Capítulo 13: Iniciación en las artes ocultas

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Luego de su encuentro con Delmy aquella tarde, Elliot quedó con más dudas y preguntas en su cabeza. Sentir la tibieza de la carta de Astra en su bolsillo fue lo único que logró reconfortarlo. Se sentía muy aliviado de que la carta no hubiera caído en manos de la gente de O.R.U.S.

Los pasillos estaban a rebosar de alumnos que iban y venían. Aparte de los alumnos regulares había varios restauradores paseando por el castillo, embutidos en sus trajes negros. Sus rostros estaban casi completamente ocultos entre el quepí y las gafas, y cada vez que uno pasaba a su alrededor, Elliot sentía un fuerte pavor naciendo en su estómago.

Uno de los restauradores pasó a su lado y se fijó en él. Cuando Elliot sintió cómo la mirada de aquel desconocido lo escaneaba, pensó que tal vez, de alguna manera que no lograba comprender, algo tenía la capacidad de permitirles descubrir la presencia de sus acompañantes espirituales. Astra notó la preocupación en su rostro y le habló para calmarlo.

—No tienes nada que temer, Elliot —dijo—. Todo rela, ¿OK? Por más que lo intenten, nadie que no haya tocado alguna de las cartas del tarot puede vernos.

Aquellas palabras reconfortaron a Elliot. Poco a poco fue soltando el aire que había estado reteniendo e intentó calmarse. El restaurador terminó de pasar. Elliot luchó con todas sus fuerzas contra el impulso de girarse a verlo. Tenía miedo de que, al hacerlo, se encontraría una vez más con la chica que lo había interrogado. «...NO SABES NADA. NO SABES NI UNA MALDITA COSA SOBRE CON QUIÉN TE ESTÁS METIENDO...», escuchó una vez más en su cabeza, recordando textualmente sus palabras. Hacerlo era igual a sentir escalofríos.

Todo aquello del tarot se estaba volviendo más complicado a medida que iban pasando los días. Pero, aunque Elliot estaba asustado, también le era inevitable sentir el fuego de la aventura crepitando cada día con más fuerza dentro de él. Eran demasiadas cosas. «Primero la gitana y el libro, el tarot, Paerbeatus, el viaje a Poole, Lila, la petición de ayuda de Astra, su prueba (aunque no puedo recordar casi nada después de que crucé la cortina), la gente de ORUS... ¡son demasiadas cosas!», pensaba el chico. «¿Qué es todo esto? ¿Magia? ¿Ciencia? ¿Alquimia? ¿Tecnología alienígena? Hay tantas posibles explicaciones... y falta tanto por descubrir». Pero también quedaban las amenazas y las advertencias; las muchas señales de alerta que le sugerían que adentrarse más en este nuevo mundo iba a suponer riesgos y peligros, cosas a las que nunca antes se había enfrentado. «Al menos será más divertido que un examen de matemáticas». Tras pensarlo un poco mientras andaba de aquí para allá en el castillo, se puso en dirección a la biblioteca antigua con un nuevo objetivo en mente.

—Elliot, el dormitorio está hacia allá —le dijo Paerbeatus al chico al ver que éste tomaba la escalera que daba al ala sureste del castillo.

—Primero debo buscar algo en la biblioteca.

Durante el almuerzo se había corrido la noticia de que ya estaba listo el reemplazo para el puesto del señor Sergio. Elliot tenía la certeza de que él, o lo que había estado haciendo la noche en que el vigilante había muerto, estaba relacionado con su muerte. Tenía pensado hablar con Astra para indagar más sobre el asunto, pero antes, necesitaba entender muchas cosas que le estaban carcomiendo la cabeza. En aquel momento supo, por primera vez y a ciencia cierta, que estaba metido hasta el cuello en algo más serio que una simple búsqueda de cartas raras.

—Paerbeatus, lleva a Astra a la habitación y espérenme allí. Tenemos que hablar...

Justo después Elliot salió corriendo por el pasillo.

─ ∞ ─

Largos estantes con filas interminables de libros con títulos como "Abre tu mente a lo oculto", "El Tercer Ojo", "Las Hijas de Hécate" y "Magia Blanca, Amuletos para la Suerte y Hechizos de Amor: Todo lo que necesitas para triunfar en la vida" se sucedían uno detrás de otros. Elliot seguía vagando por los pasillos de la sección de ocultismo de la vieja biblioteca, pero aunque sabía lo que necesitaba, realmente no sabía qué libro de entre todos aquellos podría serle realmente útil. Todos, a su parecer, le parecían un fiasco, y detrás de aquellos nombres estrafalarios, Elliot podía ver aquellos libros como lo que realmente eran...

Se conocía la vieja biblioteca como la palma de su mano, y aunque nunca había necesitado nada de la sección de ocultismo, sabía perfectamente donde estaba. Era una sección bastante alejada y que quedaba en el segundo piso. Debido a su amplia extensión de ejemplares polvorientos, era difícil pasarla por alto. Por un instante Elliot casi se sintió ridículo de estar allí parado. Podía imaginar la cara alargada de Pierre burlándose de él si pudiera verlo en aquel momento, a lo que probablemente diría que todas esas cosas del ocultismo no eran más que «cuentos de viejas charlatanas y de mujeres histéricas». Y en cierto modo, Elliot no habría podido culparlo por querer burlarse de él. Hasta hace poco él mismo había sido prácticamente igual de escéptico. Pero tanto le había pasado ya en los últimos días que seguir negando la realidad de las cosas, o tratar de buscarle un sentido lógico o científico (al menos del status quo racionalista), era aún más estúpido.

«Mmmm...», murmuró frustrado después de varios minutos de rebuscar entre los libros. «¿En serio habrá algo aquí que me sirva realmente?»

La pregunta iba dirigida a sí mismo más que a alguien más, pero un golpe sordo a sus espaldas lo sobresaltó. Cuando Elliot se giró para ver de qué se trataba. Encontró un libro viejo y de aspecto mohoso con las páginas amarillas, tirado en la mitad del pasillo. Era como si se hubiese caído de las estanterías por sí solo. Elliot se acercó y lo levantó. En la portada, con una tipografía simple y el dibujo de una mano abierta en él, se podía leer con claridad: «Astrología, Tarot y otras Artes Adivinatorias».

Elliot volteó sorprendido a un lado y otro del pasillo. Era evidente que no había nadie más alrededor.

—¿Hay alguien... allí? —preguntó dubitativo, pero no hubo respuesta—. Lila... ¿eres tú? —dijo.

Las palabras le sonaron tontas cuando hizo aquella pregunta, y la sensación de incomodidad no hizo más que acrecentarse cuando pasaron los segundos sin que hubiera respuesta. Sin embargo, una sonrisa de culpa se dibujó en sus labios por lo que estaba punto de decir...

—Gracias.

Elliot no sabía si la fantasma estaba realmente allí o no, pero igual sintió el impulso de decir aquello. Con el libro en la mano se giró y se fue hasta el puesto de Madame Bárbara para pedir el préstamo del libro. A sus espaldas dos pequeños ojos rojos destellaron en la oscuridad.

─ ∞ ─

Cuando entró a su habitación Astra estaba sentada frente a su laptop, intrigada por el aparato, y Paerbeatus estaba caminando de cabeza en el techo como si fuera un murciélago. Elliot ni se inmutó por aquello. A estas alturas ya su mente se había preparado a que cualquier cosa pudiera pasar, y como la nueva normalidad era que en «ya realidad nada era normal», sentía que nada podría sorprenderlo. Apenas lo vieron entrar los espíritus voltearon a verla concienzudamente.

Paerbeatus sentía algo diferente en él. Ya le había quedado muy claro que Elliot era un chico muy curioso y determinado, y que, a pesar del miedo, nunca se echaría atrás desde que le había contado sobre las demás cartas; incluso a pesar de no tener ni una pizca de verdadero poder mágico en su cuerpo. Pero a pesar de su firmeza, era evidente que algo durante la prueba de Astra lo había afectado, porque el chico estaba bastante más serio que de costumbre. Algo en su semblante gatilló un recuerdo fugaz en la memoria de Paerbeatus. Era su rostro, o por lo menos eso creyó, porque en el recuerdo la luz era tenue y como fue tan veloz la imagen se escapó frente a sus ojos no sin antes hacerlo sonreír un poco. El momento se había sentido tan cálido dentro de su pecho que el calor le aguó los ojos por un instante. Ver a Elliot tan... concentrado, hizo que Paerbeatus se sintiera culpable. Por primera vez lo veía como lo que realmente era: un niño, y por primera vez supo en lo que lo había metido y se sintió culpable.

