Capitulo II: Tengo que encontrarte (III/IV)

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Quinta lunación del año 304 de la Era de Lys. Reino de Doromir, cerca de la frontera este

III

Soriana

Cabalgaba por el camino real seguida de los soldados doromirenses que Kalevi me asignó. Aunque poco, el clima iba tornándose cálido.

A medida que nos alejábamos del palacio del Amanecer, no podía dejar de pensar en lo que dejaba atrás: a Kalevi y su expresión preocupada.

Siempre estuve convencida de que el joven príncipe me odiaba, que me creía culpable de la masacre en la que acabé con casi toda su familia hacía solamente un año. Verlo ponerse de mi lado fue como beber un tazón de sopa caliente en un día frío, reconfortó mi espíritu.

Tampoco podía dejar de pensar en Gerald, en nuestro pasado juntos y en la forma trágica cómo terminaron las cosas. Hubiese deseado para nosotros otro tipo de futuro, pero entendía que su psiquis estaba rota. Y por muy cruel que parezca, yo conté con esa locura para poder librarme de él. Sabía que mi traición le haría perder el control, que lo llevaría a descubrirse ante todos. Al final él tenía razón, nadie lo conocía mejor que yo. Por fortuna no era así conmigo y mi antiguo amante siempre acababa subestimándome.

Llegamos a una pequeña aldea cerca de la frontera con Ulfrvert, luego de cabalgar lo que tarda en consumirse completa una vela de Ormondú. Pronto anochecería y era mejor buscar posada y continuar el viaje por la mañana, así que paramos en una bastante decente.

Al entrar supe que me enfrentaría a una prueba de fuego.

Como en todos esos establecimientos, el ambiente era animado: en cada mesa los hombres reían, charlaban y, bebían.

Había hidromiel, cerveza y vino por doquier. El aroma penetraba insistente en mis fosas nasales, me tentaba, me invitaba a abandonarme a la necesidad que sentía desde que dejé Vidrgarog, hacía casi tres días.

Deseaba beber alcohol, no agua, no comer; solo sentarme en una de esas mesas y tomar aunque fuera una onza.

—Señora —me llamó el soldado que tramitaba las habitaciones con el posadero—, ¿os parece bien?

—Disculpad —lo miré y tragué sintiendo la garganta muy seca—, no os he escuchado. Repetid, por favor.

—Os decía que alquilaré tres habitaciones. Mis compañeros y yo podemos dormir en dos y vos podéis descansar sola. ¿Estáis de acuerdo?

¿Estaba de acuerdo? ¿Quedarme sola en una habitación? ¿Sin nadie que me detuviera en caso de que las ganas se hicieran incontenibles? Tenía que enfrentar mis demonios y vencerlos.

Pero estaba muy consciente de que no iba a lograrlo.

—No. Estaréis todos apretados y no tiene sentido, pudiendo uno de vosotros dormir conmigo.

El soldado se sorprendió de mi respuesta y luego esbozó una ligera sonrisa en la esquina de su boca. Era hombre y lo malinterpretaba todo. Suspiré resignada. La prueba que tenía ante mí tendría que superarla sola.

—Mejor dejadlo así. Dormid vosotros en dos habitaciones y yo lo haré en la tercera. No os emborrachéis esta noche, que mañana partiremos al alba. —Luego me dirigí al posadero—. ¿Podéis subir mi cena a la habitación, por favor? Ah, y no llevéis ningún licor, agua estará bien para mí.

Tenía que alejarme de ese ambiente. Temblando, subí de prisa, entré y cerré la puerta. Empecé a caminar de un lado a otro en la habitación que comenzaba a sentirla como una prisión. Las manos me temblaban y no dejaba de imaginarme el dulce sabor que dejaría el hidromiel al descender por mi garganta.

Para alejar mi pensamiento de la tentación, me puse a hojear mis viejos manuscritos, los que tomé de mi antigua habitación en el Amanecer.

Recordé mi empeño en ayudar a Keysa a usar su magia. ¿Cómo fui tan tonta de no darme cuenta de que era yo quien, inconscientemente, se la robaba con mi poder oscuro?

Tomé el manuscrito donde plasmé las conclusiones a las que llegué en mi investigación sobre el origen del libro que me dio mi poder. Yo sabía que era magia negra, pero lo que no acababa de entender cuando leí el libro, años atrás, era por qué en ningún momento se mencionaba a Morkes, dios y artesano de ese tipo de artes. En cambio, en varios capítulos se hablaba de un tal Erin, lo llamaban el dios escindido, origen de toda la magia en el mundo. En el libro tampoco mencionaban a Lys, a quien venerábamos los sorceres como la dadora de magia.

Por eso había llegado a la conclusión de que antes de Lys y Morkes, había otro dios, el tal Erin, el dios escindido.

Mis investigaciones no arrojaron mucha luz sobre el asunto. Antes de la era de Lys fue la era de Augsvert. En ese tiempo, no existíamos los sorceres y los humanos no poblaban esta parte del continente, vivían al otro lado de Northsevia, la que todavía no se congelaba.

Los Alferis era la raza más poderosa y Augsvert lo dominaba todo. En los pocos libros que hallé de ese tiempo antiguo, apenas si se hablaba de los dioses. La más mencionada era Lys, a quien llamaban protectora y no dadora de la magia, como se le decía en este tiempo. Morkes no era mencionado como dios de la magia negra, si no simplemente el gobernante del Geirgs. Y el resto eran dioses menores, incluso Olhoinna madre de todo y de todos. En esos libros antiguos tampoco se mencionaba a Erin el dios escindido. La única referencia que leí alguna vez en mi vida sobre él, fue en el libro misterioso, que desafortunadamente dejé escondido bajo las tablas del suelo de mi habitación en Augsvert cuando salí de allí, hacía casi doce años.

La respuesta tenía que estar en la biblioteca de mi nación.

Así que nunca la conocería, pues estaba decidida a jamás volver a pisar Augsvert en mi vida.

Tocaron a la puerta. Supuse que venían a traer mi cena, así que dejé los manuscritos sobre la cama.

Me sorprendí al ver que quien traía la bandeja con los alimentos no era ninguna camarera, sino uno de los soldados que me acompañaba, Imaginé que continuaba malinterpretando mis palabras, al decir que no quería dormir sola. Iba a aclararle las cosas cuando el hombre se tornó rígido, puso los ojos en blanco y habló con una voz gutural que no le pertenecía.

—He descubierto quién sois, Soriana Sorenssen. No deseo haceros daño. No interfiráis en mis planes. Augsvert debe caer.

Me quedé estupefacta escuchando al soldado que no hablaba por sí mismo, sino debido al hechizo de Alahor. Un breve instante después de finalizado su pequeño discurso, sus ojos volvieron a la normalidad, pero de inmediato, se llevó las manos a la garganta, como si se le dificultara respirar. Me miró aterrado y cayó al suelo. Su piel se tornó azul con una rapidez alarmante. Me agaché a su lado e intenté revertir lo que fuera que le sucedía, pero ninguna de las runas que intentaba daba resultado. Aquel hechizo no podía ser Alahor, sino uno mucho más siniestro y desconocido para mí. El pobre hombre comenzó a blanquear los ojos, pero en ese instante por falta de aire.

Abajo comenzaron a gritar. Voces desesperadas, pidiendo auxilio, llegaban a mi habitación, que permanecía con la puerta entreabierta.

El hombre a mis pies agonizaba y no podía hacer nada por él, ni siquiera la impronta de mi savje sobre su cuerpo lo ayudaba, pero mientras le suministraba mi energía, detecté un rastro oscuro en él, tal como pensé, alguien había usado un hechizo de Morkes en él.

No podía creer que el hechicero oscuro continuara tras mis pasos, ni que me hubiese rastreado a pesar de que continuaba utilizando un hechizo de camuflaje sobre mi magia. Además, ¿desde cuándo sabía que yo era Soriana Sorenssen? ¿El hechizo para ocultar el rastro de mi magia no funcionaba? No. Tuvo que localizarme mientras estaba en Doromir. Entonces pensé en Gerald. Si ellos eran aliados lo más seguro era que se comunicaran o incluso que el hechicero oscuro lo mantuviera bajo vigilancia con los ojos de Morkes, quizás así me encontró y descubrió mi identidad.

Dejé al pobre soldado muerto en el suelo de mi habitación, salí y me asomé por la barandilla. Como me temía, abajo, el resto de mi escolta agonizaba. Debía salir de allí antes de que el hechicero oscuro o su draugr fueran por mí.

Tomé los manuscritos, los guardé en las bolsas de viaje, me colgué a Assa aldregui en el cinto y mi escaso equipaje en la espalda y salté por la ventana de la habitación.

Afuera, la noche era tranquila, muy diferente al caos adentro de la posada. Anduve rápido, volteando sobre mi hombro y atenta a los transeúntes que se cruzaban en mi camino, pensando cómo debía proceder a continuación. Fui a la caballeriza, ensillé mi caballo y partí al galope.

Lo primero sería ocultarme.

Hacía doce años, cuando salí de Augsvert, realicé sobre mí un hechizo de camuflaje para que nadie me encontrara en el caso de que decidieran buscarme. Nunca lo había revertido, por eso no entendía cómo era posible, qué ese hechicero oscuro que me perseguía, supiera quién era yo, a menos de que fuera cierto y él tuviera conexiones con Gerald.

¿Gerald era su bräel?

De cualquier modo, si me mantenía sola el hechicero oscuro ya no podría rastrearme.

Ahora bien, ¿dónde debería ocultarme?: ¿el bosque? Si me hallaba sería muy fácil deshacerse de mí. ¿Otra posada? Entonces pondría en riesgo la vida de personas inocentes, como esos desdichados soldados.

Entre que matara a muchos o solo a mí, la elección era obvia.

Me coloqué la capucha de la capa y cabalgué fuera de los lindes de la aldea, hacia el bosque aledaño. Si Surt lo había decidido y ese era mi destino, solo yo moriría.

Hacía mucho que no estaba sola... y sobria.

Siempre sufrí de terrores nocturnos, incluso desde antes de que mi madre muriera. Solía tener pesadillas y despertares frecuentes durante la noche, a veces el insomnio me ganaba y la mañana aparecía sin que yo hubiese apenas dormido.

Luego de los sucesos que me hicieron dejar Augsvert, las pesadillas adquirieron otro nivel. En ocasiones se volvían reales, tangibles. Salían de mi mente y podía sentir como las frías manos de los que había asesinado me abrazaban, como sus lúgubres voces susurraban maldiciones a mi oído.

Por eso, años atrás, busqué silenciar las voces y desaparecer las pesadillas con hierbas calmantes. A veces era suficiente con darle unas pocas caladas a mi pipa, pero en otras, ni siquiera la leche de borag me ayudaba, además de que era costosa y difícil de conseguir.

Fue cuando hice del hidromiel mi mejor amigo. Grandes dosis en poco tiempo y mi mente se aturdía, las sombras se replegaban en su escondite, los fantasmas deseosos de venganza se iban o al menos yo no los notaba.

Pero en ese momento, en medio del bosque, sola a merced de la oscuridad, no había borag, ni pipa, ni hidromiel. Solo yo y mis fantasmas que no tardarían en venir por mí.

Encontré un gran abesto, amarré el caballo a él, he hice un pequeño domo para protegernos a ambos del frío. No quería recordar el pasado, tan presente en mi vida, no quería sumergirme en el dolor porque no estaba segura de si yo sola bastaría para salir de sus pantanosas aguas.

Preferí rememorar a Keysa, la pequeña hada que era cuando la encontré. Los primeros años fuera de Augsvert eran borrosos en mi mente, no solía estar muy sobria en aquel entonces, pero podía recordar la noche en que la encontré.

La posada estaba repleta de hombres medio borrachos, la mayoría expectantes del juego de dados que se sucedía en una de las mesas. Eran traficantes de criaturas mágicas que apostaban contra comunes. No les hice caso en toda la noche.

Los aplausos, los gritos vulgares de los hombres que apostaban, las risas de los espectadores, nada de eso me importaba, yo solo quería seguir bebiendo hasta que estuviera lo suficiente ebria como para dormir en paz. Habría seguido así, pero una voz fina y casi inaudible por el alboroto llegó a mis oídos. La vocecita clamaba por ayuda. Ahí fue cuando la vi.

Un hombre que tenía tres veces su tamaño arrastraba a una niña escuálida escaleras arriba.

Me puse de pie y salí de la posada. Subí de un salto al techo y busqué a través de las ventanas en cuál estaría la pequeña. Entonces volví a escuchar la voz infantil: lejana, lastimera y quebrada. Dominada por un impulso justiciero, entré a través la ventana y la rescaté.

A partir de entonces cambió mi vida. Sabía que ella creía que era su salvadora, pero yo estaba consciente de que no era así. Fue Keysa quien me salvó, quien me sacó de la oscuridad en la que por tanto tiempo me sumergí. Debido a ella intenté ser mejor y ahora, por ella, debía dar todo de mí. Keysa era mi única razón para continuar en el mundo.

Saqué las mantas de la bolsa y me acosté, arropada por su recuerdo.

Y al de mi protegida se sumó el de Aren.

Rememorarlo calentó todavía más mi corazón. Su comprensión y fe incondicional en mí. La calidez, la manera en la que siempre me escuchaba sin reprocharme nada. Sabía que él estaría bien. El rango, como miembro del Heimr, lo respaldaba, eso y ser el prometido de la futura reina de Augsvert. Solo esperaba poder decirle algún día cuánto lo quería.

Cerré los ojos y dejé que el recuerdo de ambos me acompañara, de esa manera no me sentiría tan sola. Si ellos estaban conmigo mis muertos no me visitarían.

A pesar de que conjuré el recuerdo de Aren y de Keysa a acompañarme, fue inevitable que despertara en medio de la noche en una de mis habituales pesadillas.

Subí las rodillas y las rodeé con mis brazos, las lágrimas me cubrieron el rostro. ¿Cuánto más lloraría por un pasado que no podía cambiar? ¿Cuánto más por los errores de mi adolescencia? Tenía que seguir adelante conmigo misma como una única compañía.

Mi madre me amó hasta el final. Si pudiera ver en lo que me había convertido se decepcionaría de mí, estaba segura de eso. Pero sin ella era tan difícil continuar, sin su guía, sin escucharla decirme que no importaba el color de mi magia, lo que importaba era lo que había dentro de mi corazón, así como la intención del hechizo o el motivo para usar la espada.

Yo necesitaba su valor.

Respiré profundo varias veces para calmarme, limpié mis lágrimas y volví a cambiar el color de mi cabello, esta vez con magia y a un tono castaño rojizo. Hice lo mismo con el color de mis ojos, los cuales torné marrones.

Era tiempo de seguir adelante y encerrar mis culpas bajo tres candados. No podía dejar que mi debilidad me impidiera rescatar a Keysa.

La pequeña aldea donde el hechicero oscuro mató a los soldados se ubicaba cerca de la frontera este de Doromir. Si continuaba en línea recta llegaría a las faldas de la cordillera de Ulfrvert. De allí podría continuar bordeando la cordillera hacia el sur y llegar a Sokógarari. En el camino, haría una parada rápida en alguna aldea para aprovisionarme de comida y luego continuaría mi recorrido evitando los caminos reales. Esperaba que haber cambiado mi apariencia y mantener el hechizo de camuflaje, bastaran para mantenerme oculta del hechicero oscuro.

Deshice el domo, Subí al caballo y continué el viaje.

A media mañana del día siguiente llegué a la fronteriza ciudad de Svartgarorg, la última antes de salir de Doromir. Necesitaba parar allí y abastecerme de provisiones, no demoraría mucho más que una rápida visita al mercado, compararía algo de carne seca, pan de corteza, buscaría una pipa y algunas hierbas de las que solía fumar y regresaría.

Necesitaba dormir para poder estar alerta durante el día y sin mis hierbas no lograba conciliar un sueño reparador, no podía continuar teniendo pesadillas. Eso sí, me prometí no abusar de los calmantes y alejarme por completo del licor. Sentía que su efecto era mucho más nocivo, me hacía perder la conciencia, lo cual no sucedía con las hierbas que solo bajaban mi ansiedad.

Me coloqué la capucha y me encaminé al mercadillo que funcionaba en el centro de la ciudad.

***Hola mi fieles lectores. ¿Qué les pareció el capítulo? Tienen nuevas teorías? ¿Quién será el hechicero oscuro?

Acá les dejo el breve golsario:

Alahor: La runa de Alahor convoca un hechizo donde el sorcere que lo practica puede controlar la mente de la víctima y dar una sola orden sencilla.

Bräel: Del lísico. Encadenado. Pueden ser hechiceros o comunes quienes a través de un hechizo oscuro se vinculan a un morkenes.

Una vela de Ormondú: Media de tiempo. Una vela de Ormondú se consume completamente en el trasncurso de seis horas.

Ulfrvert: Del lísico:"camino de lobos". Cordillera que se extiende desde Northsevia y hacia el sur donde se une con la cordillera de Ausvenia y divide casi a la mitad el continente. Esta poblada de lobos y de lobos Huargos. Algunos creen que allí existen escondidos, cambiaformas sobrevivientes de la guerra con Doromir.

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