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"... el hombre debe considerar la belleza del alma como más valiosa que la del cuerpo, de modo que un alma bella, aunque anide en un cuerpo imperfecto, alcance para atraer su amor y sus cuidados..."
(Fragmento del diálogo entre Diotima y Sócrates)


Beastly

La paz tenía un costo alto. Seokjin no había pensado en ello hasta ahora. Sobre todo, porque prefería dejar atrás su pasado y pretender que no existía. De esa forma, la paz que presume, aunque sea una fachada, funcionaba para dormir por las noches. Para vivir sin que la culpa le queme el pecho y le revuelva el estómago. Por esto, también evita verse en el espejo, en el retrovisor del coche que lleva años estacionado y que lo trajo al bosque, o en el riachuelo que corre cerca de su hogar. Sin embargo, hoy rompió esa regla. Y encontró en el reflejo un hombre extraño devolviéndole la mirada. Le repugnó cuanto había cambiado y aun así se reconoció en el miedo escrito en su cara y la cobardía pintando sus mejillas de rosado.

En favor de irse pronto, ignoró la curiosidad malsana que su reflejo le despertó. Arrastró el cuerpo, esforzándose para no picarse los ojos, hasta que lo sacó del agua. Un rastro de sangre corrió desde el muslo del muchacho y tiñó el barro de la orilla, aunque se perdió cuando el agua siguió andando su marcha constante. Incluso sus manos estaban manchadas de sangre. Por lo visto, el cuadro completo del muchacho era alarmante. Y aun así, no era su asunto. ¿Qué lo impulsó a detenerse? ¿Por qué se acercó? Lo más sensato sería volver a su hogar y pretender que no vio nada.

Había vivido a salvo por más de cinco años cuando al fin pagó sus deudas. De todos modos, su estadía en el bosque se siente como huida. Lo es —rumea en su cabeza—, eso hacen los cobardes. Huyen, se esconden, se pierden de vista y sobreviven. La vergüenza no es lo peor que puede sentir, después de todo. De peores cosas fue testigo y hacedor. Y que ahora se hunda en el fango, se manche de sangre las manos por una buena causa, quizá no hiciera la diferencia, pero no agregaría otro peso a su conciencia.

Con dificultad, dado que acarrear el peso muerto de un muchacho casi de igual peso y constitución que la suya retrasó sus pasos, llegó a su hogar. Una casucha de madera y chapas que armó y camufló en la naturaleza densa del bosque. A su alrededor, un margen de caminos angostos lo conducían al huerto detrás de la casucha y otro más a la camioneta que se pierde entre la maleza alta. Las comodidades con las que creció en la ciudad eran un contraste divertido con las que ahora cuenta.

Deja al muchacho en el suelo de la cocina, sobre la alfombra gastada. No es tanto su espíritu bondadoso como para cederle la cama. Pero al menos le ofrece una almohada de toalla enroscada para que descanse. Cuando pasan unos minutos y él recuperó el aliento, busca el botiquín y tras examinar su reserva decide no arriesgarse a perder pastillas. No sabe, de todas formas, si surtirían efecto. Por lo pronto, toma un par de medias y las moja. Luego las estruje y coloca una sobre la frente del joven y con la otra comienza a lavar la piel. Cuanto más hace esto, más descubre moratones, cicatrices y heridas nuevas que, por fortuna, dejan de sangrar.

No se atreve a revisar bajo la ropa, aunque sí hace un torniquete en la pierna donde más sangre se derramó. Y dado el corte de la ropa, supo que era de ahí de donde brotaba. Como no tenía más tela, cortó un poco del mantel y lo ató con fuerzas. Ojalá hubiera aprendido a salvar vidas, pero fue práctico y decidió que bastaría con estos mínimos cuidados. Apenas con un poco de agua fresca y confiar en que la naturaleza del joven compensase la falta de medios.

Sin que lo pueda evitar, sus dedos recorren la piel del muchacho hasta que se hunden en su cabello y nadan más allá de las enredadas mechas castañas. Hasta las astas. Las inspeccionó a detalle, notando manchas tenues en ellas, pero más que nada la textura rugosa de estas. Se preguntó, no por primera vez, cómo sería tener un par. ¿Qué utilidad tendrían? Si el resto del híbrido, salvo las orejas también de animal, parecía humano. Por lo tanto, la mutación resultaría más bien inútil para la supervivencia. Y a juzgar por los moratones y las cicatrices, más el evidente quiebre de una de sus astas, lleva algo de razón.

—¿Crees que enloquecí? —se dirigió a la jaula sobre la mesa, donde una paloma blanca reposaba. El gorjeo le sonó a burla, pero bufó y se puso en pie para desmenuzar un poco de pan y convidarle de almuerzo—, claro que sí.

Y ya que no podía hacer más por el muchacho, decidió atender a los otros inquilinos de las jaulas. Unas cuantas aves, uno que otro roedor y una ardilla inquieta que ese mismo liberaría ya que se curó del ojo que le fue arrancado por otro animal. Viviendo ahí, Seokjin había aprendido a respetar la naturaleza, aun cuando le resultase chocante. Además, él no tenía alma vegana como para ponerse en plan juzgón. Se alimentaba de peces. Y de las verduras que cosecha. Matar peces, colocar las trampas y aguardar a que piquen, resultaba menos violento que hacerlo con las manos limpias.

Acabó la ronda de cuidados y se dirigió a la camioneta.

+

Luego del Colapso el mundo cambió y, con ello, también las concepciones que hasta el momento habían sido pensadas. Seokjin había cumplido los veinte cuando el virus comenzó a cosechar bajas. La cepa H5G9, como se la conoció, atacó el sistema inmune de las personas sin discriminar sexo o edad, diezmando la población tan deprisa que la desesperación llevó a la ciencia clínica a intentar métodos de prevención, tratamiento y cura cada vez más desesperados e infructuosos. Lo peor que tenía esta pandemia era su manifestación, el retraso de sintomatología que, llegado a su exposición máxima y crítica, mostraba un temblor en las manos. Concretamente, el dedo meñique. Una vez esto iniciaba, el deterioro de la salud caía en picada y no había nada que hacer más que esperar.

En paralelo, otro fenómeno conmocionó al mundo. Y aunque esta vez constase de nacimientos y no de muertes, de todos modos sembró el horror. Mutantes, híbridos, bestias, aberraciones, monstruos. Un repertorio de adjetivos para describir la nueva generación de humanos. Aunque no del todo humanos. Era imposible catalogarlos como tal cuando mostraban rasgos animales desde el día uno. Otros, y a medida que se fueron sucediendo estos nacimientos, nacían con más porcentaje de animal que de humanos, llegado al extremo de que no podían comunicarse como cualquier otro niño o niña.

Las personas bajo tanto estrés, tanta angustia, dirigieron su enojo y frustración a estos híbridos. Era lo más sencillo. Algo deducible con solo señalar la coincidencia de aparición entre el virus y las mutaciones animales. Y si bien se fundaron grupos defensores de los híbridos, fueron la minoría. Y la fuerza débil, puesto que apareció para defender la humanidad pura, como se les llamó a quienes no presentaban mutaciones, la Milicia de los Últimos Hombres. Tal fuerza llegó con una propaganda imposible de ignorar y esta era cazar a los híbridos para evitar que se reproduzcan, mientras se concentraban en buscar con ello una solución al virus.

En retrospectiva, Seokjin debió verlo venir. Previo al Colapso, la crisis política mundial fue la sentencia para el mundo. No había cómo remontar tras las guerras que estallaron en puntos de conflictos previsibles que, irremediablemente, afectaron a países sin ofensivas preparadas para contenerlos. Y esto era en términos de política, de gobiernos y ambición burocrática. En lo que respecta al medioambiente, no había cómo negar la contaminación ni el deterioro de los recursos naturales. Que un virus surgiese de pronto y los matase hasta habría que pensarlo como favor, puesto que se estaba adelantando a lo inminente de continuar con desarrollos y modos de vidas capitales que derrochaban y estropeaban la tierra.

—¿Qué es lo primero que tomarías si el mundo fuera lo que un día?

La voz desde la radio se oía cansada, y Seokjin asintió con empatía sabiendo que lo estaría. A diferencia de él, otros tenían ocupaciones más allá de atender cultivos y rescatar animales. Le tembló el pulso cuando la descolgó, encendiéndola para contestar.

—Coca cola —dijo, y la simple respuesta fue motivo de sonrisa. No dudó que del otro lado también hubiera una en el rostro de su interlocutora—. ¿Qué hay de ti?

—Mataría por un poco de soda.

Se quedaron allí unos instantes contemplando cuán banal parecía esta conversación. Funcionaba, sin embargo, para descubrir que nadie estaba interviniendo la comunicación.

—Tengo uno —fue lo que anunció enseguida, sintiendo la urgencia corroer sus nervios—. Yo... encontró uno.

Miró alrededor, esperando que nadie estuviera rondando sin que él lo notase. Por fortuna, había colgado un par de cascabeles y llamadores de ángeles que sonarían anunciando la presencia de intrusos. Resultaba molesto y crispante los días ventosos, no obstante.

—¿Estás jugando conmigo? —No había cómo ignorar el enojo—, ¿cómo es que...? Olvídalo, tenemos que actuar cuanto antes.

Dejó caer la cabeza al asiento, viendo el oxidado techo de la camioneta.

—Dame un par de semanas y es tuyo —respondió al fin.

+

El híbrido estaba despierto cuando Seokjin volvió a su hogar. Arrodillado junto a las jaulas de los roedores, quedó congelado cuando encontró sus ojos.

—No te haré daño —y la palabra le sonó tan hueca que lo intentó de nuevo, ahora con más esmero en parecer inofensivo—, lo prometo, estás a salvo aquí.

—A salvo —replicó el híbrido, moviendo sus orejas graciosamente—, ¿quién eres tú? ¿Dónde es aquí?

Seokjin se movió por la cocina, yendo hasta la silla y posando sobre la mesa los codos, encaró al muchacho de las astas con un semblante impasible. Se permitió estudiar la postura del híbrido, dando con que no se encorvaba como un animal, sino que se mantenía erguido y con el cuello tenso. Sus ojos, de un inusual tono amarillo miel, eran enormes y brillaban con un rastro de fiebre aun. Pero eran sus labios, delgados y rosados, los que dictaban en su rictus rígido cuan alerta se hallaba.

—Soy Seokjin —se presentó, moviendo una mano al corazón como había visto que hacían en películas—, y es difícil precisar dónde estamos, pero este es mi hogar. Te traje conmigo cuando te rescaté del riachuelo, ¿recuerdas cómo llegaste hasta ahí?

—Lo hago —dijo el híbrido, moviéndose para quedar de pie junto a las jaulas y a una distancia prudente de Seokjin—, solo corrí y entonces dispararon, pero no me detuve —los puños del muchacho se abrían y cerraban mientras hablaba, como una contracción inconsciente—, y luego caí.

Herida de bala, pensó Seokjin y sus ojos cayeron al muslo del muchacho. El torniquete se había desatado, pero ya no parecía sangrar.

—De acuerdo, fue cuando te encontré —rellenó la historia, pensando su siguiente movimiento con cuidado—, ¿tenías un destino en mente o solo...? Corriste —movió los dedos sobre la mesa, imitando la acción de correr y el híbrido ladeó la cabeza mientras parpadeaba curioso.

—Magic shop —susurró, y sus manos se quedaron laxas cuando respiró—. El refugio.

El refugio de la Magic Shop debía funcionar como su utopía, en opinión de Seokjin.

—Entiendo, pero deberás permanecer aquí hasta que te recuperes —soltó casual, no denotando cuanto esperaba no espantarlo—, puedo ayudarte con tus heridas —agregó apresurado, pateándose por lo torpe que era.

El híbrido lo escrutó, con mucho recelo. Seokjin soportó estoico hasta que la inspección acabó y el muchacho de las astas se acercó a la mesa. Estiró la mano, que tembló violentamente, en una oferta, y Seokjin se movió con brusquedad haciendo que la aleje. La idea es persuadirlo a que se quede, Seokjin, se regañó.

—Lo siento, estoy oxidado con las cortesías sociales —¿en serio? ¿Eso le decía a un híbrido que vivió en cautiverio?, pero continuó—. Mi nombre es Seokjin, ya me presenté, ¿cuál es el tuyo?

—Soy Jungkook —y el apretón que se dieron fue un tanto fuerte, sudoroso en las palmas, pero más que nada, un pacto.

+

En lo inmediato, Seokjin debía revisar las heridas del híbrido. Tarea por la cual no sintió agrado alguno, pero consideró de urgencia en el orden de cosas. Le pidió a Jungkook que lo acompañara afuera, donde el sol podría exhibir mejor las lesiones. Luego, lo convidó a que se despida de la ropa. El híbrido titubeó, dirigiéndo una mirada de recelo, pero Seokjin no le cedió espacio a la cuestión. Si lo hacía, el muchacho de cuernos podría resentirse por verlo renuente a tocarlo.

—Mencionaste un disparo —dijo, cuando lo vio recostarse sobre la alfombrilla de hilo de plástico que arrojó antes al suelo—, ¿estoy en lo correcto en chequear tu muslo? ¿Fue ahí que acertaron la bala?

—Fue un raspón.

Y cuando se agachó a inspeccionar, Seokjin tuvo que darle la razón. Un raspón que laceró la piel y parte del músculo, pero que, impensado para cualquier humano, comenzaba a mostrar signos de curación. La mutación genética del híbrido, supuso.

—Esto arderá, solo tienes que tolerar unos minutos...

Jungkook no se quejó. Tampoco pareció cohibido cuando Seokjin mapeó con los ojos y dedos su cuerpo. La única señal de que estaba anclado a ese instante y no perdido en sus pensamientos, aislándose de la realidad, fue aguantar la respiración en lo que Seokjin sostenía su cabeza entre las manos y peinaba entre sus cabellos para identificar cortes. También hubo un estremecimiento leve al rozar sus cornamentas.

—Son sensibles —explicó cuando indagó sobre su reacción.

—Lo siento, ¿duele? —se refirió al asta quebrada.

—No y de todos modos, caerán y volverán a crecer —encogió los hombros.

Habiendo hecho lo posible por la condición sanitaria del híbrido, restó guardar los materiales. En la libreta de inventariado, descontó los elementos que utilizó para la sanación. No fueron demasiados, pero llevaba tiempo sin pedir abastecimientos. Y, aunque él sabía que los híbridos no eran conductores del virus letal, todavía tuvo un puntazo de miedo por enfermar. Aunque, desestimando estos pensamientos con un meneo de cabeza, ¿qué más daba? ¿Qué había en él que rescatar para la vida? Apenas vida, pensó. Y era un panorama tan triste como patético.

—Este será tu espacio —ya que no había más por hacer por el híbrido, lo condujo al pequeño saloncito de su casucha—, aquí pondrás tu cama.

—¿Qué hay del sillón?

Miró en dirección al sofá. Individual, de color azul con el forraje desgastado. Marcas de uñas en los reposabrazos.

—No. No tienes permitido tocarlo —negó, y para reforzar el punto, fue hasta él y se sentó—, las instalaciones son humildes, pero bastará para que te recuperes. Aun así, exijo el cumplimiento de ciertas reglas para una convivencia pacífica.

—De acuerdo.

—No tocarás este sofá, ni entrarás a mi cuarto. Si quieres tomar algo del almacén o la alacena, me informarás —mostró la libreta—, llevo cuenta de todo.

—Entendido.

Se levantó, reluctante en dejar al híbrido solo, pero no queriendo estropear su rutina.

—Haz de tu tiempo lo que gustes, estaré fuera.

Y sin más, se marchó a revisar el huerto. Por lo que restó de ese día, no intercambiaron más de cinco palabras. Todas ellas pronunciadas por Seokjin.

+

En la ciudad, Seokjin necesitaba más de tres alarmas para despertar. Todas en un timbre alto, estridente, que atormentara el sueño para que lo deje libre y pueda levantarse a completar su rutina diaria. A veces, estas alarmas no funcionaban y llegaba tarde a todos lados con un mal genio que nadie quería enfrentar, con la persistente sensación de que estaba actuando a mitad de su potencial y que hubiera hecho más bien quedándose en casa que saliendo a la calle. En el bosque, esto no sucede. No hay despertador porque no hay rutina que lo reclame. No hay pendientes que cumplir más que los que se ha procurado para no aburrirse. Y, aun así, no duerme hasta tarde, sino que el sueño lo deja temprano para que escuche los sonidos del exterior llegando a su cama a recostarse junto a él hasta que la zozobra por fin desaparezca.

Hoy no es distinto de ayer, por unos segundos. Hasta que un leve ronquido, un soplo silbado, le devuelve el sentido y le recuerda que no está solo. Que la soledad que adoptó por años ha sido profanada por un huésped. Y no los de sus jaulas, que esos puede pretender que no están allí mientras baja los pies de la cama y se sienta hasta que cobra fuerzas para levantarse. Anoche fue a la cama tan aturullado que no alcanzó a poner la cabeza sobre la almohada que perdió la batalla de vigilar. ¿Cómo de imprudente fue dormir a pata suelta cuando tiene un híbrido en su cocina? Dirigió la vista a la escopeta, para peor alegato propio. Bufó.

Acordó con el híbrido que se quedaría hasta que estuviera sano para irse. Eso le dijo y no tuvo que fingir. No demasiado. Era cierto, lo que sucedería luego eran otros detalles. Por lo que pudo atribuir este acuerdo a su conducta confiada. Jungkook no le dio señas de ser agresivo y su especie era más bien presa que depredador. ¡Eso fue! Estaba ante un animal inofensivo. Aun cuando fuese un poco humano, Seokjin dudó que su lado racional diste mucho de su lado animal. Y si estos eran meros instintos, sentidos, estaría a salvo siempre que no revele nada. Ayer lo había asustado cuando se lanzó a convencerlo, pero ahora podía relajarse y simplemente marchar en su rutina sin delatarse.

Hizo el menor ruido posible, pero de todos modos el híbrido lo oyó y se enderezó de un salto.

—Ey, soy yo.

—Seokjin.

—Eh, sí, ese mismo —sonrió, pero supo que su gesto fue extraño cuando Jungkook frunció las cejas—. No quise despertarte, pero tengo que atender a los inquilinos.

Los mencionados apoyaron sus palabras al reclamar comida y libertad, así que con el híbrido despierto, Seokjin pudo continuar con más soltura. Jungkook se le unió, estudiando sus movimientos como si intentase entender con ellos un gran problema matemático y no el modo en que Seokjin procuraba no salir con los dedos heridos de picotazos o mordidas.

—¿Por qué haces esto?

Levantó la mirada desde donde estaba limpiando la herida de un ave, que tenía el pico quebrado y el ojo afectado por infección, y la fijó en el híbrido. A su lado, el muchacho lavaba las vendas usadas para volver a colocarlas en los inquilinos de las jaulas o secarlas al sol. Le había permitido ayudar tras la tímida oferta de asistencia. Y, si era honesto, dar confianza en una actividad común cimentaba la tregua. Y garantizaba la permanencia del híbrido.

—¿Curarla? Porque no quiero que muera o sea devorada.

