•Dos•

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Al día siguiente ya me encontraba frente a la puerta de su residencia, con mi mejor ropa, mi pelo bien peinado y con el anillo de compromiso en mi bolsillo, no podría olvidar jamás lo nervioso que me encontraba en ese momento, pero supe disimularlo bastante bien.
Aguarde afuera unos segundos antes de que ella apareciera por el marco de la puerta con un vestido floral de margarita que le llegaba abajo de la rodilla, jamás podría describir con precisión lo hermosa que se veía esa tarde, me regaló una sonrisa y me invitó a pasar confesando que ya todos esperaban en el comedor para iniciar.

Durante la comida, su padre siempre intentó dejarme en ridículo, por supuesto Louisa quizo evitarlo a toda costa, trataba de hacerme formar parte de su familia, así era ella, pensando en los demás antes que si misma.

—¿Así que te vas más por el arte?—pregunto cortando su filete y haciendo mover su gran bigote al masticar.

—Así es señor—respondí dejando los cubiertos a un lado—El arte es una expresión y una sensación que se consigue a través del ilusionismo, hace realidad lo imposible y la clave está en el misterio, es magia.

—Eso suena maravilloso, Park—habló la madre de Louisa con una sonrisa en el rostro.

—¿Y crees que eso te va a dar de comer?—cuestiono serio.

—¡Papá!—se quejó Louisette avergonzada.

—Bueno, actualmente nos da de comer a mi padre y a mi, entonces mi respuesta es si—mencioné tratando de ser lo más respetuoso posible.

—Creí que el arte solo era para maricas—exclamó haciendo que su esposa soltara los cubiertos repentinamente.

—¡Dios mío, Dimitri!—exclamo su esposa con un tono molesto—Eso es muy impolítico de tu parte.

No sabía que más decir, estaba realmente desconcertado e incómodo.

—¡Pues lo lamentó mujer! Pero esa es mi opinión al respecto, es que míralo, es tan delgado y con las facciones tan finas que...

—¿Puedes parar ya?—exclamó Louisa levantándose de la mesa—Park está presente padre, es un buen chico y no merece tú escarnio.

—Está bien, no pasa nada—mencioné tomándola de la mano para tranquilizarla y hacer que volviera a tomar asiento.

La mirada de su madre se posó en nuestras manos entrelazadas y su entrecejo se frunció al instante.

—Y dinos Louisette, ¿Qué te incitó a traer a tu amigo a acompañarnos esta tarde?—hablo seriamente tomando la copa de vino entre sus dedos.

—Bueno...

—Vine, a pedir la mano de su hija—interrumpí seguro de mi, correspondiendo su mirada.

—Qué tú...¿Qué?—cuestiono dejando la copa sobre la mesa.

—Bueno, su hija y yo estamos enamorados, y decidimos dar el siguiente paso—contesté girando para mirarla, topándome con esa bella sonrisa.

—Wow, eso es hermoso hija, pero...¿No es demasiado pronto?—habló su madre juntando sus dos manos.

—No, mamá, lo amo—respondió la castaña—Por primera vez me imagino un futuro, uno donde él está incluido.

—Joven, Park—se escuchó esta vez la voz grave de su padre—Hablemos en mi despacho.

Aquella oficina era molestamente decorada con un papel tapiz marrón, opacaba cualquier tipo de armonía, miraba cada movimiento, desde que aquel hombre tomaba dos vasos cortos y anchos, para después colocar dos cubos de hielo, hasta finalmente depositar lo que parecía ser whisky.
Tomó ambos con seriedad, me ofreció uno de ellos y creí que lo correcto era no negarme, así que sintiéndome nervioso lo acepté.

—¿Matrimonio?—soltó gravemente aún con aquella seriedad acompañando su rostro—¿Sabes que es?

Bajé la mirada posándola en aquella bebida.

—No realmente, Señor—respondí siendo lo más sincero que me permitía.

—Contraer matrimonio, es asegurar una desendencia—continúo caminando erguido, mientras yo solo podía mirar el piso—Dejar un legado. Ahora déjame preguntarte joven Park, ¿Qué legado podrías brindarle tú a tú familia? ¿El arte? ¿La pasión?

—Bueno...Señor Vasseur, para mi el casarse no solo se trata de asegurar un descendiente—hablé por fin atreviéndome a mirarlo—El matrimonio es la perfección a la que el amor aspira, suele ser agotador muchas veces pero vale mucho la pena, y yo, señor, amo con todo mi corazón a su hija.

—Seré sincero contigo —mencionó acercándose a mi hasta quedar frente a frente—No la mereces. No mereces estar con ella—continúo mirándome—No tendrían una casa, algo llamado hogar, ni siquiera sabes si serás capaz de seguir estudiando, ¿Cómo puedes garantizar un futuro estable para mi hija? No, no puedes.

Lo observé. Escuche atentamente. Lo pensé detenidamente. Pensé una vez más, y después de ello, volví a pensarlo.
Sin embargo, por mucho que lo hiciese, por mucho que reflexionara al respecto, llegaba a la misma conclusión.
Tenía razón. ¡Demonios! Tenía toda la razón.
Solo estaba siendo un chico iluso y enamoradizo, un gran soñador que no sé permitía poner los pies en tierra.

—No eres un mal muchacho—dijo soltando un suspiro pesado y profundo.

Caminó regreso a su escritorio, tomó asiento en aquella silla de cuero y masajeo su sien como si se encontrara cansado mentalmente.

—Pero entiéndeme...ella se merece el universo entero, y tú no podrías brindarle ni siquiera una insignificante estrella.

Aquella tarde me di cuenta.
No importaba cuan fuerte fuese el amor que por ella sentía, no importaba lo dispuesto que estaba para hacerla feliz por el resto de sus días, no, eso no era lo importante.
Porque no habría una estabilidad para garantizarle una buena vida, y mientras no hubiese nada de eso, no habría un nosotros.

—Park, ¿Te encuentras bien?—preguntó una vez salimos de su hogar—Seguro fue duro contigo, como lo lamento, pero descuida, cuando tú y yo nos casemos, no permitiré que siga moles...

La miré.
La miré todo lo que pude.
Pero mirarla dolía, dolía mucho. Tenía que ser sensato, realista, y demasiado romántico para arriesgarme.

—Nosotros...—la interrumpi sintiendo la garganta seca—No nos casaremos—solté tomándola por sorpresa—No podemos estar juntos, lo siento.

—¿Có-Cómo?—articulo con dificultad mirándome incrédula—¿Qué cosas dices? No bromees así.

—Te amo, Louisa—susurré con el nudo formándose en mi garganta—Quiero que lo sepas.

—Lo sé, lo sé perfectamente—respondió frunciendo su entrecejo y llevó su mano sobre mi mejilla con delicadeza—Lo hago también, te correspondo de la misma manera.

—Pero no podemos estar juntos—solté reuniendo todo el valor que podía, quitando su mano despacio—Mereces todo lo bueno que posees, te mereces flores en la puerta de tu casa y café en el jardín por las mañanas, mereces que te recuerden en un susurro que te aman cada día a las 3:00 de la madrugada, mereces sinceridad, mereces el mundo si es posible.

Una lágrima resbaló sobre su mejilla hasta perderse en sus labios.

—Y yo no puedo brindártelo—continúe apartando la mirada—Acepta que mereces un poco más, que yo.

—Estás siendo tan cruel ¿Lo sabias?—contestó con voz temblorosa.

—Lo siento—fue lo único que me atrevía a decir en ese momento.

—Eres un cobarde—espeta separándose abruptamente de mi— Huyes cuando las cosas se ponen difíciles.

—¡No te merezco! No puedo pasar toda mi vida aparentando que si, haciéndome y haciéndote creer que si

—¡Te amo!—exclamó con algo de desespero en su voz—Siempre seré tuya, y estoy segura que mañana te amaré más de lo que te amo ahora, y más de lo que posiblemente jamás te amaré...y sé que tú me correspondes, sé que te sientes de la misma manera, la única diferencia es que yo estoy dispuesta a pelear por este amor, porque me niego a creer que es imposible, pero tu inseguridad e indecisión, no te permiten combatir a mi lado.

—No es justo que yo te haga esto Louisa, mereces un amor extraordinario y yo no puedo cumplir con esa expectativa.

Esa tarde regresé con el anillo de compromiso aún en mi bolsillo, con el corazón hecho pedazos y el orgullo y dignidad por el piso.
Y en ese entonces creí que eso era lo correcto, que estaba haciendo lo mejor para ella.

Los siguientes días seguía visitando mi casa, por mi parte siempre traté de evitarla a toda costa, mi padre salía diciendo que no estaba, me escondía o trabajaba para mantener mi mente ocupada.

Así pasaron los meses, las estaciones.
El tiempo que corría con nosotros, un día se detuvo y no fui capaz de hacer que corriera nuevamente.

El amor no es para cobardes, el amar requiere mucha valentía.
Pero mi amor, supongo yo, nunca fue más fuerte que mi cobardía.
Hoy me atrevo a hablar de valentía, siendo yo un culminaré cobarde, porque no me atrevía a buscarla, sabiendo cuanto la extrañaba realmente.

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