Chapter IV.

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IV;
otro fracaso del vizconde

Ha llegado a oídos de esta autora que el vizconde Bridgerton visitó a la señorita Edwina Sharma en casa de lady Danbury mientras la duquesa viuda de Forbes se encontraba allí.

Podría decirse que Anthony estaba irritado. Desde luego, sonaba mejor que decir que estaba rabioso como un perro.

No solo había tenido que soportar el mal humor de la señorita Sharma, decidida a frustrar todo intento del vizconde a acercarse a su hermana menor, sino que también había tenido que aguantar a Elspeth exigiéndole que le diera explicaciones cuando él no tenía nada que decirle.

¿Podría haber elegido un peor momento para regresar a Londres que la temporada en la que Anthony finalmente se decidía a encontrar esposa? Lo dudaba, desde luego. Su simple presencia le volvía todo más complicado.

Desde el primer momento en que había leído en Whistledown —o, mejor dicho, en que Hyacinth le había dicho que lo había leído— sobre su vuelta a la capital, se había temido lo que aquello traería. Pero había resultado ser peor, lo había sabido tan pronto como le había puesto los ojos encima durante el baile de lady Danbury. Con aquel vestido azul y la misma sonrisa que él recordaba. Hubiera deseado poder ser amable. Probablemente, aquello le hubiera permitido demostrar cierta madurez. Pero le había sido imposible conseguirlo.

Al menos, la práctica de esgrima que sus hermanos le habían propuesto le había servido como excusa para descargar toda su irritación, que no era poca. Con la cabeza constantemente en el obstáculo que suponía la señorita Sharma en sus planes y en la mirada interrogante de Elspeth, sus estocadas resultaban incluso más certeras de lo usual.

—¿No crees, hermano —comentó Colin, en una de las veces que Anthony abatía a Benedict—, que deberías dejar a un lado tu habitual mal carácter para tratar de hablar con Elsie?

—¿Y por qué iba a hacer eso? —cuestionó Anthony, volviéndose hacia su hermano menor con las cejas arqueadas. ¿Desde cuando Colin le daba consejos a él?

—Madre está intrigada, desde luego, y algo irritada también por lo que ella llamó... ¿Cómo dijo, Benedict? —preguntó, volviéndose hacia el segundo hijo Bridgerton con una mueca socarrona—. ¿Una muestra de altivez típica en nuestro hermano?

—Estoy completamente seguro de que madre no ha hablado con vosotros sobre esto, ni mucho menos dicho algo así —respondió Anthony con hastío.

—Tal vez no —aceptó Benedict—, pero ¿sabes que Francesca nos ha estado haciendo preguntas sobre el tema? Y, claro está, Eloise no ha tardado en entrometerse. Y ni mencionar tiene que Hyacinth...

—En vez de curiosear tanto, podrían dedicarse a otros asuntos —bufó Anthony, negando.

—Pero hasta a nosotros nos tienes intrigados, Anthony —protestó Colin—. ¿Qué es lo que te sucede con Elspeth?

Anthony contuvo un gruñido de pura irritación. En lugar de responder, apuntó con la espada a su hermano menor, que se levantó resignado para hacerle frente. No diría nada. Ambos le conocían lo suficientemente bien como para saber que era el momento de dejar de insistir. Al menos con ese tema, porque no tardaron de importunarle con el de las hermanas Sharma.

Y aunque desde luego se marchó algo más animado tras dejar escapar algo de su mal humor contra sus hermanos, también se fue decidido a continuar con su objetivo. Es decir, conquistar a la señorita Edwina.

Llevaba ya unas horas urdiendo un plan, con intenciones de enmendar el error en su estrategia durante las carreras. Así que aquella tarde se presentó en la entrada de la casa de lady Danbury con un maravilloso obsequio con el que pretendía impresionar no solo a la señorita Edwina, sino también a su hermana mayor. No podría ponerle pegas a un maravilloso corcel, después de todo.

Pero había subestimado a la señorita Sharma, porque tan pronto como lo vio aparecer en el jardín delantero, se acercó con intenciones de discutir. ¿Alguna vez tenía intención de otra cosa?

Anthony no se echó atrás, sin embargo. Jamás perdería el orgullo de aquella manera, especialmente sabiendo que la señorita Edwina probablemente aparecería muy pronto.

Cuál fue su sorpresa al verla atravesar la puerta principal con su habitual sonrisa dulce... y seguida por una intrigada Elspeth.

¿Qué estaba haciendo ella allí?

—Lord Bridgerton —le saludó la más joven de las Sharma, dirigiéndole una reverencia. Toda gracia y elegancia.

—Milord —añadió Elspeth, en tono cortés. No se inclinó ni un centímetro, sino que se colocó al otro lado de la incomparable de la temporada.

De un momento a otro, Anthony se encontró con una Edwina escoltada por dos guardias que no parecían en absoluto felices por su presencia. Se vio obligado a forzar una sonrisa y realizar una reverencia para las recién llegadas.

—Señorita Edwina. Excelencia. —Tan solo miró a Elspeth un instante, antes de dirigir toda su atención a Edwina—. Le he traído un obsequio para recordar lo bien que lo pasamos en las carreras.

Se volvió hacia el caballo, que un lacayo mantenía sujeto por las riendas.

—Oh. —El tono de la joven reflejaba cierta ¿desilusión?—. ¿El caballo es para mí?

Anthony tuvo que esforzarse por conservar la sonrisa. La de Kate Sharma, sin embargo, parecía bastante genuina. También victoriosa.

—Adora a los animales —respondió. Ella misma se lo había dicho.

—Sí, pero de los que se acurrucan en mi regazo —explicó Edwina, con cierta incomodidad.

Anthony dejó escapar una risa tensa.

—Mis disculpas. —No podía dejar de advertir la burla del rostro de la hermana mayor. Tampoco las cejas ligeramente arqueadas de Elspeth—. Usted dijo que Néctar le recordaba a un querido caballo de su...

—Ese caballo es el personaje de una novela —intervino la señorita Sharma, en un tono que a Anthony se le antojó insufrible—. Una de amor, de hecho, algo de lo que mi hermana es una entusiasta.

Y Anthony supo que había perdido. De nuevo.

—Me encanta, milord —se apresuró a decir Edwina, siempre educada—. El caballo es un gesto muy generoso.

Le dirigió una sonrisa que parecía auténtica. Anthony se relajó un poco. Tal vez, no había fallado de manera tan estrepitosa.

—Vamos, Edwina, debemos entrar —dijo la mayor de las Sharma, en tono autoritario.

Ésta se despidió con una inclinación, gesto que Anthony imitó. La señorita Edwina se volvió hacia su hermana, que la tomó del brazo para dirigirse de regreso al interior.

—¿Viene, Excelencia? —cuestionó, volviéndose hacia Elspeth.

Anthony le bastó mirarla un momento para saber que no se movería de allí. Así era Elspeth. Insistente hasta el final.

—Ahora voy, señorita Sharma —respondió la duquesa viuda, sin quitarle los ojos de encima a Anthony—. Necesito hablar un momento con el vizconde.

—Muy bien.

Elspeth aguardó a que las Sharma entraron de nuevo en la casa. No abandonó la expresión serena, pero sus ojos se mantenían fríos.

—Ayer estuve en tu casa, ¿lo sabías? —comentó. Anthony arqueó las cejas. De hecho, no se había enterado de aquello—. Parece ser que no. Tomé el té con tu madre y tus hermanos, a excepción de Daphne, claro está.

—Suena encantador —replicó Anthony, aunque opinaba más bien lo contrario.

—A donde quiero ir con esto —suspiró Elspeth—, es que adoro a tu familia y me alegro infinitamente de haber sido tan bien acogida por ellos a mi regreso. Lo valoro muchísimo, más de lo que puedas pensar. Ya sabrás cuánto aprecio tengo por tu madre y hermanos.

Y lo sabía. De haber sido en otras condiciones, con otra persona, Anthony le habría dicho que ellos también se sentían así con respecto a ella. Todos los Bridgerton, sin excepción, guardaban un inmenso cariño por Elspeth, el tipo de afecto que se forma hacia alguien a quien has conocido por muchísimos años.

—Y tú no eres una excepción, por más tozudo e irritante que seas —continuó Elspeth—. Me choca que, de toda tu familia, tú seas el único que parezca guardarme rencor por algo que no sé lo que puede ser.

Anthony entrecerró los ojos. ¿Realmente no era consciente de lo que había hecho? ¿Tan poca importancia le daba?

—Aunque creo que el trato que he recibido por tu parte ha sido, cuanto menos, descortés —añadió, poniendo énfasis en la última palabra para hacerle entender que se estaba absteniendo de usar una mucho peor—, no niego que haya podido ser culpable de ofenderte en algún momento y que eso causara lo demás. De modo que quería pedirte disculpas.

El vizconde se la quedó mirando desconcertado. Lo que menos hubiera esperado era una disculpa. Lo que menos deseaba era una disculpa. Era más fácil estar enfadado con Elspeth. Culparla a ella de toda aquella situación. Pero ahí estaba, disculpándose. Incluso cuando no parecía saber por qué, estaba dejando el orgullo a un lado y pidiéndole perdón.

A Anthony le asaltó la duda de si su madre tendría algo que ver con todo aquello. ¿Le habría sugerido a Elspeth que hiciera aquello, sabiendo que aquello le obligaría a perdonarla? Anthony era un hombre de honor. No podía rechazar una disculpa sin más. Violet Bridgerton lo sabía bien.

Elspeth le contemplaba, aguardando, sin apartar los ojos de él. Anthony recordaba bien aquel azul pálido, como el cielo de mañana, pero había sido sorprendente volver a verlo después de tantos años. Parecía más frío ahora.

—Anthony.

Parecía estar impacientándose. El vizconde la miró unos instantes. Sabía que debía responder algo, pero no sabía qué exactamente. Era plenamente consciente de que era la primera vez que la escuchaba pronunciar su nombre en años. Aquello le produjo sentimientos dispares.

Carraspeó.

—De acuerdo.

—¿De acuerdo qué? —inquirió ella, frunciendo el ceño.

—Disculpas aceptadas.

Hizo ademán de dar media vuelta e irse, pero ella no parecía dispuesta a dejarle marchar sin más.

—¿Eso es todo? —Sonaba sorprendida. Ofendida. Dolida—. Anthony, no...

—Tampoco es que tenga mucho más que decir —replicó él con brusquedad—. ¿O esperas que me disculpe también?

—De hecho, sí.

No era habitual ver a Elspeth enfadada. Anthony recordaba haber sido testigo muy pocas veces de ello. Pero ahora, sin duda, lo estaba.

Se obligó a mantener la calma. Dejó escapar un suspiro. No estaba manejando la situación correctamente. Ella se había disculpado y, por mucho que aquello irritara, especialmente sabiendo que ella seguía sin caer en su error, tenía que aceptar sus palabras.

Dejaría todo a un lado. Tampoco podría seguir manteniendo su enfado eternamente, no cuando sabía que Elspeth seguiría apareciendo en su vida. Además, solucionarlo en ese momento le ahorraba tener que soportar una charla de su madre tan pronto como pisara la casa Bridgerton.

Y aunque lo negaría si le preguntasen, una parte de él estaba cansado de continuar guardando rencor hacia Elspeth. Eran adultos. Ambos habían cambiado con los años. Ella le había herido, sí, pero había pasado mucho tiempo. Ambos eran personas diferentes. Mayores, más serias.

Por encima de todo, Anthony detestaba estar enfadado con Elspeth, incluso cuando ésta lo mereciera. De modo que terminó cediendo.

—Tienes razón. Te debo una disculpa —¿Qué otra cosa decir? Pudo ver la sorpresa en su rostro y eso le produjo cierta satisfacción—. Soy consciente de que he actuado de manera descortés, tanto ahora como en las veces anteriores que nos hemos visto. Te pido perdón.

Le vio examinando su rostro, buscando una pista que le dijera a qué se debía aquel cambio. Ni el propio Anthony lo sabía. Simplemente, había llegado a la conclusión de que aquello le facilitaría la situación. Elspeth sería una preocupación menos. No tendría que estar inquieto ante la perspectiva de encontrarla en algún baile o verla invitada en su casa. Podría olvidar el asunto. Era lo más fácil.

—De acuerdo —terminó diciendo Elspeth tras unos instantes en silencio. Aún se le veía intrigada, pero sacudió la cabeza y se encogió de hombros—. Disculpas aceptadas.

Aún trataba de parecer enfadada. Se irguió y alisó su vestido. Antes de darse cuenta, a Anthony se le había escapado una sonrisa. Elspeth le miró, arqueando las cejas.

—¿Qué es tan gracioso?

—Nada en absoluto —se apresuró a decir él.

Elspeth frunció el ceño. Aún parecía algo desconfiada. Sin embargo, tras unos segundos suavizó el gesto.

—Realmente planeas casarte con la señorita Edwina, ¿no es así? —cuestionó.

Anthony se dijo que no había motivos para negarlo cuando sus acciones lo habían dejado tan claro.

—Sería la esposa perfecta para mí —asintió.

Elspeth le miró fijamente. Había curiosidad en su mirada, aunque aquello formaba parte de Elspeth. Siempre quería conocerlo todo.

—¿A qué viene este súbito interés en el matrimonio? —cuestionó—. Por lo que me habían dicho, llevas años evitándolo.

—No puedo permanecer eternamente soltero —replicó Anthony—. Soy vizconde. Necesito herederos. Simplemente he llegado a la decisión de casarme esta temporada. Es tan buena como cualquier otra. Y la señorita Edwina ha demostrado ser excepcional. Posee todas las cualidades que busco en una esposa. Es por ello que deseo casarme con ella.

Elspeth asintió pensativamente.

—No obstante, resulta evidente que no vas por el buen camino —opinó ella. Incluso cuando esas palabras le molestaron, Anthony no podía negarlas—. La señorita Sharma te detesta. Y sospecho que tiene motivos para ello, ¿no es así?

Le miraba fijamente. Quería que le dijera lo sucedido.

—Escuchó una conversación que no iba dirigida a sus oídos —admitió Anthony a regañadientes—. No deseo un matrimonio por amor. Me considera despreciable por ello.

—Estoy bastante segura de que la cosa va mucho más allá que eso —comentó Elspeth, aunque no preguntó más—. He escuchado algo que involucra al señor Dorset, ¿me equivoco?

Anthony no respondió. Elspeth esbozó una sonrisa un tanto burlona.

—Vas a tener que ganártela a ella, porque sospecho que a la señorita Edwina no le importaría si le propusieras matrimonio. Pero no aceptará sin la bendición de su hermana.

—¿Acaso estás ofreciéndome tu ayuda?

—Ya te la ofrecí en las carreras —le recordó ella—. Pero, sí, mi ofrecimiento sigue en pie. Puede que así enmiende mis acciones pasadas, ¿no crees?

Anthony desvió los ojos. Ella quería que le dijera por qué se había enfadado de aquel modo, pero no estaba dispuesto a rebajarse a aquello. Si Elspeth no era consciente de lo que había sucedido... Era más fácil pretender que nada había pasado, ahora que habían hecho las paces.

—Y aunque no me haga gracia admitirlo, es probable que seas mejor marido que muchos de los solteros disponibles —continuó. Había un rastro de dolor en su voz—. Sé que la tratarás correctamente. No puedo decir lo mismo de muchos otros.

—¿Y tu duque? —se vio obligado a preguntar.

Supo que se había equivocado con las palabras al ver cómo todos sus músculos se tensaban al mismo tiempo.

—Si te refieres al duque de Forbes, que he de añadir que no es mi duque —empezó con dureza—, no ha demostrado interés en la señorita Edwina y, he de añadir, tampoco en el matrimonio, al menos hasta donde sé. No soy una madre desesperada por casar a su hijo, así que no planeo interferir en sus acciones ni obligarle a hablar con señoritas, piense o no que pueda ser un buen marido. Es libre de hacer como plazca, cortejar a quien desee y casarse con quien él quiera.

—De acuerdo —farfulló Anthony. No lo había dicho con intención de ofenderla. En ningún momento. Pero se veía que había conseguido lo opuesto.

Elspeth se mantuvo en silencio unos segundos, luego negó con la cabeza.

—Demuéstrale a la señorita Sharma lo buen marido que puedes ser —terminó diciendo—, incluso cuando puedas resultar también un tanto... irritante. —Dejó escapar un suspiro—. Si yo puedo ver ambas cosas, supongo que ella también podrá. Incluso aunque sea difícil.

—¿Y acaso no se lo he demostrado ya? —cuestionó Anthony.

Elspeth ni siquiera se molestó en responder. La mirada que le dirigió lo dejó todo bastante claro. El vizconde contuvo un suspiro.

—De acuerdo. Pues dime tú qué debo hacer.

—¿Yo? —se sorprendió ella.

—Sí —respondió Anthony con impaciencia—. ¿Qué hago para ganarme el aprecio de la señorita Sharma?

Elspeth lo pensó unos instantes. Sus ojos fueron al obsequio que Anthony había traído, aún sujeto por el lacayo.

—La señorita Edwina es una romántica, ¿no es así? —El vizconde asintió—. Pues ten algún gesto de novela de amor. No sé, recítale un poema. Esta noche celebrarán una velada y, aunque sospecho que no estarás invitado —comentó, dirigiéndole una mirada elocuente—, lady Danbury me ha dicho que puedo convidar a quien considere. Solo no causes problemas.

—Jamás pensaría en hacerlo —protestó Anthony.

Elspeth se abstuvo de responder a aquello. Tras unos segundos, el vizconde asintió.

—Te doy mi palabra. Gracias por la invitación.

Ella asintió, pensativa. Ambos se quedaron de frente en silencio, contemplándose sin saber cómo continuar la conversación. Anthony inclinó ligeramente la cabeza. Elspeth le miraba con desconfianza. Daba la impresión que no sabía aún qué pensar de todo aquello. Anthony no podía evitar sentirse igual.

Acababan de reconciliarse. Ella le había ofrecido su ayuda. Él se lo había agradecido. Aún así, era evidente la incomodidad en el aire. El vizconde estaba bastante seguro de que no desaparecería con rapidez, por lo que carraspeó y esbozó una sonrisa.

—Seguiré tu consejo —aseguró—. ¿Alguna recomendación de autores?

—No me interesa demasiado la poesía —admitió Elspeth, casi en tono de disculpa—. A todo el mundo le gusta Byron, o eso dicen. Ahí no puedo ayudarte. Pero estoy convencida de que encontrar un buen poema será lo más sencillo de todo esto, ¿no crees?

Anthony no estaba tan seguro. No solo tenía que encontrar un poema perfecto para la señorita Edwina, también uno que recibiera la aprobación de su hermana mayor. Se le antojaba más sencillo llegar a convertirse en rey de Inglaterra.

—Supongo que tienes razón —asintió, no queriendo admitir sus dudas—. Me pondré a ello.

—Buena suerte —le deseó Elspeth, retrocediendo un paso—. Confío en que tu demostración convenza a ambas hermanas.

Anthony esperaba lo mismo. Se dispuso a marcharse por donde había llegado, pero apenas dio dos pasos antes de dar nuevamente la vuelta hacia Elspeth y preguntarle:

—¿Y tú? Asistirás a la velada, ¿no es así? —Ella vaciló. Anthony esbozó una sonrisa burlona—. Podrás comprobar mis dotes para la poesía.

En el mismo momento en que ella sonrió, Anthony estuvo seguro de que había cometido un error al decir aquello. No debería haber abierto la boca. Aquella sonrisa era la misma que recordaba de tanto tiempo atrás, nada que ver con las forzadas que le había dedicado anteriormente. Anthony antes lograba arrancarle muchas como aquella.

—Aún no lo sé con seguridad —respondió ella—. Hoy cumple años mi sobrino y mi hermano ha organizado una cena familiar. Ignoro a qué hora acabará. Si me veo con tiempo, vendré. —Mientras su sonrisa se volvía un tanto maliciosa, añadió—: No me perdería tu exhibición por nada del mundo.

—No pareces tener demasiada fe en mí —opinó Anthony.

—No debería tenerla, pero sabiendo que eres incansable cuando se trata de obtener lo que quieres, estoy convencida de que acabarás dando un espectáculo decente —replicó ella—. Trataré de no perdérmelo.

Anthony le dirigió un asentimiento de cabeza a modo de despedida.

—Confío en verte allí.

—Buena suerte, Anthony.

Esta vez, el vizconde no se volvió una vez emprendió la marcha. Las dudas ya comenzaban a asaltarle. Había hecho lo correcto al aceptar las disculpas de Elspeth y ofrecerle las suyas. Su ayuda y sus consejos le beneficiarían, o eso esperaba. Elspeth parecía haberse vuelto cercana a las Sharma. Sabía de lo que hablaba.

Además, su madre y hermanos se alegrarían de ver que se trataban con la naturalidad de antes. Facilitaría mucho las cosas para Anthony recuperar la amistad con Elspeth.

No obstante, no podía dejar de tener la sensación de que se arrepentiría de aquello. De ese último intercambio. De esa sonrisa. En especial, de esa sonrisa.

No, no lo haría. Anthony se dijo que no pasaría nada malo. Ambos eran adultos, habían cambiado mucho las cosas en el tiempo que habían pasado alejados. Elspeth le ayudaría a convertir a Edwina en su esposa y mantendrían la amistad que sus familias compartían. No había cabida para errores allí.

Todo iría como Anthony tenía planeado. Por el momento, necesitaba encontrar un buen poema y confiar en que Elspeth no se hubiera equivocado. Lo demás vendría después.

celebrando que españita va a la final de la eurocopa 🥳

ale.

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