Capítulo II: Tengo que encontrarte (IV/IV)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Quinta lunación del año 304 de la Era de Lys. Reino de Doromir, cerca de la frontera este

Aren

Haberle quitado el caballo a los cazadores fue un gran progreso, aunque no dejaba de sentirme mal por ello. Me hubiera gustado que entendieran mis razones y las avalaran, pero Ivanara, que al parecer lideraba mi persecución, era demasiado terca para aceptar un punto de vista que no fuera el suyo.

Estaba seguro de que en poco tiempo la tendría pisando mis talones de nuevo.

Esa noche y las que siguieron durante poco menos de media lunación, dormí en el bosque con un ojo abierto, vigilando que la persistente cazadora no apareciera de sorpresa. Por fortuna, mi escape transcurría sin inconvenientes.

Además, Surt, el tejedor de hilos, me bendecía. Frente a mí se encontraba Svartgarorg, la primera aldea en mi trayecto a Noon. Necesitaba entrar y hacerme de provisiones, así como de un buen disfraz si pensaba atravesar todo el reino norteño. A esas alturas no solo la liga de Heirr estaría tras de mí, también el ejército de Doromir si Gerald se enteraba de mi escape y si, tal y como había demostrado, tenía influencias en el cuerpo armado del reino.

Entré a marcha lenta en la aldea. El empedrado camino principal estaba a rebosar de personas haciendo las primeras compras de la jornada. Me fue inevitable no pensar en Soriana. Pocos días antes estuvimos Keysa, ella y yo comprando en un mercadillo similar, fingiendo otras vidas y sintiéndonos contentos por primera vez con nuestra compañía.

Tenía la impresión de que había pasado mucho tiempo desde entonces, de que tal vez esos momentos nunca existieron y no habían sido otra cosa que un sueño. Me sentía vacío y perdido de nuevo, igual a doce años atrás, cuando ella huyó de Augsvert y Erika murió. Soriana se escurría entre mis dedos, semejante al agua del Ulrich, dejándome húmedo el corazón. Mi princesa me necesitaba y yo no podía abandonarla por segunda vez.

Bajé del caballo para hacer las compras que necesitaba. Saqué el pequeño monedero que le había quitado a Ivanara y conté las escasas monedas: diez sacks de plata en total, tendría que rendir el dinero.

Me acerqué al puesto del hombre que vendía la carne seca.

—¿Cuánto la onza? —El tipo frunció la nariz cuando su mirada se fijó en mí. Hizo un gesto despectivo y continuó atendiendo a la cliente que pedía a mi lado. Su indiferencia me enojó—. ¡Estoy hablando contigo!

—¡Largo! No quiero vagabundos en mi puesto.

—¿Cómo qué vagabundo? ¡Voy a pagarte! —Le mostré el monedero.

Salido de la nada, un chico delgado y bajo saltó y me arrebató la pequeña bolsa de las manos.

—¡Eh! ¡Pequeño rufián, vuelve acá!

Salí en su persecución, pero las personas en el mercado me dificultaban poderlo atrapar, el chico corría como un gaupa de las montañas. Esquivó varias señoras con canastas en los brazos y yo intenté no derribar los puestos de los mercaderes. El chico sabía lo que hacía, corría por donde había más personas. Fue inevitable que en mi desesperación —porque esas pocas monedas era todo lo que tenía— me enredara con la capa de una elegante dama.

Los dos caímos al suelo y el joven malandrín finalmente escapó. Maldije en voz alta, luego me giré para levantar a la mujer que había derribado.

—¡Disculpad! No fue mi intención.

Ella se volvió muy lento hacia mí y fue como si de pronto decenas de Basiris tocaran sus flautas y liras, los dioses de nuevo me bendecían. Achicó los ojos castaños, confundida, pero yo estaba seguro de que era ella, aunque la capucha arrojara sombra a su rostro moreno.

—¿Aren?

—¡Soriana!

No pude contenerme, me abalancé y la estreché en mis brazos tumbándola en el suelo otra vez. Ella empezó a reír.

—¿Realmente eres tú? —preguntó cuando la solté.

Sus dedos enguantados recorrieron mi rostro y juguetearon un instante con mi barba desaliñada. Entonces comprendí que mi aspecto no debía ser el mejor. Llevaba días sin asearme, tenía el cabello enmarañado y mis ropas sucias y desgarradas. Me separé de ella, avergonzado.

—Sí, lo soy. Discúlpame por dejarme llevar, no debí... —Ella no me dejó terminar, se me echó encima y me abrazó con fuerza.

Cuando nos separamos la capucha resbaló de su cabeza. Llevaba el cabello teñido de castaño. Me levanté y le ofrecí mi mano para ayudarla.

—¿Qué haces aquí? Creí que estarías en Ormrholm, aguardando un juicio.

—Es una larga historia. Yo pensé que tú estarías... que Gerald te tendría prisionera.

El rostro de ella se ensombreció. Sacó varias monedas de su bolsa y le pagó al mercader del puesto donde compraba antes de que yo la tropezara. Tomó las bolsas y giró de nuevo hacia mí. Ambos nos pusimos en marcha al abrevadero donde había dejado mi caballo.

—Sí, Gerald me tuvo retenida, pero he logrado librarme de él. No obstante, Keysa corre peligro.

—¿Keysa? —Me asombré de lo que decía—. No, ella debe estar bien. Vi cuando los cazadores la llevaban a Skógarari.

—No está en Sokógarari, Aren. O si lo está, se encuentra prisionera en algún sitio de ese bosque.

Mientras caminábamos por el mercado, Soriana me hizo un resumen de lo que vivió los últimos días, de cómo se libró de Gerald y por qué llegó a la conclusión de que Keysa corría peligro.

Yo también le conté lo que me había pasado, del ataque del hechicero oscuro y de cómo ahora era perseguido por la liga de Heirr.

—Así que tienes una nueva amiga —se burló ella después de platicarle sobre la insistencia de Ivanara en atraparme.

—No la llamaría precisamente una amiga.

—Sueles despertar sentimientos fuertes en las mujeres. —Ella soltó aquello mientras elegía algunas manzanas, como quien menciona el estado del clima. Sin embargo, yo la observé estupefacto. ¿Estaría consciente Soriana de lo que esa frase significaba para mí? ¿De la esperanza que surgía en mi pecho al pensar que pudiera estar hablando de sí misma?

—¿A qué te refieres? —le pregunté ilusionado. Ella me miró con una sonrisa inocente.

—A Englina. Durante mucho tiempo estuvo detrás de ti. No se dio por vencida hasta tenerte. —Suspiré con el corazón un poco más roto. Construía castillos de humo en mi cabeza—. Parece que Ivanara es igual, con la diferencia de que ella quiere ahorcarte y no casarse.

Soriana terminó sus palabras con una breve carcajada. Yo cambié la conversación antes de que terminara llorando.

—Creo que podemos dejar una pista falsa. Ella sabe que quiero rescatarte, así que supondrá que continúo hacia Noon.

—Entonces es mejor que no nos vean juntos. Nos encontraremos en las afueras.

—De acuerdo —le dije.

Mientras ella se alejaba para salir de la pequeña ciudad, yo regresé sobre mis pasos y me esforcé en hacerme notar por los mercaderes. Si Ivanara entraba en la ciudad, alguno de ellos le diría que me había visto. La cazadora no sospecharía que mi destino había cambiado y me dirigía a Sokógarari.

Me habría gustado tener dinero y comprar una muda de ropa decente, así como pagar por una habitación y poder darme un baño. Tendría que hacer de tripas corazón y tragarme la vergüenza por mi aspecto descuidado. Yo parecía un vagabundo, Soriana, en cambio, lucía regia.

Hermosa con ese vestido de tafetán oscuro. Pero inalcanzable como siempre.

Suspiré mientras iba a su encuentro. Lo mejor que podía hacer era tratar de apresar mis sentimientos en una cárcel de hielo. Había cosas más importantes en juego, como la vida de Keysa. No existía espacio para los sentimientos románticos o las esperanzas. Tendría que continuar como siempre, amándola en silencio.

¿Cómo era posible que la compañía de la misma persona pudiera entrañar tanta felicidad y dolor al mismo tiempo? El anhelo que albergaba mi corazón era la causa de mi sufrimiento, no ella. Soriana siempre me vería como su amigo.

De cualquier modo, debía enfocarme en las cosas buenas. Surt había unido nuestros destinos con su hilo. Por fin la tenía a mi lado y ella lucía bien, serena y centrada en el rescate de la joven hada. Logró escapar del maldito de Gerald y era lo que importaba.

Ahora, juntos, hallaríamos a Keysa.

***

Ahora sí, Soriana y Aren vuelven a estar juntos, ¿qué esperan de ellos?


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro