Chapter V.

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V;
de nuevo en aubrey hall

Como no podría ser de otro modo, el duque y la duquesa viuda de Forbes han sido invitados a la casa de campo de la familia Bridgerton. Es bien sabido que más de un compromiso sale siempre de Aubrey Hall. ¿Saldrán los nombres del nuevo duque o su madrastra de entre los nuevos futuros matrimonios?

Elspeth había visitado Aubrey Hall en varias ocasiones durante sus años de soltera, aunque habían sido en su mayoría antes de la muerte del anterior vizconde, cuando ella aún ni siquiera había sido presentada en sociedad.

Su hermano era buen amigo de Anthony Bridgerton desde sus días en Eton y lady Bridgerton y lady Pontmercy, que aparentemente solo resultaba ser agotadora con su propia hija, gozaban también de una buena amistad. Eso, unido a que los fallecidos conde y vizconde habían compartido numerosas anécdotas durante sus días universitarios, llevaron a que la familia Wrayburn visitara en numerosas ocasiones a los Bridgerton en su propiedad del campo.

Elspeth siempre había adorado Aubrey Hall, enorme y hermosa. Su familia contaba con una casa en la campiña de Gales, pero apenas la visitaban y generalmente solo iba su padre a supervisar su gestión cada unos cuantos meses. A Elspeth le gustaba Londres, pero la tranquilidad que se respiraba en el campo le daba una paz difícil de encontrar en la capital. Por ello, siempre había aguardado con impaciencia las visitas a Aubrey Hall.

Regresar, diez años después, resultaba extraño y emocionante a partes iguales. No podía dejar de contemplar por la ventana con una sonrisa, mientras William, frente a ella, le miraba divertido.

—Pareces más entusiasmada que cualquiera de las jovencitas presentadas en sociedad, Elsie —comentó.

—Agradece que no vas a tener que lidiar con ellas en unos cuantos días —le replicó ella, volviéndose hacia el duque.

La vizcondesa viuda había invitado a un pequeño grupo de amigos a disfrutar unos días a solas en Aubrey Hall, antes de que llegaran el resto de asistentes. Esta lista estaba formada por el duque y la duquesa viuda de Forbes, el conde de Pontmercy y su familia al completo, las Sharma y lady Danbury.

—¿Cómo va tu búsqueda del amor, por cierto? —cuestionó curiosa Elspeth.

—Se ha convertido más en una búsqueda de una conversación inteligente en medio de un baile que otra cosa —suspiró el duque, negando—. La mayoría de las señoritas no parecen querer hablar de verdad con el duque de Forbes, sino simplemente decir frases corteses.

—Bueno, es lo que nos enseñan a hacer —opinó Elspeth—. Si te dijera cuántas veces a lo largo de mi vida he sido recordada que nunca diga mi opinión sobre nada a un posible pretendiente... —Le dirigió una mirada sombría, al tiempo que negaba—. Las opciones son callar o acabar siendo una solterona. ¿Cuál elegirías tú?

William asintió lentamente.

—No digo que no puedan resultar excelentes esposas... Pero desearía encontrar algo más que una buena duquesa.

—Todo un romántico —bromeó Elspeth—. Eso ocurre cuando lees tanta poesía.

—Apuesto a que mi padre se está retorciendo en su tumba —se burló William.

Elspeth asintió lentamente, sin poder evitar una mueca. Pese a que sabía acerca del escaso cariño que el nuevo duque guardaba hacia su fallecido padre, aún le resultaba extraño que le mencionaran en voz alta, en especial cuando era para criticar alguno de sus muchos cuestionables comportamientos. El fallecido duque de Forbes no había sido buen marido ni buen padre. No era un secreto para ninguno de los dos. Pero aún le hacía sentir algo de miedo expresarlo en palabras, como si fuera a aparecer de un momento a otro y a escucharles.

—Bueno. —William carraspeó, notando cómo la sonrisa de Elspeth había decaído—. ¿Es cierto que por fin tendré el honor de conocer a la célebre duquesa de Hastings?

—Eso me dijo lady Bridgerton —asintió ella, alegrando de nuevo el semblante—. Estoy deseando volver a verla después de tanto tiempo.

Resultaba un alivio poder viajar tan solo ambos, como antaño. Habían decidido que, tratándose de una celebración privada, no habría problema en que ambos llegaran solos a Aubrey Hall, permitiendo a la condesa viuda ir con sus nietos en el carruaje de los condes de Pontmercy.

Las normas del decoro comenzaban a asfixiar a Elspeth, quien apenas soportaba compartir techo con su madre y sus constantes recordatorios de que, tal vez, era hora de contraer matrimonio. Y siempre se aseguraba de mencionar a William en respecto a aquel tema cada vez que él no estaba presente.

Por ello, disfrutó enormemente del viaje en soledad, conversando tranquilamente con el duque y compartiendo alguna que otra historia en relación a Aubrey Hall.

Cuando finalmente llegaron a la casa, Elspeth bajó del carruaje con una energía sorprendente para alguien que llevaba tanto tiempo sentada. Agradeció con una sonrisa al lacayo que le había ofrecido la mano para ayudarla a bajar y su mirada rápidamente recayó en una radiante Daphne Basset, rodeada de sus hermanos. La duquesa dejó escapar una exclamación de sorpresa.

—¡Elsie! —Daphne abrió mucho los ojos y Elspeth tuvo la seguridad de que nadie le había informado de su llegada—. ¿Qué haces tú aquí?

—Querida, ¿no te lo dije? —Lady Bridgerton dedicó una mirada cómplice a Elspeth, mientras ésta avanzaba a toda prisa y recibía con alegría el abrazo de Daphne—. Se me olvidaría, lo lamento.

—¡Cuánto tiempo! —exclamó la duquesa de Hastings—. ¡No puedo creerlo! ¡Qué alegría tenerte aquí otra vez!

—Hermana, algunos de nosotros también quisiéramos saludar a Elspeth. —Colin Bridgerton apareció junto a ellas, con expresión pícara—. No la acapares.

—No empecéis a discutir ya —rio la duquesa viuda, negando con la cabeza—. Daphne, déjame que te presente al duque de Forbes, mi... —Carraspeó—. Mi hijastro.

William se adelantó con una sonrisa y realizó una educada inclinación hacia Daphne, que correspondió con otra.

—Es un placer conocerla —saludó el duque—. Elspeth me ha hablado muchísimo de usted.

El ver que usaba su nombre en lugar de llamarla «madrastra» le hizo sentir aún más cariño hacia William. Parecía haberse dado cuenta rápidamente de que le resultaba algo incómodo mostrar su dinámica familiar delante de los Bridgerton.

—Confío en que haya sido todo bueno —bromeó Daphne, tomando a Elspeth de la mano—. Ven, Elsie, tengo alguien a quien presentarte.

Elspeth saludó atropelladamente al resto de la familia Bridgerton y a las Sharma, mientras Daphne la conducía directamente hacia lady Danbury. La duquesa viuda dejó soltar un gritito de sorpresa al ver que ésta llevaba en brazos a un bebé que no llegaría al año, vestido enteramente de blanco.

—¡Daphne! —Trató de no gritar para no asustar al niño, pero la emoción se lo hacía complicado—. ¡Oh, es precioso!

—Es Augie.

Lady Danbury le pasó al niño con cuidado y algo descontenta por separarse de él. Elspeth contuvo la respiración, mientras lo acercaba a su pecho y lo sostenía entre sus brazos. El niño no dejó escapar ni una sola protesta.

—Qué suerte que hayas podido venir, Elsie —suspiró Daphne—. Podremos retomar nuestra tradición, esta vez otra vez contigo y Damian.

—No estarás hablando del pall-mall —rio Elspeth, tras considerarlo unos segundos.

—Claro que sí. —Los ojos de Daphne dejaron ver la chispa competitiva que la caracterizaba a ella y a todos sus hermanos—. Aunque pienso ganar otra vez, confío en que tú quedes en segundo lugar. Nada fastidiará más a nuestros hermanos que eso.

—¿Crees que Anthony y Damian se aliarán contra nosotras de nuevo?

—¡Por supuesto que lo harán! Por ello, debemos unir fuerzas con Eloise y las Sharma, en caso de que jueguen.

Elspeth terminó asintiendo, entre risas.

—Me gusta cómo suena eso. —Volvió la mirada hacia el pequeño Augie, que la contemplaba con curiosidad—. ¿Y tú? ¿Jugarás también, chiquitín? ¿Serás tan competitivo como tu mamá?

—Esperemos que sea más como Simon; a él no le importa tanto perder. —Se le escapó una sonrisa, mientras Elspeth le devolvía a su hijo—. Si sale con mi carácter, puedo decir que la siguiente generación de jugadores de pall-mall resultará temible. —Entonces, dirigiendo una mirada a su alrededor, bajó la voz—. Dime, amiga mía, ¿cómo es esa señorita Edwina? ¿Realmente mi hermano se ha enamorado?

—No podría decírtelo con seguridad, pero sí sé que tiene un gran interés en ella —admitió Elspeth—. Tengo una conversación pendiente con él respecto a una velada celebrada el otro día. Le he ofrecido mi ayuda para conquistarla y él ha accedido.

—¿Mi hermano primero acepta tu ayuda y luego nos pide también al resto de nosotros? —Daphne arqueó las cejas con cierta sorpresa—. Debe estar verdaderamente desesperado.

—¿Sobre qué cuchicheáis, si puede saberse?

—¡No se puede tener una conversación privada en esta familia! —suspiró Daphne, volviéndose hacia su hermano mayor con una sonrisa.

Anthony frunció ligeramente el ceño, aunque parecía divertido. Su mirada fue a Elspeth.

—¿Ya está mi hermana tratando de meterte en su equipo de pall-mall? —cuestionó—. Creo que las alianzas no están permitidas en las reglas, Daph.

—¿Y desde cuándo nosotros cumplimos las reglas? —rio su hermana, negando con la cabeza—. No pretendas delante de Elspeth que jugamos limpiamente. Nos conoce demasiado bien como para creérselo.

—Sí, eso me temo —respondió el vizconde, suspirando—. Elspeth, ¿te importa acompañarme un momento? Tenemos algo de lo que hablar.

—Sí, por supuesto —accedió ella, aceptando el brazo que Anthony le ofrecía. Daphne les dirigió una mirada inquisitiva, pero se alejó sin decir más—. Supongo que sabrás que lo sucedido en la velada ya ha llegado a mis oídos.

—Puede que no siguiera exactamente tus consejos, pero no se puede negar que tuve un gesto de amor, ¿no? —bromeó el vizconde. Echó un vistazo a su familia, aún reunida frente a la entrada—. Se quedarán esperando a que llegue tu hermano. Vayamos a dar un paseo mientras tanto, estaremos más tranquilos.

Caminaron unos minutos en silencio, alejándose del bullicio de los Bridgerton y sus invitados. Anthony la condujo a la parte posterior de la casa, rodeando el edificio. Elspeth no podía evitar contemplar todo maravillada. Aubrey Hall apenas había cambiado desde su niñez y eso le traía de vuelta recuerdos maravillosos. Corretear entre los árboles con su hermano y los niños Bridgerton, nadar en el lago cercano, aprender esgrima y tiro de su hermano y Anthony (todo ello a escondidas de sus padres, claro)...

Había infinidad de recuerdos buenos en aquel lugar, aunque Elspeth sabía lo suficiente como para imaginar que Anthony los había dejado atrás al sumirse en la tristeza por la pérdida de su padre. Por ello, se abstuvo de mencionarlos en voz alta, aunque le costó cierto esfuerzo.

—¿Cómo crees que mi confesión me habrá dejado a los ojos de la señorita Sharma? —preguntó finalmente el vizconde, cuando ya se hallaron lo suficientemente lejos del grupo.

Elspeth lo consideró por unos instantes.

—Puede que admire que hayas admitido tu falta y elegido ser sincero, pero también es cierto que puede encontrar defectos en ti después de tu actuación si así quiere —respondió, pensativa—. Estoy convencida de que la señorita Edwina estará encantada porque finalmente desearas ser honesto, pero su hermana le recordará tus intenciones iniciales como señal de no tener que confiar en ti. Y, francamente, Anthony, ¿por qué necesitabas presentar un poema de Benedict como tuyo propio? —le recriminó.

El vizconde suspiró.

—Resultaba más sencillo que aprender uno de Byron que, por cierto, mi hermano dijo que era terrible —se excusó—. Y no esperarías que yo compusiera uno.

—Un hombre enamorado lo hubiera hecho. —Elspeth no pudo evitar pincharle un poco—. Aunque, claro, tú no lo eres.

—No —suspiró Anthony—. Así que aún necesito ganarme el favor de la señorita Sharma. Porque... —Carraspeó—. Mi intención es pedirle matrimonio a la señorita Edwina al concluir nuestra estancia aquí.

A Elspeth se le escapó una exclamación de sorpresa.

—¿De verdad? —preguntó, sin dar crédito—. ¿No crees que es muy pronto? Tienes que ganarte a la señorita Sharma antes.

—Es la casa de mi familia, es lo correcto —terció Anthony—. Además, será con toda mi familia aquí. No se me ocurre un momento mejor.

Elspeth asintió lentamente, aún impresionada por la noticia. No debería de haberla pillada tan desprevenida, porque tampoco era extraño: cuando un caballero decidía casarse con una señorita, apenas tardaba unas semanas en pedirle matrimonio. El cortejo no solía durar demasiado. Así que era natural que Anthony quisiera comprometerse antes de abandonar Aubrey Hall.

Elspeth llegó a la conclusión de que lo que más le había sorprendido era darse cuenta de que, muy pronto, Anthony Bridgerton estaría casado. Aunque tampoco debería extrañarle tanto. Después de todo, ella misma había estado casada ya, y tanto Damian como Daphne también. Hacía mucho que no eran los niños que correteaban por Aubrey Hall. Pero a Elspeth se le complicaba concebir la imagen de Anthony finalmente casado, convertido en marido y probablemente en padre al poco tiempo.

—En ese caso, hay mucho que hacer —terminó diciendo Elspeth, negando con la cabeza para tratar de dejar a un lado su sorpresa—. Tenemos poco menos de una semana para convencer a la señorita Sharma de que serás un buen marido para su hermana y habrá que aprovechar el tiempo que pasemos a solas, antes de la llegada del resto de invitados. Confío en que puedas ser de lo más encantador con ambas.

—Me temo que mis encantos no funcionan con la señorita Sharma, Elspeth —respondió Anthony contrariado.

—Tal vez, la partida de pall-mall sí que lo haga. —La duquesa viuda se volvió hacia él, esbozando una sonrisa pícara—. Sé un caballero y déjale ganar.

A Anthony se le escapó un bufido.

—Ni hablar.

—Ese no es el encanto que espero ver en ti, Anthony —se burló Elspeth—. Así, no lograrás que te acepte nunca.

El vizconde la miró, irritado.

—Ganar al pall-mall tiene poco que ver con mi encanto —protestó.

—Me pregunto si este año conseguiré jugar con el mazo de la muerte —bromeó Elspeth—. Igual te lo quite, otra vez.

—No te atreverías —acusó Anthony—. Ya tuve que soportar eso. No volveré a repetirlo.

—Además, creo recordar que ese año gané —continuó ella.

—Sí, porque alguien envió mi pelota directa a donde mis hermanas jugaban y estos no tuvieron mejor idea que esconderla por el resto del juego.

Ambos se contemplaron en silencio unos instantes. Una sonrisa apareció en los labios de Elspeth sin que pudiera evitarlo.

—¿De qué te ríes? —cuestionó el vizconde, aunque al decirlo se le escapó a él una sonrisa.

Antes de darse cuenta, los dos estaban riendo a carcajadas, recordando aquella catastrófica partida de pall-mall. Había sido el año anterior al fallecimiento del vizconde, cuando Anthony y Damian aún ni siquiera iban a la universidad, la primera vez que dejaron a Colin unirse a ellos. Fue él, precisamente, el que envió la pelota de su hermano mayor hasta donde Daphne, Eloise y Francesca estaban. Las tres la escondieron en un tronco cercano y se negaron a decirle nada a Anthony, por lo que no pudo acabar la partida. Para alguien tan competitivo como él, fue humillante. Elspeth recordaba haberse vuelto loca intentando hacerle reír durante el resto de la tarde.

—Me alegra mucho estar de vuelta aquí —confesó la duquesa viuda, una vez dejaron de reírse. Sus ojos recorrieron todo lo que les rodeaba, desde la casa hasta el lago, todo pulcramente cuidado. Las flores crecían en los parterres, un arcoíris de miles de pétalos, y los árboles se veían robustos incluso desde la distancia—. Me hace sentir como si no hubiera transcurrido el tiempo.

—A mí también, muchas veces —admitió Anthony, observándola de reojo. Elspeth tenía la mirada perdida y una pequeña sonrisa en los labios—. Por eso no me gusta venir tanto, me temo. No es agradable cuando recuerdas que los años sí que han pasado. Ni cuánto ha cambiado todo.

A Elspeth se le escapó un suspiro. Bajó la vista y asintió lentamente.

—No sabes cuánto desearía no haber estado lejos durante tanto tiempo. Sé que todos esos años no regresarán y me duele haber tenido que pasarlos tan sola. Ahora, me siento extraña la mayor parte del tiempo que he pasado aquí. Es como si intentara recuperar mi antigua vida, incluso sabiendo que eso es imposible.

Anthony la contempló fijamente, mientras ella negaba con la cabeza. Levantó la mirada y le dirigió una triste sonrisa.

—¿Por qué nunca volviste? —se encontró preguntando Anthony—. Podrías haber venido a pasar la temporada a Londres, como tantos otros.  Pero simplemente desapareciste.

—Muchas de esas veces... —Dudó. Desvió nuevamente los ojos, como si no deseara mirarle cuando dijo—: Al duque no le gustaba la capital. Prefería quedarse en el campo, así que yo debía permanecer a su lado.

Anthony tuvo la sensación de que ahí faltaba algo, pero no quiso presionarla. Carraspeó y asintió una única vez.

—Elsie —dijo con suavidad—, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro —respondió ella al momento, regresando la mirada a Anthony—. ¿Qué es?

El vizconde dudó. Había algo que le reconcomía desde hacía años y que solo se había acentuado desde el momento en que había descubierto que Elspeth había regresado a Londres. Había pretendido ignorarlo una vez hicieron las paces, pero seguía ahí. Y deseaba saber.

—¿Por qué nunca me escribiste?

Pudo ver la incomprensión en su rostro. Los ojos azules de Elspeth reflejaban su desconcierto. La duquesa viuda frunció levemente el ceño y, antes de darse cuenta, toda sorpresa había dado paso al enfado.

—¿De qué estás hablando? —exclamó—. Te escribí. En mi primer mes en el ducado, debí mandarte al menos cinco cartas. Continué escribiéndote durante meses, hasta que vi que era absurdo seguir haciéndolo si tú no te dignabas a responder. Había decidido pasarlo por alto al volver, pero que tengas la indecencia de preguntarme eso...

—¿Qué? —preguntó Anthony, incrédulo. Elspeth le miraba, furiosa—. ¡Claro que te escribí! Decenas de veces. Incluso cuando no respondías, seguí intentándolo. Nunca me llegó una sola carta tuya, nada. Creí que habías querido olvidarnos a todos. Estuve escribiéndote... —La voz se le quebró de la rabia. Negó con la cabeza—. Tres años, Elspeth. Estuve escribiéndote durante tres años y tú nunca me respondiste.

Recordaba las palabras de su última carta, con la que había decidido finalmente que era el momento de dejar a Elspeth en el pasado para siempre. «Esta será la última vez que recibas algo mío, Elsie. Estoy cansado de arrastrarme por ti para que tú ni siquiera puedas enviarme dos frases. No sé qué te habrá pasado para decidir que ya no deseas tener nada que ver conmigo, pero no voy a seguir preguntándotelo. Espero que seas inmensamente feliz con la vida que tienes ahora, Elspeth, si tanto has querido borrar toda la que antes tenías

Elspeth se le quedó mirando, muy fijamente. Anthony la vio abrir la boca para responder y luego cerrarla nuevamente. Parpadeó, confundida. Había palidecido.

—Es imposible —acabó diciendo—. A mí nunca me llegó una carta tuya, Anthony. Nunca. Y, créeme, deseaba que llegara. Hubo un punto en que se lo preguntaba al mayordomo a diario. Es imposible... —Negó con la cabeza—. Y te escribí. ¿Cómo no iba a escribirte, Anthony? Eras mi amigo más cercano, mi... —La voz se le quebró. Se quedó mirando unos instantes al suelo. Tomó aire despacio—. Tuvo que ser el duque.

Cuando levantó nuevamente la cabeza, volvía a estar furiosa, pero ya no era con Anthony.

—Fue el duque. —Sonaba sorprendida, pero entonces exclamó—: ¡Cómo no! Fui una estúpida. Estoy segura de que nunca envió siquiera mis cartas. —Se le escapó una carcajada seca—. Por supuesto que fue él.

Negó con la cabeza, al tiempo que esbozaba una sonrisa resignada. Sus ojos regresaron al lago, al tiempo que suspiraba. Anthony la miró fijamente, sorprendido por la revelación. ¿El marido de Elspeth había ocultado las cartas que él había enviado? ¿No había permitido que las de ella salieran siquiera de la casa? ¿Qué tipo de vida había tenido Elspeth durante aquellos años? Ahora, temía saberlo. Había sido más fácil pensar que ella había preferido olvidarles, pero ahora que había escuchado aquello...

—Elsie —dijo con suavidad—, ¿cómo era el viejo duque?

—Ya habrás podido comprobar que no el mejor marido —susurró ella, sin volverse a mirarlo. Anthony advirtió que los ojos se le habían llenado de lágrimas—. Es... Me enfurece saber cuánto empeño puso en mantenerme alejada de todos vosotros, Anthony. Una cosa era no venir a Londres, pero ¿lo de las cartas? —Negó con la cabeza—. Lo siento mucho.

—No es culpa tuya —acabó diciendo él. Una lágrima rodó por la mejilla de Elspeth—. Elsie, lo digo de verdad.

—Lo sé —masculló ella—. Pero me llena de rabia saber que no pude hacer nada por evitarlo. Ni siquiera... —La voz se le rompió—. Ni siquiera accedí a casarme con él.

—Lo sé —susurró Anthony—. Recuerdo... Recuerdo tu boda.

A Elspeth se le escapó un suspiro.

—Un día maravillosamente miserable —susurró. Negó con la cabeza—. No debería estar diciéndote esto. Era mi marido y...

—No tienes por qué respetar a alguien que te hizo aislarte de tus seres queridos y dejar atrás todo, Elsie —la interrumpió Anthony.

Por la mirada que le dirigió ella, el vizconde no pudo evitar preguntarse si habría algo más que ella no estaba contando. Sin embargo, al ver otra lágrima resbalar por su mejilla, decidió que no era el mejor momento para investigar el asunto.

Actuó por impulso. La notó tensarse entre sus brazos cuando la rodeó con ellos, pillándola totalmente desprevenida. Sin embargo, tras unos segundos, Elspeth correspondió a su abrazo. La escuchó suspirar, antes de musitar un débil «gracias».

Durante los siguientes segundos, mientras Anthony aún la estrechaba entre sus brazos, el vizconde se dijo que Elspeth tenía toda la razón. Allí, parados en mitad de los jardines de Aubrey Hall, casi podía creerse que los años no habían pasado, que seguían siendo unos críos.

Pero, al separarse, aquella sensación se desvaneció. No eran niños, sino adultos y con ciertas normas que cumplir. Anthony ni siquiera debería haberla abrazado, no de ese modo, no allí. Cualquiera hubiera podido verles y hubiera resultado en un escándalo, sin duda. Deberían sentirse afortunados.

Elspeth le dirigió una débil sonrisa y se secó los ojos con el dorso de la mano.

—Gracias —repitió—. Aunque...

—No volverá a repetirse —asintió él—. Lo sé.

Ella asintió, pensativa.

—Estoy bien —aseguró, advirtiendo la mirada que él le dirigía—. Pero será mejor que regresemos con los demás, antes de que empiecen a preguntarse dónde estamos. Ya crearemos un plan para que te ganes el favor de la señorita Sharma y puedas pedir la mano de la señorita Edwina. Tenemos tiempo.

Anthony casi había olvidado aquello. Escuchar el nombre de Edwina salir de los labios de Elspeth le resultó enormemente confuso por unos instantes, como si hubiera sido llevado al pasado y aún no regresara. Miró a Elspeth y su sonrisa le hizo imitar el gesto, aunque le salió algo forzado. Le ofreció el brazo de nuevo.

—Volvamos, entonces.

capítulo porque ayer por fin anunciaron a la actriz de sophie y es PERFECTA, un besazo

ale.

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