CAPÍTULO NUEVE

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Nirvana -Sam Smith

¿Por qué siempre que necesitaban disimular ella lo besaba?

No había ocurrido una vez sino dos veces, la primera dos años atrás y la segunda, apenas un par de horas.

Halit no quería que Jessica lo besara, no le gustaba, ni siquiera le caía bien y la única razón que los mantenía unidos atravesando las carreteras de Santa Mar era la niña de seis años que viajaba con ellos en la parte trasera del coche.

No es que le molestara haberla besado o más bien, que ella lo hubiera besado, Jessica era una de las mujeres más hermosas que Halit había conocido pero era una cretina, una niña egocéntrica y mimada incapaz de prestar atención a la vida de los demás.

Era egoísta y cobarde y eso contrastaba demasiado con él, un estafador y un mentiroso.

Halit nunca la miraría de esa manera, nunca la vería como una mujer ante sus ojos, igual que ella no lo veía a él como a un hombre sino como a un escollo.

No había ninguna razón de peso para que siempre acabaran besándose pero ahí estaban otra vez, evitando mirarse a la cara después de otra sesión de disimulo algo húmeda.

Jessica lo miró, Halit sonrió y subió los dedos hasta su boca para repasarse los labios a propósito y molestarla un poco, ella apartó la mirada de golpe y se cruzó de brazos.

Él soltó una risita traviesa.

—¿Cuál es el plan? —preguntó ella sin mirarlo.

—Ya lo sabes, no hay plan.

—¡Perfecto! Hemos secuestrado a una niña pero no tenemos un plan —Halit sonrió—. ¿Se puede saber de qué te ríes?

Él la miró señalándola, luego se señaló a sí mismo y por último a la niña.

—«Hemos» en plural. Me ha parecido gracioso que te hayas incluido. No te he secuestrado a ti ni a la niña, tú y yo la hemos secuestrado.

Jessica se giró hacia él con los labios apretados.

—¿Te parece que eso es lo más importante ahora? Tenemos que encontrar un lugar para pasar esta noche y necesitaremos alquilar una casa o algo así.

Halit miró por el retrovisor, la niña levantó la mirada hacia él y curvó los labios en una sonrisita dulce.
Él le guiñó un ojo y sonrió de la misma manera.

-Hay un sitio cerca de aquí, no es muy conocido porque es una especie de pensión, uno de esos caserones que regentan un par de viejecitos que alquilan por habitación y noche. No es muy lujoso pero nos servirá para esta noche.

Jessica asintió con la mirada perdida en la carretera, comenzó a morderse el labio inferior despacio.

—Conozco un sitio en el que podríamos vivir, se llama Luna Azul, es una urbanización pero primero tendría que hablar con la agencia que alquila las casas. Necesito un poco de tiempo.

Halit volvió a mirar hacia el retrovisor, esperando esta vez que la niña no le devolviera la mirada, agachó la cabeza un poco y bajó la voz para que ella no pudiera oírlo.

—¿No crees que ya habrán empezado a buscarla? Habrá carteles con su foto por todas partes, tenemos que andarnos con cuidado.

Jessica giró el cuerpo para echarle un vistazo rápido a la pequeña y luego miró a Halit.

—No lo sé, con los recursos que tienen los Mackey, pueden movilizar a un ejército si quieren.

—Quizá esa sea la clave, ¿y si no quieren? La niña es un estorbo para ellos, ¿y si no la están buscando? Con el dinero que tienen podrían decir que la han mandado a un internado en Inglaterra y nadie se extrañaría.

—No digas tonterías, Halit. Solo por su reputación, la buscarían. Quizá deberíamos esconderla un tiempo.

Él curvó los labios en una mueca de desagrado.

—De eso nada, no la he sacado de ese lugar para encerrarla en ninguna parte. Incluso si nos encuentran esta misma noche, habrá valido la pena -sentenció.

Durante el resto del día Jessica se pasó colgada del teléfono, hablando con la inmobiliaria y tratando de convencerlos para poder mudarse lo antes posible.

Pararon a comer en un lugar de comida rápida y dieron vueltas alrededor de la zona hasta que un filtro azulado se apoderó del ambiente.

Llegaron al caserón para cuando la noche ya había caído.

El caserón constaba de dos plantas hechas de vigas de madera y ventanas de aluminio blanco, con colores ocres y cremas y algunas enredaderas subiendo desde el jardín de la entrada.

En medio de la hierba mal perfilada había un camino de pedruscos pulidos que terminaba en una puerta alta y redonda. Halit sacó del coche a la niña cuando ya estaba medio dormida, ella se acurrucó en su cuello y su respiración se fue estabilizando.

Llegaron hasta una aldaba de bordes oxidados que Halit utilizó para llamar a la puerta. Desde fuera se escuchaba el sonido de unas voces demasiado altas mezcladas con algunas risas.

Les abrió un hombre de bigotes caracoleados y cabello blanco, sobre su cabeza tenía un gorrito de fiesta y a los pelillos por encima de su boca los acompañaba un matasuegras multicolor. Halit y Jessica se miraron.

—Hola... Soy Halit, hemos hablado por teléfono esta tarde.

El hombre asintió con una enorme sonrisa, una panza prominente se dejaba ver bajo una camisa de cuadros azules y blancos.

—¡Pasad, pasad! Estamos celebrando el cumpleaños de mi hija. Poneos cómodos, hay comida para todos.

¿Para todos? Al entrar Halit el hombre le dio una palmada en la espalda tan fuerte que casi lo hizo tambalearse, él miró a Jessica con el horror pintado en el rostro y ella se aguantó una risita.

Dentro de la casa, había por lo menos una docena de personas pisando confites y con collares de flores de plástico decorando sus cuellos.

Entre medio de todos había una mesa alargada llena de comida de picoteo, algunos invitados estaban abriendo un espacio entre los cuencos y platos como si estuvieran esperando por algo más.

La casa parecía muy antigua, aunque entre los globos de colores y los confites apenas podía distinguirse el color amarillento de sus paredes o las baldosas blancas con manchitas marrones del suelo, era evidente que la casa había sido construida muchos años atrás.

Una mujer de caderas voluptuosas se abrió paso junto a una adolescente que parecía avergonzada, la cumpleañera supusieron ellos. La mujer cargaba una tarta de chocolate de dos pisos que colocó en el espacio que habían abierto para ella en la mesa.

Tenía el pelo por debajo de las orejas, un flequillo a mitad de frente y la cara con la forma de una luna completa. Al mirarlos, abrió la boca con alegría.

—¡Ya están aquí! Venid, no os quedéis en la puerta que voy a partir la tarta.

Pero ellos no dieron ni un solo paso adelante.

—Estamos un poco cansados por el viaje, nos gustaría irnos a la cama directamente -dijo Halit.

La mujer cambió el gesto muy rápido pero al ver a la niña, volvió a sonreír y rodeó la mesa para acercarse a ellos.

—De eso nada, al menos tomad una copa con nosotros, que es el cumpleaños de la niña —acotó el hombre de bigotes curiosos.

—No, gracias —respondió Halit.

La mujer, que supusieron era la esposa, llegó a su lado y le acarició las mejillas a la pequeña.

—Qué niña tan preciosa, ¿es vuestra?

—Sí —respondió Jessica sin pensar.

La mujer torció la cabeza con un gesto de ternura y se llevó ambas manos al pecho.

—¿Cómo se llama? Es muy pequeña, ¿no?

Jessica notó en la mirada de esa mujer y en su expresión corporal que su curiosidad no cesaría pronto y que después de esa pregunta, llegarían otras que serían mucho más complicadas de responder así que tomó la iniciativa, se adelantó un paso para cubrir a la niña con su cuerpo y le sonrió ampliamente.

—Muy pequeña, sí. Creo que al final vamos a aceptar esa copa.

Al mirar por encima de su hombro, la expresión de Halit se había descompuesto y estaba pálido.

El hombre de los bigotes salió de detrás de su mujer con dos copas ambarinas en la mano como si lo hubiera estado esperando, su sonrisa se ensanchó cuando Jessica cogió la primera copa y asintió hacia Halit para que él tomara la suya.

—Después de esto será mejor que vayáis directos a la cama, es de nuestra propia cosecha, el licor más fuerte de toda Cambras —presumió.

Jessica miró a Halit, el color parecía haber abandonado por completo su rostro y tenía la mirada perdida junto con la copa extendida, como si le diera reparo incluso tocarla.

Sus ojos verdes habían cambiado de tonalidad, incluso parecía a punto de soltar una lágrima.

Se acercó la copa a los labios con los ojos todavía perdidos entre la gente frente a él, en su estómago había anidado una bandada de pájaros salvajes que estaban revoloteando.

Se bebió la copa de un trago, sin respirar y luego la apartó de su rostro como si se hubiera quemado. Jessica lo siguió, tenía un sabor a manzana demasiado intenso para su gusto. Luego de acabarse la copa, los dejaron ir.

Al entrar en la habitación, la niña ya estaba en un sueño profundo, Halit la dejó sobre el único colchón grande que había y se incorporó.

Frente a la cama había un pequeño balcón que daba a la entradita del caserón y al otro lado, un baño con una ducha y un váter.

—Duerme tú con la niña, yo duermo en el suelo —ordenó Jessica pero Halit no respondió.

Al girarse hacia él, se dio cuenta de que se estaba peleando contra su propia chaqueta, se le había quedado atorada en los codos y Halit era incapaz de quitársela.

Era un movimiento sencillo pero él se movía como un robot sin engrasar, con los músculos tensos y los pies torpes.

—¿Halit? —preguntó.

Cuando por fin pudo liberarse de la chaqueta, pretendió lanzarla a la cama pero falló a pesar de que estaba a pocos centímetros de ella y cayó al suelo.

Tenía los ojos enrojecidos y sus pies no caminaban en línea recta. Jessica se interpuso entre él y el balcón y le colocó las manos en el pecho. Lo miró a la cara pero él no la veía.

—No me lo puedo creer, estás borracho. ¿Cómo puedes estar borracho si solo hemos tomado una copa?

Él se encogió de hombros.

Ella se había mareado un poco, era un licor muy fuerte y no estaba demasiado acostumbrada a beber pero emborracharse con una copa era un nivel diferente.

Jessica miró a su alrededor, no tenía café para que bebiera y no podía acostarse así con la niña. Lo agarró por los hombros y le pegó una cachetada suave.

—Halit espabila, vamos.

Él gruñó, cerró los ojos por un momento. Jessica rodó los ojos, pegarle suavemente no sería suficiente y no es que no deseara pegarle con todas sus fuerzas pero no podía, no delante de la niña.

Tenía que hacer algo más.

Con mucho pesar, Jessica se agachó debajo de él y se echó su brazo por encima de sus hombros, Halit era demasiado grandullón para ella y no podría arrastrar su peso por mucho rato.

—Pon un poco de tu parte o te meto la cabeza en el váter, imbécil —amenazó.

Halit soltó una risita, le parecía muy divertida la combinación de palabras que Jessica había utilizado.

Mientras lo arrastraba hasta la ducha, Jessica tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas porque por muy cerca que estuviera, Halit era por lo menos veinticinco kilos más pesado que ella.

Olía a menta, ¿cómo podía oler a menta si no se habían duchado en dos días?

Su cuerpo junto al de ella era lo más parecido a una llamarada de calor hirviendo y tuvo que mirar hacia otro lado para despejarse.

Lo metió a regañadientes en la ducha mientras él protestaba, lo empujó contra la pared y reguló el grifo con agua tibia antes de abrirlo.

Cuando la alcachofa expulsó el agua de golpe, Halit miró hacia arriba con las comisuras de los labios hacia arriba, riéndose.

Pero el equilibrio le falló y estuvo a punto de resbalar.

Jessica se estaba mojando el brazo desnudo, intentó retroceder para alejarse de la fuente de agua pero entonces sintió un tirón en la muñeca y de repente estaba bajo el grifo.

El agua la golpeó de lleno sobre la cabeza y abrió la boca al notar un frío intenso acompañado de un dolor agudo en todo el cerebro.

Intentó moverse pero Halit la había agarrado por las muñecas para no caer.

Levantó la mirada hacia él, poco a poco el agua se fue templando y la neblina en la mente de Halit se fue despejando como si un plumero estuviera quitándole el polvo a golpes.

Sus ojos se encontraron bajo el agua.

El pelo de Halit se le había pegado a la frente y estaba respirando con algo de esfuerzo, el vestido de Jessica se le había pegado al cuerpo como una segunda piel y ensalzaba todas sus curvas y sus pechos desnudos.

Los ojos verdes de él estaban muy abiertos y se habían oscurecido, estaban llenos de algo que Jessica no podía descifrar.

Sin querer bajó la mirada siguiendo el recorrido del agua, primero pasaba por sus largas pestañas negras, luego las gotas resbalaban por su piel bronceada y llegaban hasta su mandíbula bien formada, agolpandose en finas capas en sus labios entreabiertos, después bajaban hasta perderse en los pliegues de su ropa, en la camisa pegada a su pecho que dejaba ver unos músculos bien trabajados y unos hombros fuertes. Jessica sacudió la cabeza.

¿Por qué sus labios parecían más rojos y carnosos bajo el agua?

¿Y por qué el corazón le estaba bombeando hasta en los párpados?

Tragó saliva, los pulmones se le habían achicado y no podía pensar con claridad, como si la borracha fuera ella y no él.

Intentaba mantener la calma pero resultaba demasiado difícil, ¿cómo podría ser fácil cuando sentía que le quemaba la piel, cuando notaba los latidos de su corazón en todos los lugares prohibidos de su cuerpo y hasta las piernas le temblaban?

Con las manos buscó la salida, se agarró de la mampara dejándolo atrás. Si no respiraba aire fresco, se volvería loca.

Ella salió de la ducha buscando aire pero él se quedó allí, apoyado en la pared mientras la veía alejarse con las gotas de agua resbalando desde su vestido hasta sus piernas y dejando un reguero a su paso.

Al verla alejarse sintió un peso en el estómago, quizá y solo quizá, aunque solo se tratara de una alucinación provocada por el alcohol o de un deseo pasajero, ella no le era tan indiferente como creía.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

A la mañana siguiente salieron bien temprano, ninguno de los dos mencionó el incidente de la noche anterior aunque no habían podido pegar ojo, la única que había dormido en condiciones había sido la niña.

Cuando llegaron a su nuevo hogar, un enorme cartel blanco y negro anunciaba la entrada a la urbanización Luna Azul.

Se habían pasado por la agencia y habían conseguido alquilar la última casa libre.

La urbanización estaba rodeada de abetos, funcionaban como una muralla natural separándola del resto de Santa Mar.

A Jessica le recordó sus vacaciones en Saint-Malo, su hermoso muro de granito rodeando toda la ciudad y sus hermosas costas.

La playa no estaba muy lejos de Luna Azul pero quizá nunca tuvieran la oportunidad de visitarla, era mejor que intentaran pasar desapercibidos al menos por algún tiempo.

A la entrada de la urbanización, en polos opuestos de una rotonda, estaban el hospital, y el colegio infantil junto al supermercado.

Luego comenzaba otra larga carretera limitada por las casas de los vecinos de la urbanización.

Todas seguían las reglas de color, eran del mismo tono pastel de beige con las puertas marrón oscuro y unos bonitos jardines delanteros que acababan en los escalones de entrada a la casa, con un porche blanco y una valla del mismo tono.

La suya era la última casa de todas, en el punto en el que los abetos se encontraban unos a otros y se delimitaba el final de la urbanización.

Supieron que era esa porque estaba justo delante de un bonito parque con columpios, toboganes y caballitos puestos sobre la hierba.

Su nueva casa era exactamente igual que las otras en color y forma excepto por la única particularidad que suponía el banco mecedora que habitaba solitario el porche junto a la puerta.

Jessica había mantenido las llaves de la casa entre sus dedos todo el tiempo desde la agencia, al abrir la mano, la palma se le había quedado blanca con la forma de las llaves plasmada en el centro y estaba sudando frío.

Halit detuvo el coche y sacó las llaves del contacto, luego las miró a ellas y suspiró. Se limpió las manos contra el pantalón y entreabrió los labios para decir algo que nunca llegó a salir de su boca.

Jessica tampoco habló pero por detrás de ellos, la niña había comenzado a quitarse el cinturón de seguridad y a salir del coche. Salieron detrás de ella, Halit la tomó de la mano y Jessica se adelantó para abrir la puerta de la casa.

El primer escalón del porche crujió bajo su peso, la pintura blanca se había descascarado dejando algunas marcas marrones de la madera.

Se agarró de la barandilla para subir, el polvo acumulado le llenó las palmas de las manos. Las piernas le temblaban tanto que temió resbalar y caer. Falló en el primer intento de abrir la cerradura hasta que por fin consiguió el 'click'.

La casa olía un poco a cerrado, no era demasiado grande pero tenía dos plantas y dos habitaciones, era suficiente para ellos.

El salón estaba justo en la entrada, había un sofá enorme color vino frente a una televisión y las paredes estaban pintadas de un beige bastante feo.

Los muebles parecían acumulados en lugar de colocados, la cocina era abierta y tenía una isla cuadrada en el medio. Las escaleras no eran rectas pero tampoco de caracol, tenían una curvatura simple en el inicio y luego seguían rectas a las habitaciones.

—¿Te gusta?

—¡Me encanta, Jessica!

La pequeña se dedicó durante un largo rato a mirar aquí y allá, a explorar cada centímetro de la casa con la muñeca en sus manos y una sonrisa gigantesca decorando su cara.

Mientras la veía, Jessica recordó a la mujer del caserón y cómo sus preguntas, por sencillas que fueran, habían estado a punto de meterlos en un gran problema.

Debían tener cuidado, las personas a su alrededor no podían saber que no eran nada los unos de los otros ni que venían de lugares diferentes.

Para sus vecinos, sus conocidos y cualquiera con quién se cruzaran a partir de ese momento, los tres debían mantener la misma versión.

Era la única forma de que pudiera salir bien, de que nadie sospechara.

La niña los miró a los dos esperando a que hicieran o dijeran algo. Jessica se agachó cerca de ella y la invitó a acercarse con la mano.

Las palabras que estaba a punto de decir le quemaban en la punta de la lengua, sentía que cada una de las letras era como una aguja o más bien, como un clavo.

Acababa de meterse en un ataúd y todas esas palabras eran los clavos que la estaban enterrando viva.

Notó como si alguien desde el techo le hubiera echado una cuerda al cuello y estuviera apretando, ahogándola.

No es que estar con la niña fuera una tortura pero era todo lo que eso implicaba lo que le daba pavor, tenía miedo de la vida que le tocaría a partir de ese entonces pero ella había decidido quedarse y debía afrontar las consecuencias de su decisión.

Tomó aire profundamente antes de hablar y luego agarró a la niña por los brazos con suavidad.

—Escúchame un momento, ¿vale? Las personas que están aquí no saben quiénes somos, no nos conocen y no pueden hacerlo, ¿lo entiendes? Ellos creen que somos una familia normal y corriente que acaba de mudarse. Cuando estemos en casa puedes llamarnos como tú quieras pero a partir de ahora, para el resto del mundo eres nuestra hija —Los ojos se le llenaron de lágrimas al mirar a Halit- y nosotros un matrimonio. Tienes que llamarnos papá y mamá.

La niña asintió muy despacio mientras miraba de uno al otro como si estuviera procesando la información.

Apretó la muñeca contra su pecho y sus ojos se abrieron mucho, sus labios repasaron las palabras antes de repetirlas, las saborearon.

—Papá y mamá —reiteró Jessica— y tú eres...

No hizo falta que terminara la frase, la niña lo comprendió enseguida y sonrió asintiendo.

En ese momento, Halit empujó la puerta de la casa y cerró el mundo para ellos. A partir de ese instante, solo eran tres.

Ellos y nadie más.

Tiró de la tela de sus pantalones para poder agacharse y le guiñó un ojo a la pequeña, luego abrió los brazos para que ella corriera a abrazarlo y señaló a su alrededor antes de decirlo en voz alta.

—Bienvenida a casa, Mavi.

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