Capítulo 32: El púrpura en azul

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La siguiente carta estaba en un país del medio oriente según las pistas de Paerbeatus. «Aromas fuertes, colinas áridas, música religiosa...» habían sido alguna de sus descripciones. Elliot estaba decidido a encontrar la carta durante el fin de semana. Con el poder de Raeda para viajar por el mundo, las cosas se harían inevitablemente más sencillas, o al menos así lo creía él. Ya lo único que hacía falta para que sus dos vidas pudieran estar en consonancia era organizarlas correctamente. El domingo, mientras veía la película de After con Colombus y Pierre y todos los demás chicos de segundo en la bóveda, se le ocurrió una idea que, quizás, reforzaría su sistema para encontrar las cartas...

—¿Egipto? —preguntó Raeda incrédulo cuando Elliot le preguntó si podría llevarlo hasta allá ya entrada la noche—. Pues... ¡Claro que puedo llevarte hasta allá! —añadió—. Pero... tendríamos que cruzar el Mediterráneo... y eso nos dejaría atascados un buen rato en medio del arenero.

El marinerito se quedó callado con una mano en su pequeño mentón. Sus ojos morados parecían estar perdidos en algún pensamiento.

—¿Pasa algo? —preguntó Elliot preocupado.

—No, nada. Estoy pensando que tomará tiempo acumular la energía para cruzar el mar, así que cuando vayamos, no me fastidies hasta que yo vuelva a aparecer. ¿Está claro?

Tras aquello, Raeda desapareció. Ignorando el hecho de que la película le gustó a más de uno de los chicos de segundo año, el fin de semana pasó con normalidad. Durante dos ocasiones, Elliot se tropezó con Delmy en los pasillos. Ella lo esquivó nerviosamente y hasta le dedicó una mirada llena de rabia de sus profundos ojos negros antes de salir casi corriendo de un salón de ensayos. Sin embargo, una situación incómoda durante la mañana del lunes hizo que la semana arrancara un poco lenta. Los chicos estaban saliendo del salón de clases cuando Saki y sus amigas habituales, Lamia y Berenice, se acercaron discretamente hacia Madeleine. Saki comenzó a acariciarle el cabello, a lo que Mady la volteó a ver con suspicacia, intentando alejarse de ella.

—¿Qué sucede, Saki? —preguntó Madeleine con su usual inocencia.

—Nada —respondió la chica japonesa—. Sólo estoy cerciorándome de que tu cabello luzca como debe hacerlo.

Madeleine entornó los ojos con confusión.

—¿A qué te refieres? —preguntó.

—Pues nada, a que una chica florero como tú siempre debe verse bien, ¿o no?

Los chicos intentaron intervenir para defender a Madeleine, pero ella, que lucía una mirada muy seria, les ordenó detenerse con nada más que verlos y hacerles un gesto con su mano. Felipe, que iba pasando justo por ahí, también se detuvo a escuchar.

—Déjame decirte que...

—No, no... tú no hablas —la interrumpió Saki inmediatamente—. Los floreros no hablan, sólo están allí y se ven bonitos.

Madeleine se puso roja como un tomate.

—¡Tú no puedes decirme qué...!

—Chicas, ¿es cosa mía, o la decoración me está hablando? —preguntó Saki a sus amigas, interrumpiéndola en el acto.

Lamia no pudo contener la risa y Berenice simplemente veía todo con una mirada seria y acusadora. Madeleine no supo cómo reaccionar.

—Mady, Mady, Mady —Saki chistó—. ¿Cuándo aprenderás? Por más que te juntes con nosotros, por más que estudies en este Instituto, tú nunca serás como el resto de estudiantes de aquí. Tú única función, la única razón por la que aceptan a la gente como tú, es para que los pasillos se vean llenos, ¿lo ves? Siempre serás una clase media que se superó en la vida, el vivo ejemplo que la gente como puede salir adelante, pero... ¿ser como Pierre, como Lamia, como yo? ¡Ja, por favor! ¡Qué no se te suba a la cabeza el estar saliendo con Levy Van Lissart, por Dios!

En este punto, Madeleine ya no quería contestar nada; después de escuchar las palabras de Saki, lo único que quería hacer era llorar. Jean Pierre quiso intervenir, pero Mady lo volteó a ver con tanta severidad que él entendió de inmediato todo lo que ella sentía.

«No necesito que me defiendas...»

—¡Ay, ¿estás triste?! ¡Lo siento! —continuó Saki—. A veces se me olvida que la decoración también tiene sentimientos, lo siento. Bueno, mejor nos vamos; tu cabello está bien, mantenlo así, no vaya a ser que...

—¡Pero mira cómo el burro habla de orejas! —dijo Felipe rápidamente, uniéndose a la conversación antes de que las chicas se fueran—. Tú no eres más que una carajita envidiosa y frustrada que lo único que tiene es dinero, pero nada más, porque nadie te soporta realmente.

Saki, Lamia y Berenice, junto a todos los demás alumnos que iban pasando a un lado, se quedaron estupefactos al escucharlo.

—Te crees la vaina más arrecha que hay —continuó el chico venezolano—, pero lo cierto del caso es que nadie te para bolas y por eso te gusta pagar tus frustraciones con los demás. No eres más que una plástica, superficial y una...

Pero antes de que Felipe terminara de decir lo que estaba diciendo, una sonora bofetada de Saki le calló la boca.

—A mí me respetas, asqueroso marica tercermundista —dijo ella mientras lo apuntaba con un dedo amenazador—. A mí no me vuelves a hablar así o te juro que te vas a arrepentir de haber venido a este instituto... te lo juro.

Y cuando se disponía a soltarle otra bofetada a Felipe, Madeleine se atravesó en el medio, recibiéndola directo a la cara.

—¡No te atrevas a ponerle otro dedo encima a Felipe, Saki! —bramó Madeleine sin poder contenerse.

—¡Mady! —exclamaron Elliot y Pierre al mismo tiempo mientras este último la ayudaba a acomodarse.

Lamia y Berenice estaban impávidas.

—¡Pero... ¿es que acaso todos ustedes perdieron la cabeza?! —dijo Saki mientras señalaba uno por uno a Felipe, Colombus, Elliot, y por último a Madeleine—. ¡Ninguno de ustedes debería de estar en este Instituto, ninguno! Pero sobre todo tú, Madeleine Soulevant. Tú, con tus aires de niñita buena y perfecta que no rompe un plato, pero que te crees mejor que todos los demás sólo porque ahora la gente sabe quién eres y siempre haces todo lo que los hombres quieren. Pues déjame decirte que, aun así, por más niña buena y sumisa que seas, nunca serás más que decoración, un florero del cual se puede prescindir y reemplazar en cualquier momento, ¿entiendes? Un accesorio de los hombres exitosos, de este Instituto, y de los miembros de la verdadera clase alta... ¡No eres más que un monigote de usar y tirar! Y espero que te quede claro, ¡que les quede claro a todos ustedes!

Después de decir aquello, Saki salió del salón de clases tan rápido como pudo, a lo que Lamia y Berenice corrieron para alcanzarla. Felipe también recogió sus cosas y se fue sin decir nada. Mady no pudo aguantarlo más. Rápidamente se sentó en uno de los escritorios, se cubrió el rostro con ambas manos, y comenzó a llorar.

Elliot, aun honrando la promesa que le hizo en su momento a Jean Pierre, le hizo señas silenciosas a su amigo para que fuera el primero en decir algo para consolarla. Pero apenas tomó la decisión, se arrepintió.

—Si no hubieras querido estar defendiendo a la mariposa, Saki no te habría dado una cachetada a ti también, Mady —dijo Jean Pierre con condescendencia en la voz.

Ella se asomó para verlo con estupefacción en el rostro bañado en lágrimas.

—Gracias... Jean Pierre, ya sé que me lo merezco —le dijo la chica con amargura antes de volver a esconder el rostro.

—No... yo no... la verdad es que él te defendió primero —contestó Pierre nervioso—, y eso estuvo bien, así que... no sé qué decir, lo siento. Supongo que sí, pero... estuvo bien, digo.

Colombus se golpeó la frente con la palma de una mano en un gesto de pena ajena, negando en silencio.

Perdónalo, Señor, porque no sabe lo que hace —dijo exasperado, lo que hizo que Jean Pierre se molestara aún más.

—¡Pues... lo siento si no soy un hipócrita que anda diciendo solo lo que la gente quiere escuchar! —contestó Jean Pierre enfurecido—. Si eso es lo que quieres, Mady, mejor llama a tu novio entonces...

Y tras decir aquello se levantó y se fue. Al verlo alejarse Madeleine lloró aun con más intensidad.

—Ya, ya Mady. No te pongas así —la consoló Elliot.

—Es que... lo que dijo Saki —respondió ella sollozando—. Por más que quiera negarlo, ella tiene razón...

Colombus y Elliot rápidamente corrieron a abrazarla.

—¡¿Qué?! Mady, ¿de qué hablas? —preguntó Colombus.

—No, Mady, eso no es cierto —contestó Elliot—. Saki sólo es una pretenciosa con complejo de superioridad que le gusta insultar a quien sea que le parezca una amenaza. Ella sólo está celosa porque e-eres... una... ch-chica muy bella, y estás saliendo con... Levy. Eso es todo.

Madeleine negó con el rostro cubierta de lágrimas.

—No es eso, no...

Como pudo trató de componerse para expresarse mejor.

—Ella tiene razón en que soy... s-sumisa...

Colombus volteó a ver a Elliot y a Mady con confusión.

—¿Qué? ¿En serio? ¿Tú sumisa? Entonces Jean Pierre tiene que ser muy idiota en serio para no haber conseguido que seas su novia, porque...

Elliot abrió los ojos tan grandes como pudo.

—Espera, ¿qué? —preguntó ella sorprendida—. Jean Pierre... ¿quiere ser mi novio? ¡¿Yo le gusto?!

Colombus no sabía qué responder.

—Ehm... bueno, síííí, pero...

—Te conoce de toda la vida —intervino Elliot rápidamente—. Y tiene la impresión de que está sintiendo cosas por ti últimamente, pero... supongo que te quiere mucho y quiere protegerte, no lo sé. Quizás eso sea todo. Eso sí, él no quería que lo supieras porque ni siquiera él quiere darle tanta importancia...

Madeleine poco a poco fue dejando de llorar.

—Vaya, eso no lo sabía —respondió—. S-su...supongo que tuve muchas oportunidades para darme cuenta...

—En fin, que lo que yo quería decir —continuó Colombus con rapidez—, es que si fueras sumisa y complaciente con los hombres serías su novia, porque Jean Pierre es intenso, muy intenso, y eso lo sabemos todos los presentes.

Mady soltó una risita que poco a poco fue dejando de lado la tristeza.

—Supongo que es cierto, pero —parecía perdida en un pensamiento—, ¿no se han dado cuenta de que cada vez que intento ayudar a las personas que me importan, parece que simplemente termino por estropearlo todo? —dijo un poco melancólica.

—Me pasa lo mismo cuando combino helado con Coca-Cola, pero aun así es muy rico —contestó Colombus risueño, a lo que Madeleine soltó una sonrisa ahogada.

—¡Ay, Bus! —dijo ella, mientras su amigo le daba un abrazo—. ¡Elliot! Ustedes son los mejores amigos que una chica podría querer.

La chica se limpió las lágrimas y les dio un tierno beso en la mejilla a cada uno.

─ ∞ ─

A Elliot no le sorprendió que las actividades del club de jardinería siguieran suspendidas aquella tarde. Delmy parecía estarlo pasando particularmente mal. Justo en un momento en el que iba pensando en ella, la chica brasileña apareció al final del pasillo mientras Elliot se dirigía al auditorio del Instituto.

—¡Delmy! ¿Cómo est...?

—¡¿Podrías hacerme el favor de decirle a tu espíritu que deje de estarme persiguiendo?! —lo interrumpió Delmy abruptamente—. Está volviéndome loca.

—¿Paerbeatus? —preguntó Elliot confundido.

—No, ése no, estoy hablando del otro, el que anda desnudo —respondió ella ofuscada y algo sonrojada.

—Ah... Amantium —Elliot no pudo evitar sentirse apenado también—. Lo siento, pero... él no es mi espíritu, ¡o bueno! al menos aún no he pasado su prueba, así que...

Pero Elliot enmudeció de inmediato al ver cómo las lágrimas brotaban como un manantial de los ojos negros de Delmy.

—Por favor, menino... haz que pare, ¡haz que pare! —suplicó Delmy con la voz entrecortada.

Elliot no sabía qué responder.

—Delmy, no... no llores, ¡me preocupa mucho verte así! —dijo mientras trataba de limpiarle una lagrima, a lo que ella se apartó rápidamente de su tacto.

Al ver lo alterada que estaba, Elliot desistió en sus intentos de reconfortarla y llamó al espíritu. Muy en contradicción de lo que habría esperado, Amantium se materializó a su lado casi al instante.

«¡No me enseñaste cómo estar sin ti... ¿Y QUÉ LE DIGO YO A ESTE CORAZÓN?!», cantaba a todo pecho con los ojos firmemente cerrados mientras se apretaba el pecho. Elliot le quitó uno de los auriculares y el espíritu se volteó a verlo.

Ma, che?! ¡Caro, ya te iba a atender, pero estaba justo en la mejor parte de la canción...!

—Este sujeto se ha estado colando en todos los ensayos de música de la sección Cavelier y del coro del instituto, y... ¡ya no lo soporto más! —protestó Delmy.

—Deberías estarme agradecida, bella. Si no fuese por mí, no serían más que una manada de borregos balando sin ton ni son —dijo Amantium con soberbia—. Aunque tu voz no está tan mal. Es de mis favoritas, y disfruto abastanza los dúos que hacemos.

—No me importa un comino lo que tú pienses —contestó ella—. Yo sólo quiero que dejes de aparecerte en mis clases, ¿me entiendes? No quiero seguir viéndote ni escuchándote. ¡Te odio! —gritó con una rabia que dejó atónitos a Elliot y Amantium.

Su silueta rápidamente desapareció alejándose por el pasillo.

—Parece que no le caigo muy bien ¿no? —dijo Amantium.

—A ninguno de los dos, de hecho —respondió Elliot—. Amantium, no es nada personal, pero... ¿podría pedirte por favor que no vuelvas a aparecerte en las clases de Delmy? Y antes que digas algo, no es una orden, es un favor que te pido como amigo. Delmy es... una amiga en cierto modo, y sé que no está pasando por un buen momento. Me gustaría que pudiéramos dejarla un poco en paz hasta que se calme.

—No puedo prometerte nada, caro, puesto que la música siempre está llamándome, pero supongo que puedo intentarlo —contestó Amantium antes de desaparecer.

─ ∞ ─

—Y... terminamos —anunció Leona con un grito.

Levy se sentó y se soltó del agarre de Elliot.

