Capítulo 50: Entre las llamas

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Las luces que provenían del tablero digital iluminaban el semblante tranquilo de la mujer a su lado. Elliot la veía mientras conducía entre el tráfico del Cairo como si el recorrido fuera algo cotidiano para ella. Sus delgados dedos se afianzaban con calma en el cuero elegante y sofisticado que envolvía el volante de la gran camioneta mientras el vehículo entraba en una zona bastante deprimida de la ciudad y llamaba escandalosamente la atención. Eso Elliot podía verlo por la forma en la que los residentes volteaban a verlos con desconfianza...

—Tienes que tener cuidado, anciano —comentó Iudicium mentalmente—. Aunque mi percepción no sea tan grande como la de Temperantia, puedo sentir con algo de claridad la armonía que proviene de los humanos de aquí. Estamos entrando en una zona bastante caótica.

El espíritu estaba sentado en los asientos traseros. No dejaba de ver de un lado a otro a través de los vidrios tintados de la gran camioneta.

—¿Crees que sea peligroso? —preguntó Elliot en voz alta mientras se giraba en el asiento para ver al espíritu.

Iudicium lo miró extrañado al ver que el chico le había hablado en voz alta y no mentalmente, pero cuando vio como la mujer al volante giraba sus ojos con disimulo para ver al muchacho, Iudicium entendió sus intenciones.

«Bien pensado, anciano», lo felicitó. Elliot asintió.

—Definitivamente es una zona muy concurrida por la armonía —añadió el jazzista—, y ya he notado su presencia en varias personas en la calle. Eso sin contar que la línea que separa este mundo del otro es más delgada a medida que avanzamos.

—Entiendo —contestó Elliot con prudencia—. Por favor no bajes la guardia, cuento contigo.

El chico se giró a ver a la mujer.

—Señorita Aster, espero que no se moleste con lo que le voy a preguntar, pero... ¿Cómo exactamente llegaremos al Otro Mundo? —dijo—. Las veces que he estado ahí he tenido que atravesar un portal, pero ninguno ha estado en medio de una ciudad...

—Eso quiere decir que ha cruzado la línea a través de portales naturales, míster, pero los humanos han creado a lo largo de la historia sus propios portales para acceder al Psique cuando lo consideraran necesario —respondió la mujer.

—¿Psique?

Aster Kiar asintió con calma; luego se giró a ver al chico sentado a su lado y que le servía de copiloto.

—El Psique es el mundo del otro lado, o como le dicen en algunas culturas, el Otro Mundo —contestó la mujer—: una dimensión tan cerca de la nuestra que muchos piensan que en el pasado era una misma con la realidad, pero que poco a poco se fueron separando a medida que el hombre dejaba de creer en lo que no podía ver y la espiritualidad se hacía más difusa.

—¿Y me está diciendo que en el Cairo hay uno de esos portales? —preguntó Elliot atónito.

—Si, así es. En el obelisco de la Heliópolis.

—Increíble —dijo Elliot verdaderamente sorprendido.

—El único problema es que la mayoría de estos portales son custodiados por magos del Conservatorio —dijo Kiar—, y su uso esta estrictamente prohibido sin una autorización.

—El Conservatorio —respondió Elliot casi de reflejo.

—Sí, es una sociedad secreta que...

—Ah, no se preocupe. Esta sí me la sé —la interrumpió él algo sonriente—. Son los magos que estudian la armonía. Una amiga me lo explicó. Pero, entonces cómo vamos a...

—No se preocupe, míster Elliot, para eso estoy yo aquí —esta vez fue ella quien sonrió amigablemente—. El míster Mage me envió para ayudarlo a pasar a través del obelisco y que así llegue sano y salvo a la Heliópolis del Psique.

—Pero yo sigo sin saber quién es el míster Mage —dijo Elliot algo desconfiado—. ¿Qué gana él con ayudarme en todo esto? ¿Por qué me está ayudando?

—Lamento no poder contestar a sus preguntas, míster Arcana, y le ruego que por favor me disculpe. Lo único que tengo permitido decirle es que el míster Mage sólo está velando por el bienestar de las Cartas en esta situación tan complicada en la que usted se encuentra.

—¿De las... cartas? —preguntó Elliot algo aturdido.

—Ya llegamos.

Aster Kiar aparcó la camioneta en medio de un callejón desierto. Elliot no se había dado cuenta de cuando habían llegado hasta ese lugar, pero a través del vidrio podía ver a lo lejos, recortada contra las luces de la ciudad, la silueta perfectamente reconocible de un obelisco que se levantaba imponente en dirección al cielo nocturno del Cairo. La mujer apagó el vehículo y se giró para ver a Elliot directamente a los ojos. Cuando Elliot reparó en estos, se dio cuenta de que eran de un brillante color anaranjado...

—Confíe en mí, míster. Ahora andemos, que no tenemos mucho tiempo antes de que alguien note nuestra presencia.

Acto seguido la mujer abrió la puerta de la camioneta y se bajó de ésta de un brinco. Elliot se giró para ver a Iudicium a la cara y éste le sostuvo la mirada con solemnidad.

—Pase lo que pase, estamos contigo, anciano...

Elliot asintió y también se bajó de la camioneta.

—¿Qué tenemos que hacer ahora? —preguntó tratando de sonar calmado mientras caminaba hasta dende se encontraba la mujer de pie.

Su piel era tan oscura que se fundía con facilidad entre las sombras del callejón, y de no ser por sus brillantes ojos naranjas, quizá habría conseguido pasar extrañamente desapercibida. Era como si de pronto se hubiera vuelto una mancha borrosa en la realidad.

—El obelisco no está tan lejos y sólo hay tres guardias en la zona —respondió ella mientras analizaba la situación—. Eso es bueno, no debería ser tan difícil, pero igual nos tenemos que dar prisa. Deme la mano, míster.

Ella extendió su mano en dirección a Elliot y el chico la tomó con algo de incertidumbre al no ser capaz de verla por completo.

—No se preocupe —dijo.

«Mėghfakeli», declamó lo más bajo a la vez que apretaba su agarre a Elliot y el chico veía cómo un lazo se armaba entre las muñecas de los dos.

—Listo —dijo Aster—. Mientras no me suelte de la mano, nadie nos verá...

Aster comenzó a caminar despreocupadamente por la calle en dirección al obelisco. Elliot podía ver como una espesa neblina se movía entre sus pies con pereza mientras la gente a su alrededor parecía no reparar en ellos en lo más mínimo. Sólo uno de los guardias hizo un ademán extraño cuando caminaron a su lado. Aster se detuvo de inmediato, a la vez que su cuerpo se tensaba. Elliot notó aquello al ver los cambios en la fluidez de la neblina que se esparcía entre sus pies. Tras unos segundos, en los que Aster parecía concentrada en reforzar su hechizo (o algo parecido a los ojos de Elliot), el guardia del Instituto LUXOR solo soltó un fuerte estornudo. Tanto el refuerzo como la distracción habían funcionado.

Cuando estuvieron frente al obelisco, rodeado por un complejo de edificios destartalados de ladrillos rojos en una zona bastante empobrecida, a Elliot le costó imaginarse que aquel lugar jamás hubiera sido el emplazamiento de unos de los templos más imponentes de Egipto. Los tallados de los jeroglíficos en la piedra eran hipnotizantes y hermosos, pero el símbolo que identificaba aquel monumento como un adorno dedicado al sol era el gran halcón que coronaba los cuatro lados del monumento y que hacía alusión al mismísimo Dios Ra. Aster Kiar posó una de sus manos sobre la base y pronunció su segundo hechizo en una lengua más compleja que el primero. A Elliot le vibraran los huesos...

«K'izart'en-», declamó primero entre sonidos guturales, y luego extendió la palabra sin cortarla en ningún momento añadiéndole «-kifktasberi».

Los ojos de los halcones en lo alto del obelisco brillaron pálidamente. Elliot estaba sorprendido con las palabras que salieron etéreas de la boca de Aster Kiar. Pero apenas le dio tiempo de pensar en ello, pues casi de inmediato Elliot sintió el tirón de la piedra absorbiéndolo. Sin poder contenerse cerró los ojos en único pestañeo, y cuando los volvió a abrir, El Cairo había desaparecido.

Frente a él estaba un edificio enorme e imponente. Tenía forma de prisma y estaba rodeado por un extenso jardín que rememoraba a la perfección al Antiguo Egipto e hizo sentir al chico como si acabara de ser transportado a través del tiempo y el espacio hasta la época de los faraones. Era exactamente como el Templo del Sol debía verse de aun estar en pie...

El lugar era tan grande como su euforia. Su cultura antigua favorita, su mitología favorita... Por un instante se distrajo tanto que casi se olvida de los problemas que acababan de hacerlo llegar con prisa hasta Egipto, y era como si nada malo hubiera ocurrido nunca realmente. Elliot estaba maravillado.

Aquel lugar era increíblemente mágico en muchos sentidos que Elliot no podía descifrar o siquiera entender, pero aun cuando su mente no se había terminado de habitar a lo que estaba viendo un ágil cuerpo se le abalanzó y lo derribó al suelo. El chico se golpeó la cabeza contra el suelo arenoso con bastante fuerza y escuchó un rugido feroz justo al frente.

—¡¿QUIÉN SE ATREVE A INVADIR EL TEMPLO DEL GRAN RA?! —escuchó que una mujer felina le gruñía en el rostro; había sido tan cerca que incluso pudo sentir el aliento cálido sobre la piel.

Tras superar un poco el aturdimiento del golpe y abrir los ojos se encontró con la cabeza de una enorme leona de ojos anaranjados mirándolo amenazadoramente.

─ ∞ ─

—¿Quién eres tú? —le volvió a preguntar la criatura.

Elliot la veía con incredulidad incapaz de entender lo que le decía.

A pesar de que su voz era espesa y gutural, casi como un gruñido feroz, era de alguna forma femenina. Su aliento, contrario a lo que aparentaban sus facciones de leona y sus colmillos amarillos, era fresco y carecía de aroma.

Sin embargo, lo que más sorprendía al chico era que, aunque el rostro que lo amenazaba era aguerrido y sus ojos eran anaranjados como los de una bestia o criatura del Otro Mundo, sus manos, esas garras que lo sujetaban por el pecho, eran manos humanas firmes, fuertes, femeninas.

—Tefnut... suelta a la criatura —ordenó una voz con autoridad.

Elliot no supo de donde provino; sus ojos eran prisioneros de aquellos faros de fuego frente a él. Pero, aunque no pudo determinar su ubicación, el retumbe había sido tal que lo había estremecido desde el pecho.

—¡Es un intruso, y tiene la marca celestial...! —gruñó Tefnut enfurecida mientras sus labios se retraían sobre sus dientes afilados en una mueca hostil.

Elliot intentó observar a los lados, pero apenas alcanzó a ver el jardín al que habían caído él y Aster Kiar. Los ojos de la leona lo tenían capturado de alguna manera.

—No necesito protección —respondió la voz; aguda, firme y poderosa—. Sabes que puedo valerme bien por mí mismo...

Sus palabras eran una orden irrefutable. La mujer leona lo sabía a la perfección.

La leona lentamente acercó su rostro al de Elliot, mientras gruñía, y sus ojos naranjas se perdían en el azul profundo de la vista de Elliot. Él cerró los ojos y apartó la mirada en un afán por prepararse para lo inevitable. No podía entender lo que se habían dicho las dos criaturas, pero fuera lo que fuera, no le sonaba para nada alentador...

—Tefnut —volvió a proferir el desconocido.

Elliot sintió cómo la guerrera disminuía el peso de su cuerpo sobre él y él pudo volver a respirar con normalidad.

—Te has vuelto débil —dijo la leona sin que nadie más que los suyos pudieran entender sus palabras—. Y el tiempo ya no es el mismo. Eso tampoco lo olvides.

Cuando Elliot se acomodó y pudo fijarse en su entorno, pudo comprobar que estaba rodeado por hombres de ojos naranjas y piel morena tonificada y esbelta, vestidos con túnicas del antiguo Egipto, apuntándolo con lanzas. Varios eran humanos corrientes, pero otros eran criaturas antropomorfas que mezclaban rostros animales con cuerpos humanos; mujeres y hombres por igual. A varios pasos de distancia, Aster Kiar había sido tomada en custodia por dos de esos guardianes. Llevaba las manos atadas frente a ella.

—Levántate, niño —escuchó que alguien le hablaba mientras se acercaba hasta donde él estaba. No se trataba de la misma voz que antes había hablado sin que Elliot pudiera reconocer.

A su lado se encontró con un hombre de piel oscura muy fornido que llevaba puestas unas sandalias trenzadas hasta las rodillas, el torso desnudo y las muñecas adornadas por pulseras de oro. Pasos atrás, había más figuras misteriosas que observaban todo. Casi entre las sombras, justo adonde había ido la mujer-leona, se hallaba la figura silenciosa y atenta de un hombre muy alto y esbelto con piel de oro y cabeza de halcón. Su plumaje era pardo oscuro, tenía un pico brillante, y ojos perpetuamente anaranjados mirándolo con altivez.

—Niño intruso, ¿acaso no eres capaz de entender lo que te estoy diciendo? —preguntó de nuevo el hombre moreno mientras sus ojos se encendían.

«¿Qué está diciendo, Iudicium?» preguntó Elliot mentalmente al espíritu, pero fue el hombre quien le contestó.

—He dicho que te levantes, marcado por el ángel.

De pronto una voz retumbante penetró en su cabeza con fuerza, como el estruendo de un trueno cercano en pleno día lluvioso. Elliot abrió sus ojos en sorpresa.

—¿Cómo...

—La armonía funciona diferente con los dioses, anciano —dijo Iudicium, apareciendo junto a Elliot.

Todos los presentes se alertaron de inmediato y asumieron posturas agresivas. Iudicium levantó los brazos en pose pacífica para calmar el ambiente.

—Incluso si contara con todo mi poder —continuó—, me sería difícil mantener fuera de tu cabeza a un dios como Atum.

—Espera... ¿QUÉ? —preguntó sorprendido—. ¿D-d... dijiste Dioses?

Si bien era cierto que él mismo había ido a la isla de Man buscando al dios del mar, en su mente siempre vio aquello como un título para una sirena particularmente poderosa. Nunca creyó que se trataría de un Dios de verdad...

—¡Esto es increíble! —musitó Elliot mientras estudiaba con más detenimiento al hombre frente a él—. Es usted... ¿Es realmente un dios? —preguntó eufórico y nervioso a la vez.

Risas y burlas se escucharon por todo el jardín.

—¡¿PERO QUÉ CLASE DE ATREVIMIENTO ES ESE?! —exclamó Tefnut indignada mientras caminaba para alcanzar a Atum.

Elliot se giró para verla mejor y se encontró de nuevo con su rostro mientras lo veía con rabia en sus facciones bestiales. Al igual que con muchos de los presentes, notó que sólo tenía cabeza y cola de leona; el resto de su cuerpo era el de una mujer esbelta y fornida de piel morena, bronceada y rojiza. Así también había una mujer con cabeza de escarabajo a uno de los lados, un hombre moreno con plumas en la cabeza, una mujer hermosa desnuda con cabeza de vaca, un hombre con cabeza de serpiente y, por último, otra mujer a la cual, aunque a esta le faltaba su parte animal y era la que parecía más humana de todas, al igual que el hombre que ahora le estaba hablando. Todos iban vestidos con los mismos ropajes bordados en cuentas de oro, y todos, a diferencia de aquel con cabeza de halcón, estaban alerta. Él también era el único cuya piel no parecía humana, pues esta estaba hecha completamente de oro.

De pronto, atando cabos mentalmente tras analizar la ira de la mujer-leona, Elliot no lo pensó dos veces y se lanzó al suelo en una reverencia con las manos acostadas en el suelo.

—¡Pido perdón por mi atrevimiento, Dioses de Egipto! ¡Les ruego que por favor sepan perdonar mi ignorancia! —exclamó a la vez nervioso y emocionado.

—Bien hecho, anciano —le dijo Iudicium mentalmente—. Para pasar esta prueba requerirás el permiso de estas deidades.

—¡Pero qué insolencia...! —bramó Tefnut iracunda y Elliot temió por sus vidas—. ¡No somos los Dioses de Egipto, intruso! ¡Somos Pesedyet! La Enéada de la Heliópolis... ¡Ahora muere por tu insolencia, humano intruso!

Justo cuando la lanza estaba a punto de atravesarlo, Elliot volvió a escuchar la voz poderosa que retumbaba a través de su pecho.

—Si no puedes controlar tu ira, Tefnut, voy a verme en la penosa necesidad de pedirte que te retires —dijo; Elliot levantó la mirada con mucha prudencia y creyó ubicarla en el hombre de piel de oro y cabeza de halcón—. Este es mi templo, y en él mando yo...

—¡Pero él ha...!

—Silencio.

Aun cuando las palabras del Dios sonaron bajas y tranquilas, la cantidad de magia que brotó de su cuerpo fue tan sofocante que Elliot sintió cómo si le dejaran caer un planeta sobre la espalda hasta que su frente tocó el piso.

Todo quedó en silencio.

Después de un segundo que pareció eterno, el aire volvió a ser ligero. Elliot sentía el cuerpo temblándole por la tensión... En el entretanto de un segundo, aprovechó el momento para observar a su alrededor y se fijó en algunos detalles de la edificación.

En el mundo real la Heliópolis había desaparecido casi por completo, pero aquí, en el Otro Mundo, estaba integra y magnífica, con un esplendor que antaño habría dejado a cualquiera sin aliento. El gran patio frontal era sublime. Estaban en una caminaría de piedra enmarcada por palmeras que llegaban hasta la escalinata de piedra; la misma que daba acceso al templo con forma de pirámide alargada. Por primera vez Elliot notó que, aunque era de noche y a pesar de que las estrellas del otro mundo eran escandalosamente brillantes, la luz que iluminaba todo el terreno venía de unas grandes antorchas que eran platos enormes de bronce sobre pedestales de piedra en los que un salvaje fuego crepitaba y bailaba. Todas estaban ubicadas a lo largo de una gran pared perimetral que rodeaba los terrenos de la ciudad, el templo y el obelisco.

Cuando miró a los lados, notó que el silencio se debía a que ya no había más nadie en el jardín; nadie más que no fuera él y el hombre de piel de oro, esta vez brillante, frente a él. Su cabeza de halcón estaba fija en él. Los ojos parecían un fuego inextinguible.

«¿Ra...?», pensó el chico, y aún en el pensamiento trató de ser respetuoso.

—Levántate, niño, y dime tu nombre —dijo el Dios.

Efectivamente, suya era la voz que lo cubría todo. Con mucha dificultad Elliot intentó ponerse de pie.

—Mi nombre es Elliot Augustus Arcana Power, s-señor... ¿Sí... sí puedo decirle señor? Le suplico que sepa perdonarme. Estoy sin palabras ante su presencia... Porque... es usted... El Dios del Sol, ¿verdad? Es usted... El Gran Ra...

—Y dime, Elliot Augustus —contestó el Dios—. ¿Con qué intenciones has venido hasta mi templo?

Aunque Elliot esperaba una respuesta por parte del dios, respondió rápidamente y un poco nervioso; quería evitar en la mayor medida posible ofenderlo.

—Yo... he... yo he venido para descubrir cómo se escucha el primer canto de los hijos del sol, Señor... Majestad... Divinidad...

Elliot no sabía muy bien como dirigirse a la deidad frente a él, pero mientras sus miedos lo agobiaban y lo hacían divagar con nerviosismo, notó que el dios había comenzado a caminar en su dirección. Cada paso era un megámetro de acercamiento a un sol que ardía como un infinito, o al menos, así lo sentía el chico en su mente y en su corazón.

De pronto, desde la espalda del hombre-halcón surgieron unas amplias alas de plumas anaranjadas que se veían más etéreas que cualquier cosa. Ante ellas, incluso aunque era de noche, las sombras aparecían como siluetas que dibujaban jeroglíficos en el suelo.

—¿Quieres entrar a mi templo? —dijo el dios, y su voz fue tan opresora que Elliot ni siquiera pudo pestañear; mucho menos responder—. Primero juzgaré lo que aguarda en tu corazón...

─ ∞ ─

Por inercia, Elliot fijó sus ojos en los de Ra. Estos brillaban aún más que el fuego mientras a su alrededor apareció un enorme pasillo de paredes altas y cubiertas todas por jeroglíficos egipcios que Elliot no podía entender, pero que, de alguna forma, le hacían saber que estaba en un recinto sagrado. Las alas del dios desaparecieron. Ra se hizo a un lado para dejar al descubierto una puerta empotrada en las piedras de granito y marfil.

—¿Dónde estamos? —preguntó Elliot al no ver nada más que aquella puerta en el inmenso lugar.

—En la Sala del Corazón —dijo el Dios—. Un lugar al que sólo yo puedo acceder y que me permitirá descubrir quién eres sin mentiras, sin engaños, y sin falsas percepciones.

Tras decir aquello, el dios se giró y caminó hasta la puerta. Cuando la hubo abierto, invitó a Elliot a entrar en aquel lugar con un gesto de su mano. El chico dudó por un momento, pero estaba más que claro que si se negaba a la petición de Ra, perdería cualquier oportunidad que pudiera tener de descubrir el significado del acertijo de Senex y la oportunidad de hacerse con la carta. Por lo mismo, caminó en dirección al recinto oscuro que había dejado la puerta al abrirse.

Cuando sus pies tocaron la baldosa interior de la sala ésta se iluminó al instante con un resplandor blanco y puro que parecía provenir de una nada infinita existente justo donde debería haber estado el techo. Así, quedó a la vista un recinto repleto hasta el infinito por una marea de objetos desperdigados y amontonados en todo el lugar. Ra asintió con interés ante la aparición de dicha luz.

—Para saber si eres digno o no de mi confianza —dijo—, necesito que me traigas un objeto de todos los que vez a tu alrededor...

Ambos, chico y dios solar, estaban justo uno al lado del otro. Elliot se giró para verlo y se encontró con los ojos del halcón fijos en él.

—Solo tendrás una oportunidad. Tráeme lo que sea que te llame la atención. Luego de eso, dictaré mi veredicto sobre si eres digno o no de poner un pie sobre el suelo de mi templo.

Elliot dudó un poco.

—¿Puede ser cualquier cosa? —preguntó inquieto mientras veía la bóveda repleta de objetos.

El lugar era gigantesco; prácticamente tanto como un infinito. En la distancia se podía ver un yate de considerable tamaño y un avión de guerra; también había otro de pasajeros. Todas las piezas de ingeniería creadas por los seres humanos yacían allí, inmóviles y estrambóticas. Había miles de guardarropas, juguetes esparcidos por el suelo, sombreros, estatuas, pinturas, latas vacías, contenedores de basura, un inodoro, escobas y trapeadores, jarras con líquidos coloridos en su interior, vajillas enteras, cuchillos afilados y de todos los tamaños, armas de fuego que iban desde pistolas inofensivas y no letales, cañones de artillería tanto modernos como antiguos, y también subametralladoras de guerra. También había un misil balístico internacional, un acuario, una colección de collares y cadenas para perros, y eso era solo lo que los ojos de Elliot alcanzaban a ver en la proximidad. Después, venía varios mares más de objetos que se perdían en la profundidad aparentemente eterna de aquella recámara.

—Sí, niño. Puede ser cualquier cosa. La decisión de qué es solamente tuya —dijo el dios—. Puedes tomarte todo el tiempo que quieras. Con que digas mi nombre una sola vez, apareceré inmediatamente junto a ti y entenderé que ya tienes el objeto que me quieres mostrar.

—Gracias —contestó Elliot.

El dios asintió cortés mientras lo veía iniciando su recorrido por la sala.

Como no estaban en el Arca, Elliot sabía que llamar a Krystos para pedirle ayuda sería inútil. Aun así lo intentó... Pero nada, no sirvió. Estaba solo en aquel desastre de objetos apilados sin ningún orden. Iba caminando con cuidado, tratando de ver algo que llamara su atención. Primero se fijó en algún balón de futbol que había por ahí, barcos de papel, lápices de colores, mesas con tableros de ajedrez, rompecabezas incompletos, televisores con las pantallas negras y muertas, consolas de videojuegos, un velero, un ancla, un satélite para fotografiar galaxias lejanas...

Era imposible no sentir curiosidad por todas y prácticamente cada una de esas cosas. Era una curiosidad muy normal en él. Casi sin atisbo de demora, la noche se había transformado de una terrible a una increíblemente maravillosa. No sólo estaba un poco repuesto de sus sentimientos, sino que ahora estaba en el corazón de una de sus culturas favoritas, y por si no fuera suficiente, se hallaba ante la presencia de un Dios que toda la vida había capturado su atención en cada libro y en cada videojuego que alguna vez había visto.

Era su necesidad de ver las cosas por sí mismo que siempre lo había acompañado y que le había ganado el título de nerd o cerebrito allí en donde asomaba la cabeza. Incluso su tía Gemma muchas veces lo llamaba sabelotodo cuando le refutaba o la corregía en algo. Esa curiosidad era normal en él, así que.... no podía ser eso lo que Ra quería ver... ¿O sí?

Por más que caminara y caminara, Elliot no encontraba nada que lo llamara. Deambuló sin rumbo entre el mar de objetos por varios minutos, o quizás horas, quién sabe... En aquel lugar era imposible determinar si el tiempo estaba corriendo o detenido. Para lo que Elliot sabía de la magia y su funcionamiento, bien podría haber sido todo al mismo tiempo.

Cuando pasó junto a un sillón en el que descansaba un enorme rifle de guerra bastante viejo, quizás dos o tres décadas antes de la primera guerra mundial, Elliot sintió un tremendo impulso de tomar el arma entre sus manos al mismo tiempo que sintió un escalofrío que le ocasionó una urgencia de salir corriendo. De pronto, acompañado de un sudor frío que le recorrió la espalda, su mente se llenó con imágenes de la guerra, humo, disparos y sangre....

Tenía ganas de llorar y de gritar al mismo tiempo. Roy... Los espíritus, la semana pasada; haber fallado, haber perdido a Astra, a Temperantia, a Adfigi Cruci, a Domus Dei. Elliot podía sentir aquella sombra dentro de él caminándole por dentro desde el abdomen hasta ahorcarlo con una mano invisible; de la alegría a la tristeza una vez más, ¿no? Cuánta desilusión y cuánto fracaso; cuantos planes, cuantas esperanzas, cuanta lucha...

No quería estar triste, pero tampoco podía negar la tristeza que sentía en su corazón por haber hecho todo mal. Después de todo, había sido su culpa que Roy le quitara las cartas, y había sido él quien había lastimado a Raeda en su afán egoísta y absurdo de regresar a la casa de aquella mujer.

Pero no...

No, no.

No, podía volver a ocurrir.

No podía dejar que esos pensamientos lo volvieran a devorar o entonces, no podría salir adelante. Tenía que conseguir un objeto para mostrarle a Ra y tenía que ser algo verdaderamente bueno. Algo que demostrara su compromiso con enmendar sus errores, quizás, y que demostrara que podía cumplir la promesa... Eso era lo que tenía que hacer. Era la misión que él mismo se había impuesto y no iba a fallar.

Pero el arma de fuego seguía ahí. Las balas, el olor a pólvora, el humo, la sangre... La oscuridad en su interior luchaba. Así que, justo cuando la sensación de alegría estaba a punto de disiparse, Elliot ahuyentó la mirada y se fijó en la claridad que emanaba de aquella luz en el techo, y, simplemente, no pudo dejar de apaciguarse con ella. Recordó a Astra, y también recordó a la señorita Ever. Ella le había dicho que si alguna vez necesitaba espantar malos pensamientos imaginara una espada entre sus manos y que la blandiera contra la oscuridad inminente, y tal como lo hacía aquella luz en el techo contra la oscuridad que habitaba en la sala, Elliot se puso manos a la obra.

Quizás se debió a que estaba en una dimensión mágica, imbuido por el poder de una presencia tan magnánima como la de Ra, pero si no fuera por la necesidad de explicarse racionalmente las cosas, Elliot habría jurado que la espada que su mente creaba entre sus manos se iba haciendo real. Tan pronto como diez segundos pasaron, Elliot la sacudía en el interior de su cabeza a la vez que pretendía que esa oscuridad que combatía eran los pensamientos que más debía alejar de él.

Y justo como le había dicho su maestra, poco a poco se fue calmando, sintiéndose mejor. Casi parecía que aquel rifle traería de vuelta los recuerdos de la batalla con Judas Roy, pero no fue así. Tras apretar los ojos con fuerza para luchar contra aquel trance hipnótico, caminó y se alejó del arma inmóvil pero amenazadora. Caminó varios pasos más allá, los más que pudo, hasta que alcanzó una cama en medio de un revoltijo de muebles de estilo renacentista, y un poco aturdido, se dejó caer sobre ella. El chico dejó que toda la tensión de su cuerpo se disolviera en medio de sus respiraciones profundas.

Ya renovado, Elliot se levantó de la cama y se secó los ojos húmedos con el cuello de la camisa. «Tengo que encontrar algo que valga la pena», se dijo a sí mismo mientras regresaba a su disposición inicial de prestar mucha atención a cada objeto que veía. A sus lados había computadoras, teléfonos celulares, reproductores de música, ollas de cocina, maletas, muebles, mesas...

Nada era lo suficientemente bueno, hasta que, en uno de esos movimientos rápidos de cabeza, vio algo que llamó su atención sobre una mesa que estaba a su derecha. Allí, descansando tranquilamente sobre la mesa de madera pulida y brillante, estaba lo que Elliot quería encontrar. Una de las cartas del tarot mágico reposaba boca abajo con el símbolo del uróboros doble dando hacia el techo, como si hubiera estado esperando a que Elliot por fin la notara.

Entusiasmado, el chico caminó con rapidez hasta la mesa, con una sonrisa triunfal en los labios.

Y justo cuando estaba solo a un par de pasos de distancia de la carta, pisó algo que se rompió bajo el peso de su cuerpo. La pisada vino acompañada de un sutil sonido de ruptura; un crujido de madera muy vieja y desgastada, que apenas permanecía. Elliot se detuvo de inmediato mientras sus ojos buscaban la fuente de aquel sonido con angustia.

Cuando quitó su pie de encima, encontró bajo la suela del zapato los restos de un delicado pincel hecho de un delicado material parecido al marfil y con unos pelos negros y gruesos en una punta estilizada. Se había partido a la mitad cuando Elliot lo pisó sin querer, y ahora yacía inservible sobre el suelo de aquel lugar. Conmovido, Elliot se inclinó para tomar los restos del pincel entre sus manos, y cuando lo tuvo frente a sus ojos, se dio cuenta de que sería imposible repararlo...

Y sintió pena.

Quería repararlo. Una vez más había cometido un error, y, aun así... Aquel le parecía la cosa más bella del mundo.

—Señor Ra —dijo casi en un murmullo.

El dios apareció al instante.

—¿Ya has encontrado lo que quieres mostrarme?

Elliot asintió y le extendió el pincel roto. Éste tomó ambos trozos entre sus manos, los examinó, y luego posó sus ojos en Elliot antes de preguntarle:

—¿Quieres que lo repare por ti?

—No, señor, yo...

Elliot por un momento dudó, pero luego de respirar profundo fue capaz de continuar hablando.

—Así está bien —dijo—. Sigue siendo el mismo pincel a pesar de estar roto a la mitad...

Ra le sostuvo la mirada al chico por un largo segundo, naranja contra azul profundo, hasta que por fin volvió a hablar:

—Es una elección peculiar, pero no esperaba menos de alguien tan poco común. Te has ganado el derecho de entrar a mi templo.

Los ojos de Ra volvieron a brillar con fuerza. Una vez más, las llamas naranjas lo consumieron todo alrededor.

─ ∞ ─

—No hacen falta las armas —dijo Ra apenas regresaron al jardín—. El chico es mi invitado, y con esto me refiero a un invitado de honor...

Todo el proceso de la búsqueda del objeto en la Sala del Corazón no parecía haber tomado más tiempo que el de un pestañeo en el mundo real.

—Elliot Augustus Arcana Power ha superado de manera satisfactoria mi juicio a su corazón.

Todos los presentes jadearon en sorpresa. Acto seguido, agacharon la cabeza en reverencia a Ra.

—Espero que sepa disculpar mi comportamiento pasado, señor Arcana. Puede estar seguro de que no volverá a pasar —dijo Tefnut con solemnidad antes de fijar sus ojos felinos en Elliot.

Elliot no supo que decir ni cómo actuar ante semejante cambio en la actitud de la diosa frente a él, por lo que no logró más que asentirle con torpeza.

Atum, el dios que le había hablado de segundo, se colocó al lado de Nebetetepet murmurando algo que parecía un elogio. Lo mismo hicieron casi todos los demás. Aster Kiar, que observaba todo aun sujetada por los guardias, asintió ante Elliot con una mirada orgullosa. El chico de inmediato preguntó si podían soltarla y así se hizo.

—Ven conmigo, Elliot —dijo Ra mientras posaba su mano sobre el hombre del chico para hacerlo caminar.

—¿Qué pasará con la señorita Aster? —preguntó Elliot mientras buscaba a la mujer con la mirada.

—Ella no puede continuar con nosotros a menos que se someta al juicio de la Sala del Corazón.

Ra posó sus ojos en Atum, quien automáticamente posó sus ojos en la mujer anticipándose a la posibilidad de preguntarle si estaba dispuesta a realizar la prueba. Ella negó de inmediato con la cabeza.

—Muchas gracias, Gran y Magnánimo Dios del Sol, pero no será necesario. Mi misión era traer al chico sano y salvo ante usted, y ya he cumplido con mi trabajo —contestó ella.

—Que así sea entonces —ordenó Atum, a la vez que Ra desviaba su mirada para continuar su camino.

—Mucha suerte, míster Arcana, aunque creo firmemente que no la necesita —dijo la mujer mientras se acariciaba las muñecas—. Si está bien con la Sagrada Entidad de este Templo, preferiría esperar por usted acá.

Tras decir aquellas palabras, dirigió una reverencia en dirección del dios solar Atum y a su consorte Nebetetepet.

—Concedido —dijo Ra sin siquiera mirarla acompañando sus palabras con un sutil gesto de la mano mientras se ponía en marcha nuevamente—. Elliot, por acá...

—S-sí —exclamó él.

Elliot siguió el gran cuerpo del Dios. No debía medir menos de dos metros de alto. Su piel de oro exhibía una musculatura bien formada y tonificada. Era, en efecto, un hombre imponente, pero aquello sólo hacía que el lugar en el que se encontrara fuera aún más majestuoso. Ahora que el peligro había pasado, Elliot podía prestar más atención a los detalles en los que antes no había reparado de aquel lugar...

Elliot notó con rapidez que las antorchas del jardín y las caminerías no estaban separadas entre sí por mucha distancia, sino, quizás, por cinco metros una de la otra cuando mucho, y que su fuego era tan anaranjado como los ojos del dios Ra. Después de haber andado varios pasos hacia la puerta del templo, escaleras arriba, Elliot vio que más allá de las murallas de la Heliópolis no se veía nada que no fuera una niebla espesa. La misma era densa, brumosa, y de un color a medio camino entre el gris y el negro con un brillo perturbadoramente azulado en ella. Estaba arremolinada con pereza persistente cerca del fuego, pero sin llegar a tocarlo y rebasar sus límites, como si aquellas antorchas crearan una pared de vidrio invisible que la mantenía fuera de los terrenos de aquel templo sagrado...

—¿Es la primera vez que vienes al Psique, Elliot? —le pregunto Ra al ver como el muchacho no perdía detalle de la neblina al otro lado de la muralla.

—N-no... En realidad —respondió al instante sin titubear—. P-pero es la p-primera vez que veo una b-bruma como esa de este lado...

Ra lo observó y ladeó un poco la cabeza como si quiera expresar curiosidad. Tras una risa sutil que fue acompañada de lo más parecido posible a una sonrisa para un halcón, dijo:

—No estés nervioso. No me gusta que mis invitados se sientan avasallados por mi presencia. Me hace sentir un mal anfitrión...

Elliot asintió sonriendo un poco. Para él, el contraste entre el cielo despejado y estrellado, carente por completo de nubes, le daba la extraña sensación de que las formaciones esponjosas de la noche habían abandonado el cielo para asentarse allí en medio de las calles que Elliot supondría habría del otro lado.

Ya habían alcanzado el tope de la escalinata de piedra cuando Ra volvió a hablar.

—Hace mucho tiempo, mucho antes de que tus padres o tus abuelos caminaran sobre la Tierra y seguramente mucho más atrás, esa bruma que estás viendo comenzó a cubrir todo el Psique. No era tan profusa y cerrada como lo es ahora, pero a medida que las ciudades fueron creciendo y los humanos fueron reproduciéndose, se convirtió en eso que estás viendo... Una capa sepulcral que lo cubre todo con su atmósfera opresiva y estática... La Etcétera.

—¿Etcétera? —balbuceó Elliot más para sí mismo que otra cosa, mientras escuchaba con mucha atención las palabras del dios del sol.

Ra asintió al escucharlo y continuó hablando.

—Ese fue el nombre que le dieron en su momento los encargados de vigilar la armonía en tu lado del mundo, y así se le ha conocido siempre.

—¿Se refiere a... la gente del Conservatorio?

Ra lo volteó a ver como si por algún tipo de ternura le pareciera curioso que Elliot supiera de la existencia del Conservatorio de Magos.

—En aquellos tiempos aun no eran el Conservatorio, sino el Coro de Magos —contestó el Dios—. Pero sí, supongo que para efectos prácticos, podríamos decir que son lo mismo.

—¿Y qué hay más allá de la Etcétera? ¿Es peligrosa? ¿Qué pasa si alguien se adentra en ella? ¿Qué...

—Ah, son muchas preguntas —contestó Ra—. Y aunque me gustaría contestarlas todas, algo me dice que si comenzamos nunca vamos a terminar —añadió con orden a la vez autoritaria y paciente—. Además, tengo la impresión de que alguien más apropiado que yo contestará todas tus dudas muy pronto. Después de todo, ya tienes su marca contigo.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Elliot confundido.

El dios con cabeza de halcón se rio con una melodía profunda y espesa.

—Elliot Augustus Arcana Power, el chico de las preguntas infinitas, parece...

Y al decir aquello los ojos del dios Ra se encendieron con brutalidad. Al instante, el fuego de las antorchas a lo largo de toda la muralla que protegía la Heliópolis crepitó salvajemente. Sus llamas rápidamente se convirtieron en torbellinos incandescentes que se elevaron en dirección a las estrellas.

—Presta mucha atención, mi querido invitado de honor, pues estoy a punto de presentarte a mis hijos y a mi ciudad —anunció el Dios, y en ese momento Elliot fue testigo de unos de los espectáculos más increíbles que hubiera visto jamás.

Primero las llamas en las antorchas comenzaron a abrirse, como si siempre hubieran estado cerradas a pesar de arder con fuerza, y de entre la forma que hacían, surgieron un centenar de aves, todas de distintas razas y de diferentes tamaños, pero todas con un exquisito plumaje negro y rojizo como el carbón incandescente que parecían ser las mismas cenizas y el mismo carbón en el fondo, todas con sus alas abiertas y sus picos apuntando hacia el cielo mientras cantaban en una tonada específica y consonante... Avestruces, águilas, cisnes, patos, halcones, pavos reales. Todos negros, todos con sus ojos anaranjados encendidos. Y todos entonando una misma melodía.

Acto seguido, el Dios Solar abrió sus alas también y alzó vuelo en dirección del cielo nocturno de El Cairo. Apenas lo hizo, las aves acentuaron su canto y como si de un poder extraño se tratara, toda la niebla que rodeaba la Heliópolis comenzó a retroceder, dejando al descubierto los mismos edificios destartalados que Elliot había visto en el Cairo alrededor del obelisco. Sin embargo, en seguida Elliot notó las diferencias entre un Cairo y el otro...

Era la misma ciudad moderna y contaminada, sí... pero sobre cada una de las terrazas de los edificios y sobre los tejados de las casas y los apartamentos, Elliot distinguió una nueva ciudad, un nuevo Cairo conformado por centenares de edificaciones ambulantes y nomádicas, al mejor estilo del Egipto Antiguo.

Había tiendas de campaña, puentes de madera que conectaban un edificio con el otro, caravanas ambulantes, cientos de habitantes humanos y antropomorfos al igual que los mismos dioses que lo habían recibido; todo eso y más yacía en la altura de los tejados y las terrazas del Cairo moderno en el Psique de Egipto. Era como si toda una nueva civilización, toda una nueva ciudad, todo un nuevo Cairo antiguo hubiera sido construido sobre los tejados del Cairo real.

Elliot estaba deslumbrado por las carpas antiguas y las pequeñas casas de barro y ladrillo con adornos típicos del Egipto de la época de los faraones y las primeras pirámides, jeroglíficos pintados y tallados en los edificios construidos por los humanos. Mercados, pozos en los tanques de los edificios, plazas y áreas de esparcimiento. Era como si cada cosa que los humanos hubieran creado en la realidad tuviera un uso también para los habitantes del Otro Mundo.

Al ver que Elliot estaba tan impactado que no podía articular palabra, Ra volvió a hablar desde el cielo nocturno.

—Este es mi Reino, Elliot Augustus Arcana Power —dijo con orgullo.

Y después, para que Elliot pudiera no sólo ver los alrededores del Templo del Sol sino también una extensa vista de lo que era su reino, el Dios abrió sus brazos y conjuró lo que parecía un pequeño sol que crecía y crecía cada vez más, lentamente, pero que con cada centímetro de expansión iluminaba más y más el firmamento. Los humanos al otro lado de las dimensiones también notaron aquello, aunque para ellos la Etcétera que producía la contaminación no fuera motivo de preocupación. Para ellos, el espectáculo era nada más que un brillo solar en plena noche, algo que seguramente sería producto de un fenómeno astronómico y con el que muchos sacarían fotografías y videos para las cuentas en sus redes sociales o para los noticieros o, incluso, para los pocos científicos que todavía no conocían la verdad de tales acontecimientos...

Mientras tanto, las aves cantaban.

—Ellos son mis hijos, Elliot —exclamó el Dios emocionado—. Hacía un tiempo ya que no recibía visitas tan interesantes... Y por lo tanto, tenía tiempo que no los oía cantar.

—¡Las aves fénix, ¿verdad?! —preguntó Elliot también eufórico ante la espectacular imagen del Cairo mágico.

—Así es —contestó el Dios—. Son los hijos que has venido a buscar... Y todo lo que estás viendo ahora es lo que esconde la Etcétera... El corazón de mi pueblo, su espíritu, su pasado...

—¡Todo es...! ¡ES HERMOSO! —exclamó el chico.

Por cinco minutos, Elliot se sintió el ser humano más afortunado sobre la faz de la Tierra. Abajo, en las antorchas, las aves cantaban y aleteaban; y arriba, el Sol de Ra iluminaba junto al brillo de los edificios de ese Cairo antiguo y moderno al mismo tiempo. Todo era supremamente sublime. Y, con esa vista frente a él, el mundo y la mismísima realidad le pareció muchísimo más mágica e imponente de lo que alguna vez en su vida le hubo parecido...

Tras un par de minutos, el Dios descendió del cielo y se colocó una vez más a la altura del chico para aterrizar a su lado. A Elliot le dio la impresión de que estaba cansado, pero incluso si así hubiera sido, después de todo lo que había hecho era inútil tratar de señalar su debilidad o su vejez. Nada podía borrar su faz altiva e imponente. Era, ciertamente, una deidad suprema a los ojos del muchacho.

—Ven, Elliot —dijo Ra tomando al chico de los hombros para hacerlo caminar—. Tengo que llevarte al Templo. Espero que tengas lo que se necesita para ganarte el respeto de uno de mis hijos. Sólo así escucharás el canto de uno de ellos por primera vez...

Dios solar y niño caminaron uno al lado del otro por una gran abertura en el piso en cuyo centro descansaba una gran barcaza antigua anclada al fondo seco de una enorme piscina. Después de ella, había una puerta enorme, iluminada también por el fuego de las aves fénix que hacían de antorchas vivas.

—Bienvenido seas, Elliot Arcana. Este es el Templo de los Hijos del Sol —dijo Ra.

La puerta ante ellos se abrió sin demora.

─ ∞ ─

Era un largo corredor lleno de escrituras antiguas sobre las rocas de las paredes. Incontables jeroglíficos abarcaban las paredes, a la vez que parecían contar una historia que Elliot no era capaz de entender por completo. Había dibujos de un hombre con cabeza de halcón en una barca sobre un río mientras este acarreaba una gran bola brillante, juicios, aves llameantes que nacían de una extraña lámpara colgando en el techo, cientos de figuras adorando de rodillas a diosas y dioses, y de a poco, Elliot comprendió que aquellos dibujos le estaban mostrando el nacimiento de todo el panteón egipcio...

La experiencia lo hacía sentirse como un explorador, como un arqueólogo en medio de un gran descubrimiento en ese primer momento en el que se da cuenta que sus ojos están viendo algo que mucha gente lleva años sin ver... O sin siquiera saber que existe. El largo corredor estaba iluminado por antorchas llameantes que producían luz sin calor. Cuando llegaron al final del pasillo, Ra abrió otra puerta, y tanto dios como adolescente entraron en una estancia amplia y cilíndrica de piedra maciza, también iluminada por antorchas.

Lo primero que Elliot notó es que un paso más allá de la puerta lo llevaría en una muerte segura, puesto que la habitación no tenía suelo, sino una caída de al menos una torre de cinco pisos de altura. Sin duda alguna, Elliot estaba seguro de que un edificio podría caber ahí sin problemas. Lo segundo que notó es que las paredes no tenían marcas de ningún tipo, y que frente a él parecía haber un techo que descendía escalonado hacia la caída del suelo. Era una imagen arquitectónica bastante extraña, casi abstracta, pero tras fijarse con detalles, creyó entenderla...

Lo que parecía el techo era en realidad una escalera invertida, y lo que parecía el suelo era en realidad el techo. Era una habitación gigantesca, pero el problema no era lo grande que era sino que estaba al revés. Tras descifrar aquello, la imagen más intrigante de todas cobró sentido: en la punta de la escalera invertida, casi al final de la habitación, pendía lo que parecía una extraña lámpara cuya llama fluía hacia abajo, también invertida, y cuya base estaba hecha de una aleación extraña entre el bronce y el oro.

Por último, y como un detalle para tomar en cuenta, en esta habitación no había marcas de ningún tipo, y el friso de sus paredes se parecía más bien al mismo de la piscina que habían dejado varios pasos atrás.

—¿Qué lugar es este? —preguntó Elliot impresionado.

—Es lo que has venido buscando, Elliot: La cuna de los hijos del sol —contestó Ra—. Todos los humanos que alguna vez han querido ganarse el favor de un hijo del sol han venido a este lugar y han tratado de superar la prueba del fuego purificado.

—¿Fuego purificado? —preguntó Elliot ahora más confundido que cualquier otra cosa.

El dios asintió ante su pregunta.

—Debes de depositar un huevo dentro del nido colgante tras haber subido cada uno de los escalones...

Elliot estaba boquiabierto.

La escalera invertida que el dios Ra estaba señalando era una gran construcción escalonada que sobresalía de la pared y que recorría en espiral parte del interior de aquella cámara hasta que llegaba a la plataforma centrar donde estaba el nido. Pero si Ra no le hubiera dicho que aquello era una escalera, Elliot habría seguido pensando que aquella construcción solo era un adorno dentro de la cámara. Vista de cabeza, aquellos escalones eran en realidad los peldaños perfectos de una escalera puesta boca abajo en lo que cualquiera hubiera catalogado como una excentricidad del arquitecto.

—Pero... ¿cómo...

—Sólo tú puedes hallar la forma, Elliot Augustus, pero ya has demostrado que tienes un corazón digno. No tengo dudas de que sabrás hallar una manera.

—¿Y qué pasa si no puedo hacerlo? —preguntó Elliot algo ansioso.

—Invoca mi nombre con eso en mente y vendré —contestó el Dios.

Tras decir aquello, cerró la puerta de la recámara y ésta desapareció junto al único peldaño que había estado sosteniendo al chico.

Ahora Elliot iba en caída libre.

Rápidamente sacudió sus manos tratando de aferrarse y se sujetó con torpeza de algo que antes había sido incapaz de ver: una escalera de manos en el relieve de la pared que daba hacia la puerta ya desaparecida. Tras tomar aire, se acomodó y descendió hasta el último peldaño inferior y posó sus pies sobre el techo invertido que, a fin de cuentas, era su suelo. De inmediato notó que la habitación se había cerrado herméticamente.

─ ∞ ─

Elliot caminó hasta el centro de la sala sin tener la más remota idea de cómo se las arreglaría para caminar de cabeza a través de toda aquella habitación.

—Chicos —invocó a los espíritus, y de inmediato todos, menos Raeda, aparecieron a su alrededor.

Paerbeatus, Iudicium, Imperatrix y Amantium aparecieron en la sala con los ojos fijos en el techo; tal como el muchacho que los había llamado.

—Si fueras una lagartija podrías caminar por las paredes, cachorro... ¿Alguna vez lo has intentado? —comentó Paerbeatus mientras se volteaba a ver a Elliot con concentración, como si tratara de ver algo en él que no hubiera visto antes—. ¡Rayos, no te pareces mucho a una lagartija que digamos...!

—¡Ay, Santísimo Creador! —comentó Imperatrix irritada—. Lo mejor será que te quedes callado si no tienes nada realmente importante que decir, Parbobo... ¿Quieres? Nos estarías haciendo un inmenso favor a todos

Paerbeatus corrió a esconderse detrás de Elliot usándolo como escudo contra la mujer.

—Ya, ya chicos —intervino Elliot—. No es momento de que nos peleemos entre nosotros.

—¡Díselo a ella, cachorro! ¡Me ha estado persiguiendo toda la tarde con un balde de agua para bañarnos a mí a y Recordatorio como si fuéramos perros con hipo!

—Si te bañaras más seguido no serías tan apestoso —terció la mujer mientras se acomodaba los guantes.

Iba vestida con un bello vestido negro en contraste con guantes blancos inmaculados. Sus cabellos rubios brillaban como hilos de oro bajo la luz de las antorchas.

—Pues a mí me puedes bañar cuando quieras, mujer —agregó Iudicium con picardía mientras sus ojos morados resaltaban más su piel morena y rojiza como sus alas.

—Ehm, no recuerdo haberte dado permiso para dirigirme la palabra. Elliot, detenlo —ordenó ella altiva.

«Las ganas palpitaban, tronaban, cantaban, chillaban en plena noche en el pecho de...», cantaba melodiosamente Amantium para acompañar la situación. Todo era bastante caótico en la sala vacía a causa del eco de la discusión.

—Chicos, chicos, chicos... ¡Alto!

Al escuchar que Elliot levantaba la voz, todos guardaron silencio de inmediato y lo miraron con atención. En el caso de Paerbeatus, con nerviosismo.

—No te molestes, cachorro... ¡Pero si estás molesto, la culpa fue de ellos, no mía! Yo estoy de tu lado —agregó con rapidez parándose junto al chico para mirar a los otros espíritus con seriedad en el rostro.

Elliot se echó a reir.

—No estoy molesto Paerbeatus, te lo prometo —exclamó mientras colocaba una de sus manos sobre el brazo de su amigo espiritual—. Es sólo que no podemos discutir si queremos salir de esta y resolver el acertijo de Senex.

—Yo podría cargarte para llegar hasta la escalera, pero no lograría sostenerte por mucho tiempo, Elliot —comentó Iudicium mientras volvía a levantar la vista hasta la escalera invertida, esta vez con seriedad—. Aunque estamos en el Otro Mundo, tu cuerpo no es mágico y el mío no es real, y eso consumiría mi energía muy rápido. Podría soltarte sin querer, y como es una caída directa a la muerte te pido que ni lo consideres...

—Entiendo —contestó Elliot.

—Yo podría hacerte ver como un pájaro o como éste —dijo Imperatrix señalando con desgano a Iudicium con un dedo—. Pero como sólo sería una ilusión, igual seguirías sin poder usar sus alas realmente...

—Si quieres te abrazo, caro, las personas siempre dicen que cuando estoy cerca las inspiro —se ofreció Amantium con algarabía ante la idea de servir como musa inspiradora.

—No creo que eso me ayude a concentrarme real...

Pero ya era tarde. El espíritu adolescente ya había envuelto a Elliot con sus brazos.

—Gracias —terminó por contestar Elliot.

—Como gustes, carissimo.

—¿Tenemos alguna otra cosa? —preguntó el chico otra vez como si hablara tanto con los espíritus como consigo mismo.

—Deberías tratar de hacer lo de las lagartijas, cachorro... Uno nunca sabe cuándo el pez bebe agua —dijo Paerbeatus con solemnidad y una creencia firme en sus palabras.

—Parbobo —decía Imperatrix—, cállate, ¿sí? Estamos hablando los grandes y...

—No, no, espera un segundo, Imperatrix —la interrumpió Elliot mientras la chispa de una idea nacía en su cabeza—. ¡¿Qué fue eso último que dijiste, Paerbeatus?!

—Dios mío, ¿en serio le va a hacer caso al loco? —protestó Imperatrix mientras veía a Iudicium con incredulidad en el rostro.

Él, al notar aquello, habló sin pensarlo:

—Disculpa, ¿me hablas a mí? —se mofó haciendo enojar a la mujer.

—Ay, olvídalo. Elliot, no le puedes hacer caso a Paerbeatus, él es alguien que no sabe lo que dice y nada de lo que sale de su boca tiene nunca ningún sentido...

—¿Y qué si no fuese así? Paerbeatus, a veces tienes tus momentos de serenidad y cordura —dijo el chico con una mirada de orgullo puesta sobre su espíritu brújula—. Dijiste que uno nunca sabe cuándo un pez bebe agua, ¿no?

Todos los espíritus se veían los unos a los otros sin entender nada de lo que decía Elliot.

—Sí —contestó Paerbeatus algo apenado—. Si te pones a pensarlo, ¿ellos realmente necesitan tomar agua por la boca? ¿O la absorben por la piel? Digo, como siempre van nadando y abriendo la boquita es que quizás tengan mucha sed de tanto nadar... Es uno de los grandes secretos del Universo.

Cuando el espíritu terminó de hablar, Elliot estaba sonriendo de oreja a oreja.

—¡Eres un genio, Paerbeatus! —exclamó.

—¿Lo soy?

—¿Lo es? —preguntó Imperatrix incrédula.

Elliot acababa de armar en su cabeza un plan que, quizás, podría funcionar.

—Te dije que tengo talento de musa, caro —dijo Amantium dándole un beso en el cachete a su dueño.

Elliot se rio con el gesto antes de realizar el primer paso de su plan:

—Rider —invocó.

De inmediato el espíritu del marinerito apareció.

—¿Ahora qué quiere su majestad prepuberal? —preguntó con fastidio.

Elliot trató de sonar lo más afable y arrepentido posible.

—Rider, ¿crees que sería posible que hicieras aparecer una puerta que llene todo este lugar con agua?

Al escuchar aquella petición tan rara, Raeda vio a Elliot con cara de extrañeza. Para el marinerito era evidente que Elliot ya había perdido un tornillo.

—¿Qué tienes en mente, anciano? —cuestionó Iudicium con atención sin perder detalle del rostro de Elliot.

—Es fácil... Si logro llenar de agua lo suficiente este lugar, podría aguantar la respiración para caminar por la escalera y completar el ritual —dijo Elliot entusiasmado mientras señalaba la estructura de piedra con sus manos—. La escalera no es realmente tan larga y caminarla bajo el agua no me tomaría más de uno o dos minutos y mi récord de aguatar la respiración es de cinco minutos enteros. ¿Lo ves? Si convierto todo esto en un ambiente acuático, la prueba será pan comido.

—Sí, sí, sí. Todo muy bonito pero lo que estás diciendo es imposible niño —intervino el marinerito con fastidio—. Primero, estamos en el Otro Mundo, lo que significa que tendría que abrir una puerta entre una dimensión y otra. Si estuviéramos en el Arca sería pan comido, pero aquí las cosas funcionan diferentes; la armonía se resiste, y las puertas se vuelven inestables porque todo el maldito lugar se me resiste, punto. Y segundo, me estás pidiendo que trate con agua, eso ya es otro nivel de locura. Para hacer eso tendría que abrir la puerta dentro de un lago o del mar, cosa que es casi imposible porque el agua en grandes cantidades también repele la armonía, como ya te lo he dicho un millón de veces aunque a ti las cosas te entren por las orejas y te salgan por el culo. En fin, ya lo tienes, la vez millón uno: felicidades.

A medida que Elliot iba escuchando la explicación de Raeda y caía en la cuenta de que su idea era completamente inútil, el entusiasmo iba escurriéndose de él como el agua se escurre por las alcantarillas. Sin esa idea, ya no sabía que más hacer para completar la prueba de los hijos del Templo del Sol. Al ver cómo se transformaba su rostro, Iudicium habló una vez más:

—Aún existe otra posibilidad de hacer lo que quieres hacer, anciano —dijo.

Elliot se giró con rapidez para ver al jazzista y cuando sus ojos se encontraron, éste asintió.

—¿Recuerdas la perla azul que compraste en la feria de las ilusiones? —añadió Iudicium.

—¿La qué? —preguntó Elliot confundido.

—¡Oh no! ¡Oh no! ¡Oh no, no, no, no, no...! ¡¿Acaso ya perdiste la cabeza? —le increpó Imperatrix al jazzista con escándalo—. ¡Eso nos puede matar a todos! Es una locura.

—¿Les importaría llenar el espacio vacío para los que llegamos tarde a la fiesta? O acaso yo soy el único que no está entendiendo ni media berenjena —se quejó Raeda colocando sus bracitos en jarra como una anciana.

—Me refiero a esto —añadió el espíritu jazzista entregándole a Elliot una pepita azul que parecía destellar con magia desde adentro.

Cuando Elliot la tomó entre sus dedos la sintió fría. Brillaba tan azul como si de un pequeño planeta azul se tratara.

—Esa perla que tienes en tus manos es justamente la solución que necesitas —añadió Iudicium—. La compraste al momento de pasar mi prueba, pero como luego utilizaste la botella vacía para vaciar tus recuerdos, la habías olvidado. Mientras tanto, yo la tenía conmigo. Te servirá...

—No te estoy entendiendo.

—¡Ay niño, reacciona! Esa perla no es ninguna perla —exclamó Imperatrix mientras veía la perla azul en la mano de Elliot con desconfianza—. Esa cosa es uno de los inventos dementes de nuestro Creador. Es un contenedor de emergencia, y como es azul, lo más seguro es que esté lleno de galones y galones de agua...

—¡¿En serio?! —preguntó Elliot con estupefacción.

—Todas y cada una de las palabras de Imperatrix son ciertas —añadió Iudicium.

—¡A la mierda! —exclamó Raeda mientras se llevaba las manitos a la cabeza.

—Nuestro Creador fabricó estas perlas, mismas que llamó contenedores de emergencia, cuando veía algún desastre natural.

—¿Cómo?

—Simplemente los encapsulaba en una de esas —siguió explicando Iudicium luego de señalar la perla de Elliot—. Lo hacía por diversión y podía ser cualquier cosa. Un tsunami, un incendio o un huracán. Aunque también podían ser cosas inofensivas como las nubes, neblina o simplemente luz solar.

—¡Ja, permíteme dudar de eso! —se mofó Imperatrix.

—Eso no importa, ahora —contestó Iudicium algo indignado—. Lo que importa aquí es que la que está en tu poder es de agua. Sólo tienes que arrojarla contra alguna superficie dura y ella entenderá que debe hacer...

—Ahogarnos a todos, qué divertido —se mofó Raeda.

—A nosotros no nos pasará nada, no seas ignorante —dijo Imperatrix—. Pero el niño sí podría morir. Iudicium, esto es una locura. Si toda esa agua sale de golpe en un lugar tan pequeño como este la presión lo va a aplastar...

—No si Rider materializa una puerta para que Elliot se esconda —intervino Amantium uniéndose a la conversación—. Podrías hacerlo, ¿no, picolino?

Amantium le alborotó el cabello rojizo al marinerito y éste le golpeó la mano con fuerza para que lo soltara.

Picolino lo tuyo, y por supuesto que podría hacer algo tan sencillo como eso. Ni que me dijeran Paterbobo, ja...

—¡Entonces eso es lo que haremos, chicos! —dijo Elliot emocionado—. Cuando yo rompa la perla y la sala se inunde, no necesitaré más que un poco de espacio en el techo para respirar. Primero crearemos algo así como una burbuja de aire, por lo que cuando te diga que abras la puerta, Rider, ¡tienes que hacerlo!

—¿Dime, no te da miedo que simplemente te desobedezca y te deje morir como tantas veces lo he sugerido? —preguntó el marinerito con voz amenazante.

—No —contestó Elliot de inmediato—. Sé que no me odias tanto como dices, y en el fondo, tengo fe de que me perdonarás por haberte hecho daño antes. Es lo que hacen los amigos...

Raeda entornó la mirada con fastidio y bufó.

—¡Pff! En fin, ¿y a donde se supone que voy a mandar toda esa agua? —dijo—. Porque ya me imagino yo la cara que va a poner la gente del Cairo si de repente aparece en medio de la calle la puerta de una represa.

—En la piscina de Ra —balbuceó recordando la piscina vacía con la barcaza que había visto antes de entrar al templo.

Estaba seguro de que antes no había estado vacía, por lo que, quizás, si lograba llenarla, podría incluso agradecerle al Dios del Sol por haberle ayudado a pasar la prueba de Senex.

—¿Disculpa? —contestó Raeda sin seguirle el paso.

—Puedes mandar el agua a la piscina de Ra que está justo frente a la entrada del templo —prosiguió Elliot—. Yo te la puedo mostrar en mi mente y así no tienes que abrir un portal entre las dos dimensiones.

Raeda lo miró por un segundo y luego chasqueó la lengua con fastidio.

—A veces no eres tan entupido como pareces, mocoso. Listo, parece que tienes un plan... Y ya que tenemos donde mandar el agua, ¿qué viene después?

—Después tienes que cerrar la puerta para que no se escape toda el agua y yo pueda hacer el ritual. Si todo sale bien, un nuevo espíritu se reunirá con ustedes para el amanecer...

─ ∞ ─

—¿Todos entendieron el plan? —preguntó Elliot ansioso sin dejar de apretar la perla entre sus manos.

Estaba nervioso y excitado al mismo tiempo. Cuando vio que los espíritus asentían, sonrió de manera involuntaria.

—Entonces...

Imperatrix lo interrumpió.

—Espera... ¿Lo puedo decir yo?

—¿Qué cosa? —preguntó Elliot confundido.

—Ya sabes, eso que vas a decir... Dar la orden —dijo ella sonrojándose un poco para sorpresa del chico—. Me gusta... dar las órdenes.

Y tras ello, una risita se escapó tiernamente de sus labios.

Certamente —musitó por lo bajo Amantium ganándose un codazo por parte de la mujer—. Ah... Discúlpame, bella, no he dicho nada...

—A mí, princesa, me puedes dar todas las órdenes que quieras —terció Iudicium como quien no quiere la cosa, pero Imperatrix lo volvió a ignorar.

—Apúrense que no tengo todo el día —protestó Raeda fastidiado ante la escena.

Imperatrix suspiró con fastidio.

—¿Puedo o no puedo dar la orden, Elliot? —preguntó.

Elliot asintió entre divertido e intrigado.

—Está bien, Imperatrix, haz los honores —dijo afable para luego colocarse justo detrás de Raeda—: Confío en ti, Rider —le dijo al oído, pero el marinerito no le contestó de vuelta.

—¿Están todos preparados? —preguntó Imperatrix emocionada y de inmediato los ojos de los cinco espíritus comenzaron a brillar con mucha intensidad.

La armonía del tarot se iba desplegando en una tenue polifonía por todo el lugar. Era una sensación bastante sobrecogedora pero cálida al mismo tiempo.

—¡Que comience el show!

De inmediato Raeda materializó una gran puerta doble frente a él, ocultando a Elliot y los otros espíritus detrás de ella. Se veía considerablemente más gruesa que las que usualmente conjuraba. Acto seguido, todos los espíritus se abrazaron entre sí formar un cordón de seguridad con el que pretendían protegerlo de la brusca presión del agua.

—Es tu turno, Elliot —dijo Imperatrix nuevamente.

Elliot miró por última vez la perla azul sobre la palma de su mano y, sin pensarlo mucho, la arrojó por encima de la puerta.

—Ya yo dije que no me gustaba el agua, ¿verdad? —musitó Paerbeatus inquieto.

Elliot se rio nervioso seguido de Amantium. Al segundo siguiente, la perla chocó contra la pared y se rompió. Elliot no sabía cómo esperaba que sonara aquello, pero, definitivamente, jamás pensó que el estruendo sería tan aterrador...

