CAPÍTULO VEINTIDÓS

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Gizli Ask -Feride Hilal Akin

Halit llevaba dos ramos de rosas, uno en cada mano.

El día de la rosa era el día favorito de Mavi. Aunque la tradición de Santa Mar mandaba que, el 8 de octubre de cada año, los enamorados le regalaban una rosa a su persona amada y si esta aceptaba, su amor sería eterno.

Mavi había decidido regalarle una rosa a cada uno de sus profesores por si, según ella, nadie más se la había regalado.

—Si hay diez profesores, ¿por qué llevo cien rosas? —dijo Halit, algunas espinas se le estaban clavando en los hombros.

—Porque no puedo regalarle rosas a los profes y no a mis compis, Halit. Diugh.

La niña lo dijo como si fuera lo más obvio del mundo. Salieron de casa, el frío se había recrudecido en las últimas dos semanas.

—La tradición no es así, le regalas una flor a tu amado, no a toda la clase.

Halit se paró para recolocarse los ramos de flores sobre las rodillas.

—Yo no conozco la tradición —dijo Mavi.
Jessica los miró y sonrió.

—Verás, pequeña. La tradición nace de la leyenda de la princesa Mar. ¿Conoces esa leyenda?

La niña negó.

—Hace muchos, muchos años, la princesa Mar estaba buscando un esposo y anunció a todos sus pretendientes que solo se casaría con el hombre que le llevara el objeto más hermoso del reino. El Príncipe de Santo Aire le regaló un diamante tan pero tan grande que hicieron falta una docena de personas para traerlo hasta aquí. Ella lo miró durante apenas unos segundos y después dijo: «no es lo suficiente hermoso». El Príncipe de Santa Tierra le llevó un cetro de cristales puros que había encontrado en un barco pirata al otro lado del mundo pero cuando se lo entregó, Mar dijo: «¡No es lo suficiente hermoso!» y mandó a que se lo llevaran. Durante semanas muchos hombres viajaron desde todo el mundo trayendo a Santa Mar objetos de un valor incalculable, bellezas tan difíciles de encontrar, que ni siquiera parecían reales. Pero la princesa Mar los rechazó todos uno por uno. ¡Ninguno era lo suficiente preciado ni hermoso para ella! Entonces un día, un campesino acudió al palacio de la Princesa. Ellos dos ya se conocían, habían pasado juntos mucho tiempo cuando apenas eran unos niños. El campesino llevaba toda su vida enamorado de ella pero no podía ofrecerle ninguna riqueza. Así que se agachó y delante de todos los pretendientes de Mar, cortó una preciosa rosa para ella y se la ofreció. «¿Eso es todo lo que puedes ofrecerme, campesino?» él la miró durante mucho rato antes de decirle: «Lo único más hermoso que esta flor, eres tú.» y entonces, ella recordó sus días de niñez y el amor que sentían el uno por el otro. Se casaron y tuvieron muchos pero muchos hijos. Así fue como nació la tradición.

—¡Qué historia tan bonita! Voy a contárselo a todos mis compañeros
—exclamó la niña.

—Una historia preciosa pero si yo fuera el pobre campesino, ni siquiera me habría agachado por una princesa tan antipática.

Jessica se cruzó de brazos.

—¿Y qué le habrías regalado tú, idiota?
—No lo sé, ¿una chocolatina? y que diera gracias.

Jessica rio, era incorregible. Se detuvieron frente al colegio, Halit comenzó a repartir las flores en la puerta en nombre de la niña, una para cada compañero y profesor.

Habían estado toda la noche pegando pequeños cartelitos con el nombre de Mavi a los tallos de las flores. La niña repartía abrazos con una facilidad extraordinaria y todos los padres se detenían para agradecer el gesto. Cuando solo quedaban dos flores, Halit se sacudió las espinas del jersey.

Se había pinchado por todas partes.

—Solo quedan dos. Una es para esa jefa de secretaría tan desagradable que siempre se olvida de mi nombre y otra para el profesor de educación física.

Jessica le quitó una de las rosas con rapidez.

—¡A la jefa de secretaría se la das tú!
—exclamó con una sonrisa y luego se fue corriendo.

Halit chasqueó la lengua, había vuelto a ganar pero cuando se dispuso a enfrentarse a esa mujer tan antipática, noto que Jessica ya había llegado hasta la puerta, en la que el señor Matthew esperaba. Él la miró, luego recogió la flor de sus manos y sonrió.

Halit frunció el ceño, ¿por qué ese profesor la estaba mirando de esa manera?

Jessica asintió una última vez, se giró y regresó caminando.

—¿Todavía no se la has dado a esa mujer? Si quieres se la doy yo, tengo que reunirme con el señor Matthew, estoy esperando a que me diga cuándo.

—¿Tú sola? —le preguntó.

Mavi había terminado de repartir sus flores y los abrazos a todos sus compañeros y llegó corriendo a su lado para despedirse antes de entrar en clase.
Les dio un beso rápido en las mejillas.

—No te olvides de no decir nuestros nombres, ¿vale, Mavi? Halit y Jessica solo son para cuando estamos en casa —le recordó ella.

La niña asintió y después se marchó con su mochila de unicornio rebotando en su espalda.

Halit la miró perderse entre las filas de sus compañeros, luego recorrió el resto del patio con sus ojos para encontrar al profesor. Jessica lo agarró por el brazo y tiró de él.

—¿Recuerdas el otro día cuando vine a traer a la niña y te pedí el divorcio por teléfono? Creo que el profesor estaba en la puerta y lo escuchó. Pensará que estamos en proceso de divorcio y querrá saber si va a afectar a la niña, supongo. Cuando me reúna con él, le explicaré el malentendido.

Él se detuvo frente a ella, impidiendo que avanzara.

—¿Quiere hablar contigo porque se preocupa por la niña o porque cree que estás divorciada?

Jessica se cruzó de brazos, se sentía molesta y ofendida ante esa insinuación.

—¿Qué estás insinuando, Halit?

Pero si ella estaba molesta, él estaba más que enfadado, estaba iracundo. La forma en la que ese profesor la había mirado no había pasado desapercibida para Halit.

—No estoy insinuando nada, lo estoy diciendo.
Si tiene que hablar contigo, ¿por qué no te cita en horario de colegio? ¿No será que no se trata de un asunto escolar?

Jessica pasó de largo pero él dio un paso atrás y volvió a interrumpir su camino.

—No te inventes historias, solo es un profesor.

—Un profesor con el que nos reunimos cuando la niña entró en el colegio pero que no te dijo nada. Tuvimos una reunión con todo el profesorado la semana pasada y, ¿ahora quiere una reunión a solas contigo?

Jessica no podía negar que a ella también le parecía curioso pero quizá, el interés del profesor de la niña fuera el de conocer su situación familiar. Nada más.

—Esta tarde hay un partido de fútbol abierto y él estará allí. Ven y compruébalo tú mismo.

Halit la dejó pasar.

—Lo haré y más le vale que esto no sea lo que yo estoy pensando, Jessica porque no pienso dejarlo pasar.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

A media tarde el partido comenzó en las traseras del colegio, en un enorme jardín que era casi la mitad que un campo de fútbol estándar.

Lauren pasó de largo junto con su hijo Robbie, la clase del niño ya había terminado su juego y se marchaban a casa. Al pasar no los saludó pero sí los miró durante un largo rato y sonrió a la niña.

De vez en cuando, Mavi todavía jugaba con Robbie en el patio del colegio o en el parque pero rara vez Lauren se quedaba a saludar o les dirigía la palabra, tal y como les había repetido en varias ocasiones, había preferido mantenerse al margen.

Jessica, Halit y Mavi iban tomados de la mano como de costumbre, entraron en un recinto  que ni siquiera tenía gradas y en el que los padres esperaban a sus hijos en las bandas.

En la banda cruzada a la suya, los niños se amontonaban para recibir las últimas instrucciones y del lado opuesto, estaban los demás padres. Halit y Jessica se quedaron rezagados, un poco alejados de los demás. Mavi corrió junto a sus compañeros, se colocó frente al profesor y les sonrió y saludó con la mano desde allí.

—¿Cuántas instrucciones les va a dar? No son el Manchester City, son críos de seis años —Se quejó Halit luego de unos pocos minutos esperando a que los niños se pusieran a jugar.

Jessica se recargó en una pierna, Halit llevaba siendo insoportable desde su conversación por la mañana.

—Es para evitar que se hagan daño, Halit.
No seas tan pesado.

Pero pasados unos segundos, Halit volvió a inclinarse cerca de ella.

—¡Pero si lleva cinco minutos hablando sin parar! ¿Por qué se lo toma así de enserio?

—¿Y lo dices tú que nos tuviste media hora dando instrucciones antes de la gincana?

Él miró a Jessica de reojo. Los dos estaban encarando hacia los niños mientras el sol comenzaba a teñir de naranja el cielo.

—¿Por qué lo defiendes? —le preguntó.

—No lo defiendo pero llevas todo el día quejándote de alguien a quien ni conoces y solo por una historieta que te has montado en tu cabeza.

—Ni li difiindi… —se burló Halit—. No me hace falta conocerlo, mira qué pinta de idiota tiene.

Jessica se mordió el labio. Al principio estaba enfadada de verdad pero debía reconocer que era muy divertido molestar a Halit. La idea de que alguien pudiera reemplazarlo lo volvía loco y sacaba su lado más insoportable e infantil. Era como un niño pequeño temeroso de que alguien pudiera quitarle a sus padres.

—Pues yo creo que tiene pinta de ser mejor que tú en las gincanas. Y cocinando.

Jessica se arrepintió de esas palabras tan pronto como las dijo, se había pasado mucho. Se tapó la boca con ambas manos y retrocedió en dirección al campo de juego. Halit se tensó, la miró conteniendo el aire y caminó hacia ella.

—¿Qué has dicho?

—¡Mamá, papá! El partido va a empezar.

La pequeña apareció justo en el momento exacto y Halit aprovechó su oportunidad para acercarse a ella y hablarle al oído. Jessica fingió que no lo escuchaba conspirar con ella.

Él se agachó a la altura de la niña y le apartó el pelo del rostro para que pudiera escucharlo alto y claro. Jessica tuvo que apretar la boca para que las carcajadas se quedaran en su interior.

—Cuando marques un gol, dedícalo para mí. Repite conmigo: para el mejor padre, el mejor marido, y el mejor cocinero.

—¿El mejor padre… el mejor marido y el mejor cocinero? —repitió la niña.

Él asintió.

—El más guapo también pero eso ya lo sabes. ¡No te olvides, Mavi! —exclamó.

La niña pasó corriendo por su lado y se colocó en su lugar en el campo, la habían puesto de delantera.

—Muy bien, niños. Esto solo es un juego así que vamos a divertirnos —dijo el profesor.

—Mii biin niñis… —se burló Halit y siguió repitiendo cada una de las palabras del profesor con tono sarcástico.

Cuando el partido dio comienzo, el señor Matthew se giró hacia Jessica y sonrió al verla. Halit sintió que la sangre le hervía dentro de las venas y dio un paso más cerca de su falsa esposa. 

—¿Ves cómo te mira? Pero dices que es un asunto escolar.

Jessica apretó la mandíbula. Sí, se había dado cuenta pero, ¿qué esperaba que hiciera?

—Es el profesor de la niña, ¿qué quieres que piense?

Halit la agarró suavemente por el brazo para que lo mirara. Su color de piel parecía más oscuro bajo la luz naranja, el tono de la tarde lo hacía brillar como si su cuerpo estuviera hecho de bronce.

—Que está interesado en ti y no en la niña. Que está deseando que te acerques y le digas que soy tu exmarido y un padre ausente, que he venido aquí para fingir que me importa.

Jessica cambió el peso de su cuerpo.

—Y si así fuera, ¿a ti qué te importa? No es asunto tuyo. Si yo quisiera, podría salir con alguien, ¿o acaso lo tenemos prohibido?

Él sonrió con sorna.

—No te confundas, yo no soy igual que tú. No me quedaría sentado en la mesa mientras espero a que le hagas entender que no va a reemplazarme, que yo soy el padre de esa niña y tu marido.

Jessica se arañó la tela de los pantalones y trató de fingir que esas palabras no se le habían clavado en la piel como agujas y que no se internarían dentro de su memoria como un eco que volvería a ella todas las noches a partir de ese entonces.

Halit la miraba con tanta intensidad que sus ojos podían atravesarla, eran dos filos calientes abriéndole la piel como si ella estuviera hecha de mantequilla.

Tuvo que dar un paso atrás porque si esos ojos verdes de los que no podía despegarse nunca la seguían mirando de la misma manera, haría algo de lo que después se acabaría por arrepentir.

Necesitó espacio físico para poder volver a respirar, espacio mental para que la neblina alrededor de sus pensamientos se disipara. Caminó hacia el otro lado de la banda justo cuando uno de los dos equipos cantó un gol.

Se quedó de pie junto a una chica que no sería más que cinco o seis años mayor que ella y llevaba una bonita melena caoba por encima de los hombros.

—Jessica, ¿no? Soy Clarissa, la madre del 7.

Jessica le sonrió y miró hacia el campo, donde un pequeño niño de cabellos casi pelirrojos corría de un lado a otro con las mejillas encendidas y el número 7 en su espalda. Se acercó a ella para darle un beso en la mejilla a modo de saludo.

—Sí, yo soy la madre de…

—Mavi, lo sé —la interrumpió—. Todo el mundo habla de la preciosa niña nueva y de sus padres divorciados.

Jessica arrugó la cara y al notar la expresión que se le había dibujado en el rostro, Clarissa le sonrió ampliamente.

—Perdona, no quería incomodarte. Verás… Luna Azul es una urbanización pequeña, casi un pueblo y cada vez que hay un cotilleo nuevo, todo el mundo habla y habla hasta que llega el próximo cotilleo del momento.

—Pero es un cotilleo falso, no me estoy divorciando. No sé de dónde ha salido esa información pero quienquiera que vaya por ahí hablando de matrimonios ajenos, debería pegarse los labios bien fuerte —bramó.

La joven sonrió un poco incómoda y se encogió de hombros. Parecía interesada, quizá demasiado para ser una desconocida a la que nunca había visto en toda su vida.

Era una de esas personas intrusivas que se interesan demasiado por la vida de los demás, que esperan saberlo todo para después contarlo.

—Bueno eso es lo que yo he oído por ahí, ya sabes cómo es la gente. Yo solo quería darte la bienvenida al cole y decirte que si necesitas alguna cosa, ya sabes dónde encontrarme.

Clarissa intentó retirarse pero Jessica dio un paso hacia delante y la tapó con su cuerpo. Que el vecindario entero les conociera era un mal presagio, no estaban pasando desapercibidos como deberían.

—Ya que te ofreces, me gustaría saber qué tiene que hacer una persona en Luna Azul para evitar que hablen de ella.

La muchacha se encogió de hombros.

—Pues no tengo ni idea, cuando estuve a punto de divorciarme yo también fui la comidilla de toda la urbanización. Pero hay algo con lo que sí puedo ayudarte.

Abrió el bolso de color negro que tenía colgando del hombro y rebuscó en su interior durante unos segundos antes de sacar una tarjeta de color azul claro.

—Esta terapeuta es una eminencia, trata a parejas en crisis. Hace un par de años, salvó mi matrimonio y ahora estamos más felices que nunca. Quizá pueda servirte.

Jessica tomó la tarjeta entre sus dedos, repasó las letras de color metalizado y el número de teléfono mientras Clarissa desaparecía por la banda. Se la guardó en el bolsillo de los pantalones para no parecer grosera aunque tan pronto como saliera del campo, la tiraría.

¿Para qué querían ellos una terapeuta de parejas si no eran una pareja? Era ridículo.

Del otro lado estaba el profesor, mirándola desde una esquina y a su espalda, Halit no les quitaba ojo de encima. Jessica decidió que era buen momento para aclarar las cosas antes de que fueran a más así que se acercó al señor Matthew y se puso enfrente de él.

—Buenas tardes, profesor. Soy Jessica, la madre de Mavi. ¿Quería hablar conmigo?

Él la miró con el aire contenido dentro de los pulmones y los ojos brillantes. Sus manos se movieron sin saber muy bien dónde colocarse, estaba nervioso y Jessica supo que Halit tenía razón incluso antes de que hablara.

—Por favor, llámame Raphael. La verdad es que no sabía muy bien cómo dirigirme a ti. Me gustaría que habláramos pero no creo que este sea el lugar idóneo.

Jessica se cruzó de brazos y frunció el ceño.

—¿Hay algún problema con la niña?

—No, nada de eso. Bueno la niña es maravillosa, yo quería… Me gustaría, si no es una molestia para ti, invitarte a un café. He oído que eres nueva en la urbanización y podría enseñarte algunos de los rincones más bonitos de Luna Azul.

Jessica miró por encima de su hombro, Halit fingía estar atento al partido pero en realidad, los estaba observando. No había dejado de mirarla desde que se alejó de su lado y aunque Jessica no reconocería que él tenía razón de ningún modo, debía terminar con ese numerito cuanto antes.

Volvió su atención al profesor de educación física, él la miraba expectante, creyendo que ella aceptaría de buena gana su invitación.

Pero no solo se trataba de que Jessica tuviera que mantener su fachada, en realidad su rechazo hacia él iba más allá.
Jessica no quería salir con él por decisión propia, porque no deseaba hacerlo, porque su corazón le mandaba latigazos nerviosos por todo el cuerpo y sentía esos ojos verdes como un peso a su espalda.

Y aunque la verdad estuviera reclusa dentro de su cuerpo como un prisionero que espera por su muerte, Jessica no podía ocultarselo a sí misma.

—Le agradezco su invitación, señor Matthew pero si quiero descubrir los rincones más bonitos de Luna Azul, lo haré con mi marido.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

—¿Terapia de parejas? Eso suena ridículo —respondió Halit en un susurro mientras avanzaban por las escaleras hacia la habitación.

—Pues sí pero te estoy diciendo que todo el vecindario está hablando de nosotros y no nos podemos permitir que media Luna Azul nos vigile como si fueran cámaras. Es mejor que crean que nos estamos recuperando de una crisis y que pasen al siguiente cotilleo cuanto antes.

La pequeña se había quedado dormida en sus brazos y la estaban llevando a la cama.

—Ya y, ¿qué hacemos? ¿Nos inventamos una historia de amor?

Tumbó a la niña en la cama y la arropó.

—¿Con la nuestra no es suficiente?
—bromeó Jessica.

Halit la miró por encima del hombro.

—Podemos probar —dijo sonriendo.

La niña comenzó a removerse entre sus brazos, él chistó y le dejó un beso en la frente.

—Duerme, mi amor. Solo soy yo, Halit
—susurró mientras le acariciaba el cabello.

Luego se irguió dejando espacio para que Jessica le diera un beso también y cuando ya habían acabado, se dirigieron a la salida.

Pero la noche todavía no había acabado. Jessica salió primera, Halit salió después.

—Buenas noches, Mavi.

Y en ese momento, la niña, medio adormilada, respondió.

—Buenas noches, papi —susurró.

Las palabras llegaron a Jessica de rebote, creyó que había oído mal y se giró para mirar a Halit, pero del hombre que él era, solo quedaba una estatua.

Estaba inerte, petrificado en su lugar, habría pasado por muerto de no ser por las lágrimas que llenaron sus ojos. Pasó por el lado de Jessica ante la atenta mirada de ella, luego se sentó en el primer escalón y las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas en silencio.

Porque solo era una palabra, papi, solo eran cuatro letras, no era más que algo que la niña le había llamado cientos de veces antes.

Pero no ahí, no bajo su techo, no cuando nadie los estaba escuchando, no cuando no tenían que fingir.

Pero ya no había nada que fingir, no había máscaras ni estaban interpretando un papel.

Jessica se agachó hasta su espalda y sus brazos lo rodearon por el cuello, se pegó a él, oyendo los latidos de su corazón, dándole calor, dándole ese abrazo que nadie le había dado nunca y dijo en voz alta lo que ambos ya sabían, desde hacía mucho tiempo.

—Es tuya, Halit. Es nuestra. Es nuestra hija.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro