CAPÍTULO DIECISÉIS

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Best Part of Me -Ed Sheeran

Estaban conectados.

Jessica lo supo cuando al bajar las escaleras, vio que Halit estaba sentado en el suelo con la niña entre las piernas mientras ella le tiraba copos de cereal a la boca y él la felicitaba cada vez que acertaba.

El lazo que estaba creciendo entre ellos era demasiado fuerte, tan fuerte que por un momento Jessica temió que pudieran perderse el uno al otro.

Habían creado una rutina muy sencilla, por las noches siempre veían películas familiares un poco antiguas y aunque Jessica las había visto todas, siempre fingía sorprenderse con cada escena.

Mavi se quedaba dormida antes cada vez pero Halit las veía todas con los ojos muy abiertos, pegado a la pantalla y después de acabar, siempre agradecía a Jessica por haberla puesto.

Esa tarde salió a comprar unas tostadas porque la niña había tenido un antojo, pasó por una panadería y después regresó al vecindario.

A la distancia Jessica vio a Lauren, su vecina. Estaba vestida con su uniforme de enfermera y saliendo de su coche. Sintió que tenía la necesidad de hablar con ella, de agradecerle la oportunidad que le había dado para proteger a esa pequeña.

Se acercó a ella por la espalda y le tocó el hombro, Lauren se giró.

—¿Podemos hablar un segundo?

La enfermera metió las manos en el bolsillo de su uniforme y suspiró.

—Llego tarde al trabajo, no tengo mucho tiempo.

—No te preocupes, será un momento. Solo quería agradecerte por no haber…

—Yo no he hecho nada, Jessica. No me he inmiscuido y no lo haré. Tengo un hijo pequeño, no voy a meterme en esto —La cortó.

—Lo sé pero aún así, te lo agradezco. Halit y yo estamos intentándolo todo y…

—¿Y tú crees que con intentarlo basta? —Volvió a interrumpirla— Una niña de seis años no es un experimento ni un proyecto. No es un capricho ni algo que se pueda tomar a la ligera. Si se encariña contigo, ¿sabes lo difícil que será cuando tengas que separarla de ti? Tarde o temprano alguien os encontrará y tendrás que romper todas las promesas que le has hecho.

Jessica negó. Sus manos intentaron decir las palabras que su boca no podía.

—Lo sé Lauren pero…

—No, Jessica. Es que no quiero escucharte, lo siento. No puedo ni imaginarme todo lo que esa niña va a sufrir si se encariña con vosotros. Lo mejor que podéis hacer es… devolverla.
Lo siento pero es así, devolverla antes de que sea demasiado tarde, antes de que ella te quiera. Ahora si no te importa, tengo un trabajo y un hijo esperándome.

Lauren ni siquiera la dejó terminar, cerró su coche y siguió de largo hacia el hospital.

Jessica continuó su camino pero las palabras de su vecina se quedaron dentro de ella como un eco que se repetía a cada paso.

Lo sabía, sabía que esas palabras eran ciertas pero, ¿cómo podía devolver a la niña sabiendo todo lo que había sufrido? ¿Cómo podía arrancarle de cuajo toda la esperanza que ya le habían dado?

Intentó que las dudas no la afectaran, que la niña no notara cómo se sentía. Al regresar a casa se los encontró en el jardín de atrás, estaban sentados mirando las estrellas, cubiertos por una manta y con otra en el suelo.

—¿No es un poco tarde para estar aquí fuera? Hace algo de frío.

Se acomodó junto a ellos y comenzó a acariciar el cabello de Mavi.

—Hemos decidido dormir en el jardín esta noche, ¿verdad, Mavi? Bueno en realidad lo ha decidido ella y yo he decidido que no quería discutir
—bromeó Halit.

Jessica sacó las tostadas pero no las tocó, tenía el estómago vacío y solo podía sentir la indigestión de esas palabras como un regusto amargo en la garganta. Si comía algo, vomitaría.

Los dejó solos un rato cuando terminaron de comer, se marchó a la cocina para recoger las cosas y de paso, para poder estar sola durante cinco minutos.

Lo que habían hecho ya no tenía vuelta atrás pero, ¿hasta qué punto habían entrado en el corazón de esa niña?

Al mirarla con Halit no podía evitar pensar que ella lo adoraba pero quizá todavía no fuera tarde para tomar una decisión correcta.

Quizá en realidad no hubiera una única decisión correcta sino que todas eran igual de erróneas pero más complicadas que la anterior. Fue al baño y se echó agua en la cara, el reloj ya marcaba pasadas las diez y ella se sentía como si un camión le hubiera pasado por encima.

Regresó poco después, la niña ya se estaba quedando dormida.

—¿Ves esas estrellas de ahí arriba? Es la constelación de Andrómeda. Creo que es la más bonita —susurró Halit, le estaba acariciando el cabello. La niña sonrió.

Jessica miró a las estrellas, esa no era Andrómeda pero no sé molestaría en corregirlo. Mavi se giró hacia ella al notar cómo se sentaba a su lado.

—Yo tenía un abuelito que un día se fue al cielo. ¿Está ahí arriba ahora? —preguntó.

Jessica miró a Halit, él se encogió de hombros.

—Yo también tenía un abuelito, mi abuela murió cuando mi papá todavía era un niño y ¿sabes una cosa? Mi abuelo siempre me decía que cuando una persona muere, se convierte en aire. Los días en los que hace más frío, las personas a las que hemos amado nos están abrazando y cuando hace calor, están cerca de nosotros y nunca nos dejan. Seguro que tu abuelito te está viendo ahora, Mavi.

La niña se incorporó un poco y se quitó de encima la manta.

—Halit, ¿tus papás también están en el cielo?

Él miró hacia la hierba, sus manos arrancaron una brizna y la hizo pedacitos muy poco a poco. Sin mirarla, fingió una sonrisa.

—Sí —contestó sin más.

Jessica se dedicó entonces a mirar hacia el cielo, las estrellas brillaban pero unos nubarrones enormes habían comenzado a asomarse por una esquinita de la postal y amenazaban con una gran tormenta.

Cuando escuchó los suaves ronquidos de la niña, supo que por fin se había quedado dormida y esperó que la luz de las estrellas pudiera alejar sus pesadillas. Se recostó a su lado, sus manos abrazándola y sus ojos cerrados.

—Era mentira —dijo.

Escuchó una risa tranquila.

—Claro que era mentira, odiaba astrología. Era la clase en la que hacía más pellas, no aprobé.

—No hablaba de eso, tus padres no están muertos.

Jessica no podía verlo pero sabía que Halit se había mojado los labios, era lo que siempre hacía cuando se sentía acorralado, como un mecanismo de defensa.

—¿Para qué haces preguntas que no quieres saber? No sé si están muertos o vivos pero tampoco me interesa.

Él se había acostado del lado opuesto. No podían mirarse pero se estaban viendo de una manera muy diferente.

—¿Cómo puede no interesarte en absoluto? —preguntó ella.

—Porque el mundo estaría mejor si algunas personas no estuvieran.

—Sé lo que te hicieron pero siguen siendo tus padres, Halit.

Lo sintió bufar.

—¿Y qué? Piensa en Claude, ¿de verdad crees que supondría una gran pérdida si estuviera muerta? No todo el mundo vivió una vida rosa en una calle de piruletas como tú. No sé si están vivos o muertos pero sí están vivos, lo siento por ellos y si están muertos, me alegro por el mundo. Yo no soy uno de esos hipócritas que dicen que todo el mundo es bueno cuando ya han muerto.

Jessica no le respondió, en las últimas semanas había aprendido que existían personas con un corazón tan podrido como el de Claude y estaba de acuerdo en que una muerte como la suya, no sería una pérdida.

Luego de un rato, Halit ya se había quedado dormido y ella lo sabía porque no podía dormir, las palabras de Lauren seguían bullendo en su interior como llamaradas momentáneas.

Cuando estaban juntos y los escuchaba hablar, Jessica se olvidaba de los problemas, de sus dudas pero cuando todo volvía a estar en silencio, los fantasmas regresaban con más fuerza que antes.

Él no iba a escucharla y precisamente por eso se lo dijo, porque nunca tendría la oportunidad de responderle y mucho menos de saber que le había contestado. Susurró, muy para sus adentros.

—Estabas señalando a Aquila.
Buenas noches, Halit.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

La tormenta se desató justo después de que entraran en casa, los relámpagos iluminaban el cielo con una fuerza tan gigante que Dios parecía haberse enfurecido.

La lluvia no rompió hasta mucho después pero la fuerza de la naturaleza era tal que parecía poder romper la casa de un golpe de viento, las paredes serían de papel y ellos, de barro.

Mavi no pudo seguir durmiendo cuando el fenómeno se desató, le prepararon un chocolate caliente y la dejaron medio adormilada en la cocina.

Jessica creía que ahí dentro estaban a salvo, que las vigas de la casa podrían soportarlo todo, incluso sus secretos. Pero un rato después, una mano alargada y negruzca se asomó a través de un ventanal y sopló con todas sus ganas, derribando las paredes de papel.

El timbre sonó poco después de que el reloj marcara las siete de la mañana, estaba amaneciendo pero las nubes grises no dejaban que el sol saliera.

Halit abrió la puerta sin camiseta, llevaba unos pantalones largos y el pelo revuelto. Tenía las ojeras tan marcadas que parecía no haber dormido en días.

Al otro lado, un policía de uniforme lo miraba como si estuviera a punto de soplar fuego y reducirlo a cenizas.

—Buenos días, son los nuevos vecinos, ¿no es así? Soy Bill, vivo en la calle de atrás.

—Lo somos, sí. Halit —extendió su mano para estrecharla.

Un sudor frío se acumuló en el nacimiento de su pelo y le fue erizando la piel cuando comenzó a caer. La garganta le pesó como si tuviera una soga al cuello y alguien estuviera intentando que dejara de respirar.

—¿Me dejas pasar, Halit? Llevo semanas viendoos pasear por el vecindario y tenía la sensación de que había algo raro en vosotros pero no sabía exactamente el qué. Necesito que hablemos.

La mano de Halit arañó el marco de la puerta y su primer instinto fue el de acertarle un puñetazo en la cara que lo dejara sin sentido y salir corriendo.

Pero lo único que haría eso sería empeorar la situación. Jessica estaba en la cocina y debía permanecer allí así que Halit se hizo a un lado y lo dejó entrar en la casa.

—Pasa Bill, adelante. Disculpa que te reciba así vestido pero mi esposa y mi hija están durmiendo y no quiero molestarlas. Hemos tenido una noche complicada con la tormenta.

Se aseguró de hablar lo suficiente alto para que Jessica entendiera el mensaje. Bill se rio, parecía una de esas personas demasiado fisgonas para no meterse en asuntos ajenos.

Por instinto Jessica agarró a la niña y cuando esta la miró, le pidió silencio con un dedo.

—No te preocupes, no voy a molestar mucho pero necesitaba hablar contigo y no podía seguir esperando.

Se sentó en su sofá, ese mismo que todas las noches era su lugar para ver películas, el que Jessica no volvería a ver de la misma manera si conseguían salir de esa situación.

—Por supuesto pero dame un minuto para que por lo menos te prepare un café —dijo Halit y seguidamente apareció por la cocina.

Miró hacia atrás y se acercó a ellas, se dirigió a Jessica.

—Vete —ordenó. Mavi iba a protestar pero Jessica le colocó las manos alrededor de la boca y negó.

—Pero Halit…

—No, Jessica. Vete. Coge a la niña y vete ahora. Sal por el jardín trasero, venga. Rápido.

—¿Y si no está aquí por eso? ¿Y si solo quería presentarse?

Halit miró a la niña y después a ella.

—¿Y si sí? No podemos arriesgarnos.

Jessica negó, la sangre le bombeaba en los oídos. Halit vio su nerviosismo y para tratar de calmarla, le puso las manos en los hombros y la miró fijamente, muy cerca de su cara.

—Vete, vamos. Vete ya, por favor. Yo me encargo de él pero tienes que irte.

Le acarició los hombros con suavidad, Jessica llevaba puesto un pijama y las zapatillas de estar por casa y la niña estaba a medio vestir.

Halit rebuscó en la cocina, siempre dejaba su ropa tirada en cualquier parte así que cogió un suéter y una chaqueta que tenía a mano y se las pegó al pecho a Jessica antes de mirarla una última vez.

Ella no se lo pensó más, cogió en brazos a la niña y salieron por la puerta de atrás, escaparon por el jardín y comenzaron a caminar muy deprisa.

Podrían haber cogido el coche pero Halit siempre lo dejaba dos calles más allá, mal aparcado y demasiado lejos.

—¿Dónde vamos, Jessica?

Le colocó el suéter a toda prisa y se echó por los hombros la chaqueta de Halit, luego volvió a cogerla en brazos y le besó la cabeza.

—Tranquila cariño, estaremos bien.

Pero ni ella misma se creía sus propias palabras. La niña comenzó a patalear en el aire, protestaba y pedía que la dejara en el suelo.

—Mavi, por favor.

—¡No quiero irme! Quiero ir con Halit, Jessica por favor. Quiero ir con Halit.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, se limpió con rabia con el dorso de la mano.

—No podemos volver, ahora no. Tenemos que irnos, por favor cariño.

La niña comenzó a llorar.

—Pero yo no quiero irme… Por favor, Jessica. Quiero ir con Halit —repitió.

Sus mejillas habían tomado color y sus ojos estaban enrojecidos por el llanto. Jessica tuvo que cogerla en brazos contra su propia voluntad y seguir caminando sin rumbo fijo.

Le temblaba todo el cuerpo, hasta los dientes castañeteaban dentro de su boca como si estuviera pasando un frío descomunal. Pero tenía calor, le sudaban hasta las palmas de las manos.

Los nervios estaban pegándose a puñetazos limpios dentro de su estómago y la cabeza le daba vueltas, sentía que necesitaba vomitar aunque no había comido nada desde el día anterior.

Mavi no paraba de llorar y sus lágrimas eran tan intensas que el cielo se solidarizó con ella. Las gotas comenzaron a estrellarse contra el suelo y poco después, estaban empapadas.

Se refugió bajo la cornisa de una casa de dos plantas, temblaba tanto que apenas podía permanecer quieta y solo habían avanzado unas cuantas calles. Mantenía a la niña pegada a su pecho con demasiada fuerza y sentía sus pataleos por todo el cuerpo pero no la soltó.

No podía dejar de pensar en qué harían si se quedaban solas, si tenían que seguir solas o si siquiera tendrían esa oportunidad. Pero tampoco podía dejar de pensar en Halit, en sus ojos verdes llenos de preocupación y en sus manos temblorosas buscando darle un consuelo que ni él mismo encontraba.

Se había quedado ahí, solo. Al pie del cañón, se había sacrificado para que ellas pudieran marcharse y lo había hecho sin dudar ni una milésima de segundo. Sintió que la presión en el pecho le oprimía al respirar y que a su corazón le dolía incluso latir.

Cada latido era un doloroso martillazo que podía notar en los oídos, en las muñecas, en las pestañas. La lluvia caía con fuerza como si se estuviera tomando la revancha, como si todas sus malas decisiones se hubieran acumulado en forma de gotas y estuvieran cayendo sobre ella con la fuerza de un huracán.

Solo quería irse a casa.

Quería volver a ese sofá algo cochambroso, a mirar las horas pasar por su tortuoso reloj, a ver películas malas y reírse con las conversaciones sin sentido de Halit y Mavi.

Había deseado con tanta fuerza que los encontraran pero ahora estaba tan confusa, tan perdida que cuando vio aparecer la figura de Halit con la forma de la lluvia, Jessica solo corrió.

Corrió hacia él pero no supo lo lejos que estaba hasta que no llegó ni tampoco en qué momento la niña se soltó de sus brazos.

Halit estaba empapado de pies a cabeza, llevaba una camiseta que apenas lo protegía del frío y tiritaba como una hoja a la que está arrastrando la marea.

Pero estaba allí, había ido a por ellas.

Mientras corrían hacia él Jessica no pudo evitar recordar las palabras de Lauren al darse cuenta de que en realidad, ya era demasiado tarde.

La niña lo quería, los quería a los dos pero especialmente a él. Él la quería, las necesitaba a los dos pero quería a esa niña con toda su alma.

Cuando llegó a su lado ni siquiera ella recordaría después haberlo abrazado, haber intentado quitarse un poco de su calor y dárselo a él, traspasarle un pedacito de su corazón y agradecerle por estar ahí, por haberse quedado para que ellas pudieran marcharse y por haber vuelto después.

Hizo puños con la manga de su camiseta y aspiró contra su cuello, las lágrimas se mezclaron con la lluvia mientras volvían a respirar.

Ya era demasiado tarde, pensó Jessica.

Sus corazones se habían sincronizado para latir al mismo ritmo. Pero no solo era demasiado tarde para ellos sino que también lo era para ella porque allí de pie, bajo una incesante lluvia y abrazada con todas sus fuerzas al mismo hombre que había arruinado su vida, Jessica pensó en que no cambiaría nada.

Seguiría tomando las mismas decisiones —quizá acertadas, quizá equivocadas— si pudiera volver atrás.

En ese preciso instante comprendió que no había ningún lugar, ninguna persona y ningún momento en el que ella quisiera estar más que en ese, junto a ellos.

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