CAPÍTULO OCHO

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

In my blood -Shawn Mendes

Halit condujo evitando el centro de Santa Mar durante toda la mañana y buena parte de la tarde.

Antes de salir a carretera, dejó caer el lazo de la niña para que pareciera que había caminado hasta allí. No era su plan más brillante pero con un poco de suerte, estarían lo suficiente lejos de allí para cuando comenzaran a buscar.

Poco a poco, la extensión del cielo se fue tiñendo de naranja, luego el naranja se fue oscureciendo y las luces de las farolas y comercios comenzaron a encenderse al mismo tiempo que el sol daba las buenas noches a la ciudad.

Seray permanecía callada en los asientos traseros, jugando con la muñeca que Jessica había cogido de su habitación, de vez en cuando Halit la miraba a través del retrovisor y una gota de sudor se escurría desde las comisuras de su cabello.

Cuando la miraba tenía una inmensa sensación de vértigo apretándole el estómago y la inevitable pregunta de cómo podría cuidar de ella o siquiera de adónde llevaría a esa niña.

La había sacado de ahí, sí pero el resto del plan estaba tan oscuro como el punto de la carretera en el que las farolas quedaban atrás y los comercios se volvían motas de polvo en el retrovisor.

—¿Está muy oscuro ahí dentro?
—preguntó la niña después de un rato, señalando con sus dedos por encima de su cabeza. 

Halit la miró a través del retrovisor y se esforzó por sonreír. Luego aparcó el coche fuera de la calzada y se quitó el cinturón de seguridad.

—No te preocupes cariño, ya voy.

Salió del coche y le dio un golpecito a la ventanilla de Seray para que ella lo mirara, luego le guiñó un ojo y ella sonrió.

Al abrir el maletero, Jessica lo miraba expectante como si hubiera escuchado toda la conversación con la niña.

Parecía haber estado mirándolo todo el día incluso a través de las mil capas de piel del coche, escudriñando cada uno de sus movimientos, sopesando sus decisiones.

Él intentó agarrar su brazo para que pudiera salir mejor pero ella se apartó de un golpe brusco.

Se sentó en el maletero, estirando un poco las piernas y los brazos, se le habían dormido.

Halit intentó ayudarla, se sentía culpable por haberla metido ahí dentro en lugar de dejarla en los asientos traseros junto con la niña pero no podía permitir que gritara o le diera algún problema.

Primero tenía que sacar a Seray de la mansión y luego podría encargarse de ella. Ahora que estaban a salvo, la dejaría ir.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó ella girando el hombro.

—Vamos a…

—No, no me lo digas. No quiero saber nada, no me conviertas en cómplice de esto. Ya es demasiado tarde para arrepentirse, haz lo que quieras.

Jessica pisó con fuerza el suelo antes de levantarse pero había pasado demasiadas horas en la misma posición y sus pies no pudieron soportar su peso.

Un hormigueo creció desde la punta de sus dedos hasta sus rodillas, pasando por sus tobillos y luego se tambaleó hacia delante, estaba a punto de caer al suelo hasta que los brazos de Halit la frenaron.

Jessica había cerrado los ojos, esperando que un fuerte impacto le sacara de golpe el aire de los pulmones pero en lugar de aterrizar sobre la grava del suelo, su pecho se chocó contra él.

Al abrir los ojos se lo encontró de frente con el ceño fruncido y mirándola cara a cara.

Aspiró, su perfume no había cambiado en dos años ni tampoco la forma en la que sus ojos se oscurecían por la noche o cómo esas volutas de verde más claro se dejaban ver a la luz de la luna.

Jessica se obligó a reaccionar y le pegó un golpetazo en el hombro para que la soltara. Él la empujó con suavidad para incorporarla y que no se cayera al suelo al quitarse.

—De nada por no dejar que te cayeras
—le dijo.

Jessica se ajustó el vestido y lo miró mal.

—Preferiría haberme comido el suelo. Aparta.

Se chocó contra él en su camino para marcharse, lo quitó de un empujón con el hombro.

Jessica notó que se había parado justo en la ventanilla de la niña y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Ahogó un grito con las palmas de las manos y dio toda la vuelta al coche para caminar por el otro costado.

Halit la vio alejarse meditando cuáles eran sus posibilidades en una noche de verano cerrada y sin una sola tienda a dos kilómetros a la redonda.

No había muchas, eso estaba claro. Pero lo que pasara con ella, no era problema suyo. No llevaba nada encima, se había dejado su bolso en el coche y el coche estaba metido en uno de los aparcamientos cercanos a la mansión Mackey.

Halit se preguntó mientras se subía en el coche si quizá, con un poco más de tiempo, ella habría hecho lo mismo.

Si la razón por la cual ese día y no otro había dejado su coche en un lugar que no fuera la mansión, era porque planeaba salvar a la niña, si lo hubiera hecho estando en su lugar.

Pero luego negó mientras la vio alejarse un poco más. No lo habría hecho, Halit. Ella no puede entender a Seray ni tampoco a ti, solo es una niña mimada cuyo mundo se cayó en pedazos, nunca podría ayudarte, pensó.

Tampoco te lo mereces, se repitió. De su soliloquio lo despertaron unas manos pequeñas y cálidas, Seray se apoyó en sus hombros y su cabecita se asomó por los asientos de delante para mirarlo.

—¿Se va a quedar ahí solita? Está muy oscuro.

Halit se removió para poder mirarla, la pequeña sostenía la muñeca contra su pecho con fuerza y sus ojos vagaban por encima de su hombro.

Por su izquierda apareció un coche con un par de tipos sentados en los asientos de delante que vieron a Jessica y después, redujeron la velocidad del coche como si fueran a detenerse.

Halit se colocó en el asiento y giró la llave en el contacto.

—Siéntate Seray, por favor —le pidió.

La niña hizo caso y Halit arrancó el coche, pasando junto al otro vehículo y quedando entre este y Jessica.

Al notar que alguien más había parado, los dos hombres siguieron conduciendo como si nada y desaparecieron entre las sombras de la noche.

Él comenzó a conducir pegado a Jessica, lo suficiente despacio para poder seguir su ritmo.

—No soy tan estúpida como para subirme a un coche con dos desconocidos —dijo ella con los brazos cruzados—, pero tampoco para subirme en el mismo coche que tú.

—Entonces no te subas conmigo, súbete con la niña. Mañana por la mañana podrás marcharte, solo será una noche.

Frenó el coche cruzandolo a su paso, Jessica paró pero no cambió su postura ni su opinión.

—¿A ti qué te importa lo que me pase?

Halit chasqueó la lengua y cabeceó hacia atrás sin mirarla.

—A mí me da igual, a ella no. Sube.

Jessica arrastró los ojos hacia la niña, ella la miraba con una enorme sonrisa y la ilusión brillando en sus pupilas.

Esa mueca de felicidad le aplastó el corazón, ni siquiera podía mirarla a la cara sin sentir vergüenza y culpa.

Una brisa levantó la arenilla de la calzada, Jessica se frotó los brazos, estaba helada y la piel se le había erizado.

No aguantaría mucho sola y sin abrigo. De mala gana abrió la puerta del copiloto, la niña se apartó mientras ella se sentaba y se colocó el cinturón.

Sin querer sus ojos volaron hasta el retrovisor y se encontraron con los de Halit, entonces apartó la vista muy deprisa y volvió a cruzarse de brazos.

Él sonrió. La niña se abalanzó sobre ella y la abrazó por todas partes, recostando su cabecita en el estómago de Jessica. Pero ella no la abrazó y las lágrimas comenzaron a rodar en silencio.

El coche siguió caminando durante un buen rato más hasta que en el horizonte divisaron las luces blancas de un motel de carretera que hospedaba turistas y maleantes.

Aparcaron enfrente de una cafetería ya cerrada, la recepción del hotel estaba en la planta baja de un edificio de madera rudimentario y algo derruido al que el verdín había conferido un aspecto sucio y descuidado, era un motel de mala muerte pero era lo único que habían encontrado en horas.

Rentaron una habitación doble con una ventana empolvada y la persiana rota a medio bajar, un par de camas pequeñas y un servicio que solo tenía lavabo y retrete. Olía a cerrado, a humedad trepando las paredes, a viejo.

Era una habitación angosta y desagradable, solo tenía un mueble atascado entre las dos camas y el espacio era tan reducido que no podían caminar por ella todos a la vez.

Halit dejó la chaqueta encima de una de las camas y los zapatos debajo, luego se retiró al baño, necesitaba un poco de agua fría para poner su mente en orden.

Desde ahí podía escuchar todo lo que ocurría en la habitación, sabía que Jessica no se había movido de la puerta, estaba de pie plantada junto a ella como un árbol, como si quisiera salir corriendo de ahí, como si estuviera esperando la oportunidad perfecta para marcharse sin mirar atrás.

Pero en ese momento, Seray se puso delante de ella con las manos alzadas y los ojos rogando por un poco de atención.

—¿Me subes ahí?

Señaló al mueble. Jessica apartó la mirada de ella, la cogió por debajo de los hombros y la sentó encima. Junto a ella había un peine con las púas medio rotas que la niña cogió para cepillarse el cabello.

—¿Me peinas, por favor?

Después de echarse un poco de agua en la cara y el cabello, Halit salió del baño pero se quedó parado en la puerta, mirándolas. Veía las piernas de Jessica temblar y los movimientos tensos de los músculos de sus hombros, estaba agarrotada a pesar de que ya no tenía frío.

Agarró el peine como si fuera una bomba a la que solo le faltaba el último cable por cortar y se lo metió entre el cabello a la niña sin demasiado cuidado. Su cuerpo tiritaba como si fuera gelatina, como si tuviera embotelladas demasiadas emociones dentro y no pudiera soportarlo.

Seray le puso una mano en el brazo.

—¿Estás enfadada conmigo, Jessica? ¿Por qué no me miras?

Jessica se anudó el corazón con los pedazos rotos de su alma y se recompuso para no derrumbarse.

—No lo estoy, Seray.

La niña se cruzó de brazos e hizo un puchero.

—No me gusta ese nombre.

Jessica le sonrió.

—¿Y cómo te gustaría llamarte entonces?

—¡Mavi! Mavi me gusta. ¿Puedo llamarme Mavi, Jessica? Si no saben cómo me llamo seguro que no nos encontrarán, ¿verdad?

La luz de la habitación era muy baja pero en los ojos de la niña había chispa, un brillo tan especial que amenazaba con iluminarlo todo.

Estaba ilusionada, con el corazón llenándole la garganta de palabras.

A pesar de todo el dolor que había atravesado a lo largo de su corta vida, Seray seguía teniendo ese brillo de esperanza enmarcandole el rostro, tan apabullante que durante un instante Jessica creyó en la posibilidad de que esa locura, saliera bien.

Jessica vagó entre sus ojos y su cuello, esa herida que todavía no había sanado. Luego recordó las pintadas en el armario y todas las veces que apartaba el rostro cuando su madre quería darle un beso.

Pensó en aquella vez en la que la niña le había preguntado si podían irse de viaje en ese momento y las manos le temblaron tanto que el peine se le cayó en los pies.

Tuvo que apoyar las palmas a cada lado cuando la vista se le nubló. Lo había intentado pero ya no podía seguir siendo fuerte.

—¿Por qué lloras, Jessica?

La niña le acarició el rostro y con las yemas de los dedos intentó apartar las lágrimas de sus mejillas.

—Yo no quería nada de esto, Seray. Yo no quería que te hicieran daño, yo no sabía lo que ocurría, ojalá lo hubiera visto antes —sollozó pero muy en el fondo, sabía que estaba mintiendo.

La niña la abrazó con todas sus fuerzas.

—No importa, Jessica. Ahora estoy aquí y podemos estar juntos y seguro que no nos encontrarán nunca.

Su sonrisa era tan inocente que a Jessica le pareció, tan solo durante un momento, que quizá podría ser cierto, que podrían marcharse lejos y comenzar una nueva vida.

Que todo saldría bien.

Seray era belleza, era la belleza de la inocencia, de una niña herida que a pesar de todo todavía conservaba la esperanza. Su sonrisa era más que genuina, era poderosa, capaz de resistirlo todo y capaz de hacer que cualquier persona a su alrededor, se contagiara de esperanza.

Jessica sonrió, le colocó el cabello por detrás de las orejas y acarició sus mejillas pálidas.

—Mavi… Mavi. Si quieres llamarte así, te llamarás así. No sé si saldrá bien, no puedo prometerlo cariño ni tampoco puedo cambiar cómo son las cosas. Tienes una madre y yo no puedo reemplazarla aunque ella sea una persona horrible. Pero puedo ser tu amiga, pequeña. Espero que eso sea suficiente.

Ella no respondió, tan solo se acurrucó en sus brazos hasta que los segundos se convirtieron en minutos y de su boca comenzó a salir un ruitido suave que anunciaba que se había quedado dormida.

El viaje por toda Santa Mar había sido agotador y la recostó sobre la cama que estaba más cerca de la pared.

Al dar media vuelta Jessica se encontró con los ojos de Halit llenos de molestia.

Él se cruzó de brazos al mirarla y cuando ella intentó acceder al baño, se lo impidió y con los ojos entrecerrados y la lengua lista para soltar todo el veneno que tenía retenido, escupió.

—Puedes mentirle a una niña de seis años pero no a mí. Yo soy un estafador y un mentiroso pero tú eres una cobarde porque lo sabías, sabías lo que le pasaba y no hiciste nada.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

Lo sabía, claro que lo sabía.

Lo supo desde el momento en el que miró a Seray a los ojos por primera vez, todo estaba escrito en las pupilas de esa niña como si fueran un libro abierto, una carta abierta a cualquiera que quisiera leer.

El problema era que Jessica no quería leer, mirar hacia otro lado era más cómodo, más fácil, era más sencillo imaginar que Seray era tan feliz como lo había sido ella porque saber la verdad y aceptarla, habría supuesto tener que hacer algo, tener que enfrentarse a un problema que jamás imaginó posible.

Su mundo rosa chicle se había tambaleado hasta romperse en pedazos muy pequeños que le estaban destrozando los pies.

Al día siguiente se sentaron en la cafetería, en una mesa a la luz del amanecer. La niña los despertó muy temprano saltando en las camas, se había pasado despierta buena parte de la noche y estaba muerta de hambre.

Ninguno había comido nada en casi veinticuatro horas. Cuando les sirvieron el desayuno, la niña comenzó a comer a toda prisa pero a Halit el primer mordisco de la tostada se le atragantó.

A través de la ventana de la cafetería podían verse un par de hombres con uniforme azul y una placa en el pecho que no dejaba lugar para las dudas.

Eran policías.

Jessica dejó su desayuno a medio comer, alejó el plato de su vida y miró a la niña. Maldita sea, debería haberse marchado ya pero no había podido.

—Vamos Seray, tenemos que irnos. Luego comeremos algo —dijo Halit extendiendo su mano hacia la pequeña.

La niña se cruzó de brazos.

—¡Pero tengo hambre ahora!

Halit miró de un lugar a otro y se acercó a ella.

—Por favor Seray, tenemos que irnos.

—¡No me gusta que me llames Seray, Halit! —gritó.

Jessica notó que una mujer había comenzado a mirarlos, le sonrió y después se acercó a la niña.

—Tranquila, Mavi. Nos sentaremos sin hacer mucho ruido y comeremos rápido, ¿vale? Pero por favor no grites.

La niña asintió. Jessica estiró su mano para acariciarle el brazo y después se giró para mirar a Halit y se inclinó sobre la mesa para que nadie más pudiera escucharla.

—Todo esto es culpa tuya, deberías haber llamado a la policía antes. ¿No te das cuenta de que esto no puede salir bien? ¡No puedes escapar de ellos! Solo la policía puede ayudarla —le gritó en un susurro— ¿Por qué te la llevaste?

Halit apretó el puño contra la mesa.

—Porque alguien tenía que hacerlo y no fuiste tú. Al menos yo tuve el valor.

—¿Y los niños se cuidan con valor? No has podido ni pagar dos habitaciones, no debe quedarte dinero ni para comer un par de veces más. ¿Crees que una niña se mantiene solo con buenas intenciones? Necesita comida y ropa, se pondrá enferma y necesitará medicinas. ¿Dónde va a vivir? No puedes cuidar de esta niña, no estás capacitado ni tienes los recursos suficientes y yo no pienso quedarme aquí para ver cómo destrozas su vida también.

Miró a la pequeña, estaba tan distraída con su desayuno que era el único momento que podía aprovechar.

Jessica alejó la silla al levantarse y dio media vuelta. No se despidió de ella al salir del hotel ni cuando comenzó a caminar en dirección contraria.

No tenía dinero ni forma de regresar a casa pero prefería estar sola y abandonada en una sucia carretera antes que ahí, sabiendo que tarde o temprano los acabarían encontrando.

Esa vida no era para ella, estaba acostumbrada a que la protegieran, no a proteger. A que la cuidaran, no a cuidar.

En la cafetería Halit miró a Seray, pronto preguntaría por Jessica y él no sabría qué decirle, no podría explicarle que se había marchado. Se metió las manos en el bolsillo, a su billetera le quedaba muy poco dinero y el labio le tembló.

¿Qué haría cuando se quedara sin nada? Seray pronto volvería a tener hambre y a él apenas le quedaban un par de billetes que no le durarían ni hasta el atardecer.

No tenía ahorros ni nadie a quien pedirle prestado, no tenía forma de conseguir nada de dinero ni sabía a dónde ir.

Siempre había vivido día a día, no tenía un trabajo real y se mantenía con lo poco que le sacaba a las mujeres que estafaba, él no necesitaba más pero una niña sí.

Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y las manos le sudaron. Nada le daba más miedo que llevar a esa niña de vuelta a casa pero, ¿cómo podía cuidar de ella alguien que ni siquiera podía cuidar de sí mismo?

Quizá la hubiera salvado de un infierno pero la estaba condenando a otro, como le había dicho Jessica.

Le dolía reconocer que ella tenía razón y que a diferencia de él, Jessica tenía esos recursos pero se había marchado y no había forma de convencerla para que los ayudara.

Extendió la mano hacia la niña, solo quería tocarla, quizá así pudiera tener la misma esperanza que tenía ella.

Pero no podía y tampoco podía hacerle más daño del que ya le habían hecho así que tuvo que tomar una decisión.

Halit arrastró la silla en completo silencio mientras ella apartaba los platos para jugar con su muñeca, no podía seguir. No podía hacerle eso.

Halit salió de la cafetería con las manos convertidas en puños y los ojos enrojecidos por el llanto.

Al otro lado, seguía estando ella.

Jessica aún no se había marchado, había algo presionando su pecho y se sentía mareada. No sabía adónde ir pero sus sentimientos se habían alargado más allá de su propia extensión, tenía algo en los pies que impedía sus pasos.

Desde ahí todavía podía ver a la pequeña, tan distraída en su propio mundo, en esa burbuja que había creado para escapar del dolor. Lo sabía, sí que lo hacía.

Había notado los golpes en el cuerpo de la niña mucho antes pero había decidido que era más fácil ignorarlo que enfrentarlo.

No porque no quisiera sino porque a veces creer es más difícil que ignorar. Ella había sido una niña feliz, ¿por qué no todas las niñas eran felices?

Jessica cerró los ojos con todas sus fuerzas, quizá si los cerraba lo suficiente fuerte, la realidad frente a ella desaparecería y Seray no sería más que otra niña feliz que juega con su muñeca.

Pero al volver a abrirlos, seguía estando allí, nada había cambiado y eso la golpeó como una ráfaga de viento que hizo tambalear sus cimientos, la estructura de su mente.

Daba igual cuánto ignorara esa situación como había ignorado la de la niña, al abrir los ojos seguiría estando allí. Los problemas no desaparecerían solo porque ella lo decidiera.

Los policías seguían estando allí, no estaban haciendo nada más que descansar y charlar y tampoco la estaban mirando pero Jessica sentía como si estuvieran esperándola a ella.

Por detrás de ellos, vio a Halit. Sus ojos estaban enrojecidos y su cabello se enredaba al aire.

Jessica miró a la niña, no había desaparecido aunque ella lo hubiera deseado con todas sus fuerzas. Y si se daba media vuelta, tampoco lo haría.

Jessica nunca había necesitado enfrentarse a nada hasta que Halit apareció, sus padres lo habían hecho todo por ella y estaba aprendiendo por las malas que las personas como Seray no tienen escudos ni barreras.

Que se enfrentan solos a todo y no pueden ignorar lo que ocurre aunque quieran.

Halit no se detuvo, estaba a punto de llegar hasta los policías.

Iba a entregar a la niña, la devolvería a ese lugar infame del que la había sacado.

Pero al mirarla otra vez, algo le gritó a Jessica desde el fondo de sus pulmones. No podía permitirlo, no podía dejar que ocurriera, no podía abandonarla y aunque eso supusiera enfrentarse a sus propios demonios, por una vez, ella sería el escudo.

Sus zapatos se clavaron en la carretera con la fuerza de un vendaval y pocos segundos después, su cuerpo impactó contra el de Halit justo cuando este había llegado junto a los policías.

Sus manos se enredaron en su nuca.

Lo besó.

Volver a besar a Halit fue como saltar del mismo precipicio que te dejó el cuerpo lleno de cicatrices la primera vez, fue como correr sobre lava sabiendo que vas a quemarte y aún así, avanzar.

Fue como mirar a la persona que te vuelve loco sabiendo que con cada segundo, estás cayendo un poco más profundo.

Sus labios le quemaron la piel igual que dos años atrás, las llamas de ese incendio descontrolado le recorrieron las mejillas, luego fueron bajando por su pecho y vientre y se perdieron entre sus piernas.

Besar a Halit era saber que se estaba perdiendo, que se estaba atravesando a sí misma una flecha en el pecho mientras seguía besándolo.

Porque también era natural, le resultó tan natural que incluso se asustó, como si un engranaje hubiera encontrado a ese otro con el que encaja, hecho a su medida.

Jessica se obligó a retroceder, no podía respirar pero tuvo que hablar en un susurro cortado.

—Ni se te ocurra —le dijo al oído.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro