa
k haces?
m aburro»

Después lo pongo en silencio. Miro de nuevo su silla. Aunque me cueste, he de admitir que la echo un poco de menos. Hablando con ella me entretenía bastante.

Entonces me sitúo de nuevo en el velero, y me sorprendo muchísimo al ver que las corrientes han cesado. Aprovecho la ocasión para desanclar el barco y empiezo a remar hasta la isla de la razón.

Al llegar allí, pongo un pie sobre la arena, la cual es gruesa y me hace daño. Eso se me hace extraño, ya que cuando me fui la arena era fina, y me gustaba correr sobre ella. Saco unas chanclas del velero y me las pongo. Llevo un vestido largo de color rojo intenso, más llamativo que la propia sangre.

Miro al frente y se me alza una fila de edificios grises, monótonos y altos. Antes no era así, era mucho más alegre.

Cruzo toda la arena, hasta llegar al paseo marítimo. A simple vista, todo parece normal. Mucha gente camina, al igual que yo, cada uno a lo suyo. Hay muchas familias, todas compuestas por un padre, una madre y varios hijos. Todo el mundo parece feliz.

Pero hay dos cosas que me llaman la atención: la primera la veo al mirar hacia arriba. Hay una nube negra enorme de polución (y por eso la gente va con mascarilla). La segunda es que todos van vestidos con colores apagados: algunos de gris, otros de negro y otros de marrón. Yo soy la única que va de rojo y sin mascarilla. Por eso todos me miran como si fuera un bicho raro.

Me cruzo con un padre y una madre que pasean juntos. Ambos miran a sus hijos felices, pero cuando se miran entre ellos la cara les cambia completamente. Da la sensación de que solo siguen casados por conveniencia o por el simple hecho de aguantar.

Después me centro en otra familia que tampoco parece muy feliz. Tanto el padre como la madre conducen un carrito doble con dos gemelos bebés en él, pero en cuanto él se despista un poco, ella mira a otra chica que está sentada en la terraza de un bar. La otra mujer también la mira a ella en cuanto su marido mira a otro lado.

Entonces me fijo en los edificios. En la ventana de una planta baja veo un chico que se está mirando al espejo. Se mira todo el cuerpo con una expresión triste. Parece que no se siente bien consigo mismo.

Busca algo por el cuarto de baño durante unos segundos. Cuando ya lo ha encontrado, se mira al espejo de nuevo y empieza a aplicar el producto por sus labios, mostrándome así, sin él quererlo, que lo que estaba buscando es un gloss. Luego se aplica rímel en las pestañas, y una raya en los ojos. Se pone colorete y luego cruza a la ventana de al lado, para ir al armario, de donde saca un vestido largo y glamuroso. Se viste con él. 

Y entonces vuelve al espejo y se mira con una expresión mucho más alegre. Después, se asoma a la ventana, sin abrir el cristal para que nadie lo vea vestido así. Pronuncia unas palabras: "Ojalá haber nacido siendo mujer". No sé cómo, pero en esta isla puedo oír a través de los cristales. Acto seguido empieza a danzar por toda la casa, haciendo pasos perfectos de ballet, tan liviano como el aire.

De repente se asusta, corre rápido a la habitación, se quita el vestido en un abrir y cerrar de ojos y se pone la ropa que llevaba antes. Cuelga el vestido en el armario para que nadie sospeche de que se lo ha puesto y luego corre al lavabo. Allí se lava la cara a toda prisa, y guarda de prisa todo el maquillaje. Sale del lavabo y desaparece. Cuando vuelve a aparecer a través de la ventana, va acompañado de la mano de una chica joven como él, a la cual besa, pero sin mucho sentimiento.

Los dos me ven, a través del cristal, y me miran con una expresión extraña.

Miro en el piso de al lado, en el que me encuentro una chica de mi edad deprimida sobre su cama. Se levanta, se agacha y saca una báscula. Se descalza, sube a la balanza y se pesa. Miles de lágrimas empiezan a correr mejillas abajo, mientras ella dice: "Dieciocho años y cuarenta quilos. Nunca voy a tener el cuerpo de Beyoncé...esta noche toca no cenar. Voy a prepararme una bolsa debajo de mi almohada por si me obligan". Al escuchar eso, el corazón se me parte en dos, pero tengo que continuar mi recorrido.

Miro otro edificio y en uno de los pisos veo un hombre gritando y pegando a su mujer. Ella, asustada, se protege la cara con los brazos. Él le tira del cabello, le pega y le da patadas. Ella chilla del dolor. Entonces él la suelta y sale de la casa, dando un portazo. Después de cruzar el rellano, al pisar la calle se convierte en una persona totalmente diferente. Sonríe y empieza a saludar a toda la gente que conoce. Mientras tanto, la mujer se maquilla las heridas. Cuando ha terminado se pone un abrigo, para que nadie le vea los moratones. Sale a la calle, con una sonrisa. Agarra a su marido y se van los dos a pasear.

Otra cosa que me llama mucho la atención es que no hay personas negras en toda la isla. Ni de otra etnia. Todas son tan blancas como yo.

Vuelvo a entrar en la playa. Esta vez me fijo en una pareja que están descalzos, mojando los pies en la orilla. La chica se parece tanto a mí físicamente, que a primera vista me da un poco de impresión. Está embarazada y es como si fuera yo pero de aquí a unos años. Mi doble yo tiene la mirada perdida en el horizonte, como si estuviera mirando fijamente la otra orilla, anhelando estar allí. Va vestida de gris, con un traje que la hace mucho más mayor de lo que es y con el pelo recogido en un moño. Aunque no parece una anciana, sino una chica más bien joven, tiene alguna que otra arruga, y la piel muy poco cuidada.

A su lado, quien deduzco que es su marido (aunque por alguna extraña razón no puedo ponerle cara) y el padre del bebé. La toma por la cintura desde atrás y la mira intensamente, pero ella solo se fija en el horizonte. Debe haber algo muy interesante en esa otra orilla, la cual aún no he mirado.

Siento como si no perteneciera a esta isla. Es como si fuera una extraña entre toda la multitud. Como si todo fuera superficial. He nacido y he vivido siempre aquí pero ya no es lo mismo.

Mi móvil vibra, devolviéndome así a la vida real. Lo llevaba en la mano, de manera que he sentido perfectamente la vibración.

«Estoy en el aeropuerto
el avión sale en media hora»
«K vaya muy bien! M has dejado solaaa» le escribo.
«Graciass» me responde, añadiendo emojis de corazones «m echas d menos?»
«Un pco...me entretengo hablando cntigo»
«No t preopcupes k en unos dias estaré x aki otra vez molestandote jajajaj»
«Pasame una foto de cuando stes en la boda" le escribo entonces "kiero verte arreglada».
«Jajajajaj valeee».

Suspendo la pantalla y atiendo a la clase.

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