Capítulo 42: Sueños y complicaciones

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Elliot acababa de tener un sueño muy raro...

Estaba en un lugar repleto de nieve, en plena tormenta. Las nubes eran negras y los relámpagos caían por doquier. Por alguna razón, todas sus cartas del Tarot revoloteaban en el aire mientras él intentaba atraparlas desesperadamente. La lluvia era muy fría y dura, abundante, y dolorosa como el granizo. Estaba en el fin del mundo, y después, no había más nada que no fuera un retorno al inicio.

Se desperezó y revisó su teléfono. Le había escrito a Mady para avisarle que se sentía un poco mejor gracias al descanso; quería darle las gracias. Estaba solo. Colombus todavía no regresaba de sus prácticas de ballet. Sobre su cama estaba su cuaderno de anotaciones y las cartas del Tarot esparcidas sobre el colchón.

Al despertar no supo identificar qué cartas eran las del sueño ni dónde estaba, pero de la carta de Astra provenía un sutil sonido, y al tocarla, sintió esa vibración que a veces había en las cartas, en su superficie. Cuando la invocó notó que tenía los ojos muy brillantes.

—Acabo de tener una premonición... ¿verdad? —le preguntó.

—Así es —le respondió ella—. Parece que ya vas aprendiendo cómo funcionan estas cosas...

Elliot se fijó con detalle en La Estrella de la carta vacía entre sus manos.

—Se supone que estoy tomando prestado tu poder, ¿no?

—Sí, pero más que tomarlo prestado, recuerda que es tuyo. Con práctica, quizás algún día puedas sacarle el máximo provecho...

La posibilidad de aprender a controlar mejor la magia de los espíritus le hizo recordar lo que había pasado varias horas atrás ya, cuando todavía era el día anterior en Sentinel del Norte. Se había ido de noche de la isla, pero al llegar al castillo, eran apenas la una y media del mediodía.

«Dijeron que no eras digno, y que por eso no podías llegar hasta el lago, Elliot», recordó; habían sido las palabras de Astra justo al llegar del largo viaje de regreso a casa desde Sentinel, cruzando puertas a lo largo Europa y el Medio Oriente hasta que por fin Fougères estuvo al alcance de los portales de Raeda. De pronto estaba de vuelta en sus recuerdos...

—¡Entonces debe de haber alguna manera de demostrarles que soy digno de bajar por la gruta! —le había contestado Elliot a Astra.

—Punto para el cachorro —dijo Paerbeatus.

—Eso es cierto, pero enfrentarnos a ellos cuando claramente estamos en desventaja numérica tampoco sería lo más sensato —remarcó Temperantia con calma.

—Punto para la monja —volvió a intervenir Paerbeatus, haciendo de réferi en la discusión.

—Tal vez si intentamos hacer que les caigas mejor con un poquito de mi ayuda... Quizás eso podría resultar, caro —comentó Amantium con su habitual desnudez.

Todo había ocurrido al mediodía, más temprano, al regresar al castillo. Desde entonces Elliot todavía no había encontrado ninguna señal de batalla, ni del paso de un demonio tan poderoso como el que Lila le había dicho que estaba tras él. Cuando les había preguntado a todos sus amigos cómo se encontraban, todos lo miraron extrañados y le expresaron su tranquilidad con el usual sentido del humor que los caracterizaba. De hecho, por alguna razón, todos se sentían mejor que de costumbre...

—Eso sería poco aconsejable, anciano —había dicho Iudicium al mediodía, cuando todavía hablaban de cómo pasar a través de los guardias—. Esos guardianes tenían una fuerte resistencia a la armonía, así que en el primer momento en el que sientan la presión mágica de Amantium sobre ellos, lo considerarán una agresión y te atacarán. Aparte, ellos pueden vernos; por consiguiente, ya no contamos con el elemento sorpresa. No se trata de simples humanos...

—¿No son humanos? —preguntó Elliot atónito—. ¿Entonces qué son?

—El aire que venía de sus pulmones era distinto al que generan los humanos como tú, Elliot —explicó Temperantia—. Se ven como humanos, pero no lo son. Esa apariencia es sólo una fachada.

De pronto, la puerta sonó. Los recuerdos se apagaron y dieron paso al presente una vez más.

—¡Un momento! —exclamó Elliot mientras ocultaba todo lo que estaba sobre la cama.

Una vez seguro, el chico se levantó y abrió la puerta. Era Pierre.

—Mady me dijo que estabas durmiendo.

—Sí, me convenció de echarme una siesta. ¿Qué sucede?

Los dos chicos entraron en el cuarto y se sentaron uno frente al otro, cada uno en un colchón. Elliot en el suyo y Pierre en el de Colombus.

—Puag, aquí duerme el gordo, ¿verdad? —preguntó haciendo gestos con las manos—. ¡Huele a marrano!

Elliot se rio con el comentario y continuó la conversación.

—¿Querías verme por algo en particular?

—De hecho, sí, pero antes que nada, quería darte las gracias...

—¿Las gracias? —preguntó Elliot confundido.

Pierre no pudo evitar sonreír.

—¡Sí, la verdad! Bueno, es que desde que seguí tus consejos, ya sabes... sobre Mady, pues, creo que ella ha empezado a prestarme atención —le dijo apenado—. Hace rato la vi y me dio la impresión de que estaba sonrojada...

Elliot no pudo evitar preocuparse al escuchar aquello, pero, pensando en Pierre y Madeleine, trató de sentirse un poco bien por lo que escuchaba. Quizás era cierto y lo mejor es que fueran ellos dos quienes estuvieran juntos.

—En fin, creo que es por tus consejos que ha empezado a verme de otra manera, así que... bueno, quería decirte lo mucho que tu ayuda significó para mí.

Jean Pierre le estiró una mano con firmeza a Elliot, quién la veía colgando en el aire como si fuera una criatura peligrosa.

—¡Elliot, por Dios! ¡Dame ya la mano que te estoy dando mi agradecimiento, viejo! —exclamó su amigo rubio.

Elliot no pudo evitar reírse un poco con el asunto. Ambos se dieron un apretón firme, mientras Pierre lo veía con respeto.

—Ahora, a lo que venía...

El chico buscó su teléfono en su bolso. Seguía en su uniforme de prácticas del fútbol.

—Noah Silver me ha estado escribiendo mucho últimamente. Quiere concertar una cita conmigo, pero me pidió que tú no estuvieses... Ni tú ni Colombus.

Elliot vio aquello con extrañeza. (No que Noah hubiera escrito, sino que Pierre se lo hubiera contado...).

—¿Elliot, todo bien? Te hablo y no me contestas...

—Nada, es que me sorprende un poco que me lo cuentes....

Pierre entornó la mirada con fastidio.

—Vamos, Elliot, que tampoco soy tan malo con la gente como para que andes pensando que soy desleal. Antes de salir con Noah al menos me gustaría que supieses que me escribió aparte, considerando que en un inicio íbamos a salir los tres pero nunca se ha dado la cita...

Elliot asintió con razón.

—Tranquilo, está bien. A mí no me importa mucho, la verdad, así que puedes salir con Noah sin problemas...

Pierre se alegró al escuchar aquello.

—¿De verdad? Pues... gracias —le dijo mientras se levantaba para salir—. Ni te molestes en decirle al gordo. A ese de seguro ya se le olvidó quien es Noah Silver...

Y con una risa sarcástica, se despidió y salió de la habitación.

Elliot quedó un poco preocupado, pero terminó por convencerse de que no había nada malo en que esos dos se vieran. Después de todo, ya había ocurrido cuando Berenice estalló en el comedor por lo del flygtskam y todo eso...

—Astra —musitó Elliot mientras pensaban en una solución para todo el asunto de la carta en Sentinel—, ¿crees que podrías pedirles a las estrellas que nos ayuden? ¿Qué nos den alguna pista sobre lo que deberíamos hacer?

—Por supuesto —contestó ella.

Como estaban solos, podían hablar en voz alta sin correr ningún riesgo.

—¿Y cuánto tiempo crees que nos tomaría tener una respuesta?

—Una noche cuando mucho. Gracias a la veta, mi energía está al cien por ciento todavía...

─ ∞ ─

La noche era fresca, silenciosa y encantadora; especialmente por la compañía de Mady, quién reposaba en uno de los bancos a su lado. Nada como un día en casa después de haber pasado una madrugada entera al otro lado del mundo. Las luces de Fougères se veían hogareñas frente a él. El mundo entero estaba al alcance de una de las cartas, y aun así, Elliot no quería estar en ningún otro lugar que no fuera allí junto a Madeleine.

—Mady, ¿sabes si las sirenas pueden adoptar forma humana? —le preguntó.

Ella estaba reposando sobre uno de los bancos de madera que había en el planetario. También estaba cansada, venía de realizar exploraciones junto a sus compañeros del CLAP. Al escucharlo, se tomó unos cuantos segundos para pensar la respuesta.

Colombus estaba en la habitación. Al pensar en él mientras Mady respondía Elliot volvió a darse cuenta que desde que la aventura de las cartas había comenzado cada vez pasaban menos tiempo juntos. Casi había pasado lo mismo con Jean Pierre y con Mady. Sin embargo, ahí estaba ella, acompañándolo en una noche de pleno otoño con diciembre a días y el invierno acercándose...

—Te diré, pero antes quiero que me digas algo tú a mí —dijo Mady tras casi un minuto de silencio.

Elliot asintió.

—¿Qué pasó anoche en el castillo? —preguntó ella con ojos soñadores.

Elliot abrió sus ojos buscando respuestas en el firmamento y suspiró. No sabía exactamente cómo responder aquello, pero no quería dejar a Mady sin respuesta...

—No lo sé realmente, pero... Una amiga me dijo que un demonio anduvo suelto por la madrugada aquí —dijo.

Ni loco iba a contarle los detalles; de hecho, Elliot esperaba que la palabra demonio fuera suficiente para ahuyentar el interés de Madeleine.

—¡¿Un demonio?! —exclamó ella sorprendida y un poco nerviosa—. ¡E-e... Esas son criaturas peligrosas!

Madeleine se asustó mucho con las palabras de Elliot. Nunca había escuchado que un demonio hubiera podido estar tan cerca de su presencia hasta ese momento. Y la forma sosegada en la que Elliot lo había dicho la impresionó de alguna manera; estaba anonada.

—¡Impactada la dejaste, cachorro! —dijo Paerbeatus apareciendo a un lado.

Elliot volteó a verlo de reojo, muy discreto, y le dio una sonrisa de medio lado apenas perceptible.

—Pero tú no tienes nada de qué preocuparte, Mady —dijo el chico envalentonándose—. Mientras yo esté cerca, jamás permitiré que algo malo te suceda....

Mady vio en su dirección con ternura, sin poder evitar reírse.

—¡¿Quién eres, Elliot?! —preguntó riendo—. ¿Acaso te conozco en realidad? ¿O eres un héroe de identidad secreta...?

Elliot se unió a su risa y contestó a la pregunta.

—¡Claro que me conoces! ¡Soy tu amigable vecino el hombre araña...!

Mady, ahora sí, no pudo evitar reírse a carcajadas. Los dos estaban envueltos en la alegría de una noche fresca y muy armoniosa. Astra, Amantium y Iudicium estaban sentados en las almenas de la torre observando a los chicos... Incluso Raeda estaba ahí, aunque él tenía cara de fastidiado.

—Contesté tu pregunta. ¡Ahora tienes que decirme sobre las sirenas! —dijo Elliot.

—¡Claro, te diré! Es sólo que me da mucha curiosidad por qué tienes tanto interés en las sirenas...

Una vez más, Elliot se reservó las palabras que tanto quería decir: «¡Las vi, Mady, las vi ayer durante la madrugada...!».

—Bueno, esto es todo lo que sé: he visto que en muchas series las sirenas pueden convertirse en humanos para pasar desapercibidas, como en H2O Sirenas del Mar y Siren. Pero supongo que eso es ficción...

Elliot asentía con concentración a las palabras de Mady. Ella seguía con su lección:

—Sin embargo, en otras historias también he leído que eso pasa. Como en La Sirenita, cuando Úrsula le cambia a Ariel su cola por piernas a cambio de su voz. Incluso en el libro original de Andersen también sucede... Y en ese mismo libro podemos ver que también se puede revertir. ¿Te ayudó mi respuesta? —preguntó Mady con ojos tímidos y una enorme sonrisa apenada.

Elliot sentía muchas ganas de abrazarla. Estaba conmovido por todo lo que ella hacía, por la pasión con la que acababa de hablarle y por la alegría que siempre rebosaba de ella en cada instante de su vida. Por un segundo se sintió inmensamente feliz y afortunado de conocerla y de ser su amigo...

De pronto, ignorando su natural recelo a hablar de la magia, se dejó llevar para darle una sorpresa muy especial a Madeleine.

—Mady, ¿te gustaría ver sirenas? Digo... ¿Sirenas de verdad? —le preguntó sonriente.

Ella se fijó en él con anhelo en los ojos. El verde de su mirada brillaba con felicidad.

—E-e... ¿En serio? —le preguntó con timidez; no sabía si creerse su suerte...

—¡Por supuesto! —contestó él ahuyentando toda su timidez.

Era la primera vez que no se sentía completamente minúsculo ante la situación de estar solo frente a ella y compartir con tranquilidad.

Sin darle largas al asunto, Elliot buscó su smartphone y revisó en la galería hasta encontrar las fotos que había tomado durante la madrugada. Una vez que encontró las fotos de los dibujos pictóricos que retrataban las sirenas y los tritones, le dio el teléfono a Mady para que ella pudiera ver con sus propios ojos las maravillas escondidas y dispersas por el mundo...

—¡Son tan bellas, Mady! No pude fotografiarlas en persona, pero pude sacar esa foto de una de sus cuevas... Dime, ¿no son hermosos los dibujos?

Pero Mady, quien parecía buscar a la vez con anhelo y desespero en la imagen capturada por la fotografía, no encontraba el dibujo del que Elliot hablaba.

—No los veo —dijo un poco confundida.

A Elliot le abrumó con sorpresa su respuesta.

—¿De qué hablas? Están en plena foto, se ven muy... bien... ¿En s-serio... no las... v-ves?

—No —contestó Mady con preocupación.

Una vez más, Elliot quiso abrazarla, sólo que esta vez no por alegría, sino como una reacción inmediata al hecho de no saber qué hacer ni entender porque Mady no podía ver a las sirenas de la fotografía. Estaban perfectamente claras, y aun así, ella veía solo el muro de piedra de la caverna; nada de los glifos.

—Mady, te juro que no te estoy mintiendo... ¡En esa foto hay dibujos de sirenas, lo juro! Aquí mismo las estoy viendo.

—¡Tranquilo, Elliot... Tranquilo! —contestó ella rápidamente intentando calmarlo—. Todo está bien, no pasa nada, te creo... Te creo, créeme, no pasa nada...

Pero en su rostro, Elliot notó la tristeza apoderándose de ella. Estaba sonriendo, pero en realidad, no era eso lo que quería hacer. Era la primera vez que la veía con una mirada así: era una triste y confundida a la vez, casi melancólica, pero aun sonreía; aun trataba de imprimirse con esperanza o al menos de pasársela a los demás. Mady tenía puesta una de esas miradas que son únicas, y que le descubres a alguien únicamente cuando le has conocido por el tiempo suficiente.

Elliot rápidamente tomó sus manos, atrapándolas con las suyas. La estaba mirando fijamente a los ojos con preocupación.

—Mady, no sé porque no puedes verlas... pero te lo juro... ¡Eran bellísimas, lo son! No temas... Mira, aquí...

De inmediato Elliot sacó una de las cartas del Tarot; la primera que cogió de sus bolsillos. Era la de Amantium...

Mirando a Mady fijamente, le ofreció la carta para que la tocara. Tenía la esperanza de que al hacerlo, quizás se activaría la forma de ver las sirenas o las cosas mágicas, o algo por el estilo. Elliot estaba dispuesto a hacer eso incluso aunque supusiera que Mady vería los espíritus del Tarot de ahora en adelante.

Ella tomó la carta y la acercó lentamente hacia su rostro. Quería detallarla con cuidado. Era una carta de tarot preciosa, como nunca antes había visto. Era igual a un arco de mármol grecorromano: a los bordes laterales tenía columnas, abajo estaba el estilobato, la plataforma sobre la que reposaba la estructura, y era allí donde estaba el nombre; arriba, en el dintel, estaba el número. Mady, que había estudiado muchos tipos de tarot, estaba descubriendo uno nuevo, pero...

—¿Sientes algo? —preguntó Elliot un poco impaciente.

Estaba esperando el momento en que Mady viera y sintiera por primera vez a los espíritus arcanos.

—¡Es preciosa! —exclamó Mady sorprendida, casi olvidándose del asunto de las sirenas—. ¡Y el angel es tan lindo! Aunque es primera vez que veo una carta de Los Enamorados con este estilo. ¿Es de Los Enamorados, no? Lo digo por los elem...

Pero a Elliot algo de lo que decía Mady le hacía mucho ruido.

—Entonces sí puedes verlo, pero... ya va, ¿dices que está en la carta?

—Sí, c-claro —respondió ella—. Está aquí, justo en el centro del marco, de pie en el portal...

Elliot volteó hacia donde estaban sentados los espíritus y vio a Amantium, cantandole una serenata a Astra. Lo que Mady decía era cierto, pero únicamente pasaba cuando el espíritu estaba dentro de la carta. Y efectivamente, Amantium no sólo estaba afuera, sino que además, su carta estaba vacía, mostrando únicamente el paisaje que se extendía tras el portal griego. O al menos, eso era lo que sus ojos le mostraban...

—Mady, tú ves... ¿algo a nuestro alrededor? ¿Algo, alguien? ¿Puedes ver... algo?

Pero Mady, enturbiando ligeramente su sonrisa, negó sin decir nada. Elliot tragó saliva, sin poder ocultar su preocupación. Mady soltó una risa nerviosa.

—¡No puedo verlo, ¿verdad?! —preguntó riendo mientras lo veía nerviosa—. Hay alguien... aquí, con nosotros, ¿no? —parecía que iba a estallar en lágrimas, pero de inmediato se compuso—. ¿Acaso... acaso es él? —preguntó apuntando con sus ojos al espíritu de los enamorados—. Porque debería ver algo sobre él, ¿no? Esta no es una carta del tarot que yo haya visto y tú lo preguntas mucho... ¡Soy una ciega!

Elliot le colocó las manos sobre los hombros y la hizo verlo fijamente. Quería encontrar las palabras adecuadas.

—¡Algún día lo verás! —dijo—. ¡Te lo juro! Prometo que buscaré la forma de que lo veas a él y a los dás, y también a las sirenas, y te prometo que descubriremos qué pasó, ¿vale? ¿Te parece bien? Te prometo incluso que algún día nadarás de noche junto a ellas, a las sirenas...

Elliot suspiró de emoción y miedo ante la grandeza de la promesa que estaba haciendo.

—¡Yo...! Yo me encargaré de que así sea, Mady, te lo prometo... Será una noche hermosa como esta, ¿sí? Pero, por favor, Mady... no estés triste... ¿sí? Te lo pido...

De pronto, Amantium comenzó a cantar...

«¡Yo te prometo que yo
seré quien cuide tus sueños
y cuando tú estés despierta
el que te ayude a tenerlos...!»

Elliot volteó rápidamente a ver al espíritu con mirada asesina. Mady le sonrío como si no hubiera nada de qué preocuparse. Era su respuesta a las promesas de Elliot.

—Sí, me parece bien, Elliot... Muchas gracias —dijo—. Si te parece, estoy un poco cansada y me gustaría ir a...

Pero Elliot, finalmente, se lanzó a ella para darle el abrazo que tanto había querido darle durante toda la noche. La estaba apretando fuerte contra sí, cariñosamente y con mucha ternura. Quería darle calor y de alguna manera transmitirle su voluntad de cuidarla y hacerla feliz por siempre si era necesario...

Ella, abrumada por la sensibilidad, se dejó abrazar, y poco a poco se fue uniendo al abrazo también. No pasó mucho hasta que su respiración se había hecho pesada y pequeñas lágrimas corrían abajo por su mejilla. Estaba muy sensible, y quería dejarse llevar con todos sus sentimientos... incluyendo la alegría, la compañía, la ternura, la confusión, el miedo, la frustración...

Después de aquel largo abrazo, los chicos se despidieron. Mady se fue escaleras abajo y Elliot permaneció en la Tour du Ciel por un rato largo. Había tantas cosas que quería poder explicarle a Madeleine, y más aún, mostrarle... pero, si ella ni siquiera había podido ver a los epíritus del tarot, ¿cómo enseñarle las maravillas con las que ella tanto soñaba? ¿Esas fantasías hechas realidad? Elliot lo había logrado...

Había descubrir el mundo de los sueños de Madeleine, pero... por alguna razón, no había podido demostrárselo, y eso le hizo pensar; lo puso melancólico, reflexivo... Tenía tiempo que no le pasaba.

¿Cómo hacer para que Madeleine vea que la magia es real?

¿Cómo hacer para enseñarle que todo lo que cree y que todo lo que añora forma parte de su vida?

¿Cómo hacer para hacerle ver que nunca ha estado equivocada?

Y así, pasaron las horas...

Elliot siguió pensando en esas preguntas hasta pasada la medianoche.

─ ∞ ─

—¿Por qué me estás viendo de esa manera, Colombus? —preguntó Elliot mientras desayunaba junto a s en el comedor del Instituto.

Las mesas estaban repletas de estudiantes que charlaban y comían en silencio. Los Restauradores andaban de un lado para otro, aunque no eran tantos como en veces anteriores. Colombus estaba comiéndose un gran tazón de avena con frutas mientras veía a Elliot con atención.

—Estoy seguro de que anoche tuve un sueño muy extraño y tú estabas en él, viejo, es sólo que no puedo recordarlo.

—Esa no es novedad, gordo. Tú nunca has tenido un solo sueño normal en tu vida —puntualizó Jean Pierre mientras tomaba con soltura un largo trago de su té caliente.

—Pierre, por enésima vez... NO SOY GORDO. Sólo tengo un cuerpo abundante...

—Yo diría más bien desbordante...

Pero al escuchar el pésimo chiste de su amigo, Colombus, en vez de molestarse, puso cara de aburrimiento total.

—¿Chicos, escucharon algo? Por un momento me pareció escuchar a un caballo relinchando...

Elliot y Mady se echaron a reír. Pierre le mostró un gesto grosero con la mano a Colombus, quién nuevamente le respondió.

—Ya sabes lo que puedes hacer con ese dedo Pierre, que no te de vergüenza, ahora bien... ¿Alguien me puede decir por qué andan los cuervos sueltos hoy?

—No lo sé muy bien, pero la gente del CLAP dice que hace dos días pasó algo, y que la Directiva del Instituto está tratando de ocultarlo.

Mientras Madeleine hablaba Elliot notó que llevaba maquillaje. Era extraño, puesto que ella casi nunca usaba maquillaje, y mucho menos en la escuela.

De pronto un fuerte golpe los sobresaltó cuando una gruesa cantidad de libros fue colocada de forma violenta sobre la mesa en la que estaban sentados, haciendo que los platos vibraran y la comida saltara un poco fuera de sus recipientes.

—OK, onvres —dijo la recién llegada—, espero que estén listos, porque tengo varias cosas que discutir con ustedes con respecto al plan de campaña para el viaje de fin de año. Creo son la mejor forma que tenemos para ganarle a Saki...

—¿Acaso estás enferma? —le reclamó Pierre...

Berenice lo ignoró por completo y siguió hablando.

—Para que este plan de resultado vamos a necesitar de tu ayuda, Colombus. Realmente todo depende de ti, y no voy a aceptar un "Eeehh", "no sé" o un "tal vez" por respuesta. Tu actitud tiene que ser cien por ciento devota a la causa, y lo único que quiero escucharte decir es "cuenta con eso, Berenice...". ¿Estamos claros?

Berenice posó sus ojos sobre Colombus y éste quedo completamente en blanco al ver cómo la chica lo miraba en espera de una respuesta por su parte.

—Eh...

Pero ella de inmediato lo interrumpió:

—¡¡QUE NO ME DIGAS "EEEHH" TE DIJE!! —gritó altísimo.

Una vez más, todos en el comedor voltearon a verla. Y como siempre, lo que los demás decían, a ella no podía importarle menos...

Tras darle una mirada asesina a Elliot, le dijo:

—¡Si perdemos la campaña, tú vas a ser el único culpable, Elliot Arcana!

—¡Pero...! ¡¿No acabas de decir que todo estaba en manos de Colombus?! —le cuestionó Elliot a la defensiva.

Era muy evidente que no se llevaban ni un poquito bien.

—Mira, no sé cómo interpretar lo que acabo de escuchar —dijo Colombus tratando de sonar lo más diplomático posible—, así que mejor sigo comiendo.... ¿Vale?

De pronto, alguien más se unió a la mesa.

—Elliot, necesitamos hablar...

Era Delmy. Acababa de llegar con angustia y duda a partes iguales.

Pierre suspiró pesadamente, como si se le fuese la vida en ello...

—¿Es que acaso uno no puede sentarse alguna vez en el comedor de este Instituto a comer en paz, sin que vengan dementes, bohemios, noticias absurdas sobre asesinatos o conspiraciones, matones escolares, o estudiantes sádicos con notas prodigiosas a arruinarle a uno la calma y la tranquilidad...? —exclamó exasperado.

Nadie respondió. Todos dieron por sentado la respuesta a la pregunta. Los ojos negros de Delmy recorrieron la mesa con rapidez pasando de Colombus a Berenice, luego a Madeleine, y por último, a quien acababa de hablar... Pierre.

—A solas —dijo fijándose una vez más en Elliot con seriedad.

—Lo siento, niña rara, pero ahorita estamos en medio de una reunión importante, así que vas a tener que esperarte —dijo Berenice mientras veía a Delmy de arriba abajo con desdén y prepotencia en la mirada.

—¡Y lo viene a decir la misma que armó un escándalo en pleno comedor porque Elliot había viajado en avión! A eso es lo que yo llamo ser bien caretabla. En fin, la hipotenusa.

—¡La estabilidad del medio ambiente es un asunto súper importante y decisivo para el futuro de la humanidad, así que dejen de estar burlándose de eso! —se defendió ella.

Felipe apareció detrás de Delmy abrazándola mientras era seguido de cerca por Levy y los otros dos chicos de la Sección Leclère que conformaban el comité electoral de New Orleans.

—En fin... Los que faltaban —dijo Jean Pierre ya casi resignándose a la locura que era su vida de carácter aparentemente conservadora.

Todos comenzaron a discutir, mientras Elliot y Mady trataban de ser los mediadores entre tanto carácter explosivo. La discusión terminó haciendo que todos en la mesa se ganaran un regaño de los Restauradores, para completar la lista de mencionados por Pierre.

Después de clases, Elliot intentó hablar con Delmy, puesto que no habían podido hablar durante la hora del desayuno.

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21/11/19 – Delmy:

No es seguro que hablemos en el castillo, garoto. Nos vemos el sábado en la mañana fuera del Instituto en La Gallete du Befroi. - 3:26 pm.

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Eso era todo lo que le había escrito por mensaje y aunque Elliot también necesitaba hablar con ella, también pensó que sería mejor hacerlo fuera de las paredes del Fort Ministèrielle.

«Te están vigilando siempre, Elliot...», recordó que le había dicho Tate en otra ocasión.

─ ∞ ─

La sesión ya tenía cuarenta minutos. Elliot estaba echado sobre el sofá mientras la señorita Ever tomaba notas en su cuaderno, sentada en una silla a unos pasos de él. Poco a poco, Elliot había aprendido a dominar esas raras sensaciones en el estómago que sentía al estar cerca de ella... Y poco, también había aprendido a sentirse en confianza a su lado.

—Cambiando de tema, profesora... Hay algo que quiero comentarle —dijo Elliot al darse cuenta de que no lo quedaba ya mucho tiempo de terapia—. A veces tengo estos sueños, estos pensamientos... más bien pesadillas...

Ella asintió concentrada.

—¿Puedes contarme más? —preguntó.

—Sí. Sucede que son pensamientos muy extraños, en los que pareciera que recordara cosas que no he hecho todavía, pero por alguna razón, se sienten oscuros... Como si algo malo fuera a ocurrir en ellos.

Por su mirada, la profesora podía ver que el chico estaba preocupado.

—Está bien, es normal así sentirse a veces. Yo también me siento abrumada por los malos pensamientos y me empiezo a sentir como... triste, ¿no es así?

—Sí, exacto —afirmó Elliot—, pero a veces, no es sólo eso... Es también ira y miedo. Cuando es así, es menos fuerte, pero...

Elliot intentó recordar con fuerza esos momentos a los que se refería. Él solía ser un chico muy pacífico y muy tranquilo, pero ciertamente, hubo varios momentos en Almería en los que una inspiración rara parecía haberlo impulsado a hacer cosas que él normalmente no hacía, como cuando pateó las piedras que causaron el colapso que le permitieron ver la caja y el listón morado, o como cuando (por alguna razón), caminó por un faro en un sueño que no podía recordar muy bien.

De pronto, las imágenes de esa mujer... de esa fantasma... Volvieron a atormentarlo.

Norma Ever notó de inmediato que algo le pasaba a Elliot. Habían pasado ya tres minutos y no había dicho nada. El chico estaba absorto con absoluta concentración en sus pensamientos. En ellos, Elliot recordaba la fantasma, y no podía dejar de pensar en lo mucho que pensaba en ella todo el tiempo, y en cómo, de alguna extraña manera, su presencia se colaba en sueños, e incluso, cómo algo de ella parecía sentirse nostálgico...

De pronto, el miedo lo invadió.

Era ese miedo el que parecía hacerlo sentir molesto, triste, frustrado al mismo tiempo; y era como si fuera miedo a que la magia desapareciera. Antes de los espíritus, Elliot había sido un chico muy callado y solitario sin nada importante qué contar más allá de cosas inteligentes. Pero desde entonces, la magia hacía que la vida fuera increíble, y ella, esa fantasma... algo tenía que ver con la magia, ¿no? Entonces, ¿por qué tenía Elliot miedo a perder la magia? ¿Por qué tenía miedo de perderla?

—Elliot, respira, tranquilo —dijo la profesora.

El chico estaba evidentemente agitado. Cerca de la señorita Ever todo se sentía más claro, más intenso; incluso las cosas malas.

—Lo siento —dijo él apenado.

—No te disculpes —contestó ella—. No hace falta. Escúchame, a veces... hay miedos que no nos pertenecen, ¿verdad?

Sus ojos estaban fijos en él, inquisitivos.

—S-supongo...

—No, escúchame, Elliot —insistió ella con dulzura y firmeza a la vez—. A veces hay miedos que no nos pertenecen, ¿no es así? Sabes a lo que me refiero, eres un chico muy listo.

Elliot creyó entender a lo que la señorita Ever se refería. Una vez más, la desconfianza lo asaltó, pero ella rápidamente se acercó y le acarició el cabello con dulzura.

—Puedes confiar en mí —dijo como si le hubiera podido leer la mente.

Elliot suspiró nervioso. No sabía qué decir ni qué hacer...

—Escúchame bien —continuó ella—, cuando estés en el castillo, mejor no te preocupes por esas cosas; más bien concéntrate en los estudios. Pero no olvides que, al igual que Delmy, no estás solo, porque sí, hay chicos como ustedes que necesitan amigos que realmente puedan comprender sus problemas. Llámalo soledad, miedos ajenos, nostalgia... Cuando eso te pase, haz lo que yo siempre hago...

Elliot la observó reconociendo en su mirada algún de tipo de confianza que hasta el momento nadie le había dado, y casi de golpe, sintió que logró confirmar sus sospechas sobre la señorita Ever y por qué todo se sentía tan raro alrededor de ella...

—Esta es mi arma secreta —soltó una risita—: cierro mis ojos, y me visualizó rodeada de negro. No hay cerca de mí; nada más que yo y una nube gris, como humo a mi alrededor... Sin yo darme cuenta, a veces esa nube es más blanca, más bonita, más como espuma de mar, pero otras veces, es oscura y espesa, como el humo que dejan los incendios. Esas nubes son tu forma de sentirte, Elliot... tienes que hacerte muy consciente de eso. Y una vez que lo hagas, concéntrate en manifestar toda esa oscuridad fuera de ti, en las nubes, y no importa si te envuelven. Recuerda que estás en tu mente y que tú tienes el control, y que lo único que te hace falta es enforzar tu voluntad...

—¿Y qué si no es suficiente, profesora? —preguntó Elliot reflexionando sobre el consejo.

—Pues se viene lo divertido —dijo ella afable—. Cuando necesito derrotar a la oscuridad a mi alrededor, simplemente manifiesto mi energía en una espada... Una espada que aparece en mi mano, mientras las nubes y el color negro me rodean. Y si hace falta, pues empiezo a blandirla con ganas contra todo eso, Elliot. No me dejo nada por fuera... Es así como hago yo cuando necesito enfrentarme a esos diablillos, esos monstruos y malas energías... ¡llámalas como quieras! El punto es que no estás solo, y además, siempre contarás con el poder de tu propia espada en el escenario de tu mente, y con ella podrás cortar la oscuridad que te acecha cuando te sientes mal. En serio, Elliot... hazme caso y ponlo en práctica. Te va a ayudar mucho...

De pronto, alguien llamó a la puerta. Era la voz de un hombre adulto que Elliot no reconocía del Instituto.

—¿Señora Ever? —dijo con tono de confianza.

—Adelante —contestó la profesora—. Elliot, tal parece que nuestra hora acabó...

Efectivamente, el reloj marcaba las tres de la tarde.

—Vaya, disculpa —añadió el hombre de inmediato al asomarse por la puerta—, no sabía que estabas ocupada. Si quieres puedo volver más...

Pero ella lo interrumpió a mitad de la frase.

—No, no te preocupes, pasa y cierra la puerta.

Durante los segundos que le tomó terminar de entrar al hombre, ni él ni la maestra se habían quitado los ojos de encima ni por un instante. Ya una vez acomodado en un asiento, fue la profesora quien rompió el hielo. Elliot se sentía un poco incómodo...

—Elliot, te presento a Maxwell Gallagher, Doctor en Historia del Arte, especializado en los períodos del impresionismo y el post-romanticismo, y profesor de la Universidad de Oxford, y bueno, menos llamativo pero mucho más significativo... Mi marido.

El hombre sonrió muy seriamente, como si quisiera contener su risa.

—Si lo dices de esa manera creerá que le doy más importancia a mi trabajo que a ti, cariño...

—Entonces estaría en lo cierto, cariño —dijo ella atacándolo con tono de broma y reproche a la vez; como si más que molestarla, aquello la hiciera reír; era un chiste íntimo y privado.

El señor Maxwell estiró su mano en dirección de Elliot y la estrechó con firmeza, como si de otro adulto se tratara. Para Elliot, algo en él se sentía muy raro... mucho más incluso que la señorita Ever. Justo cuando ya creía haberla descifrado, conocía a este marido suyo llamado Maxwell Gallagher, y sus teorías quedaron en pausa repentinamente. Al alrededor de este hombre, el aire un millón de veces más denso que alrededor de la señorita Ever...

«¿Por qué son tan raros esos dos?» se preguntó el chico.

—Elliot es inglés por parte de su madre e italiano por parte de su padre —dijo la psicóloga—. ¡Habla muy bien tres idiomas incluyendo el francés!

—Pues, felicidades —añadió el señor Gallagher; su acento inglés era muy fuerte y su voz sonaba seca incluso cuando parecía que no era su intención que así sonara.

Elliot, quien tenía que comenzar a ir a las actividades del club de jardinería, se levantó del sofá y se despidió de ambos. De camino a la puerta, sintió las inevitables ganas de espiar la conversación que acababa de tomar lugar...

—¿Te quedarás esta noche en Fougères? —dijo ella.

—Creo que es lo más conveniente.

—Entonces nos vemos en el Hotel des Voyageurs...

—¿Tienes lo que te di? —el señor Gallagher preguntó tan bajo que Elliot apenas y fue capaz de escucharlo—. Entonces no tengo porque preocuparme...

Antes de que Elliot terminara de cerrar la puerta, volteó a ver una vez hacia el interior del despacho, y poca fue su sorpresa al notar que los ojos ambarinos del señor Gallagher estaban posados sobre él con total curiosidad...

─ ∞ ─

El teléfono repicó varias veces hasta que por fin le atendieron al otro lado. Era la misma voz sensual y cantarina de siempre, con tono fingido y exagerado, que imitaba a la perfección la sumisión y la disciplina, propia de una asistente sin voluntad más que la concernida por el cargo ocupado...

—Buenos días, míster Roy —le dijo.

—Señorita secretaria —respondió Roy obedeciendo al protocolo.

—¿Algo que notificar?

Roy se tomó unos segundos para pensar su respuesta.

—Sí, de hecho —contestó él golpeando la mesa con sus dedos.

Tras encontrar las palabras adecuadas para salir lo más ileso posible de la situación, contestó:

—No puedo hacerlo...

Hubo un silencio de varios segundos en la línea. Su respiración era lenta y pesada; la de la señorita secretaria, en cambio, era prácticamente inexistente.

—¿Qué cosa no puede hacer, míster Roy? —preguntó ella finalmente con la misma voz servicial de siempre.

—El trabajo, matar al chico... No puedo hacerlo —dijo—. Mataré criminales y mataré hombres, mujeres, adultos, viejos, políticos, lo que sea... Pero no lastimaré niños. Nunca fue parte del trato...

Otra vez, hubo un silencio en la línea, esta vez, acompañado de lo que a Judas le parecía una ausencia. Tras un minuto más o menos, la llamada continuó:

—Su empleador, el Coleccionista, desea saber si la paga actual le molesta y si estaría dispuesto a renegociar el valor de su contrato...

—No.

—¿No?

—No.

—Uhm... ¿Está ust...

—Sí, lo estoy. No me interesa más dinero por matar al chico.

—Okey... Deme un momento —nuevamente, la pausa; esta vez fue de dos minutos; cuando regresó, la voz era distinta, quizás un poco más directa—: Mire, míster Roy, ¿está al tanto de que a su empleador no le gustan los fracasos, no?

—No me i...

—Y si no lo olvida la interrupción fue inmediatamente precedida por el sonido de las teclas en el teclado que podía escucharse a través del teléfono—, en su contrato hay, efectivamente, como puedo ver aquí en mi copia digital, una cláusula referida específicamente a ese tema. Verá, debido a las muy especiales circunstancias de este trabajo, usted sabrá que el tema de las apelaciones y las renegociaciones está absolutamente descartado. Y tal como forma parte de los principios que rigen nuestra magnánima organización, usted tuvo la opción de decidir si aceptaba o no los términos. Como lo hizo, lamento informarle que no tiene más opción que cumplir los preceptos establecidos, es decir, conseguir los artículos a como dé lugar, o en consecuencia, pagar los términos establecidos en la cláusula de fracasos... Y bueno, me parece que no necesito decirle nada más al respecto, ¿cierto?

Su voz era tan fabricada que incluso en el contexto de semejante amenaza, tan desapercibida y a la vez tan clara, había condescendencia y servilismo en ella.

—O... ¿Acaso me equivoco, míster Roy? —preguntó esta vez con miedo, como si realmente temiera no estar haciendo bien su trabajo de complacer tanto al empleado como al empleador.

—No —contestó Jude con sequedad.

—¡Entonces, muy bien! —celebró la señorita secretaria—. Supongo que no hay más nada qué hablar entonces. Permítame recordarle que usted debe cumplir con su parte del trato. Usted posee ya varios de los artículos requeridos por su empleador, el Coleccionista, por lo tanto, usted es en estos momentos un activo invaluable para su empleador y nuestra organización. Pida lo que necesite y se le concederá para completar el trabajo, tal como ha venido siendo hasta ahora... Pero recuerde que su empleador también está sujeto a reclamaciones y compensaciones en caso de sentirse violentado con su falta de colaboración, ahora... ¡Sé que ese no es el caso! Así que no hay nada de qué preocuparse. Simplemente, míster Roy, siga mi consejo: no continúe mostrando preocupaciones innecesarias, y haga el trabajo. Tenga un feliz día. Esperamos oír buenas noticias pronto...

Inmediatamente, la línea se desconectó. Roy evitó llamar de nuevo; ya había logrado lo que buscaba: acaba de confirmar sus sospechas de que la situación había alcanzado un punto demasiado lejos. Ahora era su vida o la del chico... Y no había nada más qué hacer. La hora de ser indiferente, de no tomar postura, había terminado. Si quería resolver la situación, iba a tener que tomar cartas en el asunto...

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