four » just like you

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng







capítulo cuatro
( igual que tú )












LA GRAN CIUDAD SEGUÍA RESULTANDO CONFUSA EN OCASIONES. Para Betty, que se había criado en una granja, mudarse a Nueva York con quince años había sido un gran cambio.

Incluso ocho años después y ya totalmente establecida allí, en ocasiones se sentía una completa forastera. Sin embargo, Kate parecía moverse con mucha soltura por sus calles.

Les llevó a un bloque de apartamentos de aspecto totalmente común y consultó la lista de nombres de propietarios y pisos.

—A ver... —murmuró, marcando un telefonillo varias veces. Betty aguardó a ver qué planeaba.

—¿Quién es? —preguntó la voz de un hombre.

—¡Sí, hola! ¿Qué tal? Traigo... ah... una pizza...

—¿Qué?

—Trai... pi... Ajá.

—¿Quién es?

—Sí, vengo de...

El pitido que indicaba que la puerta se abría sonó. Betty ocultó una sonrisa. Kate no era mala en eso, sin duda.

Tanto ella como su padre la siguieron al perro y ella por las escaleras hasta llegar al sexto piso. Tras recorrer un pasillo, Kate se detuvo ante una puerta.

—Aquí —indicó.

—Bueno, no es una fortaleza, pero... Valdrá, ¿no? —comentó Clint.

—Calla, gruñón —le recriminó Betty.

—Es el piso de mi tía —explicó Kate—. Pasa el invierno en Florida.

—No suena como mal plan —opinó Betty.

—Prefiero un invierno frío —respondió Kate, tendiéndole el saco a Clint—. Sujétamelo.

—¿Vas a forzarla? —cuestionó Betty, viendo cómo sacaba un llavero del bolsillo.

—Genial —ironizó Clint.

—Tengo llave —aclaró Kate.

La puerta se abrió a los pocos segundos, dándoles paso al interior. Betty caminó hasta el salón y, sin poder evitarlo, estornudó.

—Oh, no —suspiró, llevándose la mano a la nariz.

—¿Hay gatos aquí dentro? —preguntó Clint.

—No. Solo pelo de gato —respondió Kate.

—Fantástico —dijo Betty, antes de estornudar de nuevo.

Salió del salón rápidamente y dejó sus armas —todas ellas camufladas, y no eran pocas— sobre la mesa, al tiempo que su padre dejaba el arco de Kate y lo que habían comprado.

—Tenéis que limpiaros las heridas —dijo Clint, sacando las cosas de las bolsas—. He comprado jabón y desinfectante. Betty sabe cómo hacerlo, ella te ayudará. —La nombrada asintió, tomando un bote de jabón y examinándolo como si fuera interesante—. Bueno, primero iré a tu piso a por el traje. Y me vuelvo con mis hijos.

—Claro, Clint, mi casa es tu casa —ironizó Kate—. ¿Necesitas mis llaves?

—No, no hace falta. Cerrad con llave. Betts, en cuanto sepa de que es seguro para ti salir, te avisaré y podrás volver con nosotros.

—Como quieras —asintió Betty, dejando el jabón—. ¿No quieres que te deje algo por si acaso?

—Voy genial, gracias. Nos vemos.

La puerta se cerró a su espalda. Betty le dirigió una mirada a Kate.

—¿Te ayudo con ese corte?

—Puedo sola —se apresuró a decir ella.

Betty sonrió.

—Ah, no, crees que puedes. Pero, en realidad, no. Créeme, yo al principio pensaba igual... Luego, mi padre me enseñó que me equivocaba. Ven aquí.

—En serio, estoy genial, no hace falta que... —Ignorando a Kate, Betty fue hacia ella y le obligó a agachar la cabeza para examinar la herida.

Kate enmudeció.

Betty le limpió la herida tal y como su padre y Nat le habían enseñado, tratando de no pensar en todas las veces que su tía había hecho lo mismo con ella y dedicándose a tararear por lo bajo una canción de Imagine Dragons.

Kate no habló en todo el proceso. Betty terminó poniéndole una tirita sobre el corte limpio y sonrió.

—Ponte frío, te ayudará. Fuera de eso, está listo, bonita.

—No tienes por qué llamarme así —comentó Kate, levantándose de la silla donde se había sentado a toda prisa.

Betty rio.

—Pero quiero llamarte así. A no ser que te moleste...

—No, no, no, no es eso —se apresuró a decir Kate, de forma tan cómica que Betty tuvo que hacer un esfuerzo por no reír otra vez—. Es solo que es raro que tú, o sea, una Vengadora, esté aquí y... Bueno, es raro.

Betty sonrió, mientras comenzaba a limpiar sus propias heridas. Tenía dos, un corte en la mejilla derecha y otro cerca de la ceja izquierda.

—Tenemos prácticamente la misma edad, Kate, y además de ser Vengadora o, mejor dicho, ex Vengadora, soy una chica normal. Soy igual que tú. Por favor, no actúes como si fuera Taylor Swift.

—¡Pero eres prácticamente lo mismo! —protestó ella.

—Permíteme no estar de acuerdo —rio Betty—. Ella canta bastante mejor que yo.

—Y tú has salvado el mundo —opinó Kate.

Betty se encogió de hombros.

—Ella sigue siendo la persona más increíble del mundo, no por nada es la industria musical, duh.

—Has salvado el mundo —insistió Kate.

—No tengo poderes ni nada parecido, solo entrenamiento. No es para tanto. Es un trabajo, nada más. Un trabajo del que, por cierto, me echaron. Así que, ¿y si cogemos algo de comer, ponemos música y hacemos como si solo fuéramos dos chicas de veintidós y veintitrés años normales? —Tras unos segundos de silencio, añadió—: Si no te molesta, claro. Es que nunca he podido hacer algo así.

—¿Nunca? —se sorprendió Kate.

—No —admitió Betty, encogiéndose de hombros—. No fui al colegio hasta los quince, y los pocos amigos que hice desaparecieron dos años después, por no hablar del tiempo que fui una fugitiva... Después vinieron cinco años complicados y este último año no he tenido tiempo para mucho, así que no. —Sonrió—. ¿Qué me dices?

Kate no lo pensó mucho. Sonrió también.

—Unas pizzas y música suenan bien, ¿no crees?

Betty asintió.

—Suenan genial. Gracias, Kate.

La chica casi se ruborizó.

—No es nada..., Betty.

CLINT NO SE SORPRENDIÓ AL ENCONTRAR A TINE ESPERÁNDOLE. La ex agente estaba aguardando junto al portal de la casa de la tía de Kate, con la espalda apoyada en la pared y los brazos cruzados.

Por muchos años que hubieran pasado, seguía resultando casi natural verla allí, esperándole. Casi como si Natasha y Peter fueran a aparecer también de un momento a otro.

—¿Qué ha pasado con tu padre? —preguntó, mientras ambos entraban en el portal.

Tine hizo una mueca.

—Muerto.

—Lo siento.

—Ya.

Ella no diría más del tema y Clint sabía que no convenía insistirle.

—¿Le has puesto un rastreador a mi hija? —quiso saber Clint, en tono arisco.

—No ha hecho falta, ella misma me ha mandado la ubicación.

Clint arqueó las cejas.

—¿En serio?

—Ajá. Parece que confía en mí. Le conté de nosotros y Nat en S.H.I.E.L.D. y me creyó. Parece una buena chica.

—Lo es —asintió Clint—. Es la mejor.

Tine asintió.

—Imagino que no le has dejado salir por precaución.

—Ni a ella ni a la otra chica —confirmó Clint.

—¿Has encontrado el traje?

—No.

—Mal asunto.

—Lo sé.

Clint abrió la puerta de la casa y la dejó pasar primero. En el interior, Betty aguardaba tirada sobre el sofá —ya debía de darle igual su alergia al pelo de gato— y Kate estaba hablando por teléfono.

Betty sonrió al ver a su padre y saludó con la mano a Tine.

—Esperaba que vinieras.

—¿Desde cuándo sois tan amigas? —preguntó su padre, dándole un beso a modo de saludo.

—Participar en una subasta ilegal y perseguir a quien crees que es un asesino a la fuga después de haber peleado contra unos matones juntas une, ¿no crees?

—Desde luego —rio Tine.

Estaba asustadísima. ¿Qué te ha pasado? —escucharon.

—Es la madre de Kate —aclaró Betty, volviendo a tumbarse en el sofá.

—Nada —respondió la nombrada—. He salido por detrás con una amiga. —Se giró hacia los recién llegados—. ¡Hola!

—Hola —dijeron ambos.

Qué locura —continuó la madre de Kate—. ¿Una explosión? ¿Una subasta del mercado negro?

Tengo que colgar —dijo Kate, que tenía una caja de pizza congelada sobre la cabeza, como Betty le había aconsejado—. Te quiero.

Y yo a ti.

Kate dejó el móvil y Betty se incorporó.

—¿Cuándo empezó la gente a decir te quiero a todas horas? —se preguntó Clint.

—Era mi madre —dijo Kate, a modo de respuesta—. Oye, ¿desde cuándo eres tan cascarrabias?

—¿Desde que una cría ninja me chafó las Navidades?

—No vayas de gruñón, tú nos dices te quiero a los chicos y a mí todo el tiempo —se burló Betty.

—Típico de Barton —opinó Tine, divertida.

Kate se levantó y fue hacia la mesa donde Clint y Tine habían tomado asiento. Betty permaneció en el sofá.

—¿Qué? —preguntó Clint, notando la mirada de Kate.

—Dos por uno —respondió ella, haciendo un gesto hacia la caja de pizza que sostenía—. Me baja la hinchazón y la descongelo para el perrito pizzero.

—¿Se llama así el chucho? —preguntó Clint.

—No tiene nombre —admitió Kate.

—Estamos aún pensándolo —añadió Betty.

—Es como un título nobiliario —continuó Kate—. Como el conde de Sandwich.

—¿Ahora adoptáis un perro juntas? —preguntó Tine, divertida—. Vaya, y pensar que acabáis de conoceros.

—Sí, pero ya estamos peleando por la custodia —bromeó Betty.

—El perro pizzero es mío, yo lo encontré antes —protestó Kate.

—Pero a mí me quiere más, ¿verdad que sí? —Betty extendió la mano y el perro fue hasta ella para que le acariciara—. ¡Toma ya! Si vas a llorar, hazlo fuera, Bishop.

—Ya veremos quién ríe la última, Barton —respondió ésta.

Tras unos segundos, ambas estallaron en carcajadas.

—Parece que ya os lleváis bien, ¿eh? —comentó Clint—. ¿Qué tal las heridas?

—Bien, aún duele un poco —dijo Kate, dejando la caja de pizza en la mesa.

—Se la he limpiado yo —añadió Betty, antes de que Clint dijera nada—. Está bien, no te preocupes.

—Muy bien, como digas —respondió su padre, dejándose caer hacia atrás en la silla—. No me conviene discutir contigo.

—No, desde luego que no —rio Betty.

—¿Cómo estaba mi piso? —preguntó Kate.

—Churruscado —fue la simple respuesta de Clint.

—Tanto tacto como siempre, ¿no? —ironizó Tine.

Betty echó un vistazo al teléfono. Tenía un mensaje de Pepper y otro de Lila. Se dijo que los respondería después. El de Pepper, probablemente, sería alguna foto de Morgan con un jersey navideño o algo similar —la pequeña solía quitarle el móvil a su madre para mandarle fotos a Betty—, mientras que Lila estaría preguntándole dónde estaba y aún no sabía cómo explicarle todo aquello.

Ni siquiera sabía si iban a explicarle todo aquel lío a sus hermanos. Eso era algo que su padre debía decidir.

—¿Tienes el traje? —preguntó Kate.

Clint estaba llenando una taza de agua de grifo.

—No.

—Fantástico —dijo Betty, sarcástica.

—Pero sí una pista —probó Kate.

—¿Eso crees? —Clint le dio un sorbo a la taza—. ¿Qué es esto?

—Ah... He estado apuntando lo que recuerdo de los chandaleros —explicó Kate.

—Yo he ayudado —apoyó Betty, levantando la mano, como los niños en clase.

—Lo del dibujo no es lo vuestro, ¿eh? —comentó Clint.

—Ya sabes que no —le dio la razón su hija.

—Vale —aceptó Kate—. Me ofrecería a pagaros un hotel porque, bueno, según parece, todo esto es culpa mía.

—Puede que lo sea —comentó Tine.

—Lo es —asintió Betty—, pero no te preocupes, bonita. Todos cometemos errores.

—Ya, bueno. —Kate se encogió de hombros, algo azorada—. Como decía, lo haría, pero mi madre me ha cancelado las tarjetas por la movida de la campana.

Betty había escuchado aquella historia ya dos veces y le seguía pareciendo increíblemente divertida. Había que tener mala suerte, o estar demasiado confiado, o ambas, para que pasara algo así.

—Tranquila, no hace falta —se limitó a decir Clint—. No estaremos mucho tiempo.

—Vale —asintió Kate—. Gracias. Por... —Hizo un gesto cualquiera, para luego dirigirse al pasillo—. Bueno, hasta mañana, supongo.

—Hasta mañana —se despidió Tine.

—Buenas noches —dijo Betty, sonriéndole un poco—. Aunque yo también iré a dormir. Estoy agotada.

Se puso en pie y se restregó los ojos.

—¿Vas a ir a ver a los chicos, papá? —preguntó.

—Te despertaré si voy, descansa un poco —la tranquilizó su padre.

—¿Sí?

—Sí, no te preocupes. —Clint sonrió—. Anda, ve a dormir.

Betty se despidió con un abrazo y murmuró un hasta mañana en dirección a Tine. Estaba bastante cansada, pero no había querido ir a dormir la primera. Ya que Kate había dado el primer paso, ella podía seguirla.

Dormir solía servirle de poco, ya que no descansaba demasiado. La pesadilla de siempre la acechaba la mayoría de las noches.

Sin embargo, había días buenos en los que se despertaba sin haber tenido ningún sueño y totalmente descansada.

Esperaba que aquel fuera uno de esos días.

BETTY ESTABA CANSADA, AUNQUE NO ERA RARO. Por enésima noche consecutiva, dormir había resultado como correr una maratón.

A pesar de ello, se esforzaba en sonreír a sus hermanos, que sacaban las maletas del hotel, listos para regresar a su casa, solo que no como habían previsto: se suponía que Betty y Clint irían con ellos, pero no había podido ser.

Sabían que aquello preocupaba a los tres, en especial a Lila, pero trataban de quitarle importancia al asunto. De modo que los niños Barton, exceptuando a Betty, estaban a punto de marcharse de Nueva York.

Su padre había accedido a que saliera del apartamento de la tía de Kate si estaba junto a él, mientras Tine se quedaba con la otra chica.

—Vale —decía Clint, al tiempo que salía del hotel junto a Lila—, Cooper, deja el móvil. Toma, cielo —añadió, pasándole una bolsa a Lila—. Bueno, chicos... Hola, gracias. —Clint le pasó la maleta al conductor del coche que les llevaría—. Os llevará al aeropuerto. Cuando lleguéis, hacedle caso a Cooper. Nada de donuts, colega.

—¿Qué? —protestó Lila—. ¿Lo dejas al mando? Si es idiota.

—Seré idiota, pero soy mayor que tú —se burló Cooper.

—Al menos, podrías poner al mando a Betty —suspiró Lila.

—Ella se queda conmigo, ya lo sabes —respondió su padre—. Bien, mamá os estará esperando allí, ¿de acuerdo?

—¿Esto es por el ninja? —quiso saber Cooper.

—No, no es por el ninja —dijo Clint, algo cortante—. Y, ahora, recordad estas palabras: no perdáis a Nate. ¿Me oís?

—¿Dónde está Nate? —preguntó Cooper—. ¿Y Betty?

Clint miró a su alrededor, percatándose de su ausencia.

—¿Dónde están? —Clint echó a andar a las escaleras—. Chicos, subid al coche, por favor. ¡Nate! ¡Vamos, peque!

Betty y Nathaniel salieron al mismo tiempo de tras la columna, gritando buuuu. Su padre (obviamente) se lo veía venir, pero fingió asustarse para divertir al pequeño. Los hermanos rieron y chocaron los cinco.

—Pero, hijo, ¿qué has comido? —protestó Clint, mientras subía al pequeño a su espalda para llevarlo al coche—. ¿Listo? Vale, adentro.

Betty fue junto a su hermana menor y le pasó el brazo por encima de los hombros, mientras Nate signaba la frase que Betty le había enseñado minutos antes, cuando el pequeño se lo pidió.

—Yo... te... quiero... papá —fue diciendo, acompañando los movimientos de sus manos.

—Y yo a ti más —respondió Clint, al tiempo que lo signaba también.

Betty sonrió, irónica. ¿No se había quejado su padre horas antes de que las personas usaban esa frase con demasiada frecuencia?

—Adentro, peque —dijo Clint, asegurándose de que Nate se sentara y se pusiera el cinturón—. Vamos, Lila, sube. ¿A qué viene esa cara?

—Tienes un corte en la frente, papá, y tú dos en la cara, Betty —repuso la menor. La sonrisa de su hermana desapareció—. Decidme la verdad. ¿Tenemos que preocuparnos?

—No, no, tranquila, está controlado —se apresuró a decir Clint. Betty asintió, dándole la razón—. Es un asuntillo de nada.

—No es algo que no hayamos hecho unas mil veces antes —asintió Betty—. No es para tanto.

—Venga. —Clint llevó a Lila hasta el coche.

—Creía que ibais a estar en casa estas Navidades —dijo la chica.

Betty hizo una mueca.

—Eh, mírame. Estaré en Navidad. Los dos lo estaremos —aseguró Clint.

—Prometédmelo, ¿vale? —pidió Lila.

—Sí, vale. —Clint abrazó a su hija menor. Betty le revolvió un poco el pelo a su hermana, tratando de sonreír—. Oye, ya se que le he dicho a Cooper que está al mando, pero no iba en serio. Tú estás al mando y siempre lo estarás, ¿vale?

—Al menos, siempre que yo no esté —puntualizó Betty, abrazando a su hermana—. Estaré allí para Navidad, Lila, lo prometo.

—Cuida de los chicos —añadió Clint—. Felices fiestas, nos vemos pronto.

—Cumplid vuestra palabra, ¿vale? —pidió Lila.

—Lo haremos, prometido —la tranquilizó su padre.

—Allí estaremos —prometió Betty.

—Tened cuidado, ¿vale? —dijo Clint, antes de cerrar la puerta del coche—. Llamad cuando lleguéis.

—Vale, adiós, papá. Adiós, Betty —se despidió Lila.

—Os quiero —dijo Clint.

—¡Adiós, papá! —gritó Nate—. ¡Adiós, Betty!

—Adiós, papá. Tranquilo, yo controlo —prometió Cooper—. Nos vemos, Betty.

—Nos vemos pronto —aseguró Betty, al tiempo que se echaba hacia atrás para que el coche se marchara—. ¡No te aburras mucho sin mí, Nate!

—¡Os quiero! —dijo el niño, sacudiendo la mano.

Betty suspiró. Su padre le pasó el brazo por encima de los hombros.

—Tenemos una promesa que cumplir, ¿no? —comentó, viendo cómo el coche se alejaba.

Betty asintió.

—Y la cumpliremos.



















solo pasaba a darles las gracias por todo el apoyo que está recibiendo el fic <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro