Capítulo 31: Secretos del nuevo mundo

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«El Arcano VI pertenece a los Enamorados —leía Elliot con atención—, también conocido como Los Amantes. Dentro de la mística esotérica este es el embajador más poderoso de los sentimientos humanos. Está representado muchas veces por un joven andrógino a merced de sus inseguridades, el niño o niña que ha dejado de serlo, y más recientemente por una ilustración de Adán y Eva como representación del amor puro y símbolo del regreso a los idilios y las maravillas del Jardín del Edén. Suele indicar que será momento de tomar una decisión crucial, y que, por lo tanto, debemos afinar nuestra intuición para poder así hacer lo correcto. Además, simboliza la amistad profunda, el compromiso en todos los sentidos y la entrega total, el amor, la ternura y el matrimonio, así como un posible encuentro con el Alma Gemela, destino de unión absoluta y final del ser. Generalmente se le relaciona con el signo de Géminis, pero la influencia de Sagitario también es fuerte en este arcano, lo que lo vincula con la energía divina de la belleza física, el amor posesivo y terrenal, y la atracción desmedida hacia el carisma y la fuerza de voluntad. De forma invertida, Los Enamorados representan la discriminación y la sumisión, así como turbaciones, deseos insatisfechos, promesas no cumplidas, y encuentros peligrosos muy nocivos para el consultante; en otras palabras, la victoria de los vicios sobre la virtud».

Tras leer, Elliot anotó los datos de Amantium en su cuaderno de búsquedas, pero aunque sus manos movían el lápiz y los marcadores sobre las páginas del atlas y las notas adhesivas, en su mente sólo se repetían una y otra vez las palabras que le había dicho Amantium una vez que habían regresado de Italia.

—Antes de ponerte la prueba, déjame hacerte una pregunta rápida, caro. ¿Te gustan las mujeres o los hombres? —preguntó Amantium con una risita que le dio un poco de miedo a Elliot.

—No sé por qué todo el mundo me sigue preguntando eso —le respondió él—, pero, como sea, si es necesario responder, pues me gustan las chicas.

Inmediatamente Elliot recordó cómo la señorita Ever le había hecho aquella misma pregunta la primera vez que había acudido a sus sesiones de orientación.

—Mmm, sí, se nota que eres muy... típico —dijo Amantium risueño tras hacer una pausa dramática—. Muy bien, mi prueba para ti será que beses a un chico —añadió sin demora—, pero antes de que salgas con alguna trampa o algo así... presta atención: tienes que besar a un chico, pero tiene que ser uno al que también le gusten las chicas, como tú... y lo más importante, tienes que lograr que éste chico realmente quiera ser besado por ti. Digo, caro; que quiero que lo desee de verdad, ¿entiendes? Bueno... ¿Aceptarás?

Por la malicia en sus ojos morados, estaba muy claro que Amantium esperaba pacientemente que Elliot no tuviera el coraje para aceptar semejante reto, quizás, para salirse con la suya como ya lo había intentado Raeda antes.

—¿Hay algún límite de tiempo? —preguntó Elliot un poco ansioso.

El espíritu negó con la cabeza.

—Si aceptas la prueba, el tiempo me dará lo mismo —contestó con un ademán suelto de la mano, como si espantara a un molesto animal de su rostro—. Pongamos... no sé, hasta que se acabe el otoño. Es tiempo suficiente, creo yo...

Sus gestos faciales y corporales eran muy marcados, lo que a Elliot terminó por recordarle inevitablemente a su primo Julio, competitivo y «muy italiano», pensó con cierto cariño. Y al igual que las muchas tardes y madrugadas de competir en el Xbox jugando al FIFA o al Halo, Elliot estaba dispuesto a no dejarse derrotar. Sin darle más largas al asunto, contestó con decisión:

—Acepto.

Raeda se echó a reír grosera e impetuosamente, volcado en el suelo, mientras Amantium le sonreía a Elliot con una mueca de satisfacción y suficiencia en el rostro que claramente decía: «por supuesto que aceptas. No tienes opción...».

Va bene —dijo—, entonces tenemos un trato.

Elliot pasó el resto de su fin de semana tratando de pensar en una manera de cumplir con aquella prueba que, con la cabeza un poco más despejada, no le había parecido algo muy inteligente aceptar. Pero ya era tarde para retractarse. Había aceptado, y aunque él realmente no se lo había esperado, la respuesta a todas sus plegarias para salir del embrollo fue respondida el lunes durante el desayuno con sus amigos... y el nuevo novio de Mady.

Todos estaban comiendo y hablando (menos Pierre, quien sólo gruñía de vez en cuando para quejarse) cuando comenzó a transmitirse por los televisores del comedor el noticiero estudiantil de la sección Lumière. Entre el resto de noticias, los chicos del informativo expresaron su preocupación por la posible suspensión de la obra del club de teatro, que todavía no había podido conseguir un sustituto para el papel protagónico.

—No puedo creer que nadie se haya presentado a las audiciones —dijo Mady con afecto cambiando el tema de conversación.

Había verdadera preocupación en su voz mientras tomaba una de las manos de Levy y éste se la estrechaba en respuesta.

—No es que no haya ido nadie a las audiciones, Mady —contestó Levy—. Es que todos salen huyendo cuando se enteran de la escena del beso...

—Pff, ¿y a quién tienen que besar? ¿A Madame Gertrude? —dijo Colombus en broma mientras se reía.

—No. A mí —dijo Levy uniéndose a la risa de Colombus.

—Ahora entiendo menos —dijo Madeleine—. Qué chica no querría besarte, si hasta aparece como una de las mejores cosas posibles por ocurrir en la vida, y cito, en los panfletos del... ¡Club de Admiradoras de Levy! —exclamó bromeando mientras ponía la voz más aguda y gritaba lo último como lo hacían las chicas que iban a ver a Levy jugar en todos sus partidos.

Levy se echó a reír, pero Pierre se coloró rojo, muy rojo, casi como un tomate. En sus ojos se acumularon dos lagrimitas que parecían estar ansiosas por deslizarse por sus mejillas como niños pequeños por un tobogán.

—La cosa es que el beso me lo tiene que dar un chico, no una chica —le contestó su novio.

Mady se quedó mirando a Levy como un gatito perdido, con sus grandes ojos verdes fijos en él, entre risueña y juguetona; era como si Levy acabara de hablar en un idioma marciano. Por su parte, Elliot casi no escupió la avena que estaba masticando, al mismo tiempo que Colombus se reía y que Jean Pierre le dedicaba una mirada asqueada, justo antes de asegurar que él «preferiría pasar un año entero sin bañarse antes que besar a otro hombre».

—Es teatro, Jean Pierre; es decir, arte, que es precisamente lo que estudiamos en este internado. Esas cosas nunca han importado en el arte, claro está, a menos que tengas una masculinidad frágil —le respondió de inmediato Levy, ya harto de sus constantes quejas.

Colombus se echó a reír con más fuerza aún.

Turn it down for what —exclamó mientras hacia el ademan de colocarse unos lentes de sol invisibles.

Jean Pierre, sin decir nada, se levantó de la mesa y se largó echando humo, poniéndole un punto y final amargo al desayuno de los chicos.

Pero, de lado el incómodo episodio, Elliot estaba muy contento y respiraba aliviado. La conversación le iluminó la mente con una idea que, finalmente, sería la solución más práctica y sencilla al reto de Amantium.

─ ∞ ─

Luego de las clases, y al ver que la reunión del club de jardinería de aquel día también había sido cancelada, Elliot salió disparado en dirección al teatro del Instituto, ubicado en la primera planta del castillo. Era el mismo sitio donde él y Noah se habían visto por primera vez. Apenas abrió una de las puertas de madera, el escándalo de unos gritos lo alcanzó.

—¡Es que no lo entiendo, chama, no entiendo! ¿Por qué simplemente no me dejas a mi interpretar el papel de Apolo? —le exclamaba Felipe casi a gritos a Leona Cala, la chica frente a él.

Ella era la encargada principal de la obra y la directora del Club de Teatro del Instituto. Una chica afroamericana de California, muy hermosa y de cuerpo esbelto, con el cabello casi al rape como una guerrera de las antiguas culturas africanas.

—¡Dios santo, Felipe, ya hemos hablado de esto muchas veces! Te necesito conmigo aquí, tras bambalinas, dirigiendo esto juntos, no en el escenario interpretando un papel en el que ni siquiera encajas.

—Qué injusta eres, Cala. ¡Tú sabes que eso no es justo! —le contestó Felipe—. ¡Ni siquiera Levy es tan bueno como yo para interpretar los papeles! Y lo siento, chamo, pero sabes que es la verdad —se apresuró a decir tras voltear a verlo.

Él estaba acostado sobre la tarima con la cabeza por fuera del borde del escenario. Al escuchar el comentario de Felipe, levantó su pulgar afirmativamente sin decir nada. Felipe siguió con sus argumentos.

—Estás clara de que si no me dejas participar no vamos a encontrar a nadie que esté dispuesto a interpretar el papel, y entonces vamos a tener que cancelar la obra, ¿verdad? ¿Es eso lo que quieres?

—No seas ridículo, Felipe, cómo voy a querer eso si yo fui quien escribió la obra —protestó Cala indignada.

—Entonces déjame ser Apolo.

—No, por Dios, ¡ya te dije que no, y es mi última palabra! —le contestó ella tajante—. Lo siento, pero no siempre puedes salirte con la tuya. El trabajo de producción es tanto o más importante que el que se hace sobre el escenario...

—Pff... sí, claro —contestó Felipe poniendo los ojos en blanco.

Elliot podía ver que el chico estaba echando chispas por las orejas. Aun así, Leona siguió hablando.

—Entiéndeme, Felipe, éste es mi último año. El mío y el de Levy, y una vez que yo me vaya, tú serás al único a quién yo pueda confiarle el bienestar del club de teatro. Por esa misma razón te necesito conmigo en la dirección de todo y no sobre las tablas. Es necesario que aprendas cómo manejar todos los aspectos del club si de verdad vas a asumir la responsabilidad de Presidente una vez que yo me vaya.

—Disculpen, no quiero interrumpir, pero... —dijo Elliot antes de que Felipe pudiera reanudar sus argumentos—. Vengo por la audición.

Leona, Felipe, Levy, y el resto de integrantes del club, se giraron a ver a Elliot con mucha atención. En la cara de Felipe había sorpresa y molestia, pero a Leona Cala se le iluminaron los ojos como dos gemas de obsidiana al ver y escuchar a Elliot.

—No pasa nada, no estás interrumpiendo nada —le dijo Leona mientras se le acercaba—. A ver, da una vuelta.

—¡Ay, por favor! ¿Es en serio, chama? —exclamó Felipe con las mejillas rojas—. Elliot también es heterosexual, así que bájate de esa nube. Apenas escuche que le tiene que dar un beso a Levy en la obra se va a ir co...

Elliot lo interrumpió de inmediato.

—Ya Levy me contó en la mañana, pero no se preocupen, yo no me voy a ir —dijo viendo alternativamente entre Cala y Felipe—. Lo prometo.

Felipe posó sus ojos pardos llenos de furia sobre Elliot, quién por un momento sintió que al chico le iba a salir fuego por la boca.

—Es verdad —dijo Levy de inmediato—. Elliot es uno de los amigos de mi novia, y ésta mañana estábamos hablando de eso durante el desayuno —dijo mientras se sentaba en el borde de la tarima con los pies colgando de una sola voltereta—. Pero, la verdad, no sabía que te interesara el teatro, Elliot.

—¡A qué es perfecto, Levy! —le dijo Leona a su amigo—. ¡Sólo míralo e imagínatelo! Un apolo de ojos azules y cabello oscuro... cómo un sol azul de combustión perfecta; una llama que no quema pero que calienta el corazón de todo aquel en quien posa sus ojos ardientes.

Mientras Leona hablaba, movía las manos de aquí para allá y gesticulaba con todo su cuerpo, poseída por una visión del futuro que transcurría en las ensoñaciones de su cabeza.

