Capítulo 12: El ojo alado de O.R.U.S.

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El zumbido eléctrico de la lámpara sobre su cabeza era bastante molesto. La habitación era perturbadoramente impersonal. Todo era blanco; las paredes, el suelo, el techo; todo. No había ningún tipo de mobiliario, a excepción de la camilla en la que estaba acostado, la silla (también blanca) donde estaba sentada la chica y una mesita con su ropa al lado de la puerta. Ella tenía una mirada rígida y severa; no despegaba sus ojos negros de Elliot ni por un instante. Su presencia era penetrante y sublime, como una estatua esculpida sobre la piedra más fría y dura. Luego de carraspear un poco, Elliot por fin logró articular las palabras que le estaban dando vuelta en la cabeza desde que había abierto sus ojos. Inmediatamente se dio cuenta de que estaba desnudo, vestido únicamente con una bata de quirófano. Hacía frío. Como pudo trató de incorporarse, pero ella le colocó una de sus manos sobre el pecho y lo empujó con firmeza para que volviera a acostarse.

—No te muevas —le ordenó con tensa serenidad—. Podría ocurrir un accidente, y no queremos que eso suceda.

—¿Dónde... dónde estoy? —preguntó Elliot mientras miraba a su alrededor.

Un espejo enorme cubría la pared del fondo, reflejando el semblante terso de la joven que no debía ser mucho mayor que Elliot; tendría unos veinte años cuando mucho. En la habitación había una máquina (también blanca) que parecía estar monitoreando los signos vitales del chico desde un gancho ajustado en uno de sus dedos índice. Elliot la observó por unos minutos, devorando con sus ojos las gráficas que se mostraban en la pequeña pantalla sin entender nada de lo que veía.

—¿Estoy en la enfermería? —preguntó.

—Algo así. Estás bajo cuidado médico.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Elliot confundido y nervioso—. ¿Quién eres tú?

La vestimenta negra y roja de la restauradora la hacía resaltar de manera sombría en la habitación. Tenía el aspecto de un espectro negro y silencioso.

—Yo me encargaré de las preguntas —replicó ella mientras se ponía de pie y comenzaba a caminar alrededor de la camilla—. Hay algo muy importante qué discutir.

Elliot se sintió más ansioso de lo que ya estaba al escuchar esa respuesta. Lo mínimo que quería era saber qué había pasado y dónde estaba, y porqué lo tenían encerrado allí.

—Yo... no sé por qué está...

—No tenemos todo el día, Arcana —interrumpió ella con rapidez—. Y antes que vayas a llorar de miedo o lo que sea, aquí tienes —la chica se sacó algo de los bolsillos y lo puso a la altura de sus ojos para que Elliot pudiera ver el objeto con claridad. Era su billetera—: Todavía estás en el Fort Ministèrielle, y esto no es un secuestro...

La chica le lanzó la billetera con fuerza. Aunque Elliot intentó atraparla, sus movimientos fueron demasiado torpes y el cuero terminó por golpearlo contundentemente en el rostro.

—Parece que a alguien no le va muy bien en la clase de deportes —dijo la chica con sarcasmo.

Elliot guardó silencio y fingió darle la razón a la desconocida. En realidad no era su billetera lo que echaba en falta, si no la carta de Astra. Cuando comenzó la prueba y abrió la puerta recordaba haberla tenido en su mano, pero ahora ya no estaba por ningún lado. Eso era lo último que tenía en su memoria.

—Sé que quieres irte cuánto antes, así que escúchame con atención...

Al notar que la chica esperaba una señal por parte de él, Elliot asintió mudo.

—Estás en aprietos —dijo mirándolo fijamente—. Detrás de ese vidrio hay varios adultos observando nuestra conversación; entre ellos un oficial de la policía y un investigador privado. También hay varios profesores y personas importantes del Instituto. Todos quieren saber lo que sabes sobre lo que pasó durante la noche del último domingo.

—¿Domingo? ¿De qué hablas? Yo... no... no sé...

—Ya te lo advertí. No te hagas el listo. El reloj está corriendo y queremos obtener respuestas.

—Pero... ¡qué, no... no sé de qué hablas! ¡Yo no he hecho nada! —exclamó Elliot asustado.

—¿En serio? ¿Entonces qué hacías dormido el lunes por la madrugada en la Tour du Ciel justo cuando murieron dos personas más en el castillo y un muy valioso artículo de arte de la bóveda privada del Instituto fue robado?

—¿Qué... qué cosa? —preguntó él como un autómata sin vida. Una dolorosa presión se apoderó de su estómago.

—¿Sabes algo sobre la muerte del vigilante del castillo? —dijo ella mientras apoyaba las manos a los pies de la camilla.

Sus palabras resonaron como el disparo de un cañón en medio de aquellas paredes blancas y desnudas.

—El... el señor Sergio... ¿está muerto? —preguntó Elliot incrédulo.

Las palabras salieron lentamente de sus labios. Sus ojos cargados de inocencia y lágrimas se posaron en los de la chica.

—No entiendo por qué te sorprendes tanto, Elliot —dijo ella con desdén mientras retomaba su caminar alrededor de la camilla—. A mí particularmente no me agradaba mucho ese viejo verde...

—Yo... yo no... ¡no sé nada de la muerte de nadie! —respondió Elliot en shock y tratando de contener el llanto—. Yo... yo no he hecho nada.

De los nervios bajó los pies de la camilla, se quitó el sensor del dedo e intentó ponerse de pie. Estaba tan débil que, de no haber sido por la silla frente a él, habría caído de bruces contra el suelo de piedra. Sus piernas no le respondían como debían; estaban entumecidas. Cuando volvió a intentar reponerse vio que no podía mantener el peso de su cuerpo con ellas.

—Mi tía... ¿mi tía sabe dónde estoy? —dijo.

La chica no respondió a la pregunta.

—Te aconsejaría que no hicieras movimientos tan bruscos —respondió—. Después de todo llevas cerca de cuarenta y ocho horas dormido, y eso nunca es bueno. Debilita los músculos.

—¿Cuarenta y...? ¿Pero qué estás diciendo? ¡¿Qué hora es?! ¡¿Dónde diablos estoy?! ¡¿Tía Gemma?! ¡¿Estás allí?! ¡¿Qué está pasando aquí?!

La calma abandonó el cuerpo de Elliot de un solo golpe. Con cada pregunta que hacía sentía que un nudo apretado se le formaba en la garganta y amenazaba con asfixiarlo en cualquier momento. Inmediatamente un sonido seco y estridente resonó por toda la habitación. Era un pitido de alerta. La chica volteó a ver hacia el vidrio polarizado sin poder evitar colocar una mirada contenida de rabia.

—Será mejor que te calmes —contestó—. Ya te lo dije, estás en el Fort Ministèrielle, no has salido de aquí en ningún momento. Tu tía está al tanto de tu estado de salud. Sabe que estás bien. Sin embargo, imagino que no te gustaría que ella supiese que eres sospechoso de haber robado un artículo de arte invaluable, o de haber cometido tres asesinatos. Así que préstame atención y recuerda lo que ya te dije: No tenemos todo el día. Los caballeros que nos están escuchando tienen derecho a saber lo que hiciste. El escenario está muy claro. Estoy casi convencida de que fuiste tú —tras un minuto sin respuesta, la chica suspiró—. Mira, Elliot, no sé si mataste a esas personas, pero a menos que digas algo, seguiré creyendo que fuiste tú quien se robó el objeto...

«El objeto... la carta de Astra», resonó en su cabeza. La inseguridad poco a poco se iba apoderando de él.

—Eres tan sólo un niño. Si dices la verdad podemos llegar a algún acuerdo. Nadie tiene porqué enterarse de lo que has hecho, y los mismos dueños del artículo están dispuesto a abandonar los cargos si devuelves el objeto. Mientras nada de esto salga de aquí, de esta habitación, no tienes porqué cargar con la culpa de una travesura o un evento aislado de tu juventud. Es algo bueno que estudies aquí. No lo eches a perder por una necedad. Personalmente me parece que se trata de una oferta muy justa y razonable. No veo por qué no querrías colaborar...

«Pero Astra... ella estaba apresada aquí abajo. Ella quería ser libre; ella pidió mi ayuda...».

—Estás en buenas manos —continuó diciendo la chica—. Nosotros no queremos hacerte daño, y no vamos a hacerlo. Al contrario, Elliot, somos tus amigos, y lo único que pretendemos es ayudarte, formarte, que crezcas y seas todo lo que puedes ser de adulto: un líder prodigioso, un hombre exitoso, un gran artista, o lo que sea que quieras. Para eso estás aquí. Para eso tus padres te inscribieron en este instituto, para que destaques por encima de todos los demás que matarían por una oportunidad como esta... pero si quieres que todo salga bien, primero debes poner de tu parte y decirnos la verdad.

—Pero... pero yo les estoy diciendo la verdad —respondió Elliot con frustración, haciendo acopio de todas sus fuerzas para que no se notara la mentira.

—¿En serio? Porque eso no me explica qué hacías dormido en medio de la Tour du Ciel la misma madrugada en la que todo sucedió. Recuerda, dos personas murieron dentro del castillo y el artículo fue robado. Si en serio no tuviste nada que ver, entonces dime, Elliot, ¿qué hacías tú, completamente solo, dormido en mitad del suelo en la torre del planetario?

Elliot se puso de pie con brusquedad. Aunque todavía sentía un hormigueo insoportable en las piernas, ya le estaban respondiendo más, y aunque se tambaleaba y se tuvo que mantener apoyado con una mano de la camilla, al cabo de un instante logró mantenerse en pie por sí mismo.

—Yo... ¡ya te lo dije! Solamente subí a ver las estrellas y ¡me quedé dormido! —balbuceó tratando de conferirle serenidad y firmeza a su voz—. Eso fue todo.

—¿Y te quedaste dormido casi dos días seguidos? —preguntó la desconocida con sus ojos negros fijos en él. Su mirada era gélida y sus ojos parecían carentes de vida en aquel momento; tanto así que Elliot sintió miedo.

—Yo... yo...

Elliot no sabía qué hacer. La cabeza le dolía y los pensamientos se le amontonaban con violencia tratando de pensar en qué decir para salir de aquel embrollo en el que se encontraba.

—La... noche del domingo —comenzó a decir mientras su mente le mostraba una salida—, durante mi fiesta de cumpleaños fuera del castillo, yo... me bebí unas cervezas para celebrar y... bueno, creo que se me pasó un poco la mano.

Apenas escuchó aquella afirmación, la chica pareció perder la calma. Su mirada se ensombreció.

—¿Me estás diciendo que por estar borracho te quedaste dormido todo ese tiempo?

—Bueno s-sí —aceptó Elliot avergonzado—. ¡Yo no tengo mucha experiencia con la bebida! y me da pena admitirlo, pero eso fue lo que pasó...

La chica lo veía fijamente con sus ojos negros. Estaba haciendo todo lo posible por mantenerse serena.

—Ya veo...

—Es por eso que le digo que yo no tengo nada que ver con ningún asesinato ni ningún robo. Sólo subí al planetario a ver las estrellas después de beber y me quedé dormido allí. Eso fue todo. Todo esto no es más que una casualidad, y sí, sé que lo que hice estuvo mal, pero puede estar segura de que no volverá a pasar. No volveré a tomar más nunca, ¡lo juro! —exclamó Elliot aparentando nerviosismo.

Ella bufó con frustración al escuchar su respuesta.

—Entonces, si es eso es todo lo tienes para decirme, estamos listos —le dijo con tono de decepción—. Puedes irte...

—¡¿De verdad?! —dijo Elliot encaminándose a la puerta—. ¡Muchísimas gracias!

Ella, sin embargo, parecía no haberlo dicho todo todavía.

—Escucha —dijo justo después—. Esta es tu última oportunidad: si sales de esa puerta sin decirme qué pasó, despídete de la posibilidad de resolver esto pacíficamente. Y te lo voy a repetir una vez más por si no te ha quedado claro: te conviene tenernos de amigos, no de enemigos.

Elliot tragó saliva apenas escuchó aquellas últimas palabras. No sabía qué responder.

—Ya le dije que no sé...

Pero las palabras de Elliot fueron interrumpidas con violencia. La muchacha rápidamente se le fue encima y lo agarró con mucha fuerza (mucha más de la que parecía tener) y lo haló por la bata médica levantándolo del suelo poco más de 10 centímetros. Sus rostros estaban a la misma altura; era tan cerca que casi podían respirarse el aire del otro.

—Es verdad, mocoso de mierda, NO SABES NADA. NO SABES NI UNA MALDITA COSA SOBRE EL PROBLEMA EN EL QUE ESTÁS O CON QUIÉN TE ESTÁS METIENDO, NO E...

Pero una vez más la misma alarma sonó y cortó las amenazas de la chica en seco. Rápidamente un hombre habló a través de algún parlante y su voz se mezcló con el eco que había dejado el pitido: «GRIMM...», se escuchó impulsivamente. Ella soltó un bramido ahogado y Elliot gimió. Estaba temblando de miedo. Aunque su cuerpo ya casi se había recuperado por completo, todavía le quedaba algún escozor en las piernas y en la espalda. Un instante luego la chica lo soltó violentamente, empujándolo hacia adelante.

—Felicitaciones, Arcana. Acabas de echar a perder tu vida y todo por un jueguito estúpido de niños —le dijo con indignación después de darle una mirada de asco, como si Elliot no fuera más que una bolsa de basura por tirar—. No creas que ya te libraste de nosotros. La investigación sigue. Aún no estás libre de sospecha. Tienes completamente prohibido abandonar los terrenos del Fort Ministèrielle, tanto como decirle a alguien lo que pasó en esta habitación. ¿Está claro? NADIE debe enterarse de esto. Ni siquiera tu familia. Si alguien se entera de lo que viste o escuchaste durante los últimos tres días, nos encargaremos de que se des-entere, cueste lo que cueste, ¿entiendes? Y créeme que lo sabremos. No cometas la estupidez de subestimarnos. No eres nada, y ya no puedes hacer nada. Estás acabado...

Una vez más... la alarma.

—Vete. Lárgate —dijo ella finalmente—. Y una última cosa: cuando descubra tu culpabilidad, la expulsión o la cárcel serán el menor de tus problemas. Así que mejor ve aprovechando el tiempo que te quede...

Casi con prisa nuevamente una nueva voz se escuchó por el parlante. Esta era de otro hombre. A pesar de la distorsión, Elliot pudo notar que era bastante nasal.

—Ujum —carraspeó como si quisiera aparentar vergüenza—, señor Arcana, por favor... retírese de una buena vez. Salga por la puerta y tomé inmediatamente el camino hacia la derecha. Al final del pasillo está el ascensor que lo llevará de vuelta al Ala Sur del castillo. Su ropa está justo al lado de la entrada. Muchas gracias por su colaboración...

