Capítulo 48: Hasta el fin del mundo

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Ya era jueves. Aunque los apuros de las elecciones por escoger el destino de las vacaciones navideñas habían terminado, Elliot seguía con la cabeza vuelta un ocho a causa de tantas tareas simultáneas. Por un lado todavía tener que sacar buenas notas para hacer que su papá se terminara de olvidar de una vez por todas de la locura de llevárselo a Hong Kong, pero, por otra parte, la investigación por descifrar el acertijo tan enigmático de Senex lo tenía absorbido.

De pronto ya no era sólo eso, sino que además, todo el mundo quería saber en qué momento Elliot y Berenice se habían enamorado, y eso, especialmente eso, lo tenía bastante descolocado. No era que le hubiera molestado en lo absoluto, pero sencillamente no era el tiempo adecuado para otra preocupación más; mucho menos de las que tenían que ver con la vida social del instituto, que por algo terminaban siendo las que más repercusiones causaban.

Aunque le costaba sacarse las sensaciones del beso de su mente, en realidad Elliot quería enfocarse en sólo una cosa por el momento: encontrar el sonido que hacían los hijos del templo del sol por primera vez. Por eso había corrido a la biblioteca en cuanto tuvo la oportunidad, y se había lanzado a la sección del segundo piso, como siempre, dispuesto a recabar más información sobre dichas criaturas.

Delmy no había contestado nada, aunque por lo menos ya había visto el mensaje. Habían pasado tres días desde entonces. Elliot se preguntó si no había estado pasándose de confianza al pedirle tanta ayuda relacionada a un tema que evidentemente le incomodaba. «Quizás debería darle su espacio de verdad», pensó con cierto pesar. De pronto Berenice llegó al segundo piso con lágrimas corriéndole por los ojos, y aunque al comienzo pareció sorprenderse de encontrarse con Elliot, era como si lo hubiera estado buscando intencionalmente.

—Elliot —le dijo con voz frágil.

Él rápidamente volteó nervioso en todas direcciones, como si quisiera que fuera con él la cosa.

—¡Sí, tonto! ¡Estoy hablándote a ti! —exclamó ella.

De inmediato dio pasos lentos en su dirección, con cara apenada, y las manos envueltas en las mangas de su suéter.

—Quería disculparme contigo por lo que te hice ayer en el comedor —dijo.

Elliot, otra vez, fue asaltado por las sensaciones...

No era sólo lo bien que se había sentido el beso en sus labios, lo húmedo y delicado a la vez, sino, especialmente, aquel invasivo rastro de emoción recorriéndole con violencia por el estómago hacia el pecho, como si de pronto se hubiera llenado de mucho aire. Aquello era algo que nunca antes en su vida había sentido, y siendo honesto consigo mismo, estaba entre las mejores sensaciones de su vida; casi tan eufóricas y emocionantes como lo era vivir aventuras junto a las cartas.

Cuando se fijó en Berenice notó que entre ella y Levy había un sutil parecido. Pero aunque Elliot le había agarrado mucho cariño a Levy, y aunque con ayuda de Adfigi Cruci había podido descifrar aquellas emociones tan puras que el chico del teatro había comenzado a sentir por Elliot, él nunca había sido capaz de ser recíproco con ellas; no de una forma honesta y auténtica que se asemejara a cualquier cosa que no fuera una amistad. Incluso cuando lo había besado para pasar la prueba de Amantium, en sus labios no había encontrado algo distinto a unos labios en el rostro de otro hombre... En cambio, en los labios de Berenice, Elliot acababa de descubrir un paraíso extraño, visible a simple vista todos los días, y aun así, resguardado con sagrado recelo.

Al verla con las lágrimas secas en su mejilla y su rostro dulce y severo a la vez, notó que ya no la veía de la misma forma que antes, y que por más obvio que ya hubiera sido, acababa de aprender algo nuevo de sí mismo. A Elliot le costaba contener las ganas de abrazarla con ganas y entender por qué había ocurrido todo, por qué se estaba sintiendo de aquella manera. ¿Qué era lo que sentía por Berenice que se asemejaba tanto a lo que añoraba de Madeleine? ¿Por qué era tan distinto de los besos y las sonrisas que Lila ya le había obsequiado?

Tanto en la mente de Elliot como en su cuerpo todo era un desbarajuste. Berenice al notar que Elliot no decía nada y que ya habían pasado casi diez segundos así, volvió a hablar...

—¡Lo siento! —exclamó alterada—. ¡Te dije que lo sentía! ¿Acaso no me perdonas? ¡No supe lo que hacía!

Pero en cuando se dio la vuelta para marcharse, Elliot sintió un deseo irrefrenable de seguir viéndola y tan rápido como pudo salió en su dirección y la sujetó por la muñeca, llamándola por su nombre...

«Beren...»

Fue justo a la vez que Pythonissa apareció detrás de ella con sus ojos morados brillando como antorchas; justo a la vez que la chica se daba la vuelta sorprendida e ilusionada. De pronto Elliot no pudo evitar fijarse en aquellas amatistas, y su vista colapsó en un instante...

Ya no estaba en la biblioteca.

De hecho, ya no estaba en ningún lugar, o al menos así se sentía su cuerpo.

Cada ojo veía algo distinto. Por el derecho «...Era como si algún pájaro hubiera hecho su casa con ramitas deformadas de aquel metal extraño. Era la réplica perfecta de un nido no muy grande pero sí algo hondo, que pendía del techo por unas cadenas hechas del mismo material...», pero eso fue todo lo que pudo ver. La imagen, o, mejor dicho, la armonía de la imagen, se le resistía muchísimo. Era tan fuerte la resistencia que Elliot sentía que le iba a estallar el ojo. Eso a la vez que su ojo izquierdo le mostraba cómo «...Era impresionante cómo a pesar de ser apenas las cuatro y cuarto de la tarde, la noche arropaba el cielo con su manto negro repleto de estrellas...», y este ojo no le dolía tanto, así que alternando entre abrir y cerrar el derecho y el izquierdo, adaptó el foco de su visión reflejada desde la mirada de Pythonissa. En esos ojos morados Elliot se encontró con una perspectiva extraña, a veces difusa y otras clara, que le mostraba el lado izquierdo entre sonidos distorsionados y voces ininteligibles:

«...Estoy listo... ¡Elliot, espera! ...¡¿Qué?! ¡¿A qué te refieres, Astra?!... ¡Elliot, yo, yo...! ...Me temo que si vas, enfrentarás a algo que nunca antes has enfrentado... ...Todos estaremos de tu lado... ...Concéntrate en el recuerdo, Elliot... ¡Elliot! ...Pan comido... ...una pared enorme y oscura sobre la que el mar de tinta no dejaba de arremeter con furia devastadora... ¿Elliot? ...no había árboles a la vista y todo aquel lugar parecía un enorme desierto, un desierto en donde no existía el calor y el frío era el supremo gobernante... Ehmm, Elliot ...ahora no eran más que ruinas ante los ojos de... ...las constelaciones de Auriga, Géminis y Tauro cubrían el cielo junto a la Aurora Boreal... ...parado en medio de esas ruinas, estaba la cosa más extraña... ...otros colores también pintaban el patrón carnavalesco que era la textura de su piel, como el verde, el marrón y el rosado... Elliooot ...De inmediato Elliot reconoció al ente como una de las cartas del tarot, y cuando éste sintió los ojos del chico sobre sí, su cabeza giró y enfocó su mirada al frente mientras veía a la nada... ...¿Sabes lo que es esto, Elliot?... ....¡¡IUDICIUM!!... Ehm, Elliot, REACCIONA ...¡Para, para ya!... ...¡¿Tomaste la carta?!... ...¿Y qué te hace pensar que no tengo pensado hacerlo?... ...¡Mierda, mierda, MIERDA!... ... una gran explanada yerma y reseca de tierra marrón y rugosa... ...con novias y videojuegos y series infantiles y helado de chocolate y todas esas cosas. ¿Lo ves? ...Este es un mundo de hombres y mujeres... ...¡No te contengas y atácalo con todo lo que tengas... ...Roy levantó el arma y le disparó a... ...la Templanza estaba luchando con toda su magia en un espectáculo de danza, conjuros de viento, y golpes tan elegantes como poderosos... ...Era justo la quinta vez que Kairoh salía volando por el aire cuando Roy habló... ¡ELLIOT, POR DIOS! ...Basta por... por favor... .. me siento como un adolescente otra vez... ...Iba vestido únicamente con un kilt, con los pies descalzos, y el pecho desnudo con senos adornados en joyas en ambos lados, igual que con pulseras en sus muñecas, a la vez que su boca parecía moverse de manera errática en medio de una letanía ininteligible al mismo tiempo que sus ojos enteramente morados sin pupilas parecían ver en todas direcciones.... ¡¿ELLIOT, VAS A BESARME O QUÉ?! ...Me rindo... ...yo lo siento... ...la imagen del muro negro y natural en plena costa y la enorme cantidad de nieve, en el color de la noche plasmado en el cielo, en la tormenta... ¡¡BÉSAME!! ...No tienes nada por lo que disculparte... ...¿Está todo listo, Rider?... ...¿Astra?... ...Lista para cuando tú lo ordenes... contestó enseguida la mujer albina mientras sus ojos también se encendían... De pronto Elliot sintió la fuerza de su mirada, su sonrisa, su fuerza, y cuando la luz morada de sus ojos lo alcanzó, la visión terminó».

Elliot estaba ante Berenice de pie con la boca abierta, cara de zombi, sus pupilas anonadas hacia el frente, y sus párpados abriéndose y cerrándose intermitentemente. El chico había quedado congelado en esa posición durante el último minuto justo cuando ella creyó que estaba a punto de robarle un beso, muy a su pesar...

—¡¡ELLIOT!! ¡POR DIOS, RESPONDE! —exclamó ella ya desesperada, preparándose para despertarlo con una cachetada.

Justo cuando Elliot por fin cobró conciencia sobre sí otra vez, sintió cómo se estrellaba la dulce y hermosa palma de Berenice sobre su mejilla.

—¡Ahm...! ¿Qué? ¡¿QUÉ?! —preguntó anonado.

Ella estaba llorando otra vez, lista para salir corriendo.

—¡Suéltame! ¡Sólo te estás burlando de mí! —gritó ofuscada mientras liberaba su muñeca del agarre de Elliot, quien todavía no la había soltado.

—No, ¡¿Qué?! ¡No, Berenice, espera! ¡No te vayas, no!

Pero ya era muy tarde. Berenice se había ido corriendo a la vez que Madame Barbará había subido al segundo piso para regañar a los «tortolos». La mujer se quedó recostada de uno de las paredes mientras lo veía fijamente y meneaba la cabeza de un lado a otro en señal de negación.

—SHHHHH —dijo antes de darse la vuelta y comenzar a bajar por las escaleras—. ¡Se lo perdonaré porque es un estudiante brillante, joven Arcana, al igual que la señorita Hubbart! ¡Ahora compórtense y controlen esas hormonas!

El chico todavía estaba perdido a mitad del recuerdo y lo que acababa de suceder.

─ ∞ ─

—Entonces... ¡¿lo qué vi y escuché fue real?! ¿Fue una visión del futuro? —preguntó Elliot mentalmente mientras iba corriendo hacia su dormitorio.

—Así es... Así es como funciona mi poder —contestó Pythonissa de la misma forma—. Pero el futuro cambia con cada segundo que respiramos, a diferencia del destino que es estático y permanente.

—¡¿Eso significa entonces que puedo cambiar mi futuro?! —preguntó Elliot aun con la imagen de aquel espíritu y la Quimera de Roy en la mente.

—Precisamente... Tal como te había explicado ya.

—¡Pues no hay tiempo qué perder! —contestó el chico.

Rápidamente buscó a Colombus, que estaría en uno de sus "quince minutos de esparcimiento" frente a la consola de videojuegos en la bóveda (aunque generalmente se transformaban en más de dos horas), para pedirle que no lo esperara para la cena.

—No me esperes para comer —le dijo apenas se asomó por la puerta y ya estaba listo para volver al cuarto.

—No tenía intenciones de hacerlo, brother —fue la respuesta de Colombus sin despegar los ojos de la pantalla en la que apuntaba a alguien con un rifle de largo alcance.

Aunque aquello extrañó un poco a Elliot, decidió ignorar la actitud indiferente de su amigo y corrió hasta su cuarto. Una vez allí sacó las cartas del ducto de ventilación y llamó a Pythonissa, a Iudicium y a Raeda.

—¿Es que acaso no tienes nada mejor que hacer que estar dando la lata, mocoso? —dijo Raeda con insolencia apenas lo sacaron de su carta—. No me respondas... Obvio que no.

—Sólo será un momento, Rider, te lo prometo.

—Seh, seh, seh... Como siempre. Escúpelo ya y déjate de promesas tontas.

—Pythonissa, me dijiste que todo lo que me mostraste en la visión era real, ¿cierto?

—Sí, así es —afirmó ella.

Elliot asintió mientras su mente trabaja a mil por horas y trataba de no perder la calma.

—Perfecto... entonces, si yo utilizara el poder de Iudicium para mostrarte el lugar que vi en la visión... ¿Sería posible que me llevaras a él, Rider? ¿Iudicium se podría hacer eso?

Él lo observó con intriga.

—¿Vincular tres cartas? —preguntó; Elliot asintió—. Sí, claro. Puedo vincular tu mente con la de Rider sin ningún inconveniente, anciano —confirmó el espíritu jazzista impresionado de escuchar lo que Elliot estaba planteando.

—¿Y qué me dices tú, Rider? —le preguntó Elliot al marinerito entusiasmado—. ¿Estás dispuesto?

—Supongo —dijo bostezando—. Si el recuerdo es lo suficientemente preciso...

—¿Recuerdas todo bien? —preguntó Pythonissa con voz zalamera.

—Por supuesto —respondió Elliot—. Aunque sólo pude fijarme bien en una de las dos visiones, recuerdo muy bien la del lugar nevado.

—Entonces, inténtalo...

Elliot asintió entusiasmado y luego salió disparado como una flecha hasta su guardarropa. Se quitó el saco y la corbata del uniforme y luego se colocó un sweater grueso de lana color crema y sobre este se puso una gruesa chaqueta de cuero marrón con piel en el cuello que usaba solo en invierno. Luego abrió una gaveta y sacó de ella un par de guantes de cuero que también se colocó junto a la bufanda que Mady le había regalado cuando regresó al Instituto antes de que comenzara el otoño.

De pronto, Astra apareció a su lado con mirada preocupada.

—¡Elliot! —exclamó—. Me temo que debo aconsejarte que no vayas —dijo.

—¡¿Qué?! ¡¿A qué te refieres, Astra?! ¡Tenemos que recuperar a otro de tus familiares!

Elliot tomó todas las cartas que había dejado sobre la cama y se las guardó en el bolsillo interno de la chaqueta antes de subir el cierre de esta. Como la calefacción estaba encendida en su cuarto ya había comenzado a sudar. Aun así, él sabía que el clima estaba a punto de cambiar.

—Estoy listo —dijo volviendo junto a los espíritus.

—¡Elliot, espera! —insistió Astra.

Él se detuvo en sus ojos y notó que estaban brillando morados, a la vez que a Pythonissa le pasaba exactamente lo mismo; pero ella, en vez de estar preocupada, estaba sonriente como siempre lo hacía: con frialdad y sensualidad a la vez... Una mirada parecida a la de Lila.

—Sólo... ¡Tienes que saber que en tu destino aguarda una senda muy peligrosa! ¡Y tienes que estar preparado! —Astra suspiró.

De pronto Elliot comenzó a recordar un extraño sueño que había tenido noches atrás en Sentinel del Norte, justo antes de despertar en pleno ritual. Aunque no recordaba las palabras exactas de Astra, sí recordaba que ella le había advertido sobre algo...

—Por favor, Elliot... Ya habrá otra oportunidad. Deja pasar esta. Me temo que si vas enfrentarás a algo que nunca antes has enfrentado. ¡Quisiera saber qué es para decirte, pero aunque esto es lo único que sé, te pido que por favor confíes en mí...!

—Elliot, si te quedas, la carta la obtendrá otro de sus cazadores —intervino Pythonisa inmediatamente—. Uno con mirada turbia, y ciertamente, su futuro es incierto... Quién sabe a dónde irá a parar...

—¡Pero...! —Astra quiso responder, pero Elliot ya había tomado una decisión.

—No podemos dejar que eso suceda —dijo—. Para eso es que nos hemos esforzado tanto. Y si Roy captura la carta, eventualmente tendré que enfrentarme a él para recuperarla, así que da igual si es ahora o después. Tenemos que ir...

Astra suspiró resignada y preocupada. De inmediato Temperantia, Paerbeatus, Amantium, Adfigi Cruci, Domus Dei e Imperatrix aparecieron a su lado. Todos se colocaron detrás de Astra, quien no quería dejar ir a Elliot en la misión... Aun así, mientras lo veía fijamente y trataba de inspirarle la mayor fuerza y confianza posible, le dijo:

—Todos estaremos de tu lado.

Elliot les sonrió.

—Entonces empecemos —dijo Iudicium.

Acto seguido sus ojos se iluminaron con ímpetu, a los suyos le siguieron los de Pythonissa, y Raeda, quien se unió a la armonía.

—Concéntrate en el recuerdo, Elliot —pidió Iudicium.

Pythonissa tomó su mano y la envolvió con una extraña calidez para facilitarle la tarea.

Elliot obedeció. Toda su mente estaba fija en la imagen del muro negro y natural en plena costa y la enorme cantidad de nieve, en el color de la noche plasmado en el cielo, en la tormenta... Cuando por fin llegó hasta donde estaba el espíritu de la carta, habló a través del sopor de la magia.

—Es allí Rider... Llévanos allí, por favor...

—Pan comido —sentenció el niño chasqueando los dedos y haciendo que una puerta apareciera en medio del cuarto.

Elliot caminó hacia ella y cuando la abrió, el frío lo envolvió todo; tal como cuando había empezado la prueba contra Noah.

Apenas cruzó la puerta Elliot observó una larga y fría costa de arena negra, con montañas a lo lejos del mismo color. La que veía se asemejaba a una pared enrome y oscura sobre la que el mar de tinta no dejaba de arremeter con furia devastadora. La muralla de piedra viva se extendía a lo largo de gran parte de la costa en donde la grama verde resaltaba de manera ruidosa contra el paisaje oscuro y frío. Era el mismo lugar que había visto en la visión de Pythonissa...

A lo lejos había una gran explanada yerma y reseca de tierra marrón y rugosa. Lo primero que notó Elliot es que no había árboles a la vista y todo aquel lugar parecía un enorme desierto, un desierto en donde no existía el calor y el frío era el supremo gobernante. A lo lejos se veían a duras penas unas montañas completamente cubiertas de nieve y si se miraba más allá, volvía a aparecer la imagen del mar oscuro y revoltoso.

También había unas pequeñas cabañas y que ahora no eran más que ruinas ante los ojos de Elliot. Allí, parado en medio de esas ruinas, estaba la cosa más extraña que Elliot hubiera visto jamás. Era un hombre... No, era una mujer... En realidad, era un ente que compartía en su cuerpo las cualidades y características de ambos géneros al mismo tiempo. Su imagen era perturbadora e inquietante, pues su piel era también un mosaico dividido en colores. Mientras la piel de la mitad del cuerpo era masculina y en ella prevalecía un profundo color azul, la otra mitad, la que tenía las cualidades y anatomía de una de una mujer, tenía la piel tan prioritariamente dorada como el oro. Sin embargo, otros colores también pintaban el patrón carnavalesco que era la textura de su piel, como el verde, el marrón y el rosado. Iba vestido únicamente con un kilt, con los pies descalzos, y el pecho desnudo con senos adornados en joyas en ambos lados, igual que con pulseras en sus muñecas, a la vez que su boca parecía moverse de manera errática en medio de una letanía ininteligible al mismo tiempo que sus ojos enteramente morados sin pupilas parecían ver en todas direcciones. De inmediato Elliot reconoció al ente como una de las cartas del tarot, y cuando éste sintió los ojos del chico sobre sí, su cabeza giró y enfocó su mirada al frente mientras veía a la nada.

—¡Efectivamente, cachorro! ¡Siento una carta! —exclamó Paerbeatus emocionado justo a su lado—. Está en... ¡ese lugar!

Señaló a una cabaña destartalada. Tenía una galleta en su mano y estaba a punto de darle un mordisco cuando, al notar algo raro en el paisaje, pegó un brinco y un grito simultáneo.

—¡Por supuesto que la sientes, Parby! —gritó Elliot emocionado—. ¡Está justo ahí!

Pero entonces, justo cuando Elliot corría en la dirección que Paerbeatus le había dado para recuperar la carta... el ente desapareció.

—Pero... ¡¡¿qué significa esto?! —preguntó Paerbeatus a voz alta.

Elliot volteó nervioso y no encontró rastro del espíritu amorfo por ninguna parte. Paerbeatus se había agachado para ver a la cara a un alce de pelaje gris que comía despreocupadamente de la poca vegetación que aun sobresalía de la nieve. Cuando el animal vio la galleta que llevaba Paerbeatus entre las manos, estiró la cabeza y se la arrancó de un mordisco, haciendo que Paerbeatus gritara de la impresión.

—¡Ay! ¡Es evidente que la gente que vive acá no es civilizada, cachorro! Porque este señor es un majadero, jum —dijo Paerbeatus ofendido mientras le daba otra galleta al animal que la aceptaba complacido—. Espera... ¡¿Qué?! —exclamó preocupado—. ¡Ya no siento la carta!

—¡Lo sé, Parbeatus! —exclamó Elliot preocupado—. ¡Ya no está ahí, pero... ¡¿Por qué?! ¡¿Qué ocurrió?!

—Aunque no quería que esto pasara, supongo que era obvio que sería inevitable...

La voz provino de un hombre corpulento que salía de entre las sombras de la cabaña. A su lado, un gran lince con cuernos de gacela caminaba con los ojos chispeantes y anaranjados fijos en ellos. Su voz ronca se escuchó incluso a través del rugido del viento.

—¿Por qué sigues haciendo esto, Elliot? —preguntó.

Incluso antes de ver a la Quimera, Elliot ya sabía que se trataba de Roy. Había llegado tarde, y el cazarrecompensas acababa de hacerse con la carta. Elliot bufó con frustración...

—Si la memoria no te falla, te dije que la próxima vez que nos viéramos seríamos enemigos —dijo el mercenario.

─ ∞ ─

Roy llevó su mano hasta la pernera y retiró la pistola que llevaba consigo de la funda. Era impresionante cómo a pesar de ser apenas las cuatro de la tarde, la noche arropaba el cielo con su manto negro repleto de estrellas. La luna se ocultaba hacia el sureste mientras que al noreste, allí donde Elliot tenía fijos sus ojos, las constelaciones de Auriga, Géminis y Tauro cubrían el cielo junto a la Aurora Boreal...

—¿Sabes lo que es esto, Elliot?

Se veía muy serio. En sus ojos oscuros no había dudas de ningún tipo, pero Elliot no tenía pensado dejarse intimidar.

—Es una Glock 18C —añadió él sin esperar una respuesta por parte de Elliot—. Hecha mayoritariamente de polímeros flexibles, es bastante ligera y tiene buena cadencia... Incluso la puedo usar como subfusil si le añado una culata y le cambio el modo de disparo, por lo que siempre la llevo conmigo...

—¡Temperantia! —llamó Elliot con apremio.

Roy se echó a reír mientras se llevaba el arma a la cabeza cubierta por el pasamontañas para rascarse el cráneo.

—Te dije que todavía podías vivir la vida de un niño si te retirabas de todo esto, pero tal parece que ya tomaste tu decisión, así que no esperes que te trate como tal. Ante mis ojos, tú has decidido jugar a un juego de hombres... y entre los hombres no hay reglas justas ni premios de consolación.

Sin más aviso, Roy levantó el arma y le disparó a Temperantia. Se escuchó un gemido bajo de dolor. El alce salió corriendo despavorido ante el sonido del arma y todos los presentes se quedaron mudos ante aquel acto, a excepción de Elliot quien gritó como un desesperado...

—¡¡¡TEMPERANTIA!!!

Ella gruñía aguantando el disparó que había dado en su abdomen. Tras haber dado un paso atrás para aguantar el tiro, dio otro para ponerse otra vez en posición defensiva. Una pequeña marca de sangre brotaba de la herida.

—Es inútil que llames a la china —añadió Roy—, porque ella no podrá hacer nada si decido matarte aquí y ahora.

Y acto seguido, apuntó el arma hacia el chico. Todos los espíritus se atravesaron de inmediato. Elliot se cubría el cuerpo con los brazos, asustado.

—Frente a un arma de fuego la magia es inútil —continuó Roy—, porque por más magia que controles, tú y yo seguimos siendo humanos... Ellos en cambio, son otra cosa. No pueden morir como nosotros.

Y una vez más, disparó hacia la multitud de espíritus. Esta vez la bala alcanzó a Iudicium, quien aguantó el disparo de la misma forma que Temperantia: con temple y orgullo, opacando los gruñidos.

—¡¡IUDICIUM!! —gritó Elliot asustado—. ¡Para, para ya! —le suplicó al cazarrecompensas.

—¿Crees que les duele? —preguntó Roy con ironía—. No les duele ni una onza de lo que te dolería a ti si la bala apenas te rozara el brazo o el hombro. Para ellos las balas son como una mordida de araña, ¿entiendes? Este es el mundo del que ahora formas parte, Elliot... Un mundo del que ni siquiera conoces las reglas básicas para sobrevivir.

El cazarrecompensas bajó la pistola y con su mano libre acarició la barbilla de su Quimera; esta cerró los ojos con placer.

—¿Estás entendiendo lo que te estoy diciendo, Elliot? Tu amiga podrá defenderte de la magia, pero no de mí... No de una bala de metal.

—¡¿Tomaste la carta?! —preguntó Elliot con rabia ignorando las palabras del mercenario.

Ambos se quedaron viendo directamente a los ojos por unos segundos, sin decir nada, hasta que finalmente Roy llevó su mano libre hasta el interior de su chaqueta para sacar algo.

—¿Te refieres a esta carta? —dijo levantando una de las cartas del tarot arcano frente a los ojos de Elliot—. ¿O a estas?

De inmediato, una hilera de folios plásticos desplegables se extendió hacia abajo mientras Roy sacudía la mano; guardados en ellos, Elliot reconoció más cartas del tarot.

—¡Esas cartas no te pertenecen...! —exclamó furioso.

—Tampoco a ti —lo interrumpió Roy bruscamente mientras comenzaba a caminar en su dirección—. Y lo más irónico es que sigues creyendo que todo esto es un juego...

—¡Yo le prometí a los espíritus que los liberaría! —sentenció Elliot—. ¡Ellos son mis amigos!

—Sí, bueno, llega un momento en la vida en el que todos tenemos que madurar, niño. Supongo que hoy aprenderás que no se puede andar por ahí haciendo promesas que no sabes si vas a ser capaz de cumplir. Ahora, como soy un buen tipo, te daré una última oportunidad. Entrégame las cartas y olvídate de todo esto, vive una vida normal, anda... Aprovecha mi misericordia.

Roy estaba apenas a unos pocos pasos frente a Elliot. Entre ambos estaba un muro de espíritus arcanos dispuestos a proteger al chico. En su mirada, Elliot veía una frialdad ajena al hombre que lo había salvado en las afueras de Jerusalén. Su respuesta fue una sola:

—¡No te voy a dar nada, Roy! —exclamó negando frenéticamente con la cabeza mientras se alejaba un poco hacia atrás—. ¡Si quieres las cartas vas a tener que quitármelas a la fuerza!

Pero antes de que pudiera dar otro paso, Roy lo volvió a apuntar con una precisión letal en sus manos.

—¿Y qué te hace pensar que no tengo pensado hacerlo? —dijo.

Sus palabras fueron guturales e intimidantes.

Tanto Temperantia como Iudicium sabían que la Quimera, en guardia, era muy peligrosa. Eso sin contar que Elliot estaba muy cerca de la zona de fuego y podía salir lastimado si ellos actuaban precipitadamente.

—¡Contéstame, Elliot, no te quedes callado! —gruñó Roy.

Elliot temblaba y apretaba los ojos con fuerza tratando de escapar del dolor que sospechaba que le causaría recibir un balazo en la cabeza. Lágrimas de miedo habían empezado a formarse entre sus ojos cerrados.

—¡Mierda, mierda, MIERDA! —gritó el mercenario irritado disparando hacia el cielo para descargar la tensión.

Justos después, se dio la vuelta, aliviando el miedo que se había sumido sobre Elliot.

—¡Cachorro! —exclamó Paerbeatus corriendo en su auxilio—. ¡Bestia, bruto, salvaje! —le gritó a Roy quien caminaba de espaldas.

—¿Estás bien, anciano? —preguntó Iudicium mientras lo ayudaba a poner de pie.

—S... sí... estoy bien...

—¿Acaso de verdad piensas que la gente te va a tener compasión sólo porque eres un niño, Elliot? —volvió a preguntar Roy—. ¿Es que no te das cuenta de lo grave que es la mierda en la que estás metido? Piénsalo por un segundo: si la magia fuera real, ¿crees que estaría al alcance de todos? ¿De la gente como tú y como yo? —dijo y no pudo evitar suspirar—. Ah... Así es como es el mundo, punto. ¡Y tú eres un niño inmaduro que no sabe cómo son las cosas en realidad! En la vida real dominan las personas con poder, Elliot, poder de verdad... Y a esa gente no le importan los niños como tú ni los hombres como yo. Ellos son capaces de hacer lo que sea por seguir teniendo poder, y cosas peores por acumular más... ¿Entiendes? Tanto tú como yo somos dispensables. La gente para la que yo trabajo y que quiere reunir estas cosas a las que tú llamas "amigos" —señaló los espíritus—, no se van a poner la mano en el corazón para eliminarte si les estorbas. Para ellos estos espíritus no son más que herramientas con las que pueden doblegar y conquistar, y si no soy yo quién te quita las cartas, mandarán a otro después de que me hayan eliminado a mí, y por la cantidad adecuada, nadie se pondría en la línea de fuego por ti...

—¿Y acaso tú si lo harías?

—¡Sí, mocoso insolente! —gritó Roy desesperado—. ¡Lo estoy haciendo ahora mismo, pero tú sigues sin darte cuenta, carajo! ¡Te estoy ayudando! Este es un mundo de hombres y mujeres, Elliot, y tú no eres más que un mocoso de mierda...

Luego de gritar, Roy respiró profundo y se calmó un poco antes de continuar...

—Ya... ya fue suficiente —dijo al final antes de verlo a los ojos—. Es evidente que no entrarás nunca en razón sin importar lo que yo diga, así que debemos solucionar esto aquí y ahora de la mejor manera posible, y se me acaba de ocurrir algo para que tú y yo podamos entendernos.

—¿Qué... c-cosa? —preguntó Elliot algo desconcertado por el cambio en la actitud de Roy.

—Tú y yo vamos a pelear, uno a uno, ahora mismo —contestó el mercenario—. Como soy un hombre de honor, te permitiré batirte en duelo conmigo para demostrar si eres capaz o no de seguir en este "juego".

—¡Eso no es justo para Elliot! ¡Es evidente que tú le ganarás en un enfrentamiento físico! —gritó Astra quien a su vez fue interrumpida por Roy.

—Por eso quienes pelearán será uno de ustedes y Kairoh... Justo, ¿no? —completó Roy viendo a la mujer directamente a los ojos.

—¡¿Y qué pasa si ganamos nosotros?! —preguntó Elliot apresurado por saber la respuesta.

—Elliot, no —intervino Temperantia, pero él no la escuchó.

Roy sonrió complacido.

—Si ustedes ganan, yo les entregaré todas las cartas que tengo en mi poder... Pero si ganamos nosotros, serás tú quien me entregue las cartas que ya tienes, y me jurarás que te olvidarás de todo y seguirás con una vida normal, la de un adolescente como tú... con novias y videojuegos y series infantiles y helado de chocolate y todas esas cosas. ¿Lo ves? Para ti todavía es ganar/ganar porque eres un niño... ¿Para mí? Es mucho más complicado... ¿Así que qué dices? ¿Aceptas?

—¡Acepto! —dijo Elliot decidido.

—Elliot... —musitó Temperantia.

—No te preocupes, Temperantia, ¡yo confío en ti y sé que podemos ganarles!

Elliot trató de calmarla, pero ella no estaba tan segura.

—No es por mí que estoy preocupada, sino por ti —le contestó—. He estado entrenando mucho para tener mi magia a tope, y aun así, este es un escenario que nunca contemplé.

—Sólo... ¡No te contengas y atácalo con todo lo que tengas, ¿está bien?! —contestó Elliot sonriendo para imprimir toda la fuerza que podía en su sonrisa.

Temperantia, al verlo, se sintió determinada a ganar.

—¿Cómo sigues del disparo? —preguntó él preocupado.

—Está bien, Elliot... Estoy lista —dijo chocando sus palmas con el chico—. Apenas y me hizo daño...

La herida donde tenía el disparo ya se había cerrado y la sangre que había brotado ya se había secado. Tal como había explicado Roy, las balas les causaban dolor a los espíritus, pero no le hacían heridas graves ni permanentes.

—OK, las reglas son simples —dijo el cazarrecompensas alzando la voz lo más que pudo—. El que deje fuera de combate a su contrincante gana y se lleva todo.

Acto seguido, Roy caminó hasta Elliot mientras los espíritus se hacían a un lado; una vez a su lado lo tomó por los hombros y ambos caminaron hasta la cabaña destartalada más cercana, frente a la enorme bobina de madera que antaño había sido usada para amarrar las boyas de los barcos balleneros que solían atracar por allí.

—Este es el pote —dijo Roy—. Coloca todas tus cartas aquí, y yo haré lo mismo.

Roy tomó sus cartas y las dejó en la superficie mohosa de la madera. Luego se alejó de la mesa improvisada con las manos en el aire para que Elliot pudiera vérselas. Ya había guardado la pistola en la pernera de nuevo y sólo se le veían las puntas de los dedos sobresalir de la tela negra. Elliot fue segundo; él también dejó sus cartas en la plataforma y se alejó para colocarse frente a Roy, quien se tronaba los huesos del cuello y daba pequeños brinquitos como si fuera él mismo quien se preparaba para pelear...

—¿Estás listo, Elliot? —le preguntó sonriente.

Estaba viendo cómo Temperantia tomaba su lugar y los otros espíritus de las cartas aparecían tras el chico.

—Ah, qué sería de una buena pelea callejera sin público para gritar... Qué recuerdos —comentó entusiasmado—. Ja, me siento como un adolescente otra vez...

Elliot miró a Temperantia a los ojos. Ella le sonrió ligeramente y luego sus ojos morados se encendieron de inmediato.

—Estoy listo... —contestó Elliot.

Tanto Temperantia como Kairoh estaban en posición. Ella en su típica pose de karate, y Kairoh en cuatro patas, gruñendo y lista para saltar.

—¡Esta será una pelea entre dos hombres, una mujer y un gato! —anunció Raeda colocándose en medio de la Quimera y el espíritu haciendo de referí con su voz infantil—. ¡Nada de golpes bajos ni golpes en los riñones, ¿de acuerdo?! ¡Quiero una pelea limpia!

Como nadie contestó nada, concentrados como estaban en los riesgos que implicaba la pelea, Raeda levantó las manos al aire.

—¿Listos...? ¡¿LISTOS...?! —volteó sonriente hacia todos—. ¡¡PELEA!! —gritó justo antes de desaparecer.

Temperantia tomó la iniciativa con prisa y atacó con un torbellino que hizo que Kairoh saliera disparada por los aires hacia atrás. Tras ser arrastrada cerca de unos diez metros, la Quimera dio una voltereta ágil y cayó en sus cuatro patas sobre la nieve para salir disparada hacia Temperantia con los dientes desnudos y un gruñido en el hocico.

El animal era tan rápido como una gacela, pero cuando estuvo cerca de Temperantia ésta levantó una pared de aire entre los dos y el animal chocó violentamente con ella. El aire del muro era tan denso que Kairoh terminó arrastrada en el suelo una vez más, cubierta por nieve y tierra fría. Todos los espíritus gritaron y se emocionaron por Temperantia mientras la Quimera se ponía en pie de nuevo un poco aturdida y movía su cabeza de un lado al otro...

Judas Roy por su parte se veía impasible, observando cómo la Quimera recibía embate tras embate de los ataques de viento de Temperantia. El espíritu de la Templanza estaba luchando con toda su magia en un espectáculo de danza, conjuros de viento, y golpes tan elegantes como poderosos. Era justo la quinta vez que Kairoh salía volando por el aire cuando Roy habló...

—Kairoh, nena... deja de jugar con la comida y acaba con esto ya... ¿sí? —dijo en voz baja a pesar de la distancia que los separaba.

Elliot se extrañó con aquello, pero muy a su sorpresa, la Quimera le había escuchado perfectamente. De inmediato Kairoh se enderezó y fijó sus ojos anaranjados sobre Temperantia antes de soltar un gruñido enfurecido. El espíritu de la Templanza le arrojó por sexta vez un tifón para empujarla, pero la Quimera, para sorpresa de Elliot y los espíritus, atravesó el aire y lo cortó a la mitad con otro rugido acompañado de un relámpago nacido desde sus cuernos de gacela. Cuando el rayo golpeó el pecho de Temperantia sin que esta pudiera hacer nada para desviarlo, los gritos de victoria y alegría de Elliot y los otros espíritus terminaron... Temperantia yacía en el suelo envuelta por una corriente eléctrica salvaje en medio de un grito de dolor, y Kairoh ya estaba lista para dar su siguiente ataque.

─ ∞ ─

El puente de piedra era antiguo, delgado como una serpiente, gris y rústico. El sonido del río que corría bajo su arco doble era reconfortante y arrullador. Sus aguas turquesas brillaban tenue bajo el cielo nocturno de aquel pueblo suizo olvidado por la tecnología. El invierno entrante se había llevado todas las hojas de los árboles. El aire era abrumadoramente pacífico.

Era el Ponte dei Salti; alrededor no había casi casas. El pueblo era bastante pequeño. Pequeños edificios incrustados en la colina a lo largo y ancho de las laderas verdes en las que temprano pastaban los animales pero que en las noches quedaban vacías, construidos todos con las mismas piedras grises con las que se había hecho aquel puente del siglo XIII.

Sobre él estaba ella; llevaba el cabello corto por encima de las orejas, usando ropas que dejaban poco a la imaginación a pesar del clima frío de aquellas fechas. Aun así, en brazos de su presa, Zarah parecía no notar las bajas temperaturas.

—¿Entonces eres como una gatita, ah? —jadeó él interrumpiendo el beso para verla directamente a aquellos ojos avellanas que lo traían de cabeza mientras ella asentía con falsa inocencia—. Parece que llevo una tigresa entre mis brazos... Roar. No te preocupes cariño, yo sé como ser un tigre y jugar rudo...

Había dicho aquello lujuriosamente (por más ridículo que se escuchara) mientras le daba un beso corto y ella le acariciaba la barba y el cabello. Sin embargo, de pronto los ojos de Zarah estallaron en rojo. Toda su piel se llenó de escalofríos mientras sus vellos se erizaban. El peligro había invadido el ambiente a pasos galopantes. Él la veía confundido, pero nunca llegó ninguna respuesta. No pasó ni un segundo cuando ella ya lo estaba empujando hacia atrás para cubrirse del ataque.

—¡Pero qué...!

Sus palabras nunca se completaron. Fueron inmediatamente interrumpidas cuando su cabeza salió volando por el aire para caer aparatosamente por el borde del puente hasta el cauce del río.

—¡Maldita ramera! —gritó Gulag arremetiendo contra ella y golpeándola con fuerza mientras la agarraba por el cabello.

El agarre no duró ni siquiera dos segundos. De inmediato dos alas se abrieron por la espalda de la demonio y Gulag fue rápidamente empujado hacia atrás. Zarah no entendía nada de lo que estaba pasando ni por qué aquel demonio la estaba atacando tan salvajemente, pero la situación no era extraña para ella. No era la primera vez que un demonio histérico la atacaba sin razón durante todo el tiempo que había estado en la Tierra, por lo que no perdió la calma. Aun así, no entendía por qué Tiah no le había avisado de la llegada del intruso.

«Lo más probable es que la haya matado antes de que pudiera hacer algo», pensó mientras esquivaba los golpes del iracundo al que, por alguna razón, le faltaba una mano. Aun así, Gulag lanzaba puñetazos con toda la rabia posible en dirección de su cara. Ella aleteaba con fuerza sus alas para detenerlo e impulsarse en los esquivos. Todavía no lo había atacado la primera vez, analizando sus movimientos. Se trataba de un demonio muy hábil para el combate, pero era evidente que no hacía mucho había sido neutralizado por un enemigo aún superior.

«Mierda...», pensó entre sorpresa y pánico. Automáticamente entendió porqué Tiah había muerto ante él. Aunque no fuera tan talentosa como Lila, era la otra de sus hermanas que mostraba un verdadero potencial para convertirse en una súcubo como ella. «Qué desperdicio...», pensó por un segundo mientras se imaginaba lo útil que habría sido comerse el cadáver para luchar contra el demonio que ahora la estaba acosando. «En fin...», fueron sus últimos pensamientos antes de enfocarse por completo en la batalla.

De pronto sus ojos inyectaron en un haz violento de luz roja y su cuerpo se llenó de fuerza. Justo acababa de comer un tentempié al extraer energía vital con los besos que el pobre diablo ahora muerto había estado dándole durante los últimos veinte minutos, mientras se iban a un lugar más apartado. Su poder estaba al tope y no se iba a dejar intimidar por un demonio de la ira... Un salvaje que ni siquiera era capaz de usar la magia. Recargada de poder, Zarah detuvo el puño de Gulag que iba a estrellarse contra su cabeza atrapándolo con una de sus manos.

Aunque dolía, era una buena oportunidad para partirle la muñeca, y así lo hizo. Rápidamente Zarah concentró una enorme cantidad de fuerza en la mano, en esos dedos que estrangulaban y asesinaban con una naturalidad casi tan fluida para ella como lo era respirar, y la giró con una fuerza sobrehumana. De inmediato el sonido de los huesos desajustándose de sus posiciones no se hizo esperar. El demonio de la ira, sin embargo, no hizo ningún gesto de dolor. Ella de inmediato pegó un salto atrás impulsado con sus alas.

Gulag la observó con prepotencia mientras apretaba y tensaba los músculos, tendones y ligamentos de la muñeca descolocada hasta acomodarla en su sitio; esta se había removido dolorosamente mientras la capacidad de regeneración de su cuerpo hacía de las suyas para facilitarle el trabajo. Era la misma regeneración que había reestablecido su cuerpo tras la batalla en el Fort Ministèrielle días atrás. Tras acomodarse para seguir luchando, observó a Zarah quién estaba a una distancia prudente a varios metros de distancia en el cielo.

Ella no sabía qué hacer a continuación. Podía luchar, pero sus instintos rápidamente le sugirieron escapar. Sin embargo, no pasó un segundo de considerarlo cuando Gulag ya había dado un enorme salto hasta ella y la había sujetado por una de sus piernas. Zarah no aguantó más y desató su forma demoníaca para defenderse, incluso aunque aquello supusiera vaciar buena parte de sus reservas de energía, cosa que no le gustaba en lo más mínimo. Esta era una batalla que debía ser luchada con el máximo poder en mente...

Mientras era atacada violentamente por el demonio, quien en una maniobra había usado sus piernas para agarrarse de ella y poder golpearla con su mano, su poder de transformación se iba activando. Su piel era golpeada como humana a la vez que se iba tersando y petrificando en escamas marrones claras y oscuras, como la piel de una boa constrictora, y sus uñas su afilaban con fuerza y una larga cola de reptil con la misma forma de serpiente le salía desde la base de la espalda. Desde sus ojos el mundo se había vuelto un violento vaivén psicodélico en caída espacial mientras su piel se despojaba de su ropa para asumir la transformación.

Los colores se acentuaban con prisa pasando por un filtro rojo; el cielo se veía más negro y era como si hubiera estallidos armónicos oscuros y graves, luminosos de alguna manera, a su alrededor, brotando de sus escapulas y sus curvas, con el demonio aun escalándose en su pierna y aguantando los embates de Zarah, como si no le importara que ella estuviera transformándose. Sus omoplatos pronto estaban contorsionándose bajo su carne antes de despellejarse con furia para dar paso a dos alas, ya no espirituales sino materiales, hechas con las membranas de las alas de un murciélago.

Zarah abrió sus brazos y estiró sus piernas mientras su transformación casi acababa. Gulag salió disparado contra el suelo a causa de la onda expansiva expulsada por su cuerpo violenta y venenosamente. La magia le había dado un respiro, a la vez que su rostro se desfiguraba y sus ojos se volvían de serpiente, su lengua se hacía bífida, y su rostro se hacía también de escamas bajo cuernos diminutos que salían de su frente. Ahora sí, Zarah planeó estilísticamente hasta colocarse en una buena posición defensiva; aquella era su forma verdadera, y con ella, la totalidad de su poder.

Gulag había visto toda la transformación, pero realmente no lo importó en lo más mínimo. Ignorando todo lo que ella acababa de hacer, saltó una vez más para alcanzarla, pero la piel de la demonio vibró una vez más con fuerza, como el canto de una ballena bajo el océano, y Gulag no tuvo otra opción que disminuir la presión del salto y descender nuevamente.

La batalla consistía ahora de un demonio en su forma auténtica contra otro en su forma humana. Zarah había agotado media reserva de energía armónica, cosa que no le gustaba para nada. Ella era de las que prefería acabar con sus enemigos sin tener que recurrir al as bajo la manga, pero tal parecía que este era un caso especial. «Ojalá no dure mucho», pensó; porque de resto iba a tener que organizar una fiesta de celebración, y eso era algo que no le apetecía en lo más mínimo.

—¡No fue muy inteligente de tu parte meterte conmigo, bestia asquerosa! —le gruñó con una voz que se asemejaba más al sonido de un puñado de sierras chocando entre sí que al de la voz de una mujer—. Ahora sirve para algo y déjate comer.

Pero cuando el demonio se resistió a la influencia de su vibración e intentó rebanarle el cuello con su mano mano, ella se alejó volando. «Movimiento inoportuno», pensó. Un mal movimiento y aun transformada habría podido perder la cabeza.

Por lo que había podido analizar ya, su contrincante tenía una fuerza sobrehumana en su mano, especialmente en los dedos. Los brazos no eran tan fuertes, pero sí lo era la concentración muscular alrededor de los nudillos. Sus dedos no sólo golpeaban y apretaban como máquinas de matar, sino que también podían moverse a una velocidad enorme y hacer de cuchillas letales cuando estaban desplegadas en posición firme y recta.

Zarah rápidamente se desplegó a una distancia prudente con la intención de obtener al menos un indicio de información:

—¡¿Quién carajos eres?! —preguntó con rabia—. ¡¿Quién te envió?! ¡¿Por qué me estás atacando?!

Los ojos del demonio eran más brillantes que los de ella al devolverle la mirada. Ella no pudo evitar sentir un estremecimiento de pavor en el cuerpo. Incluso a pesar de su transformación, una letal ante cualquier demonio inferior a lujuria, este agresor no estaba intimidado.

—¡CONTESTA, BESTIA ASQUEROSA! —le gritó Zarah con toda la ira que podía proferir su cuerpo.

Su adversario era un rival peligroso; el más mortífero con el que se había topado en toda su vida. Por algo Zarah siempre había sido una súcubo poderosa entre sus círculos. Muchos habían sido los que habían caído ante sus alas, su cola, sus manos mortíferas... Pero este rival era nuevo. Era algo a lo que parecía no poder enfrentarse. Lo sabía con certeza porque podía sentirlo en la cantidad de energía demoníaca que estaba emanando de aquella criatura, incluso a pesar de lo debilitado que estaba, especialmente al momento de acercársele unos segundos atrás.

—No he venido aquí a hablar, ramera. He venido a asesinarte —dijo Gulag mientras daba pasos de un lado al otro sin despegar sus ojos de Zarah—. Por tu culpa perdí los ojos y una mano. Perdí mi tiempo cayendo en una trampa. Los humanos desgarraron mi cuerpo tal como tú lo querías —Zarah no entendía nada de lo que el demonio decía—. Querías verme muerto, pero serás tú la que morirá, la que sufrirá el castigo de mi ira y mi venganza, mi sed de sangre, MI HAMBRE DE MUERTE...

De pronto: un salto. Fue tan veloz que Zarah tuvo que maniobrar con habilidad para esquivarlo. Había sido impulsado por una combustión explosiva de odio atroz e ira desenfrenada. El enemigo estaba determinado a estrangular, asesinar, a matar. Zarah esquivó otro salto, uno de rebote, que fue impulsado desde el edificio en el que había parado Gulag con el anterior. Nuevamente sus alas le fueron de gran ayuda. Un planeo sirvió para esquivarlo y un giro en el aire la puso de frente a su enemigo otra vez. En manejo del terreno, ella estaba llevando la delantera, pero el combate cuerpo a cuerpo era cosa del agresor.

Gulag brincó otra vez y Zarah trató de alejarse, pero cuando se giró, el demonio reimpulsó el salto aun estando en el aire y cambió de dirección, aferrándose a ella por una de sus piernas. Como pudo escaló hasta alcanzar el ala y la apretó tan fuerte que se la fracturó. Los dos cayeron torpemente hasta estrellarse de nuevo contra el puente, mientras luchaban el uno contra el otro dándose golpes, rasguños, e intentando asfixiarse mutuamente. Cuando cayó, Zarah gritó y se golpeó contra el suelo del puente que se manchó con la sangre oscura, casi putrefacta, que comenzó a brotar de su espalda. Gulag, notando la herida, tomó el ala por la abertura y con fuerza la haló hasta arrancársela de cuajo. Zarah gritó por primera vez con desesperación; este había sido, por mucho, la peor herida que alguna vez alguien le había hecho.

—Ya no volarás más, ramera —le dijo él mientras ella se defendía—. Ahora págame con tu nombre escrito en sangre.

—¡¡SUÉLTAME, ASQUEROSO CABRÓN!! —escupió ella en su cara con toda su rabia y todas sus ganas de vengarse—. ¡¿TE GUSTA LA IRA?! ¡¡YO TE VOY A HACER CAGAR IRA!! ¡¡ESPERA A QUE ME LIBERE!! ¡¡VOY A PARTIRTE LAS BOLAS DE CAPÓN HASTA VOLVER MIERDA EL SÉMEN DE TUS ANCESTROS!!

Mientras gritaba, Gulag comenzó a estamparle la cabeza con brutalidad contra el suelo del puente. Ella expulsaba vibraciones desde su cuerpo, gruñía, gritaba, luchaba; le arañaba y le abría canales de sangre en la piel; pateaba y sacudía sus alas rotas, codeaba y cabeceaba de vuelta, trataba de defenderse lo más que podía. Pero no importaba cuando dolor recibiera Gulag por parte de su víctima; el dolor no lo frenaba, al contrario, lo hacía más violento, más frenético, más agresivo. De pronto, una tenue luz dorada comenzó a brillar perfectamente plasmada en el suelo mientras símbolos aparecían tallados sobre la piedra...

Zarah gritó con desesperación mientras sentía cómo la piel le quemaba como si fuera corroída por ácido y la lava al mismo tiempo. Trozos de escamas comenzaron a escurrírsele mientras el cuerpo se le desfiguraba y ella gritaba más y más. Gulag le seguía estampando la cabeza contra el puente, aun a pesar de que sus pies ya no eran más que dos bolsas sangrantes a causa de las luces en la piedra; un sello mágico del que ella también era víctima. De pronto Gulag la levantó del suelo y la arrojó como un monigote de trapo contra una de las casas que estaban cerca.

En el campo espiritual, la casa se desplomó a causa del violento impacto. En la superficie de la Tierra, las piedras se sacudieron con un ligero temblor que removió la estructura básica de la choza haciendo que esta cayera sobre sí misma. Las ovejas y cabras alrededor salieron huyendo despavoridas. La demonio había quedado cubierta por las piedras, mientras las removía para buscar una forma inmediata de escapar. La batalla estaba perdida. Gulag le había ganado el primer enfrentamiento, pero no sería así con el segundo. De eso se haría cargo ella.

La próxima vez que se vieran, no estaría sola. Cuando le tocara regresar, lo haría con Lila, su hermana, y con el resto de la manada. «Entonces lo destrozaremos» reflexionó mientras se apresuraba a abrirse paso entre las piedras. Pronto correría la voz entre otras súcubos, cobraría favores, asesinaría a cuantos hombres hiciera falta para reestablecer y empujar su poder al máximo, y entonces, estaría preparada. Gulag tenía las horas contadas. Pronto ella y la manada se harían cargo de hacerlo desaparecer...

«Pero antes de irme te dejaré un regalo de despedidas», pensó una vez que había salido por completo de la choza. Él estaba de pie sobre el puente mirando las marcas de los sellos que iban debilitándole los pies, intentando entender de dónde provenía el ataque. De pronto, la voz de Zarah capturó su atención una vez más...

—Eres sólo un asqueroso demonio de la ira, salvaje y estúpido, y te juro que voy a disfrutar cada segundo mientras te despellejo vivo para luego comerte...

Zarah se colocó un cuatro patas, como una bestia salvaje, y pegó un salto increíblemente rápido hacia el demonio. Había usado uno de los últimos impulsos que le quedaba de magia para asestarle el golpe final. Así fue que atravesó el cuerpo del demonio con una de sus manos.

Sus garras atravesaron su piel, no sin antes lastimarla pues ella sintió cómo sus dedos se fracturaron en el acto. Y aun así, había logrado su objetivo; sus manos había atravesado su piel y su pecho y estaban sujetando el corazón muerto y negro del demonio. Pero aunque lo había logrado, y aunque intentaba apretarlo para explotarlo con todas sus fuerzas, más que de carne, su corazón parecía hecho de carbón. Era una piedra negra tan maciza que al cerrar su mano con fuerza sobre ella, Zarah lo único que consiguió fue cortarse los dedos, y entonces, supo que había sido un error intentar asestar semejante golpe...

—¡Si tu corazón es de carbón significa que... eres un Jinete del Apocalipsis! —gritó en su cara sin poder contener el pánico.

A pesar del daño que acababa de recibir, Gulag fijó sus ojos rojos sobre ella, la tomó del brazo con su mano y la acostó forzosamente contra el piso. Su pie estaba aplastándole la cabeza y el otro le presionaba la espalda; así, inmovilizada, el demonio le haló el brazo con tanta fuerza que terminó arrancándoselo de cuajo.

El grito fue desgarrador, mientras el tatuaje de calavera de Gulag se salpicaba de sangre. Ella rápidamente se aferró al muñón que ahora tenía por brazo mientras sentía la presión de Gulag contra su rostro.

—Las rameras como tú no son más que insectos, y los insectos deben morir aplastados —sentenció Gulag mientras Zarah se retorcía bajo su pie. Ella le gruñó con ira desmedida.

—¡¡MÚERETE!! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡¡MUÉRETEEEE!!

De repente el cielo estalló en color dorado. Tanto Gulag como Zarah no pudieron evitar levantar la mirada...

«¡LEHREYSAMTA!».

La declamación había sido perfecta. Tanto Gulag como Zarah sintieron de pronto cómo sus seres se desintegraban de adentro hacia afuera... El demonio gritó y se alejó para caer de rodillas mientras veía cómo su piel ardía en llamas y su ropa se chamuscaba, dejándolo desnudo en pleno Ponte Dei Salti. Era la segunda vez que lo hacían sentir un dolor semejante, la segunda vez que lo humillaban de aquella forma. Primero habían sido los humanos y su tecnología, y aquella espada sagrada que le había arrancado la mano, y ahora un enemigo desconocido al que no podía ver en ningún lugar...

—¡Vosotros, rápido! ¡Encárguense de la que está muriendo! ¡YA! —ordenó una voz firme y aguda, aunque masculina; era la misma que había declarado aquel Lehreysamta que lo había neutralizado desde el interior—. ¡Joder, ya! ¡Hay que aprovechar la oportunidad para purificarla ahora mismo!

Una maga y dos cazadores de la Cámara de Defensa corrieron rápidamente hacia donde estaba Zarah.

—¡Maestro Ricardo, es una súcubo!

En ese momento Zarah se estaba poniendo de pie con lo último de sus fuerzas mientras rascaba lo último que le quedaba de magia para defenderse de los magos que intentaban rodear.

—¡Apartaos todos de ella, apartaos...! —ordenó Ricardo mientras disminuía su concentración sobre Gulag y reducía la intensidad del hechizo sobre él para declamar otra melodía a la vez...

«Bultzavante», declamó esta vez.

De inmediato una barrera se formó entre los magos y Zarah, protegiéndolos de su ataque. Ella no insistió, sin embargo; apenas vio la oportunidad, se arrojó por el borde del puente hacia el rio para huir tan rápido como le fue posible. De pronto, el primer hechizo se le resistió muchísimo más. Ricardo desvaneció su muro de contención y reacomodó toda su energía en oprimir a Gulag, pero ya era demasiado tarde.

El demonio arrojó un grito frenético de ira y quebró su vinculación al hechizo, liberándose y huyendo del lugar tan rápido como le fue posible.

—¡Mierda! —gritó Ricardo preparando al escuadrón para iniciar la persecución—. ¡Avisen a la Orquesta de inmediato! María, tú, ven conmigo. ¡Los demás revisen que no haya ningún herido en la zona!

—¡Ahora mismo! —contestó María uniéndose a su paso mientras comenzaban a correr.

—¡Y aseguraos de que alguien de la Cámara de Restauración venga cuanto antes! —dijo por último Ricardo—. ¡Esto es un verdadero desastre!

─ ∞ ─

Donde ella estaba el aire no soplaba con fuerza; la nieve se apartaba de su camino al caer para que ella pudiera seguir viendo el combate que se desarrollaba en las faldas de la montaña. Sus ojos brillaban con una pálida luz grisácea mientras su cabello rubio le enmarcaba el rostro de facciones severas. Junto a ella había un gran alce al que no dejaba de acariciarle el lomo de manera distraída mientras no perdía detalle de lo que pasaba entre los dos peleadores. El flujo de la armonía en aquella zona tan alejada había disparado las señales dentro de la Cámara de Nidaros, y para cuando ella había llegado, la pelea ya había iniciado. No era magia demoníaca y por ello no había intervenido, pero había algo raro en todo aquello que la hacía sentir intranquila...

—Ya tengo la información que me pidió, maestra —dijo un joven de aspecto menudo quien corrió hacia ella mientras el aliento se le condensaba.

—¿Y? —preguntó ella sin girarse mientras veía cómo el chico del duelo le gritaba a alguien o algo de manera desesperada.

—En efecto, ninguno de los dos individuos pertenece al Conservatorio de Magos —contestó el recién llegado—. Y tampoco están registrados en la base de datos de los seculares ni de posibles prospectos...

En ese momento la Quimera volvió a atacar con un relámpago ensordecedor que se estrelló en ningún lugar en particular ante los ojos expectantes de la mujer y su asistente.

—No lo entiendo —comentó él con el ceño fruncido—. ¿Acaso el niño está usando magia psíquica? —preguntó mientras sus propios ojos dejaban de ser marrones para brillar con un suave y profundo tono naranja.

Elena negó con la cabeza.

—Él no. De hecho, el niño no ha hecho uso de la armonía en ningún momento, Luis —contestó tras voltear a verlo lentamente con una sonrisa de sabihonda—. Comunícate con Maya y pídele que te ponga en contacto con la Orquesta. Necesito hablar con Barcelona Jurado...

—¡Vaya! —comentó su pupilo emocionado—. ¿Puedo preguntar por qué necesitamos a la señora Jurado?

El joven estaba repleto de verdadera curiosidad y excitación ante la posibilidad de hablar directamente con otra integrante de la Orquesta de Magos.

—Barcelona y yo somos muy buenas amigas, y su conocimiento sobre la magia arcana me sería útil en este momento.

Luis abrió los ojos de manera exagerada al escuchar aquello antes de volver a posar su mirada en la pelea.

—¡¿El chico está usando magia arcana?!

—Así parece, sí...

—¡Increíble! —comentó asombrado—. Pero... ¿Entonces no sería mejor llamar al señor Dovirenko directamente? —le preguntó a su maestra con entusiasmo ante aquella posibilidad, lo que hizo que Elena riera con displicencia.

—¡Iván Dovirenko es un petulante y un narciso que no movería un solo dedo a menos que la mismísima Ilustre Directora se lo pidiera! Y eso tampoco es necesario —contestó.

Elena Frøyadotter no debía tener más de cincuenta años, pero en sus ojos ya se notaban unas pequeñas arrugas que acentuaban aún más su autoridad.

—Los duelos entre magos no están prohibidas del todo, así que no es tan grave —añadió—. Podría tratarse de dos seculares en una disputa que no está afectando a ningún inarmónico por lo desértico de la zona. Más me preocupa la llamada de emergencia que hicieron los exploradores de Suiza...

Tras decir aquello, Elena se llevó una mano hasta el mentón mientras se encerraba en sus pensamientos.

—Sin embargo, es muy extraño que no haya registros de un chico tan hábil capaz de usar magia arcana en el Conservatorio, así que me gustaría estar segura al cien por ciento. Un mago secular que domine la magia arcana podría ser muy peligroso... Sobre todo siendo tan joven.

—Sí, maestra —contestó Luis.

Elena volvió a posar sus ojos en los peleadores a la vez que su pupilo se marchaba a realizar la llamada justo en el momento en el que otro relámpago inundaba el silencio.

«¿Será que este chico es el joven alborotador que Maxwell tiene tanto tiempo buscando?», no pudo evitar preguntarse Elena mientras afilaba la mirada y analizaba la situación. «Será que es el mismo del incidente en San Francisco y del asalto al obelisco de los Luxor en Etiopía?»

─ ∞ ─

Otro ataque lleno de electricidad que logró esquivar. Ya le habían impactado cuatro; suficientes para pasarle factura. El relámpago venía en el aire con furia. Ella estaba en pleno amague de su cuerpo entero a la que vez que se desconectaba lo más rápido posible de su armonía del viento para distraer la dirección del rayo. Así, mientras la electricidad pasaba cerca de su cuerpo, ella giraba en el aire al igual que su cabello corto y negro, con maestría total, y veía cómo el rayo la ignoraba y viajaba a lo largo para estrellarse contra la tormenta que se había arremolinado ante ellos.

El lince saltó en su dirección, y ella, otra vez, maniobró la flexibilidad de su cuerpo con total entereza; esquivando incluso la agilidad de la bestia. Entonces, con un impulso de su viento ya reconectada otra vez con su armonía, se deslizó grácilmente por la nieve mientras giraba para volver a quedar en posición defensiva ante la criatura. Su mirada se mantenía estoica, sus puños en alza, uno resguardando el costado de su cintura y el otro con la palma levantada en pose amenazadora ante Kairoh.

La batalla se había vuelto interesante.

Kairoh atacaba con fuerza pero se cansaba con rapidez. Temperantia, por su parte, no tenía buen ataque y estaba en desventaja al estar enfrentándose a una criatura eléctrica, pero su determinación era un combustible inextinguible para sus piernas, sus manos, su corazón. Y eso quedaba muy claro en sus ojos firmes y achinados. Elliot gritaba su nombre con fuerza desde su sitio. La apoyaba con todo lo que le tenía; era así, el chico la quería y confiaba en ella, y por eso, ella no podía fallar.

Porque Elliot no era sólo su amo, no; también era su amigo... El primero de verdad que había hecho en 603 años de existencia. Eso es algo que vale no una sino un millón de batallas. Y ella estaba lista para demostrarlo. No iba a rendirse; incluso aunque al momento de aceptar el duelo sabía que estaba en desventaja, que tenía todas las de perder. Aun así, iba a ganar, iba a buscar la forma de ser feliz ella y hacer feliz al chico, de volver a verlo sonreír con una inocencia ganada a pulso; una que merecía una vida en paz.

Temperantia esperó a que la Quimera apareciera una vez más en el horizonte. Todavía no había podido determinar una manera de ganar. El choque armónico entre ambos espíritus, uno arcano y el otro psíquico, uno de viento y el otro de electricidad, había causado una tormenta eléctrica en plena nevada agitada. El campo de visión era muy reducido para Temperantia, pero la Quimera tenía ojos de lince, así que ella de seguro tendría la ventaja también en ese aspecto de la batalla.

Y aun así, había durado mucho. «¿Cómo ganarle? ¿Cómo ganarle? ¿Cómo ganarle?», se preguntó con toda la paciencia del mundo mientras la veía andar y ponerse en cuatro patas una vez más, lista para saltarle encima de nuevo.

Y cinco segundos más tarde, así fue de nuevo. Kairoh saltó hacia Temperantia con las fauces abiertas, y ella saltó para adaptar su cuerpo en el aire a una forma en la que pudiera esquivar el mordisco y patearla en el estómago para debilitarla. La Quimera por poco le agarra el brazo a Temperantia, pero ella fue lo suficientemente hábil como para moverlo a tiempo y contraatacar con el otro, golpeando al lince en el cuello, desequilibrándole, y haciéndole caer al suelo.

Era la segunda vez que podía hacer aquello, y en total, en todo lo que iba de lucha, Temperantia apenas había tocado a Kairoh tres veces.

—No negaré que la china pelea con ganas —comentó Roy mientras se llevaba las manos a la boca para calentárselas.

—¡Temperantia ganará! —respondió Elliot orgulloso.

Roy sonrió con condescendencia.

—Sí, claro —dijo con ironía.

Kairoh cayó sobre sus cuatro patas a pesar de haber perdido el equilibrio. Ella también quería ganar por su maestro, y al igual que Temperantia, estaba decidida a no perder. Tras un intercambio abrupto de saltos, patadas, golpes, mordiscos y rasguños, uno en el que tanto la monja como el lince quedaron desgastados, la Quimera reactivó una vez más su capacidad para generar rayos y se preparó para un golpe fatal.

Temperantia tenía el quimono roto y desgastado. Los encuentros cuerpo a cuerpo eran su única forma de herir a la Quimera, pero en esas condiciones y contra un bestia felina, siempre salía lastimada de alguna manera. Cuando se revisó notó que el dolor lacerante sobre su piel no había sido imaginación. La mayor parte de sus brazos estaban rasgados en largas y abiertas filas de sangre causadas por las garras de la Quimera.

—¡Temperantia! —gritó Elliot preocupado—. ¡¿Estás bien?!

Ella no se sentía en condiciones de mentir, así que en vez de contestar, volteó a ver al chico sin decirle nada con la esperanza de que su mirada fuera suficiente respuesta. La batalla aun no había acabado. Ya no podía tratarse más de un asunto de ventajas o desventajas; de estadísticas o condiciones. Elliot necesitaba que ella ganara, así que ella tenía que ganar...

Cuando la Quimera dio otro salto, uno recargado de electricidad estática recorriéndole por todo el cuerpo con la obvia intención de repetir la última táctica, Temperantia enfiló sus brazos de tal manera que le fueran más aerodinámicos en complemento de su cuerpo y pegó uno, dos, tres pequeños brincos hacia adelante con sus pies descalzos para impulsarse. En el aire su cuerpo empezó a girar; sus brazos ahora apuntaban hacia adelante como una flecha. Sus ojos estaban encendidos como nunca... Estaba dando todo de sí, transformándose a sí misma, a sus puños y su cabeza, su cuerpo entero, en una lanza propulsada en su propio tornado horizontal...

Cuando Quimera y espíritu se toparon en el aire, una marejada de golpes de karate continuaron a la carga inicial; Kairoh estaba desequilibrada en el aire ante la rapidez, violencia e impacto de los golpes, especialmente el primero, pero Temperantia también estaba aguantando una cantidad de estática insoportable, debilitándola a cada instante que pasaba.

Golpe, rasguño, mordida y patada. Sangre, mucha sangre comenzó a salpicar la nieve. Temperantia, ya desgastada, terminó su ataque impulsándose lejos de Kairoh entre un empujón con sus pies y otra ventisca convocada hacia adelante, a la vez que Kairoh era echada para atrás y estiraba sus garras lo más que podía para desgarrar las rodillas de la luchadora. Cuando el movimiento hubo concluido, Temperantia estaba segura de haberle hecho mucho daño a la Quimera...

Lo suficiente, quizás, para dar por terminada la masacre, pero cuando levantó su mirada tras caer de rodillas, notó que la Quimera, si bien había empezado a escupir sangre gravemente, todavía seguía de pie, con sus ojos brillando sanguinariamente en la mirada, y gruñendo y acumulando un ataque de electricidad en su hocico; otro salto, otro encuentro, otro momento intenso de combate, lucha, dolor.

La batalla se había vuelto cruel.

—Esto acabará pronto —comentó Roy con mirada seria.

Elliot volteó a verlo preocupado para inmediatamente mirar a Temperantia, en la distancia, y gritarle lo único que sentía en ese momento...

—¡TEMPERANTIA! ¡NO TE PONGAS EN PELIGRO! ¡POR FAVOR!

Kairoh volvió a saltar. Temperantia brincó en el aire y esquivó el ataque afortunadamente, pero al caer, la herida de sus muslos le causó un dolor terrible que la inmovilizó por un par de segundos. Cosa que la Quimera no desaprovechó. Inmediatamente puso sus patas en el suelo, volvió hacia la Templanza que yacía adolorida en medio de la nieve.

Esta vez, Temperantia no pudo esquivar el relámpago... El espíritu trastabilló, y cuando la Quimera embistió por segunda vez consecutiva contra ella, clavó sus garras profundamente en la piel del espíritu, esta vez en la espalda, haciendo que gritara...

—¡¡TEMPERANTIA, NO!! —gritó Elliot con pavor—. ¡YA, PARA, YAAAAA!

Kairoh estaba subida sobre Temperantia, sujetándola fuertemente contra el suelo húmedo y lodoso, con los dientes desnudos, y con el hocico muy cerca de su rostro. Temperantia sólo podía jadear por el cansancio, mientras sus ojos se apagaban lentamente... De pronto, entre los cuernos de Kairoh, la electricidad comenzó a bailar una vez más.

—¡NOOOOO! ¡¡YAAA!! ¡¡PARA!! —gritó Elliot.

Cuando la Quimera estuvo a punto de arrancarle el rostro a Temperantia, Elliot gritó con todas sus fuerzas....

─ ∞ ─

—¡¡ME RINDOOO!!

La Quimera se detuvo. Fijó sus ojos felinos en Elliot, y el chico vio que en ellos no había clemencia alguna.

—Basta, por... por favor —decía Elliot entre sollozos desesperados con la esperanza de hacerla detenerse—. Me rindo. Yo... ¡¡ME RINDO!! ...pero, por favor, ¡ya no le hagas más daño a Temperantia!

Todo dentro de aquellos ojos salvajes era de un intenso color naranja que no dejaba cabida a nada que no fuera la masacre. Kairoh le gruñó salvaje mientras la electricidad a su alrededor se volvía más errática. Estaba a punto de retomar su ataque, cuando Roy habló.

—Suficiente, Kairoh, déjala ir —dijo el cazarrecompensas—. El muchacho ya entendió...

Eso fue todo lo que la Quimera necesitó escuchar para salir del modo salvaje en el que estaba y transformar su apariencia en la de un animal sereno otra vez. De un brincó se bajó del cuerpo de Temperantia y se alejó trotando hasta llegar junto a su dueño quien le acarició la cabeza con afecto.

—Esa es mi chica —dijo Roy complacido.

Tras un vistazo a Elliot, volvió a hablar:

—Tal parece que he sido el ganador después de todo...

Elliot no lo miraba. Sus ojos estaban clavados en el suelo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas como cataratas. Sus manos eran puños rojos de pura frustración. Temperantia se estaba removiendo dolorosamente en la nieve, mientras sus ojos buscaban mentalmente una respuesta a lo que acaba de pasar. «Perdí... Perdí... Perdí...», pensaba, y eso no era lo grave en su corazón, sino lo que pasaría ahora con...

—No te pongas así, no seas un mal perdedor y felicítame, anda —dijo Roy burlón mientras miraba a Elliot fijamente a los ojos—. Qué le vamos a hacer, ¿ah? Así es la vida de caprichosa, y será mejor que lo entiendas de una vez por todas

Entre seriedad y algo que parecía empatía de alguna extraña manera, Roy sacó un cigarrillo del interior de la chaqueta y lo encendió entre sus labios con el encendedor. En ningún momento le quitaba a Elliot los ojos de encima.

—Te voy a dar un minuto para que te despidas de tus amigos. Después me iré con ellos...

Tras aquello, un suspiro brotó de sus labios junto al humo del cigarrillo.

—No te sientas triste —dijo—. Por lo menos tuviste cinco minutos de aventura. Ahora puedes regresar a vivir la vida normal de un chico de tu edad sabiendo que viviste algo increíble. Espero que hayas aprendido que todo lo bueno siempre tiene su final. Terminarás el colegio, irás a la universidad, conocerás a una chica y formarás una familia... En pocas palabras: vivirás. Todo en vez de lanzarte por un acantilado sin paracaídas y perderlo todo sólo por un arrebato de adolescente.

El humo salía de entre sus labios mientras veía cómo Elliot reaccionaba de nuevo y se apresuraba a socorrer a Temperantia, quien a duras penas se podía mantener en pie.

—¡Elliot, yo...! —quería decir, pero él no la dejo terminar de hablar.

Con un abrazo fuerte como ninguno Elliot interrumpió sus palabras. Había enterrado su rostro en el kimono sucio y rasgado del espíritu para llorar desconsoladamente.

—¡Per... perdón...! ¡Perdóname, Tempe... Temperantia! ¡TODO FUE MI CULPA! ¡LO SIENTO! ¡Yo... yo lo siento... lo siento mucho...! ¡LO SIENTO MUCHO!

Entre hipos y sollozos, sus manos se aferraban con fuerza a la espalda herida de Temperantia. Quería acariciarla y curarle todas las heridas, que estuviera bien... De pronto Elliot cayó en cuenta que por querer a otra más de las cartas, se había cegado a su propia tarea de cuidar a sus amigos, y había obligado a Temperantia a participar en un combate injusto y doloroso. La culpa no cabía en su corazón, y lo único que quería hacer ahora era buscar la forma de hacérselo saber, y cuidarla por siempre... sin más errores.

Ella estaba consternada. Seguía sin saber qué hacer o cómo reaccionar a causa de su derrota. Lentamente le devolvió el abrazo a su amigo y apoyó su cabeza contra la de él.

—¡Perdón... perdón... perdón...!

Él seguía musitando aquellas palabras entre lágrimas. Ella sólo pudo acariciarle el cabello, mientras que movía lentamente sus ojos hacia los demás espíritus y, una vez más, tal como le había pasado en Sentinel del Norte pero muchísimo más fuerte, sentía que debía obedecer el llamado de su corazón. Durante casi veinte segundos, se dedicó a secar las lágrimas de Elliot y acariciarle el cabello con sus manos heridas y ensangrentadas...

—No tienes nada por lo que disculparte —dijo ella mientras le besaba la coronilla y lo hacía levantar el rostro para verlo a la cara.

Cuando sus ojos se encontraron, Elliot vio a Temperantia sonreírle de manera auténtica una vez más. Sus ojos brillaban entre acuosos y mágicos. Aquello le arrancó un grito desesperado entre dolor y culpa al chico.

Ahora escúchame bien, Elliot —escuchó que la mujer le decía mentalmente—, cuando te diga que corras, vas a tener que tomar la mayor cantidad de cartas que puedas y largarte de aquí, ¿me entendiste?

No, Temperantia, yo no —Elliot intentó protestar entre espasmos lastimeros, pero ella lo interrumpió y le hizo guardar silencio.

—No tenemos tiempo para esto, Elliot, lo siento. Ahora es momento de que te vayas, de que huyas... ¿Está todo listo, Rider? —preguntó mientras sus ojos se encendían y la magia se acumulaba a su alrededor.

—Listo —contestó Raeda con seriedad.

—¿Astra? —preguntó Temperantia, retomando el rol de estratega que siempre había asumido cuando Elliot necesitaba protección.

—Lista para cuando tú lo ordenes —contestó enseguida la mujer albina mientras sus ojos también se encendían.

En algún momento los espíritus parecían haberse puesto de acuerdo entre ellos y armado un plan para tratar de salvar la situación. Todo estaba pasando muy rápido.

Cierra los ojos, Elliot, y cuando me escuches gritar, toma la mayor cantidad de cartas que puedas contigo y vete. No importa quien se quede atrás, sólo vete.

—Pero...

—Se terminó el tiempo, Elliot, ya es hora —dijo Roy mientras caminaba hasta ellos.

Pero, apenas notó que todos los espíritus tenían sus ojos encendidos, se puso de inmediato en guardia.

—¡CARAJO, KAIROH! —gritó.

La Quimera saltó al frente para atacar con todo lo que tenía, pero no fue lo suficientemente rápida.

¡AHORA, ASTRA! ¡AHORA! —gritó Temperantia con todas sus fuerzas.

Elliot cerró los ojos antes de que una luz intensa, blanca y cegadora, estallara en medio del desierto gélido. Al instante Temperantia creó un tifón salvaje con la última gota de magia que le quedaba mientras ponía en marcha la única estrategia que su mente había visto ganadora en el combate. Todo a la vez que lanzaba a Roy y a su Quimera al suelo y hacía que las cartas que Elliot había dejado sobre la mesa improvisada salieran volando por los aires.

—¡ELLIOT, CORRE! —gritó Temperantia.

Elliot abrió los ojos a tiempo para ver cómo una lluvia de cartas del tarot caía al suelo envueltas por el viento. Tan rápido como pudo estiró sus manos para atrapar la mayor cantidad de cartas mientras estas aún estaban en el aire...

Una...

...Dos

Esa se escapó...

...Tres

Cuatro...

Otra que se le fue...

Cinco...

—¡Vámonos, mocoso, cruza la puerta! —lo apuró Raeda con una puerta abierta justo detrás que daba a los terrenos del castillo.

Pero Elliot, todavía resistiéndose a huir sin sus espíritus, vio la carta de Paerbeatus tirada en el suelo frente a él y sin dudarlo se abalanzó sobre esta con su cuerpo entero. El choque contra la tierra le dolió, pero rápidamente gateó hasta donde estaba la carta y la tomó con sus manos. Apenas a medio metro también estaban las cartas de Temperantia y Astra, y dispuesto a cogerlas, extendió sus manos, pero entonces un disparo atravesó el suelo entre la distancia que hacían sus dedos y las cartas. Elliot quitó la mano con reflejos de soldado y levantó la mirada asustado para encontrarse con un Roy enfurecido que le apuntaba mientras Temperantia, Astra y los otros espíritus, peleaban contra su Quimera... Todos menos Pythonissa, quién veía todo sin inmutarse a una cómoda distancia.

—¡No te muevas, Elliot! ¡Maldita sea! —le gritó Roy—. ¡No me hagas dispararte!

—¡Vámonos de aquí, mocoso de mierda! —gritaba Raeda mientras arrastraba a Elliot por uno de sus pies y éste se levantaba a tropezones para salir corriendo hasta la puerta que ya estaba abierta.

—¡No sin ellas, no... NOOOO! —gritaba Elliot furioso y resistiéndose. Raeda, a pesar de su tamaño, tenía mucha más fuerza de la que parecía, pero arrastrar a Elliot lo estaba cansando cada vez más.

—¡No lo hagas, Elliot, NO...! —gritó Roy con furia—. ¡AGH, MALDITA SEA!

Tres disparos sonaron. Tres balas que impactaron a Raeda, quien aguantaba valerosamente el dolor para seguir cargando con Elliot hasta la puerta. Elliot se cubrió la cabeza y se lanzó a través de la puerta apenas llegaron; esta se cerró apenas él hubo cruzado el umbral. Lo último que escuchó fue el grito de frustración de Roy y otra catajarra de maldiciones soltada al aire.

Había logrado escapar a duras penas. «Como un cobarde y con el rabo entre las patas», resonaba en la cabeza del chico con la voz del mercenario.

Sobre su pecho reposaban solo las cartas de Paerbeatus, Raeda, Iudicium, Senex, Amantium e Imperatrix. Astra, Temperantia, Domus Dei, Adfigi Cruci, Mors y Pythonissa había queado atrás en el torbellino de viento y nieve, y ya para este momento estarían en las manos de Judas Roy.

Elliot estaba respirando profundo, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Sin embargo, treinta segundos fueron demasiado. En realidad no pasaron ni diez cuando Elliot quebró en un llanto desesperado por los amigos que había dejado atrás...

Mientras tanto, la noche de Fougères también lo recibía con lágrimas; mismas que se convirtieron en una lluvia torrencial que no paró hasta el amanecer.

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