—Ya lo quiero ver yo cuando lo ataque el miedo escénico —se mofó Felipe con descaro.

—Pues para eso va a hacer la audición, Felipe... así que, por favor, si no vas a dejar de comportarte como una perra, cierra la boca y préstale tu guion.

Elliot estaba nervioso porque, en cierto modo, Felipe tenía razón. Por más que él disfrutara mucho del teatro, nunca antes en su vida se habría imaginado a sí mismo actuando en una obra, y mucho menos en una donde a su papel le correspondiera besar a otro chico.

Felipe le entregó el guion de mala gana. Cuando Elliot quiso agradecerle, el chico se volteó dejándolo con la palabra en la boca. Ya una vez sobre la tarima, Levy se puso de pie y los demás miembros del club se fueron a sentar a las gradas detrás de Leona, sin dejar de prestarle la más absorta atención a Elliot. Todas las miradas estaban sobre él.

—Tranquilo —le dijo Levy al notar sus nervios—. Imagina que estamos tú y yo solos aquí arriba, te será más fácil.

Era evidente que al novio de Madeleine no le molestaba en lo más mínimo toda esa atención, y de hecho, Elliot fácilmente podría haber dicho que Levy, más que sentirse nervioso, se sentía radiante.

—Elliot, tú serás Apolo, y Levy, claro está, será Jacinto —dijo Leona con una voz menos soñadora y más calculadora; estaba sumergida en su papel de directora, y ya no era una estudiante más entre ellos, sino una mujer a cargo de aquel barco—. Vamos a trabajar con la escena de la Arena, así que abran el guion en el tercer acto y comiencen desde arriba.

Okey-dokey, capitana —respondió Levy en voz alta. Su voz resonó por todo el recinto.

─ ∞ ─

—¡No puedo creer que hayas venido, que hayas escuchado mis suplicas y ahora estés aquí! —dijo de pronto con un aire distante.

En sus ojos Elliot vio cómo Levy desaparecía y alguien más tomaba su lugar. Él ni siquiera había encontrado sus líneas todavía. Con rapidez y torpeza ojeó entre las páginas. El guion casi se le escapa de sus manos sudorosas.

—S-siempre te escucho, J-jacinto. Te... te escucho y te observo mientras entrenas. Ni mortales ni eternos, ni humanos ni Dioses, ni nadie, Jacinto, nadie, osaría jamás a despreciar la forma de vuestra gracia, una belleza en vida tan magnifica como la tuya.

Luchando contra los nervios, Elliot fijó sus ojos en Levy. Obedeciendo a su consejo, trató de dejarse llevar, cerrándose mentalmente a lo que ocurría sobre el escenario y nada más. El silencio no tardó mucho en llegar. Finalmente, lo único que se escuchaba era el eco de las voces de ambos chicos, rebotando placenteramente sobre las paredes del recinto, alimentando la acústica hambrienta que imploraba por más.

—No soy digno de semejantes palabras —respondió Levy de inmediato—. No ahora. No cuando lo único que puedo hacer es tropezar y caer como un niño en medio de la pista. ¡Aun no soy digno de sus miradas ni de la tuya, pero, aun así, no puedo evitar sentir que sin ti no tiene sentido estar aquí!

Sus ojos mostraban una nube de tribulaciones que casi podían sentirse reales. Y así lo era, al menos para Elliot. Él no tardó mucho en sentirlo. Era la estática, la energía fluyendo, el rebote de sus voces amplificadas hablándole cariciosamente de vuelta en los oídos; era el cobijo del teatro en ese momento más íntimo que cualquier otro para un artista, el que más vale la pena: no el de la presentación per se, no; sino el momento de los ensayos. Ese momento donde el mundo se acaba y vuelve a comenzar; donde morimos para volver a nacer como alguien más durante una acción robada al tiempo, a las musas, y, como sea, al secreto que surge únicamente para los que están sobre la plataforma de un escenario, porque, al final, las presentaciones son para la fama y la gloria, pero los ensayos son sólo para uno.

«Magia...», pensó Elliot, y no estaba equivocado. «Pero no estamos en el Otro Mundo...», se dijo mentalmente. Los pensamientos lo estaban distrayendo, pero más que retrasarlo en sus líneas, aquellos instantes de lucidez lo hacían percatarse muy conscientemente de todo lo que ocurría a su alrededor, incluso de los segundos que se iban apresurando en fila para caer estrepitosamente en un salto perenne hacia el Reino del Pasado, en el tic tac íntimo y secreto de un reloj fantasmal.

—¡No digas eso, Jacinto! —exclamó—. ¡No me lastimes con la lejanía de tu cuerpo! No trates de esconderte de mí, o siento que podría morir. Sería incluso capaz de dejar que Selene se adueñara de toda la magnitud del Cielo si no me permitieras estar a tu lado; así el mundo viviría en una noche perpetua, tal como lo haría mi corazón si tú me impidieras llenarme del júbilo de tu presencia. ¡Qué estemos tú y yo, y el resto de los dioses, y el resto de los mortales, por siempre bajo el resguardo de la luna...! Te juro que lo haría, mi bello Jacinto. ¿Es eso lo que te gustaría que sucediera? —Elliot tomó el mentón de Levy con delicadeza y movió su rostro hasta que los dos se miraron frente a frente—. Por ti sumiría el resto de los días al suplicio de mi corazón; abandonaría el Olimpo sin pensarlo, y... moriría... sólo por ti.

Pero su voz interior resonaba más allá del guion, de las palabras, de la obra.

«Es... magia... la ¿obra? es... este sentimiento, es...».

Sin poder evitarlo, no pudo dejar de escuchar la voz de Krystos en su cabeza tratando de responder a su pregunta, pero sin lograrlo del todo; en cambio, lo que obtuvo fue más una sensación, una idea. La estática se apoderó con fuerza y placer de su abdomen, y la armonía le acarició tiernamente por todo el cuerpo. Su mente se le llenó con las palabras de Adfigi Crucis: «...las emociones se asentarán en ti como la arena que reposa en el fondo de las aguas del mar...».

Elliot llevaba en aquel estado casi de trance apenas un par de segundos. ¿Qué era eso? ¿Era magia? ¿Era arte? ¿Hay diferencia entre la una y la otra? Una cosa lleva a la otra... ¿no? Pero es más como un secreto; algo oculto, algo arcano, algo místico; algo mágico.

«Las emociones de Levy... ¿Por qué las siento como si fueran mías?», pensó Elliot sin entender lo qué sucedía. Era justo como estar con...

«...la señorita Ever».

Elliot supo de inmediato que algo raro había en ella. Hasta ahora, las sensaciones no habían sido tan fuertes como en ese momento.

Levy intentó alejarse de él y, sin saber por qué lo hacía, Elliot lo tomó de la mano por impulso, evitando que sus cuerpos se separaran; de hecho, acercándolos aún más. Alguien en el escenario aguantó la respiración con un jadeo. Allí terminaba la escena. De inmediato Elliot escuchó el mar de aplausos. Cuando se giró, encontró a todo el club de teatro aplaudiendo de pie, Leona incluida, con lágrimas en los ojos.

—Por el amor de Cristo —exclamó Felipe indignado haciendo que los aplausos se detuvieran.

Sumido por la ira se puso de pie y comenzó a bajar de las gradas pisando con tanta fuerza que todo el cuerpo le temblaba, y hasta el moño en el que se había recogido el largo cabello se le había desecho cuando llegó al pie de la tarima.

—Dale el papel a Elliot, no me importa. Pero sépanlo todos ustedes —dijo mientras señalaba uno a uno a Leona, a Levy y a Elliot con un dedo amenazador—. Esta obra era para mí, por favor. ¿O es que acaso sólo puedo existir para ser la burla, el chiste, el maricón, la niñita con pene con la que todos se meten y que todos humillan, ah? Agh, cuando por fin puedo ser yo mismo con orgullo y lograr hacer algo grande y sentirme especial y aceptado, y cuando por fin puedo estar en lo mío y ser feliz de hacer algo que los demás puedan apreciar como algo increíble, ¡entonces van y me lo quitan, qué arrecho! ¡Ustedes, los hetero! Ustedes no saben lo que se siente ser yo, coño... ¡Me quitan mi ÚNICA oportunidad de ser tomado en cuenta por los demás! ¡Por Dios, yo que lo sufro por ser raro, por ser al que le toca joderse en el infierno y que siempre será visto, en el mejor de los casos, con condescendencia... y pues, pues... yo puedo hacerlo, y es más, yo debería hacerlo! ¡Y si no estoy sobre el escenario es simplemente porque todos ustedes no son más que unos pinkwashers, nojoda!

Finalmente, Felipe estalló. Luego de decir aquello, el chico salió del teatro como alma llevada por el demonio y con el rostro bañado en lágrimas.

─ ∞ ─

Al día siguiente todo el internado se había enterado de la llegada de Elliot como salvador de la obra del club de teatro. La noticia se había regado como la pólvora, apareciendo, incluso, en la emisión del noticiero estudiantil de la Sección Lumière. Elliot no estaba acostumbrado a recibir tanta atención, lo que lo tenía bastante incómodo.

Y era lógico que todo el mundo tuviera sus ojos puestos en él. Después de todo, su grupo de amigos había estado recibiendo más atención de lo normal desde que Levy Van Lissart y Madeleine habían comenzado a salir, sin contar el espectáculo que había montado Berenice la semana pasada y en el que, de paso, Noah Silver, otra celebridad del Instituto, se había visto involucrado para interceder en favor de Elliot.

Con todo aquello, Elliot pasó de ser un chico invisible a una especie de celebridad momentánea. Aquello tenía a Felipe muchísimo más enfadado, quién durante la mañana incluso había sido protagonista de una discusión con Madame Gertrude al negarse a asistir a clases.

—Yo no sabía que te interesaba el teatro, viejo —dijo Colombus durante el desayuno luego de enterarse de las noticias que involucraban a Elliot.

Jean Pierre, por su parte, estaba entre indignado y consternado. Elliot trató de sonreír despreocupadamente mientras respondía.

—No sé, simplemente me pareció buena idea y no lo pensé —dijo—. Aparte, podría ser una experiencia interesante...

Pero Colombus estaba muy serio, como él no lo había visto nunca.

—¿Divertido? —intervino Pierre escandalizado—. Elliot, ¿acaso ya se te fundieron los cables de la cabeza? Es una obra de homosexuales, en la que de paso vas a tener que darte un beso con el idiota de Levy. ¿No te parece que eso es un poco excesivo para querer hacer algo divertido?

Pierre poco a poco había comenzado a ser él mismo otra vez desde que se enteró de que Madeleine ya tenía novio, por lo que los consejos que Elliot le había estado dando para ser un poco más "material de novio" a los ojos de Mady, ya le daban igual. Además, aquella mañana ella quiso sentarse con Levy y sus amigos. Cuando Elliot se volteó a verla, ella y Leona se estaban riendo de algún chiste, mientras Levy negaba con la cabeza sin dejar de sonreír por lo bajo.

—Levy sólo te cae mala porque es el novio de Madeleine —le refutó Elliot a Pierre—, pero la verdad es un buen tipo...

Antes de que Pierre pudiera contestar algo, Colombus se le adelantó.

—A mí también me cae bien el tipo, Elliot, pero no por eso lo quiero besar —dijo con las mejillas algo coloradas. La seriedad que tenía plasmada no encajaba con las facciones normalmente relajadas de su rostro.

Elliot suspiró enfadado.

—Como sea, ustedes dos están armando un escándalo por nada —contestó Elliot—. Es sólo una obra de teatro y ya, más nada, y si van a seguir criticándome por querer hacerlo, preferiría que no habláramos más del tema...

Pero aunque la conversación había terminado, tanto Colombus como Pierre se estaban mordiendo la lengua para no decir nada. Los ojos azules de Pierre estaban llenos de prejuicios, pero en los ojos oscuros de Colombus, Elliot pudo ver algo diferente y más típico en él. «Preocupación...», pensó. «No puede evitar sentirse preocupado».

Al día siguiente las cosas seguían tensas. Madeleine, que no tenía ni un pelo de tonta, lo pudo sentir en el aire. Fueron varios sus intentos por sacarles información a los chicos, pero éstos se las arreglaron para no tener que hablar del tema incómodo otra vez. Como pocas veces lo hacía, ya después del almuerzo terminó de darse por vencida.

Era la hora del castigo. Bajo el frío sol otoñal de aquella tarde, mientras sus brazos y sus piernas trabajaban en la tierra semiendurecida del jardín, Elliot dio gracias a Dios por poder estar a solas. Tanta atención, no solo de los extraños sino también de sus amigos, era agobiante y abrumadora. La magia lo hacía todo peor...

—¿Algún día dejará de ser tan pesado? —le preguntó a Astra.

Ella tenía ya rato junto a él, haciéndole compañía bajo las sombras de un árbol cercano. Su lugar favorito para estar cuando salía de su carta era, de hecho, la Tour du Ciel, pero como aquel lugar siempre estaba ocupado por alumnos durante el día, Elliot supuso que ella también estaba huyendo del bullicio de la gente. En eso se parecían los dos.

—A la magia, me refiero...

—Tengo la corazonada de que sí y de que no. El flow no es tan fuerte en ti, pero ya despertaste, de eso no hay duda —contestó Astra mientras le sonreía—. Era inevitable, me temo. Por alguna razón, siempre habías estado cerca de hacerlo, sólo que no te habías dado cuenta.

Elliot se rio con soltura e incredulidad mientras enterraba con fuerza la pala en la tierra para comenzar a abrir otro hoyo.

—Creo que si unos lobos monstruosos o un hada, o incluso un fantasma, por lo menos, se me hubiera atravesado por ahí, tendría que haberme dado cuenta.

—Y, aun así, probablemente pasó —fue todo lo que Astra respondió.

Pero Elliot no pudo contestar porque su conversación (y su soledad), fue interrumpida por alguien.

—Por fin te encontré...

Cuando Elliot se giró para ver de quien se trataba, vio cómo Levy venía acercándose. Astra desapareció enseguida.

—No sabía que estabas en el club de jardinería —dijo el novio de Madeleine una vez que estuvo junto a él.

—Sí, pero en realidad esto es más mi castigo que una de las actividades del club —se mofó Elliot mientras se secaba el sudor de la frente con el dorso de una mano enguantada.

—Cierto... el dichoso escape. Bueno, no importa. Yo sólo venía a entregarte esto —dijo Levy entregándole un pequeño fajo de hojas—. Es tu guion para los ensayos de la obra. Te recomiendo que no lo vayas a perder o tendrás que aguantarte el mal humor de Leona y las quejas de Felipe.

—Lo tendré en cuenta, gracias —le dijo Elliot, y recordando su misión oficial dentro de la obra, se forzó a sonreírle a Levy con lo que él esperaba fuese una risa honesta pero algo coqueta.

«Si no sabes coquetear con una chica, qué te hace pensar que lo harás mejor con un chico», le reclamó su voz interna, pero igual lo intentó.

—No hay de qué —dijo Levy devolviéndole la sonrisa.

—¿Cómo sigue Felipe? —preguntó Elliot.

—Ahí va. Está amenazando con retirarse del Club de Teatro —Levy suspiró—. Está dolido, eso es todo. Al final el club es nuestro barco y todos tenemos que sacarlo a adelante, incluido él.

—Sí, supongo. Ésta es la última semana de mi castigo, así que ya después del fin de semana podré tener tiempo extra para dedicarle a los ensayos. Aprenderme las líneas no me preocupa, yo tengo buena memoria. Lo que sí me aterra es quedarme en blanco o tieso como una estatua a mitad de la obra.

—Si eso llega a pasar, tu sólo improvisa, no serás ni el primero ni el ultimo —dijo Levy mientras se reía por algo que estaba recordando—. Pero, en fin, ya yo cumplí con mi misión aquí, así que te voy a dejar para que sigas trabajando.

Para tener diecisiete años y ser el chico más popular del instituto, Levy Van Lissart era una persona extraordinaria. Elliot podía entender qué era lo que una chica como Mady podía ver en él. Él era alto, buena persona, multi-atleta (otra cosa que tenía en común con Madeleine), además de ser carismático, y, aunque disfrutaba de la atención de la gente, no era ni de lejos la mitad de arrogante que era Jean Pierre.

«De haber un chico para ella... supongo que es él», pensó Elliot con melancolía.

—Te... ¿te gustaría quedarte a ensayar un rato? —dijo saliendo de su estupor—. Pu... podemos compartir mi libreto si no tienes el tuyo.

Levy se volteó a verlo algo sorprendido por aquella petición tan repentina.

—No te preocupes, yo ya me sé todas mis líneas, pero... ¿estás seguro que no estaría molestando en tu trabajo? No quiero que te vayas a meter en un problema por mi culpa —dijo Levy con verdadera preocupación.

—No. No pasa nada. Monsieur Gaspar no está hoy en el castillo y yo ya estaba por terminar.

Levy bajó su mirada para ver los hoyos en el suelo y el terreno de tierra en el que Elliot tenía que trabajar. El chico no estaba para nada cerca de completar su tarea del día. Elliot se dio cuenta de aquello y se apresuró a decir...

—Bueno, está bien. Todavía me falta algo de trabajo, pero mientras yo trabajo, también puedo ir practicando si tú me ayudas y, además, si me acompañas a lo mejor el tiempo se me pasa más rápido. Por allí dicen que le tiempo pasa volando cuando te diviertes.

Luego de pensarlo un poco, Levy aceptó de buena gana y los dos pasaron la tarde juntos. Levy practicando, y Elliot trabajando y aprendiéndose sus líneas. Así fue, hasta que estuvo tan agotado que lo único que quedaba por hacer después era tomar una ducha caliente y pasar el resto de la tarde echado sobre su cama.

─ ∞ ─

—¿Sí? —preguntó la Señorita Secretaria al otro lado de la línea telefónica.

—Habla Roy.

—Míster Roy, qué agradable sorpresa. ¿Todo bajo control?

—No. Debo comunicarle algo importante al viejo.

Roy le dio una larga calada a su cigarro sin apartar la vista del edificio que tenía frente a él. El área estaba fuertemente vigilada. El desequilibrio de la armonía se podía sentir con intensidad en el aire. Entre tanto, un grupo de agentes se encargaba de varias arañas anormalmente grandes que parecían estar infestando la ciudad.

—Por supuesto. Dígame qué puedo hacer por usted —dijo ella sin perder la dulzura en su voz.

—Necesito que le diga que hay alguien más reuniendo las cartas que él anda buscando. Un niño.

Roy sostenía frente a él el periódico local de Taranto. Estaba leyendo la noticia del ladrón adolescente que se había colado en el Giovani Paisiello y había robado una de sus reliquias durante el fin de semana. Había sido, sin lugar a dudas, el chico de Ámsterdam...

«...Elliot».

—Necesito saber cómo debo proceder ahora.

Hubo un momento de silencio del otro lado de la línea. Roy escuchó cómo la mujer se reía por lo bajo, evidentemente divertida por lo que acababa de escuchar.

—Señor Roy, no veo cuál es el inconveniente en lo que me está contando, pero igual prometo trasmitirle su mensaje y su preocupación a mi jefe —la mujer suspiró, casi como si le pesara el aire que salía entrecortado de una risita—. Aunque, creo que usted y yo sabemos bien lo que procede en estos casos...

—Lo sé, y por eso mismo estoy llamando —esta vez fue Roy quien respiró profundo—. Es sólo un niño...

—Que sigue siendo tan sólo un inconveniente —exclamó la mujer con voz de puchero—, y el protocolo dicta que los incovenientes, independientemente de su edad, deben ser eliminados. Pero déjeme decirle algo, míster Roy. Su preocupación es conmovedora, ciertamente lo es. En fin, como le dije, yo misma me aseguraré de que su empleador reciba el mensaje, así que espero que tenga un buen día, señor Roy, hasta luego.

La mujer colgó y Roy apagó su cigarro con su pie.

«Es sólo un niño», el pensamiento resonó en su cabeza. «Uno que no sabe que el mundo cruel ya comenzó a morderle los talones...».

Roy suspiró.

—Espero que no nos volvamos a cruzar, muchacho —pensó en voz alta—. De verdad lo espero.

Otro cigarro ya estaba en sus labios. El humo de la primera calada fue arrastrado rápidamente por un vendaval de brisa salada.

─ ∞ ─

Alguien estaba detrás de la puerta.

—Yo no sé por qué se empeñan en perseguirme, profesora —decía Delmy—. No sé qué hacer. No entiendo cómo alguien podría vivir así.

La chica estaba llorando. Su rostro estaba bañado en lágrimas; sus gestos marcaban con honestidad cruel la tristeza que llevaba sumida por dentro.

—Tenía tiempo que no sucedía, que no pasaba nada malo —continuó—. Pero ahora es una pesadilla y no sé si pueda aguantarlo, profesora. Amo este lugar, me gusta mucho, pero sus ojos mirándome, señalándome, su presencia burlándose de mí en mi cara todo el tiempo, es...

—Debes calmarte, Delmy —le dijo ella con su usual voz maternal—. Tal vez si hablaras un poco más con la gente, si no estuvieras tan sola todo el tiempo, quizás...

—¿La gente? ¿Y qué le voy a decir a la gente, profesora? ¿Acaso no se ha enterado de lo que ya dicen de mí? —preguntó Delmy exasperada—. Allá va Delmy, la rara. ¡Cuidado, allí viene Delmy la loca! Delmy, la weirdo... Delmy, la cosa fea y desagradable. No... ya es muy complicado todo como para complicarlo aún más.

La puerta sonó.

—Un momento, por favor —dijo Norma en voz alta para que la escucharan del otro lado.

Pero aquellos golpes en la puerta fueron todo lo necesario para hacer que Delmy se levantara del sillón y se preparara para marcharse.

«Hubieses escuchado más...», pensó la profesora con referencia al chico afuera de su oficina. Normalmente no permitía que nadie escuchara lo que se hablaba en sus sesiones, y mucho menos en aquellas sesiones con Delmy, pero Elliot era un caso especial. No le importó que escuchara aquellas últimas declaraciones de la chica, ni siquiera cuando, minutos antes de ver la sombra de sus pies congelarse al otro lado del umbral por la rendija del suelo, había sentido la presencia suave y distante de sus pasos acercándose por el pasillo.

A los pocos segundos, Elliot escuchó cómo alguien se acercaba a la puerta. Él se apartó justo a tiempo para evitar que Delmy lo atropellara en su abrupta salida. Cuando la chica se dio cuenta de que era él, le rehuyó la mirada, y aunque Elliot intentó decirle algo para reconfortarla, ella simplemente lo ignoró y se perdió por el pasillo sin mirar atrás.

La sesión de Elliot comenzó; tenía rato ya. Ahora era él el que hablaba con la señorita Ever.

—Sé que voy a sonar como un demente, pero... a veces creo que puedo sentir emociones que no son realmente mías, cómo si alguien más hubiera tomado mi cuerpo prestado. Y entonces, después me preguntó por qué hice esto o aquello. Es muy confuso —dijo Elliot con la cabeza gacha y los hombros caídos; sus ojos buscaron a la señorita Ever—. Dicho en voz alta suena aún más raro.

—Para nada, Elliot —negó ella con la cabeza—. A tu edad es muy normal que te sientas confundido de muchas maneras. Todos hemos pasado por eso y todos hemos logrado salir de esa sensación. Unos mejor que otros, pero todos salimos.

Elliot la miraba con aquellos ojos azules llenos de vida e inocencia. Ella podía sentir que el chico quería hablar, pero también sentía que no lo iba a hacer. Casi podía ver la pared invisible que él había construido mentalmente entre ambos para proteger la integridad de sus secretos, de su privacidad, de aquella sensación invasiva en la boca de su estómago.

—Aun eres muy joven —añadió la profesora—. Pero eres un buen chico que se preocupa mucho por los demás. Eso suele traernos más problemas de la cuenta, además de causarnos un millón de dudas en la cabeza. Pero créeme, no siempre será así. Después de todo, el mundo es un lugar enorme... ¿no crees?

—Supongo —dijo Elliot, cuando en realidad quiso decir: «más de lo que imaginaba».

Durante la noche, mientras Elliot contemplaba las estrellas desde la cima de la Tour du Ciel, su mente divagaba en un millar de pensamientos. Paerbeatus y Astra estaban con él. Paerbeatus trataba de sentir la ubicación de alguna de las cartas perdidas, y Astra tenía la mente perdida en las estrellas, tal como el chico que ahora era su dueño.

Sin poderlo evitar, Elliot no podía dejar de pensar en la magia. Recordó a Lila con sus ojos rojos, a los espíritus del tarot con sus ojos morados, y recordó también aquel destello morado que vio aparecer en los ojos de aquel vigilante de Taranto justo antes de que le lanzara unos relámpagos de las manos. «Tal como la gitana...», y la certeza de que los magos existían realmente volvió a golpearlo como un tren en marcha.

Quizás Astra tenía razón, como le había dicho antes en el jardín, y sí existían esas cosas que Elliot no podía ver por más que lo tuviera frente a sus narices... «como la Quimera del hombre de Ámsterdam, o la araña que me mordió».

Y al recordar a Krystos, reflexionó sobre algo más: el mundo era un lugar enorme, dijo la señorita Ever, pero es que incluso parecía que había más de uno, al parecer...

—¿Astra? —dijo pensativo.

—¿Sí? —contestó ella sin girarse a verlo, concentrada en su charla con las estrellas.

—¿Qué es el Arca?

Ella suspiró. No había sorpresa en su mirada, o al menos no más de la que existe en la mirada de un padre cuando por fin su hijo le pregunta qué es el sexo, o, como prefieren algunos... ¿de dónde vienen los niños? Es decir, nada más que no fuera anticipación ante lo inevitable.

—No creo que yo sea la más indicada para responderte eso —dijo Astra con calma—, y no porque no quiera, sino porque realmente no lo sé. No lo sé más allá del hecho de saber que mi propia existencia es una extensión de ese lugar al que solemos llamar Arca. Eso es todo lo que sé...

Elliot no entendió el significado de aquellas palabras, pero, aun así, no volvió a preguntar.

─ ∞ ─

Todos los alumnos de la sección Apollinaire se sorprendieron cuando vieron entrar en el salón al profesor Rousseau y no al profesor Linden, como era habitual en las clases de literatura a primera hora de cada viernes.

Bonjour, mes enfants —saludó el profesor Rousseau con jovialidad mientras se sentaba sobre el escritorio como de costumbre, con su pantalón de vestir muy bien planchado y sus mocasines de cuero marrón, mientras todos los alumnos le devolvían el saludo.

—Profesor, no sé si se haya dado cuenta, pero creo que se equivocó de salón —dijo Felipe mientras revisaba con cuidado su cronograma de clases—. La clase de historia no es sino hasta después del almuerzo, y ahorita estamos en el horario del señor Linden...

—Bastante detallista como siempre, Monsieur Mendoza, pero déjeme asegurarle que no hay ningún error en mi presencia —dijo Rousseau mientras le guiñaba un ojo de manera afectuosa—. Lo cierto es que, como supervisor de la sección Apollinaire, le pedí un poco de su tiempo a Monsieur Linden para darles una información, y él gustosamente me cedió estos minutos. Por favor pase adelante, Madame Castillo.

Entonces, una mujer alta, con la piel blanca, los ojos de un bonito y profundo color verde, y una cabellera rubia y larga como el trigo entró al salón y se colocó a su lado. La mujer les sonreía a todos en un gesto afable y cariñoso.

—Les presento a la señora Mirna Castillo —dijo Rousseau—. Ella será la nueva profesora de historia de la sección Cavelier en reemplazo de Monsieur Viele que, como ya saben, no se encuentra más entre nosotros. Dios le de paz a sus restos —ambos se persignaron—. Por ende, también será la encargada de suplir mis clases con ustedes cuando yo no pueda hacer acto de presencia.

—Es un placer para mi poder estar aquí y compartir con ustedes —dijo ella inmediatamente—. Espero de todo corazón que podamos llevarnos bien y...

Pero Elliot dejó de prestarle atención a la nueva profesora casi de inmediato; justo en ese momento Paerbeatus, con los ojos brillantes y el rostro rígido por la concentración, apareció de golpe junto a él.

—Estoy sintiendo otra carta, cachorro —dijo con la mirada perdida en el horizonte.

No era un buen momento, pero, al parecer, eso nunca es importante para la magia, que ya está acostumbrada a ser inoportuna. Como pudo, Elliot garabateó unas palabras en su cuaderno y luego las apuntó con su dedo para que Paerbeatus pudiera leerlas. «¿Dónde?», se leía.

—No lo sé casi —respondió Paerbeatus—. Casi no logro verla. Está... está muy lejos, cachorro... está muy, muy lejos.

─ ∞ ─

Elliot sospechaba algo con respecto a los poderes de Paerbeatus, por lo que aquella noche quería llevar a cabo su propio experimento. En realidad, habría dado lo que fuera para tener un maestro que lo guiara, alguien que supiera de la magia y que no estuviera simplemente dando tumbos a ciegas en medio de la oscuridad, pero él no sabía si tal cosa realmente existiría. Por un momento se vio a sí mismo como Harry Potter, y lo ridículo de la imagen le hizo reír.

«Harry nunca habría sido tan imprudente como para aparecerse en la punta de la Torre Eiffel en medio de la noche», pensó risueño.

Elliot convenció a Raeda de que lo volviera a llevar allí, a la cima de París. Cuando el espíritu escuchó semejante petición, pensó que Elliot ya había perdido la cabeza. Aun así, al final cedió a su petición y abrió la puerta.

—Es tu problema si te caes y te partes la cabeza —le dijo mientras se encogía de hombros.

La idea de Elliot era que, a mayor altura que estuviera Paerbeatus, más fácil sería para él rastrear las otras cartas. Esto se le había ocurrido después de ver cómo, consciente o inconscientemente, el mismo Paerbeatus buscaba montarse en sitios altos para "oler" a las cartas. Lo había visto hacerlo tanto en Ámsterdam, como en Taranto, e incluso en el Fort Ministèrielle cuando sintió tanto a Raeda, la primera vez, como a Temperantia.

A diferencia de él, que era humano y no muy ágil, Paerbeatus podía fácilmente encaramarse hasta la mismísima punta de la antena de Eiffel. El espíritu parecía un equilibrista heroico sobre la delgada superficie, mientras trataba de mirar en todas las direcciones al mismo tiempo con la esperanza de captar de nuevo la señal de la carta de la mañana.

—¿Y? —le gritó Elliot para hacerse oír por encima del ruido del viento, pero fue inútil, Paerbeatus no escuchaba nada.

Elliot invocó a Temperantia, quién apareció enseguida a su lado

—¿Podrías por favor ayudarme con el viento? —le pidió Elliot—. Digo, hacer que pare un poco...

—Por supuesto —dijo ella.

Con un movimiento amplio de sus brazos, el viento poco a poco se fue calmando alrededor de la torre. Ahora podía escucharse con claridad el sonido de la distancia; el reposo vibrante de la ciudad a sus pies.

—¿Sientes algo? —volvió a preguntar Elliot a Paerbeatus.

—Todavía no cachorro, esta ciudad es un escándalo. Pero no te preocupes, ya sé lo que estoy buscando —dijo él animado y se volvió a concentrar en el infinito de los sonidos dentro de su cabeza.

Elliot lo miró por un momento y luego volvió a fijar su vista en París.

—Astra me dijo que le habías preguntado por el Arca —dijo Temperantia luego de unos minutos en silencio.

—¡Temperantia! —la riñó Astra apareciendo al otro lado.

Elliot no pudo evitar sorprenderse al verla sonrojada.

—No te preocupes, Astra, tampoco era un secreto —dijo él con amabilidad—. Sólo tenía curiosidad, eso es todo. Todo esto de la magia es nuevo para mí y, luego de ver lo que pudo hacer el vigilante en Taranto, no he podido dejar de pensar en ello. Me gustaría poder entender qué es la magia y de dónde viene... cómo funciona. Me da curiosidad, pero sólo puedo hablar con ustedes de todo esto y ninguno parece poder decirme mucho.

—Lamento que no podamos ayudarte más, Elliot, pero eso quizá sea la señal de que aún no estás listo —dijo Temperantia.

—Bueno, uno diría que luego de haber estado varias veces a punto de morir a causa de algo se está lo suficientemente listo, pero supongo que no siempre dos más dos son cuatro —contestó Elliot.

En su voz no había amargura ni reproche, sólo autentica curiosidad.

—Aun no estás listo —le dijo Astra—, pero algo me dice que algún día, no muy lejano, lo estarás.

Embargado por el sentimiento, Elliot sintió que Astra tenía razón, y que todo iba a estar bien.

—La encontré —gritó de pronto Paerbeatus desde la punta de la antena.

Sus ojos centelleaban con locura contra el cielo oscuro de París en un volcán de lava morada.

—¡Ya encontré otra de las cartas! —volvió a gritar.

Aquello marcaba el punto final del experimento de Elliot con un resultado contundentemente positivo. Mientras más arriba, más podía sentir Paerbeatus, y esa era la clave para encontrar el resto de cartas con más facilidad.


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UNA PEQUEÑA NOTA DE AUTOR AL FINAL DEL CAMINO... ^^

A todos nuestros lectores, les invitamos a leer tres relatos, a modo spin-off, que hemos publicado en nuestro perfil. Estos relatos forman parte de un concurso de cuentos organizado por la cuentas oficiales de Fantasía, Ficción Histórica y Poesía de Wattpad en Español para conmemorar Octubre, el mes del Terror.

Todos estos relatos tienen pequeños easter eggs del mundo de ARCANA, pero ojo, advertimos que algunos pueden tener contenido muy fuerte y no apto para público sensible (especialmente uno que se llama "El nombre de la peste", que es un relato intencionalmente terrorífico de horror gore).

Todas son cosas que han pasado (o están pasando) el mundo mientras Elliot sigue buscando las cartas de los espíritus. Esperamos que los disfruten (a pesar de los sustos, jeje XD), y esperamos con muchísimas ansias todos sus comentarios al respecto.

Adicionalmente les informamos que dichos relatos formarán parte de una sección especial de nuestro perfil que se llamará "Susurros del Arca" (y que venimos planeando desde hace mucho tiempo!) y que se estrenará una vez que terminen los plazos de los concursos, es decir, más o menos, un mes...

Esa sección tendrá no sólo estos relatos, sino futuros One-Shots largos, biografías de los personajes (Mady y Pierre, estamos viéndolos en la cola), imágenes y fotografías de los rostros reales que hemos usado como inspiración visual, playlists de canciones, curiosidades, etc; en fin, queremos compartir un millón de cosas junto a ustedes y saber todo lo que tienen que decir, porque, al fin y al cabo, nada de esto sería posible sin ustedes, y queremos que lo disfruten de todo corazón.

Sin más que añadir, MUCHOS ABRAZOS (y besos de calabaza), y tengan un Feliz Halloween, una feliz noche, y una feliz luna llena...

PD: y , estuvimos a punto de publicar el capítulo el miércoles por la noche (así de sorpresa) al ver sus comentarios del conteo... XDD!! Finalmente, después de todo el ajetreo del trabajo, luchar contra el internet y las locuras de una semana en Venezuela, aquí esta... Disculpen la demora... ^^. #SonLoBest.

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