—Levy, casi perfecto, cariño. Pero sentí que tenías las manos un poco tiesas ya al final. Tienes que trabajar en eso —dijo la chica con seriedad—. Elliot, hoy estuviste algo distraído, no pasa nada, aun estás acostumbrándote. Pero necesito que por favor termines de aprenderte el libreto cuanto antes y que todas las noches practiques tu gestualidad por lo menos una hora frente al espejo. No estuviste mal del todo, pero faltó más fluidez.

—Entendido —dijo él.

—Así me gusta —la chica le guiñó un ojo afable.

—Yo agregaría también ejercicios de dicción, respiración y proyección de la voz para Elliot —añadió Felipe airado apareciendo detrás de Leona—. Hubo muchísimas partes en las que, o se quedó sin aire, o no se le escuchaba muy bien o simplemente balbuceaba.

Leona iba a añadir algo pero Elliot se le adelantó viendo a Felipe directamente a los ojos.

—Muchas gracias por tus consejos, Felipe, los tomaré en cuenta esta noche.

El chico le sostuvo la mirada por unos segundos y después se giró para hablar con otro de los miembros del club.

—Lo mismo va para ti, James. ¡Por el amor de Dios que eres Céfiro, no un borrego! —le dijo a un chico alto y rubio que interpretaba al dios del viento del norte que rivalizaba contra Apolo por el amor de Jacinto—. ¡Siete! Escúchame bien: ¡Siete veces se te fue la voz mientras decías tus líneas! Por favor, esta obra se va a presentar en Alemania frente a todo un auditorio lleno de desconocidos, sin contar que también estarán presentes los chicos de la Excelsa Academia, ¡así que no nos podemos dar el lujo de hacer el ridículo!

James no dijo nada a pesar de ser dos años mayor que Felipe y tan sólo asintió.

—Quizá Felipe esté siendo un poco brusco, pero tiene razón, James. Necesito que pongas de tu parte y que no te desesperes al momento de decir tus líneas. Si lo haces, estoy segura de que lo harás perfecto como en las otras ocasiones.

El actor sonrió y asintió.

—Bueno, todo el mundo —anunciaba Leona—, eso fue todo por hoy, nos vemos mañana a la misma hora. Recuerden que tienen que estar al día con todo lo referente a la obra y al viaje a Alemania de fin de mes. Ya sólo nos quedan unas cuantas semanas para tener todo listo, así que tenemos que trabajar duro. Nos vemos mañana después de clases. Un aplauso para todos.

Todo el mundo aplaudió con entusiasmo. Cuando todos recogían sus cosas para irse, Felipe pasó por el frente de la tarima en dirección a las puertas, a lo que Levy lo llamó para despedirse sin obtener respuesta alguna.

—Creo que aún sigue molesto —comentó Levy incómodo tras verlo marcharse—. Vaya desastre.

Elliot rápidamente lo tomó por el brazo antes de que saliera del teatro.

—Levy, no... no sé si —Elliot se aclaró la garganta para poder hablar con claridad—. Si te parece bien, podríamos quedarnos a ensayar un poco más.

—La última escena de verdad nos quedó como una mierda, y considerando que no falta nada para presentar la obra, no estaría mal ensayar horas extras —concordó el chico luego de pensarlo un momento—. Está bien, sólo déjame avisarle a Mady. Había quedado de verme con ella hoy después de los ensayos.

Elliot asintió. Levy sacó su móvil y se alejó un poco para hablar en privado con Madeleine. Cinco minutos más tarde volvió frente a Elliot.

—Listo. Te manda a decir que si sigues acaparándome, tú y ella van a tener un problema —dijo mientras se reía; Elliot también rio, aunque con nerviosismo, sin poder evitar que el rubor se apoderara de sus mejillas—. Bueno comencemos desde el principio, ¿te parece? Yo me di cuenta que es una de las partes que más te cuesta, así que nos podemos concentrar en ella primero.

Durante la siguiente hora los dos se concentraron absolutamente en el trabajo de ensayar sus líneas y su puesta en escena. Levy aconsejaba de vez en cuando a Elliot, especialmente cuando el chico se trababa en los diálogos o se movía con torpeza. Así, el tiempo se fue rápido. Al estar ensayando los dos solos, a Levy le pareció que había sido más divertido que cuando todo el club estaba presente. Al final de la hora, ambos estaban exhaustos.

—Luego de esta escena viene la escena de cierre y el beso final. Eso nunca se practica. Leona dice que la clave de un buen beso es la espontaneidad —dijo Levy.

—Bueno, espero no decepcionarte llegado el momento —contestó Elliot apenado.

—Lo mismo podría decirte yo —le respondió Levy con humor—. Pero no creo que besar a un chico sea tan diferente de besar a una chica, así que los dos estaremos bien.

—Yo no sabría distinguirlo, la verdad —dijo Elliot con timidez, y aunque realmente no dijo nada, Levy entendió perfectamente lo que el chico quería decirle.

—¿Tú... nunca has besado a una chica? —preguntó Levy sorprendido.

—Bueno, yo... no, no realmente... técnicamente no —respondió Elliot.

No pudo evitar recordar los besos que había recibido de Lila no una ni dos, sino tres veces ya. Pero ella era una demonio, y eso, en su imaginación, no contaba realmente «pues no se trataba de una humana». Y de hecho, aquellos besos, aunque increíbles de alguna manera misteriosa e intensa, nunca se sintieron muy físicos en realidad. Habían sido más bien como una ensoñación.

—Pero no tienes que sonar tan sorprendido, no es algo tan raro —añadió.

Levy notó el reclamo en la voz de Elliot y se apresuró a disculparse.

—No, no. No estoy sorprendido, es sólo que... lo que quiero decir es que... o sea, tú eres guapo, y te ves como un buen chico —dijo Levy atropellando las palabras y sonrojándose ahora él—. Eso es todo. No me esperaba que me tocara ser tu primer beso.

—Un beso de teatro, así que no cuenta —Elliot sonreía—. Además, según tu club de admiradoras, no podría ser mejor —bromeó para tratar de romper un poco la tensión del momento mientras se reía de sí mismo.

Levy también se reía aunque seguía sonrojado. Rápidamente revisó su teléfono y dio un respingo.

—Vaya, sí que se hizo tarde rápido. Mejor nos vamos, ya fue suficiente ensayo por un día y ya Mady debe estar esperándome para cenar juntos.

—Vas en serio con ella, ¿no? —le preguntó Elliot con más seriedad de la que le habría gustado.

—No tan en serio como me gustaría —confesó Levy—. La verdad es que Madeleine aún tiene sus dudas con lo de formalizar la cosa y quiere que nos tomemos las cosas con calma —dijo mientras se encogía de hombros—. A veces pienso que está esperando que Pierre le dé su permiso para poder salir conmigo.

—Ellos dos han crecido juntos prácticamente. Supongo que ella lo ve como un hermano —dijo Elliot con soltura.

—El problema es que él no la ve a ella como una hermana y ella o no se ha dado cuenta o simplemente no quiere darse cuenta. Pero la verdad no quiero hablar de eso ahora.

Elliot asintió.

—¿Mañana repetimos la jornada de ensayo doble? —preguntó al final mientras caminaban juntos en dirección al comedor.

—Sí, me parece bien. Pero mañana te toca comprar las bebidas y unas papas fritas. Me estoy muriendo de hambre.

Mientras los dos reían, Elliot podía sentir cómo se acercaba poco a poco a Levy, pero aún no era suficiente.

─ ∞ ─

Frente a los chicos, en una parte del jardín del Instituto que todo el mundo conocía como l'Arbre de Venus (un viejo y gran árbol de manzano), la chica había extendido una manta y sobre ella había dispuesto una cantidad de platos con comida y frutas. De uno de esos altavoces portátiles provenía la melodía rítmica de un piano y unos violines. Todo estaba iluminado por las estrellas, y una farola eléctrica que iluminaba el terreno. Todavía faltaba una hora para el toque de queda, y de igual modo, el árbol de Venus siempre había estado escondido a la vista de los celadores...

