CAPÍTULO VEINTITRÉS

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Cómo mirarte -Sebastián Yatra

Terapia de pareja.

Sonaba bastante ridículo teniendo en cuenta que ellos ni siquiera eran una pareja pero la mitad del vecindario les había llegado el rumor de su supuesta crisis matrimonial así que decidieron acudir a terapia y expandir el rumor de que aunque eran un matrimonio en crisis, estaban intentando arreglarlo.

La consulta de la doctora Farrah estaba a las afueras de la urbanización, los recibió una secretaria de cabellos rubios y piernas anchas y los dejó esperando en una sala de tonos blancos y marrones.

Se sentaron el uno junto al otro, frente a la mesa de la doctora. Esperaron en silencio hasta que una mujer de mediana edad apareció, llevaba un cuaderno bajo el brazo y les dio los buenos días nada más entrar. 

—Buenos días y bienvenidos. Soy la doctora Farrah, ¿Jessica y Halit, cierto? 

—Cierto —respondió él. 

—En vuestra llamada me decíais que últimamente discutís mucho y que es como si no pudierais entenderos. ¿Hace cuánto que estáis juntos? 

—Ocho años en pareja, un año casados. 

Jessica respondió como si un resorte hubiera activado su mecanismo de defensa, sin sentimiento en la voz. 

—Es bastante tiempo, además tenéis una hija en común. ¿Cómo os conocisteis? 

Jessica miró a Halit, él iba a responder pero ella se adelantó para evitar que dijera alguna estupidez. 

—Nos conocimos por mi madre, eran buenos amigos —soltó. Halit apretó los labios entre sí, no sabía si debía sentirse ofendido o reírse pero de todas formas, no podía hacer ninguna de las dos. 

—En este tipo de situaciones, siempre hago la misma pregunta. No sirve de nada intentar salvar un barco que ya se ha hundido así que seré breve. Jessica, ¿sigues queriendo a tu marido? 

Ella no se lo pensó, antes de que pudiera imaginar la respuesta correcta, ya había hablado. 

—A ratos —dijo como si fuera lo más lógico del mundo, como si estuviera bromeando a solas con Halit y no frente a una doctora con la que tenían que fingir. Halit soltó una risa y ella enrojeció al notar lo que había dicho. 

—Vaya, gracias. Lo mismo te digo
—respondió él, mirándola.

A Jessica se le escapó una risa tonta. Solo llevaban dos minutos de terapia y ya estaban diciendo cosas que no debían. Eran un peligro por separado y juntos, una bomba con la mecha prendida.

¿Cómo podría esa mujer mirarlos y no darse cuenta de que no eran un matrimonio, de que no eran nada?

La doctora los miró de uno al otro mientras ellos se reían de una broma interna que ella no podía entender, se dedicó a observarlos durante un buen rato, a analizar su expresión corporal, la forma en la que se miraban y reían, como si unos pocos minutos observando a dos personas pudieran servir para saber si seguían amándose o no.

O si alguna vez habían empezado a hacerlo. 

—¿Podéis extender vuestras manos hacia el otro, por favor? Pero no os mováis del sillón, solo extended las manos —les pidió luego de un rato en silencio. 

Jessica estiró la mano, se quedaron a medio centímetro de poder tocarse. Los sillones parecían estar colocados de forma estratégica para que hicieran lo que hicieran, sus manos nunca pudieran llegar a alcanzarse. 

Entre ellos el espacio era tan escaso que ni siquiera cabía el aire. Pero seguía existiendo, seguía estando allí como un eterno recordatorio. 

—A veces el tiempo y la falta de dedicación crea espacios con nuestra pareja y necesitamos romper esos espacios, volver a encontrarnos. ¿Hace cuánto no tenéis relaciones? 

Halit tragó pero la saliva se le fue por mal sitio, toda su cara enrojeció y comenzó a reírse como si fuera un adolescente en clase de biología, como un maníaco.

Jessica repasó mentalmente todos los objetos que llevaba en su bolso y que con fortuna, le atinaría en la frente si se los lanzaba a esa distancia. Halit se seguía riendo, de vez en cuando cogía aire para poder seguir. 

—Creo que eso significa que hace mucho —dijo la terapeuta y sonrió. Jessica se recolocó en su asiento, miró a Halit por encima del hombro y sonrió. La estaba avergonzando, así que no tenía otra opción más que devolvérselo. 

—Mi marido es un poco aburrido, quizá ese sea el problema —dijo. A Halit la risa se le cortó de golpe y la miró con mala cara. 

¿Así que lo quería era guerra? Sonrió. 

—Para tener relaciones primero deberíamos dormir juntos —soltó a modo de revancha. 

Jessica se recolocó en el asiento para poder mirarlo, entrecerró los ojos con desafío y arañó las costuras del sofá mientras se inclinaba más hacia él. Halit la imitó y ante los atentos ojos de la doctora, comenzaron a insultarse mentalmente. 

Imbécil. 

Idiota. 

Capullo. 

¿Por qué has dicho eso?

¿Por qué lo has dicho tú? 

¿Me lo vas a discutir todo otra vez? 

—¡Halit! —gruñó Jessica en respuesta. 

La doctora Farrah sonrió, hizo unas anotaciones en su cuaderno y lo cerró de golpe sobre su mesa para llamar su atención. 

—Ya vale, chicos. Creo que el problema aquí es que no pasáis tiempo a solas así que voy a poneros vuestra primera tarea. Quiero que esta noche tengáis una cita. 

Ellos se miraron sin entender nada. ¿Una cita? ¿No se suponía que ya eran un matrimonio? 

—¿Una cita? —repitieron en voz alta. 

—Una cita. Quiero que me lo contéis todo en la próxima sesión con fotos incluidas así que no vais a escaparos de esto. El primer paso para la reconciliación es encender la llama otra vez y el segundo… —Sonrió— bueno, eso lo dejo a vuestra imaginación. Mi secretaria os dará un número de teléfono y la cita para el próximo día. ¿Estáis de acuerdo?

Se miraron y los dos formularon un millón de excusas posibles para evitar una idea tan ridícula. Pero ninguno de los dos dijo nada porque habría sido inútil discutir con la doctora, necesitaban que el vecindario dejara de hablar de ellos y para eso no les quedaba más remedio que colaborar y fingir que estaban arreglando su matrimonio en crisis.

Aunque no hubiera ninguna crisis, ni tampoco un matrimonio. De todas formas, solo era una tontería. Lo único que tenían que hacer era salir por ahí juntos y dejarse ver, no era nada del otro mundo, no significaba nada.

Al final de la noche, seguirían siendo Halit y Jessica y podrían dormir tranquilos sabiendo que un día más, lo habían logrado. 

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La niñera se llevó a Mavi a dormir a su casa, era una señora mayor de la entera confianza del vecindario así que le permitieron que se la llevara no sin antes hablar largo y tendido con la pequeña sobre las cosas que podía y no podía mencionar.

Era una estupidez pero preferían hacer caso a la terapeuta a que alguien sospechara de su situación. Halit se vistió con camisa y pantalón negros, se perfumó y peinó y luego bajó a esperarla en la cocina.

Jessica apareció poco después, se había puesto un vestido rojo que le quedaba por encima del muslo, el cabello recogido en un moño alto que dejaba varios mechones en su rostro y unos tacones a juego.

Estaba deslumbrante. Cuando lo vio, paró frente a él y se repasó el vestido con las manos. Al hacerlo, el anillo de su dedo brilló bajo la luz de la cocina. Halit se sintió afortunado al verla porque aunque no fuera real, esa preciosa mujer con un vestido rojo estaba casada con él.

Iba a decirle que estaba preciosa, sacaría las fuerzas para hacerlo del fondo de su corazón pero entonces, ella cambió su postura para mirar por encima de él. 

—¿Cómo vamos a salir de casa con todos esos cacharritos sucios? Qué desastre Halit, qué sucio está todo —lo reprendió. 

Se descalzó antes de colocarse de espaldas a él. Todavía llevaba el vestido abierto, los pies desnudos y unos guantes de fregar azules que le quedaban demasiado grandes para sus pequeñas manos.

Mientras frotaba los platos sucios, su pelo se movía de un lado a otro y algunos mechones se desprendieron por el movimiento. Halit pensó en todas las mujeres a las que había visto con vestidos similares, todas perfumadas y bien peinadas, todas vestidas para cada ocasión.

Todas irradiaban una belleza elegante, perfecta. Pero ella estaba metida en esos guantes, salpicandose el vestido con el agua del grifo, poniéndose de puntillas para llegar a los muebles más altos.

Y nunca antes una mujer le había parecido ni siquiera la mitad de hermosa, ni tan deslumbrante, ni tan maravillosa que con solo mirarla, su corazón se encendía de felicidad y sus ojos se llenaban de lágrimas porque era un hombre afortunado, un hombre que no podía hacer otra cosa sino mirar al cielo y dar gracias por tenerla.

Se colocó detrás de ella para sujetarle el pelo y que no se manchara. Al notar su cuerpo a su espalda, Jessica paró. Lo miró por encima del hombro y él comenzó a reír. 

—¿De qué te ríes, idiota? —preguntó. Él intentó ponerse serio, la miró de arriba abajo y se acercó un poco más. 

—Te has cargado todo el glamour, mujer. 

Ella rio. Se secó las manos y volvió a meterse dentro de sus tacones mientras lo miraba, mientras su altura se acrecentaba y los centímetros entre ellos se volvían menos.

Pero no se movió de ahí luego de terminar, siguió mirando sobre su hombro, esperándolo. 

Halit comprendió lo que ocurría y le colocó una mano en la cintura con delicadeza. Con la otra comenzó a subirle la cremallera del vestido, acariciando cada centímetro de su espalda. 

Al paso de sus dedos la piel se le erizaba y el aire se estrangulaba dentro de su pecho.

Él se aprovechó y fue subiendo despacio, recreándose, relamiéndose los labios al ver ese pedazo de piel desnuda, los lunares que tenía repartidos por la espalda, los mechones de cabello que le acariciaban el cuello.

Lo cierto es que estaba preciosa con ese vestido pero Halit se moría de ganas por quitárselo. 

Cuando terminó muy a su pesar, ella sonrió y él no pudo quitarle las manos de la cintura.

Estaban bien justo donde estaban, encajaban bien en ese rincón de su cuerpo, como si sus manos hubieran sido hechas únicamente con el propósito de tocarla, de acariciarla, de saborear cada milímetro de ella. 

—¿Nos vamos? —susurró él contra su oído con el cuerpo ardiendo, deseando que ella dijera que no, que diera media vuelta, que notara la necesidad que habitaban sus ojos. 

Pero Jessica no lo miró porque haberlo mirado habría supuesto caer y ella no quería caer. 

—Nos vamos —respondió. 

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

Llegaron a una discoteca después de cenar, ninguno era demasiado fanático de ese tipo de lugares pero la terapeuta les había recomendado probar cosas nuevas juntos. 

Se pusieron de pie en la barra, Halit pidió un refresco y Jessica pidió un cóctel con ginebra y fresas. Se quedaron el uno frente al otro durante un largo rato, viendo a todo el mundo pasar por su lado y bailar.

Algunos borrachos hacían el ridículo, otros imitaban a Michael Jackson y algunas parejas se perdían en los baños. No podían hablar, la música estaba tan alta que parecía estar martillando contra sus tímpanos.

Tampoco planeaban bailar y aún así, ninguno de los se esperaba lo que ocurriría después. 

Un hombre demasiado grande y con mal aspecto pasó por su lado y se chocó contra Halit, casi hizo que se cayera de no ser por la barra contra la que estaba apoyado. 

—Quita —gruñó como un animal. 

—¿A quién le dices tú eso, imbécil? 

Jessica lo agarró por las solapas de la camisa.

—Halit por favor, así no se soluciona nada. 

Él la miró y luego vio al tipo mezclarse en la pista de baile. 

—¿Y cómo se soluciona entonces?
—respondió.

En ese momento, una luz brilló por encima de Jessica y una sonrisa iluminó su rostro. Rebuscó en su bolso, siempre llevaba con ella un caramelo de menta y si su vista no la engañaba, el grandullón tenía un vaso de Whisky con coca cola.

Al encontrar el caramelo, lo levantó contra la luz de la discoteca y sonrió más intensamente. Agarró a Halit por el brazo y lo condujo sin decirle una sola palabra a través de la pista. Se abrió paso a base de empujones y codazos pero alcanzó su objetivo poco después.

El hombre estaba charlando con una chica, de espaldas a ellos.

Entonces Jessica se puso de puntillas, se coló por un lado de sus brazos y le acertó el caramelo justo dentro del vaso de Whisky. 

—¡Corre! —gritó a Halit.

Lo agarró por la mano y echaron a correr justo cuando la combinación del refresco con el caramelo se convirtió en una espuma efervescente que llenó las manos y ropa del grandullón.

Salieron por las escaleras de la discoteca, a su espalda la música dejaba entrever algún grito espantado y unas cuantas risas. 

—¡Nos alcanzará! —dijo él. Ella se paró un segundo, se quitó los tacones y los cogió en la mano. 

—No tenemos tiempo para esto, sube. 

Se agachó por debajo de la cintura de ella, ofreciéndole su espalda. De un salto, Jessica se agarró a su cintura con las piernas y a su cuello con las manos.

Unos pocos metros después, los dos sabían que nadie los estaba persiguiendo y que en realidad nadie los había perseguido nunca. Pero Jessica no le pidió que parara y Halit tampoco lo hizo.

Cuando desistieron, siguieron caminando. Por su lado pasó una familia de tres, igual que lo eran ellos. La pequeña parecía enfadada con sus padres y caminaba con los brazos cruzados y los labios fruncidos.

Jessica se preguntó si quizá quería quedarse jugando en el parque o si no la habían dejado comer chocolate pero importaba poco porque al final de la noche, esa niña querría un abrazo de mamá y un cuento de papá y todo acabaría por solucionarse.

Había pasado mucho tiempo pero por fin había comprendido que ni las cosas, ni las personas, ni mucho menos las familias, necesitan ser perfectas para ser felices. Porque lo perfecto no es real y lo que es real, nunca puede ser perfecto. 

—Cuando era pequeño siempre le echaba caramelos a las copas de mi padre. Sabía que después me ganaría una paliza pero por lo menos me reía un poco —comentó Halit de repente. Jessica le dio un golpecito en la frente. 

—Idiota —rio—. Yo se lo hice a Blake una vez en clase de química. El pobre salió expulsado tres días por mi culpa. 

Halit la miró por encima de su hombro. Todavía la llevaba en su espalda. 

—¿Qué pasó con él? 

—Le dije que necesitaba un tiempo para cuidar de mi familia y… el tiempo se alargó, supongo. 

—No me disculparé por eso, no estabas enamorada de él. 

Jessica suspiró. 

—¿Y tú, Halit? ¿Alguna vez has estado enamorado de verdad? 

Halit tardó varios segundos en responderle. 

—No, pero había alguien que me gustaba. No lo sé, es complicado. Se llamaba Annabelle y era abogada. No duró mucho, hice lo mío y me largué. 

—¿Por qué no lo intentaste de verdad? 

Halit la bajó de su espalda, habían llegado a unos jardines de la urbanización. 

—Porque su dinero me importaba más que ella —reconoció. Se sentaron frente al otro. Jessica sintió las tripas rugir. 

—Estoy muerta de hambre, mataría por un pollo al horno —bromeó. Él rebuscó en el bolsillo de sus pantalones, siempre llevaba consigo algunas chocolatinas. Entonces extendió una hacia ella y le sonrió. 

—¿Coco y nueces? 

—Coco y nueces. 

Mientras comían, charlaban de cualquier cosa que se les cruzara por delante. La terapeuta, el colegio de la niña, las chocolatinas. Cuando terminaron, Jessica se puso muy seria y se acercó a él. Entonces lo miró con fiereza. 

—Estoy lista para el segundo paso
—confesó.

Él bajó sus ojos hasta los labios de ella y tragó saliva. La miró con firmeza y asintió. 

—Yo también estoy listo. 

Se acercaron un poco más, tanto que incluso el aire pareció detenerse. Cuando estaban tan cerca que sus perfumes se mezclaron, los dos se echaron las manos a la espalda y gritaron a la vez. 

—¡Piedra, papel o tijera! 

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