Capitulo VII: Caminos separados

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I

Keysa

Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. Cordillera de Ausvenia, ciudad de los Alferis.

Cuando Aren abrazó a Soriana y la besó, yo aparté la mirada, sentía que no debía estar allí, era igual a si estuviera espiando algo prohibido.

Sin embargo, él acabó con mi reticencia al llamarme para despedirse también de mí. De verdad sentía que era una pena tener que separarnos, llevábamos juntos las últimas cuatro lunaciones y yo sentía que Aren era parte de mi vida, que lo conocía desde siempre. Se me salieron las lágrimas cuando me abrazó y me susurró al oído que me cuidara y que cuidara de Soriana. También me prometió que volveríamos a vernos, pero algo dentro de mí me decía que no sería así, que esa era la última vez que íbamos a estar juntos los tres.

Con las lágrimas deslizándose por mis mejillas, veía el hipogrifo empequeñecerse en la lejanía de la noche, luego Soriana apretó suavemente mi mano.

—No llores, pronto volveremos a reunirnos.

Yo asentí con una sonrisa triste y me limpié la cara con la manga del vestido. Soriana suspiró, no lo decía, ella no lloraba, pero yo sabía que también estaba afectada por la separación. Se acercó al hipogrifo que descansaba echado sobre sus patas y le acarició el pico.

—Tendremos que dejarlo ir. Desconozco si es común entre los alferis poseer hipogrifos y lo que menos deseo es llamar la atención.

El otoño casi llegaba a su final, estábamos en tierras altas así que el frío empezaba a hacerse notar con fuerza, me ceñí la capa y asentí sin saber muy bien qué contestarle, yo no sabía nada sobre ese pueblo.

Soriana le quitó las cinchas y la silla de montar al animal, le dio una fuerte palmada en los cuartos traseros y este dio una coz en el suelo. Me dio la impresión de que no entendía que era libre. Sin embargo, no pasó mucho para que, finalmente, batiera las enormes alas y alzara el vuelo.

Ya a solas miré a nuestro alrededor, el terreno era árido, cubierto de rocas negras que sobresalían del suelo en el que a tramos se extendía una capa de musgo aterciopelado. Los pocos arbustos que había no sobrepasaban la media vara de altura. Aquel paisaje se extendía en el horizonte, interrumpido por las grandes rocas negras, algunas de las cuales en la oscuridad de la noche cobraban formas caprichosas y extrañas, semejantes a personas y animales.

—Y bien. —Me giré hacia Soriana—, ¿por dónde iremos?

—No tengo idea —contestó ella, muy tranquila—, jamás he estado en tierra de los alferis.

Sin embargo, vi que tenía una pluma de hipogrifo en la diestra. Soriana se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, colocó la pluma frente a ella y se hizo un piquete con la punta de su espada en uno de sus dedos. Ya sabía lo que haría: la variante del haukr de sombras.

La pluma se impregnó con su sangre mientras ella susurraba en lísico antiguo. De su cuerpo brotaron cintas negras de energía que envolvieron la pluma. Esta quedó suspendida en el aire lo que tarda en consumirse una brizna de paja al fuego. Soriana permanecía sentada con los ojos abiertos, completamente negros, como si espesa brea se hubiese colado en ellos y los empañara. Tenía los labios entreabiertos y la energía de Morkes continuaba envolviéndola.

El tiempo pasaba y ella no volvía a la normalidad. Empezaba a temer que no pudiera detener la energía oscura y no lograra salir del hechizo. Empecé a caminar delante de ella, atenta a si había algún cambio. En realidad no sabía qué hacer para revertirlo. Pero sus ojos fueron aclarándose poco a poco y la bruma desapareció lentamente.

A pesar de la oscuridad, podía notar que estaba fatigada. Muchas veces la vi hacer ese mismo hechizo y jamás noté que quedara tan agotada y que tardara tanto en recuperarse. Aquello me preocupó y más cuando recordé lo que dijo la reina de las hadas en Skógarari, que la magia de Morkes empezaba a exigirle su pago, que Soriana al final moriría.

Me apresuré a ayudarla para que se enderezara.

—Muéstranos —le ordenó ella a la pluma con su voz ronca.

De inmediato, esta, que se había vuelto del color de un cuervo, se elevó y empezó a volar hacia el frente, señalando el camino al lado de una luminaria roja que Soriana había convocado antes.

La ayudé a levantarse y empezamos a caminar. Al principio los pasos de Soriana eran vacilantes, pero a medida que avanzábamos ella recuperaba la fuerza y la estabilidad. Caminamos en silencio, ceñidas a nuestros abrigos. Mi preocupación por ella y su debilidad, cada vez más persistente, era mayor que la incertidumbre que nos aguardaba una vez pisáramos el territorio de los alferis. Tal vez ese plan era una pésima idea, sobre todo la parte de que Aren se hubiera marchado.

—¿Alguna vez has visto a un alferi, Keysa?

—¿Ah? —me sorprendió la repentina pregunta, yo estaba concentrada en mis cavilaciones—. No, nunca. ¿Y tú?

Soriana exhaló un gran suspiro y agachó la mirada.

—Hace poco más de diez años, cuando yo todavía vivía en Augsvert. Ellos asaltaron la frontera, es la única vez que los he visto.

—¡Oh! Y, ¿cómo son?

Soriana frunció el ceño, pero luego sonrió mirando como la pluma daba volteretas mientras se deslizaba en el aire.

—Creo que te sorprenderás, Keysa.

—¿Por qué? ¿Son muy feos? Los imagino como grandes insectos con patas y brazos muy largos.

Soriana se carcajeó de mi respuesta.

—No, nada de eso. Son muy parecidos a mí, o quizás yo soy muy parecida a ellos.

Me sorprendió que fueran así. Los alferis eran una raza misteriosa y prácticamente desconocida de la que nadie hablaba. Yo había forjado una imagen mental basada en el nombre y algunas historias que había escuchado sobre ellos, así que no entendí muy bien a qué se refería con que eran parecidos. ¿Tal vez a que todos eran hechiceros oscuros como ella?

—Aren me contó que ellos están en guerra con Augsvert porque desean tomar sus tierras —le respondí, era lo único con certeza que sabía.

—Así es —contestó ella mientras avanzábamos por un estrecho camino flanqueado por terreno desigual—. Hace mucho tiempo, antes de que llegara la era de Lys, no había humanos en esta parte del continente, ellos vivían más allá de Northsevia.

»Desde lo que hoy en día es Doromir y hasta el mar Espino, cruzando Vergsvert y Augsvert, solo existían criaturas mágicas. Los seres más parecidos a un humano eran ustedes, las hadas que habitaban los bosques, y los alferis en Augsvert.

A nuestro alrededor las rocas eran altas, retorcidas y erosionadas, la luz roja de la luminaria de Soriana las hacía parecer personas o animales agazapados, esperando al acecho. Tenía que acuciar la vista para convencerme de que eran inorgánicas.

—¿Y qué pasó? —Aparté la mirada del inquietante paisaje y giré hacia Soriana, ella miraba al frente, en su rostro y su andar ya no había señales de debilidad—. ¿Cómo llegaron tantos humanos aquí al punto de que las hadas están limitadas a unos pocos bosques y los alferis salieron de Augsvert?

—Pues hubo un cambio en el clima que hizo que las tierras más allá de Northsevia se congelaran. Los humanos comunes, huyendo del frío, llegaron hasta el Dorm, la mayoría se quedó cerca de sus márgenes y con el tiempo fundaron Doromir y Briön, por eso ellos son rubios y pelirrojos, muy blancos, conservan la fisonomía de esos primeros humanos que venían de Northsevia. Unos pocos continuaron al sur buscando tierras mas cálidas, formaron aldeas y comenzaron a vivir en ellas. Pero estos humanos no eran muy inteligentes, solo cazaban y se peleaban entre ellos, no conocían de medicina, ni agricultura, muchas enfermedades los asolaban. Las criaturas mágicas y sobre todo las hadas, los despreciaban porque no tenían magia, no sabían cuidarse así mismos, eran más parecidos a animales viviendo en manadas.

Yo escuchaba asombrada el relato de Soriana, casi había olvidado el camino y las formas fantasmagóricas de las rocas. No tenía ni idea de que antes los humanos no habían sido tan poderosos como lo eran ese momento.

—Y entonces, ¿qué pasó?

—Pasó que el reino de Augsvert era habitado por los alferis, unos seres con magia muy avanzada. Tenían hermosas construcciones en su país y gozaban de terrenos muy fértiles, sin embargo, tenían que trabajar ellos mismos para conseguir todo ese progreso. Así que un día, un muy joven príncipe Alberic salió de su reino y vio en sus aldeas a los humanos que morían de enfermedades y desnutrición, los invitó a vivir en Augsvert con la promesa de enseñarles los secretos de la medicina y como cultivar la tierra.

»Al principio fue así. Dicen que el príncipe Alberic se hizo muy amigo de un humano, le enseñó lísico, incluso a hacer magia. Por supuesto, la magia de un común no es avanzada, pero hace algo. Con el tiempo, los humanos en Augsvert fueron prosperando, al punto de que algunos alferis tomaron esposas y amantes humanas, tuvieron hijos y surgió una nueva raza mezclada. Pero así como algunos alferis se casaban, otros simplemente tomaban humanas a la fuerza creyéndose con el derecho para hacerlo. Muchos esclavizaron a humanos para que trabajaran sus tierras o construyeran sus viviendas.

—Eso es horrible Soriana —me sorprendía saber que los humanos alguna vez estuvieron en la posición en la que ahora se encontraban las criaturas mágicas.

—Así es. Eso también lo pensó Sigfrid, el humano que se hizo amigo del príncipe Alberic. Trató de hacerle ver al príncipe lo que los alferis les estaban haciendo a algunos de ellos, pero el príncipe se negaba a creerlo, él solo veía que ambas razas convivían en paz y se ayudaban.

»Llegó un momento en que las humanas que tenían hijos de alferis esperaban un trato deferente para ellas y sus hijos, pero estos eran tratados como bastardos y ellas menospreciadas. Poco a poco la situación fue tornándose tensa, hasta que un día estalló una rebelión. Los humanos se sublevaron.

—¿Cómo pudieron hacer eso si los alferis tenían magia y ellos no?

—Pues porque el príncipe Alberic los subestimó. Le enseñó muchas cosas a Sigfrid y él, harto de que su amigo no hiciera nada para remediar la precaria situación de su gente, usó esos conocimientos.

Hubo una luna roja. Los alferis celebraban en una gran fiesta. Los humanos que eran sus sirvientes aprovecharon y los drogaron, luego los asesinaron para librarse de la esclavitud a la que los tenían sometidos.

Me cubrí la boca con las manos. En ese punto de la historia no tenía claro quienes eran peores si los alferis o los humanos. Soriana continuó con el relato:

—Dicen que algunos niños alferis guiados por ancianos lograron escapar por un túnel subterráneo. Esos alferis sobrevivientes fundaron la ciudad a la que nos dirigimos. Pero la diosa Lys los castigó y perdieron su magia, en cambio, premió a los humanos que se sublevaron en Augsvert y les dio savje poderoso. También estaban aquellos niños nacidos de alferis y humanas, ellos conservaron la sangre mágica. Algunas mujeres alferis, amadas por humanos, fueron perdonadas y continuaron viviendo en Augsvert, dando a luz niños, mitad alferis, mitad humanos. Así surgimos los sorceres, de esa mezcla. Por eso nuestro tono de piel es más oscuro que el de los humanos que habitan Doromir y Briön, por la sangre de los alferis que hay en nuestras venas. Muchas de aquellas personas mestizas no se quedaron en Augsvert, sino que salieron y continuaron mezclándose, se asentaron en Vesalia y con el tiempo fundaron Vergsvert.

»Los alferis sobrevivientes prosperaron aquí, en estas laderas y desde entonces buscan regresar a Augsvert y vengarse por lo que los humanos les hicieron.

Estaba estupefacta con la historia que Soriana contaba.

—No sé qué pensar —le dije sinceramente—, si catalogarla de asombrosa o escalofriante.

—Supongo que es ambas cosas. Una muestra del egoísmo de las criaturas de esta tierra. Desde que tengo uso de razón, los alferis nos han acosado intentando regresar. Muchos sorceres han muerto rechazándolos, también muchos alferis, todo sea dicho. Ahora ese hechicero oscuro ha pactado con ellos, algo debe haberles ofrecido, tienen un plan para por fin invadir Augsvert.

—¿Los alferis tienen ejército?

—Siempre han tenido un ejército. Hace cincuenta años la situación era más dura porque el domo de Augsvert no existía, fue mi padre quien lo ideó, desde entonces los alferis no han podido incursionar en nuestro reino, pero ahora el domo está resquebrajándose y la reina actual no tiene el poder suficiente para repararlo.

—¿Tú podrías repararlo, Soriana?

Ella permaneció en silencio bastante tiempo, tanto que creí que no contestaría; sin embargo, habló en voz baja.

—Yo iba a ser la reina de Augsvert. Casi desde que nací fui entrenada para conocer todos los secretos del domo: como repararlo, mantenerlo, retirarlo. Mi tía Engla, la actual reina, no conoce esos secretos porque ella no estaba destinada a reinar. Supongo que aunque no quiera debo hacerme cargo, ¿verdad?

Por primera vez desde que la conocía, Soriana se mostraba vulnerable, como una niña que espera que le digan que no es necesario que haga sus deberes.

Asentí, pues no hallaba qué más decirle. De pronto un pensamiento me agobió.

—Soriana, si los alferis descubren que tú eres una sorcerina te mataran, ¿no es cierto? Supongo que tendremos que disfrazarnos.

Ella sonrió ampliamente

—Por primera vez mi disfraz será mi apariencia real. Tú no debes temer, eres un hada y te mostrarás como tal. Ellos no tienen nada en contra de las hadas, así que entraremos a la ciudad tal cual somos.

Continuamos caminando un largo trayecto en el cual Soriana continuó contándome historias antiguas de los primeros años de los humanos en Augsvert. Entendí por qué los sorceres eran tan centrados en ellos mismos, se aislaban debido a la situación difícil con sus enemigos.

Empezamos a ver luces titilando en la lejanía, entonces nos detuvimos.

—Allí está Ausvenia, la ciudad de los alferis —dijo Soriana en medio de un suspiro.

—¿Entraremos ahora?

Ella asintió.

—Creo que es lo mejor, de noche habrá menos vigilancia.

—¿Qué idioma hablan?

—¿Los alferis? —preguntó de regreso Soriana—. La lengua común que se habla en el resto de Olhoinnalia. Los alferis que vivían en Augsvert hablaban lísico, pero con la convivencia con los humanos surgió un dialecto mezcla de ambos: la lengua común. Los niños que salieron de Augsvert mantuvieron ese dialecto y es el que actualmente se habla en Ausvenia.

—¿Y el lísico? —pregunté.

—Lo olvidaron —me contestó ella, siempre mirando al frente—. Por eso los alferis no pueden hacer runas.

Así que no tendría problemas para entender el dialecto de ellos. Nos ceñimos las capas y cubrimos nuestras cabezas con las capuchas para ingresar en la tierra de los alferis.

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*Hola a todos ¿que les ha parecido la historia de los alferis y de por qué salieron de Augsvert?

Hice a los personajes en picrew, se parecen bastante a como los imagino en mi mente, espero que les gusten.

Soriana. (Sin la cicatriz en la mejilla, no había como ponerla)

Aren.

Keysa.

Sori y Aren de lo mas tiernos. Ojalá algún día puedan estar así.

Besitos. Hasta dentro de 15 días, cuando sabremos como le va a nuestro lars favorito al regresar a Augsvert. ¿Que cren que pase cuando se reencuentre con Engla?

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