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capítulo dieciocho
( después de la vida )












A BETTY AÚN LE COSTABA CREER QUE YELENA LE HUBIERA ATACADO. Mejor dicho, que le hubiera tirado al suelo e inmovilizado con una carga eléctrica que había resultado lo suficientemente fuerte para casi dejarle inconsciente.

Betty estaba indignada. Además, Kate y Tine habían tenido que correr tras Yelena y Pyotr y se habían visto obligadas a dejar a Betty atrás.

Tirada en el suelo del ascensor, Betty se veía obligada a escuchar las avances de los demás a través del pinganillo.

Su plan de hablar con Pyotr y Yelena no estaba saliendo como planeaba.

Eh, Betty, ¿cómo andas? —escuchó decir a Tine.

—Paralizada —bufó Betty—. Llama a Yelena suka de mi parte.

Será difícil, teniendo en cuenta que acaba de...

—¡Clint! —gritó la voz de Kate.

¿Has sido tú? —preguntó él.

—¿Qué está pasando? —exigió saber Betty, tratando de ponerse de pie; todo su cuerpo temblaba—. Mierda.

¡Son Yelena y Pyotr! —gritó Kate—. ¡Cuidado!

Betty hizo un gran esfuerzo y consiguió levantarse tras escuchar aquello, ignorando el desagradable hormigueo que sentía en todo su cuerpo. Dolía a cada paso que daba, pero apretó los dientes y se obligó a recorrer el pasillo, tratando de llegar a las ventanas que daban a la plaza. Sabía que su padre estaba disparando desde ellas, unos pisos por debajo.

¡Joder, Kate! —escuchó gritar a Tine.

¿Pero qué haces? —dijo Clint—. ¡Kate! ¿Estás bien?

—respondió ella.

—¿Qué mierda has hecho? —preguntó Betty, temiéndose lo peor.

Se ha marcado un hermanos-rusos-locos y se ha tirado por la ventana sujetándose a una cuerda —replicó Tine—. Betty, tu novia está loca.

¡No es para...! —Kate se interrumpió—. Chicos, son los chandaleros.

—Bajo ya —se apresuró a decir Tine.

Betty se detuvo frente a la ventana desde la que Kate debía haber saltado: dos cables, imaginaba que uno de Yelena y otro de Pyotr, estaban sujetos al suelo con el mismo agarre empleado en la azotea días antes.

Betty se asomó por la ventana, poco impresionada por la altura a la plaza: había saltado en paracaídas —y sin paracaídas, en una ocasión, aunque Natasha la salvó— desde más altura.

—Igual es el momento de marcarse un hermanos-rusos-locos —decidió Betty—. No por nada somos familia.

Betts... —empezó su padre.

—Tranquilo, no pienso partirme el cuello —le dijo Betty—. Tengo más experiencia en esto que Kate. Nos vemos abajo, supongo.

E, ignorando el hormigueo en sus dedos, ató su cinturón al cable y, sin más, saltó. El viento le apartó el pelo de la cara al caer a toda velocidad, mientras caía casi en caída libre.

Sonrió. La adrenalina le recorrió el cuerpo y casi le hizo olvidar el dolor del ataque de Yelena. Siempre le había gustado aquella sensación.

A pocos metros del suelo, se frenó sujetándose del cable con las manos y apoyando los pies contra la fachada del edificio. Kate la vio aterrizar a su lado, con la pierna derecha flexionada y la izquierda estirada, apoyando la mano derecha en el suelo. Tal y como Natasha le había enseñado.

Kate sonrió.

—Has caído mejor que yo —opinó, tendiéndole la mano para ayudarle a ponerse en pie.

Betty no necesitaba su ayuda, pero la aceptó simplemente porque quería sentir su mano entre la de ella.

—¡Tíos, son Kate Bishop y Betty Barton! —escucharon gritar a una voz.

Sus queridos amigos, los chandaleros, iban hacia ellas. Betty intercambió una mirada cómplice con Kate.

—En realidad, es Barton-Romanoff —comentó, desplegando su arco, preparada para golpear con él a primero que se le acercara.

Kate atacó antes. Betty la siguió sin dudar, derribando al primer hombre que se le acercó. Kate detuvo el golpe de uno de ellos, y le escuchó decir:

—¡Ah, un momento! Seguro que es mal momento pero quiero daros gracias. —Kate y Betty se miraron, sin entender nada—. Por consejo que disteis para hablar con novia.

—¿Funcionó? —preguntó Kate, sorprendida.

Betty ni siquiera se acordaba de qué habían terminado por decirle al hombre. Solo sabía que habían hablado de Imagine Dragons.

—Funcionó, tía —asintió él—. Al final fuimos a ver Maroon 5.

—¡Anda, qué bien! —exclamó Kate—. ¿Y la pipa qué?

—¿Cambias unas entradas de Imagine Dragons por unas de Maroon 5? —preguntó Betty, sin dar crédito—. ¿Y encima amenazas a mi chica con una pistola? Eso no está bien.

—Lo siento, pero... —trató de justificarse él. Betty le golpeó con el arco en la cabeza, derribándolo—. Gracias igual.

Kate derribó a uno que había ido tras Betty.

—Os vais a enterar —escucharon decir a alguien.

Betty preparó la flecha tan pronto como vio una pistola apuntándolas. Pero alguien se le adelantó y liberó a su atacante con ayuda de una espada.

—¡Jack! —exclamó Kate, sorprendida.

—Hola, preciosa —respondió él, sonriendo tranquilamente.

—¡Detrás de ti! —avisó la morena.

—Wow, el viejo no es malo —comentó Betty, viendo cómo Jack derribaba a otro chandalero—. Ahora veo el parecido con Tine.

—Jack, Jack, siento muchísimo que mi madre te mandara a la cárcel —dijo Kate, hablando a toda prisa—. ¿Estás bien?

—Mejor que nunca —respondió él, preparándose para pelear con el siguiente chandalero—. En garde!

—¡Ese es mi primo! —escuchó decir a Tine, acompañado de su risa.

Una flecha atravesó el aire y derribó a uno de los hombres que trataba de atacar a Jack. Desde la puerta del edificio, Tine Duquesne sonreía.

—¡Esa es mi prima! —respondió Jack, divertido—. Pero me temo que he perdido a tu madre, Kate.

—Sí. Ya somos dos —respondió ella.

—La encontraremos —aseguró Betty, antes de derribar a otro hombre.

Kate le dio un puñetazo a uno más. Incluso siendo cuatro, los chandaleros parecían no terminar. Betty se preguntó cuántos habría realmente.

—¡Clint! —llamó Kate—. ¿Dónde estás?

—Estás perdiéndote toda la diversión —ironizó Betty, golpeando con su arco a dos a un mismo tiempo.

Ella y Kate corrieron lejos de la pelea, tras intercambiar un gesto con Tine: ella y Jack estarían bien.

Justo aquí —respondió Clint.

—¿«Aquí» dónde, Clint? —preguntó Kate.

En el árbol —especificó él.

—¿Qué árbol?

Betty se giró, con los ojos muy abiertos. El gran árbol de Navidad de Rockefeller Center.

¡El árbol!

—Debes estar de coña —exclamó.

—¿Y qué haces ahí arriba? —preguntó Kate, sin dar crédito.

Pues pasar el rato. ¿Vosotras qué creéis?

—¿Tienes necesidades de pájaro, Clint? —bufó Tine—. ¿Cómo vamos a bajarle?

Betty miró hacia arriba de nuevo.

—Déjanoslo a nosotras.

La llegada de los roleros les vino perfecta.

—Chicos, ¿y mi equipo? —preguntó Kate—. Lo necesito.

—¡Missy! —llamó Grills.

—¡Lo tengo! —asintió ella, llegando corriendo.

Kate tomó la bolsa con alivio.

—Gracias, chicos —dijo Betty.

—¿Alguien ha visto a mi madre? —quiso saber Kate.

—Aún no —admitió Grills.

La sonrisa de Kate desapareció.

—¿No? Vale —asintió ella—. Chicos, tenemos que bajar a Clint de ese árbol. Sacad a la gente de aquí.

—¿Y ese tío de ahí, el que está con Tine? —preguntó Wendy—. No parece muy...

Touché! —escucharon gritar a Jack.

—Es de los nuestros, pero mejor sacarlo también —dijo Kate.

—Hecho.

—Vale.

Kate asintió.

—Suerte.

—Ayudad a Tine como podáis —agregó Betty—. ¡Lo estáis haciendo genial, chicos!

Kate la tomó de la mano cuando echaron a correr.

—¿Estás preparada? —le preguntó.

Betty asintió lentamente. No había rastro de Pyotr ni Yelena, pero lo que en ese momento más le preocupaba era sacar a su padre de ese árbol.

Asintió.

—Vamos a por ello.

EL SONIDO DE LAS TECLAS DEL PIANO VINO ANTES DEL DE LOS CRISTALES ROTOS. Betty preparó su flecha, entrecerrando un ojo para apuntar mejor.

—Buen acorde, bonita —comentó, después de lanzar.

—¿Sabes algo de piano, princesa? —dijo Kate, preparándose también para disparar—. ¡Eh, tíos! —añadió, atrayendo la atención de los chandaleros.

—Por supuesto que sí. Algún día, te tocaré una serenata.

Kate rio al escuchar aquello.

—Acepto.

Era más fácil alcanzar a los chandaleros desde aquella altura. Kate había tenido una gran idea.

Kate, Betts —llamó Clint—, ¿y los refuerzos?

—De camino —respondió Betty.

Cuatro caballeros medievales eran buenos refuerzos, en opinión de Betty, aunque Clint no parecía de acuerdo.

Juraría que le escuchó decir algo así como Vamos a morir.

—Clint —avisó Kate—, quiero que te agarres bien.

No me digas —ironizó él—. No, esperad. ¿Por qué?

—Vamos a bajarte del árbol —respondió ella, sonriendo—. ¿Lista, princesa?

No, no. No hagáis nada. —Betty ocultó una sonrisa—. ¿Betts? ¿Kate? Ya bajaré yo solito.

Permíteme dudarlo —replicó Betty.

—¿Quieres que diga «A mi señal» o no? —preguntó Kate—. Tine, te recomendamos que te alejes.

Dicho y hecho.

Kate, Betts, por favor, no hagáis nada. Tine, páralas.

—Vale, pues no lo digo —decidió Kate—. ¿Lista?

—Siempre —respondió Betty.

Repetid conmigo: «No voy a hacer ninguna estupidez».

—Muy tarde —comentó Betty.

La flecha de Kate salió primero y voló, recta y certera, hasta romper el cable que sujetaba al árbol, lo que lo hizo temblar entero.

Kate, Betts, ¿qué ha sido eso?

Ambas le ignoraron.

Betty, Kate, dejadlo.

—Árbol va —canturreó Kate, mientras Betty se preparaba para disparar.

La flecha corrosiva acertó de lleno en el tronco del árbol, que se tambaleó durante unos segundos, antes de inclinarse hacia un lado y precipitarse sobre la pista de hielo. El grito de Clint se escuchó sobre los crujidos del enorme abeto.

Chispas estallaron conforme los cables se iban rompiendo. El árbol cayó con un estruendo sobre la pista de hielo y Clint se deslizó sobre la resbaladiza superficie, con el arco en la mano.

—Genial, más mobiliario público destruido —comentó Betty—. Vamos, bonita.

Los chandaleros habían rodeado la pista de hielo en cuestión de segundos. Tine aterrizó de un salto junto a Clint, arco en mano y expresión decidida.

Betty y Kate estuvieron abajo en cuestión de segundos, ambas disparando flechas normales sin detenerse. Kate consiguió darle a una de las tuberías y el humo cubrió parcialmente el lugar.

—Estamos muy expuestos —gritó Clint—. Vámonos.

Se giró a disparar una flecha magnética cuando uno de los hombres trató de atacarles. Las armas metálicas volaron hacia los palos electrificados que la flecha impactó y se quedaron allí pegadas.

—Los entretendrá un rato —dijo Clint, quitándose la destrozada camisa y revelando su propio traje, también morado, a juego con el del grupo.

—¡Hala, te lo has puesto! —exclamó Kate.

—Sí, sí, sí.

—Te hace ver joven, papá —se burló Betty.

—Nunca pensé que el morado sería tu color, pero queda bien —admitió Tine.

—¿Ves como mola? —insistió Kate—. Te lo dije, te lo dije.

—Sí, ya, ya —le cortó Clint—. Ahora, escuchadme. Hay que salir de la pista. Y la única salida es por esas escaleras.

Las cubiertas de niebla y rodeadas por chandaleros. Sonaba bien.

—Genial. Solamente mil contra nosotros cuatro —comentó Kate.

Clint sacó varias flecha de su carcaj y las introdujo en el de Kate.

—Toma, llévatelas —ordenó—. Betts y Tine ya tienen las suyas.

—Venga ya —respondió Kate, sin dar crédito—. ¿Ya puedo?

Betty rio al notar su entusiasmo.

—Ya puedes —asintió Clint.

—Sí —dijo Kate, aún sin creérselo—. ¡Betty, ya puedo!

—Felicidades, Kate —rio ella, uniendo sus manos un momento, en señal de apoyo—. Disfrútalo.

La morena asintió rápidamente. Tine preparó el arco. Clint y Betty sacaron cada uno una flecha de sus respectivos carcajs.

—Bien. Chicas... —Los cuatro intercambiaron una mirada. Sonrieron. Eran un equipo. Clint asintió—. A darles caña.

Y, cuando los chandaleros se lanzaron contra ellos gritando, los cuatro arqueros se separaron por la pista y dispararon las flechas que habían preparado.

No eran pocas las que tenían. Betty podía decir orgullosamente que era la creadora de varias de ellas. Muy efectivas, además.

Los chandaleros no tenían idea de lo que les esperaba. Mientras uno caía derribado por una flecha electrificada, otro se desplomaba por una pierna congelada, uno más era cubierto en su totalidad por un extraño líquido viscoso y un cuarto quedaba atrapado bajo una red.

Varios caían tras recibir gas mostaza, mientras otros recibían diferentes dardos con narcótico. En un momento dado, Kate fue derribada por un chandalero y Clint se encargó de dejarlo inconsciente golpeándole con el arco.

Kate se puso de pie, jadeando. Clint le devolvió su arco caído. Los chandaleros no dejaban de llegar. Betty y Tine, espalda contra espalda, retrocedieron hasta llegar junto a los otros dos. Los cuatro prepararon de nuevo sus arcos.

En perfecta sincronización, volvieron a la carga, disparando al tiempo que cubriéndose unos a otros. Kate y Betty se giraban al mismo tiempo para golpear a un hombre con sus arcos, intercambiar una sonrisa y regresar a la carga, asegurándose de no dejar a nadie acercarse demasiado a ellos.

Colocados en círculo y moviéndose a una, casi parecía que llevaban mucho tiempo preparándose para aquello juntos.

Unas cuantas flechas especiales de la categoría peligrosas les valieron para despejar la pista. Betty se permitió sonreír, victoriosa, antes de escuchar el sonido de un motor que se acercaba a toda velocidad.

Kate se adelantó a todos: Betty había colocado apenas la flecha en el arco cuando la flecha de Kate ya atravesaba el aire, certera, para clavarse en el camión de los chandaleros, que había entrado en la plaza con intención de aplastarlos.

Quedó reducido a un tamaño no mayor del de un camión de juguete.

—Podría ser un buen regalo de Navidad para Nate —comentó Betty, arrodillándose junto al diminuto vehículo—. Adoro las flechas Pym.

Las voces de los hombres reducidos apenas eran audibles.

—¿Y ahora qué les va a pasar? —quiso saber Kate. Betty le dio un toquecito con el dedo al camión.

—No lo sé —admitió Clint—. Tendré que preguntárselo a Scott.

—Puedo llamar luego a Cassie —comentó Betty—. Tengo que felicitarles a los dos por Navidad, después de todo.

—¿Crees que puedan mantenerse de ese tamaño sin morir o algo? —preguntó Tine.

Un búho voló sobre el hielo y atrapó el camión con sus patas antes de que pudieran responder. Ante los ojos de los cuatro, se llevó volando su premio como si de un ratón se tratara.

—Bueno, ya nada —comentó Clint, disparando una flecha explosiva a su derecha al advertir que varios chandaleros comenzaban a ponerse en pie.

—Las escaleras están libres —advirtió Tine.

—Vámonos —asintió Clint.

Saltaron la vaya de la pista y subieron corriendo por las escaleras.

Kate, tu madre ha salido por un lateral —les avisaron por el comunicador.

—Recibido —respondió Clint.

—Tengo que encontrarla —dijo Kate, mirando muy seria a los otros tres.

Betty buscó su mano. Kate se la apretó con fuerza.

—¿Estás bien? —quiso saber Clint.

—Sí —asintió Kate, aunque no parecía muy segura de ello.

—¿Quieres que vaya alguno de nosotros contigo? —preguntó Tine, poniéndole la mano en el hombro—. Y por alguno me refiero a Betty.

Kate dudó, pero terminó negando.

—Tengo que hacer esto sola.

Betty asintió. Acarició la mejilla de Kate suavemente y, acercándose un poco más a ella, le dio un corto beso. Kate se permitió unos segundos para abrazar a Betty, antes de apartarse y, tras intercambiar un asentimiento con la pelirroja, comenzar a subir el siguiente tramo de escaleras.

Una explosión les distrajo a los cuatro. Todos se giraron hacia el origen de ésta.

Kazi, flaqueado por dos matones, iba hacia ellos.

—¡Márchate! —dijo Clint, mirando a Kate.

Ella se fue corriendo. Betty preparó su arco, para cubrirla si era necesario. Clint disparó una flecha divisora; Betty la llamaba flecha tres en uno.

El astil se separó mientras sobrevolaba el aire y derribó a los dos compañeros de Kazi, pero él se las ingenió para detenerla en el aire.

—¡Buen disparo! —gritó.

—¿Sí? ¿No me digas? —respondió Clint.

Kazi se preparó para disparar. Betty apuntó.

Y, de un momento a otro, su padre y Tine ya no estaban a su lado, sino que habían caído a la pista de hielo de nuevo, derribados por dos figuras que ella conocía bien.

Yelena y Pyotr.

Los dos rusos se levantaron fácilmente, dejando a Clint y Tine en el suelo. Pyotr tenía el ceño fruncido; a Yelena se le veía completamente convencida de lo que hacía.

Betty saltó a la pista.

—¡Parad! —gritó.

—Basta, Liza —ordenó Yelena.

Betty nunca había sido nadie que acatara órdenes, menos cuando se trataba de abandonar a sus seres queridos. Trató de alcanzar a Yelena, pero Pyotr la detuvo.

—Lo siento, Betty —dijo, antes de inmovilizarla contra el suelo. Cuando ella amenazó con gritar, Pyotr le cubrió la boca con la mano.

Tine se puso de pie y corrió hacia Yelena; la rubia la tiró al suelo después de tan solo un par de golpes. Iba mucho más decidida a hacer daño que la arquera.

—Tú la amabas —casi escupió—. ¿¡Por qué estás con su asesino!?

—Porque sé que él nunca hubiera hecho eso —replicó Tine, dirigiéndole una mirada elocuente a Pyotr—. Y tuve la suficiente paciencia para escuchar.

Yelena le hizo lo mismo que a Betty en el ascensor: Tine cayó, derribada por las fuertes descargas. Yelena se giró hacia Clint, que continuaba en el suelo.

—Antes de matarte —comenzó— quiero hacerte una pregunta.

Clint jadeó, tumbado boca arriba.

—Al fin nos conocemos, Yelena.

Se incorporó con cierto esfuerzo.

—Necesito saber qué pasó —continuó ella—. Los dos lo necesitamos.

Betty se revolvió entre brazos de Pyotr. No, no. Él era demasiado fuerte para ella. Pero no podía permitir aquello.

La imagen de Natasha inmóvil bajo aquel acantilado la perseguiría por el resto de sus días. No sabría qué haría si a esa se le unía la de Clint inmóvil en el hielo.

—Mira, Yelena —dijo Clint, apartando la mirada—, si te contara lo que pasó, no me creerías. Ni tú ni Pete. Basta con que sepáis que vuestra hermana decidió sacrificarse para salvar el mundo. Lo siento.

El rostro de Yelena era una mezcla de cientos de emociones. Negó con la cabeza, mientras trataba de contener las lágrimas. Betty no podía ver a Pyotr, mientras trataba de escapar de él, pero imaginaba que debía tener una expresión similar.

—Mentira —escupió Yelena.

—¿Qué? —preguntó Clint.

—Qué patético —continuó ella—. ¡Eres patético!

Betty soltó un grito cuando avanzó hasta su padre y le propinó una patada. Pataleó como una niña pequeña, mientras sentía sus ojos llenarse de lágrimas.

Clint se defendió, para alivio de Betty. Tine permanecía aparentemente inconsciente en el suelo y ella estaba inmovilizada por Pyotr. Solo eran su padre y Yelena.

Y Clint conocía cada movimiento de Yelena. No por nada su estilo de lucha era el mismo que el de Nat, el mismo que el de Betty.

Ojalá Kate estuviera allí. Esperaba que estuviera yéndole mejor con su madre que a ella con su familia.

—No la mató nadie —dijo Clint—. Se sacrificó.

—¡Deja de mentir! —gritó Yelena, tirando al hombre contra el suelo.

Le propinó un puñetazo y luego otro más. Clint la inmovilizó rodeando su cuello y hombros con el brazo, pegando la espalda de ella al pecho de él, en un intento por hacerla entrar en razón.

—No me estás escuchando —dijo. La voz se le quebró un poco al continuar—: Fue decisión suya. ¿Lo entiendes? No pude pararla.

Betty no tenía claro si Yelena estaba llorando o cerca de eso. Sintió que la fuerza que Pyotr ejercía sobre ella para contenerla se reducía.

—No —dijo Yelena, y casi sonó como un sollozo, antes de golpear a Clint de nuevo y hacerle caer.

Pyotr definitivamente estaba soltando a Betty.

—¿Le crees ahora? —susurró Betty, consiguiendo que él la entendiera.

Veía el perfil del rostro del hombre. Tenía la mirada fija en su hermana y su antiguo compañero de equipo. Fruncía el ceño, pero había algo más en su expresión.

—¿Por qué iba a sacrificarse Tasha por ti? —preguntó Yelena, mirando a Clint, de rodillas, a un par de metros de ella—. ¿Es que te lo merecías?

—Para nada —fue la respuesta de Clint.

Betty sollozó. Pyotr la soltó al notarlo y ella aprovechó para golpearle y tirarle al suelo.

—¡Fue mi culpa! —gritó Betty, secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Era yo quien tenía que salvarla.

La mirada de Yelena fue hacia ella.

—Liza... —empezó, frunciendo el ceño.

—Él estaba tratando de salvarme a mí —continuó Betty, con voz rota—. Y yo no pude salvar a Nat. Se sacrificó... por mí.

Pyotr se había puesto de pie y la miraba con fijeza. Tine, que había conseguido incorporarse, la observaba con los ojos muy abiertos y una mueca de dolor en el rostro.

—¿Entonces dejaste que muriera? —preguntó Yelena, en voz baja—. ¿Los dos lo permitisteis?

—Luchamos con ella —dijo Clint—. Los tres luchamos contra los otros dos. Solo había una cosa que los dos teníamos claro y era que no podíamos permitir que fuera Betty.

Otra lágrima se le escapó al escuchar aquello.

—Pero era mejor que yo —continuó Clint—. No fue Betty quien la dejó morir. Ella hizo todo lo que pudo para pararla.

—¡No intentes dejarme fuera de esto, papá! —chilló Betty, avanzando hacia él a grandes zancadas—. Si es tu culpa, es la mía. Además... —Su voz volvió a quebrarse—. Era yo la que sostenía su mano.

Yelena observó en silencio cómo Betty se agachaba junto a su padre y, en un impulso, le abrazaba con fuerza. Ambos cargaban con ello. Habían tratado de ayudarse mutuamente durante el año transcurrido, incluso cuando uno u otro no lo ponía fácil.

—Nunca hubieras sido tú, Betts —dijo Clint, suspirando.

Betty se sorprendió cuando él la apartó de un fuerte empujón, quedando él solo frente a Yelena. La miró.

—Nunca fui lo bastante bueno para ganarle.

Ella le observó.

—Debiste esforzarte más —declaró, extendiendo una de sus armas, un bastón.

Betty trató de ponerse de pie y apartarla, pero Yelena la volvió a tirar al suelo de un empujón. Pyotr, que parecía haber reflexionado sobre el asunto, avanzó.

—Lena, igual...

—No, Petya.

Yelena golpeó con el bastón a Clint, gritando. Betty chilló. Yelena volvió a golpearle.

—¡Espera! —trató de detenerla Clint.

No se detuvo. Betty se puso frente a su padre y detuvo el golpe del bastón de Yelena con ayuda de su arco. Yelena le miró, con ojos llameantes.

—Quítate de en medio en este momento, Liza.

—Puede que debas parar, Lena. —Fue Pyotr quien habló—. Escúchales.

—¡No! —chilló Yelena. Una sola lágrima rodó por su mejilla—. ¡Está muerta por él, Petya! ¡Él nos la quitó!

Y, de un golpe, derribó una vez más a Betty. Tine estaba ahí para ocupar su lugar, y Pyotr estaba a su lado esta vez. La pelirroja se giró hacia su padre, algo aturdida por el golpe.

—¿Papá? —dijo, tratando de ponerse de pie. Se mareó casi al instante.

Supo que algo iba mal cuando el mundo comenzó a tornarse borroso por los bordes. Un líquido caliente manaba del lado izquierdo de su cabeza, manchándole el pelo.

Puede que solo estuviera teniendo alucinaciones por el golpe. Cayó de rodillas al suelo al ver el rostro borroso de Natasha frente a ella.

Su subconsciente estaba trayéndole lo que tanto echaba en falta. Sollozó por lo bajo.

—Lo siento —murmuró. Lo sentía, lo sentía más que nada. Llevaba demasiado tiempo necesitando decírselo a ella—. Te quiero, mamá.

Tal vez, eso era lo que necesitaba. Ver el rostro de Natasha por última vez y poder decirle todo lo que llevaba dentro desde la última vez.

Un cierre final para un nuevo comienzo.












un paralelo bc me encantan y betty cerrando ciclos, en fin

saben que solo quedan un cap? 👀

ale.

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