—No sé qué le hiciste, pero lo rompiste —le reclamó a Astra mientras se giraba a verla, aún colgado de cabeza—. Rompiste a Elliot...

Casi había sollozos en la voz del espíritu.

¿Qué? ¿De qué hablas, Paerbeatus? —respondió Astra con voz ausente—. El chico está bien.

—No, no está bien —negó él con la cabeza—. Mira lo serio que está. Está preocupado.

Elliot volteó a verlo con rapidez.

—No estoy preocupado, Paerbeatus —dijo mientras caminaba en dirección al escritorio.

Una vez allí abrió su gaveta y sacó las cartas del Tarot que Madeleine le regaló por su cumpleaños.

—Sólo estoy pensando en algunas cosas. Todo va a estar bien, no te preocupes —dijo.

Después de eso se lanzó de rodillas junto a su cama y sacó el libro de Almería de su escondite. Era allí donde guardaba la carta de Paerbeatus. Con el pesado libro entre sus manos, y recapacitando un poco sobre los últimos acontecimientos, a Elliot le pareció que seguir guardando allí el libro no era muy buena idea. «Tengo que encontrarle un nuevo escondite al libro lo más pronto posible», pensó. Elliot se levantó del suelo y se sentó sobre su cama, no sin antes sacar la carta de Astra de su bolsillo. Luego tomó la carta de Paerbeatus del libro y con el rostro nuevamente cubierto de concentración, se giró para ver a los dos espíritus que lo observaban en silencio sin perder un solo detalle de cada uno de sus movimientos.

—Necesito que por favor vuelvan a sus cartas. Será sólo un momento.

O.K. —dijo Astra con voz lánguida mientras comenzaba a desvanecerse.

—No te vayas a meter en mi carta, Astra, ¡te lo advierto! —se apresuró a decir Paerbeatus mientras intentaba desvanecerse más aprisa que la mujer albina.

Al cabo de unos segundos ambos habían vuelto a aparecer dibujados sobre las cartas, como si nunca hubieran abandonado su lugar. Sólo la de Paerbeatus parecía haber cambiado ligeramente, y esto se debía a que ahora Recordatorio parecía estar jugando entre sus piernas; su cara de amargado seguía siendo la misma de siempre.

Elliot colocó ambas cartas mágicas sobre la cama y revisó una por una las cartas del tarot que Madeleine le había regalado, hasta que por fin consiguió lo que andaba buscando. Aunque las ilustraciones no eran iguales, había varios elementos comunes entre ellas. Lo que facilitó más la búsqueda fue el número que se encontraba en lo alto de las cartas. En eso las cartas de ambos tarots eran idénticos. La carta de Astra tenía escrito en romano un pequeño número diecisiete, y dentro del tarot que le habían regalado, la carta de la Estrella también tenía el mismo número. La carta del Loco, al igual que Paerbeatus, carecía de uno.

Elliot tomó impaciente el libro antiguo y se dedicó a ojearlo con más maña que todas las veces anteriores. Incluso si no entendía lo que estaba escrito en él, valía la pena verificar cada detalle. En efecto, una vez notó que no había nada en él que hiciera mención a las cartas. Seguidamente tomó el libro que había traído de la biblioteca y prosiguió con su investigación. Las hojas amarillentas del libro olían a humedad y polvo. Rápidamente la atmósfera de la habitación se impregnó con el aroma del papel viejo, mientras Elliot se perdía entre las páginas. Casi a mitad del libro encontró la sección que necesitaba en aquel momento...

«El Tarot es una de las artes adivinatorias más populares dentro de las masas. En esta sección el iniciado encontrará todo lo que necesita saber sobre los arcanos mayores y menores, el significado oculto detrás de cada baraja, y la manera más eficaz para interpretar y entender los designios del Universo a través de ellos», leyó Elliot en voz alta y pausada, como si de una lección muy importante se tratara. Prosiguió la división de los arcanos y su jerarquía dentro de una tirada de cartas, —que es como se le conoce a la acción que realiza el tarotista para leer el futuro de una persona con el Tarot—, y aquello hizo que recordara lo que había dicho Madeleine cuando almorzaron juntos bajo el árbol de Venus: «los arcanos mayores son veintidós, Elliot». Sin perder más tiempo, buscó lo que necesitaba saber.

Primero decidió revisar lo que decía el libro de la carta del Loco:

«Según la mística del tarot, El Loco puede ser el último o el primer Arcano; por lo tanto, suele llamársele la carta comodín. Está asociado con la cantidad y cualidad del tiempo y el espacio. Representa una dualidad entre la sabiduría y lo irreflexivo ligada a la juventud. Representado siempre como un hombre joven, El Loco tiende a hacer las cosas por impulso, y aunque en una primera impresión esto podría ser algo malo, curiosamente el resultado final es siempre el mejor que podría esperarse, causando inevitablemente la impresión de que las cosas estaban destinadas a suceder del modo que lo hicieron desde un principio. Se le atribuye la transformación de cada tropiezo en una lección aprendida. También representa la aventura intrépida y el valor que se necesita para seguir caminando hacia adelante aun en medio de la más perpetua oscuridad. Reversa, sin embargo, anuncia problemas, tropiezos, y peligros infranqueables en el camino que causarán mucha agonía en la vida del consultante».

—Mmmm —masculló Elliot por lo bajo mientras buscaba ahora por la descripción de la Estrella. Su concentración era absoluta y más que leer, parecía estar fotocopiando cada palabra en su cerebro.

«El Arcano XVII es uno de los más benevolentes dentro de los Arcanos Mayores del Tarot. La Estrella es representada siempre como una doncella bajo un cielo nocturno y estrellado con dos jarras de agua, una en cada mano, mientras vierte una en un lago a sus pies y otra en la orilla; esto representa la esencia fundamental del ser, y como una parte de sí mismo, el agua en las jarras se integra a un nuevo ser: el agua del lago. El número diecisiete que identifica a la carta es el número cósmico de la esperanza y la fe, y por esta razón la Estrella simboliza la esperanza, la espiritualidad, la renovación interna, la inspiración y la serenidad. Es una carta que habla no solo de la confianza en uno mismo sino también en las fuerzas universales, y la comprensión de que estas conspiran a nuestro favor. La Estrella muchas veces es vista como Venus o el Lucero del Alba, simbolizando así la resurrección, pues manifestaría el paso de la noche al día y su eterno retorno. En su estado reverso toda la benevolencia de la carta se convierte en pesadillas y tormentos que enturbian la mente y perturban el designio astrológico».

Los ojos de Elliot viajaban de un lado al otro leyendo con mucho cuidado cada palabra, mientras analizaba con atención cada línea. Estaba en busca de algún significado oculto tras cada sílaba. Su mente era un hervidero de ideas y preguntas, muchas de las cuales se respondían por sí solas. Otras permanecían inconclusas o inconexas en su imaginación.

—Chicos... ya pueden salir —dijo sin despegar los ojos del libro mientras sacaba de su escritorio un lápiz y un cuaderno y comenzaba a hacer diferentes anotaciones.

Cuando Paerbeatus y Astra se manifestaron a su lado, Elliot se giró para interrogar a la chica albina. En sus ojos morados Elliot pudo ver el destello de sus propios ojos azules, devolviéndole la mirada.

—Astra, quiero que me digas cuál es tu talento.

—Ya veo —exclamó Astra en tono divertido—. Es simple. Puedo escuchar a las estrellas y comunicar lo que tengan que decir.

—¿Cómo dices? —preguntó Elliot mientras arrugaba la frente.

Astra soltó una risita atolondrada y se volvió a asomar por la ventana, dejando que sus ojos se perdieran en el cielo que ya estaba comenzando a pintarse de rojo.

—Las estrellas hablan, cantan y bailan, Elliot. Pero supongo que ya tú te habías dado cuenta de eso —dijo ella a mitad de un suspiro—. Se podría decir que soy capaz de entender el idioma que ellas hablan. Después de todo, soy en esencia parte de toda esa vibración que viaja a través del Universo... al igual que Paerbeatus, Recordatorio, e incluso tú, de alguna manera...

Astra no pudo dejar de sonreír con una gran melancolía. Su respuesta había sido tan serena y a la vez impredecible que Elliot enmudeció; no tenía nada que responderle.

—Pss... Elliot —chistó Paerbeatus acercándose—. ¿Tú entendiste algo de lo que dijo? Porque yo no. Y si me lo preguntas a mí, creo que tanto encierro ya le soltó un tornillo a la pobre...

Pero por extraño que pareciera, Elliot creía haber entendido las palabras de Astra.

—Astra —dijo con calma mientras guardaba el libro de Almería de nuevo bajo la cama antes de que Colombus decidiera entrar por sorpresa en cualquier momento—. Gracias... muchas gracias.

—¡¿En serio la entendiste?! —exclamó Paerbeatus. ¡Vaya, creo que al final el único cuerdo de esta familia soy yo!

Poco a poco, a medida que la noche iba cayendo sobre Fougères, el cielo afuera de la ventana iba pasando del rojo al naranja y del naranja al púrpura. Las primeras estrellas en asomarse comenzaron a parpadear con alegría y, sin poderlo evitar, Astra sonrió.

─ ∞ ─

Durante los días que siguieron Elliot se dedicó a estudiar el libro que había sacado de la biblioteca con detenimiento y mucha atención, incluso bajo la mirada atenta y curiosa de Colombus. Éste estaba evidentemente sorprendido al descubrir su nuevo tema de obsesión. Colombus ya había sido testigo de aquel furor estudiantil en ocasiones anteriores, pero aquel tendía a girar en torno a algún tema de importancia científica, alguna disertación filosófica, o en el peor de los casos (el que más odiaba el chico), a conflictos geopolíticos en general.

—Elliot, si yo realmente quisiera hablar de política llamaría a mi papá más a menudo —le decía siempre que el chico se enfrascaba en uno de esos debates de tipo monólogo, que parecían conversaciones consigo mismo o simposios académicos más que cualquier otra cosa.

En un solo año Elliot había sentido una curiosidad malsana, al punto de llegar a obsesionarse y dejar de dormir, por muchos temas, incluido el desarrollo de nuevas tecnologías y su aplicación teórica en el campo de la salud, el desarrollo práctico de las políticas verdes, el «dramático» incremento de movimientos de izquierda a lo largo y ancho del mundo, los nuevas tendencias de los activistas políticos y su aparente mercantilización derivando en lo que él mismo se había apresurado a denominar como «economía del pensamiento» y, sobre todo, se había obsesionado con las pirámides y con Egipto en general. Colombus incluso llegó a pensar que Elliot terminaría por abrir un laboratorio de momificación en algún rincón del castillo sólo para poder llevar a cabo sus propios experimentos de conservación de cuerpos. Después de un tiempo compartiendo con Elliot, Colombus aprendió que su amigo simplemente tenía una curiosidad muy impulsiva; casi al mismo tiempo que notó lo sensible que ponía a Elliot la palabra «loco». Así fue como poco a poco se fue acostumbrando a ese lado excéntrico de quien era su mejor amigo. Por eso, cuando Colombus entró al cuarto el miércoles por la noche y vio a Elliot leyendo un libro de astrología y artes adivinatorias, por un momento pensó que se había confundido de cuarto, o que, sin darse cuenta, había cruzado un portal alienígena y se encontraba en otra dimensión.

—Ahora sí ya lo he visto todo —dijo mientras dejaba sus cosas sobre la cama.

Pero Elliot no dijo nada y sólo se rio un poco entre dientes sin asomar la cabeza fuera del libro. Los días siguientes pasaron con normalidad, eso claro, si se dejaban de lado a los restauradores que se paseaban por todo el castillo. Como las muertes de la semana pasada seguían sin tener explicación aparente, el castillo todavía era un hervidero de rumores y chismes que se extendían como fuego a través de un bosque seco. El hecho de que los únicos muertos hasta el momento fueran hombres no pasó desapercibido, y Elliot escuchó de boca de Madeleine que, aparte de eso, algo mucho más extraño había sucedido con los cadáveres.

—No me crean a mí, porque esto sólo fue algo que escuché sin querer de mis compañeros del CLAP —decía Madeleine bajando la voz para que sólo la escucharan sus amigos.

—¿CLAP? ¿Qué es eso? —preguntó Elliot confundido.

CLub de Asuntos Paranormales...

Pierre arrugó la frente con irritación

—Pff... no me digas que eso realmente existe, Mady.

—¡Claro que existe! Y déjame decirte que es más popular de lo que parece —respondió ella con solemnidad.

—Es evidente que la estupidez humana no tiene límites —respondió Pierre más con resignación que con desdén.

—En fin, Mady, como sea, cuéntanos qué fue lo que escuchaste —dijo Colombus desdeñando la actitud de Pierre con una mano mientras veía a su amiga con mucha atención.

—Pensé que a ti no te gustaban esos temas, gordo —inquirió Pierre con sorna.

—No me gustan pero me entretienen —respondió el chico con soltura—. Y ya te he dicho mil y un veces que no me llames gordo, Jean Pierre. No olvides que todavía me debes la cachetada del otro día...

—Cómo si fueras a hacer algo realmente...

—Chicos, dejemos que Mady termine de contarnos lo que escuchó —intervino Elliot intrigado.

Algo le decía que, de alguna forma, las tres muertes estaban interconectadas entre sí, y que de un modo u otro todo aquello tenía que ver con lo que fuera que estuviera ocultando la Sección Inmaculada y los miembros del Protocolo O.R.U.S.

—No me vayan a creer, pero según lo que estuve escuchando —Madeleine se encimó aún más sobre la mesa para hablar más bajo—. A todos los hombres que encontraron muertos, los habían encontrado con...

De pronto se quedó callada y sus mejillas se encendieron de un rojo muy llamativo. Era evidente que estaba apenada por el simple hecho de estar pensando en lo que fuera que estuviera a punto de decir.

—¿Con qué, Mady? Termina de hablar —la apremió Colombus.

—Es que... no sé cómo decirlo, así que sólo lo diré y ya. ¡Pero presten atención porque no lo voy a decir dos veces! —se apresuró a responder Madeleine de forma azorada al ver cómo los ojos de sus amigos, incluso los de Pierre, estaban fijos sobre ella.

—Vale, prometido —la animó Elliot con calma para que la chica se sintiera en confianza.

—Ok, está bien —dijo ella. Cerró los ojos y respiró profundo antes de seguir con su historia—. Pues... resulta que, al parecer, todos los cadáveres que encontraron tenían... tenían... t-tenían...

—¡Ay, por todos los cielos, Mady —gritó Pierre impaciente—, deja de darle tantas vueltas al asunto y termina de decir lo que...!

—¡Tenían una er-ec... ción... y ¡y habían... habían... eyaculado antes de morir! Listo, ya lo dije.

La chica se puso tan colorada que casi no había diferencia entre el rojo de su cara y el rojo de su cabello. Era tan intenso el rubor que hasta las pecas se le habían borrado del rostro.

—¡¿Cómo dices?! —preguntó un Colombus atónito.

—Ya... ya lo dije y no pienso volver a repetirlo —farfulló Madeleine mientras se acomodaba el cabello nerviosamente.

El silencio se apoderó de la mesa luego de que Madeleine soltara semejante información. Ninguno se lo había esperado y ninguno supo qué decir. Si aquello era cierto, decir que era curioso era quedarse corto. Tras un rato, Elliot fue el primero en romper el silencio.

—¿Ustedes creen que sea verdad? —preguntó.

—No lo sé, viejo, pero...

De pronto, la mano de Colombus se movió con mucha rapidez y se estrelló con fuerza contra la parte de atrás de la cabeza de Pierre, quién de la sorpresa, estuvo a punto de pegar la frente contra la mesa a causa del impacto.

—¡Ahora sí te moriste, gordo! —gruñó Pierre con ira en la voz, pero Colombus ya se había puesto de pie y había salido corriendo en dirección a la salida.

—¡Te dije que me iba a desquitar! —gritó Colombus mientras se giraba para mostrarle uno de sus dedos a Pierre antes de seguir corriendo.

Madeleine estaba sorprendida por lo que acaba de ocurrir, pero Elliot simplemente no podía dejar de reírse.

─ ∞ ─

Los viernes solían ser los días preferidos por todos los alumnos del Fort Ministèrielle. Era el día de la semana en que los alumnos tenían permitido abandonar el uniforme del instituto y podían vestir con sus ropas habituales, lo que hacía que durante ese día el castillo pareciera un desfile de moda. Todos los alumnos aprovechaban para exhibir su personalidad al cien por ciento y, para muchos, era la oportunidad perfecta para alardear y competir silenciosamente por el dominio del ecosistema estudiantil del instituto. Sin embargo, aun cuando el color se apoderó de los pasillos, con todos los acontecimientos extraños, las muertes de la última semana, y las sombras alargadas de los restauradores intimidando a todos los estudiantes, resultaba muy difícil para los estudiar evadir la angustia implícita en la nueva cotidianidad.

—Pero que viernes tan de porquería —se quejó Colombus mientras estaba sentado en la grama junto a los chicos bajo la sombra de un árbol en los terrenos del jardín.

Les habían dado parte de la tarde libre mientras el cuerpo de profesores preparaba una reunión especial que, según palabras de Madame Gertrude, «tiene como objetivo levantar la moral de todos ustedes, y hacerlos enfocarse en lo que realmente importa: la construcción de su futuro...», o al menos, así había dicho en la mañana durante la clase de Protocolo.

Sin embargo, a pesar del aura melancólica del castillo, a Elliot le parecía que Madeleine estaba bastante más arreglada de la cuenta, y si sus poderes de deducción no le fallaban, hasta la notaba algo nerviosa. Iba vestida con un delicado vestido de cuadros azules que le llegaba hasta las rodillas y llevaba parte del cabello recogido en un intrincado trenzado. Sus ojos verdes rebuscaron varias veces en la pantalla de su teléfono mientras hablaban de la semana y de la inminencia de los exámenes de la semana próxima, para los que Colombus aseguraba no estar preparado, «ni lo estaría en un millón de años».

El rostro de Madeleine era como siempre delicado y sinuoso, y sus ojos verdes resaltaban como esmeraldas bajo la luz del sol. Aquella tarde sus pequeñas pecas le daban un aire más inocente que nunca. Elliot volvió a ver que Madeleine revisaba su teléfono por enésima vez y, sin detenerse a pensar mucho, se aventuró a averiguar qué le sucedía. No pasaron ni tres segundos cuando ya estaba buscando algo en su mochila. Cuando encontró lo que buscaba, lo sacó y lo extendió en dirección de ella.

—Toma una carta —le dijo.

Al ver lo que tenía frente a sus ojos Madeleine no pudo evitar sonreír entusiasmada, olvidándose por completo de lo que fuera que la estuviera preocupando. «Misión cumplida», pensó Elliot orgulloso en medio de una algarabía mental.

—¿Ya sabes cómo leer las cartas? —preguntó Madeleine entusiasmada.

La chica se acercó a Elliot con una sonrisa tan auténtica que él no pudo evitar sentir un hormigueo en el estómago.

—Bueno... la verdad es que no mucho, pero no perdemos nada con intentarlo. Además, si no practico nunca podré estar seguro de nada.

—Si no tienes el don jamás podrás hacer una lectura de verdad —soltó Paerbeatus con aburrimiento mientras su cuerpo aparecía encaramado en una de las ramas más gruesas del árbol.

Pero Elliot no le prestó atención y siguió concentrado en Madeleine, quien seguía viendo las cartas frente a ella sin saber cuál tomar.

—¿Están seguros que deberían estar jugando con esas cosas chicos —balbuceó temeroso Colombus mientras no le despegaba los ojos a las cartas.

Para él era como si en cualquier momento estas pudieran transformarse en serpientes venenosas.

—Lo único que a mí me faltaba era esto —se quejó Pierre con soberbia—. ¿Desde cuándo te metiste a bruja, Elliot? Porque hasta donde yo sé todavía falta más de un mes para Halloween. Y si te soy sincero, estoy bastante decepcionado de ti. Por un momento pensé que podrías ser mi discípulo en la vida, mi obra maestra... pero ya veo que no.

—Pues... si tanto te molesta lo que hacemos, no sé por qué te sigues juntando con nosotros —respondió Elliot.

—Porque les tengo lástima evidentemente —dijo Pierre con indiferencia—. En mi familia siempre acostumbramos a cuidar de los más débiles, eso es todo. Es una cuestión de honor.

—O quizás es sólo porque nosotros somos los únicos que soportamos tu mal humor, Pierre —le dijo Madeleine con condescendencia sin prestarle mucha atención, mientras por fin tomaba una carta del mazo—. Ésta, ¡esta es la que me llama! La siento gritando mi nombre.

—Vamos a ver que te salió —dijo Elliot tomando la carta de la mano de la chica.

De pronto, todos se quedaron en silencio, incluso Pierre. Elliot le dio la vuelta a la carta para que todos pudieran ver cuál había sido. Hasta Paerbeatus estaba en silencio, con los ojos fijos en el joven tarotista.

—Los Enamorados —dijo él—. Pero... está invertida.

—Uy... eso no es bueno —respondió la chica mientras la mirada se le oscurecía por la preocupación.

La sangre de Cristo tiene poder y nos purifica —dijo Colombus despavorido mientras se hacía la señal de la cruz en el cuerpo y se alejaba de las cartas del tarot con los ojos abiertos de par en par.

Elliot sabía que Madeleine estaba asustada, porque se estaba mordiendo el labio inferior de manera nerviosa. Eso hacía siempre que algo la alteraba.

—Según lo que he leído, si la carta sale invertida significa que debes tener cuidado de a quién le confías tu corazón en el amor, porque podrías tomar la decisión equivocada y terminarías lastimada —le dijo a Madeleine tratando de no sonar muy alarmista.

—¡Ay por favor! ¡No me digas que en serio vas a creer semejante estupidez, Madeleine! —exclamó Pierre con violencia—. Y tú Elliot, me sorprende que con lo «intelectual» que se supone que eres estés perdiendo el tiempo asustando a Mady con esos cuentos chinos. Debería darte vergüenza.

—Yo no quiero asustar a nadie, Pierre, así que deja de estar diciendo cosas que no son...

—Sí, sí, como tú digas, Elliot —refutó Pierre con indiferencia.

Elliot se disponía a contestar cuando un grito sobre su cabeza atrajo violentamente su atención.

—¡ELLIOT! —gritó Paerbeatus.

Un escalofrío recorrió por toda la espalda del chico. Paerbeatus lo veía directamente a los ojos y estos brillaban con muchísima intensidad, casi como si una luz violenta los iluminara desde el interior de la cabeza del espíritu.

—Estoy sintiendo la presencia de dos cartas. Están hacia el norte, pero... ¡hay mucha agua a su alrededor...!

El espíritu se giró con violencia para ver hacia el horizonte.

—¿Estás bien, viejo? —le preguntó Colombus al ver que Elliot no decía nada.

—Sí... estoy bien —le aseguró a Colombus con tranquilidad, muy pendiente de los movimientos de Paerbeatus sobre ellos—. Mady, yo lo siento. No quise preocuparte ni mucho menos, en serio yo...

Pero el sonido de un celular lo interrumpió a mitad de camino de su disculpa. Madeleine revisó su teléfono, y de un brinco se puso de pie.

—¡No te preocupes, Elliot, no es tu culpa! Yo sé cómo funcionan estas cosas —dijo ella mientras le dedicaba una sonrisa y se despedía de todos con un gesto de la mano—. Nos vemos más tarde.

—¿A dónde vas? —preguntó Pierre confundido—. La conferencia no es sino hasta dentro de media hora. Todavía tenemos tiempo.

—No voy a ir a la conferencia, Pierre. Tengo una cita —respondió ella mientras comenzaba a caminar, pero rápidamente Pierre se puso de pie de un brinco y la detuvo tomándola por uno de sus brazos.

—¿Cómo que una cita? —le dijo.

En su voz había incredulidad, rabia y... ¿dolor?

—Me estás lastimando, Pierre —respondió ella con severidad.

Rápidamente se zafó del agarre de Pierre y se alejó de él.

—¿Con quién? —le preguntó él.

Ella se acarició el brazo justo donde Pierre la había apretado.

—Yo n... n-no... ¡no tengo por qué darte explicaciones Pierre, pero si tanto te interesa, voy a salir con Jeremy! En fin, nos vemos en la cena chicos, bye-bye...

Y dejando a todos sus amigos con la boca abierta, la chica se alejó de ellos caminando con paso firme en dirección a la salida del castillo.

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