Capítulo III: Confortar (II/III)

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II

Aren

Ivanara, la capitana de la liga de Heirr, acompañada de otros cuatro cazadores, entró a la posada.

Se acercaron a la barra para hablar con el dueño.

—¿Qué sucede? —me preguntó la sorcerina con el ceño fruncido.

—Es ella. —Señalé con la cabeza a la recién llegada—, la capitana de la liga de Heirr.

Soriana volteó con disimulo. Mi persecutora continuaba conversando con el posadero. Ella gesticulaba con las cejas muy juntas, mientras el hombre conversaba con calma y negaba una y otra vez a lo que ella decía.

—No te preocupes —me tranquilizó Soriana—, ha de estar preguntando por un hombre y los últimos clientes hemos sido nosotras, dos mujeres.

Ella tenía razón y por primera vez desde que cambió mi aspecto, di gracias internamente por lucir las delicadas facciones de una dama. Sin embargo, para mi horror, los cazadores tomaron una mesa cerca de la nuestra. Ivanara se sentó de tal manera que quedaba frente a Soriana y yo de espaldas a ella.

—¿Qué está haciendo?

—Nada. Habla con sus compañeros. Deberías ir y saludarla, tal vez te extraña.

Ella rio entre dientes y yo me mofé de su burla. Ivanara debía detestarme con toda su alma después de golpearla, dejarla inconsciente y robarle el caballo en nuestro segundo encuentro. Eso me hizo recordar algo.

—¡El caballo! —Ante mi exclamación, Soriana me miró sin comprender—. ¡El caballo que tengo es el de Ivanara!

—¡Oh! Bien, tendremos que ir a las caballerizas y modificar un poco su aspecto, en caso de que tu amiga decida entrar allí. —Hice el amago de levantarme, pero ella se me adelantó—. Será mejor que esperes aquí, iré yo, no tardaré.

En lo que Soriana se levantó, me cambié de asiento para poder observar a la cazadora. Ella mantenía el ceño fuertemente fruncido, concentrada en su vaso, sin participar en la conversación que mantenían sus compañeros.

De pronto levantó el rostro y me miró, yo esquivé sus ojos de inmediato. ¿Por qué tenía que ser tan indiscreto? Sin embargo, ella volvió al líquido en el vaso sin prestarme atención.

Gracias a los dioses, Soriana no tardó. Apenas se acercó a la mesa, me levanté dispuesto a subir a la habitación. La tomé de la muñeca y caminé con ella hacia la escalera.

—¿Qué ocurre? ¿Te reconoció?

—No —le contesté sin dejar de avanzar—. Pero no pienso quedarme aquí hasta que lo haga. Vamos.

Ella suspiró y me siguió.

Realmente esperaba que los cazadores se fueran y no nos dieran problemas. ¿Por qué la capitana tenía que ser tan terca? Entré y me quité la capucha, la dejé sobre la silla y me tendí en el sillón. Ya había decidido que esa sería mi cama. Soriana también se quitó su capa y rebuscó en la bolsa donde traía el vestido que yo lucía. Me extendió la mano.

—Ten. —En su rostro había una suave sonrisa.

Tomé lo que me ofrecía y me sorprendió al ver que era una harmónica.

—¿Y esto?

—Siempre me ha gustado escucharte tocar. Sería una tonta si no me aprovecho de ti ahora que estás conmigo.

Ella comenzó a desvestirse. Se quitó los guantes, el cinturón, los zapatos y se soltó el cabello. ¡Cómo me habría gustado que fuera blanco y no castaño! Soriana fue tras el biombo, el vestido de tafetán oscuro lo colgó encima. No pude evitar sonrojarme cuando ella salió solo con un camisón blanco puesto.

—¡Es increíble lo cansada que estoy! —Mientras hablaba, se metía bajo las sábanas—. Mañana intentaré realizar un hechizo vinculante. En el palacio del Amanecer encontré algunas plumas de las que una vez hechicé para encontrar a Keysa en caso de que... de que alguien pudiera raptarla.

Su rostro perdió todo rastro de alegría, ahora lucía preocupado; por más bromas que hiciera continuaba pensando en la joven hada. Algo de su plan no me gustaba, el hechizo específicamente.

—Ese hechizo vinculante es con magia negra, ¿verdad? ¿Es el que usaste cuando se perdió en Fiskr haugr? —Cuando asintió, supe que tenía la razón—. Si persistes empleando la magia de Morkes te debilitarás cada vez más. Estoy seguro de que lo sabes.

—¿Y qué propones? —Ni siquiera sé si ella sigue viva, es la forma más rápida de encontrarla.

Su expresión se tornó preocupada, varias arrugas surcaron su frente. En ese momento odié con todas mis fuerzas a Gerald. Aunque Soriana dijera qué él no estaba involucrado en la desaparición de Keysa, lo cierto era que si él no se hubiese empeñado en apresarnos, nada de la tragedia que vivíamos habría sucedido.

Me levanté y me acerqué a ella para tranquilizarla. Soriana, sentada en la cama, apoyó la cabeza en mi torso y se abrazó a mí.

—Si no la podemos encontrar, Aren, ¿qué voy a hacer]?

—La encontraremos, no te preocupes. Ahora es mejor que descanses.

Permanecimos un rato más así, ella abrazada a mí y yo acariciándole el cabello. De pronto se separó de mí y se rodó en la cama para hacer espacio.

—Ven.

—No cabremos los dos —le dije con el corazón palpitando enloquecido—. Estarás incómoda. Dormiré en el sillón.

—No es justo. Debes estar agotado.

—También tú lo estás. Llevas días cabalgando y, al igual que yo, has dormido en el bosque. Estaré bien.

Ella no me discutió más, pero me miró con una sonrisa que alternaba entre la tristeza y la picardía.

—Deberías quitarte ese vestido, no se ve muy cómodo. En esa alforja hay un camisón, es grande, así que te quedará.

Achiqué mis ojos para mirarla, fingiendo estar molesto. Sabía lo que ella hacía: intentaba apartar la preocupación que seguramente la atormentaba haciendo bromas con mi reticencia a vestirme de mujer.

—Mañana volveré a lucir como hombre. Prefiero que Ivanara me atrape, que continuar así.

Ella rio un poco.

—Pero, ¿por qué? ¡Luces muy bien!

—¿Quiere decir eso que no soy atractivo como hombre? ¿Qué luzco mejor de mujer?

Soriana esquivó mi mirada y agachó la cabeza, me pareció que se sonrojaba.

—Habrá que preguntarle a Ivanara —dijo un instante después, al levantar el rostro y mirarme con ojos brillantes.

Yo no deseaba preguntarle a Ivanara, quería que ella me respondiera, pero tampoco era mi intención que las cosas entre nosotros se volvieran incómodas, así que no insistí, sonreí y empecé a desatar el cinturón del vestido.

Soriana se quedó dormida casi de inmediato, yo la contemplaba desde el sillón, ensimismado. La poca luz de los braseros la mantenían en una semi oscuridad. Pensaba en lo diferente que pudo ser todo si aquel día en el que le di la noticia de la muerte de Erika, cuando ella se fue tan alterada del palacio, yo la hubiese detenido. Fue la última vez que la vi.

Después Augsvert se sumió en el caos.

Recordé a mi padre corriendo de un lado a otro, vociferando que la reina había muerto, los alferis habían logrado abrir el domo y que la princesa Soriana los había ayudado. En aquel entonces no entendí nada, pero no perdí la fe en ella, estaba seguro de que existía alguna explicación razonable si es que ella había hecho algo como eso.

Pero no fue así, las cosas empeoraron cuando trajeron el cadáver de la reina Seline. Al preguntarle a la capitana Moira quien había sido, ella no contestó, nunca dijo nada, aunque había muchos testimonios de soldados augsverianos que contaron como la princesa desató el caos. De alguna forma el domo se resquebrajó, los alferis entraron y asesinaron a la reina Seline. Lo que todavía yo no entendía era de qué manera Soriana era culpable de esa tragedia. ¿Por qué huyó? ¿Por qué no regresó ante el Heimr para explicar lo sucedido? No podía aceptar que ella tuviera la culpa.

Entre todas las capas que la envolvían, ella continuaba siendo esa niña de dieciséis años que nunca supo pedir ayuda. Incluso ahora era así, decidida a usar la magia oscura, aunque se sentenciara con esa decisión, todo para salvar a Keysa.

Tomé la manta y me arropé más. Aunque era verano, Doromir continuaba siendo el reino más frío sin importar la estación. Intenté buscar una posición cómoda que me permitiera dormir un poco antes de que amaneciera.

Debí dormirme porque rato después el calor me obligó a destaparme. Abrí los ojos del todo debido a los quejidos dentro de la habitación. Era Soriana quien sollozaba y gemía.

Al igual que aquella vez cerca del Dorm, mi amiga se encontraba envuelta en brumas oscuras que la elevaban un palmo de la superficie de la cama. Se revolvía y quejaba como si tuviera una pesadilla. Además, el calor dentro de la habitación se incrementó bastante y provenía de ella.

Me acerqué e intenté despertarla, cuando la toqué su cuerpo ardía.

—¡Soriana! ¡Soriana! ¡Por favor, despierta!

La sacudí un poco sin resultado, por lo que la zarandeé con más fuerza. Ella gritó, las brumas se ocultaron dentro de su cuerpo y cayó pesadamente sobre la cama. Tenía la respiración desacompasada y los ojos muy abiertos, fijos en un punto indeterminado.

Pasó lo que tarda en consumirse al fuego una brizna de paja, antes de que ella diera alguna otra señal de vida más allá de su respiración dificultosa. Yo la contemplaba, asustado, no sabía qué hacer.

—¡La sangre, la sangre! —Empezó a gritar de repente. Tomó el extremo de la manta y con ella comenzó a frotarse con fuerza los brazos y las manos— ¡Todo está cubierto de sangre!

—No hay sangre, Soriana. —La abracé para que dejara de dañarse.

La sorcerina me empujó y continuó restregándose la piel hasta enrojecerla.

—¡La sangre, la sangre! —sollozó.

Volví a quitarle la sabana y a abrazarla con más fuerza.

—No hay sangre, no hay nada. Fue una pesadilla. Soriana, no pasa nada.

Ella se revolvió en mis brazos un instante hasta que dejó de pelear y en su lugar comenzó a llorar. La sentí estremecerse mientras acariciaba su pelo.

—Shh, estoy aquí. Tranquila.

Continué acariciándola hasta que ella habló en voz baja:

—Volví a ese momento en Augsvert. ¡Había tanta sangre! La vi de nuevo a ella en su ataúd de cristal. ¡Muerta por mi culpa! —Volvió a llorar.

No dejé de sostenerla en mis brazos hasta que se calmó y la temperatura de su cuerpo disminuyó. La acosté con cuidado en la cama.

—Trata de dormir —le dije y me levanté para volver a mi lugar en el sillón.

—¡No te vayas! —Soriana me sujetó de la mano—. Duerme conmigo, por favor. Tengo mucho miedo.

Asentí. No pude negarme. Verla en pedazos me dolía demasiado. La prefería mil veces seca, distante, burlándose de mí y no así, tan frágil como delgado cristal. Ella me hizo sitio y yo me acosté boca arriba, a su lado. Soriana recostó la mitad superior de su cuerpo sobre mi pecho, mientras yo continuaba acariciándole, el cabello.

—Tengo miedo de volver a cometer errores. Es mi culpa que Keysa...

—Todos cometemos errores, Soriana, es parte de la vida. Equivocarnos nos hace capaces de levantarnos más fuertes. Y no tienes la culpa de que Keysa haya desaparecido.

—¡Claro que sí! Me empeñé en tenerla cerca, la necesitaba tanto para aplacar mi propia oscuridad. Si yo la hubiese entregado con los suyos, nada de esto habría sucedido. Pero soy tan egocéntrica, Aren. Nunca he podido dejar de pensar en mí.

Eso no era cierto, jamás en mi vida conocí a nadie dispuesto a morir por otros, solo ella. Capaz de renunciar a su posición de reina por purgar una culpa, que tal vez no era únicamente suya. Pero ella no podía verse a sí misma como yo la veía, como era en realidad. Suspiré buscando las palabras adecuadas.

—¡Ojalá pensaras más en ti, Soriana! Te diré algo: no sirve de nada pensar en el «y si hubiera.» Estoy seguro de que ella prefiere mil veces vivir contigo que con cualquier corro de hadas. Quedarse a tu lado también fue su decisión. La has protegido al punto de arriesgar tu propia vida por ella, ¿cómo puedes llamarte a ti misma egoísta?

—He destruido a todos los que se han acercado a mí, a todos los que me han querido ayudar, a los que me han amado. —Ella escondió su rostro en mi pecho y volvió a llorar.

»Ese día en Augsvert yo estaba tan enojada. Creí que odiaba a mi madre, pensé que ella había traicionado a Erika y a Dormund, porque ellos le pidieron ayuda para escapar y aun así murieron. Yo quería hacerle daño, Aren, deseaba tanto que mi madre sufriera.

»Perdí el control de mi poder. Hice un hechizo demasiado poderoso que no supe dominar y rebotó en la barrera. Por eso se abrió. Ese mismo hechizo la hirió a ella. ¿Sabes lo que hizo mi madre cuando yo la lastimé? No se quejó. No me di cuenta de lo que hice hasta que fue muy tarde. Ella, con su último aliento, continuó empleando su magia hasta que cerró el domo de nuevo.

»Cuando me di cuenta de lo que hice y me acerqué a verla, ella agonizaba. Nunca la merecí, nunca fui digna de su amor. Nunca la entendí. Por eso me fui de Augsvert. No merezco ser reina. Jamás podré perdonarme lo que hice.

Cerré los ojos y dejé que las lágrimas corrieran. Soriana continuaba apoyada en mi pecho y podía sentir el camisón humedecerse por su llanto.

—Estoy seguro de que ella sabía que no fue tu culpa, que en realidad no deseabas hacerle daño, Soriana. Tienes que perdonarte.

—¿Cómo voy a hacer eso, Aren? Quisiera verla de nuevo, una oportunidad y decirle cuanto lo siento.

Ella ocultó el rostro en mi pecho y empezó a llorar con fuerza. En ese momento deseé poseer el poder de borrar su memoria, de cambiar el pasado y construirle uno bonito, uno que la hubiese llevado a un presente donde Soriana viviera en Augsvert, reinando junto a su madre.

Tomé la harmónica que estaba sobre la mesita junto a la cama y empecé a tocar una tonada dulce. Toqué y toqué hasta que sentí su cuerpo relajarse y tuve la certeza de que se dormía. Poco tiempo después también lo hice yo.

***Juro que lo próximo que escriba será una comedia o algo alejado del drama T-T .Entre Soriana, Lysandro y Karel están acabando con mi estabilidad. En fin, ¿qué les pareció el capítulo?

Nos leemos el otro fin.

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