Elliot suspiró. No le quedaba otra opción más que desnudarse frente a la chica, quien lo veía atentamente (y hasta parecía fijarse en los detalles íntimos de su cuerpo con una mirada soberbia y penetrante), y vestirse lo más rápido que pudo. Aquella última frase del parlante fue lo único que hizo falta para que quisiera salir disparado cuanto antes de aquel lugar y apresurarse a la salida. «Pero qué rayos acaba de pasar...», pensó. El corazón le latía violentamente.

─ ∞ ─

La chica se quedó inmóvil viendo la puerta cerrada frente a ella. Mientras escuchaba los pasos de Elliot alejándose por el pasillo, el vidrio polarizado comenzó a hacerse completamente transparente. Ella ni se inmutó.

—¿Qué piensas? —preguntó la voz áspera de un hombre al otro lado del vidrio.

Era otra voz de otro hombre. Ya eran tres quienes estaban del otro lado. Ella, luego de ver por unos instantes más la puerta cerrada frente a ella, se giró para contestar la pregunta que el tercer hombre le acababa de hacer. Su cortó cabello negro se meció en el viento, y su rostro de facciones lisas y esbeltas quedó reflejado en el vidrio. Los tres hombres estaban del otro lado, rodeados cada uno de un par de personas que tomaban nota de todo lo que se decía en la conversación.

—Creo que ya la enfermera pasó el reporte —respondió la chica—. Los informes médicos muestran que Elliot sí sufrió un coma etílico leve, así que su coartada parece válida. Adicionalmente, ya ustedes están al tanto de que las cámaras no captaron nada, así que sin una confesión no podemos inculparlo. Tampoco comparte ninguna de las características de las víctimas de las últimas dos semanas, por lo que también podemos descartarlo como un sobreviviente a los asesinatos. Pero, aun así, por la extrañeza de su situación y las circunstancias del asalto, se hace muy evidente para mí que el chico oculta algo. Sea como sea, no hay de qué preocuparse. Ya lo descubriré.

—Bien —respondió la voz del primer hombre que Elliot había escuchado por el parlante—. Igual creo que se te pasó la mano en algunos momentos. El pequeño debe andar por ahí buscando un baño con urgencia...

—Sí... para no cagarse en los pantalones —añadió alguien y todos comenzaron a reír a excepción de uno de los tres hombres que la observaban fijamente.

La chica sonrió con petulancia como si no le afectara mucho aquella declaración.

—Yo ya hablé con Rousseau —añadió de inmediato el tercer hombre—. Ya realizó una inspección a fondo, categoría supra. Dice que el chico está limpio...

—Si el Maestro Rousseau lo dice quizás sea cierto —respondió la chica de inmediato—, pero yo no me confiaría aún del todo con respecto a Elliot. Mi sexto sentido me lo dice, señor.

—Mmm... siempre has tenido lo tuyo, ¿no es así, Grimm? —contestó el primero.

El segundo hombre, aquel que Elliot sintió particularmente nasal, rompió su silencio para unirse a la conversación.

—Cuando los miembros de la Junta se enteren de que perdimos la carta, se encargarán de todos nosotros en un abrir y cerrar de ojos, y ya sabemos lo que eso significa —dijo—. Tenemos que mantener todo esto en secreto y resolverlo cuanto antes. Dos semanas cuando mucho, ¿quedó claro?

Todos los que estaban presentes, incluida la chica, asintieron ante sus palabras.

—Justo tenía que pasar esto cuando ese niñato engreído va a estar pavoneándose por mi instituto dentro de poco... ¡Mierda, maldita sea!

Dijo mientras golpeaba con fuerza el vidrio frente a él antes de volver a hablar.

—Mira Grimm, encárgate del mocoso si quieres, no me importa. Sólo espero que no me falles con esto —fue lo último que dijo.

La chica respondió inmediatamente con un impulso íntimo y entusiasta.

—Por supuesto que no, señor Director. Ya sabe que puede contar conmigo —dijo.

Sus ojos negros y vacíos le devolvieron la mirada desde el reflejo del vidrio.

─ ∞ ─

Era más tarde de lo que parecía. Sin importar cuánto lo llamara, Paerbeatus no aparecía. Elliot no encontraba sus cartas por ningún lado, y no tenía ni idea de dónde podían estar. Resignado, no le quedó más que marcharse a su habitación preocupado. A medida que caminaba no podía dejar de preguntar cientos de cosas. «¿Qué rayos pasó allá abajo? ¿Qué era ese lugar? ¿Quiénes eran esas personas?», se preguntaba una y otra vez mientras andaba por el castillo, caminando como un autómata. Su mente estaba concentrada en su encuentro con la restauradora. Sus pies, habituados al recorrido, lo guiaban sin error alguno hasta la habitación que él y Colombus compartían desde su llegada al Fort Ministèrielle.

Cuando finalmente llegó, con la confianza de estar entrando en su habitación, Elliot abrió de golpe la puerta de la habitación y sin avisar y, al instante, se arrepintió de no haber tocado la puerta antes. La amplia y desnuda espalda de Colombus fue lo primero sus ojos que vieron, seguido de la imagen de su amigo sentado en el escritorio de la habitación, con la pantalla del ordenador frente a él, los pantalones de la pijama hasta los tobillos, y una de sus manos perdida entre sus piernas. Aunque Elliot no podía ver lo que estaba haciendo con ella, tampoco quería imaginárselo. Colombus, al sentir que la puerta se abrió de golpe, se sobresaltó y se giró a ver quién había invadido su privacidad en aquel momento tan vulnerable. Colombus observaba fijamente a Elliot; sus ojos, acuosos e indefensos, escaneaban con temor a su mejor amigo, quién estaba en shock y le devolvía una mirada de trauma. En la pantalla una escena caricaturesca de tentáculos violáceos y viscosos con forma sugerentemente perturbadora salían de la cavidad de una mujer para introducirse con parsimonia y lujuria en todas las cavidades de otra chica con cola y orejitas de tigre de bengala, entre un sinfín de sonidos y gemidos muy agudos, viscerales y explícitos, que salían de la corneta del aparato. Ya era demasiado tarde para Elliot. Todo el suceso estaba impreso en su retina, su mente, su memoria.

Elliot —exclamó Colombus con la voz sofocada.

—Lo siento —le respondió él saliendo abandonando la habitación con rapidez.

Incluso afuera las imágenes de la animación se repetían con violencia en su cabeza. «¿Por qué demonios no llamé a la puerta antes de entrar? ¡¿Por qué, por qué?!». Al cabo de unos minutos, Colombus habló.

—El-lliot... ya... pasa.

Elliot abrió la puerta con cuidado, pero no entró al cuarto. El chico se limitó a asomar la boca por el resquicio y de forma jocosa preguntó: «¿Estás seguro?». Colombus vio los labios de su amigo asomados de manera grotesca por la puerta y no pudo evitar reírse entre dientes.

—No seas idiota y termina de pasar, Elliot.

No había reproche en la voz de ninguno, más allá de un poco de vergüenza y una risa contenida. Elliot, al ver que había logrado romper la barrera del momento incómodo que acababan de protagonizar los dos, se sintió mucho mejor de escuchar a su amigo más tranquilo. Porque, aunque la situación había sido rara, no era algo tan grave como para armar un escándalo. Después de todo lo que Elliot había visto haciendo a Colombus él mismo lo hacía de vez en cuando, aunque a él... eso de los tentáculos... no le parecía muy interesante.

—Elliot, por Dios... ¿se puede saber dónde diablos estabas metido? —dijo Colombus tan rápido como pudo—. ¡Hermano, Madeleine y yo ya no sabíamos a quién preguntarle por ti! Y cada vez que nos acercábamos a hablar con el viejo Rousseau sólo nos decía que tú estabas bien y que pronto te reincorporarías a las actividades con normalidad. ¿Me quieres decir qué carajos te pasó?

Había preocupación y angustia en la voz de su amigo. Elliot sentía que le debía una explicación de su desaparición a Colombus, pero también sabía que no podía decirle nada aun de las cartas y todo lo que estaba pasando en su vida. Y si a esto le sumaba la advertencia de la chica de O.R.U.S de no decir nada de lo que había pasado, Elliot se quedaba sin respuesta alguna. Aun así, luego de ver la preocupación auténtica plasmada en los ojos de su amigo, él no podía seguir ocultándole todo. Algo tenía que decir.

—Colombus, necesito contarte algo, pero me tienes que prometer que no le vas a decir a nadie y que vas a mantener la calma ¿vale?

—Vamos, Elliot, ¿tan grave es así? —dijo Colombus al ver la seriedad en su semblante—. ¡No me asustes!

—La verdad es que no lo sé, Colombus, pero creo que sí. ¿Recuerdas que el domingo cuando salí de aquí en la noche te dije que iría al planetario, cierto?

—Sí, sí me acuerdo.

—Pues resulta que me quedé dormido allí, en medio del piso. Y al parecer alguien de los restauradores me encontró allí.

—Los... ¿restauradores? —el rostro de Colombus se puso pálido como la cera—. ¿Te refieres a la gente de O.R.U.S?

—Exactamente —confirmó Elliot.

Al escuchar esto, Colombus abrió los ojos como platos de la sorpresa y el terror

—Y lo peor no es eso —continuó el chico—. Lo peor es que, al parecer, esa noche aparte de encontrarme dormido en mitad de la Tour du Ciel, también encontraron muertas a dos personas...

—¡Sí, al señor Sergio y otro conserje! Eso fue un escándalo el lunes. Todo el mundo andaba como loco en el castillo y Madame Gertrude estaba más histérica que de costumbre. Al parecer muchos padres se enteraron también y han estado reclamando como locos, pero como todas han sido muertes naturales... en fin, ¿y eso qué tiene que ver contigo? —preguntó Colombus con impaciencia.

—Nada. Pero la gente de O.R.U.S no me creía y además con «la desaparición de la carta y el pasadizo secreto y las extrañas instalaciones que encontré bajo el despacho de Rousseau y...» —estuvo a punto de decir, pero se contuvo justo a tiempo para no hacerlo—, con lo de que me encontraron borracho, menos me creían. Cuando me desperté, estaba acostado en una camilla en lo que estoy seguro era un cuarto de interrogatorio.

Colombus se puso de pie de un brinco. El terror que sentía era más que evidente.

—No le habrás dicho a nadie que nosotros también bebimos, ¿cierto? ¡Dime que no les dijiste nada, Elliot!

—Cálmate Colombus, no le dije nada de ustedes. Para esa gente el único que bebió fui yo, ni siquiera me preguntaron con quién estaba...

Colombus suspiró.

—Uff... viejo, casi me matas de un susto —jadeó mientras se dejaba caer pesadamente en su cama—. No me vuelvas a hacer algo así.

Los dos amigos guardaron silencio por un rato. Finalmente Elliot se puso de pie, se cambió la ropa que llevaba puesta desde el domingo, se puso un pijama y se acostó en su cama.

—Lo que sí te puedo decir —le dijo luego con calma—, es que esa gente de O.R.U.S es realmente escalofriante.

—Es que sólo con verlos se les nota, hermano —contestó Colombus desde su cama—. Es más, corriste con suerte de que no te hicieran nada raro, como inyectarte un suero de la verdad o algo así. Esa gente parece sacada de una película de terror.

—No lo sé, pero por los momentos no podré salir del castillo hasta nuevo aviso, y según la chica que me interrogó, me van a estar vigilando.

Colombus se incorporó en su cama apoyándose de sus manos.

—Me estás jodiendo, ¿verdad? —preguntó tratando de que el miedo no se le filtrara en la voz, cosa que no logró porque al final de la última palabra, la voz se le quebró dolorosamente.

—Ojalá lo estuviera haciendo, Colombus, pero no. Todo lo que te estoy diciendo es verdad —dijo Elliot con resignación.

—Pero... ¿todo este escándalo sólo porque te emborrachaste un poco? Pues vaya fascismo de Instituto en el que estudiamos —protestó Colombus con indignación—. Sabes qué, mejor ya no me sigas diciendo más nada y vámonos a dormir. No vaya a ser que el S.E.A se me active por el estrés.

Colombus se metió debajo de su sábana y le dio la espalda a Elliot mientras cerraba los ojos para intentar escapar de lo que le acababa de contar su amigo. «Mañana averiguaré qué pasó con las cartas», pensaba Elliot desde su cama. Minutos más tarde, Elliot volvió a hablar con una curiosidad casi malvada. Tenía que preguntarlo...

—¿Colombus?

—¿Qué quieres, Elliot?

El silencio se alargó impaciente por unos segundos más.

¿Hentai? ¿En serio?

Elliot no podía contener la risa.

—Vete a la mierda, Elliot... vete a la mierda —contestó Colombus ofuscado por la vergüenza.

─ ∞ ─

Al día siguiente Elliot pudo ver con sus propios ojos, el desastre en el que se había convertido el instituto. Los restauradores se paseaban por los pasillos del castillo como buitres hambrientos al acecho de una presa moribunda. Cada vez que uno de ellos pasaba a su lado, Elliot sentía que los ojos detrás de aquellas gafas estrafalarias lo escaneaban con detenimiento. No podía evitar recordar las palabras de la extraña que lo interrogó: «...te conviene tenernos de amigos, no de enemigos...»

Colombus no decía nada. Era más que obvio que no quería atraer la atención de O.R.U.S. hacía sí mismo. Cuando los chicos se encontraron con Madeleine y Pierre en el comedor, la chica se le lanzó en los brazos a Elliot con lágrimas en los ojos. Pierre se burló de él por haberse enfermado al punto de tener que estar bajo observación. Fue entonces cuando Elliot se enteró de lo que estaba pasando. Al parecer, cuando sus amigos fueron a alertar de su desaparición al profesor Louis Rousseau, éste les dijo que Elliot estaba muy enfermo, que estaba siendo atendido por la enfermera y que le habían sido prohibidas las visitas temporalmente. Mientras Madeleine contaba aquello, los ojos de Elliot se encontraron con los de Colombus, que era el único de sus amigos que sabía que todo aquello no era cierto. Este le hizo un pequeño gesto de asentimiento con la cabeza y Elliot se decidió a contarles a sus otros amigos lo que realmente había pasado. Justo cuando abría la boca para comenzar a hablar, una mano grande y fuerte se posó en uno de sus hombros con firmeza.

—¡Qué bueno es ver que ya te sientes mucho mejor, Elliot! Nos tenías a todos realmente preocupados.

La voz del profesor Rousseau era serena como siempre. Sin embargo, esta vez Elliot notó algo diferente en ella. Algo que sonaba como a una advertencia. Fue muy sutil, pero lo suficientemente presente como para que no le pasara desapercibida. Apenas se giró Elliot se encontró de frente con los ojos ambarinos del profesor. A pesar de su semblante sereno y afable, en sus ojos brillaba la misma advertencia que Elliot había percibido en su voz, y por primera vez en todo el tiempo que llevaba conociendo a aquel hombre, Elliot desconfió de él.

—S-sí, ya... ya me siento mucho mejor, profesor —acertó a decir Elliot con inseguridad.

—¡Gracias al Señor que no fue nada grave! Pero igual recuerda seguir las indicaciones que te dio la enfermera al pie de la letra, Elliot. Así evitamos cualquier recaída ¿está bien? —dijo con calma el hombre mientras le sonreía.

Una vez más lo sintió: aquella amenaza escondida entre sus palabras de apariencia afectuosa. Después de unos segundos, el hombre volvió a posar sus ojos sobre Elliot.

—Nunca está de más que un profesor se preocupe por sus alumnos —dijo con calma—. Sobre todo cuando estos tienen un potencial increíble que sería una lástima ver desperdiciado por un descuido tonto... ¿no lo crees?

—Tiene usted toda la razón, profesor —intervino de pronto Colombus, llamando la atención del hombre—. Pero no se preocupe, yo mismo me encargaré de que Elliot cumpla al pie de la letra cualquier sugerencia de la enfermera.

—Entonces cuento con usted, señor Cretu. Nos vemos en la próxima clase —se despidió el profesor.

Dando una última mirada llena de significado en dirección a Elliot, el hombre se alejó de la mesa donde se encontraban desayunando los chicos sin decir nada más.

—Son ideas mías... ¿o el profesor Rousseau se estaba comportando de una manera extraña? —preguntó Madeleine algo distraída mientras veía al profesor alejarse.

—Son ideas tuyas —contestaron al mismo tiempo Elliot y Colombus, quienes voltearon a verse en ese momento.

Sabían que a partir de ese momento, cualquier mención de lo sucedido entre Elliot y los restauradores tendría que quedar entre ellos dos.

─ ∞ ─

Elliot solía pasar las tardes de los miércoles jugando videojuegos con Colombus en el salón común del segundo piso, mejor conocido por los estudiantes de la sección Apollinaire como la bóveda. Pero una vez Colombus desapareció por el resto de la tarde diciendo que ya tenía otros planes, y a Elliot le quedó más que claro que su amigo se estaba viendo con una chica a escondidas y no le quería decir nada. Esa era la única razón lógica que Elliot podía encontrar en su cabeza para que su amigo se saltara una tarde de videojuegos después de haber pasado todo el día entre las letras chinas de la clase de mandarín y los números de la clase de Economía. En eso iba pensando cuando una mano lo tomó con fuerza por el brazo y lo hizo entrar con violencia a uno de los salones por los que estaba pasando. La puerta se cerró de golpe y la persona que lo haló hacia adentro cerró el pestillo desde adentro para que nadie pudiera entrar.

—¿Delmy? —preguntó Elliot con sorpresa—. ¡¿Pero qué estás haciendo?! ¿Por qué cierras la puerta con seguro?

El salón en el que se encontraban estaba completamente vacío, lo que hacía no más que ponerlo a Elliot aún más nervioso. Si a alguien se le ocurría tratar de entrar en aquel momento y los encontraba a los dos allí, solos, iban a meterse en muchos problemas.

—Te dije que tuvieras cuidado ¿no te lo dije? —le recriminó la chica morena con sus ojos fijos en él.

Su cabello rizado estaba fuertemente amarrado con una cola de caballo, y los pocos mechones que se habían escapado del agarre serpenteaban en el aire confiriéndole un aire salvaje.

—¡¿De qué hablas?!

—Eres un n00b, Elliot, ¡eso es lo que eres! —dijo ella mientras lo señalaba con un dedo acusador antes de darle la espalda.

—¡Hey, yo no soy ningún n00b! Yo...

—Ya es seguro. Ya pueden salir —dijo Delmy con fastidio.

Inmediatamente un grito imposible de no reconocer se alargó por todo el salón.

—¡ELLIOOOOT! ¡Pensé que ya no te volvería a ver, cachorro! ¡¿Cómo me vas a asustar de esta manera?! ¿Acaso no sabes que mi corazón es frágil como el de un ganso?

Paerbeatus se apresuró a hundir su cara en el cuello de Elliot. El chico podía escuchar cómo el espíritu lloraba en su hombro desconsoladamente.

—Paer... Paerb... Ya, Paerbeatus, ya. Ya está bien, cálmate. Ya estoy aquí —decía Elliot para consolarlo.

—Me alegra mucho ver que has pasado mi prueba, Elliot. ¡Tienes estilo! —dijo Astra con voz festiva y alegre.

—¡Astra! —exclamó Elliot cuando sus ojos se fijaron en ella.

Seguía con su misma ropa colorida y estrafalaria de los años sesenta, pero sus ojos brillaban con una intensidad abrumadora. Sus rizos rubios y sus facciones eran muy similares a los de Delmy, quien estaba justo a su lado. La única diferencia que parecía haber entre las dos era el color de la piel; mientras que una era albina, la otra era morena. Y mientras Delmy tenía los ojos negros como el carbón, Astra los tenía morados como dos piedras preciosas.

—Como prueba de tu logro, y por orden de mi hechizo, sólo a vos obedezco y mi poder os brindo...

Eran las mismas palabras que Paerbeatus le había dicho cuando pasó su prueba. La mujer se acercó con serenidad hasta él y le extendió una mano pálida y delgada. Elliot, instintivamente, extendió su mano y la estrechó. Una corriente súbita le recorrió todo el cuerpo y sintió que los ojos se le cerraban pesadamente. Todo fue casi igual, pero esta vez no se desmayó, y sólo cayó de rodillas en el suelo mientras sostenía con fuerza la mano blanca de Astra.

—¿Cachorro, estás bien? ¡Dime que estás bien, Elliot, por favor! —suplicó Paerbeatus con preocupación mientras lo soltaba y se agachaba junto a él.

—Sí... estoy bien, Paerbeatus, no te preocupes —le respondió Elliot mientras le dedicaba una sonrisa para calmarlo—. Aunque no lo parezca, ya me estoy acostumbrando a toda esta locura.

Paerbeatus sorbió con mucho escándalo por la nariz y le devolvió una sonrisa con todos sus dientes al chico. Estaba realmente feliz de ver que Elliot estaba bien y que nada malo le había pasado durante la prueba de Astra.

—Toma. Esto es tuyo, n00b —dijo Delmy mientras le colocaba la carta vacía de Astra frente a los ojos.

Elliot la tomó con sorpresa, sin saber muy bien qué pensar.

—Gra... gracias —dijo al final—. Todo este tiempo... ¿Tú tuviste las cartas?

—¡Sí, Elliot! —chilló de pronto Paerbeatus con indignación—. La fresca nos tenía secuestrado y Astra se puso de su lado, y no me dejaron salir a buscarte, y no me quedó más remedio que hacerles caso. ¡Pero yo estaba muy preocupado por ti! ¡Y nadie me escuchaba y...! ¡AAAAHHHH!

Delmy se cubrió rápidamente sus oídos con sus manos y alzó la voz.

—Por favor, ya deja de gritar así. Vas a hacer que me vuelva a doler la cabeza —le reprochó a Paerbeatus.

—Un momento... tú ¿puedes verlo? ¿Puedes verlos a los dos?

—Por supuesto que puedo verlo. Y no es como que me haga mucha gracia, pero era eso o dejar que los restauradores te consiguieran dormido en la terraza de la Tour du Ciel con el artículo que les robaste. Yo te dije que tuvieras cuidado, garoto, pero no me hiciste ni una pizca de caso, y ahora estoy metida en todo este desastre...

—Pero cómo —comenzó a preguntar Elliot con incredulidad.

—Ella tocó mi carta, Elliot —respondió Astra con calma—, y eso le da la capacidad de observar nuestra forma...

Elliot estaba confundido y sus ojos azules no perdían detalle de la expresión aburrida en el rostro de Delmy. Era como si a la chica todo aquello le pareciera de lo más normal. Como si fuera algo cotidiano para ella.

—¿Por qué no estás alterada, Delmy? ¿Cómo supiste que yo iba a estar en la Tour du Ciel con la carta de Astra? ¿Y cómo sabes de dónde la saqué?

Elliot se acercaba paso a paso a la chica con cada pregunta que le hacía. Ella no se movía ni un centímetro de donde estaba y le mantenía la mirada con soberbia y con aire de suficiencia en el rostro.

—Te dije que la fresca era de las que veía cosas —dijo Paerbeatus con impertinencia.

—Ella siente el flow —corrigió Astra, con suavidad mientras sonreía—. Cool.

—¿Flow? ¿Eso qué quiere decir? —preguntó Elliot mientras se volteaba a ver a la mujer confundido.

—El flow, Elliot... el ritmo del Universo que va y viene como una música silenciosa y que no todos tienen el placer de escuchar...

Delmy tan sólo se le limitó a catapultar su dedo medio contra la frente de Elliot en un gesto de insolencia.

—¡Auch! —se quejó molesto—. ¿Por qué hiciste eso?

—Eres un n00b, Elliot.

Delmy le dio la espalda y caminó hasta la puerta.

—No tengo por qué responder a tus preguntas. No me interesa saber en lo que te estás metiendo, así que tampoco creas que yo te voy a preguntar nada. Suficiente tengo yo con mis propias cosas como para verme involucrada en más problemas. Pero sí déjame darte un consejo al menos.

Sus ojos oscuros y cálidos estaban fijos en los de Elliot.

—Mientras más los veas a ellos, más ellos te verán —le dijo con firmeza—. Así funcionan estas cosas. Es muy evidente que no tienes ni la menor idea de en qué te estás metiendo, y no quiero quedar con cargos de conciencia por no haberte dicho nada cuando tuve la oportunidad.

—Delmy, yo —comenzó a decir Elliot pero la chica levantó una mano para interrumpirlo.

—No quiero saber nada —le interrumpió tajante—. Ya te dije todo lo que tenía que decirte y ya te ayudé lo más que pude. Estás solo en esto, Elliot.

Tras decir aquello, Delmy salió del salón dejando a Elliot en compañía de los espíritus de sus dos cartas. 

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