—¿Y? ¿qué te parece?

—Wow, de veras te esforzaste en preparar la cena —dijo Levy mientras la abrazaba por la cintura y le daba un beso cariñoso en una de sus mejillas sonrosadas.

—¡Levy, me haces cosquillas! —le reclamó ella en juego mientras le daba un beso también en el cachete.

Mady tomó a su novio por la mano y lo llevó hasta la manta donde ambos se sentaron.

—Como no pude convencer a ninguna de las asistentes de la cocina para que me prestara una jarra, nos tendremos que conformar con jugo de manzana en lata y de postre, tenemos pie de limón y cheesecake para el postre.

—Pido el pie —se adelantó Levy.

—¡Más cheesecake para mi entonces! —dijo ella mirándolo a los ojos—. ¿Y qué tal estuvo tu día hoy?

Al ver a Levy así, tan concentrada, no pudo evitar pensar que los ojos de Levy se parecían un poco a los de Elliot.

—Más de lo mismo, creo. El entrenador está que echa chispas porque me he tenido que saltar varias practicas del club de lucha por los ensayos de la obra, pero el profesor Erwin ya habló con él. A mí no me preocupa porque falta mucho para los juegos de intercurso, así que todavía estoy a tiempo. Además, no he dejado de entrenar en las mañanas, por lo que debería estar bien aun faltando un mes entero a los entrenamientos.

—A mí siempre me ha dado un poco de miedo el profesor Erwin —comentó Madeleine mientras mojaba una fresa en miel para luego comerla—. Creo que si fuese el supervisor de mi sección no sería muy divertido.

—Es cierto que Krause no es tan carismático como monsieur Rousseau, pero no es un mal tipo tampoco. Es sólo un poco frío, pero eso es todo —dijo Levy defendiendo al supervisor de la sección Leclère.

—Por lo menos no es tan amargado como Madame Gertrude, eso si te lo voy a conceder.

—¿Y... qué tal las cosas de tu lado del campo? —le preguntó Levy a su novia mientras se preparaba uno de los panqueques

—Yo hoy me peleé con Saki, con Jean Pierre, y creo que también le causé una molestia a Felipe en el proceso.

«Ya se había tardado Pierre en aparecer», pensó Levy con algo de celos mordiéndose la lengua para no decirlo.

—Lo de Saki no me extraña —dijo el chico—. Y en el caso de Felipe, ha estado un poco irritable últimamente, así que no se lo tomes mucho en cuenta.

—¿Conoces a Saki? —preguntó ella intrigada.

—Nuestras familias forman parte del mismo club social, así que nos hemos tropezado en varias ocasiones. No le des mucha importancia, es sólo una malcriada insufrible.

—Algo similar me dijeron Elliot y Colombus esta mañana, pero igual lloré y Pierre...

«...no hizo más que empeorar las cosas como siempre», iba a decir, pero no pudo hacerlo. Levy notó un ligero dolor en su voz.

—A veces no sé qué pasa por su mente —dijo finalmente Madeleine, casi sin poder evitarlo, mientras recordaba lo que Colombus dijo accidentalmente más temprano.

Los ojos de Levy estaban fijos en ella, y a diferencia de sus amigos de siempre... su mirada parecía no estar concentrada en la belleza o la inocencia de la chica frente a él, sino en algo más profundo; y fue ese algo en sus ojos lo que ella notó inmediatamente.

—No me mal intérpretes, sé que él se preocupa mucho por mí —añadió Mady con confianza—, pero es que a veces puede llegar a ser tan frustrante y sobreprotector que no lo soporto. No soporto que me siga tratando como si aún tuviéramos cinco años, como si yo necesitara de alguien que me cuide todo el tiempo.

—¿Y... alguna vez se los has dicho a él? —preguntó Levy con calma.

—No. La verdad es que no —le negó ella tanto con sus labios como con la cabeza—. No sé cómo hacerlo sin herir sus sentimientos, y por eso creo que me esfuerzo tanto porque él vea que puedo cuidar de mi misma y tomar mis propias decisiones.

«Pierre...», resonó su nombre en su mente por un instante. Madeleine lo amaba, de eso no había dudas, y aun así, a veces, tanto como lo hacía, también podía llegar a sentirse impotente por el comportamiento de quien era su mejor amigo en la vida.

—Él parece no darse cuenta de estas cosas, y como mi mamá y mi papá siempre le dan la razón, es más difícil aún. Siempre tiene algo que decir o argumentar con respecto a mis cosas, y a veces no me importa, pero en otras ocasiones siento que voy a perder la paciencia por completo y me voy a poner a gritar como una loca.

—Lo más seguro es que alguien te grabaría y terminarías haciéndote viral en Tik-Tok —dijo Levy con humor.

Ella sonrió con un toque de complicidad.

—¡Ah, búrlate si quieres, ya sé que sueno tonta! —dijo riendo un poco ofendida.

—¡Por favor, ¿tú tonta?! —exclamó Levy tan risueño como ella—. ¡Si serías la primera en hacer rodar cabezas por todo el castillo como toda una reina de corazones!

Las manos de ambos se tocaron cariñosamente, como sólo la gente que alcanza un cierto grado de confianza íntima puede hacerlo.

—Lo que quiero decir—decía Levy recuperando el habla—, es que si no te gusta eso, simplemente no lo toleres y pon tus límites. Si Jean Pierre es realmente tu amigo, lo entenderá.

«Es que no es sólo eso...», pensó Mady. «Son todos...».

—No te creas, no es sólo Jean Pierre. ¡No es tan importante, así que no te vayas a poner celoso! Pero Elliot es un chico muy especial. Lo quiero mucho. Y a veces... eso me da un poco de rabia.

—¿Rabia? —preguntó Levy intrigado.

—¡Sí! Bueno, es que... no sé cómo explicarlo. Lo que quiero decir es que nunca fui mucho de tener amigas chicas, y me parece que los chicos son increíbles, pero... a veces quisiera ser más fuerte por mi cuenta, digo, más... independiente, si quieres. Supongo que a veces quisiera ser más como Elliot. No me gusta sentir que necesito estar cerca de mis amigos para ser... importante, para que los demás sepan que ahí estoy. ¡Pero los quiero muchísimo, y sólo quisiera que ellos pudieran ver eso...!

«Quizás... que él pudiera ver eso... no, no lo sé», y su nombre fue otro que resonó en la mente de la chica.

—No importa, no importa —dijo ella rápidamente—. Como sea, ¡ojalá fuera más sencillo! —Madeleine suspiró—. Tengo mis prioridades, y más que ser alguien por los demás, quiero estar orgullosa de mí misma por mi propia cuenta. Ahora que lo dije en voz alta, creo que me siento un poco mejor...

Levy le sonrió con gran cariño a Madeleine.

—Bueno, eres una excelente cocinera, puedes comenzar por ahí...

—¡Ay, la verdad sólo me robé la comida del comedor! —contestó ella riendo.

Al verla reír, Levy sintió algo. Era, quizás, lo mismo que Madeleine sintió en la mirada del chico minutos atrás y que la hizo abrirse poco a poco. Él, un poco intrigado, se acercó lentamente a ella para darle un beso. Primero quiso explorar sus mejillas antes de rozar sus labios, pero súbitamente sintió un impulso nervioso de besarla apasionadamente en la boca; impulso que fue desviado con ansiedad hasta alcanzar con ternura la frente de la chica, y que dudaba entre bajar en pequeños saltos por su nariz hasta sus labios, pero que finalmente terminó reposando allí donde aterrizó entre tantas dudas. Mady se sintió increíblemente cerca de Levy, aunque no de la forma en el chico habría querido.

Los minutos pasaron en silencio, hasta que la chica finalmente volvió a romper el hielo.

—¿Cómo va la obra? —preguntó recordando a Elliot una vez más.

—Tu amiguito Elliot no lo hace tan mal para ser un principiante, y Leona y yo creemos que estará listo para hacerlo bastante bien durante la puesta en escena. Ahora, Felipe... con él es otra cosa. Por los momentos nos odia a Leona, a Elliot y a mí porque le robamos su obra supuestamente, pero por lo menos parece que ya no va a renunciar al club de teatro. Eso habría sido un desastre.

—Sí, es cierto. Elliot es un gran chico, así que pueden confiar en él —dijo ella ya sin querer ocultar la admiración en su mirada.

Levy asintió.

—Me cae muy bien, la verdad. Está bastante comprometido con el éxito de la obra y eso es lo más importante en estos momentos. De hecho, hoy quedamos en que tendríamos ensayos extras para preparar mejor nuestra puesta en escena juntos. Una idea bastante buena —dijo.

Luego de pensarlo, Levy agregó algo más:

—Es muy... apasionado.

Aquello lo dijo viendo a Madeleine directo a sus ojos verdes. Quizás estaba observando finalmente lo mismo que ella notó desde un inicio. En el azul de Levy ella vio su reflejo y lo notó a primera vista: su novio estaba descubriendo en Elliot lo mismo que ella siempre había visto, y por extraño que pareciese, la mezcla de los colores en aquella mirada se sintió bien...

Sin que ninguno de los dos se percatara, la noche ya había caído sobre ellos.

─ ∞ ─

El rumor de las voces era inquietante y cercano, casi pegajoso. Elliot podía sentir las voces escurriéndose de su mismísima piel hasta cubrir las sombras que lo rodeaban, tragándose el mundo alrededor. «Elliot», escuchó que lo llamaba la voz de un hombre y pudo sentir un latido dentro de sus entrañas que le decía que aquella voz y él se conocían. Intrigado, se giró con violencia en dirección al sonido y la bruma se esfumó. La luz llegó tan de súbito que le hirió los ojos, por lo que el chico tuvo que pestañear con violencia para recuperar la vista. Pero sus ojos eran lentos a diferencia de sus oídos, que ya podían captar como el murmullo de las voces se hacía débil y se diluía en el aire, a merced de los sonidos típicos de un parque de diversiones. La música de feria y el sonido metálico de las maquinas se apoderó de su cuerpo y vibró a través de su piel y del pulsar continuo de su sangre, agitándolo y removiendo el suelo a sus pies. Ya no estaba de pie en medio del parque, y su cuerpo se bamboleaba sin control en el interior de una taza danzante. Por instinto, sus manos buscaron aferrarse del volante metálico que podía sentir frente a él incluso con los ojos cerrados.

Elliot se aferró con fuerza. A varios metros bajo sus pies colgantes pudo ver cómo un cúmulo anormal de sombras se arrastraban con pereza por todo aquel parque de diversiones, como imitaciones mal hechas de recuerdos perdidos de personas que ya no estaban en aquel lugar, pero, por alguna razón, sus memorias habían sido capturadas allí adentro. El pánico apretó sus manos alrededor de su cuello con fuerza, lastimándolo con sadismo mientras más gritaba el chico. Súbitamente las cadenas de la silla voladora se rompieron, y Elliot cayó al vacío dando vueltas y gritando con desesperación mientras las lágrimas le comenzaban a brotar de los ojos. Su cuerpo nunca llegó a golpear el suelo; fue atajado por el vagón de una montaña rusa que viajaba como impulsada por el demonio sobre los rieles oxidados de una atracción peligrosa.

—¡Elliot! —escuchó que alguien gritaba su nombre a sus espaldas.

Cuando se giró, sus ojos azules se encontraron de frente con los ojos dorados de su Quimera, que lo veían con terror en ellos. Y entonces, Elliot las vio: unas criaturas amorfas que se retorcían y volvían a tomar una forma similar a la de los humanos tenían agarrado por las patas a Krystos, quien se removía inquieto en un intento inútil por soltarse de sus captores.

—¡KRYSTOS! —gritó Elliot mientras extendía una de sus manos para ayudar a su Quimera y se incorporaba de un brinco exasperado...

─ ∞ ─

Las estrellas de Egipto brillaban sobre ellos.

—¡Elliot, ¿estás bien?! —preguntó Astra preocupada mientras el chico despertaba.

Elliot se giró a verla con una mirada aturdida. Ella tenía sus ojos morados fijos en él. Por un instante, Elliot los vio brillar sobre su piel albina. Mientras se desperezaba, el chico recordó que con la ayuda de Raeda se las habían arreglado para llegar a la punta de la pirámide de Keops para que Paerbeatus pudiera seguir con el rastreo de la nueva carta. Él se había quedado dormido mientras esperaban.

Rápidamente el pensamiento de que todo hubiera sido un sueño lo tranquilizó, y la majestuosidad de la vista a sus pies, ayudó a acrecentar la sensación. De sus lugares favoritos en todo el mundo, Egipto se quedaba con el primer lugar. Y aunque él ya había ido con su tía a conocer las pirámides en el pasado, aquel viaje no podía compararse con la oportunidad de estar en la cima de una de ellas.

—¿Hemos tenido suerte, Paerbeatus? —le preguntó al otro espíritu mientras se volteaba para verlo.

—Aun no, cachorro, hay mucho alboroto alrededor de ella, pero apenas vea algo nuevo gritaré —le dijo el hombre con sus ojos morados encendidos como antorchas en medio de la noche del desierto de Egipto.

—¿Tuviste un mal sueño? —preguntó Astra.

—Sí, algo así, pero —Elliot negó con la cabeza—. No sé, siento que fue extraño.

Astra asintió algo seria, sin despegar su vista de Elliot haciendo que este volteara a verla directo a los ojos.

—Soñé con un parque de diversiones embrujado, creo...

Astra se veía intrigada.

—La armonía funciona de forma extraña en ti —dijo—. Estoy segura de que hace un instante te escuche cantar. Fue un murmullo muy bajo, pero aun así lo escuché.

—¿Y eso que significa?

—No estoy segura, pero una vez me dijiste que antes de encontrarme ya habías soñado conmigo...

—Pero yo pensé que ese sueño había sido por culpa de Lila.

—A lo mejor esa chica sólo interceptó el flujo de tu armonía y la usó para colarse con más facilidad en tu sueño —contestó el espíritu—. El mundo de los sueños es muy delicado, y cualquiera con un mínimo de poder puede sumarse a la canción de las estrellas.

Elliot lo pensó con cuidado por unos minutos y aunque lo que Astra le estaba diciendo parecía descabellado, quizá no lo era tanto. No pudo evitar recordar la vez que, años atrás, soñó con que el novio de momento de su tía Gemma estaba cenando con otra mujer, y así supo que el sujeto le estaba siendo infiel. Él tendría poco más de diez años cuando tuvo ese sueño, pero de alguna forma había resultado ser verdad.

—En mi sueño había un parque de diversiones lleno de criaturas malignas que me perseguían y me querían hacer daño —comenzó a decir Elliot mientras fijaba su vista en el cuerpo de la esfinge que le estaba dando la espalda, pero aun así él podía ver su perfil sin nariz—. Alguien me estaba llamando... susurraba mi nombre, pero yo no pude encontrarlo y después...

Pero las palabras murieron en su garganta, atrapadas por la impotencia, y Elliot temía que, si las forzaba, las lágrimas acudirían con ellas.

—Cuando soñaste conmigo tampoco pudiste ayudarme —le dijo la mujer albina mientras le acariciaba el cabello—. Y aquí estoy contigo, Elliot. Estamos aquí.

En su voz había afecto. Elliot le agradeció con una sonrisa, hasta que Paerbeatus interrumpió el momento que ellos estaban compartiendo con un sonoro grito, como el de un gato al que le acaban de pisar la cola.

—¡Paerbeatus ¿estás bien?! —preguntaron ambos asustados.

—¡Mejor que nunca!

—¿Entonces por qué gritaste?

—¡Porque eso fue lo que dije que haría si veía alguna otra cosa!

Elliot puso los ojos en blanco con algo de frustración y risa contenida.

—A ver, ¿qué viste? —le preguntó entonces.

—La verdad no lo entiendo muy bien, pero vi algo brillante a lo lejos. Una torre enorme, caída, a lo largo y ancho del desierto. Estaba bajo un cielo completamente blanco, en el que había una sola estrella de seis puntas y de color azul. Eso es todo.

Aunque a simple vista aquello parecía no decir nada, Elliot creyó reconocer las señales. Estaba bastante seguro de dónde comenzar a investigar.

«¿Podría ser...?», se preguntó.

─ ∞ ─

Leona veía todo con ojos repletos de orgullo. Estaba pletórica de felicidad.

—Ya es la quinta vez que repetimos la escena, Felipe. No entiendo qué es lo que quieres —se quejaba Levy.

—¡Quiero pasión y sentimiento, Levy, eso es lo que quiero! —respondió Felipe exaltado—. Pareces una tajada insípida, chamo, y se supone que estés completamente rendido al amor de Apolo.

Felipe se aproximó rápidamente y se montó con agilidad en la tarima.

—Elliot, desde la tercera línea —ordenó.

—Cla... sí —respondía Elliot apresurado mientras buscaba sus líneas—: ¿Por qué tiemblas, Jacinto?

—¡Porque tengo miedo de no merecer todo esto! —respondió Felipe en personaje—. ¡Tiemblo porque tengo miedo de ser castigado... por osar a creerme dueño del derecho de tan sólo poder posar mis ojos en ti... tú, querido, que perteneces al Olimpo, al hogar de aquellos que son infinitos y magnánimos como sólo tú puedes mostrarlo con el brillo que refulgen tus ojos...

Y una vez que Felipe dijo aquellas líneas todos en el auditorio se quedaron perplejos. El chico era frágil y delgado, y aquello no encajaba en el estereotipo de príncipe guerrero espartano, pero sin duda alguna, todo lo que había dicho lo había envuelto en una capa de emociones y sensaciones que le pusieron la piel de gallina a todos, Elliot incluido.

—¡Esto es lo que necesito de ti, Levy, ni más ni menos! Emoción —dijo Felipe antes de bajarse de la tarima—. Repitan la escena desde el principio. ¡De aquí no nos vamos hasta que no me convenzan de que están enamorados el uno del otro!

Leona Cala supo, con total seguridad, que no estuvo equivocada ni por un segundo. Felipe era perfecto para ser el próximo presidente del club de Teatro una vez que el año escolar terminara y ella tuviera que partir a la universidad. Estaba orgullosa.

—¡Ya oyeron a Felipe! —vociferó Cala mientras aplaudía—. Todos a sus puestos y desde arriba.

—Quieres sentimientos... Jum, ¡yo te voy a mostrar sentimientos! —masculló Levy por lo bajo mientras respiraba profundo y sacudía el cuerpo para entrar en papel—. No te contengas Elliot, porque yo no lo voy a hacer. Felipe quiere sentimientos, y eso le vamos a dar.

—Eso espero —dijo el venezolano mientras comenzaba a contar—. Silencio todo el mundo. Tres, dos...

El ensayo continuó hasta que Felipe estuvo finalmente satisfecho con el resultado. Y aun después de eso, Levy y Elliot se quedaron ensayando por un par de horas más hasta que uno de los empleados de mantenimiento del Instituto los tuvo que correr del lugar.

Después de la cena, cuando Colombus se hubo quedado dormido, el chico se escabulló de la habitación para ver las estrellas en la Tour du Ciel como tanto le gustaba. Pero aquella noche algo era distinto. Al llegar al observatorio, ya había alguien más en su sitio, sentado sobre las almenas de la torre con los pies hacia afuera, colgando del precipicio.

—Eso es algo peligroso, ¿no crees? —dijo Elliot apacible para no asustar al otro chico.

Felipe volteó a verlo y se encogió de hombros cuando posó sus ojos en Elliot. Había estado llorando.

—Ni que fuera la primera vez —contestó él; su cabello largo se mecía con el viento—. ¿No deberías estar durmiendo?

—Creo que yo podría hacerte la misma pregunta.

—Bueno, sí, supongo.

—¿Estás bien? —dijo Elliot acercándose un poco.

—No veo por qué no habría de estar bien.

Elliot podía sentir la distancia que lo separaba de Felipe aun cuando lo único que tenía que hacer era estirar una mano para alcanzar el cuerpo del chico. El vacío le retorció las entrañas de manera dolorosa. «Adfigi Crucis», suspiró Elliot por lo bajo. El espíritu se materializó a su lado, ayudándolo a sentir mejor todo.

—Lo siento, Felipe —dijo Elliot, y Felipe posó sus ojos de nuevo en él.

—¿Por qué crees que yo quiero escucharte decir eso? —contestó el chico.

Su voz, en la que Elliot siempre había podido percibir cierta calidez, sonó fría y muerta en aquel momento. Elliot podía palpar todo el dolor que cargaba consigo.

—Yo sé que lo que estoy diciendo no sirve de nada, pero aun así quiero que sepas que lo siento —le dijo Elliot con calma mientras se encaramaba en la almena de la torre y se sentaba junto a su compañero.

—Eso es estúpido —chistó Felipe—. Sobre todo porque tal parece que Cala tenía razón... así que sin importar cómo hubieran pasado las cosas, yo nunca habría obtenido el papel de Apolo. Pero aun sabiendo que tengo que hacerme cargo del club, no deja de molestarme. No deja de dolerme y de frustrarme cómo no puedes imaginarte. Y aunque el hecho de que tú Levy sean hetero sí me molesta, si soy honesto conmigo mismo, creo que me hubiera molestado igual si el papel se lo hubiera quedado otro chico como yo —y al decir esto, Felipe rio con amargura—. Sólo soy un egoísta, y estoy pagando mis frustraciones con ustedes. Esa es la verdad.

—Eso no es verdad, Felipe y tú lo sabes —contestó Elliot—. Yo mismo pude verte hoy en acción durante los ensayos, y te juro que nunca había sentido nada parecido a lo que tú me transmitiste hoy al decir las líneas de Jacinto. Eres un actor natural y no uno cualquiera, eres uno muy talentoso.

—Y aun así, las cosas son como son —dijo el chico moreno con melancolía—. El talento no lo es todo. Incluso consideré cortarme el cabello para ver si así Cala me daba el papel, pero al final no pude, no tuve el valor de hacerlo. Cuando salí del closet me prometí que nunca más me lo cortaría, pero, aunque entiendo las motivaciones de Leona, todavía pienso que si lo hubiera hecho tal vez habría conseguido el papel. Mi mamá siempre me dice que debo tratar de ser un poco más discreto, que no tengo que parecerlo para serlo. Qué si me comporto un poco más "normal", tal vez la gente no se metería tanto conmigo... es tan injusto.

Felipe no pudo aguantar más el llanto. Elliot tuvo que respirar profundo para no quebrarse también debido a la intensidad de la empatía.

—Te entiendo, Felipe —le dijo sin pensar.

Felipe negó bruscamente con la cabeza.

—No, no lo entiendes. Sólo crees que lo haces, pero en realidad tú nunca podrías entenderme. Tú nunca vas a tener que escuchar a la gente que te importa decirte que pretendas ser algo que nunca vas a poder ser, pedirte que te reprimas y finjas, que lleves una doble vida sólo para que ellos no se sientan incómodos cuando están cerca de ti. Eso nunca te va a pasar a ti, y por eso no me vas a entender por más que lo intentes.

«Una doble vida...» repitió Elliot en su cabeza. «¿Cómo la que yo llevo ahora con la magia?» su voz interior resonó impetuosa. «Aunque no lo creas, Felipe, te entiendo más de lo que tú crees».

—Por lo menos aquí tienes amigos, Felipe —le dijo Elliot mientras le ponía una mano en el hombro al chico para reconfortarlo—. Allí tienes a Delmy, y me consta que Mady también te tiene mucho cariño. Ella te hizo una bufanda porque se acordó de ti durante el aislamiento, ¿recuerdas?

Felipe sonrió mientras se secaba las lágrimas.

—Una muy bonita, por cierto. ¡Ni yo soy tan bueno con las manualidades como esa mujer! —contestó Felipe algo más animado.

—Y también están los chicos del club de teatro que no sólo te aprecian, sino que también te respetan —continuó Elliot—. ¡Ni siquiera Levy te dice nada cuando le corriges la puesta en escena, y eso que ambos sabemos que puede ser muy orgulloso si se lo propone! Aun siendo mayor que tú te respeta como actor y como persona. Y si eso no es suficiente... yo también pienso que eres una persona increíble...

Y acto seguido, Elliot se levantó para darle un abrazo. Felipe estaba atónito. El chico poco a poco se fue acomodando en su sitio, echándose para atrás, mientras se preparaba para levantarse de la almena.

—No te creas —dijo Elliot—, a veces los hetero también tenemos secretos, por más que se traten de cosas distintas. Eso es algo que tanto tu gente como la mía tienen en común... quizás en el fondo no seamos tan diferentes.

Felipe se le quedó viendo a Elliot con ojos de cordero. Luego del impacto inicial, soltó una carcajada potente antes de cubrirse la boca con las manos para sofocar las risas mientras se bajaba de la almena de la torre.

—¡Si lo que querías era que me volviera a enamorar de ti, Elliot, no tenías que llegar tan lejos! —dijo el chico juguetón—. Si no te conociera diría que estás tratando de seducirme, y si yo no fuera tan tonto, habría aprovechado para robarte un beso, pero no soy tan ruin como para aprovecharme de un chico heterosexual tan tierno como tú —se mofó Felipe tratando de sonar natural; igual el rubor en sus mejillas terminó delatándolo.

—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó Elliot devolviéndole la sonrisa y guiñándole un ojo.

—Si me dejas darte un consejo, Elliot, no deberías de hacer esas cosas con la gente. Tú eres muy lindo y uno también tiene sentimientos, ¿sabes? —Felipe se recogió el cabello antes de volver a ver a Elliot a los ojos—. Gracias por escucharme. La verdad, ya me siento un poco mejor... qué descanses.

—Para eso están los amigos —dijo Elliot haciendo que a Felipe el corazón le diera un vuelco.

—¡S-supongo! —contestó Felipe antes de desaparecer por la escalera de la torre.

─ ∞ ─

Las instalaciones de la Sección Inmaculada estaban ubicadas en la torre más alejada del Fort Ministèrielle. Eran un cuerpo de piedra maciza que estaba casi separado del resto del castillo por un amplio pasillo al aire libre. Allí veían clases y vivían todos los alumnos registrados como estudiantes especiales de O.R.U.S. Era justo el lugar donde Elliot había sido atendido e interrogado mes y medio atrás.

Era bajo el castillo. Una serie de laberínticas instalaciones se extendía a sus anchas por todo el perímetro. La torre era una fachada, pues la mayor parte de las clases de los inmaculados se llevaba a cabo allí, en dichas instalaciones, que incluían salas de entrenamiento y un gimnasio súper moderno, entre otras cosas, como un cuarto entero dedicado a la vigilancia y el control de todos y cada uno de los alumnos (pero que por respeto al Protocolo de Seguridad Urbana del Conglomerado, podía usarse únicamente en casos de emergencia).

Aquel día, en una de esas salas de entrenamiento, un par de ojos verdes se enfrentaban al frío profundo de unos ojos negros implacables. Aunque ambos estudiantes eran discípulos del mismo hombre, los dos eran muy diferentes en su interior, y eso Gill Tate lo sabía muy bien.

—No te preocupes, prometo que no voy a ser tan rudo contigo, Lizzie. Sigo siendo un caballero después de todo —le dijo en juego a la chica frente a él, quién ya hacia estiramientos preparando su cuerpo para el combate.

—He hecho morder la almohada a hombres mucho más grandes que tú, Gill, así que no te hagas muchas ilusiones —contestó la chica sonriendo—. Y si vuelves a decirme Lizzie, no respondo si terminas con un par de dientes menos.

—Vaya, pero cuánta fiereza —rio Tate mientras Grimm hacía sonar los huesos de su cuello.

Frente a él, Gill Tate veía a una de las mujeres más bellas que jamás hubiera conocido. Elizabeth Grimm no solamente era la encarnación de la clase y la elegancia, sino que, para él, lo más increíble de ella era cómo la chica podía proyectar tal imagen de poder y feminidad a la vez que había empujado su cuerpo hasta unos límites inimaginables, de modo que su belleza fuera sólo opacada por la brutal potencia que ocultaban sus músculos esbeltos y compactos. A diferencia de otras mujeres, que muchos considerarían naturalmente más atractivas, ella no poseía un gran busto o un gran trasero, ni tampoco una piel suave y delicada, pero, aun así, su cuerpo no carecía de curvas ni de sensualidad. Algo increíble si se tenía en cuenta que su grasa corporal era prácticamente inexistente, llegando a ser menos del 2% en total. Cada uno de sus músculos perfectamente tonificados y en apariencia pequeños, debido a que Grimm apenas medía poco más del metro sesenta de altura, eran increíblemente potentes, y se marcaban de manera provocativa y espectacular en la piel blanca y tersa que los arropaba. Sus muslos eran igual que pilares griegos, y sus crestas ilíacas se marcaban muchísimo en su abdomen bajo el crop-top deportivo que le cubría solo los senos; era tanto así que se podía ver cómo una carnosa figura en forma de V marcaba sus perfectos abdominales: ocho cuadros perfectos, bien marcados, perdidos hacia el interior de su licra negra con dirección a su bajo vientre. Ella era una chica peculiar: bella y ruda a la vez sin perder ni un solo atisbo de su gracia femenina. Con aquella ropa deportiva se veía letal, pero Gill la conocía muy bien, y sabía que a la chica sólo le hacía falta colocarse un vestido para transformar su esencia por completo, intercambiando la brutalidad de su cuerpo por orgullo con tan sólo cambiar de ambiente. Era como un camaleón que se camufla entre las hojas de la selva para engañar a sus presas y despistar a sus enemigos. Quien cometiera la equivocación de subestimarla, estaría cometiendo el peor error de su vida... y eso Tate lo sabía; lo sabía muy bien.

Grimm se estiró por última vez.

—Estoy lista —dijo.

—Ya era hora, por un momento pensé que sólo te quedarías allí presumiéndome tus abdominales —dijo el chico mientras cuadraba su cuerpo en una posición en la que podía atacar y defender al mismo tiempo.

—¿Celoso? —preguntó Grimm burlona.

—Un poco, la verdad, pero me gusta mucho la carne como para ser vegetariano.

Sin previo aviso, la chica se abalanzó sobre él dedicándole una rápida serie de golpes que Tate a duras penas fue capaz de esquivar y bloquear.

—Eres una tramposa —le dijo mientras le devolvía uno de los golpes a la chica con una potente patada.

Grimm esquivó para contratacar quedando frente a frente contra Tate.

—Y tú un asqueroso.

Tate intentó golpear una de sus rodillas para hacerla perder el equilibrio, pero ella se aferró de él para mantener el balance tumbando a ambos al suelo. Los dos rodaron lejos del otro y se pusieron en pie casi tan rápido como habían caído.

—No sé de qué hablas, Lizzie —contestó Tate fingiendo inocencia mientras le lanzaba un par de golpes a Grimm.

Aunque la chica esquivó el primero, el segundo le impactó el hombro con fuerza haciéndola retroceder.

—Lo siento —dijo Tate de inmediato, pero ella lo ignoró y se cuadró para contratacar, esta vez con una serie de patadas que apuntaban directo a la cara de su rival.

«En serio me quiere tirar los dientes», pensó Tate mientras bloqueaba con los brazos, lo que dolía bastante: las patadas de Grimm venían con toda la fuerza y potencia que eran capaces de producir sus piernas. Grimm hizo un amague de girar otra patada contra su rostro, pero realmente golpeó a los pies de Tate haciéndolo caer de golpe contra el piso. Un segundo después, Gill sintió una fuerte patada impactando sobre sus pectorales.

—Si sigues pensando en tu noviecito Müller esto no va a ser divertido.

—Sólo estás celosa porque me divierto con él y no contigo...

Tate sonrió mientras se incorporaba con un palpitante dolor en el pecho.

—Y eso sólo es así porque no me das una oportunidad —respondió Grimm también sonriendo—. Si hubieras escuchado cómo gemía el tipo del fin de semana pasado me estarías rogando ahorita por una oportunidad conmigo.

—Qué te puedo decir, soy alérgico al plástico —contestó Tate sarcástico—. A todas estas, ¿el pobre por lo menos sabía lo que le esperaba? —preguntó mientras la atacaba con todas sus fuerzas.

Mientras ella bloqueaba él pudo realizar una llave para torcerle precavidamente el brazo, y si no hubiera sido por un resbalón que le causó el sudor, la habría inmovilizado en el acto.

—Si hubiera sabido lo que terminaría pasando, no creo que hubiera aceptado acompañarme al hotel —se mofó Grimm con malicia mientras contratacaba.

—O sea que abusaste de él —dijo Tate más como una afirmación que como una pregunta, mientras esquivaba los golpes—. ¿No te da miedo que te denuncien un día de estos?

Grimm se alejó de él bajando los brazos, riéndose con descaro y autentica diversión.

—No seas iluso, Gill —el placer brillaba en sus ojos negros—. ¿En serio crees que los hombres que escojo tienen las pelotas para reconocer que una mujer como yo es también capaz de divertirse a la inversa? Sé cazar muy bien, que no se te olvide. Siempre creen que soy otra chiquilla en aprietos, sin escape, hasta que, finalmente, son ellos los que terminan por descubrir lo que es hacerlo rudo de verdad. Esos tipos que siempre caen, los... malotes con hambre, los que siempre dicen que solamente perdieron el control, no son más que cobardes empoderados...

Touché —fue todo lo que dijo Tate y los dos volvieron a concentrarse en la pelea que estaban teniendo.

Cerca de veinte minutos pasaron mientras los dos intercambiaban golpes. A medida que la lucha continuaba, ambos se ponían más serios y los golpes se hacían más certeros y potentes, pero no salían del empate. Tate había logrado conectar una patada en el abdomen de Grimm con la que pensó que la dejaría sin aire, pero la chica la había aguantado bien, y minutos después, uno de los golpes de ella le había impactado en la mejilla a Tate, fallando por muy poco el punto focal donde aquel golpe de semejante fuerza lo habría dejado viendo puntos de luz en los ojos por un buen rato. Ya en el descanso, continuaron conversando.

—¿Cómo vas con el poema de tu Familiar? —preguntó Tate.

La chica movió una mano mientras bebía agua para hacer ver que no tan bien como le gustaría.

—Todavía no logro mantenerlo por mucho tiempo materializado, pero el profesor Rousseau dice que por lo menos ya no corro riesgo de que se vaya a rebelar contra mí, así que sólo queda practicar más.

—¿Por eso querías entrenar hoy?

—Sí, en parte —concordó la chica—. Pero la verdad es que disfruto viéndote morder el polvo...

—Hasta donde quedamos íbamos empatados —refutó Gill.

—Eso es sólo porque yo no quería acabar rápido —respondió ella con condescendencia.

—Ya lo veremos.

Acto seguido, reanudaron la pelea. Golpes fueron y vinieron, mientras los demás estudiantes de O.R.U.S. los veían luchar. Aunque la pelea se veía reñida, lo cierto del caso es que Grimm combatía confiada, sacándole provecho a su estatura, velocidad, y en general, a las bondades físicas de su cuerpo de mujer. Al final, ella terminó por atrapar uno de los brazos del chico, haciéndole una llave, para luego tumbarlo al piso e inmovilizarlo con todo el peso de su cuerpo mientras le retorcía el brazo cautivo. Grimm se le acercó al oído para anunciar su victoria:

—Chica hetero 1, chico gay 0.

Tate gruñó frustrado, pero ella estaba exultante por su victoria.


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¡Aló!

Chicos esta semana ha sido muy emocionante para nosotros y queremos compartir la alegria con ustedes...

Para los que aun no se hayan enterado, les contamos que de los relatos que escribimos para el concurso Octubre Macabro, "El nombre de la peste" quedó en tercer lugar en el perfil de y "La casa del lunar de la luna" tambien se ganó una mención especial en el perfil de , por lo que estamos que bricando en una sola pata.

Pero eso no es todo, pues también participamos en el reto de Relatos Naciones del perfil de con un relato llamado "Yara", basado en un mito venezolano, y allí fuimos uno de los cuatro ganadores que empatamos en el primer lugar... \o/

Además, quedamos muy satisfechos con un poema en prosa que también hemos publicado, llamado "Sabor a Durazno", sobre un militar americano en finales de la Segunda Guerra Mundial, y lo que la vida, el amor, y el destino le deparan... esto sin contar que ya también hemos comenzado a traducir ARCANA al inglés, y en cola están el francés y el italiano, ya quizás para el año que viene.

De veras estamos muy contentos de compartir estas noticias con ustedes, ya que son parte importante de todos estos éxitos. Sus comentarios, sus votos, y las cosas que nos comentan al privado nos impulsan a mejorar cada día más con nuestras historias y a seguir escribiendo. De ustedes hemos aprendido qué cosas van mejor en qué momentos, y cómo separar unos gustos de otros, lo que sin duda nos ha hecho crecer mucho escritores.

De todo corazón (y una vez más), muchicimas gracias, y aprovechamos para recordarles que si quieren estar al corriente de todos los anuncios que hacemos, sobre nuevas historias y tambien sobre ARCANA, no duden en seguir el perfil para que así nunca se pierdan nada...

Los queremos un mundo, chicos!!! #KillerKisses <3

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