Capítulo 51: Love is a doing word

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A las dos y cuarenta minutos de la madrugada del sábado catorce de diciembre, Fougères estaba completamente en silencio. La ciudad dormía a la vez que lo hacían también el meandro y las piedras suavizadas con la humedad durante el transcurso de los años; incluso casi todas las sombras bajo el cobijo de la luna dormían con soltura y a sus anchas.

Había una sola de ellas que no lo hacía... Una que era tan negra y oscura como la noche misma. Y aun así, no era una sombra cualquiera. Su figura, en realidad, parecía una efigie de la perfección, y más que sólo ser una presencia nocturna, parecía una escultura grecorromana revivida y carente de cualquier emoción...

Sus ojos negros no dejaban de observar desde la penumbra del mobiliario la puerta del apartamento. El olor era insoportable. Cada vez que respiraba, la nariz se le llenaba con su perfume, y eso la molestaba.

A las dos y cuarenta y cinco minutos exactamente, cuando las llaves sonaron al otro lado del umbral, ella supo que había llegado el momento. Sus músculos estaban firmes, tensos, preparados. Meses de investigación por fin habían dado resultado. Ya no importaba que el director desestimara las pruebas ni las razones por las que lo hacía: para la efigie, al descubrir a aquel que estaba detrás de todo, la cosa se había vuelto personal...

La fachada de complacencia y lealtad había sido desenmascarada.

«Todas las vías llevan a Roma», pensó, a la vez que dignificaba su lealtad, una verdadera, en el sonido que hacen los nudillos al ser tronados y destensados.

—Sí, los chicos ya están listos —dijo el traidor mientras abría la puerta—. Mañana partirán. Sí... Aprovecharé el tiempo libre para preparar la vía de extracción.

La voz de Gil Tate sonaba por toda la estancia. Elizabeth tensó su mandíbula. El restaurador cerró la puerta y dejó las llaves en un pequeño platillo de cerámica que había en la entrada. El sonido del tintineo acompañó sus pasos mientras caminaba hasta la cocina.

—No, no. Mi modulador dio órdenes específicas para que la extracción se realice lo más discretamente posible. Cualquier paso en falso hará que nos geolocalicen los satélites de vigilancia de la región...

La persona al otro lado de la línea discrepaba pacientemente con el joven mientras él encendía una hornilla de la cocina, colocaba una pequeña olla de acero inoxidable con agua, y la dejaba hervir con la cajita de té no muy lejos en la encimera.

De pronto, un movimiento captado por el rabillo del ojo robó su atención y lo colocó sobre aviso.

—Te llamo en cinco —dijo—. Si no sabes nada de mí... Ya sabes qué hacer.

Cuando Tate usó su teléfono para iluminar el resto de la sala, ahí donde las luces estaban apagadas y la escasa iluminación se acortaba por las medias paredes y los muebles, se encontró con la efigie amenazadora de Elizabeth Grimm de pie, mirándolo fijamente.

—Así que eras el traidor. Era verdad. No quería creerlo, pero sí eras tú.

Gil tenía todos sus sentidos alerta y la piel de gallina. La forma en la que Grimm lo veía era siniestra y atemorizante.

—Grimm —balbuceó él incapaz de darle crédito a sus ojos—. Qué... Qué haces aquí...

—Eres un asqueroso conspirador, ¿no es así? —respondió ella sin siquiera inmutarse.

Iba dando lentamente sus primeros pasos en dirección a Tate.

Viéndose descubierto y sin ninguna escapatoria, el conspirador echó mano de toda su frialdad y entrenamiento y se preparó para la inminente tormenta que se le venía encima. Sin más espera, tomó la olla de agua hirviendo y la arrojó contra Elizabeth para hacer tiempo y prepararse para luchar. Grimm, anticipándolo, esquivó el agua cubriéndose con una de las medias paredes del apartamento. Acto seguido salió de su cobertura y lo embistió brincando por encima de la mesa de vidrio.

Tan pronto como cayó al otro lado le lanzó una patada. Él fue capaz de esquivarla antes de chocar contra el tope de granito de la cocina. Ella volvió a arremeter contra él; esta vez el chico tuvo que desviar los golpes, que parecían dos bolas demoledoras, cubriéndose con sus brazos. En un instante que vio la oportunidad, le golpeó la nariz a Elizabeth con el empeine de su mano para hacerla retroceder y poder recuperar tiempo una vez más.

Ella dio tres pasos atrás mientras se cubría la cara y la sangre comenzaba a brotarle de los agujeros nasales.

—Deberíamos calmarnos, ¿no te parece? —decía Tate tratando de ganar más tiempo—. Lo siento, pero como vi que no te estabas conteniendo yo tampoco podía hacerlo... No es personal.

Elizabeth Grimm bufó al escuchar aquellas palabras, se limpió la nariz, y escupió un poco de sangre que había caído en sus labios sobre el suelo blanco.

—¡Cómo carajos te atreves a decir que no es nada personal cuando eres una maldita rata, Gil! —le escupió ella—. Eres una maldita marioneta de los Conspiradores. Pensé que te conocía, que eras mi amigo... Pero tú sólo estuviste engañándome a mí y a O.R.U.S. todo este tiempo...

—Lo dice la títere de Rousseau, de Monroe, de Krieger... ¡De todos ellos! Vamos, Lizzie... Abre tus ojos.

—¡NO ME LLAMES ASÍ! —bramó Elizabeth iracunda—. ¡No tienes derecho! ¡NO TIENES NINGÚN MALDITO DERECHO DE LLAMARME ASÍ!

Y con el grito aun entre los labios, Grimm embistió de nuevo contra Tate; contra aquel que había sido el único amigo que alguna vez había tenido, o que creyó haber tenido. Los ojos le ardían con fuerza, como si ceniza caliente le hubiera entrado en ellos y, en medio de la pelea, de los golpes y de la ira, ella volvía a tener diez años y a estar junto a su padre Wolfgang en la granja familiar.

«Los fuertes siempre se comen a los más débiles, Lizzie», decía Wolfgang. «Si te permites ser débil, alguien vendrá y te comerá a ti, y por eso debes estar preparada. Jamás lo permitas...».

Tantas veces que había escuchado aquellas palabras para finalmente desobedecerlas.

Para Lizzie, ya era demasiado tarde. Había confiado y había sido traicionada. La única vez que había abierto su corazón, y aun así, no fue distinto a entregarlo en bandeja de plata para ser arrojado sin piedad a la licuadora y ser encendido a máxima potencia...

«Lizzie, ¿quieres jugo de tomate?».

—¡Tú no entiendes nada, Gil! —gruñó Elizabeth con tanta furia que ni siquiera se desconcentró de la arremetida; fue más como un reflejo involuntario.

En aquel momento su mente era un revoltijo de emociones, pero de todas las que la invadían las más fuertes eran el odio y la ira. Quería hacerle daño a Tate, hacerle entender, pero también quería hacerlo pagar por haberla hecho sufrir de aquella manera... Por haberla traicionado, por haber tomado su corazón para hacer papilla triturada con él.

El escándalo era muy alto.

Apenas pasaron dos minutos del enfrentamiento cuando alguien ya estaba tocando en la puerta y reclamando con angustia.

« Si vous n'ouvres pas la porte, j'appelle la police !», decía el vecino alterado mientras tocaba cada vez más y más fuerte la puerta del apartamento.

—¡Tú no entiendes! —gritó ella.

—¡No hay nada qué entender, Grimm! —respondió Tate mientras se defendía.

El chico era fuerte y ágil, pero ella era más rápida y bastante más fuerte cuando luchaba sin contención. A medida que su ira aumentaba, su sexto sentido también se hacía más agudo. Los ojos le ardían como nunca, pero, aun así, por primera vez, era capaz de ver de verdad. Era incluso capaz de ver un poco más allá, y usando eso a su favor, le asestó dos golpes con mucha fuerza en las costillas al chico, quien automáticamente retrocedió adolorido.

«Concéntrate... concéntrate sólo en respirar... Elizabeth...», escuchaba ella en su cabeza con la voz del profesor Rousseau, tal como si estuvieran en una de las prácticas. «Cuenta del uno al siete y siente cómo la energía nace desde la planta de tus pies hasta pasar por tus genitales, siente cómo se desborda por detrás tu cabeza y por el extremo de tus dedos...».

Y era extraño, porque justo esos lugares que Rousseau mencionaba como parte de los entrenamientos eran los que más excitados y sensibles estaban en ese momento. Y también, de pronto, la voz de su tutor en su cabeza comenzó a oler también, y el aroma se parecía un poco al de Tate...

Todo en Grimm era confusión e ira. Su cuerpo entero se había transformado en una amalgama de nervios comprimidos que luchaban por descomprimirse. Desde su sien hasta sus pies, cada parte de ella quería llorar y estallar de la ira. Ya poseída totalmente por la rabia y el deseo de venganza, Lizzie se lanzó sobre Tate, quien todavía no había podido recuperarse del último golpe.

Golpe tras golpe, el chico caía cada vez más preso de un dolor terrible, pero lo peor no era el dolor físico, sino la pena que le producía el saber que ya no había escapatoria a lo que le esperaba; que había fallado. Tan sólo esperaba que su error no fuera suficiente para perjudicar la causa de aquellos a los que quería proteger. En eso pensó mientras los puños cerrados de Elizabeth seguían lloviendo sobre su rostro.

Cuando ya Tate casi ni podía respirar, Elizabeth retrocedió hasta la ventana y arrancó la gruesa cuerda dorada que la sujetaba en su sitio. Con ella en la mano, se regresó hasta donde aguardaba él rendido y de rodillas.

—Tú no entiendes... Tú no entiendes... Tú no entiendes...

Repetía ella como una autómata mientras sus ojos brillaban carentes de vida. Tate no pudo contenerse y se rió con la boca llena de sangre y varios dientes menos. Por un instante sus miradas se encontraron: verde soñador contra negro vacío.

—Parece que volverás a ganar, ¿no, Lizzie? —dijo Tate entre tosidas y estertores de dolor.

Ella lo miró con un rostro frío y apagado, sin emociones.

—Tú no entiendes la misión de O.R.U.S. —contestó.

Tan pronto como aquellas palabras salieron de sus labios, se ubicó a espaldas del chico y apretó su cuello desnudo con la soga que tenía entre sus manos.

El chico automáticamente intentó llevar sus dedos hasta el cuello, pero los tenía tan llenos de sangre e inflamados por la pelea que su torpeza no era rival para la firmeza de las manos de la chica. Él forcejeó, pero con cada movimiento de resistencia Elizabeth tenía un mejor acceso a su cuello y su agarre ganaba en firmeza.

Tate buscaba las manos de Elizabeth y trataba de aferrarse a ellas para detenerla, pero todo era inútil. En aquel momento Grimm no era humana; era una pitón, y Gil Tate era la presa atrapada entres sus fauces. Su efigie había trascendido a una letal, y tan pronto como Tate fue poco a poco dejando de luchar, la pequeña Lizzie se había graduado no sólo de Inmaculada con honores... sino también de asesina a sangre fría.

Aun así, no lo soltó. Ya la vida había abandonado el cuerpo del chico, pero ella siguió estrangulándolo por varios minutos más con violencia, mientras, sin poder evitarlo, más lágrimas salían de sus ojos y el llanto comenzaba a inundarle el pecho y la garganta. De pronto lo vio a su lado; el cuerpo de su difunto amigo, y algo en ella terminó de quebrarse.

El cansancio la inundó; la adrenalina desapareció. Elizabeth entendió que la pelea había terminado y que no se había tratado de un entrenamiento ni de un simulacro; ya no habría segundo round, ni revancha, ni un próximo miércoles por la tarde en el gimnasio del Fort Ministèrielle...

Lo había asesinado.

Las lágrimas que antes descendieron con delicadeza y tranquilidad por sus mejillas ahora caían a cántaros. Gritó desesperadamente mientras le suplicaba a su viejo amigo que despertara, pero eso era algo que él ya no podía hacer...

«...desde la planta de tus pies-es hasta pasar por tus genitales, siente cómo se desborda por detrás tu cabeza y por el extremo de tus... dedos...»

La voz de Rousseau continuaba inundado su mente.

«Amor, amor aderezado con odio... amor y odio hacia la carne... ¿Qué dices, Gil? ¿Acaso no te parece una buena idea?»

Los ojos muertos del chico, abiertos, la miraban con una furia recién poseída desde el suelo, a la vez que la sangre seguía brotando de cada una de las heridas que ella le había hecho con sus puños. Los nudillos le dolían. La pelea había terminado, y ya no habría práctica el próximo miércoles...

—Soy... ¿un monstruo? —preguntó en voz alta como si estuviera leyéndole la mente al occiso.

«Grimm... concéntrate... concéntrate...», su mente luchó.

«¡Hey, Lizzie! ¿No te provoca un poco de carne?», decía su padre en su cabeza, y era como si tuviera otra vez cinco años. «Algo como un buen trozo de carn...»

El sabor del brócoli, de la soya, de las algas; cada uno de esos sabores inundaba sus labios, su lengua, su garganta. Se sentía rara. Ella siempre había sido optimista de alguna manera, a pesar de que el mundo fuera una mierda; y siempre había sido responsable también, siempre había cumplido con todas sus tareas, con lo que esperaban de ella. Amaba a su familia y siempre había sido muy unida con Violet, y también con papá, y nunca había dejado de ser el sustento de su casa, de su apellido, de su país, del mundo en el que vivía...

Y aun así, ahí estaba él, Tate, muerto a su lado, pero también estaba papá, y también estaba Rousseau, y también estaba Monroe... Todos los que de alguna forma había estado dentro de ella, la habían amado, la habían moldeado para ser todo lo que era. Hogar, una familia, amor, esperanza... Energía dulce, amarga; energía agridulce, cálida, intensa: casa, hogar, familia... Los Grimm. Sí, ahí estaba él, y era como si la observara y caminara hasta colocarse a su lado para luego agacharse a su lado y acariciarle las mejillas, y limpiar sus lágrimas: Él, que sólo quería lo mejor para ella...

Porque todo, TODO, siempre había sido O.R.U.S...

(OPTIMISMO – RESPONSABILIDAD – UNIÓN – SUSTENTO)

Palabras que Tate NUNCA había entendido, y como NUNCA LO HIZO, estaba muerto.

Por eso lo había matado.

Porque no puede haber un mundo sin esas cuatro palabras que le dan sentido a todo; que hacen que las familias sobrevivan y que el mal esté a raya; el mal de los que odian la civilización y todo lo que la historia y el progreso le han obsequiado a los seres humanos.

Porque odiar a O.R.U.S. es odiar al amor, y los que odian al amor merecen la muerte.

«Amor, amor aderezado con odio... amor y odio hacia la carne... ¿Qué dices, Gil? ¿Acaso no te parece una buena idea?»

Grimm luchaba contra los pensamientos...

Luchaba por mantener la claridad en su cabeza, a la vez que la sombra de su familiar, de su Familiar, aparecía como otra efigie obscura en el panorama, y era él, Virgulogastre, quien le advertía de aquello que Grimm no podía ver pero que ahora sí, de alguna manera, había despertado al menos un poco para abrir más los ojos y observar la verdadera cara del mundo. Por eso el ardor; por eso el globo ocular estaba rojo y le sangraba, por la presión de observar la verdad del mundo en un solo estallido sin misericordia.

Apenas a unos pasos, Tate estaba muerto pero también estaba vivo de alguna manera, y la sangre, su sangre ya oscurecida, brotaba hacia atrás, y de ella, algo que no podía ver nacía. Algo en el cuerpo de Tate que le causaba un pavor inmenso a Elizabeth Grimm...

«Los monstruos existen, Elizabeth...». Y ella lo sabía; era algo que sabía bien.

«¿Soy un monstruo?», volvió a preguntarse con pavor.

El olor de la carne, el color rojo, la habitación oscura...

«NO TE QUIEBRES, MIERDA, NO TE QU»

De pronto, las sirenas de la policía resonaron. La patrulla finalmente había llegado. Las luces rojas y azules se colaban hacia el interior del apartamento. Su mente se despejó en un parpadeo. Virgulogastre desapareció; Tate yacía muerto a su lado y su rostro ya no lucía iracundo. Había vuelto a tener la misma mirada desesperada con la que había fallecido.

Elizabeth gritó y lloró, gritó, se rio, volvió a gritar mientras se daba varias cachetadas con fuerza, cada vez más fuertes y violentas sobre sus propias mejillas, hasta que, finalmente, entró en razón para buscar un escape. Con un gesto de pavor sacó el teléfono de su pantalón deportivo.

—L-llamar a p-papp-pa —le dijo al aparato.

Como eran las tres y siete de la madrugada de un sábado, Wolfgang Grimm tardó en contestar, pero como el número sólo lo tenían sus familiares, Elizabeth sabía que su papá contestaría. Nunca había estado sola. Era muy afortunada...

—Aló —respondió él al otro lado.

—Pappa —musitó ella en su alemán natal, tratando de controlar su propia voz.

Estaba avergonzada de que se le hubiera quebrado al final.

—Lizzie, ¿estás bien...? ¿Pasó algo? —preguntó el hombre con calma, pero a la vez extrañado de la llamada de su hija a aquellas horas.

—Pappa... Ich... Ich!

«Ich liebe dich?»

—Maté a alguien...

Wolfgang sostuvo el aliento. Hubo tres segundos de silencio antes de que alguien volviera a hablar.

—¿Lo hiciste? —preguntó él mientras se sentaba en su cama.

—Ja, pappa... lo hice... lo hice.

Los oficiales ya habían llegado al tercer piso del edificio. Estaban a punto de entrar al apartamento.

Wolfgang meditó sus movimientos. No le tomó mucho tiempo para contestar:

—No te preocupes, cariño —dijo con ternura de alguna manera—. Yo me haré cargo de todo. Ich liebe dich.

Apenas colgó, inició la ronda de llamadas telefónicas para cobrar favores. Efectivamente, Elizabeth Grimm no tenía nada de qué preocuparse. Era una joven muy afortunada...

Al igual que cualquiera que formara parte del conglomerado de optimismo, responsabilidad, unión y sustento que lo gobierna todo desde las sombras.

─ ∞ ─

Elliot se sorprendió bastante cuando vio a Delmy en el autobús junto a los miembros de la Sección Apollinaire y Leclère, pero tras la explicación, se sintió bastante contento. Gracias a una autorización de la señorita Ever, Saki y Delmy habían podido intercambiar sus puestos de viaje, una por Singapur y la otra por New Orleans. (A pesar de que aquello significara dejar tirada a Lamia por parte de Saki).

—Tal parece que al final Saki se salió con la suya —comentó Pierre al escuchar el cuento.

—¡Será maravilloso tenerte con nosotros en América junto a Levy y Felipe, Delmy! —exclamó Madeleine eufórica.

Estaba muy contenta de ver que todo el grupo estaba completo, y también, por supuesto, de ver que Elliot se veía bastante mejor aquella mañana. Él había llegado a tiempo para entregarle sus papeles al viejo Rousseau, y por eso había viajado junto a sus amigos.

—Gracias por venir con nosotros, Elliot —añadió Mady sonriente mientras lo veía fijamente y Elliot tenía que esquivarle la mirada—. Jamás habría sido lo mismo sin ti...

Colombus seguía muy molesto. Todos lo habían notado y aunque nadie entendía por qué nadie había dicho nada para no empeorar la situación. Berenice también seguía molesta con Elliot después de lo ocurrido en la biblioteca; además de que pensaba que el chico simplemente la había manipulado al no buscarla durante la semana para disculparse. Lo cierto es que no había pasado una noche en la que Elliot no pensara en ella... Pero la situación con los espíritus era demasiado complicada y le tenía la cabeza completamente alejada de su cotidianidad.

—¿Tienes la tarjeta que te mandé? —preguntó la tía Gemma, horas más tarde, a través de la pantalla del teléfono mientras Elliot caminaba; iba junto al grupo de Apollinaires por el aeropuerto rumbo a su sala de embarque.

Elliot asintió mientras sonreía divertido.

Su tía Gemma siempre se preocupaba de más, pero como esta vez el viaje de fin de año sería hasta los Estados Unidos, el chico supuso que era entendible. Además, seguía muy alterada por la noticia del avión desaparecido en el océano atlántico apenas unos días atrás. Específicamente el viernes pasado.

Los demás estudiantes también habían comentado cosas al respecto durante el viaje en autobús hasta Rennes. Colombus había celebrado que no les hubiera tocado viajar, al igual que las víctimas del suceso, en viernes trece.

—El profesor Rousseau me la entregó esta mañana antes de salir del castillo, tía Gemma. No te preocupes —contestó Elliot.

—¡Ay, Elliot Augustus, puede que a Massimo ya se le haya olvidado tu escapada, pero a mí no! Por favor, cariño, cuídate mucho —le pidió la mujer con apremio.

—Todo va a estar bien, tía Gemma, prometo no hacer nada que no esté en el cronograma del Instituto. Te lo prometo —dijo Elliot con calma—. Y si todavía no confías en mí, confía en la titán Gertrude...

—Cariño, ¿de qué hablas? ¡Si esa mujer es un amor! Aunque, bueno, la verdad es que sí impone un poco de respeto... ¡Pero no seas grosero, Elliot, no le digas así! —lo reprendió.

—Va bene, perdón, tía.

—¡Ay, te pareces tanto a tu madre cuando haces esas muecas, Elliot Arcana! —dijo Gemma soltando un suspiro—. En fin, esa tarjeta de crédito no es como la que te había dado tu papá, es algo temporal, y sólo te la estoy dando por dos razones: la primera es por si se presenta alguna emergencia, y la segunda es... para que me traigas algo de New Orleans. ¡Pero no vayas a perder la cabeza! Sólo tienes setecientos dólares de limite. Tú también cómprate algo lindo si te llama la atención.

—No creo que vaya a poder conseguir nada adecuado con esa cantidad, pero haré mi mejor esfuerzo —bromeó Elliot.

—Nunca se te han dado bien los chistes, cariño, pero no te rindas, a lo mejor algún día lo logras —contestó ella picarona.

—Hablando de mi papá... ¿Has hablado con él?

—Sí, la última vez que hablamos fue cuando llegó tu último corte de notas después de los exámenes. Al final lo convencí y me prometió que este año pasaría las fiestas con nosotros.

—Lo mismo dijo el año pasado —musitó Elliot arrugando los labios.

Al ver aquel gesto en el rostro de su sobrino la mujer se apresuró a continuar:

—La que sí me confirmó fue la Nonna, cariño. Dijo que estaba muy contenta y me hizo prometerle que no dejara de recogerla en el aeropuerto. Mis papás también ya confirmaron, así que no nos aburriremos esta temporada.

—¿La abuela Emma y el abuelo Ted también pasaran las navidades con nosotros? Eso es raro.

—Lo mismo pensé yo, pero tal parece que algo salió mal con la reservación del crucero y al final no van a poder salir del país para la fecha —comentó Gemma mientras arrugaba sin querer el puente de la nariz—. Así que la pasaran con nosotros. Por cierto, ya hablé con tu tutor, y entre los dos ya coordinamos para que una vez que vuelvas de New Orleans puedas tomar en París el vuelo hasta Londres. Todavía falta que yo redacte el permiso y lo firme, pero eso lo arreglo esta misma semana. Cuando ya esté todo listo te mando a tu teléfono el recibo del boleto digital.

La sombra de la Madame Gertrude apareció apenas a unos pasos de distancia.

—Guarde el teléfono, señor Arcana, y regrese con nosotros al mundo real —intervino acercándose a Elliot para entregarle el ticket de abordaje.

—Yo sólo...

—Sin peros, jovencito.

—Buenos días, Madame —saludó la Tía Gemma inocentemente desde el aparato.

Al escuchar que una representante la saludaba, Madame Gertrude se giró con el rostro más afable que Elliot le hubiera visto jamás.

—¡Señorita Power, Bonjour! ¡Qué alegría saludarla y ver que se encuentras usted tan radiante como siempre! —exclamó con natural candor.

—¡Muchas gracias, Madame! ¡Lo mismo digo de usted! ¡Se ve muy elegante el día de hoy!

—¡Ay gracias, querida, siempre tan amable!

Elliot veía la conversación con rostro de haber caído en una dimensión paralela.

—Sólo estaba chequeando unas cosas con mi sobrino antes del viaje —dijo la tía Gemma—. ¡Espero que no se moleste!

—¡Para nada, para nada! —dijo la Madame soltando una risita que hizo que inevitablemente todos los estudiantes se giraran a verla con verdadera incredulidad—. Es sólo que a veces hay que mantener a estos niños muy bien vigilados, ¡usted sabe cómo es!

—¡Sí, así es! ¡Estoy completamente de acuerdo con usted, Madame...! —y tras decir aquello le dedicó una mirada de suficiencia a Elliot quien carraspeó un poco antes de volver a hablar.

—Uhm... Ya me tengo que ir, tía, nos vemos en casa después del viaje.

—Cuídate, mucho cariño, ¡y disfruta del viaje!

Aquello fue lo último que Elliot escuchó antes de terminar la llamada. Tras guardar el teléfono y recibir los papeles por parte de Madame Gertrude, notó que casi más rápido que lo que aparecían los espíritus del tarot, el rostro ya le había cambiado para regresar a su misma cara de vigilancia y desagrado tan natural en ella.

—Lo estaré vigilando, señor Arcana —dijo la mujer mientras continuaba con su labor.

Tras la llamada, les tomó hora y media a los chicos abordar al avión. Por alguna razón, Delmy no quería despegarse de Elliot, quien aprovechaba la oportunidad para susurrarle cosas de magia cuando quedaban a solas:

—Tengo un fénix —le dijo emocionado justo al oído.

Ella lo miró perpleja. Rápidamente miró a todos lados antes de contestar, y cuando comprobó que nadie les estaba prestando atención, le dijo a Elliot casi en un susurro:

—¡Si me cambié de viaje fue por ti, garoto!

—¿Por mí? ¿Por qué? —contestó él.

—Toda esta última semana he estado teniendo un presentimiento extraño... Por eso le pedí a la señorita Ever que me cambiara de viaje, ¡y gracias a Dios pudimos hacerlo! Me voy a asegurar de que no te metas en ningún problema, Elliot Arcana —dijo con tono desafiante.

Ya habían llegado al asiento de Elliot. A él le tocaba la ventanilla. El asiento del lado ya estaba ocupado por Colombus, quien puso mala cara apenas lo vio llegar.

—Qué divertido —masculló por lo bajo.

—Colombus, yo —comenzó Elliot, pero el chico no lo dejó terminar de hablar.

—¿Alguien quiere cambiar de puesto conmigo? —preguntó su mejor amigo en voz alta.

Apenas unos pocos alumnos de último curso que estaban cerca le prestaron atención

—¿En serio? ¿Nadie?

—Creo que a mí me toca sentarme junto a...

Delmy revisaba el papel que Madame Gertrude le había dado, pero antes de que pudiera decir cualquiera otra cosa ya Colombus se le había quitado de la mano.

—Me sirve. Gracias, Delmy, te debo una.

Y sin decir más nada, el chico tomó su maleta de mano y se fue a buscar su nuevo asiento.

Delmy se giró a ver a Elliot con la pregunta muda en la mirada.

—Está molesto conmigo porque lo traté mal sin querer —dijo Elliot.

Aquello fue todo lo que Delmy necesitó escuchar. Los dos acomodaron sus cosas y se sentaron uno al lado del otro, listos para el viaje. Al final ella sólo dijo algo al respecto; lo hizo casi hablando consigo mismo, ensimismada...

—La armonía sólo causa problemas.

Elliot la escuchó, pero no contestó. No podía quitarle la razón, pero lo cierto es que tampoco estaba de acuerdo con ella. Mientras su mirada traspasaba la ventana, una sonrisa se iba pintando en sus labios.

Simplemente no podía estar de acuerdo con Delmy cuando aún tenía tan fresco en la mente el recuerdo de esa misma madrugada. La emoción era tanta que casi se sentía como si una vez más estuviera cruzando la puerta de Raeda para descubrir la sorpresa que le tenían preparada los espíritus...

─ ∞ ─

Era la penúltima puerta de la noche. La única que antecedía la que lo llevaría a casa... aquel extraño castillo conocido como Fort Ministèrielle. Elliot tenía una enorme sonrisa en su mirada. La nostalgia lo atacaba de vez en cuando, pero el presente era, ante la pura antesala de lo que se avistaba al otro lado, una imagen espectacular.

Era hora.

Un paso más allá, y había llegado...

La punta de la Torre Eiffel.

Un suspiro acompañó el recuerdo de la primera vez; esta era la segunda. Sería la última vista de Europa, de Francia, de casa, por lo que quedaba de año... Al menos hasta que le tocara regresar a Londres para fin de año. América aguardaba a un día de distancia.

La polluela fénix piaba desde sus manos. Elliot rio alegre y la acercó a su rostro para saludar.

—¿Cómo te llamaremos, ah? —preguntó en voz alta sin esperar una respuesta—.

Los espíritus acompañaban a Elliot, contagiados por la emoción.

—¿Te gusta la vista? —preguntó Iudicium.

—¿Qué hacemos aquí? —respondió Elliot incrédulo y eufórico.

Era una fría madrugada parisina. Elliot podía sentirlo en la brisa a su alrededor, aunque esta se sintiese misteriosamente lejana, como si no pudiera acercársele para calarle la piel.

La polluela hizo otro de sus ruiditos, y cuando Elliot bajó la mirada, vio que sus ojitos anaranjados lo veían con atención mientras sus plumas negras parecían enrojecidas por unas llamas invisibles.

«Así que eres tú quien esta manteniendo el frío a raya...» pensó Elliot, y tal como si la criatura le hubiera leído la mente, soltó varios piados y se arrebujó con ternura entre sus dedos buscando protección.

—Cuando estabas haciendo mi prueba tuve acceso a todos tus recuerdos, anciano —dijo Iudicium con voz solemne—. Ahí pude ver que este en particular lo atesorabas con mucho cariño... Este lugar en la punta de la torre Eiffel. La última vez te acompañaban otros espíritus, unos que sin duda alguna te querían mucho.

El recuerdo de Temperantia y Astra no se hizo esperar.

—Ahh, el dolor es parte de la vida y del crecimiento, chiquillo —dijo Senex sumándose a la conversación—. Puede que sea desagradable, pero es la pérdida lo que nos enseña lo que valen las cosas...

Imperatrix intervino apresuradamente con voz irritada y preocupada a la vez.

—Pff, ¡por el Creador! ¿Quieren levantarle el ánimo al chico o hacer que se lance de la torre?

—Alora, Elliot, carissimo —intervino Amantium—. Lo que estos dos quieren decirte es que nosotros sabemos que te sientes muy mal por lo que pasó en aquel lugar con el hombre tatuado y divinamente hermoso, pero bello, nada de eso fue tu culpa.

De pronto un fuerte resoplido interrumpió el momento hacinado que todos voltearan a ver a Paerbeatus quien acababa de soplarse la nariz en su pañuelo de flores.

—¡Lo siento, es sólo que estos momentos me emocionan mucho! —dijo entre sollozos—. No me prestes atención, Ami, sigue. ¡Sigue hablando con el cachorro!

—Yo sé que quizá nosotros no somos ellas —continuó el espíritu adolescente—, pero nosotros también te estamos muy agradecidos por todo lo que tú estás haciendo por nosotros, caro, y por eso estamos aquí...

Sus ojos se encendieron con una sutil llama morada; parecía más un gesto que cualquier otra cosa.

—En pocas palabras, no estás solo ni indefenso, niño, nosotros te guardamos las espaldas —dijo Imperatrix con orgullo.

—Nosotros también somos tus amigos, anciano —afirmó Iudicium.

—¡Sí, tú eres mi mejor amigo, cachorro! —sollozó Paerbeatus, y sin esperar a que nadie dijera nada, se le lanzó encima a Elliot para abrazarlo.

Uno a uno, todos los demás se fueron uniendo poco a poco al abrazo hasta que este se convirtió en uno grupal. Sólo faltaba uno de los espíritus por unirse...

—Psst, Rider —insistió Amantium al ver que el marinerito no se movía—. ¡Faltas tú, bambino! ¡Ven, ven!

Raeda se resistió, pero al final cedió un poco.

—Gastar mi penúltima gota de poder en esto... Qué mierda —protestó, pero, aun así, al final se unió también al abrazo.

—No estás sólo, cachorro... Nosotros estamos contigo —dijo Paerbeatus con tanto afecto que a Elliot le fue imposible no soltar unas lágrimas de alegría y nostalgia por sus nuevos amigos.

La polluela de fénix piaba melodiosamente, casi como un pajarito, mientras el calor de los espíritus se unía al que brotaba de sus llamas apenas perceptibles. Envuelto en tanta calidez, Elliot se dejó llevar por la emoción y las lágrimas siguieron brotando cada vez más alegres y vivas. Por los amigos que estaban allí con él, y por los que se habían quedado atrás en el camino...

Y en ese mismo instante, en silencio y para sí mismo, Elliot se prometió que costara lo que costara recuperaría todas las cartas que Roy le había quitado. Estaba determinado a lograrlo, y nada iba a detenerlo. Pasara lo que pasara, no iba a descansar hasta que todos los espíritus estuvieran otra vez reunidos... y pudieran ser libres.

─ ∞ ─

En el avión todo parecía estar en calma.

La temperatura era agradable. Las asistentes de cabina iban y venían a lo largo del pasillo atendiendo a los pasajeros que iban en el vuelo, siempre con una sonrisa en sus labios pintados de rojo, embutidas todas en sus trajes azules de falda y jersey.

Roy no pudo evitar recordar a Irene, y sus noches de olvido y pasión.

En ella el traje de azafata se veía muy bien, aunque el de su compañía era rojo borgoña, y de azul oscuro a rojo borgoña hay una gran diferencia. Aún podía sentir el perfume de su piel desnuda en la nariz, pero, a pesar de la calma que le aportaban sus recuerdos y la tranquilidad de la cabina dentro del avión, también era claro que algo no andaba bien.

Llevaban ya quince minutos en el aire, pero desde que el piloto había anunciado el despegue, Jude había sentido el impulso irrefrenable de detener el aparato para bajarse. Con discreción se llevó la mano al bolsillo interno de su chaqueta y se reconfortó al sentir el tacto del envoltorio especial en el que llevaba las cartas.

«Estás inquiero porque llevas todo encima, Roy, cálmate», se reprendió a sí mismo mientras una risa ligera salía de sus labios en medio de un suspiro. Le parecía increíble que después de todo lo que había visto y vivido durante su tiempo con los SAS, todavía tuviera la capacidad de alertarse de aquella manera.

—¿Puedo ofrecerle algo, señor? —preguntó uno de los dependientes con amabilidad.

Era uno de los pocos chicos que había dentro de la cuadrilla. La única diferencia entre su uniforme y el de las chicas es que este llevaba pantalón y no falda.

—Gracias, estoy bien —dijo Roy acompañando su negativa con un gesto de una mano tatuada.

El chico inclinó un poco la cabeza y continuó haciendo su ronda.

Del otro lado del pasillo, proveniente de la sección de frontal del avión, apareció un hombre de piel oscura vestido de forma elegante. Era evidente que era un pasajero de primera clase. El presentimiento de Roy no hizo más que acrecentarse cuando, tras varios pasos del sujeto, y cuando estaban casi uno al lado del otro, el sujeto giró sus ojos negros para posarlos de inmediato en él. Roy se percató de ello y se puso automáticamente en alerta, pero nada más ocurrió.

Cinco minutos después a Roy le pareció ver otro hombre trajeado con ropas evidentemente costosas, adentrándose al pasillo.

—Judas Roy...

Cuando se giró, notó a un joven rubio con una mirada prepotente.

—Cuarenta y cuatro años de edad, sargento retirado de la SAS, especialista en terreno montañoso, condecorado por la recuperación de activos en líneas enemigas, el segundo hijo de cinco hermanos, un padre alcohólico y una madre con depresión crónica, cuatro años de visitas a alcohólicos anónimos... ¡Vaya coctel!

El joven terminó de leer su carpeta y se la entregó a un hombre alto y de ojos grises que esperaba detrás de él.

—Señor, disculpe, ¿pero le importaría regresar a su asiento? Está prohibido hacer este tipo de cosas durante el vuelo —le dijo la jefa de las azafatas al ver que todo el mundo se estaba alterando ante la repentina intromisión.

El joven puso un gesto apenado de falsa negación.

—Lo siento, preciosa, pero esta es una fiesta a la que llevo tiempo queriendo asistir —dijo—. Sé una chica linda y deja que los hombres discutan de negocios, ¿quieres?

Y sin pedir permiso, llevó su mano y pellizcó burlonamente el mentón de la mujer. Ella de inmediato le apartó la mano con una mirada indignada.

—Señor, si no regresa de inmediato a su asiento tendré que reportarlo con las autoridades de vuelo para que lo detengan por alteración al orden.

Roy ya se había puesto de pie. Desde su lugar en el pasillo encaraba a Noah sin vacilación.

—Si vienes por las cartas del tarot, estás perdiendo tu tiempo —dijo con seriedad—. Veo que ya me tienes estudiado, así que sabrás que no te será nada fácil quitármelas por las malas...

—Perdón, ¿habla el exmilitar cobarde o el mercenario de pacotilla? —contestó Noah—. Me cuesta diferenciar entre uno y el otro, discúlpame...

—Señor, por favor, vuelva a su asiento —pidió una de las azafatas a Roy acercándose a él.

La chica estaba nerviosa y el labio inferior le temblaba. Roy se dio cuenta de que estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantener la calma, pero ya estaba evidentemente asustada y no había nada que pudiera hacer para remediar aquello.

—Voy a llamar a seguridad —declaró la jefa de las dependientes pasando junto a Noah para dirigirse a la punta del avión.

No había dado cinco pasos cuando Noah volvió a hablar:

—Jack, encárgate, por favor...

Acto seguido, su mayordomo chofer cerró los ojos con monotonía. Cuando los volvió a abrir la mujer cayó tendida de largo contra el piso como una marioneta a la que le acababan de cortar los hilos...

Aquello fue lo único necesario para que reinara el caos.

No sólo las asistentes de cabina gritaron, sino que todo el mundo que había presenciado el colapso de la mujer profirió una exclamación de pánico. El alboroto era tal que muchos intentaron levantarse de su puesto para salir corriendo. Noah se reía divertido con el suceso.

—¡A ver, a ver! —decía burlón—. ¡Están en un avión, gente! ¡¿A dónde se supone que van a correr?! Deberían quedarse tranquilos y disfrutar del show que está a punto de comenzar. Es una lástima que probablemente sea el último de sus vidas...

Todo lo que pasó después ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.

Las personas comenzaron llorar.

Noah no despegaba sus ojos azules de Roy, y cuando este comenzó a correr en su dirección con la intención de neutralizarlo, Noah despegó los labios y pronunció una única palabra:

—Vis.

Al instante apareció una hoplita de ojos morados que fácilmente medía los dos metros de altura y con la masa muscular de un fisicoculturista. Roy le lanzó un golpe con todas sus fuerzas, pero ella se lo detuvo con la mano desnuda y, sin mucho esfuerzo, le torció la muñeca. La gente a su alrededor gritó asustada al ver cómo el hombre de tatuajes parecía estar peleando con el aire e ir perdiendo.

Él ignoró el dolor en su muñeca, y tras de haber caído con una de sus rodillas al suelo, aprovechó el ángulo para barrerle los pies al espíritu de la hoplita. Vis cayó hacia un lado produciendo un ruido extraño y haciendo que el respaldo del asiento sobre el que había caído cediera y aplastara al hombre que estaba sentado detrás, quien gritó como un demente al sentirse golpeado por el aire.

Roy intentó dejar atrás al espíritu pero apenas Vis vio sus intenciones le propinó una patada en el pecho que lo mandó volando al otro lado de las hileras de asientos. La gente gritaba y lloraba escandalosamente al ver el combate surrealista que tomaba lugar justo ante sus ojos.

Su costado se lastimó al caer; si no hubiera metido uno de sus brazos a tiempo, probablemente el golpe le habría roto las costillas de una sola patada. Pero Roy no tuvo mucho tiempo para pensar en aquello, porque justo entonces la hoplita estaba de pie y lista para echársele encima.

—¡KAIROH! —gritó.

No había tiempo para pensar, sólo para actuar.

La Quimera se manifestó enseguida en medio de un rugido salvaje. Rápidamente brincó sobre los asientos y se abalanzó como una fuera sobre Vis a quien sólo le dio tiempo de protegerse el rostro con su fornido brazo. Fue allí donde la Quimera clavó sus dientes y sus garras. Por más que el espíritu bramó y golpeó a la Quimera con su otra mano, ésta no la soltó.

—¡No te contengas! —dijo Roy furioso.

Los ojos de la Quimera se encendieron antes de que una fuerte descarga eléctrica se extendiera por toda la cabina del avión. Las luces se apagaron. La gente gritó desesperada. El avión entero comenzó a sacudirse en turbulencia. Todas las mascarillas de seguridad salieron de sus compartimientos cuando, de pronto, el avión comenzó a caer del cielo. Aún con las luces parpadeantes, Roy vio cuando Noah y el hombre al que llamaba Jack caían al suelo.

«No te preocupes, igual estarás muerto para cuando nos estrellemos», pensó Roy mientras buscaba la pistola dentro de su chaqueta. Por suerte el Coleccionista arreglaba todos sus vuelos para que Roy pudiera viajar con su misma arma de toda la vida.

Cuando el avión finalmente se estabilizó y las luces dejaron de parpadear, el cazarrecompensas ya tenía la pistola en alto y la tenía apuntada hacia Noah Silver. Kairoh tenía al espíritu acorralado y era ahora Jude Roy quien tenía la ventaja en aquel juego idiótico de hacer volar un avión en pedazos.

No lo pensó dos veces en cuanto tuvo la oportunidad. Apenas Noah levantó la cabeza, Roy accionó la pistola tres veces en su dirección. Cada disparo sonó como un estrépito ensordecedor dentro de la cabina cerrada. Los pocos pasajeros que aún no se habían desmayado gritaron desesperados escondiendo las cabezas entre las piernas.

Todos lloraban con desazón mientras recordaban lo último que habían hecho antes de subir al avión. Sin embargo, aunque todos eran testigos de la batalla, sólo unos pocos tuvieron la capacidad de ver cómo las balas se detenían como por arte de magia a sólo unos centímetros del rostro del joven...

Con una sonrisa en los labios y con el dedo en la boca, Noah terminó de ponerse en pie antes de dedicarle una mirada de desprecio y asco a Judas Roy.

—¡Qué cobarde es dispararle a un hombre que ni siquiera está de pie! Es evidente que los modales no son lo tuyo... Supongo que será normal viniendo de una familia tan desgastada y rota.

Roy no contestó nada. Con sus ojos entornados en una mirada fría y asesina, volvió a disparar otras dos veces, pero el efecto fue el mismo. Antes de alcanzar el cuerpo de Noah, las balas se quedaron congeladas en el aire y cayeron al suelo.

—Pierdes tu tiempo y el mío —se mofó Noah—. Así que por qué mejor no me entregas lo que he venido a buscar y terminamos con esto de una buena vez. Has hecho un buen trabajo reuniendo esas cartas por mí —sonrió con sorna—. Si te hubieras tomado la molestia de pasar sus pruebas, no me la habrías puesta tan fácil...

La voz de Noah era soberbia. En sus ojos Roy pudo ver el resentimiento con el que el chico vivía a cuestas... Algo escondido en una fachada de bravuconería falsa y sobreactuada. Todo empujado por un resentimiento que estaba dispuesto a cobrarle a cualquier persona que se atravesara en su camino.

—Kairoh —dijo Roy.

La Quimera se colocó de frente a él liberando sus garras de Vis. El espíritu estaba debilitado por los golpes eléctricos. Kairoh Tenía los dientes desnudos y gruñía por lo bajo, dispuesta a seguir peleando por su amo.

—Que inútil —dijo Noah con desdén al ver a Vis desaparecer y volver a su carta—. Jack, encárgate de todo, por favor... Ya estoy aburrido.

—Sí, amo Noah —contestó su mayordomo.

Sus ojos grises si vislumbraron fríos como el metal de una espada de acero.

—Lamento mucho tener que hacer esto, señor Roy —comenzó a decir—, pero usted no nos ha dejado otra opción. Espero que sepa disculparme.

Roy lo vio a los ojos y notó algo de lo que antes no se había percatado, fuera por una gran habilidad de su enemigo, o por una imprudencia garrafal por su parte... Como fuera, ya era demasiado tarde.

El aire se puso tenso y pesado, y sin que Roy le dijera nada, Kairoh se abalanzó contra el mayordomo de Noah con intenciones de matarlo. Pero él no se inmutó al ver a la bestia venírsele encima. Como si el tiempo fluyera en cámara lenta para él, Jack levantó su mano izquierda en dirección a la Quimera y, cuando volvió a hablar, sus ojos ya no eran grises sino morados.

Su poder mágico era tan abrumador que Roy pudo sentir cómo la respiración se le trancaba incluso antes de que el hombre pronunciara el hechizo:

«Cesante», declamó.

El cuerpo de Roy se estremeció por el dolor mientras Kairoh desaparecía en el aire en medio de un rugido desesperado. Ya con la Quimera incapacitada, Jack comenzó a caminar en dirección a Roy aún sin bajar su mano y con sus ojos encendidos en llamas moradas.

«Cezagliàto», recitó y de un tirón despojó a Roy de toda la energía que le quedaba en el cuerpo.

El cazarrecompensas cayó al piso como lo había hecho hace minutos la jefa de las azafatas mientras se golpeaba con fuerza y la cabeza le daba vueltas. Lo único que podía ver eran los lustrosos zapatos del mayordomo llegando a su lado para luego darle la vuelta como si él no pesara nada. Lo había colocado boca arriba...

—Ninguna de las melodías que he usado en usted son graves, señor Roy, no se preocupe —dijo mientras revisaba los bolsillos de la chaqueta hasta que encontrar lo que buscaba—. Mi intención no es matarlo, sino inmovilizarlo para que no pueda causarse daño a sí mismo.... Entienda que no es su destino manejar estas piezas de magia tan valiosas.

Jack tenía el envoltorio de las cartas frente a sus ojos, mostrándolas didácticamente ante los ojos de Roy para complementar la lección; ya cuando sintió que hubo terminado de explicarse se las guardó en el bolsillo de su elegante saco. Sus ojos morados no dejaban de brillar con autentica voracidad. Roy no pudo evitar que se le estremeciera el cuerpo al verse a merced de un hombre tan peligroso...

—Lamento mucho que todo esto haya tenido que pasar de esta forma —el mayordomo se agachó para hablarle al oído—. Pero más lamento el hecho de que, aun cuando el señor Noah y yo nos hayamos ido, su vida no dejará de estar en un grave peligro...

—Ya vamos, Jack. Ya tenemos las cartas... Deja al pobre infeliz y larguémonos de aquí —ordenó Noah con soberbia.

Jack se puso de pie sin dejar de ver a Roy a los ojos y después de señalar algo al fondo del pasillo de manera discreta con uno de sus dedos, se giró y lo dejó allí tirado.

—Como usted diga, señor.

«Portalabrintha», declamó y una puerta morada se materializó en medio del pasillo del avión.

Tanto Noah como Jack cruzaron el umbral y desaparecieron en el aire junto con ella. Apenas cinco segundos después, Roy sintió cómo el cuerpo se liberaba del inflijo de la magia. Sus pensamientos buscaron reacomodarse rápidamente, pero antes de que pudiera recuperarse, alguien le puso un zapato sobre el pecho y lo pisó con fuerza haciéndolo gemir.

—El Coleccionista tiene unos asuntos que tratar con usted, señor Roy —dijo el hombre mientras sostenía un teléfono contra su oreja.

Era Lacrosse, el mismo que había antes, antes de Noah, y el mismo que había armado aquel escándalo en Taranto con las arañas del Otro Mundo. El mismo que le había dirigido una mirada de mal augurio.

—Ka... K-kai...

Roy intentaba llamar a su Quimera de nuevo, pero Lacrosse le aplastó el pecho con más fuerza. Sus ojos negros se volvieron dos charcos luminosos y anaranjados sobre su piel oscura...

«Genuit-fangis» declamó, y Roy cayó en un abismo oscuro que se lo tragó todo antes de que él pudiera hacer nada.

Con el cazarrecompensas ya dormido profundamente, Lacrosse desapareció llevándoselo con él. Nadie supo adonde fue o qué pasó con ellos. Los minutos pasaron; los pasajeros lloraban desesperadamente mientras forcejeaban por huir del que parecía su inevitable destino...

Al final, los noticieros de aquel fatídico viernes trece reportaron que el avión había desaparecido mientras sobrevolaba el océano atlántico. 279 pasajeros se sospechaban muertos. Tan sólo unos nueve habían sido retirados de los registros para borrar las huellas de lo que en verdad había sucedido...

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