three » she's not afraid

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capítulo tres
( ella no está asustada )












—ESTA ES LA CASA DE MI PADRE.

Betty miró a Tine, intrigada.

—¿Por qué Ronin vendría a casa de tu padre?

—Puede que porque ganó la espada. Pero si dices de verdad que ese no es Ronin...

—Estoy totalmente segura. Estudié a Ronin, lo investigué durante los últimos meses. Me parecía extraño. Luego, descubrí que estaba muerto.

Tine la miró, sorprendida.

—¿Muerto?

Betty asintió.

—Mi padre me lo dijo. Natasha lo mató.

Decir el nombre su tía aún resultaba difícil. Betty detestaba aquello. Le quemaba, le dolía. Cada vez que Tine lo había pronunciado a lo largo de la noche, había tenido aquella sensación.

Puede que por aquello era recomendable que siguiera yendo a terapia.

—Espera, se está moviendo —indicó Betty.

—Vamos tras él —resolvió Tine.

Ambas echaron a correr, siguiendo el punto rojo que aparecía en la pantalla de Betty.

Encontraron a Ronin en lo que, sin duda, era una situación difícil: los mismos atacantes de la subasta lo tenían atrapado dentro de una furgoneta y no tardarían demasiado en entrar.

Betty se alegraba de haberse cambiado de ropa antes de ir a por Ronin: pelear con el vestido, además de haber sido incómodo, hubiera sido horrible con aquel frío.

No llevaba su traje de combate habitual, pero al menos ropa más cómoda para pelear y no tan llamativa como un traje verde brillante y tenía su arco.

Disparó una flecha eléctrica paralizante al que estaba golpeando en la ventanilla del conductor, pero ni ella ni Tine pudieron hacer mucho más: alguien saltó sobre el techo de la furgoneta y, en cuestión de segundos, redujo a todos los atacantes.

—Vaya, parece que la jubilación no le ha hecho mal —comentó Tine, divertida.

Betty no tuvo que hablar con su padre: él simplemente sacó a Ronin de la furgoneta y le hizo un gesto para que le siguiera. Tine fue tras ella.

—Vamos, camina. ¡Vamos!

Clint arrastró a Ronin hasta un callejón y le sujetó contra la pared, pese a la resistencia que oponía. Betty le quitó la máscara y no pudo evitar soltar una exclamación de sorpresa.

—Venga ya —exclamó Clint.

—No puede ser —murmuró Betty.

—¡Eres Ojo de Halcón! —dijo la joven, jadeando. Clint se echó atrás—. ¡Y tú eres Artemis!

Betty arqueó las cejas. Se suponía que no debían reconocerla. Tendría que dejar el arco la próxima vez o se metería en problemas en caso de ser identificada.

—¿Y quién eres tú? —preguntó Clint.

Betty miró un segundo.

—Es Kate Bishop —respondió por ella, con la mirada fija en la joven.

—¿Sabes mi nombre? —se sorprendió Kate.

—Rushman, Willow Rushman.

Kate se quedó demasiado sorprendida como para decir nada. Clint se giró hacia Tine, que había permanecido atrás, en silencio.

—Cuánto tiempo, ¿no crees?

—Bastante —asintió ésta—. Es bueno verte, Clint.

—Desearía poder decir lo mismo, Tine.

Betty arqueó una ceja, pero decidió no hacer ningún comentario al respecto. Su padre se volvió hacia Kate.

—Eres una cría. Madre mía. —Betty volvió a corgarse el arco al hombro—. ¿De dónde has sacado el traje?

Las sirenas sonaban a lo lejos, indicando que la policía se acercaba. Kate balbuceó, sin dar respuesta alguna.

—Joder —masculló Clint—. Escucha, hay que sacarte de aquí. Es peligroso que te vean con ese traje. ¿Vives cerca?

—Sí —dijo Kate rápidamente—. Ahí al lado. Justo... sí.

—En la fiesta hablabas mejor —comentó Betty, burlona.

—¿Así que a este tipo de fiestas vas tú? —preguntó Clint, arqueando las cejas.

—Me invitó ella —se justificó Betty, haciendo un movimiento hacia Tine.

—Se suponía que ella tenía que llevarte ahí —aclaró Tine—. Lo que es evidente que no hizo.

—Sabías que no iría si me lo decías tú directamente, así que involucraste a mi hija —apuntó Clint. El silencio de Tine sirvió de respuesta—. Genial. Toma, cógela —dijo, pasándole a Kate su abrigo—. ¿Estás bien?

—Sí. Bueno, más o menos —respondió Kate, que aún parecía conmocionada.

—Pues venga, en marcha —resolvió Clint, agarrando a Kate y Betty y echando a andar—. Vamos, por aquí.

—Puedo caminar sola —objetó Betty.

—A ti tampoco deberían verte así —comentó su padre—. Será mejor que nos demos prisa.

—Es que he visto un cadáver... Ha sido mi primera vez —continuó Kate.

—Déjalo, ya hablaremos cuando lleguemos.

—¿Un qué? —repitió Betty.

Tine miró un segundo a Kate, evaluándola, y luego echó a correr en dirección la casa de su padre. Betty supuso que había imaginado lo mismo que ella: que el cadáver estaba en la casa de Armand Duquesne.

—Vaya noche más intensa, ¿no? —preguntó Betty, con cara de circunstancias.

—Sí, eso sin duda —respondió Kate.

EL PASEO NO HABÍA ESTADO MAL. Betty había estado la mayor parte del tiempo en silencio, al igual que su padre, que únicamente hacía preguntas, mientras Kate farfullaba a su lado.

—A ver, ¿dónde aprendiste a luchar así? —preguntó Clint.

—Practico artes marciales desde los cinco años —explicó Kate.

—Ya somos dos —observó Betty.

—O sea, desde hace un año —ironizó Clint.

—Ya te gustaría que fuera un año, anciano —replicó Betty.

Clint mantenía a Kate sujeta, tratando de alejarla de los transeúntes que pasaban por el lado. Betty miraba a su alrededor constantemente.

—¿Qué hacéis? —preguntó ella—. ¿Evaluar amenazas?

—Algo así —asintió Clint.

—Se volvió una costumbre hace tiempo —añadió Betty.

—Y... ¿os dedicáis a eso, a buscar cosas raras o sospechosas todo el rato?

—Ajá —fue la única respuesta de ambos.

—Estás sangrando todavía —objetó Betty—. Déjame.

Le quitó el pañuelo de la mano y lo puso sobre una de las heridas que Kate tenía en la frente, con mano experta. Le ponía nerviosa ver cómo ella trataba sin éxito de detener la sangre.

—N-no pasaba nada —protestó Kate.

—No te preocupes, cuando empecé tampoco sabía cómo hacer con las heridas. Aguántalo ahí —indicó Betty.

Kate obedeció.

—No es que sea una novata total, ¿vale? —se excusó—. Estaba algo abrumada, pero ya les había aguantado un asalto antes, ¿sabéis?

—Lo sé, estaba ahí —comentó Betty.

—Eh, es aquí —indicó Kate, señalando a una pizzería a su izquierda.

—Genial, pillaré una de pepperoni —dijo Betty, mientras entraban—. ¿Quieres, papá?

—Mejor cuando dejemos a la chica en casa y recuperemos el traje, Betts —aconsejó su padre.

—Verás, hay quien dice que soy la mejor arquera del mundo —continuó Kate, aún tratando de justificarse.

Betty tenía que tratar de no sonreír. Parecía ser que su padre tenía una fan y, por la mirada de Kate hacia ella, Betty también.

—¿Sí? —preguntó Clint—. ¿Y tú también lo crees?

—Bueno, ah... U-un poco sí —admitió Kate.

—Podríamos practicar un día juntas y comprobar quién es mejor —comentó Betty, guiñándole un ojo.

—Estupendo —dijo Clint—. Oye, ¿nos abres la puerta?

Kate se apresuró a sacar las llaves. Betty le dio un codazo a su padre.

—¿Cómo vas a esperar que Nate sea educado si tú no tienes modales? —se burló.

Ambos entraron tras Kate, Betty asegurándose de que la puerta quedaba bien cerrada a su espalda. Clint soltó un suspiro de cansancio.

—¿Has dejado a los chicos en el hotel? —preguntó Betty.

—Les he dicho que salía un momento —asintió Clint.

—Acabaremos esto rápido —prometió Betty, que sabía lo mucho que deseaba su padre pasar aquellas fechas con sus cuatro hijos.

En el piso de Kate los aguardaba un perro, el mismo que Betty había visto junto a Ronin al salir de la bodega. El perro permaneció tumbado cuando entraron, y Betty se agachó al instante para acariciarlo.

—Menudo perro guardián —dijo Clint, sarcásticamente, al tiempo que cerraba la puerta.

—Déjalo, es adorable —replicó su hija.

—Bueno, no es mío —explicó Kate.

—Mucho piso para una cría —comentó Clint.

Betty se puso en pie y examinó el lugar. Estaba algo desordenado y era viejo, pero le gustaba el aspecto que tenía. Sería un sitio donde no le importaría vivir.

—El mío es más grande —objetó, mientras daba una vuelta a la sala.

—Y sigo pensando que es demasiado para ti —respondió Clint.

—Sí, lo... lo heredé —explicó Kate.

—¿Tienes dieciocho? —preguntó Clint.

Betty bufó.

—No, tiene quince —ironizó—. Papá, prácticamente tenemos la misma edad. —Se giró hacia Kate—. Veintitrés. ¿Tú?

—Veintidós —respondió Kate.

—Ya, lo mismo da —dijo Clint.

—Puede beber legalmente —objetó Betty—. Con dieciocho, no.

A Betty le gustaba molestar a su padre y él lo sabía, de modo que la ignoró.

—En fin, ¿te quitas eso para que me pueda ir? —preguntó Clint.

—Sí, sí, vuelvo enseguida —se apresuró a decir Kate, tomando una bolsa y yendo hacia las escaleras.

La escucharon murmurar, mientras subía, Tranqui, chica, la cabeza fría. Artemis y Ojo de Halcón están aquí. ¡En mi piso! Betty no pudo contener una sonrisa.

—Es agradable, ¿no crees? —le preguntó a su padre, que se encogió de hombros.

—¿De dónde lo has sacado? —dijo Clint, alzando la voz para que Kate le escuchara.

Betty recordó que aún no le había contado nada a su padre de la subasta.

—De una subasta —dijeron Kate y ella al mismo tiempo.

—¿Lo has comprado? —preguntó Clint, sin dar crédito—. ¿Y tú cómo sabes eso?

—Estaba ahí —se limitó a decir Betty, que observaba entretenida los numerosos trofeos que Kate poseía—. Y, no, no lo ha comprado.

—No, no exactamente —respondió Kate.

—¿Y qué has hecho con el traje puesto? —continuó Clint.

—Esto parece un interrogatorio —murmuró Betty.

—Puede que lo sea —respondió Clint.

—Pues zurrar a unos tíos, salvar al perro y un... allanamiento de nada.

—No pinta tan mal, ¿no? —preguntó Betty.

—Por Dios —murmuró Clint—. Una justiciera juvenil. ¿No tendrías que estar en la uni?

—Si tú supieras —suspiró Kate, bajando, con otra ropa, el traje de Ronin en una mano y un arco en la otra—. Bueno, ya he contestado a vuestras preguntas. Yo tengo unas cuantas para vosotros, empezando por... —Le pasó el traje a Clint y tendió el arco hacia ellos—. ¿Me lo firmáis?

—¿Tienes rotulador? No traigo nada —dijo Betty—. Podría firmarte y darte mi número.

—¿Lo dices en serio? —La voz de Kate se tornó un poco más aguda—. ¡Sería...!

—No hemos acabado —interrumpió Clint, dejando el traje sobre una silla.

—¿Pero podéis firmármelo cuando acabéis? —preguntó Kate, esperanzada—. Eres mi Vengador favorito. Y tú... —Se giró hacia Betty—. Bueno, tenía un póster tuyo en mi dormitorio cuando tenía quince años, ¿sabes? ¡Soy tu fan número uno!

—¿De verdad? —preguntó Betty y, por un segundo, sonó hasta sorprendida—. ¿Por qué?

—¡Porque eres genial! —fue la respuesta de Kate, que sonaba hasta más sorprendida como ella—. ¿No lo ves?

—Me parece una conversación muy interesante, pero antes de continuarla... —Clint miró fijamente a Kate—. ¿Estás bien? ¿Seguro?

—Claro. Ah, sí, no, genial. Deberías ver a los otros.

—Lo he hecho. La mafia chandalera.

Betty, que se había quedado en silencio, aún pensando en lo que Kate había dicho, levantó la cabeza bruscamente.

—¿Esos? —preguntó—. Ya decía yo que me resultaban familiares.

—¿Así los llaman? —dijo Kate—. Un nombre bastante cutre, ¿no crees?

—Es lo primero que pensé yo al escucharlo —admitió Betty.

—¿Creéis que han matado ellos al tío del novio de mi madre?

Betty frunció el ceño. Así que sí era Armand el cadáver que Kate había mencionado antes. Se preguntó qué estaría Tine haciendo en ese momento.

—¿El tío del novio de tu madre? —repitió Clint.

—Armand III —aclaró Kate—. Hay al menos siete.

—Me parece cruel que sigan usando ese nombre —comentó Betty—. Los Duquesne son un poco raros. El que ha muerto es el padre de Tine.

—Ah. Pues no, no tengo ni idea —admitió Clint—. Podría preguntarle a ella, pero no lo haré. Lo que quiero saber es si os han visto la cara. A cualquiera de las dos.

—Llevaba el velo fotostático de Tony —respondió Betty—. Lo perdí luego, pero no creo que puedan llegar a identificarme. Llevaba la cara tapada ahí fuera.

Kate lo pensó un segundo.

—No. Llevaba máscara como una pro.

—Vale... —asintió Clint, algo más tranquilo—. Porque... la persona que llevaba ese traje tenía muchos enemigos, además de los del chándal.

—Ni pinta muy bien —admitió Kate.

—Dime, ¿le has dicho a alguien lo del traje? —cuestionó Clint.

Kate negó con la cabeza.

—No.

—Y es... imposible que te relacionen con él, ¿verdad?

—Eso es —asintió Kate.

—Tienes que estar segura —insistió Clint.

—Lo estoy.

—¿Del todo?

—Sí.

—Te habrán seguido desde la subasta hasta donde te he encontrado, ¿has parado en algún sitio antes?

Betty murmuró una maldición. Según el rastreador que le había puesto al traje antes, Kate había parado...

—¡Has venido aquí! —exclamó, con horror.

—Solo para dejar al perro —se apresuró a decir Kate.

—¡Eh, Kate Bishop! —escucharon gritar a alguien desde la calle.

—Mierda —murmuró Betty.

Kate miró la ventana y se volvió hacia ellos.

—Y mi nombre está en el buzón —añadió.

—Oh, no. ¡Al suelo! —gritó Clint, apresurándose a cubrirlas a ambas.

El primer cóctel molotov atravesó la ventana y se estrelló contra el suelo del piso, estallando en llamas. Otro más lo siguió.

—Quédate con ella —mandó Clint, echando a correr hacia el ventanal.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Betty, colocándose frente a Kate.

Gritos llegaban desde fuera, sin duda de la mafia chandalera. Betty se arrepentía de no haber ido a por Kate antes, en lugar de parar a cambiarse al tener la seguridad de que no le perderían.

Clint rompió uno de los cristales y atrapó al vuelo uno de los proyectiles que lanzaban, devolviéndolo a los que lo tiraron. Los gritos divertidos fueron sustituidos por otros un tanto espantados cuando éste estalló en llamas a sus pies.

Betty había tomado su arco y subido por la escalera, con Kate detrás. Las dos flechas que lanzaron fueron a parar al mismo lugar: a la botella que otro de los miembros de la mafia estaba por lanzarles.

—Eh, no eres mala, bonita —observó Betty, divertida.

—Os lo he dicho —respondió ésta, orgullosa.

—Ya.

Ambas bajaron las escaleras. Betty miró el traje, en medio de las llamas. Comprobó su carcaj, pero no tenía flechas con cuerda. Mierda.

—Hay que coger el traje —dijo Clint.

—Lo sé —respondió Betty—. Pero no tengo flechas para eso.

Kate disparó antes siquiera de que ella terminara la frase. Su flecha fue a parar en el extintor que colgaba de la pared. Éste salió despedido hacia arriba a toda velocidad, soltando espuma por el agujero que el proyectil le había hecho.

—No creo que haya sido buena idea —admitió Betty—. ¡Cubríos!

Se agacharon justo a tiempo: el extintor pasó por donde antes estaban sus cabezas, atravesó una de las ventanas y fue a estrellarse en la calle, a los pies de la mafia chandelera.

Los gritos de éstos llegaron instantáneamente y Betty supuso que ya no había fuego alguno que los molestara.

—¡Vamos! ¿Eso es todo? ¡Venga! ¡Tira otro, valiente!

—¿Pero qué demonios hacéis? —respondió otra voz.

—Deberíamos salir de aquí —comentó Betty. El humo había activado el sistema de emergencia y ahora llovía en el interior del apartamento.

—¿No hay salida de incendios? —preguntó Clint, mirando a su alrededor.

—¡Mi casa, mis cosas! —dijo Kate, observando a su alrededor con horror.

—Coged al perro y corred, ¡vamos! —ordenó Clint.

—Espera, ¿qué pasa con el traje? —preguntó Kate.

—Puedo quedarme a recogerlo —propuso Betty.

—Dejadlo, ya volveremos a por él —resolvió Clint.

Afortunadamente, lograron salir del piso en llamas, junto al perro. Los miembros de la mafia peleaban a gritos con los dueños de la pizzería y las sirenas sonaban en la distancia. Betty señaló una bajada al metro y los cuatro fueron hacia ella.

—¿Y ahora? ¿A dónde vamos? —preguntó Kate, mientras bajaban.

—Lo más lejos posible, esos tíos quieren matarte —respondió Clint.

—Ya. Y... ¿después?

Betty activó el modo camuflaje del arco, que se transformó en un simple collar. Tony le había intentado enseñar sobre la nanotecnología, pero no había tenido éxito. Aquel arco era lo único que aún conservaba de él, además del piso en Nueva York que le había dejado y su traje, que tenía guardado en casa. En ocasiones como aquella, deseaba haberlo intentado más y haber podido aprender a usar la nanotecnología en todas sus armas.

—Hay que equiparse —dijo Clint.

—Qué pasada —respondió Kate, emocionada—. ¿En plan Vengadores?

Betty sonrió.

—Lamento desilusionarte, pero no es lo que imaginas. Aún así, no está tan mal. Ya lo verás.

BETTY COMPRENDÍA, EN PARTE, LA DESILUSIÓN DE KATE. Probablemente, debería haber esperado algo más emocionante, viniendo de dos Vengadores.

Pero no. Ahí estaban, en una simple tienda, comprando algunos suministros —como tiritas y desinfectante—.

—No voy a mentiros, Ojo de Halcón, Artemis. —Parecía producirle cierta satisfacción decir sus nombres—. Estoy decepcionada.

—Pues perdona por el chasco, ¿me coges un par de botellas de alcohol? Las de abajo.

—Yo iré a por el alcohol bueno, que también nos hará falta —observó Betty.

—Ah, no, nada de eso —la frenó Clint—. Ve a por algunas vendas, por si acaso hicieran falta. Nada de alcohol.

A regañadientes, Betty obedeció. Sabía que a su padre no se gustaba que bebiera demasiado, teniendo en cuenta que la había encontrado un par de veces bastante borracha... Pero el alcohol ayudaba, después de todo. No reía demasiado si no era con un poco de alcohol en su organismo.

—¿Y cuál es el plan? —preguntó Kate, en voz baja—. ¿Vamos a un piso franco? ¿En la Torre de los Vengadores?

—No, Tony la vendió hace unos años —dijo Clint.

Betty aún recordaba todos los problemas que aquella mudanza le había dado.

—Eso sí que es un buen chasco —opinó Kate—. Vamos.

—Podemos ir a mi piso —propuso Betty, no demasiado segura de ello.

Se colocaron en la cola. Clint dudó.

—¿Crees que te vieron? Porque ella pensaba que no y mira cómo acabó su casa.

—No lo sé —admitió Betty—. Tuve cuidado, pero no puedo asegurarlo al cien por cien.

—Es demasiado arriesgado —suspiró Clint.

El perro dejó escapar un ruido extraño.

—Eh, chico, ¿qué te pasa? —preguntó Clint—. ¿Qué quieres, eh? Tengo que esconderos en algún lugar seguro. A las dos. Después, recuperaré el traje y arreglaré este follón.

—¿De verdad hace falta que yo también me esconda? —preguntó Betty—. No dijeron mi nombre en el piso. No creo que me hayan visto.

—No los subestimes. ¿Recuerdas a Kazi? Apuesto a que él puede seguirte el rastro.

—¿Y si le pedimos ayuda a Tine? —propuso Betty.

—No.

—¿Escondernos? —preguntó Kate—. No somos un saco de dinero.

—No, qué va. El dinero me resultaría útil.

Betty y Kate intercambiaron una mirada.

—Siguiente —llamó el cajero.

—Hola, ¿qué tal? —Clint avanzó hacia la caja—. Felices fiestas.

—Conozco un sitio cerca —comentó Kate—, ¿podría decir eso un saco de dinero?

—Bien dicho.

Betty chocó los cinco con Kate.

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