Capítulo 56: Espejos rotos a la deriva

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Era de noche. Habían pasado dos horas ya, y por fin había calma...

—Como prueba de tú logro y por orden de mi hechizo, sólo a vos obedezco y mi poder os brindo —recitó Fortuna.

Las manos de joven y espíritu se estrecharon con temple bajo la sombra de los árboles del parque. Los ojos de Fortuna brillaban con alegría. Elliot, por su parte, sentía el mismo fuerte hormigueo de siempre recorriéndole la piel. Eso, y las gotas de sudor bajando por su cabello y deslizándose por sus mejillas. Todos estaban en medio de los árboles y los caminos de piedra adosados, a pocos metros de un centro comercial.

—Ehm... ¿Eso es todo? —preguntó Delmy confundida mientras recuperaba el aliento.

Elliot, algo emocionado pero igual de cansado, no lo pensó dos veces antes de recordarle todo lo que acababa de ocurrir en las últimas horas:

—¡Bueno, tanto como todo, Delmy...!

¡...Ahora que lo hablamos parece surrealista, pero lo que pasó al volver a la habitación era muy evidente, ¿no te parece?! Rubenazo nos gritó como el pésimo perdedor que era, MammaRabbi insistió muy seguidamente que se había quedado dormido con una voladora fatal, y que debía dejar de mezclar estupefacientes sin un curso apropiado (cosa que sabemos que buscará luego por internet, porque dejar de hacerlo como tal, como que no quería mucho), y pues... ¡G-gracias por el abrazo, por cierto! Fortuna, Delmy... especialmente tú, porque sin tí no lo habría logrado.

¡Lo que si no me esperaba es que Rubenazo buscara un arma entre sus pertenencias y nos apuntara, que MammaRabbi saliera disparado de la habitación y lo distrajera accidentalmente, y que todo se debiera a que, evidentemente, (por Dios, Delmy, ahora que lo pienso es cierto que era muy evidente que...) Rubén era el hijo de algún capo de las drogas muy poderoso, de esos que salen en las películas, y que lo malcriaba y protegía bastante!

Menos mal Imperatrix me transformó rápidamente en una copia tuya... ¡Imperatrix, eso estuvo genial! Y sí, sé que ya sabes que eres genial, ¡pero igual no puedo dejar de decirlo! En fin Delmy, como Rubenazo no podía distinguir entre tú y yo después de la distracción de MammaRabbi y pues, como era a mí a quien quería disparar, ganamos tiempo... ¡¿A que no estuvo genial, garota?! Por cierto, p-perdón otra vez por llamarte g-garota, ya me dijiste antes que no te gusta, e-en... fin...

Como te decía, decir que si eso fue todo, pues... Normalmente reunir a los espíritus es muy divertido, pero hoy fue GENIAL. ¡Sí, Parby, también creo que tú también eres genial...! No, no, no te preocupes... No, no... tranquilo, no te cambiaré por el gato cosmonauta de la prueba de Fortuna que interpretaba una versión de Rider, tranquilo... No lo haré aunque me lo pidas porque a ti te encantaría ser esa carta. Tranqui, en fin, Delmy, como decía, aunque después tuvimos que escapar corriendo lo más rápido que pudimos para lanzarnos al jardín y escabullirnos entre los arbustos, y evitar a los guardias armados que nos perseguían mientras Rubenazo disparaba a lo loco contra las paredes de su casa como un niño malcriado, y aunque fuera muy peligroso...


—Sí —añadió finalmente—. Con respecto a lo que pasa cuando completo una prueba para un espíritu, sólo dicen el poema y listo...

Delmy tenía los ojos abiertos como platos ante la revelación.

—Cuando creo que es imposible que la armonía me sorprenda aún más, termino como una tonta...

Ambos rieron con aquello. Fortuna también se veía repleta de felicidad otra vez.

—¡Sííí! ¡Ahora mis poderes te pertenecen, campeón! ¡Y podré acompañarlos a donde sea que vayan...!

La gran sonrisa en su rostro denotaba que estaba disfrutando todo aquello como una niña encantada. Paerbeatus, por su parte, luchaba en silencio para liberarse de sus brazos, que lo envolvían con fuerza y sin tregua.

—Muchas gracias por todo —susurró Elliot al oído de Delmy antes de interrumpir el abrazo para mirarla a los ojos—. Si no hubiera sido por ti jamás hubiera podido llegar hasta Fortuna y tampoco habría sido capaz de recuperarla.

—B-bueno... pe-pero yo... no... tú...

Delmy sentía que las mejillas le quemaban, y esperaba que Elliot no se diera cuenta de aquello estando tan cerca como lo estaban en aquel momento

—Yo, realmente... ¡pero si yo realmente no hice nada!

Elliot soltó una carcajada que la tomó por sorpresa.

—¡Claro! Porque ayudarme a escapar del viaje del Instituto, colarme a través de un portal mágico que le pertenece a los magos y del cual yo no sabía nada, todo para cruzar Estados Unidos en menos de diez minutos, contando con el extra de que conseguí un autógrafo que vale miles de dólares en Internet completamente gratis porque resulta que la chica que mi mejor amigo ama alocadamente también es una maga —enumeró Elliot una a una las cosas que habían pasado solo en media mañana de aquel día—, y todo eso sin contar que después fuiste lo suficientemente valiente como para colarte conmigo en la mansión de un narco...

—No sabíamos que era un narco en ese momento —lo interrumpió ella.

—Bueno, sí, no lo sabíamos, pero después igual te quedaste conmigo, y no sólo no saliste huyendo como lo habría hecho cualquiera en tu lugar...

—Yo habría salido corriendo —intervino Fortuna con honestidad acercándose disimuladamente.

—¡¿Ves?! ¡Hasta Fortuna lo admite! —contestó Elliot sonriente y radiante antes de continuar—. Además de todo eso, pues, por segunda vez en el año, Delmy —le dijo tomándola de las manos—, por segunda vez en el año me volviste a salvar la vida...

—No, yo solo...

—Si no hubiera sido por ti —la interrumpió Elliot para no dejarla hablar—. Rubenazo me habría matado con un disparo. Pero tú me salvaste una vez más, y por eso siempre voy a estar agradecido contigo.

Ujum...

Imperatrix le recriminaba a Elliot mentalmente.

Y por supuesto, todo fue gracias a tu poder, Imperatrix —añadió Elliot—. Un millón de gracias....

—Garoto, yo... ¡yo no sé qué decirte!

Delmy podía sentir a Elliot tan cerca de ella que su aliento le acariciaba el rostro con suavidad. Los dos estaban muy cerca; estaban en medio de aquel parque, y casi podía sentir el calor de los labios de Elliot sobre los suyos. Por un momento quiso tener el valor suficiente para terminar de acortar esa distancia tan insufrible...

—Y es por eso que tenemos que salir de aquí —dijo de pronto Elliot soltando las manos de su amiga; alejándose de ella para inspeccionar con cautela el lugar en el que estaban.

Delmy se sintió descolocada y algo aturdida. Fortuna fijó los ojos con sutil interés.

—De seguro Rubenazo mandará a gente a buscarnos —añadió Elliot—, y eso me tiene preocupado.

—N-no... no te preocupes por eso, garoto —dijo Delmy saliendo de la avalancha de pensamientos que tenía en su cabeza—. Eso no será realmente un problema.

Aquello lo dijo mientras respiraba profundo y se encaminaba al centro comercial. Quería dejar el refugio de árboles en el que estaban escondidos. Elliot la vio alejarse algo distraído.

—¿Estás bien? —preguntó mientras la seguía, confundido por su repentina actitud.

—Podrá ser el campeón, pero sigue sieeendo un chico —comentó Fortuna con algo de decepción a la vez que veía a Paerbeatus de reojo, como quien no quiere la cosa.

—¿Qué? —preguntó éste al sentir que lo inspeccionaban—. ¡Yo no soy el que huele así, o... Mmm, ¡¿acaso me estoy convirtiendo en pescado!? ¡¿Me están saliendo aletas?!

Fortuna sólo sonrió con ternura.

—Tranquilo, estoy bien, no te preocupes —contestó Delmy—. Y tampoco te preocupes por Rubenazo. Aun si lo intenta no podrá encontrarnos porque voy a regresar a New Orleans en un segundo, y tú... Imagino que tendrás otras cosas qué hacer, porque no puedes regresar conmigo a través del Salón de las Puertas.

—Sí, no te preocupes. Ya se me ocurrió un plan que espero me resulte para recargar la energía de los espíritus y así poder regresar a New Orleans antes de que debamos volver al hotel...

—Perfecto, entonces si me preguntan diré que la última vez que te vi fue durante el almuerzo, y que desde allí nos separamos.

—Gracias, eso será suficiente —contestó Elliot—. Pero... ¿estás segura que no te pasa nada...? Te noto algo seria.

—Mmm, es cierto —comentó Paerbeatus algo reflexivo tras alcanzarlos—, para ser una niña que va ligera como el viento siempre está muy malhumorada.

Delmy le dio una mirada de ojos serios, impasibles.

—Quizá si pudieras amamantar a un delfín bebé te sentirías mejor —añadió el espíritu—. Yo sé que eso me calmaría mucho cuando me pongo nervioso, pero es difícil conseguir buenos delfines bebé que amamantar hoy en día, y con Recordatorio nunca es lo mismo. Su lengüita raspa...

La mirada de Delmy hacia Paerbeatus se transformó en una de incredulidad y sorpresa (y algo de asco también), pero no hizo ningún comentario.

—Estoy bien, garoto, quizá sólo un poco cansada de todo lo que pasó, así que ya en serio no te preocupes más por mí —dijo acompañando sus palabras de un suspiro—. Todo va a estar bien.

—Pero, ¿no necesitas que te acompañe a algún lugar? Me sentiría más tranquilo si yo...

—No, no hace falta Elliot, en serio —interrumpió ella—. Tú tienes cosas más importantes que hacer que andar de escolta, y aunque no te lo parezca, soy bastante capaz de cuidarme sola.

Delmy bajó su mirada hasta la pantalla de su teléfono.

—Según la app de puertas del Conservatorio en aquel centro comercial hay un acceso... Ya lo había revisado cuando nos escabullimos de la mansión, así que tranquilo. Por eso le dije al taxi que nos trajera hasta este parque.

—Vaya, una chica lista y determinada... Qué combinación tan peligrosa —comentó Iudicium apareciendo justo a un lado.

Elliot lo observó con extrañeza y seriedad.

—En serio voy a estar bien. No tienes que preocuparte por mí.

—¿Pero tú sí puedes preocuparte por mí? —preguntó él algo más serio de lo que hubiera querido.

Delmy suspiró.

—Sé que puedes cuidarte por ti misma —añadió Elliot—, pero igual no te voy a dejar sola sólo por eso —sentenció Elliot mientras se apresuraba a tomarla por una mano para caminar junto a ella en dirección al centro comercial—. Eres mi amiga, ¿lo entiendes? Además, no podría dejarte sola después de todo lo que has hecho...

—Está bien, garoto, pero... ¿tenemos en serio que caminar agarrados de la mano? —preguntó Delmy nerviosa aunque sin oponer resistencia.

—Pues, supongo —contestó Elliot—. A menos que quieras pedirme que te suelte.

—¡N-no...! No hace falta...

—¡Entonces andando! —contestó él.

Tanto Elliot y Delmy como los espíritus que venían a su lado quedaron de pie en la calle, justo al frente del centro comercial. Alrededor refulgían las luces encendidas de la ciudad, brillando entre palmeras empotradas en las aceras y las plazas, y anuncios de neón con nombres en español, inglés, lenguas nativas de los países caribeños y latinoamericanos, símbolos de bongós, cocos, copas de Martini, y carritos de comida rápida por donde quiera que se viera.

—Rider, Fortuna —invocó Elliot; Rider apareció de inmediato al lado de la elfa—. ¿Sería posible que sincronicen sus poderes para conseguir una veta arcana...?

Los dos espíritus hicieron una mueca de fastidio y dejaron escapar un suspiro resignado.

—Mmm, a Fortuna eso le da mucho fastidio —farfulló la espíritu con aburrimiento—. Pero supongo que podría hacerlo, capitán aburrido.

—Será mejor que te acostumbres, nena —comentó Raeda con desidia—. Este mocoso es un demente temperamental, y si no haces lo que te ordena, te tortura hasta que te desmayas...

Fortuna levantó las cejas con pánico.

—¡N-no... no es cierto! —exclamó Elliot tan rápido como pudo—. Ya te pedí perdón por eso, Rider, muchas veces...

—Seh, seh, seh... bésame el culo, mocoso, ahora te aguantas —le contestó el espíritu.

─ ∞ ─

Ya Delmy había desaparecido detrás de las puertas de la juguetería cuando Elliot estaba encerrado en un cubículo del baño del centro comercial. Él y los espíritus estaban todos apretujados, sentados encima del retrete.

—¿Están listos? —preguntó Elliot.

—Sí, ¿para qué es que me necesitas? —dijo Imperatrix asqueada—. Pero qué lugar de invocación tan elegante...

—Aun no entiendo muy bien lo que pretendes, anciano —comentó Iudicium.

Elliot sonreía con confianza y seguridad en sus deducciones.

—Es sencillo, sólo quiero probar una teoría con...

De pronto alguien entró al baño y Elliot se detuvo. Los pasos del recién llegado se dirigieron hasta otro de los cubículos con rapidez, donde el tintineo de una correa y un cierre abriéndose acompañaron la descarga de desperdicios humanos consecuentes, y Elliot, entre la risa y la vergüenza, no sabía qué decir.

—¡Oh, chico! ¡Sigue hablando por teléfono, no te pre —una explosión intestinal opacó las palabras del señor—, oh, lo siento! ¡Es que sufro de S.E.A, una enfermedad muy común pero terriblemente infravalorada...! En fin, ignórame, ¿sí? —otra de sus explosiones concluyó el mensaje—. Qué pena, ¡qué pena!

Elliot aligeró la vergüenza del señor recién llegado con un «no se preocupe, tengo un amigo con el mismo problema...», y todo bien. Tras continuar una falsa conversación que supuestamente ocurría en el teléfono, Elliot esperó a que el señor terminara de evacuar sus problemas para continuar con su teoría. Siete minutos más tarde, estaba otra vez solo en el baño.

—Aleja tu salchicha de mi cara, culo dulce —protestó molesto Raeda mientras empujaba a Amantium lejos de su cuerpo y, cansado del escaso espacio, desaparecía para luego aparecer sobre una de las paredes del reducido espacio—. Qué asco.

Spiacente, bambi —dijo el espíritu adolescente de manera histriónica—. A veces simplemente no puedo contener tanta belleza junta.

Imperatrix también imitó al marinerito subiéndose a la pared del cubículo con un aire elegante y formal, mientras Fortuna aprovechaba la ocasión para mantenerse innecesariamente pegada al cuerpo de Paerbeatus.

—Si pudiera despegarme de ti —dijo la elfa mientras se abrazaba aún más al cuerpo de Paerbeatus—, lo haría, pero es que el campeón quiere que todos estemos así... muuuuy juntos...

—Santo Dios Gato, pero qué incómodo todo este calor —protestó Paerbeatus.

Chicos, chicos, ya basta —llamó la atención Elliot mentalmente—. Necesito que estemos concentrados para lo que vamos a hacer...

—Últimamente has tenido muchas ideas extrañas, niño —dijo Imperatrix con curiosidad en sus ojos—, pero tal parece que sabes lo que haces cuando dices tales cosas. Adelante, habla, te escuchamos —lo instó.

—Gracias, Imperatrix —respondió Elliot mientras asentía con la cabeza—. Pero antes necesito saber cuál es exactamente tu poder, Fortuna...

Ella se despegó momentáneamente de Paerbeatus para asumir (con mucho esfuerzo) una pose de concentración, como si pensar le costara mucho.

—Esto de escucharte en mi cabeza todavía no me gusta mucho, campeón, pero bueno, para responder a tu pregunta, digaaamos que el poder de Fortuna es el de conceder una vida plena y feliz... o en pocas palabras, hacer que tu vida sea tan alegre como la mía.

—Pero, ¿cómo?

—Es una pregunta muy interesante la verdad, pero nunca antes me lo había preguntado —analizó la elfa pelirroja mientras se sujetaba el mentón—. Y... la verdad es que parece que es algo bastante complicado de pensar, así que te puedo prometer que no lo voy a hacer jamás... a menos que me obligues.

La cara de Fortuna era una de aburrimiento y cansancio absoluto. Incluso le aparecieron ojeras en los ojos como si llevara días sin dormir de tanto pensar. Un bostezo largo y pesado terminó por cerrar el gesto y sus palabras.

—No lo retes, podría matarte —comentó Raeda implacable.

—Rider —dijeron todos los espíritus al mismo tiempo.

—Ay, bésenme el culo, hasta dónde vi la última vez, todavía existía la libertad de expresión.

Elliot asintió ante las palabras de Fortuna.

—¿Eso es todo lo que puedes decirme?

Ella escondió el rostro con timidez detrás de sus manos, la cuales sujetaban las mangas estiradas de su hoodie, y contestó:

—Había algo por ahí de reescribir la realidad, pero no sé mucho más, y ciertamente, no es que me preocupe saberlo... Fortuna prefiere vivir su vida día a día, sin mucho estrés...

Elliot abrió los ojos con gratitud y le sonrió.

—¡Gracias, eso es más que suficiente! Descansa, Fortuna... ¡Bueno, no... espera! ¿Podría pedirte otro favor?

Ella soltó un gemido de fastidio largo y obstinado. De pronto cambió su rostro con rapidez y dijo como si nada:

—¡Está bien!

—Genial... Y a propósito, Rider, de verdad espero que algún día puedas perdonarme por lo que te hice. Y entendería si nunca llegas a hacerlo, tranquilo. Pero por los momentos, debemos trabajar juntos si quiero ser capaz de concederles a todos su libertad...

Raeda fijó en Elliot sus pequeños ojos morados con bastante atención, hasta que chasqueó la lengua con fastidio.

—Es bueno con las palabras, este... Ay, no aguantas nada nenita, pero, como sea, escúpelo, ¿para qué soy bueno?

—Aún más genial —contestó Elliot—. Pues, si el poder de Fortuna es hacer que las cosas salgan bien y reescribir la realidad, supongo que algo tendrá que ver con la alteración de las probabilidades, y aunque no sé de magia, sí sé de matemáticas, y deduzco que si logramos combinar tu poder con el de ella, quizá podríamos asegurar que sea bastante más probable el toparnos de nuevo con una veta arcana si abrieras una puerta aleatoria al Arca... Mmm, eso si... digo... ¿Crees que podrías abrir una puerta hasta el Arca sin problemas?

Raeda chistó con altanería.

—Estoy agotado mocoso, no muerto —contestó—. Por supuesto que puedo abrir una simple puerta aleatoria al Arca. La cosa es que si tu plan falla te quedarás ahí atrapado hasta que recargue energía, y eso podría ser días, semanas, meses —enumeró intimidante—, sin nada de comida ni agua para humanos... Yo que tú, ni me molesto, a menos que no te importe dejar tu vida a mano de las probabilidades, claro.

Iudicium, a diferencia de Raeda, tenía los ojos morados y vigorosos.

—Pienso que es una idea muy interesante, anciano. Creo que podría dar resultado.

—Entonces hagámoslo —exclamó Elliot con entusiasmo.

De inmediato Raeda y Fortuna, sin mucho más pensamiento de por medio, se pusieron manos a la obra. No pasó mucho hasta que Elliot comenzó a sentir la magia corriendo por todo su cuerpo; el cómo la piel se le ponía de gallina.

—Yo digo las cosas y nadie me escucha —soltó Raeda despreocupado—, pero como sea, después no seré yo quien tenga la culpa si nos quedamos por ahí varados en medio de la nada...

—Elliot, creo que deberías tomar el picaporte apenas notes la puerta brillar —intervino Imperatrix con voz mandante—. Una vez allí, Fortuna usará su armonía para que tu deseo se cumpla. Rider, no falles, ¿está claro? —este subió la mirada para verla con su boca abierta a causa del aburrimiento—. ¿Sí me escucharon, no? ¿Escuchaste?

—Esto es magia muy avanzada, y me sorprende que la hayas descifrado sin mucho estudio de por medio, anciano —comentó Iudicium—. Definitivamente eres muy listo. Hazlo ahora, Rider...

Pero un carraspeo de Imperatrix interrumpió sus palabras, así como las acciones de los otros espíritus. Iudicium la observó entre intrigado y fastidiado.

—Adelante, Su Majestad...

Ella lo miró de vuelta con soberbia, y tras una pausa de pocos segundos, volvió a hablar.

—Jum, ¿qué esperan? ¡Háganlo! —exclamó hacia todos en el cubículo.

De inmediato Raeda chasqueó los dedos y la puerta del cubículo transformó la madera barnizada de su lado interior en una como la de sus elegantes puertas mágicas, con un sutil tono morado sobre el barniz. Elliot tomó el picaporte y Fortuna puso una de sus manos sobre sus hombros.

Sin mucho aviso de por medio, Elliot sintió toda la fuerza mágica del espíritu. Desde ese momento no le quedaron dudas de que Fortuna era el espíritu más poderoso con el que se había encontrado hasta el momento. Para cuando el flujo de magia que salía de sus manos se volvió insoportable, Elliot giró con prisa el picaporte.

Bastó apenas que medio centímetro de la puerta se abriera para que el sonido de las olas al otro lado empezara a inundar el baño. Imperatrix sonrió con orgullo, al igual que Iudicium. «Teoría comprobada», pensó Elliot por su parte, y así era. Ahora la puerta daba a una costa de arena blanca junto a un mar de morado infinito.

─ ∞ ─

—Perfecto —dijo Raeda saltando al otro lado del umbral con rapidez mientras hacía aparecer una cubeta de plástico en sus manos—. No sé si esto sea lo que buscabas mocoso, pero a mí me sirve.

Elliot y los otros espíritus lo siguieron en silencio mientras veían cómo Raeda llenaba la cubeta con arena rápidamente. Viéndolo hacer aquello, parecía aún más un niño, incluso uno tierno e inocente...

—Vaya...

Las voces de Iudicium e Imperatrix sonaron al mismo tiempo. Elliot volteó a verlos igual de sorprendido.

—Nunca había visto una veta tan grande en mi vida —dijo el espíritu jazzista.

Frente a ellos había un mar inmenso que parecía no tener fin. La arena era casi tan blanca como la de la última veta arcana, quizás más incluso. El techo era tan alto que casi se confundía con un cielo oscuro y estrellado a causa de sus dibujos brillantes de constelaciones, parecidas a las que hay en la estación central de trenes de New York. Pero el techo de la veta no era sólo un lienzo negro repleto de estrellas, si no que de él también colgaban miles de candelabros un tanto modernos, minimalistas, que iluminaban tenuemente todo el alrededor.

Las paredes que hacían de lindero entre dicha sección del Arca y sus consiguientes apenas se veían, y tanto Elliot como Iudicium se supusieron que estaban tapizadas para aparentar aún más distancia, puesto que el encuentro de sus esquinas y la sombra de las luces en la misma era la única pista que revelaba la naturaleza enclaustrada de la habitación. Sí, era una habitación con un mar en su interior, pero cuando Elliot alcanzó el agua, se dio cuenta de que esta no era realmente agua, sino vapor; era más bien el gas de un líquido extraño, con pequeñas criaturas fluorescentes nadando en él, como una forma de vida evolucionada de la misma armonía.

—¿Su creador nunca necesitó llevarlos a una? —preguntó Elliot curioso, admirando todo a su alrededor.

Palmeras fluorescentes, luciérnagas azules, arena blanca y un mar de fuego arcano, con expulsiones de combustión cada tanto, pero fría y maleable ante los pies de Elliot, quien ya se había quitado los zapatos para dejarlos a un lado, y quedarse descalzo, con sus pantalones remangados, disfrutando de una playa sin igual.

El chico aún pensaba en el creador de los espíritus. Casi siempre lo hacía. Quizás no tanto como lo hacía en la fantasma de Bergen y sus ojos ciegos, pero lo había estado haciendo aún más desde que había luchado contra Rubenazo un par de horas atrás. «L.A...», recordó. «¿Cuál será el significado de esas dos letras...?».

—Nuestro creador era un mago muy poderoso, niño —dijo Imperatrix mientras se quitaba sus tacones para mojar sus pies desnudos en el vapor—. Fue capaz de arrancar nuestra mismísima esencia de este lugar, así que su simple respiración... ¡qué digo! Su simple existencia podía alimentarnos a todos sin ningún problema.

La artista se rió con melancolía tras decir aquello.

—Es increíble que pueda recordar detalles tan perfectos como ese, pero... aun así, no puedo formar la imagen de su rostro o su nombre en mi mente...

Elliot pareció recibir tristeza en su comentario. Pero... ¿Acaso Imperatrix estaba insinuando que extrañaba al hombre que la había creado mágicamente para esclavizarla? Acaso era eso... ¿posible? ¿Cómo es posible que alguien pueda extrañar a un ser humano tan vil y despreciable? ¿A alguien que...?

—¡¿Acaso Fortuna es magnífica o qué?! —exclamó la elfa mientras se lanzaba al mar sin ningún reparo, salpicándolos a todos—. Ay, ¿por qué tan aburridos? ¡Hay que disfrutar de esto mientras estemos aquí! ¡Vivir el momento! Aunque, bueeeno, ahora que cuentan conmigo, podríamos venir cada vez que queramos, ¿verdad? ¡¿A qué sí?! Un descansito no le viene mal a nadie... Sobre todo tras taaaaanto trabajo, ¡mucho mucho trabajo!

—No, ni Recordatorio ni a mi nos gusta el agua, y menos una que parece tan peligrosa —comentó Paerbeatus quizás algo melancólico mientras una columna de fuego morado se elevaba del mar hasta el techo con bastante pereza, bañando la arena con su brillo.

—¿Por qué están todos tan...? —dijo Elliot sin terminar de decir nada realmente.

Iudicium se acercó hasta él y se quedó de pie justo a unos pocos metros, descansando su peso sobre una de sus piernas.

—Hay momentos que se viven a flor de piel, anciano... Supongo que estás presenciando uno.

Elliot, algo confundido, se levantó y se acercó más al mar gaseoso. Cuando intentó tomar el agua entre sus manos, confirmó que era imposible, aunque ya aquello se lo había imaginado.

—No estarás pensando en bebértela de nuevo, ¿o sí? —lo interrogó Iudicium recordando la vez en la que se habían tropezado con la fuente del oasis.

—No, esta vez no —contestó Elliot con una sonrisa cómplice en los labios—. Esta vez vine preparado.

A la orilla del mar de plasma, vapor y llamas, el chico veía a Fortuna, Paerbeatus, Amantium y Raeda jugar en el mar. Ellos eran los que más se divertían. Iudicium e Imperatrix habían tomado distancia de todos los demás. El jazzista veía pensativo, quizás anhelante, a la artista en lo lejos, caminando descalza por la arena. A veces volteaba hacia la selva tras la arena, la que le daba de frente al océano y resguardaba uno de los costados de la habitación arcana. Ambos lo hacían, y Elliot los veía a todos...

Los espíritus "jóvenes" parecían estar divirtiéndose como Elliot jamás los había visto antes. Hasta el pequeño marinero parecía estar pasando un buen rato bajo el centenar de candelabros que los iluminaban, mientras las olas calmadas no dejaban de lamer la arena y los pies de Elliot cada vez que rompían en la orilla. Aprovechando la calma, Elliot sacó su cuaderno de anotaciones, y ya que no había nadie cerca, invocó a Senex para que le hiciera compañía. El anciano apareció a un lado y comenzó a evaluar todo lo que el chico escribía con minuciosa atención.

—Me complace ver que el sentido común no se ha perdido del todo, y que el aprecio por la tinta sobre el papel sigue vigente en estos tiempos tan extravagantes —comentó el espíritu sabio.

—Me gusta llevar un registro de todo lo que hacemos y de todo lo que voy aprendiendo de ustedes y de la magia —dijo Elliot mientras acercaba un frasco lleno de vapor del mar que había llenado hace poco.

Su luz morada era intensa, y Elliot podía sentir cómo ahora la botella pesaba más, a pesar de que el contenido era sólo gases y luces.

—No soy un mago, así que tengo que prestar mucha más atención —continuó diciendo, pero esta vez se giró a ver al filósofo griego con un aire fresco en el rostro.

Senex llevaba a la pequeña polluela de fénix entre sus manos, casi dormida pero aun vigilante; cuando Elliot se movió con tanta rapidez, esta lo picoteó indignada.

—¡Auch, lo siento! —se disculpó Elliot risueño mientras acariciaba al animal distraídamente y sentía el calor de su plumaje entre los dedos—. Vaya que eres temperamental, ¿eh? Todavía tengo que ponerte un nombre antes de que Paerbeatus termine llamándote Pantufla, o algo así.

—¿Cómo sabías que ibas a necesitar el frasco, anciano? —preguntó Iudicium mentalmente para darles espacio a Senex y Elliot. Venía saliendo del mar de vapor son el cabello húmero, su franela blanca completamente ceñida al cuerpo a causa del agua, y las plumas de las alas en su espalda brillando con fuerza, igual que sus ojos morados. Se veía imponente y, ciertamente, lograba intimidar con la cantidad de magia que brotaba de su cuerpo.

—No lo sabía —contestó Elliot mientras dejaba al frasco junto a su teléfono celular descansar sobre la mochila—. Me lo robé de la cocina del instituto justo antes de salir, aunque ya tenía la idea de hacerlo desde que nos conseguimos con la primera veta antes de la prueba de Pythonissa. Sabía que necesitaríamos buscar una nueva veta una vez que llegáramos a América, y aunque no estaba seguro de que lo pudiéramos lograr, igual quería estar preparado. No quería que pasara otra vez lo mismo que en la fuente del oasis y ahora tenemos energía de recarga en caso de que la llegáramos a necesitar.

—A veces la inteligencia de este niño me asusta —dijo Imperatrix, también mentalmente, a la vez que se acostaba sobre una tumbona a varios metros de distancia, vistiendo ahora un traje de baño que revelaba la majestuosidad de su cuerpo como si intentara descansar bajo el sol—. No termino de decidirme entre si es muy listo para su propio bien, o muy estúpido. Supongo que al final será un poco de ambas cosas, lo cual no es algo alentador...

Cuando parecía que Iudicium iba a contestar, un ruido extraño provino de la selva tropical a sus espaldas. Todos se pusieron en guardia de inmediato; todos menos Iudicium e Imperatrix, quienes se movieron lentamente y con cautela, observando hacia la selva.

Senex estaba en guardia, muy atento. La artista sostenía la misma mirada con la que se había girado sobre la tumbona para asomarse por detrás de sus gafas de sol de manera despreocupada. Así duraron menos de un minuto, pero como ninguno de los espíritus pudo detectar nada, todos volvieron continuaron lo que hacían con normalidad.

—¿Y ya tienes algún plan, anciano?

Senex se adelantó a la pregunta.

—La cabeza de este niño está llena a más no poder de planes infinitos sin sentido ni propósito —comentó—, así que en ese caso tu pregunta carece de significancia. Sus planes e ideas son incluso más viejos que él mismo.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Elliot intrigado.

—Ay, si tan sólo responder las preguntas fuese tan fácil como construirlas, pero lamentablemente las interrogantes son el huevo hervido de la humanidad. Hay muchas porque son fáciles de cocinar, pero después no es posible digerirlas todas de un solo golpe.

—Creo que eso significa que no sabe, Elliot —intervino el ángel jazzista.

—Bueno, no importa —contestó éste tomando su cuaderno de apuntes y el atlas—. Lo único importante ahora es que gracias a las pistas de las visiones que tuvo Paerbeatus en la estela de Etiopía y al péndulo, estoy seguro que pude localizar dos cartas más en América. Una acá en el caribe —dijo mientras señalaba con su dedo una localización en el mapa sobre la isla de Saba, perteneciente a las antillas holandesas—. Y la otra debería estar acá, en Venezuela.

—¿Sólo dos más? ¿Estás seguro? —preguntó Iudicium preocupado.

—Ujum, sí. Casi seguro —confirmó Elliot—. O bueno, todo lo seguro que puedo estar. No conozco nada de ninguna de las dos localizaciones, excepto Venezuela, porque Felipe es de ahí, y además, a veces sale en las noticias. Pero de la isla de Saba no sé nada de nada. Supongo que sólo me estoy dejando llevar por mi intuición en este momento.

—¡Ah, la intuición! —exclamó Senex complacido—. ¡Qué cosa tan entrañable la intuición...!

Iudicium pensó por un momento en lo que Elliot le acaba de decir mientras el chico esperaba pacientemente por la opinión de su espíritu acompañante.

—Aunque no seas mago, lo cierto es que todavía sigues siendo el dueño de Astra y de Domus Dei. Eso es más que suficiente para que algo del poder de ellos dos se conserve en tu interior, aunque estén lejos. Así que tus corazonadas podrían realmente estar guiándonos por el buen camino...

—Pero... —intervino Elliot adelantándose.

—Pero lo único que me preocupa es que sólo hayas podido detectar dos cartas más —comentó Iudicium meditando y con la mirada perdida en el mar frente a ellos.

—Sí, también me pasa —comentó Imperatrix despreocupada.

Como nadie pareció entender su intervención, esta volvió a hablar:

—¡¿Qué?! ¡Es evidente! Contando las cartas que se llevó el tal Roy, me tienes a mí, a Senex, a Iudicium, a Paerbeatus, a Fortuna, a Raeda, a Amantium, a Domus Dei, a Adfigi Cruci, a Temperantia, a Pythonissa, y a Astra. Eso es apenas la mitad de nosotros.

—También tengo a Mors —agregó Elliot con algo de duda al recordar al espíritu extraño.

—Es verdad, Elliot, pero —dijo el jazzista dándole la razón a Imperatrix—, Mors no cuenta porque hasta donde sabemos, nunca te puso una prueba, así que él entra junto a estas dos cartas que aún están sueltas, y el asunto es que apenas vas a mitad de camino. De los veintidós arcanos del tarot, probablemente tú tienes doce y Noah siete, quizás ocho si logró conjurar a Mors por la fuerza y pasar su prueba.

Al escuchar aquello, Elliot no pudo evitar sentir cómo se le formaba un nudo en el estómago. Imperatrix continuó leyendo el supuesto libro que estaba disfrutando como si nada.

—No pongas esa cara, anciano —lo animó Iudicium al ver que sus palabras lo habían afectado—. Temperantia, Astra y los otros no tienen que salir de sus cartas si no quieren, y Noah no las va a destruir porque necesita robarte el control de nuestras cartas para conseguir el tarot completo como, al parecer, es su deseo.

Elliot se concentró en lo último que acababa de escuchar.

—Así que las cartas... digo, el papel y no ustedes, las cartas como tal... ¿no pueden ser destruidas? —preguntó entre el alivio y la confusión; luego suspiró.

—¿Acaso algo que ya ha existido alguna vez puede realmente dejar de existir en algún momento? —respondió Senex teatralmente mientras parecía intentar gesticular la pregunta con sus brazos—. ¡Ah, ahí está la verdadera cuestión! ¡En saber distinguir lo que es de lo que fue de lo que será de lo que podría ser!

Elliot sonrió con gratitud.

—Espero que tengas razón, Iudicium —dijo.

—Anciano, no tienes...

Pero justo cuando el espíritu jazzista le iba a contestar, su voz fue interrumpida por una serie de explosiones súbitas que provenían de las lámparas en el techo. De pronto todas las lámparas de araña que pendían sobre sus cabezas comenzaron a vibrar al mismo tiempo que ráfagas de energía sobrecargaron los bombillos, y éstos explotaron sin cesar a lo largo y ancho de toda la habitación.

─ ∞ ─

—¡CACHORRO, CUIDADO! —gritó Paerbeatus como loco.

Elliot aún seguía distraído con las explosiones que ocurrían en el techo. Al comienzo se asustó, pero al darse cuenta de que eran inofensivas bajó la guardia y se dedicó a verlas más bien fascinado.

—¡CUIDADO CON LA RATAAAAA!

—¿Rata? ¿De qué hablas, Paerbeatus? —preguntó Elliot confundido.

Cuando Elliot se giró para ver la dirección en la que Paerbeatus apuntaba, observó a un hermoso roedor de pelaje blanco inmaculado, bastante cerca de donde estaba su teléfono celular y sus apuntes. El animal tomó lentamente el aparato con sus patitas delanteras, mientras se paraba en las traseras, dedicándole una mirada tan atenta a Elliot que este casi pudo ver la inteligencia detrás de aquel par de círculos de un color entre el verde y el azul que eran los ojitos de la criatura.

—No es una rata, Paerbeatus —dijo Elliot mientras se fijaba ahora en cómo por detrás de la selva las bombillas del techo también explotaban y reaparecían, reproduciendo el sonido de los relámpagos en medio de una tormenta—. En realidad es un hurón... y es uno muy bonito.

A Paerbeatus no le gustó ni un poquito la respuesta de Elliot.

—Cachorro, yo he visto infinidad de turrones a lo largo de mi vida, y te puedo asegurar que esa cosa de allí no es un turrón, es una rata —sentenció mientras terminaba de llegar junto a los demás hasta donde estaban Elliot y los otros espíritus.

—¡Ay, pero qué cosita tan bonita! —exclamó Fortuna fascinada con la criatura.

—Hurón, Parby —lo corrigió Elliot con paciencia mientras el pequeño hurón blanco paseaba sus ojos por cada uno de ellos con lentitud e interés—. La palabra es hurón, no turrón...

—Eso fue exactamente lo que yo dije, un ratón —continuó diciendo Paerbeatus.

Imperatrix ya se había levantado de su tumbona para inspeccionar más adecuadamente al animal. Iudicium venía a un lado de ella. Senex no esperó más para regresar a su carta, dejando a la polluela en manos de Amantium a petición de esta.

—Sus ojos no son morados, eso no es posible —dijo la artista preocupada mientras miraba en todas las direcciones sin encontrar nada—. Se supone que en el Arca no puede haber otro tipo de criaturas que no sean las que nacen de la magia del Arca. Además... ¿Acaso...? ¿Soy la única que...?

—No, no lo eres —dijo Iudicium tomándola por el hombro; a ella pareció no gustarle mucho eso—. Yo también lo siento.

Los dos se veían fijamente y, quizás por la tensión de la mirada entre ambos, Elliot volvió a darse cuenta de que Imperatrix era bastante alta, tanto como Iudicium.

—Pudo haberse perdido, ¿no? —preguntó el chico tratando de aligerar el ambiente—. A lo mejor entró acá por accidente y ahora no sabe cómo salir —aventuró sin estar del todo seguro.

—Imposible —zanjó Raeda de inmediato—. Ninguna criatura o animal, por muy mágica que sea, puede entrar al Arca a menos que use una puerta... Y por cierto, nena —dijo subiendo la mirada para cruzarse con la de Imperatrix—, creo que sé de lo están hablando, pero... yo paso.

—¡Tss, por el Creador, no soy tu nena! —contestó ella ofendida—. Pequeño indecente y malcriado...

El único que parecía notar la frialdad en los ojos del hurón polar era Iudicium, quien cada vez se sentía más incómodo ante su presencia. Especialmente al ver cómo la mirada de la criatura reflejaba una perfecta consciencia de todo lo que ocurría a su alrededor.

De pronto, cuando Elliot se disponía a proponer otra explicación para la presencia del hurón en el lugar, la polluela en manos de Amantium comenzó a soltar pequeños chillidos y graznidos. Fue cuando el animal, con total dominio de sus facultades intelectuales y un aire de absoluta indiferencia, comenzó a manipular el teléfono de Elliot como si supiera exactamente qué hacer con semejante aparato.

—¡Hey, ¿qué estás haciendo?! —gritó Elliot acercándose.

Pero el hurón fue más rápido y tras terminar lo que estaba haciendo, comenzó a huir inmediatamente.

—¡Lo sabía! —exclamó Imperatrix preocupada—. ¡No es un animal, es... otra cosa!

—¡No dejen que huya! —gritó Elliot sin saber qué más hacer.

Los espíritus intentaron atrapar al animal, pero este era bastante rápido, y con mucha facilidad logró esquivar a todos y cada uno de los espíritus en su escapada.

—¡Ven, ven, turroncito, ven! —lo llamó Paerbeatus pensando que lo había acorralado entre una roca y una palmera, pero el animal una vez más fue más veloz y brincando sobre el tronco del árbol y luego sobre la cabeza de Paerbeatus, logró escapar de nuevo—. ¡Ay no! —exclamó el espíritu—. ¡Ahora me voy a tener que quitar los gérmenes de todo el cuerpo! ¡Ya basta! ¡RECORDATORIO...!

Al instante el gato mágico se materializó justo a un lado.

—¡Atrapa a la rata, Recordatorio! ¡Cómetela!

Obedeciendo al espíritu bufón, el gato dio un ágil salto y se lanzó sobre la arena para perseguir al hurón, que seguía adentrándose cada vez más adentro en la selva. Tras varios segundos de persecución, en los que Recordatorio demostró ser bastante ágil, finalmente logró reducir al hurón y cortarle el camino, acorralándolo contra otra roca, esta vez más grande.

—¡Bien hecho Recordatorio, ya lo tienes! —lo felicitó Elliot mientras corría en su dirección.

El gato mágico le gruñía al hurón mientras éste, viéndose completamente acorralado y perdido, adoptó una posición hostil. Rápidamente todo su pelaje blanco se erizó, su cuerpo se arqueó en cuatro patas, sus dientes mostraron unos pequeños pero filosos colmillos, y sus ojos se encendieron con mucha violencia en una luz fluorescente, tan brillante como el neón azul.

Luces comenzaron a iluminar desde su pequeño cuerpo como una batería que se cargó de mucho poder de un solo golpe. Ya cuando el camino de bombillos orgánicos que parecían brotar de su piel alcanzaron la última luz, una que hacía de pequeño faro desde su cola, el hurón implosionó en una fuerza luminiscente tal que todas las bombillas explotaron desde el techo, cayendo como trozos de cristal disuelto sobre la arena, el mar, Elliot y los espíritus.

Todo estaba en penumbras; todo menos la luz natural y fluorescente que salía del hurón, las llamas que salían de la polluela de fénix, y los ojos brillantes y morados de los espíritus arcanos. De pronto Recordatorio chilló espantosamente. Todos cayeron al suelo, presas de una fuerza insostenible. Elliot intentó ver en la oscuridad, buscando entender qué estaba sucediendo. Al sentirse ciego por completo y sin saber qué más hacer, decidió hacer lo que vio una vez en una película de acción y comenzó a contar en voz alta todo lo que podía ver y escuchar a su alrededor:

—Un par de ojos morados, otro, tres, Recordatorio —contó tan rápido y asustado como podía—. ¡¿Chicos?! ¡¿Están ahí?! —preguntó mentalmente—. ¡¿Me oyen?!

—S-... s-sí.. E... l... ott.... ¡...e... n... dad... o! ¡R... sis...! ¡...od... v... st... ien....!

Por alguna razón, lo único que Elliot podía escuchar en su cabeza eran interferencias. Las voces de sus amigos espirituales apenas lo alcanzaban. Era como si un radio averiado hubiera tomado posesión de sus capacidades telepáticas. Buscando con sus ojos otra vez y volteando a sus lados fue ubicando a cada uno de ellos.

«Amantium, la polluela, Iudicium e Imperatrix... ehm, Raeda, Fortuna.... Paerb... y ... ¿Qué... es...? ¿Cómo que hay...? ¡¿Qué es esto?!», pensó de pronto, absorto en la confusión y el espanto de lo que ocurría. Su mente no podía creer lo que sus ojos estaban notando.

Rápidamente, contando con mucho miedo una vez más todos los pares de ojos y luces que veía a su alrededor, notó que había un par de ojos más que los que correspondían a sus compañeros...

«Seis, siete... ¡o-ocho...! y... ¡¿y... n-nue...?!»

—C-chicos... Hay... ¡Hay alguien m-más... aquí, con nosotros! —exclamó nervioso.

Si se trataba de un acosador, estaba muy escondido entre los arbustos para saber de quién se trataba, aunque el escalofrío que Elliot sintió al fijarse otra vez en sus pupilas moradas le puso los pelos de punta en todo el cuerpo.

—Qui... ¡¿Quién eres?! —gritó Elliot al par de ojos, indeciso entre si quedarse de rodillas a causa de la fuerza que lo oprimía o resistirse para intentar liberarse y luchar—. ¡¿Por qué nos estás espiando?!

Pero entonces, contrario a lo que se esperaba como reacción, el par de ojos morados que brillaban no tan lejos en la oscuridad de la selva no comenzó a alejarse, sino a acercarse. Tanto Iudicium como Imperatrix no pudieron evitar subir sus miradas también en dirección del ser que se acercaba. Gracias a la luz que emitían sus ojos, Elliot pudo distinguir apenas la silueta de una extraña máscara que le cubría el rostro a un cuerpo bastante bajo en estatura, y, al parecer, vistiendo un hoodie muy holgado.

—¡¿Quién eres?! ¡Contesta...! —exigió Elliot mientras escuchaba a sus amigos gruñir en el suelo.

La pequeña persona se acercó hasta estar justo al frente de Elliot, dónde se inclinó reposando sus manos inocentemente de sus rodillas para colocarse a su altura, como si sintiera curiosidad. Elliot sintió un tirón de su cabeza moviéndose hacia abajo, como en forma de reverencia forzada. Lo único que podía ver ahora eran unos Converse rotos y descuidados, muy joviales, y con pequeñas cosas escritas en ellas en marcador permanente. Quien fuera que estaba haciendo aquello mantuvo a Elliot así por varios segundos, seguidos de un haz rapidísimo de luz morada y un sonido de implosión al vacío, hasta que, de pronto, el chico pudo una vez más mover su cuello y levantar la mirada.

Al hacerlo, sin embargo, ya no había nadie frente a él. Lo último que le dio la impresión de percibir es que el hurón blanco se había acercado a su acosador justo antes de desaparecer, y liberarlos tanto a él como a los espíritus de esa fuerza opresora e inamovible. Apenas pudo, Recordatorio corrió en dirección a Elliot y se encaramó en sus brazos, temblando de pies a cabeza. Las luces de la veta comenzaron a brillar una vez más, como si nada hubiera pasado...

—Estamos bien, anciano, no te preocupes —dijo Iudicium mientras se ponía en pie con la ayuda de Elliot.

—¿Seguros? ¿Cómo...? ¡¿C-com...? —preguntaba Elliot preocupado—. ¡¿Pero qué rayos fue eso?! ¿Qué fue lo que pasó?

Rápidamente se giró para buscar con la mirada el sitio donde había visto los ojos morados ocultos tras la máscara blanca y roja, pero ya no había nada más que la misma jungla inmensa de árboles extraños, y el rastro de huellas del acosador. «¡Era una máscara de zorro, una de esas que usan en Japón...!», pensó aturdido.

—No lo sé, pero... sea lo que fuera, fue la cosa más desagradable que he sentido en la vida —dijo Imperatrix bastante agitada—. Es como si de pronto hubiera comido electricidad, y además... sentí el...

Pero antes de terminar de decir aquello las miradas de Imperatrix y Iudicium volvieron a encontrarse y el silencio reinó. Elliot no pudo dejar de notar que él también podía sentir un regusto extraño muy eléctrico en su lengua, y la sensación de la electricidad estática en su ropa.

—Aquí está el espejo mágico, cachorro. Parece que la rata no lo estropeó —dijo Paerbeatus animado—. Recordatorio le dio su merecido.

—Era un hurón Parby, no una rata —dijo Elliot mientras revisaba los alrededores con la mirada—. Sí, creo que no le pasó nada —efectivamente, el teléfono seguía funcionando—. Sólo se llenó un poco de tierra.

—Lo mejor será que nos vayamos ya de aquí, anciano, antes de que pueda pasar otra cosa —comentó Iudicium algo más analítico que de costumbre.

—Sí, yo también lo creo. Rider, ¿podrías llevarnos al hotel de la excursión, por favor?

—Mmm, como ordene la princesa —dijo el marinero, aunque su mirada también se notaba algo aturdida.

Al chasquear sus dedos hizo aparecer una de sus puertas mágicas. Elliot se apresuró a recoger todas sus cosas para guardarlas en la mochila atento de no dejar nada importante atrás.

Cuando Elliot giró el picaporte de la puerta sus ojos reconocieron el techo del hotel donde él y sus amigos se estaban hospedando en New Orleans. Todo había salido mejor de lo que él había esperado, incluso a pesar de los contratiempos y el susto con el hurón.

«De seguro... no fue nada», se dijo a sí mismo para tranquilizarse, aunque no lo logró del todo. Sin embargo, había logrado conseguir a Fortuna y con ella encontrar una nueva veta arcana para que Raeda y los otros espíritus pudieran recuperar su energía. Y con eso resuelto, ya no sería ningún problema para él viajar a cualquier rincón de América al que necesitara ir.

─ ∞ ─

Lo primero que recibió a Elliot cuando atravesó la puerta fue el escándalo de la gente en la calle de abajo. Era el ruido de redoblantes, bombos y trompetas, combinado con el de una multitud que gritaba, reía y soplaba silbatos en una celebración eufórica. Casi todos los espíritus habían regresado a sus cartas menos Paerbeatus, quien no perdió tiempo al escuchar el escándalo y se puso a mover todo el cuerpo de manera errática y bastante alocada.

—Esto era justamente lo que necesitábamos, cachorro —dijo con una sonrisa en los labios—. Música para despejar la mente...

Rápidamente comenzó a hacer bailecitos meneando su cuerpo de un lado a otro y alzando sus brazos. Fortuna y Amantium saltaron a un lado para unirse a la celebración. Ella parecía bailar con emoción, aun entre aires de pereza, y a Amantium le había dado por tuerquear. Paerbeatus los veía bailar con recelo, como si los pasos más coordinados de sus compañeros causaran desarmonía en su caos improvisado.

Parby, no tienes por qué ser tan odioso —intervino Elliot sin mucho interés mientras caminaba a la puerta de la azotea para entrar al hotel.

El clima de la noche de New Orleans era frío (aunque húmedo) a diferencia del de Miami, por lo que Elliot agradeció mentalmente el calor de la calefacción una vez que había entrado al pasillo del último piso del hotel. Sin embargo, cuando llegó a la escalera que daba a los pisos inferiores y al área de las habitaciones, por instinto y sin saber muy bien la razón, Elliot se giró de golpe para posar sus ojos sobre una puerta de madera que había al final del pasillo. El suelo de esa zona estaba desnudo de alfombras, y las tablas pulidas brillaban bajo la luz de las lámparas del techo.

—¿Pasa algo, cachorro? —preguntó Paerbeatus siguiendo la mirada del chico con cautela.

—Tú... ¿sentiste eso, Paerbeatus?

—Ehm, yo no sentí nada —contestó con rapidez el espíritu, aunque Elliot podía ver como este tenía la piel de gallina.

—¿No lo habías notado aún? —alguien preguntó a sus espaldas y desde el pie de la escalera.

—Delmy...

Elliot no quería despegar sus ojos de la puerta, más por precaución que por miedo.

—No había sentido nada hasta ahora, no —respondió a la pregunta de la chica una vez que ella había llegado a su lado.

—La presencia va y viene, pero desde que hablamos anoche acá arriba, pude sentir como algo maligno salía de detrás de esa puerta —dijo Delmy antes de tomar a Elliot por la muñeca—. Parece que está dormido, así que lo mejor será mantenernos alejados de él.

—¿Tú puedes ver algo? —preguntó él mientras dejaba que Delmy lo guiara escaleras abajo.

Ella solo negó con la cabeza.

—No, no siempre puedo ver las cosas, sobre todo si estas no quieren mostrarse —dijo con calma—. Si se esconde en el entremundos, no voy a poder verlo, pero eso no oculta por completo las intenciones malignas, sobre todo si son tan fuertes como esta...

Elliot soltó una risita de fascinación al escucha esa nueva palabra de vocabulario mágico, pero no dijo nada.

—¡Ayyyy! ¡Entremundos, fantasmas, energías malignas...! ¡¿Es todo siempre así por aquí?! —preguntó Fortuna con fastidio en la voz.

El silencio reinó hasta que Paerbeatus, muy entusiasmado, añadió algo:

—¡A veces también hay delfines!

Fortuna se dejó caer sobre el espíritu, pero él no se molestó en atraparla, por lo que la elfa casi habría caído directo al suelo, si no fuera porque justo entonces Raeda había aparecido a un lado, amortiguando la caída con su cuerpecito.

—¡OYEE! —gritó éste enfadado al recomponerse..

Ella lo ignoró.

—Mmm, supongo que no voy a tener de otra más que acostumbrarme —suspiró con resignación—. Ni modo, por lo menos el campeón tiene una novia bonita. El chico que dejamos atrás, ehm... ¿Robinace? en fin, como fuera, él tenía de novia a una caricatura de tamaño real escondida en su clóset... Azúcar, creo que le decía... Nada lindo de ver, créanme... Bien por ustedes.

Delmy se sobresaltó un poco al escuchar aquello.

—Ehm... es que... ¡E-Elliot no...! ¡No es mi novio!

Tras verse a los ojos, ambos acordaron lo mismo tácitamente.

—No somos novios —dijeron a la vez.

Por un momento los dos se quedaron viendo fijamente, comunicándose silenciosamente con sus miradas hasta que el teléfono de Elliot los interrumpió, justo a tiempo para que ninguno notara el rubor en el rostro del otro. Fortuna ignoró las quejas de los chicos con un bostezo.

—¡Ay, como sea! Es muy tarde y Fortuna tiene sueñito... ¿Dónde está tu habitación para irme a dormir?

—¿A qué te refie...?

Pero la confusión de Elliot fue interrumpida abruptamente por la de Delmy...

—Elliot, ¿por qué nunca me dijiste que tenías armonía...? —preguntó su amiga con algo de desconfianza.

—¿Cómo? Espera, no sé de qué me estás hablando —contestó él confundido por igual.

El teléfono seguía repicando.

—Más temprano, cuando estuvimos detenidos en el Conservatorio y la Cantadora te pidió que revelaras tu armonía, lo hiciste... y tus ojos brillaron con magia arcana... Pero, no entiendo por qué... ¿Por qué... nunca antes me lo dijiste?

Al escucharla, Elliot asintió aliviado, a la vez que se escapaba una sonrisa tranquila.

—Ah, pues... porque ese no era yo. Esa fue Imperatrix. Ella quería intimidar a la mujer que nos tenía prisioneros y pintó mis ojos de color morado por iniciativa propia. Yo ya le había dicho mentalmente que no lo hiciera, pero igual no me hizo caso...

Delmy se llevó una mano a su boca, como si estuviera saboreando un pensamiento. Para ella el alivio de Elliot no correspondía a la situación. El sonido de la llamada la distraía y la hacía ver hacia el bolsillo de Elliot, pero a pesar del repique no quería dejar pasar la oportunidad de decir lo que tenía en la cabeza.

—Entonces... ¿Los espíritus pueden desobedecerte? Es decir... ellos... ¿Tienen deseos propios?

Justo en ese momento ambos veían cómo Raeda y Amantium discutían sobre una apuesta que habían hecho más temprano durante el duelo de cartas de Elliot y Rubenazo. Paerbeatus (bailando al tono de llamada) estaba escondiéndose de Fortuna quien quería abrazarlo a la fuerza.

—Bueno, no creo que eso sea algo tan grave, ¿verdad? —dijo Elliot con calma—. Es decir, que ellos quieran hacer cosas por su propia cuenta no puede ser algo malo... Y además, por eso estoy haciendo todo esto, para que no tengan que ser esclavos de nadie más.

Delmy asintió con miedo y recelo, pero para no darle más largas al asunto, prefirió no seguir discutiendo.

—Bueno, yo sólo espero que sepas lo que están haciendo, garoto... y que no olvides en qué te estás metiendo. Si me necesitas, seguiré por acá... ¡Ahora termina de atender de una vez por todas!

Elliot asintió aunque no tenía mucha prisa por atender. Una corazonada le decía de quién podía tratarse, y al revisar la pantalla, la duda fue despejada. Estaba en lo cierto. Delmy observó a Elliot confundida. De pronto se oyó una risa amarga y plástica al otro lado de la línea...

—¿Acaso esa es la manera de tratar a un viejo amigo, Elliot?

—Tú nunca has sido mi amigo...

—Lo siento, pero tengo que diferir —dijo Noah Silver con un dejo de superioridad—. Después de todo, recuerdo que tú y yo pasamos una tarde agradable en Normandía, y...

—Y luego me golpeaste, me secuestraste en una dimensión mágica, y, por último, pero no menos importante, intentaste estrangularme —lo interrumpió Elliot conteniendo a duras penas la rabia en su cuerpo.

—Uhm, yo sé que el Instituto carece de un adecuado incentivo a la competencia, Elliot, pero jamás pensé que te fueras a tomar las cosas tan a pecho —se burló Noah sin ningún tipo de disimulo—. No deberías ser tan malagradecido. Sobre todo cuando te estoy haciendo el favor de cuidarte las cartas que te dejaste quitar por el inútil de Roy...

—¡ESTO NO...!

De pronto la mano de Delmy le sujetó el brazo, y Elliot pudo ver en los ojos de la chica como sus propios ojos estaban llenos de lágrimas. Acababa de levantar la voz sin darse cuenta.

¡Cálmate, garoto! —le susurró su amiga mientras uno de los huéspedes de la habitación que tenían más cerca abría la puerta de su cuarto y se asomaba al pasillo extrañado.

—¿Sabes qué es lo que siempre me ha gustado de estas cartas, Elliot? —preguntó Noah con tranquilidad; Elliot no dijo nada—. Sus dibujos. Es decir, son impecables, la verdad. Son obras de arte muy valiosas sin duda alguna, y sé que se verán geniales en mis manos cuando las consiga todas, incluyendo claro, las que siguen contigo en este momento. Dignas de una colección apropiada, con valor histórico, cultural, estético... Eso sin contar las ventajas que me darán por encima de cualquiera que ose interponerse entre mis objetivos.

—Primero tendrás que matarme, Noah. Jamás te dejaré poner tus manos sobre alguno de mis amigos...

Al otro lado de la línea Noah se reía con calma.

—Pues... si ya maté a Roy, ¿qué te hace pensar que no voy a hacer lo mismo contigo?

Elliot dudó a primeras, pero igual no pudo evitar que la pregunta se colase entre sus pensamientos...

«¿Noah m-ma...? ¿Mató a... Roy?»

—Supongo que es lo único que podrías hacer al final —contestó Elliot calmándose un poco—. Intentar matarme como lo hiciste en Normandía. Después de todo, nunca serás capaz de ganarme en una competencia justa. Ni a mí, ni a Roy. No tienes lo que se necesita para jugar siguiendo las reglas de un juego y ganar, y por eso no te queda más remedio que hacer trampa...

La risa irónica de Noah calló. Había tensión en el aire, incluso a través de la simpleza sonora de una llamada telefónica. Delmy no entendía nada de lo que sucedía, pero cada cosa que escuchaba sólo le preocupaba más y más...

—Disfruta de tu viaje a New Orleans, Elliot. Te recomiendo que no bajes la guardia —contestó finalmente Noah—. Te prometo que la próxima vez que nos veamos no vas a correr con tanta suerte como la última vez. Así que, por favor, ¡te suplico cuides bien de mis cartas...! No me gusta que mis cosas se ensucien o se dañen por la incompetencia de alguien más. No olvides que las sombras tienen ojos y que el ojo alado de O.R.U.S es infinito... Temperantia te manda saludos, por cierto. Adiós...

Elliot sintió como la piel se le ponía de gallina al escuchar el nombre de Temperantia salir de la boca de Noah, pero antes de poder reaccionar y decir algo, ya su interlocutor había cortado la llamada y lo había dejado con la cabeza vuelta un desastre y con un nudo en el pecho.

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