Había sido como el sonido del disparo de un tanque de guerra. El estruendo resonó a través de las paredes de piedra de aquel salón herméticamente sellado. Todo se estremeció en un temblor como si un cataclismo devastador hubiera arremetido contra las paredes del lugar e intentara arrancarlo de sus cimientos.

El agua lo llenó todo con violencia y rapidez salvaje. De no haber sido por la idea de Iudicium de abrazar a Elliot para asegurarlo, el chico habría sido devorado por el agua y arrastrado por la corriente azotándolo peligrosamente contra las paredes del lugar. Probablemente Elliot habría muerto al instante al golpearse la cabeza.

Raeda gritaba mientras el agua subía sin parar y amenazaba con arrasar con todos ellos.

—¡No suelten al chico! —gritó Imperatrix mientras sus ojos echaban chispas moradas de lo brillantes que estaban y Elliot tomaba una gran bocanada de aire.

Al segundo siguiente el agua los arropó por completo. La presión de la marejada disminuyó y la succión se hizo menos violenta. Elliot aprovechó para nadar hacia la superficie, pero quedó atrapado por el empuje submarino del remolino que seguía brotando de la perla. Elliot salió disparado y se estrelló contra la pared, pero gracias a que Amantium lo atajó, no se golpeó.

—Gracias —dijo el chico.

—Sin problema, caro.

En seguida Elliot sintió cómo alguien lo halaba por uno de sus brazos en dirección a la superficie, y cuando subió la mirada, se encontró con Paerbeatus e Iudicium que luchaban para sacarlo del chorro submarino. Amantium también lo empujó y al final Elliot pudo sacar la cabeza del agua.

Cuando abrió la boca para respirar lo primero que sintió fue el sabor salado del agua. Era bastante intenso y más salado que cualquier agua que Elliot hubiera probado nunca; aunque estaba fría, notó que por momentos sentía corrientes cálidas dentro de este y allí se percató de otra cosa.

«Las antorchas no se apagaron... como en mi visión» pensó mientras el nivel del agua seguía subiendo y su distancia con relación al techo se acortaba.

—Amantium ya está con Raeda... ¿Estás listo, Elliot? —preguntó Imperatrix al ver que ya sólo faltaba muy poco para que al agua inundara por completo la habitación.

Elliot pudo detallar con más facilidad la antorcha invertida y notó que, de hecho, se trataba de un nido. Era como si algún pájaro hubiera hecho su casa con ramitas deformadas de aquel metal extraño. No era muy grande pero sí algo hondo. Estaba vacío, no había nada en él salvo por unas marcas de hollín.

—Estoy listo —confirmó Elliot.

Sus manos ya podían tocar el techo. Rápidamente tomó aire antes de que fuera demasiado tarde. En efecto, a los pocos segundos ya el agua lo había cubierto todo.

—Abre la puerta, Rider —exclamó Elliot desde su mente y el marinerito obedeció de inmediato.

En el fondo de la sala (ahora prácticamente un tanque de agua) se había creado un vértice a causa de la presión del agua que no podía ser contenida y que aún no había sido expulsada por la puerta. La perla seguía arrojando enormes cantidades de agua fría y salada y el remolino que había causado estaba empeorando a causa de la falta de espacio. Rápidamente Raeda y Amantium se desvanecieron para aparecer en otra parte de la sala. Si no lo hubieran hecho, la corriente los habría expulsado del salón a través de la puerta.

—Sal rápido, por favor... ¡Sal más rápido! —pensó Elliot desesperado, pero el agua seguía sin bajar.

Tenía su mano apoyada al techo y el agua no retrocedía; habían pasado ya cerca de cuarenta segundos, pero la presión no bajaba. El cuerpo le dolía cada vez más, y poco a poco su visión había comenzado a ponerse borrosa. La inmensa cantidad de agua que entraba a la sala desde la perla era mayor a la que salía por la puerta y estaba triturándolo. Mientras tuviera oxígeno en los pulmones podría resistir mejor la presión contra el techo, pero era urgente que la presión descendiera.

¡Raeda! —gritó mentalmente con desesperación—. ¡Necesito que agrandes la puerta, por favor!

Debido al escaso drenado del agua, la presión terminaría por matarlo en un par de minutos a menos que el sifón improvisado que habían armado con la puerta funcionara más rápido. Y para eso, la única solución era aumentar el volumen del agua expulsada. Las imágenes de buzos muertos venían a la cabeza de Elliot tras haber visto varios documentales del tema junto a su tía Gemma años atrás. La muerte por descompresión era algo espantoso e indescriptiblemente doloroso... Y era el destino que aguardaba al chico a menos que se hiciera algo.

—¡Quieres matarme, ¿verdad?! —preguntó Raeda a la vez desesperado e irritado.

—¡POR FAVOR! —exclamó Elliot reteniendo el pánico lo más que podía.

Ya habían pasado diez segundos más de presión. El mareo y el dolor aumentaban con cada segundo.

Elliot sentía como el pecho le quemaba y como la garganta lo amenazaba con abrirse en cualquier momento inundando sus pulmones de agua salada hasta matarlo. Ya no podía aguantar más y su desesperación lo llevó a pegar la nariz y la frente del techo mientras apretaba los ojos en un esfuerzo por mantener el control de su cuerpo y su reflejo de respiración a raya. Estaba seguro de que estaba a punto de perder la batalla.

—¡RAEDA! —escuchó que gritaba Iudicium dentro de las paredes de su mente.

—¡Aghhh! —jadeó Raeda a la vez que aparecía justo frente a la puerta que había invocado y aguantaba, con toda su voluntad, la fuerza de la corriente que lo empujaba hacia afuera.

Estaba de pie como un pequeño gigante, en pose de no dejarse intimidar, con sus piernitas bien colocadas con firmeza y sus brazos abiertos en oda hacia adelante; sus ojos estaban fijos sobre la gruesa puerta casi con locura. Apurándose lo más que podía empezó a dirigir mucha energía hacia ella. Sus ojos habían pintado prácticamente toda la sala frente a él de lo intenso que brillaban. El marinerito gritaba con muchísima fuerza. Estaba aguantando a la vez el dolor de la presión del agua y el dolor que implicaba incrementar el tamaño de su hechizo. Estaba agotando prácticamente todas sus reservas de magia...

Pero aunque la presión seguía aumentando y el agua seguía brotando de la perla, gracias al esfuerzo de Raeda la puerta que hacía de sifón había comenzado a agrandarse, y con ello, con cada centímetro cúbico de crecimiento, descendía proporcionalmente la presión a la que el cuerpo de Elliot estaba siendo sometido.

Él tenía sus ojos cerrados del miedo y del mareo.

No pudo ver cuando el pequeño marinerito, gritando a todo pulmón bajo el agua y con su magia a tope, ensanchó la puerta que estaba conjurando hasta convertirlas en las puertas de un galpón para que el agua pudiera salir más rápido. Tras doce peligrosos segundos, la puerta finalmente llegó a un tamaño que podía contrarrestar el desborde y la habitación había comenzado a nivelarse. Justo cuando Elliot perdía la pelea contra su cuerpo, la presión descendió y el agua bajó dos centímetros del techo.

Elliot respiró desesperadamente escapando de las garras de la asfixia, tosió y escupió con agitación. Cuando se percató de que ya tenía toda la cabeza fuera del agua se puso nervioso.

—G-gr... gr... g-gracias, Raeda...

Raeda, casi agotado por completo, apagó su conjuro y la puerta se desvaneció al instante.

—¿Estás bien, cachorro? —le preguntó Paerbeatus preocupado mientras se acercaba a él.

—Todo bien, Parby, sólo... solo necesito tomar aire.

Elliot le sonrió y Paerbeatus le sonrió de vuelta. Raeda regresó a su carta para descansar sin decir nada, pero aun así, el chico sabía que el espíritu lo había perdonado. Le estaba eternamente agradecido; si no hubiese sido por él, habría sufrido una muerte muy dolorosa. Pasaron cerca de doce minutos para que Elliot lograra aclimatarse nuevamente a su presión habitual. El mareo descendió poco a poco, y su visión lentamente regresó a la normalidad. Aun así, estaba muy afectado por lo sucedido y su cuerpo seguía adolorido.

—Bueno, anciano... lo lograste —dijo Iudicium con orgullo—. Tu plan era una locura, pero al final conseguiste hacer que funcionara...

—Por un momento pensé que me moría —admitió Elliot.

—Pero no lo hiciste, y eso es lo único que importa ya.

—Gracias —dijo él riendo a la vez que le huía a lo mórbido de la conversación.

—Ya sólo falta que coloques el huevo en el nido y habremos superado la prueba, Elliot —canturreó Imperatrix muy animada.

Estaba muy feliz de haber participado en la aventura.

—¿Tienes el huevo, Parby? —preguntó Elliot.

—Si, aquí lo tengo, cachorro...

El espíritu desapareció por un instante para volver a su carta y regresó dos segundos más tarde con el huevo en la mano.

—Terminemos con esto entonces —dijo Elliot sonriendo y tomando una larga bocanada de aire por partes.

El agua se había entibiado acogedoramente.

Elliot nadó hasta el extremo de la escalera que estaba más alejado del nido y allí se colocó con suma facilidad en una posición cómoda para "caminar" por los peldaños invertidos bajo el agua. A él siempre le había gustado la natación gracias a su tía, pero ni en sus sueños más alocados había llegado a pensar que dicha destreza le serviría para una situación como esta.

Poco a poco fue ascendiendo por la escalera invertida mientras todo su mundo estaba de cabeza, y a medida que sus pasos se acercaban al nido colgante, Elliot se percató de que el brillo de las antorchas se volvía más intenso. Cuando completó el recorrido sintió una extraña vibración en su cuerpo, como si un calor suave y dócil se hubiera entremezclado con la sangre en sus venas.

«El ritual está haciendo efecto», pensó.

Con la sensación recorriéndole, Elliot terminó de acercarse hasta el nido.

—Dèja vú —se dijo a sí mismo.

La imagen ante sus ojos era exactamente la misma que había visto por su ojo derecho en la visión de Pythonissa. Sin más demora, depositó el huevo (invertidamente) con cuidado. Curiosamente este flotó hacia él nido como si la gravedad también funcionara al revés; o quizás sólo fuera a causa del flote por el agua. Como fuera, cuando el metal y el cascarón se tocaron, las llamas lo consumieron todo. Gruesas lenguas de fuego anaranjado y brillante envolvieron el diminuto huevo y todo el cuerpo de Elliot, quién se alejó nadando hasta sacar la cabeza del agua para recuperar el aliento.

—¿Qué está pasando? —se preguntaron Iudicium e Imperatrix al mismo tiempo, cosa que molestó a esta última.

—¡Ay, ya lo rompiste, cachorro! —exclamó Paerbeatus asustado—. ¡Ahora nos van a convertir en esclavos del hombre-pollo dorado gigante!

Elliot no le prestó atención. Sus ojos estaban fijos en el huevo dentro del nido de oro que había comenzado a brillar también.

—De seguro es parte del ritual —contestó algo nervioso.

—¡Miren, miren...! —añadió Amantium—. Algo le está pasando al huevo.

El cascarón comenzó a teñirse de negro y a vibrar con soltura dentro del agua que parecía estar hirviendo.

—Pobre pollo... Descansa en paz —dijo Paerbeatus con algo de congoja.

Tras varios segundos el cascarón se había vuelto completamente negro y ya no vibraba más, pero el calor en la sangre no había cesado para Elliot, por lo que tuvo una corazonada. Rápidamente invocó al espíritu de Senex y le pidió que se mantuviera cerca. El espíritu anciano asintió emocionado a la vez que agradecía por haberlo traído a una «cisterna tan peculiar, digna de admiración y estudio por los entendidos de los asuntos hídricos».

Ya con Senex a su lado, Elliot se volvió a sumergir en el agua y nadó hasta el nido; una vez allí, sin pensarlo dos veces, metió su mano entre las llamas para tomar el huevo quemado. Todos los espíritus lo veían sorprendidos. En realidad, Elliot no pensó que aquel fuego lo quemaría, y de hecho, estaba seguro de que estaba haciendo lo correcto.

Cuando sus manos tocaron las llamas, estas no le hicieron nada. Ni siquiera el metal del que estaba hecho el nido estaba caliente. Rápidamente tomó el pequeño huevo negro entre sus manos y se lo llevo al pecho de manera protectora. Al instante las llamas se redujeron y regresaron a su forma inicial con función de lámpara...

El ritual había terminado.

—Sácanos de aquí, Rider —pidió Elliot, y sin mucha demora, se materializó el espíritu junto a una nueva puerta cumpliendo la petición.

Tras cruzarla nadando, Elliot y los espíritus cayeron empapados en medio del pasillo anterior. Todos estaban alrededor de Elliot, mientras él cuidaba del huevo que tenía entre las manos.

—¿Todo este escándalo fue para hervir un huevo? —preguntó Raeda ofuscado y ofendido.

—¡No, lo sabía! ¡Miren! —exclamó Elliot emocionado sin despegar sus ojos del pequeño huevo—. ¡No está quemado...! ¡Se está moviendo!

Y en efecto, así era.

Entre sus palmas arrugadas el pequeño huevo negro había comenzado a dar pequeñas sacudidas, mientras unas grietas sutiles se formaban en su superficie.

—¡Santo Dios Gato, está por nacer!

Aquel era el momento que Elliot estaba esperando y que había ido a buscar hasta Egipto, el momento en el que un hijo del sol cantaría por primera vez.

—Senex —dijo el chico buscando al espíritu con su mirada.

El anciano se colocó justo a un lado con una enorme sonrisa.

—¡Ahhh, chiquillo! —exclamó—. ¡Hallaste la luz!

El cascaron del huevo se terminó de romper. De su interior brotaron pequeñas llamas anaranjadas antes de que un pollito de un profundo color ceniza asomara su cabecita por primera vez al mundo y soltara un largo piado, tierno y la vez hermoso. Era muy parecido al que hacían los pollitos de la granja de su abuela, sólo que un poco más largo y melodioso, pero sobre todo, mágico.

—Y así suena el primer canto de un hijo del sol —añadió Elliot con el pollito entre sus manos.

Senex elevó sus manos al cielo a la vez que se decidía entre asumir una postura de místico poseído o de sabio de la antigüedad. Tras finalmente suspirar emocionado y dejarse llevar por la emoción, bajó sus manos y acomodó su toga blanca para levantar un dedo en pose muy parecida a la del dibujo de su carta.

—¡Majestuoso! ¡Oh! —dijo mientras sus ojos morados se iluminaban—. ¡Eureka! ¡Felicidades! ¡No sólo has superado mi prueba, chiquillo! También me has traído lo que tanto tiempo estuve buscando... ¡Una de estas sabias bellezas! —dijo mientras posaba sus ojos con ternura en el animal.

—¿A un pollo negro? —cuestionó Paerbeatus incrédulo—. Yo no le veo que tenga mucha cara de inteligente, la verdad...

El ermitaño le devolvió una mirada indignada para luego regresar sus ojos de maravilla ante la pequeña criatura mitológica.

—Esta es el ave de la sabiduría eterna e inmortal, la que sólo se conoce cuando se experimenta... Quizás el chico escogió un huevo de pollo, sí... pero también sigue siendo un pollo fénix.

Elliot quedó impactado ante semejante revelación (aunque ya había atado cabos desde antes) mientras veía cómo el pollito en sus manos terminaba de salir del cascarón y le picaba con suavidad la palma húmeda y arrugada para luego frotarse contra ella.

—Tengo un ave fénix —comentó ensimismado mientras el pollito lo miraba con sus ojitos anaranjados.

Era muy liviano y su tacto era cálido.

—Uno que nació de ti, jovencito —añadió Senex—. Y ahora... Como muestra de tu logro y por orden de mi hechizo, solo a vos obedezco y mi poder os brindo.

El espíritu recitó el poema y posó su mano sobre uno de sus hombros con fuerza. Al instante Elliot sintió la descarga armónica fluyendo por su cuerpo. Por fin había completado la prueba de Senex y ahora contaba con otro de los espíritus del tarot.

─ ∞ ─

Cuando Elliot invocó a Ra este apareció sin demora. Apenas vio al pollito entre sus manos, lo felicitó por haber realizado satisfactoriamente el ritual.

—Escogiste una cría interesante, sí —dijo al reflexionar que se trataba de un huevo de gallina—, pero será sin dudas tu compañero fiel por toda la eternidad... si es que llegas a alcanzarla, claro.

—Espere, ¿el pollito no se quedará aquí con usted? ¡¿Me lo puedo quedar?! —preguntó Elliot emocionado.

En el pasillo todo el suelo estaba húmedo por la cantidad de agua que habían expulsado sobre la piscina. La barcaza ahora flotaba con ligereza sobre el agua cristalina.

—No se quedará aquí, Elliot Augustus Arcana Power —contestó el dios mientras negaba con la cabeza—. Por supuesto que puedes llevarlo contigo, y serás tú quien deberá cuidar de él.

—¡AYY! ¡Cómo crecen de rápido! —exclamó Paerbeatus escandalosamente mientras se secaba unas lágrimas con su pañuelo de flores—. ¡Un día los curas con baba de ranita y al siguiente ya han empollado un huevo! ¡QUÉ BARBARIDAD!

Ni siquiera Ra pudo contener una risa disimulada. Poco después estaban de regreso en el jardín ante la presencia de los demás dioses. La Enéada de la Heliópolis recibió a Elliot con sorpresa y agrado mientras éste llegaba junto al Dios Solar. Aster Kiar se puso de pie apenas lo vio.

—¡Mire, señorita Kiar, he conseguido pasar la prueba del templo! —le dijo Elliot mientras le enseñaba al polluelo que no dejaba de piar con suavidad.

—Felicidades, míster Arcana —contestó ella con una sonrisa afable—. Supongo entonces que no le molestará que me retire. Le recomiendo que al salir no use el obelisco de nuevo sino la magia de uno de sus amigos. La fundación LUXOR podría estar esperando del otro lado a que alguien salga para detenerlo.

—¿Y cómo saldrá usted entonces?

—No se preocupe por mi míster. Yo me sé mover muy bien dentro del Otro Mundo y conozco otros accesos a esta dimensión. Gracias, su Gran y Magnánima Divinidad, por permitirme esperar aquí —dijo ante Ra con una reverencia, a la vez que esperaba su permiso para marcharse.

Una vez que el Dios la concedió, Elliot observó a Aster Kiar siendo escoltada por los guardias por unos pasillos que de seguro darían a una entrada común al templo. Era apenas ahora que Elliot se dio cuenta de que, de seguro, habían utilizado el portal más sagrado para comunicarse con Ra, uno probablemente reservado para los sumos sacerdotes de su templo; por lo mismo la rabia de Tefnut al llegar y la imprudencia de sus actos.

—Muchas gracias, su Divinidad —dijo Elliot inclinando la cabeza mientras reflexionaba aquello—. Lamento mucho las molestias.

—No me molestaste, Elliot —contestó el Dios—. Tenía tiempo esperando a que algo interesante ocurriera por estos lares, y fuiste tú quien cumplió semejante deseo...

«¡Fuiste tú...!», comenzó a cantar Amantium escandalosamente y sin poder evitarlo, capturando en un instante la atención de todos los presentes. «De más está decir que sobra decir tantas cosas...».

—Todo lo que te llevas contigo Elliot Augustus Arcana Power —añadió Ra ignorando la canción de fondo—, te lo has ganado por tu propia cuenta. No hay nada que agradecer...

—Aun así, siento que sería grosero de mi parte no agradecerle, Gran Dios Solar —continuó diciendo Elliot—. Prometo cuidar muy bien del polluelo...

—Es polluela. Es una hembra —corrigió Ra—. Y si no te importa, puedes tratarme por mi nombre sin títulos... Ra... o quizás... Gran Ra. Como lo prefieras.

—Si es polluela entonces la llamaremos Martina —soltó Paerbeatus enseguida—. Se le nota en la cara que ese es su nombre, tiene cara de Carolina desde que nació...

Elliot ignoró aquel errático comentario y regresó su mirada al Dios ante él.

—Se qué la cuidarás muy bien Elliot Arcana —dijo éste—. Ahora ve en paz y, no olvides que has conocido mi nombre. Si lo invocas con fuerza, de seguro escucharé... Aquí siempre serás bienvenido.

—Gracias, Gran Ra —contestó Elliot—. El honor no me cabe en el pecho —dijo Elliot conmovido a la vez que una lágrima de emoción bajaba por su mejilla izquierda y le dedicaba otra reverencia al Dios solar—. ¡Hasta luego....!

El dios se despidió del chico junto a la Enéada, y tanto él como los espíritus se prepararon hacia otra puerta de Raeda para retirarse del jardín.

—¿Te molestaría si vamos a otro sitio primero anciano? —intervino Iudicium antes de que Raeda pudiera hacer nada.

—¿A otro sitio? ¿A dónde? —preguntó Elliot confundido mientras volteaba a ver al ángel jazzista.

—Tú sólo confía en mi, anciano —le dijo el hombre mientras le pasaba un brazo por encima del hombro—. Rider, ya sabes lo que tienes que hacer...

—Seh, seh —protestó el marinerito mientras sus ojos se encendían y una puerta morada se materializaba frente a ellos—. Desde ya te aviso que nada de esto fue idea mía, mocoso, y no la apoyo ni un poquito...

Elliot estaba intrigado, pero feliz.

Acababa de completar la prueba de Senex, y en el proceso había ganado también una tierna polluela fénix. Se sentía reconfortado. Todavía extrañaba a los espíritus que había perdido, pero parecía estar claro de que la tristeza no lo iba a ayudar a recuperarlos. Cuando cruzó la puerta de Raeda en compañía de sus amigos, tenía una sonrisa en los labios.

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