—Pero tú matas animales para comer —insistió el muchacho, y no logró que sonara a pregunta.

El ensopado de pez que cenó por poco vuelve a la boca, pero tragó la náusea cuando confirmó:

—Lo hago —y su mirada se desvió sin querer a la derecha donde recargó el arma sobre una pila de ramas—. Iré a controlar las trampas —murmuró.

Hablar con un animal sobre comer animales lo hizo consciente de las posiciones en la cadena alimenticia. Aunque por supuesto la que reconoce de sus años de escolaridad estaba desactualizada, todavía podía advertir dónde estaba él y dónde, desde el lado contrario, Jungkook. Sin embargo, no estaba dispuesto a cambiar su conducta alimenticia por un simple híbrido. La visita fugaz de este muchacho de cornamentas en nada alteraría su vida.

Llegó hasta la escopeta, y aunque le pareció de mal gusto exhibirla ante el híbrido, no es como si pudiera ocultarla. Además, no quería ir al riachuelo sin protección, así que ignoró el jadeo asustado de Jungkook cuando controló la carga y revisó el seguro. Lo sentía, de verdad, pero las trampas de peces estaban en el sitio donde lo halló desmayado. El rastro de sangre que dejó Jungkook parecía el camino de migajas del cuento, aún cuando este no tuvo intención de ser encontrado. Y él, cuando lo arrastró a su hogar, peor marca dejó.

Así que, devolviéndose en los pasos que dio con el híbrido, fue pisoteando las huellas hasta dejarlas irreconocibles. Para la sangre seca no hizo falta nada, los animales debieron darse un festín terroso. Y dado cómo el viento corría con prisas, pronto caería la lluvia a terminar de borrar cualquier pista que diese con su hogar. Así que llegó al riachuelo, respirando aliviado cuando inspeccionó entre los arbustos que nadie estaba cerca. Aun así, anduvo con cuidado de trampas invisibles como las que él solía colocar cuando...

—Basta —se golpeó la frente, tal cual si así pudiese alejar las lecciones bien aprendidas que tuvo en formación—, basta, basta.

Por estar castigándose casi se pasa por alto la mochila colgada de una rama. Estaba situada de modo tal que solo viniendo por el camino que conduce a su hogar sería posible descubrirla. De lo contrario, las ramas y la tela de camuflaje militar funcionaban para ocultarla. Se alegró, aunque le fastidió cuán rápido acudieron a su rescate. No dejó de ver esto como una prueba de lo poco que confiaban en él para controlar la situación. La arrancó del agarre, estimando que por el peso no debió ser fácil traerlo y dejarlo allí.

En lo que iba a abrir la mochila, escuchó sonidos detrás de él y se preparó para lo peor. Con la escopeta en alto, a tiempo logró atisbar unas astas sobresaliendo. Rodó los ojos.

—Sal de ahí, te he visto.

—Lo siento —Jungkook se mostró temeroso, recorriendo el lugar con aquellos ojazos miel, pero más aún con su nariz olfateando el aire—, ¿con quién estás?

Oh, claro. El híbrido seguro rastreó el aroma, tal vez hasta los pudiese oler en la mochila.

—Eso no es tu asunto —y caminó hasta él para cederle la mochila—, volvamos.

—¿Umhm? ¿Qué es ese olor? —Un estornudo de Jungkook casi hizo reír a Seokjin, pero se contuvo—, ¿oh?

—No lo sé —levantó la escopeta, y le aseguró el pestillo para no perder una descarga accidentalmente si tropezaba—, pero movámonos deprisa, cuanto antes lleguemos mejor.

Le corría el sudor por la espalda, por la frente. Las manos se le encharcaron. Y nada tenía que ver con el calor húmedo que ni el viento podía aliviar. Estar a la intemperie con un híbrido era ser un blanco fácil. Como ofrecerse para el fusilamiento. No se le ocurrió hasta entonces lo difícil que debió ser para Jungkook moverse en el bosque por lo mismo.

La mochila traía comida, medicinas, libros y un par de chucherías. Por la selección de libros, su biblioteca tendría variedad para semanas. Le agradaba cuán buen lector se había vuelto tras su exilio voluntario al bosque, así que repasó los títulos y dejó el más pequeño sobre la mesilla de luz para iniciar la lectura esa misma noche. Se preguntó si el híbrido sabría leer. Podría no ser el caso y que su habla se debiese a lo cotidiano del aprendizaje, es decir, a aprender el lenguaje por la escucha diaria. ¿A quiénes escuchó en sus tempranos años? Surgió entonces la pregunta y pensó que no debió tratarse de nanas y dulces palabras así que se alejó de allí.

—¿Cómo se llama esto? —Consultó Jungkook y Seokjin bufó antes de arrebatarle la lata de Coca cola—, uh, perdón, no quería entrometerme.

—Pero lo has hecho —espetó, dejando la lata en un estante sobre la mesilla de la cocina—, y esto es oro, muchacho, ¿oyes eso? Oro.

—Eso no es oro.

—Para los humanos que lo conocimos en su esplendor, lo es.

Suspiró, debería desempolvar su paciencia. Así que no volvió a protestar. Por toda respuesta, Jungkook asintió y continuó husmeando en la mochila. Lo permitió porque había robado a tiempo una carta que había envuelta en un par de medicinas antibióticas y se alejó para leerla.

Danos parte cada semana hasta que podamos efectuar un traslado.

Ten cuidado.

J.

Arrugó el papel, mordiéndose los labios y viendo a Jungkook, que ahora olfateaba una bolsa de snack. La ingenuidad del híbrido le pateó el esternón, así que respiró hondo buscando aplacar el malestar que no se le quitaba desde que lo rescató.

+

Los primeros días, Jungkook resultó para Seokjin un objeto de estudio. Aunque fue discreto en su curiosidad.

—¿Ves los colores?

Lo intentó al menos. Jungkook alzó la cabeza, moviendo sus orejitas. Estaba sentado en el suelo de la sala, junto al sofá azul, fascinado con la colección de cds que Seokjin trajo de su anterior vida. Por desgracia, el reproductor de música constaba de una toma de energía con baterías y el desgaste ocasiona que el sonido se impregne de estática. Aun así, el híbrido podía perderse horas y horas oyendo las mismas canciones. Como si no tuviera suficiente. Pensó que el cautiverio donde lo retuvieron no tendría lugar para el ocio y la recreación musical.

—Lo hago —dijo sin molestarse en la evidente evaluación de aptitudes físicas—, aunque hay algunos colores que resultan más dolorosos que otros.

Volvió a repasar la pila de cds, sus manos llenas de canciones que a Seokjin lo empujan al pasado. Allí donde las notas rebotan contra momentos repletos de personas que amó y con las que extrañar se tornó una constante.

—¿Dolorosos? —parpadeó, removiendo los rostros, las risas y las palabras que acudieron al llamado de la memoria sonora con la canción que se reproducía en ese instante.

—Sí, aquí —Jungkook tocó su sien—, son tan brillantes que no puedo verlos por mucho rato.

—¿Qué colores? —sintió que estaba en una lección de biología, pero no hizo tanto caso a lo incordiante que debía resultar para el otro—, ¿hay algo aquí que te lastime? —buscó alrededor, mordiéndose los labios cuando se percató del poco colorido de su casucha—, quizá no.

En la ciudad tampoco adornaba sus espacios con colores brillantes. Había algo reconfortante en los tonos neutros. Podía percibir el toque heredado de su madre en la disposición espacial, con poca mueblería y un basto abastecimiento de plantas. El bosque, por lo que parecía, habitaba con él en el interior de su casucha. Jungkook, junto a las macetas con brotes nacientes, flores, encajó mejor que él mismo viviendo por años allí.

—El rojo y el naranja se confunden a veces en mi mente —señaló la camisa cuadrillé que llevaba, préstamo de Seokjin—, no creo que pudiera decir cuál es este.

—Rojo —proporcionó.

—Oh —sonrió, y de nuevo sus orejas bailaron entre sus cabellos—, aunque sé cuál es ese —levantó un dedo para indicar el sofá—. Azul. Me gusta el azul.

No sucederá, pensó con una sonrisa.

+

Jungkook tenía un olfato quisquilloso, catalogó Seokjin cuando tuvo que guardar unos frascos de especias que solía dejar sobre la mesada de la cocina. El pescado que religiosamente cocinaba de pronto tuvo que ser oculto bajo capas de tela. Ni hablar de las botellas de contenido alcohólico... pero esto fue quizá para bien. Ya no había domingos entre semana donde él estuviera adormecido con la bebida. Tal vez tendría que deshacerse de ellas para no caer en la tentación cuando no tenga al híbrido rondando por ahí, consideró. Solo lo detenía el presentimiento de que, cumplida su parte del trato, tendría que recurrir a ello para no enroscarse en pensamientos puntiagudos hasta que la soledad regrese y tome su sitio preferencial, dentro de su pecho.

—Huelen picoso —había dicho el híbrido y torció la boca para evidenciar su fastidio.

No opinaba lo mismo de la ropa de Seokjin, la cual era su atuendo diario. Las vestía con prisas y comprobaba la textura de esta, olfateando también con entusiasmo el aromatizante casero que preparó en cuanto descubrió cerca del riachuelo un claro repleto de flores moradas. Sabían a salado, a rancio —porque sí, las probó—, pero su perfume era sutil y delicioso. De hecho, había sido su fragancia la que lo motivó a comer una. Por lo que, una vez testeada su "incomestibilidad", decidió hacer uso de ella para su ropa. No es como si pudiera tener un viaje a la lavandería y pagar por su suavizante preferido.

—No envidio tu nariz —entonces se le ocurrió—, ¿qué tanto puedes oler?

Terminó de escribir en su libreta hace minutos y, cuando dio con lo que hacía, paró de inmediato. Le sorprendió el dibujo de un bonito ejemplar de cornamentas. Sintió un revoltijo en el estómago y su cabeza bulló con ideas, pero las detuvo cerrando la libreta y levantándose. Caminó hasta el salón donde Jungkook alimentaba a los inquilinos de las jaulas con trocitos de pan húmedo. Les hablaba, además, contándoles cómo había aprendido a hacer el pan tras varios descartes de masa quemada, o muy salada o muy dura. A veces, bajaba la voz y Seokjin perdía las confesiones de este. Lo respetó, no era quién para cuestionarlo.

Tomó asiento en el sofá, recargándose en un brazo de este hasta que espió por encima del hombro de Jungkook. El muchacho de cuernos volteó a verlo, quedando tan cerca de Seokjin que sus astas casi lo rozan. El híbrido tuvo el tino de mostrarse tímido cuando respondió:

—Creo que ya deberías cambiar tus sábanas.

Y Seokjin lo hizo, no porque lo haya dicho su huésped, sino porque afuera el sol estaba radiante e ideal para secar la tanda de lavado.

+

Le hubiera gustado tener una enciclopedia o acceso a internet para explorar sobre los ciervos sin andar adivinando o interrogando a Jungkook. Aunque este continuaba respondiendo sin mandarlo al diablo.

—¿Eres un cachorro? —se oyó preguntando esta vez.

Estaban en el riachuelo lavándose tras una jornada de jardinería extenuante. Habían tenido que rellenar pozos donde la lluvia de hace unos días escarbó el suelo. Acabaron los dos embarrados y riendo por los resbalones que daban cuando trataban de moverse por el terreno junto a la casucha. Así que antes de que el sol se pusiera, corrieron a asearse. Ninguno de los dos quería ensuciar sus camas. Menos Seokjin, que llevaba a término tener las sábanas limpias desde que Jungkook mencionó su olfato agudo.

—No, ¿eso te parezco?

Lo que le parecía era irrelevante. Seokjin podría ver aquel torso magro, aunque no tanto como para ocultar un poco de agraciada musculatura, y todavía estar ante un cachorro de ciervo. Y si se guiaba por el rostro de Jungkook, con sus ojos brillantes y que saltaban de un punto a otro como si intentaran absorber lo que veían, quizá este entendería por qué estaba obligado a preguntar. El híbrido, de ser un humano más, podría ser guapo. Pero Seokjin no podía ignorar las astas y las orejas de ciervo por mucho que hallara atractivo los rasgos del rostro que lo enfrentaba. Solo que... no. No podía ver más allá de estas diferencias y, pese a ello, o más bien, eran estas las que lo tenían en un estado de ridículo embeleso.

—Fui rudo, lo siento —se disculpó, volviendo a hundirse en el agua. Cuando salió a la superficie, Jungkook estaba más cerca, casi como si hubiera ido a su encuentro—, ¿qué ocurre? ¿Escuchaste algo?

Negó y fue el turno de este hundirse en el agua para salir casi de inmediato, tosiendo y escupiendo agua. Lo asistió, sujetándolo y palmeándole la espalda. La casi total desnudez de ambos fue a segundo plano cuando lo atrajo para ayudarle a recuperar la calma y que respire con normalidad.

—Nunca aprendí a nadar —dijo.

—Entonces no deberías sumergirte —replicó, recién volviéndose consciente de sus cuerpos, la forma en que sus brazos no perdieron tiempo en enroscarse en el híbrido para sostenerlo. Hasta, y fue un reflejo involuntario, lo estrechó tanto que oyó un resuello de labios de Jungkook. Para su desconcierto, Jungkook respiró hondo y se recargó más sobre él.

—Lo siento.

Y aunque de cierto modo era agradable tener el cuerpo cálido del otro pegado al suyo, Seokjin se obligó a moverse e imponer distancia.

+

—¿Podemos ir por eso?

Hoy no tuvo suerte en el reporte, la voz que le respondió el llamado fue una que podría vivir sin oír nunca más y ser feliz. Aun así, no podía escaquearse.

—Tiene nombre o, en su defecto, especie —pegó los labios en un mohín hastiado en cuanto lo dijo.

No valía el esfuerzo. Un mundo resurgido desde la muerte no atendía a reflexiones sobre trivialidades tales como modos de referirse a alguien. Y, para el caso, Seokjin no podía empujar cambios en alguien como el interlocutor de turno. Y lo sabía porque, no hace mucho tiempo, fue su amigo. Lo que le restregó en la cara cuán hipócrita estaba actuando cuando, de no ser por este mismo, no estaría allí en primer lugar. Le debía tanto que era infame siquiera comenzar a criticar sus expresiones respecto a los híbridos.

—Solo dinos si nos movemos o no.

Encontró entretenido perseguir las motas de polvo que flotaban en el aire y captaba gracias a los rayos del sol filtrándose por el parabrisas. La mañana recién despuntaba y él, sin poder pegar un ojo, o durmiendo a medias, tenía prisas por reportar. Como había comprobado ya, Jungkook tenía buen oído. Así que, dejando que los inquilinos de las jaulas protesten por alimento, salió rumbo a la camioneta. Tenía un margen de acción corto, no debía crear sospechas. Por lo que optó por dar avisos durante lo que tarda en calentarse el agua para su té y va a hacer sus necesidades.

—No sería prudente aún —se halló diciendo, y era un discurso repetido de veces anteriores.

Por fortuna, no se le cuestionó.

—Tienes a todos aquí preocupados, ¿eres consciente de ello?

—Esa no era mi intención, lo último que querría sería perturbar sus vidas.

—¿No nos extrañas, hyung? Mira que portarte así con tus ex colegas no es obrar bien.

Sus dientes chirriaban por la burla, le dolió la mandíbula por la presión.

—¿Por qué los contactaría? ¿Para qué?

—Me interesaría saber en qué te gastas las horas —una risa baja—, pero puedo imaginarlo, con todo el alcohol que encontré la última vez que te visite.

—No te incumbe —agregó— y no vuelvas a poner un pie en mi casa.

—Eh, ¿por qué no? Es lo menos que me debes, un brindis por la amistad.

Colgó.

+

Progresivamente, Seokjin aceptó la compañía del chico ciervo. De hecho, tan efectiva se volvió su presencia que cuando despertaba e iniciaba su rutina, sus pensamientos enseguida lo contemplaban como el ayudante autodesignado que Jungkook mostró ser. ¿Será por esto que los reportes que Seokjin debía dar lo ponían de un humor ácido? Como sea, cuando actualizaba el caso, evitaba a Jungkook. Menos durante la hora de almorzar. Habían hecho costumbre en las casi tres semanas comer juntos, sentados en la alfombra áspera del salón, a un lado del sofá azul al que Jungkook seguía sin tener permiso de ocupar. Seokjin tampoco se sentaba allí, prefiriendo unirse al chico de cornamentas en el suelo.

Y las comidas no eran meramente una cuestión de calmar el apetito, eran puntos de reunión y conversación. Y se sumaron las bromas y las risas. Y Jungkook no era solo el híbrido, era alguien que podía sostener un diálogo sobre música —aun cuando sus conocimientos eran intuitivos y en nada técnicos. Seokjin podía apreciar el esfuerzo de este para no aburrirlo y hacer lo propio también. Lo único que interrumpía sus voces eran los inquilinos de las jaulas, que iban reduciéndose a medida que sus recuperaciones llegaban a término.

—¿No te da pena dejarlos ir? —había preguntado ese día Jungkook, luego de liberar a una paloma y una lagartija.

Seokjin detuvo sus pasos, como si lo hubiera golpeado una de las tantas ramas que va esquivando al caminar entre la arboleda.

—No... —y su voz fue tan frágil que entendió, más que nunca, cómo podía engañarse.

Lo que hacía por los animales que hallaba heridos no era tanto por un solemne acto de solidaridad. Su caridad era por beneficio propio. Si les llamó inquilinos, a bien tuvo el apelativo aunque no fuera un nombramiento adrede. La retribución que recibía de estos rescates era la expiación y la distracción. Si tenía que levantarse cada día a atender a otros, su sentido del deber lo alejaba del desalojo sentimental que experimentaba cuando el día estaba en alza y nadie había ahí para él. Más que su sofá, quien en un mudo acuerdo, le sostenía sus pesares mientras él, con la ansiedad y el pánico de no ver sentido a continuar, rascaba el tapizado de los reposabrazos.

Por esta razón era tan insistente en que Jungkook no ocupe el sofá. Porque allí, en ese asiento, él soportaba la vida cuando deseaba con fervor que acabase ya. La lucha por sobrevivir del híbrido echaría más sombras a su propia desestabilidad y cuando no esté, volver a su eje de quietud y silencio costaría el doble de esfuerzo. Sobre todo, porque Jungkook se encargó —sin pretenderlo— de dejar rastros en cada rincón de su casucha aun cuando inspecciona el lugar y no hay nada fuera de su sitio. El sofá era quien resistía intacto a la permeable presencia del chico de cornamentas.

—Tienen que continuar por su cuenta.

—No es eso lo que...

—¿Te importaría adelantarte? Ve alistando el almuerzo, enseguida te alcanzo —y huyó entre los arbustos.

Ahora, días después, tuvo una fugaz remembranza del abatimiento que le dejó aquella conversación por muy breve que fuese. Tal vez porque sabía que el carrete de mentiras que gastaba en los reportes estaba a punto de acabarse. Sin embargo, no dio más vueltas en ello y siguió la conversación sobre música que Jungkook hiló por los dos. No oía qué decía e intervenía con sonidos ininteligibles que funcionaban para que el híbrido continúe su cháchara. Removió el tenedor en su plato, sin apetito ya. Pero se quedó allí para no ser maleducado con el otro comensal.

La alimentación del híbrido consistía en una dieta de vegetales. Seokjin no comprendía cómo podía subsistir con ensaladas, pero se encargó de proveer de su huerta lo necesario. Aunque, dado que él mismo necesitaba un chute azucarado para alzar el espíritu, tuvo el buen gesto de invitar a su huésped de cornamentas un poco de jarabe dulce para el pan. Se arrepintió de inmediato.

—¡Esto sabe a cielo!

Se alejó del efusivo actuar de Jungkook tras la primera probada, y tras las tantas que le siguieron a esa. El muchacho tenía las pupilas dilatadas y las orejas de ciervo tan tensas y alertas como si estuviera a punto de ponerse a saltar por allí, corretear de un lado a otro. Recordó una caricatura, pero no acudió a su ánimo risa alguna. Estaba preocupado. ¿Acaso el jarabe enfermaba a los ciervos?

—No sé a qué sabe el cielo, pero por favor deja la cuchara sobre la mesa junto al frasco y apártate unos cinco pasos —indicó, poniendo las manos al frente para detener el avance de Jungkook—, guardaremos esto —tomó el frasco ante la atenta mirada miel del otro— para futuros y lejanos postres.

—¡Pero yo quiero más! —un berrinche, en toda regla, con los labios abultados y unos ojos de cachorro que hubieran derretido el corazón de cualquiera.

No obstante, Seokjin no estaba seguro del efecto de aquella incalculable expresión tierna sobre él. Sintió como si su pecho fuese un espacio compartimentado, con todos los cajones abiertos y vacíos. No era la exacta sensación de rechazo, pero tampoco se vio receptivo al mohín inocente del híbrido. Y le preocupó a varios niveles porque, notaba entonces, su corazón estaba descompuesto. Funcionando apenas para retorcerse en la culpa y el remordimiento o para flotar en llanto que no deja salir porque prefiere tragar la angustia y la melancolía hasta que esta se evapora por los estallidos de ira que le suceden a veces.

Como en ese instante en que Jungkook corrió, rodeando la mesa para robar el frasco y él, como primera reacción, atacó.

No fue una lucha justa. El entrenamiento de Seokjin le proporcionó la ventaja suficiente para someter al híbrido, que chilló aterrado por la furia que destilaron sus ojos y fue cuando volvió a romper su regla: se vio otra vez. Allí, en el reflejo de aquel par de ojos enormes y repentinamente acuosos, encontró a Kim Seokjin. El cazador. Y se derrumbó, precipitándose a la salida mientras gritó para sí y para el llamado de Jungkook:

—¡No, no, no!

Lo repitió hasta que estuvo afuera, corriendo a encerrarse en la camioneta donde se permitió gritar y maldecir a gusto.

+

Como si la tormenta de su cabeza llamase a la del cielo, aquella noche fue colmada de relámpagos, truenos y lluvia que tundió el techo de la casucha hasta que los inquilinos despertaron en sus jaulas apavoradas por el escándalo del exterior. Seokjin dio vueltas en su cama, incapaz de conciliar el sueño porque su mente era una programación repetida del episodio de esa tarde, temprano. Como ajeno, revivió la escena donde perdió el control y atacó a un indefenso ciervo. Fue peor todavía notar cuán satisfecho estuvo de entender que podía, que si quería, tendría fácil dominar al híbrido. Y no era que su corazón esté defectuoso, solo que era un órgano putrescible al que no hallaba cómo salvar.

Si durmió, no hubo paz en la quimera que imaginó para buscar consuelo de sus actos y pensamientos. Aquellos que tuvo por resultado de un pasado de decisiones de cuestionable moral. Pero no es que pudiera borrar lo hecho. Y tampoco estaba en plan de enmendarlo. Aunque la pesadilla que lo despertó, sobresaltado, indicaba lo contrario. Ahogado en llanto, un grito ronco que se rasgó en su garganta y lo dobló en la cama, esta le retrucó que no estaba siendo sincero.

—Shh... —se paralizó cuando una mano peinó sus cabellos, barriendolos de su sudorosa frente con un mimo tímido—, shh, ha sido un mal sueño.

Miró al híbrido, queriendo espetarle que no se meta donde no lo han llamado. Que se aleje. Que no lo exponga a aquella mirada de juicio silente. Pero habían sido años desde que alguien mostró interés en su bienestar. Que alguien se acercó a él y ofreció saciedad a la ansiada necesidad táctil de todo humano. Y su corazón, egoísta y ventajista, quedó a disposición del consuelo recibido. Se mantuvo allí, respirando entrecortado y dejando que las lágrimas hicieran un pozo de lamentos en su almohada. Jungkook lo observó con unos ojos inusualmente brillantes, parecían encendidos como estrellas en la oscuridad del cuarto. Aun así, a Seokjin le atrajo todavía más la atención el gesto del muchacho, semi oculto en la penumbra. Deseó advertir qué pensaba de él, pero no tenía energías para lidiar con ello.

Confió en Jungkook, contra su voluntad nuevamente, y aunque no supo cuándo es que se quedó dormido, se llevó con él los cuidados.

+

—¿Qué superhéroe salvaría este mundo?

—Tony Stark —contestó.

—O Pepper Potts —agregó su interlocutora y tal parece que esperó algo más, pero como no le ofreció respuesta o remate, continuó—. Estás listo para la entrega.

No fue una interrogante, falló la inflexión en la voz y Seokjin supo que aunque no se veían, ella advirtió su jugada. ¿Estaría enojada? ¿Decepcionada? O solo resignada a que el bosque hizo mella en él y le trastornó la razón al punto de no ver lo equivocado de retener a un híbrido en su casucha. Tenía que volver a ser práctico. Seguía siendo un inquilino más, eventualmente tendría que liberarlo. O, bien, dejarlo ir.

Entregarlo.

—Aún no.

+

Como cada día, Seokjin despertó antes que el híbrido y se encaminó fuera a comenzar el día. Solo que desde el incidente procuró levantarse un poco más temprano que de costumbre. Logró su objetivo de no interrumpir el sueño de Jungkook, que con el correr del tiempo se relajó y ya no saltaba ante el primer sonido. Los inquilinos en sus jaulas, los tres que quedaban, apoyaron su furtiva salida sin emitir reclamo alguno. Pronto, el total de jaulas estaría vacío y aunque esto debería alegrarle, hoy no resultó. Así que sin perder valiosos minutos, huyó al bosque.

A toda costa evitó enfrentar un diálogo con Jungkook luego de que lo haya visto lloriquear en la cama hasta quedarse dormido. Mantuvo la conversación superficial y en nada receptiva a mencionar lo ocurrido previo a ese vergonzoso estallido de llanto. Ni siquiera se disculpó. Si de él dependía, nunca sucedió. Sin embargo, la manera en que suavizó el trato con el híbrido debió indicarle al otro su intención de compensar.

Volvió del exterior con el rostro mojado y el sueño despejado completamente. Traía en las manos la taza con su té hirviendo. Quería disfrutar de la introspección en su sofá, pero al pasar por la cocina y recoger una cuchara, supo que no tendría demasiadas horas para sí. Como tenía las manos húmedas, la taza se le resbaló. Cayó y se partió en pedazos, a la par que molestó al dormido Jungkook. De pie junto al lavabo, notó cómo este apretaba los dientes mientras se cubría las orejas. Sensible, murmuró y comenzó a recoger el estropicio.

—De ahí vengo —contó Jungkook, ahora de pie y desarmando su cama—, los laboratorios Min —explicó cuando se le quedó viendo confundido—, ellos... son ellos los que me tenían.

Seokjin vio a su mano, donde se leía el emblema de la empresa clínica experimental.

—Ajá —dijo por decir, ¿qué iba a responderle?

—Tienen a más —continuó Jungkook y su rostro era una máscara de indiferencia, casi tan perfecta como la de Seokjin—, tienen a mis bebés.

Esta última confesión fue apenas un susurro, pero a Seokjin lo golpeó tanto que apretó los puños sin importar si se cortaba con los trozos de la taza. Acercándose, Jungkook lo persuadió a soltarlos. Los oyó repiquetear en el suelo, antes de que su corazón ocupe sitio en sus oídos y lo aturda con latidos pesados.

—¿Tus bebés?

—Sí —un par de gruesos lagrimones cayeron por el rostro de Jungkook y Seokjin sintió el impulso de confortarlo, pero se abstuvo.

¿Por qué te fuiste? ¿Cómo fuiste capaz de abandonarlos? Pero el mundo no era blanco ni negro, si es que Seokjin podía decir algo al respecto. Y él tampoco era quién para señalar a otro. No cuando era responsable de...

—Lo siento —ofreció y le acudió el absurdo pensamiento de que si se quedaba querría abrazar a Jungkook y calmar aquel insoportable dolor que mostró en sus facciones.

Salió disparado, de nuevo, yendo a controlar sus plantines, recogiendo leña e inspeccionando los alrededores por si pillaba algún animal herido al que socorrer. Lo que sea para no continuar con la conversación con el híbrido. Ni siquiera importó que sus palmas ardieran, magulladas por la presión con las que sostuvo los trozos de la taza rota. Al contrario de buscar alivio, hundió sus uñas en los cortes hasta que la sangre goteó de sus manos. Pudo respirar entonces, dejando que fluyera de sí cualquier carga emotiva caótica que trajo la confesión de Jungkook.

No obstante, el muchacho de cornamentas lo alcanzó.

—Necesito ayuda, por eso escapé —explicó, tal vez justificándose ante la expresión alarmada de Seokjin que no disimuló su sentenciosa opinión—. No podía traerlos conmigo, sería demasiado peligroso, mira que por poco ni yo lo consigo.

La endeble sonrisa del híbrido no halló indulgencia en la fachada apática que Seokjin con rapidez utilizó. No sería justo mostrarle sus verdaderas emociones, sobre todo, porque no tenía cómo saber cuáles dominaban su ánimo en ese instante.

—Obtendrás ayuda en Magic shop —devolvió su relato a lo pactado desde un principio, aun cuando sabía que no era cierto y que no había peor pecado que alimentar esperanzas destinadas a morir.

Cometió el error de permitirse confiar en un híbrido, de involucrarse con su historia. Como si no supiera las consecuencias de esto. Ahora resta recordar que está siguiendo órdenes y a otros corresponde velar por el bien y por el mal.

—Gracias —la respuesta de Jungkook fue sincera y por esta razón Seokjin se distrajo y no vio venir el abrazo que la acompañaba—, me siento afortunado de encontrarte. O, digo, que tú me encuentres. ¡Todo lo que haces por tus inquilinos, por mí, es increíble! No sé cómo agradecerte, hay pocas personas como tú, Seokjin.

—No digas eso —¿Cómo es que tales palabras le sentaban mal?

—Pero es cierto —se empecinó Jungkook, distanciándose un poco para verlo—. Podría dar con cualquiera en este mundo y di contigo, tu hospitalidad, tu vivir tranquilo —sonrió, y era una estampa de llanto y risa que a Seokjin le removió algo en el pecho, por el esternón—, tus plantas, tus inquilinos en las jaulas y tu música. Me siento afortunado.

Volvió a hundirse en el abrazo y Seokjin agradeció no estar en el foco de mira de sus ojos o se hubiera delatado.

—Lo que digas —palmeó la espalda del híbrido, sintiendo sus miembros laxos y si no se cayó allí, desarmado por la ardid que él mismo elaboró, fue apenas por inercia.

+

Si hubo un ambiente apacible los siguientes días, se debió a la culpa de Seokjin por atacar a Jungkook y a que este mismo se retrotrajo cuando confesó lo de sus bebés. Sin embargo, esta convivencia les permitió solo mostrar aquello que los volvía humanos —aun cuando uno de ellos era mitad animal—: sociabilidad. Si conversaban, eran tópicos lejanos a los que podrían generar fricción. Si Jungkook ayudaba a Seokjin solo preguntaba por los cuidados médicos. Si Seokjin era el que indagaba en la vida del híbrido, era apenas curiosidad de su especie.

También, se ocuparon de llevar un control de las heridas de Jungkook. Seokjin no podría seguir fingiendo que el híbrido precisa cuidados y si este mismo no comenta al respecto, pues es en favor de recuperarse al máximo. Así que continuó ayudando con sus heridas. De hecho, y casi como pago, Jungkook velaba por sus pesadillas cada vez más frecuentes. En una de ellas, Seokjin se vio a sí mismo, años atrás, cargando en brazos a un niño pequeño. Lo sintió tan real que supo cuando despertó que esa ensoñación fue producto de una memoria real y que él se encargó de enterrar en olvido mientras bebía sentado en el sofá azul de su sala.

El niño, un pequeño híbrido de pelaje oscuro, se sacudió en sus brazos antes de despertar y estirar las manitos en su dirección. Aquellos ojos inocentes lo flecharon y le conmovieron tanto que desistió de su destino y se desvió a otro camino. Pero era tarde, estaba cerca. Fue atrapado y, de cualquier manera, era el último encargo. Cuando se lo arrancaron de los brazos, corrió para no oír el llanto del híbrido. Corrió hasta que se perdió en el bosque y se topó con un muchacho de astas que le reclamó: ¿por qué lo hiciste?

—Lo siento —lloró en su almohada, y junto a él Jungkook, paciente, lo escuchó lamentarse—, lo siento tanto, perdón, perdón, yo...

—Shhh, está bien —decía este, tan exasperantemente en calma que Seokjin reaccionaba con más sollozos ahogados—, eso está lejos, ya no te encuentras ahí, no eres tú.

—Lo soy, fui yo quien... —pero Jungkook, no permitió que lo diga.

No era necesario. En una de esas noches en que despertaba con una crisis de llanto, vio la marca en su pecho. La identificación de la Milicia de los Últimos Hombres. La había tocado, incluso, repasando la insignia que debió reconocer de su captura. Seokjin había aguantado la respiración mientras Jungkook se inclinó para estudiar las cicatrices de piel quemada que marcaron a Seokjin como su enemigo. A esa distancia, pudo notar cuán pintorescos eran aquellos ojos que, con toda la angustia que cargaban, todavía resultaban hermosos. Buscó palabras para expresar lo que sentía, un cúmulo de culpa y repulsión que lo dejó sin aliento.

—Lo sé —fue lo que dijo Jungkook y bastó para entenderse.

+

Cuando Seokjin revisó a Jungkook por primera vez, por poco pasó por alto una profunda herida en su abdomen. Parecía como si se hubiera arrancado algún objeto cilíndrico, a juzgar por el corte limpio de la piel. Jungkook no quiso hablar de ello y Seokjin no insistió. Aun así, no pudo evitar admirarse en voz alta por la rápida sanación del híbrido. Hoy, la herida es un punto rosado de piel nueva que, al tacto, es sensible. Jungkook suspiró una risa antes de detener sus manos que marchaban exploradoras.

—Hace cosquillas —dijo Jungkook, a quien la desnudez seguía sin preocuparle en lo más mínimo—, ahora, al menos.

Jungkook no lo soltó y Seokjin, por alguna razón, tampoco buscó liberarse. Allí, se vieron por minutos incontables hasta que el rostro del otro pareció borrarse y dejar apenas las esencias invisibles, pero reconocibles tras tantos días juntos. De pronto, a Seokjin no le parecieron relevantes los detalles de la mutación genética de Jungkook y solo apreció la afable criatura que con el pulgar acarició su mano. ¿Cómo es que conseguía tal calma? Se preguntó sin obtener respuesta. De estar en su lugar, Seokjin se habría rendido hace mucho. Tal vez ni hubiera intentado liberarse del horror al que fue sometido. Así que, ¿cómo se atrevía a estirar la mano y tomar el rostro de Jungkook, sonriendo cuando este se recargó en ella y le devolvió la mirada? No lo merecía. Y, aun con este hecho claro, se quedó allí.

—Lo siento —se disculpó y no explicó por qué.

Tenía por hábito al menos una disculpa por día, como adelantándose a lo que sucedería luego, cuando ya no requiera sus cuidados.

—¿Y eso, por qué?

Por todo, pero era tan vago. Se alejó, llevando consigo un rastro del calor del cuerpo del híbrido que lo abrigó ante la frialdad que se asentó en él por estar cruzando la línea.

—Listo, puedes vestirte ya —se dio la vuelta, alistando el botiquín para guardarlo.

Era él, no Jungkook, quien se sonrojaba por la facilidad con que este se desnudaba y se vestía ante la mirada ajena. Y este hecho le hizo dar cuenta de que quizá el híbrido no había tenido oportunidades de desarrollar sentido del pudor. ¿Qué privacidad iba a tener como sujeto de experimentación? Si hasta había sido enlistado como donador de esperma para la nueva generación de híbridos clínicamente modificados.

—Gracias.

Le otorgó privacidad aunque el otro no lo apreciara como tal y se marchó. Dejó el botiquín en su sitio y antes de salir afuera llevó el libro que estaba leyendo y la escopeta. Tenía los nervios a flor de piel y el pasar lento de los días acrecentaba su inquietud. Incluso había tomado a bien salir a buscar las trampillas por la noche, para camuflarse con las sombras.

Jungkook se le unió al rato y le pidió que leyese para los dos.

—Es una discusión filosófica —explicó, Jungkook encogió los hombros—, de acuerdo —se limpió la garganta y empezó—: en primer lugar, eran tres los sexos de los hombres y no dos: masculino, femenino y un tercero común a esos dos. Los masculinos descendían del sol, los femeninos de la tierra y el que participa de ambos de la luna. Sobre estos últimos, tal fue su arrogancia y su fuerza que Zeus y los dioses, para evitar que se alzasen en su contra e invadieran el Olimpo, decidieron separarlos en dos.

—Eso es cruel —opinó Jungkook, que se había recostado a un lado. Seokjin sintió la punta del asta sana clavándosele en el muslo, pero no intentó alejarlo—, y lo entiendo, todos temen a lo que no pueden controlar o no entienden.

Seokjin continuó su lectura sin darle la razón.

Una vez divididas, cada mitad buscó con desesperación a la otra mitad. Y, al encontrarse, se abrazaban con tal ímpetu que perecían de hambre e inmovilidad ya que no querían hacer nada que implique separarse de la otra. Cuando una de las mitades moría, la otra mitad buscaba a otra, fuese esta mujer u hombre y aunque no fuese perfecta la unión, permanecían unidas hasta la muerte. Por lo que empezaron a extinguirse y fue así que Zeus se apiadó de ellos y recompuso sus órganos de modo tal que las uniones pudieron darse entre hombres y mujeres —detuvo la lectura cuando escuchó murmurar a Jungkook, lo descubrió dormitando y no pensó antes de acariciar los cabellos de este tal cual hacía para él cuando tenía pesadillas; siguió—, de este modo, cuando hombre y mujer se unían engendraban y perpetuaban la especie, y si dos hombres se encuentran, al menos habría saciedad y alivio para ocuparse de los asuntos de la vida. De ahí proviene el amor que naturalmente nos profesamos unos a otros, ya que nos recuerda nuestra primitiva naturaleza, nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que la mitad de un hombre, separado del todo. La mitad busca siempre su mitad...

Pensó en cuán lejanos estaban tales discursos y qué dirían estos pensadores del amor en estos tiempos. Quizá hallaran donde este prosperase, contra cualquier adversidad. O tal vez, como él, se rindiese de buscarlo. Siguió mesando los cabellos del híbrido hasta que la luna apareció y los iluminó a los dos en una noche despejada.

+

Dar el último reporte fue una suerte de ánimo agridulce. Pero necesario. Habían estado sucediendose momentos entre él y Jungkook cada vez más confusos y, por sobre eso, comprometedores. Como cuando se encontró cada tarde a la sombra, descansando contra el árbol de junto, leyendo en voz alta para un Jungkook somnoliento que lo distraía de su libro cuando le sonreía y le comentaba cualquier ocurrencia que la lectura disparase. Decir queda que las posiciones en que se hallaban esas horas podría ayudar a entender el predicamento de Seokjin: veces hubo en que Seokjin y Jungkook permanecieron lado a lado, pero más veces hubo en que uno de los dos se acomodaba pegado al otro, un poco descansando encima de, y proyectando un calor y un manto de confort impensado para ellos al inicio de esta convivencia particular. Seokjin ya no se privaba de peinar las mechas castañas de Jungkook, que hacía soniditos contentos por el mimo. Y Jungkook no tenía inconveniente en tomar su mano, entrelazando los dedos, y llevársela al pecho, como si quisiera enterarlo de sus latidos calmados.

Sus sueños, además, fueron infectados de imágenes de ellos dos y ya no despertaba retorciéndose de miedo o culpa, sino... Definitivamente no podían continuar viviendo bajo el mismo techo. Jungkook estaba recuperado por completo y era su momento de continuar. Seokjin tenía que retomar su rutina solitaria, que tan bien le funcionó por años. Eventualmente, ni sentiría la ausencia del híbrido, ¿verdad? Ocuparía las ahora vacías jaulas y seguiría adelante en su eterna misión de rescate. No resolvería nada con esto, mas la inacción, de todos modos, era una manera de responder al desastre global a la que él comenzaba a rechazar como línea de acción.

Jungkook, para empeorar su situación, despertaba tan temprano que ya no tenía momentos a solas para él. Así que para dar el reporte se ocupó de mantenerlo ocupado, distraído. El híbrido había encontrado unos cuentos que había escrito y pretendía ilustrar en su vasto tiempo libre. Sí, admitió que tal vez era un sueño tonto, pero sueño al fin, el publicar un libro de cuentos infantiles. ¿Qué caso tenía sostener el sueño en este mundo roto?

—¿Estos son tuyos? ¡Wow! —el entusiasmo de Jungkook le arrancó una sonrisa—. Es increíble, ¿puedes leerlos para mí?

Quiso aceptar, pero era un hábito que no deseaba perpetuar. No si tenía en cuenta que Jungkook se iría. Aun así, tenía en él un lado cuentista que lo impulsó a sentarse junto a Jungkook y mostrarle la prometedora historia de Un solo cabello y El viaje del hot dog.

—Puedo intentar dibujarlos para ti —ofreció Jungkook, todavía perdido en los garabatos de Seokjin que adornaban los márgenes de las hojas—. ¿Puedo llevar algunos para mis bebés?

Uh... Cambió de tema.

—¿Qué sabes de ilustración? —Se mofó sin intentar ser cruel.

Jungkook sonrió.

—Llegué al cautiverio casi un año atrás —y esta confesión sorprendió a Seokjin—. Aunque antes viví apartado con mi familia, así que sí, puedes contar como que viví lejos del mundo. Aun así, crecí leyendo cuentos, cómics, me sé de memoria al derecho y al revés el número 83 del Journey Into Mystery. Thor fue el primer superhéroe que conocí.

—Oh —soltó, dejando para luego analizar la información proporcionada. Corrió por la casucha buscando sus lápices viejos y cuando los reunió a todos se los dejó a disposición sobre la mesa—. Ten.

Se marchó, no sin antes ver el primer boceto y sonreír por lo adorable que era. Tuvo entonces pistas de que Jungkook en su anterior vida, antes mismo del cautiverio, solía dibujar. Y lo hacía excelente. Entró en la camioneta todavía con la cabeza reproduciendo una misma balada de interrogantes: ¿con quiénes vivías?, ¿dónde?, ¿qué fue de ellos?, ¿cómo te encontraron? Pero poder responder a todas con un alto grado de seguridad por sí solo le dijo que no correspondía indagar en ello. Encendió la radio, picando en el tablero con su dedo hasta que aceptaron la comunicación.

—¿Qué sabes de las almas gemelas? —preguntó, espantando con la mano las moscas que se colaron con él.

Del otro lado, la voz carraspeó antes de responder:

—Existen —y Seokjin quiso bufar, pero se contuvo—, nadie sabe cómo son ni por qué son, pero cuando llegan...

—¿Hay paz? —buscó adivinar.

—¡No! Todo lo contrario.

Se relajó, riendo cuando comprobó que la comunicación era segura.

—Odio esos discursos, pero fueron entretenidos —agradeció la selección de libros—, dame algo que desafíe mi intelecto, no un par de viejos hablando del amor.

—¿No es el amor la gran respuesta a los problemas del mundo?

—Sí, claro, dile eso a los híbridos que... —tosió y dejó ir el tema, escarbando hasta sacar a flote el empolvado costal de coraje—, llegó la hora. Cuanto antes, mejor. Por favor...

No le hizo falta oírse desde el otro lado del radio para escuchar la desesperación en su voz. Aun así, le llegó desde la frecuencia una retahíla de insultos que hizo disparar sus cejas a lo alto de su cabello.

—Haremos lo posible por ir por él —le aseguró, dejando a Seokjin sin entender si debía estar aliviado o quedarse con la sensación áspera en su lengua de que tenía que retractarse por pedir que lo lleven—, hasta entonces, ten mucho cuidado, ¿sí?

—Lo haré.

Y colgó.

+

El día de partir les llegó tan deprisa que ninguno pudo alistar sus emociones para separarse. Fue esta misma ruina emotiva en la que se encontró Seokjin que lo impulsó a preparar para el híbrido una mochila con libros, con ropa y con un frasco del jarabe dulce que tanto enloquece a Jungkook. El muchacho de astas no habló demasiado en lo que veía los preparativos, pero sí se paseó por toda la casucha como si estuviera despidiéndose del lugar al que llegó en un momento crítico de su fuga.

—¿Y podremos abordar el tren sin que se detenga? —consultó Jungkook, desde algún punto dentro de la casucha.

—Sí, no es como si fuera a detenerse por nosotros.

—Creo que es muy peligroso.

—Bienvenido al mundo, supongo —no imprimió fuerza en su burla, pero Jungkook aun así sonrió.

—Suenas como mis padres —sus orejas cayeron unos segundos, aunque se elevaron cuando dijo—: les habrías gustado y ellos a ti.

¿Los extrañas? ¿Cómo lo logras? Solo que no era quién para husmear en la vida del híbrido más allá de lo que este le ofrecía generosamente saber.

Sin posponerlo más, Seokjin lo llamó para marchar ya, antes que la tarde caiga y el bosque sea imposible de recorrer. Caminaron despacio, sin voltear a ver la casucha que quedó tan vacía como hueco sentía el pecho Seokjin en ese instante. No había inquilinos en las jaulas y ellos dos, que habían mantenido cálido el lugar, se fueron y despojaron de hogar las paredes, los muebles y los colores. Parecía un cascarón, no una vivienda y Seokjin temió el momento de volver.

Jungkook hacía uso de su olfato para determinar si alguien pasó por allí. Y parecía que en todos lados encontraba rastros de hombres lo que lo inquietó a varios niveles, pero lo disimuló.

—Si fuera un híbrido de ave, podría llevarnos volando por sobre las copas de los árboles —comentó Jungkook cuando se detuvieron a descansar.

Habían caminado por horas —yendo al encuentro de su ex amigo, aunque Jungkook no tenía conocimiento de esto— y la impaciencia le crispaba los nervios cada vez más. La exultante actitud del híbrido incrementó su desazón hasta que su humor se agrió. Con cada tarareo de Jungkook, cada comentario que en un nivel racional sabía no era adrede para enfadarlo, se frustraba más. Así que Seokjin no debería ser culpado por soltar:

—Si no fueras un fenómeno, nunca hubiera tenido que dejar mi hogar —supo que estaba siendo cruel, pero no había cómo detener la verborrea—, todos estaríamos mejor sin ustedes —alzó la voz mientras más descargaba su ira contra Jungkook—, no habría virus, no tendríamos que estar temiendo que los Últimos nos recluten y maten a tu familia cuando te niegues —se quebró, ya no viendo al otro por el tropel de lágrimas acumulado en sus ojos—. ¡Y no tendríamos esta conversación mientras vienen por...!

El grito alertó a un par de pájaros que aletearon y se alejaron de la trifulca. Seokjin pensó, fugazmente, si tal vez fueran los inquilinos de sus jaulas.

—Lo siento —escupió el híbrido, interrumpiéndolo—, pero si este mundo se pudrió, también fue por personas como tú —respondió Jungkook, apretando los puños cuando lo encaró sin temor a la escopeta que Seokjin cargaba—, ¿sabes a cuántos niños condenaste? ¿Los recuerdas? Conté tus marcas —señaló el brazo de Seokjin donde cicatrices mostraban un camino largo de ellas—, cada híbrido fue estudiado, abierto, cocido, expuesto, usado, violentado para que tú, un maldito cobarde, tuvieras tu libertad mientras otro ocupaba tu puesto. Cada bebé híbrido alejado de sus padres y no te justifiques con que nos entregan, muchos fuimos amados por ellos hasta que vinieron por nosotros y nos arrebataron por la fuerza. No me vengas con que es mi culpa o la de los míos, no pedimos nacer así. No somos culpables de nada que los humanos quieran creer.

—No lo entiendes, yo conocí el mundo sin ustedes y era... —abrió los brazos—, mejor que esta mierda.

—¿Y un puñado de bebés les arruinó la fiesta? Vaya mundo ese —miró a un lado, perdiendo el gesto ofuscado—, ¿qué significa esto?

Pero toda réplica se interrumpió cuando oyeron el motor del coche de traslado. Seokjin fue encandilado por el reflejo del sol en el parabrisas, pero no hizo falta que vea al conductor para saber que completar el traslado estaba en orden. Su encargo cumplido. O eso creyó.

+

El dolor fue primero, el sonido llegó cuando el impacto había acertado en su brazo izquierdo. Como fuego, el dolor trepó por donde el proyectil se incrustó y fue de tal magnitud que tuvo arcadas. Quizá no era una bala, logró razonar, porque el efecto siguiente, mareo, pérdida del enfoque, boca seca y el corazón ralentizando su latir, parecía más bien un efecto de dosificación de sedantes. Y lo supo: él no era el blanco.

—¡Corre! —en su intención buscó que la orden fuese alta y clara, pero la realidad resultó un balbuceo salivante que se quebró con un hipido.

—¿Seokjin? —pero Jungkook no se iría.

Este lo sujetó, pese a que su cuerpo exigía caer al suelo. Su visión se nubló y apenas pudo distinguir la silueta de Jungkook, que se pegó a él hasta que por poco lo cargó en brazos. Se quedó allí, recostado en el pecho del híbrido, mientras escuchaba el barullo de coches llegando, puertas que se abren y se cierran y voces. Las voces no eran amigables, sino lo contrario. Hubo risas también, y les concedió la gracia. ¿Qué postal patética debía presentarles? Un hombre acurrucado con un híbrido de cornamenta quebrada que reza su nombre desesperado.

Aun así, la contemplación de su situación fue abruptamente interrumpida cuando alguien jaló, a la vez, a Jungkook y a él. Los separaron, pero solo a él dejaron caer al suelo. De boca, el golpe empeoró el punzante dolor en su brazo, pero le despejó los pensamientos y le aclaró la razón. Respiró polvo y se ahogó, tosiendo con la garganta seca. Se enderezó, resintiendo el brazo y vio al derredor. Lo que halló fue espantoso, pero lo impulsó a arrodillarse y moverse. Echó a andar a gatas, arrastrando el brazo izquierdo. Solo que alguien lo retuvo de los cabellos, levantándolo hasta que su cuero cabelludo quemó también por la sujeción. Gritó, pero una mano enguantada acalla su voz. Se resistió, quiso continuar, para dar con que sus fuerzas habían sido apagadas. Y apenas pudo ver sin poder hacer nada.

Jungkook forcejeaba y si su fuerza era ligeramente superior a la de los humanos, nada valió contra tres hombres. Lo sometieron, doblándolo para que caiga de rodillas. Un arma fue apuntada en dirección a la cabeza del híbrido y otra en su dirección. ¿Qué más que aguardar a que se aburran de ellos? ¿Qué más que cruzar los dedos -si es que Seokjin tuviera sensibilidad en ellos- esperando que no los maten? Un coro de risas siguió al jalón de orejas y la perversa entretención continuó con las cornamentas, las cuales fueron tomadas para manipular a Jungkook como si se tratase de un muñeco. Esto renovó su instinto de lucha, porque no era capaz de concebir crueldad tal ante él, menos tratandose de Jungkook. Aunque, también, supo en su interior que no lo permitiría con ningún híbrido. Ya no. Solo que su ímpetu fue reducido. Y pronto fue dejado fuera de juego cuando le cubrieron la cara, la falta de oxigenación lo sumió en la inconsciencia. Un último pensamiento se destinó a Jungkook, lo siento.

+

Despertar fue una terrible idea. El dolor lo estaba esperando, agazapado hasta que pudo despegar los párpados y ver fijo el techo. No lo reconoció. No estaba en su casucha del bosque y este entendimiento se filtró entre el martilleo en su sien por las intensas luces y el adormecimiento doloroso de su brazo izquierdo. Hubo paz en lo que su memoria se restauraba y le devolvía los acontecimientos vividos recientemente. Entonces comenzó el terror: ¡los habían atrapado! La Milicia los encontró y ahora tenían a Jungkook. De él podrían librarse sin más, pero Jungkook no tendría tal suerte. No creía que se le perdonara el que haya huido, los Últimos se encargarían del error y hasta lo usarían de escarmiento para otros intentos de fuga.

¿Y si era tarde ya? ¿Y si en lo que él recuperaba la conciencia lo habían...?

Lloró por lo que perdió. La compañía suave, dulce y divertida del híbrido, pero también su oportunidad de redimirse. ¿Cómo podría vivir con la noción de que alejó a Jungkook de sus bebés? En lugar de ser honesto, de dejarlo ir por sus bebés, ofreció llevarlo a base de engaños a un refugio. El muchacho de cornamentas no quería vivir en paz, quería a sus bebés antes mismo de procurarse un sitio a salvo. Y él, porque no tenía herramientas ni otras vías de contacto, apenas actuó como creyó conveniente. Para él, no para Jungkook. Era él quien quería librarse de Jungkook, de su intoxicante manera de ser que ahora lacera su pecho hasta que lo deja expuesto a una verdad que no creyó factible en un contexto de guerras, de muerte y de clandestinidad. ¿Cómo se permitió alojar aquellos sentimientos? ¡Y en tan corto plazo de tiempo! Tal vez, consideró, era así que funcionaban las emociones. Pero ahora todo había acabado. No solo no puso a salvo a Jungkook, permitió que la Milicia los atrapara e hicieran con él lo que se les antojara.

Si los Últimos escondían un vestigio de piedad, lo matarían antes de volver a despertar.

+

Despertó, pero no tuvo oportunidad de hundirse en el desasosiego cuando alguien le habló.

—Estás horrible, pero ¿no fue así siempre, antes del aislamiento? —le dijo el que fue su amigo un día.

—Jimin —¿Sería el infierno acaso? Porque la presencia del muchacho junto a él indicaría que lo es.

—No pareces feliz de verme

No le serviría de nada reaccionar a las pullas, así que respiró hondo y pretendió un ligero fastidio.

—¿Qué haces aquí?

El rostro surcado de cicatrices de Jimin apareció ante sus ojos. No había cambiado demasiado en esos años sin verse.

—Para empezar, danos las gracias, te hemos salvado el trasero... otra vez —quiso rodar los ojos por el recordatorio, pero esto solo empeoraría su dolor de cabeza—. Estás a salvo, ¿quieres sentarte? He traído algo para el dolor, pero deberás comer un poco.

Ante el quejido por el esfuerzo, el otro se apresuró a tranquilizarlo y a acomodarlo en la cama para que pueda comer sin derramar nada. A Seokjin le agradó ver que detrás de las muchas diferencias entre los dos todavía quedaban rastros de su amistad. Se le acercó un plato con una papilla que no lucía para nada apetecible, pero que no tuvo otra opción que probar. Inició una conversación porque el silencio era mortificante.

—¿Puedo presumir que este lugar es tan seguro como lo fue siempre?

—Lo es, creo que el que no mudaramos la base de nuevo es un indicativo de ello —Jimin lo vio de reojo, extendiéndole un par de pastillas que tragó sin rechistar—, aunque intuyo que pronto tendremos que ajustar las protecciones, hay que estar alertas.

—Sí, no está de más —se rascó los brazos, una comezón nerviosa que tuvo que desatender para no delatar sus nervios—, es una de las reglas para sobrevivir, ¿eh? Ninguna precaución es demasiada precaución.

—Dímelo tú, te la has pasado escondido como rata por años.

Asintió, no teniendo voz para contestar. Ni nada con qué contradecir aquello. Un golpe en la puerta lo sobresaltó y soltó una maldición por el movimiento que desató un piquete de dolor. Cuando la puerta se abrió, olvidado quedó todo. Y al ver quién era supo que ningún tiempo apartados podría enfriar lo que fue incendio entre los dos.

—Jieun —exhaló, antes de extender el brazo para ella que vino a su encuentro.

—Seokjin, por Dios santo, estás aquí —lo abrazó con tanto amor que Seokjin se permitió absorberlo aunque no lo mereciera—, estoy tan feliz por verte.

Se fundieron en el abrazo y Seokjin pensó como una ocurrencia tonta lo mucho que seguían encajando uno con el otro. Cerró los ojos saboreando el contacto y estremeciéndose por cuánto impacto tenía este en su corazón. Había extrañado a Jieun, su primer amor y la madre del hijo que vive en sus memorias. Ambos jóvenes, llenos de ilusiones y de sueños, creyeron que un bebé era anuncio de más amor y más felicidad que la que tenían ya. Sin embargo, se produjo el Colapso, apareció el virus, nacieron los híbridos y esto sacudió todo al punto de que para sobrevivir tuvieron que tomar decisiones con consecuencias y repercusiones a nivel emocional y mental y físico.

Seokjin no pudo vivir más en la ciudad, con el control permanente de la Milicia de los Últimos Hombres y la cacería a la que se lo destinó. Ella, por su embarazo, fue encargada de atender las denuncias de híbridos o sospechas de refugios de estos. Así, tras el reclutamiento de ambos, mismo que había sido necesario para que los dejaran vivir, ninguno pudo perdonar al otro. Comenzaron a discutir con frecuencia, sobre todo porque Seokjin no se detenía a cuestionar lo que hacía mientras Jieun sí. Él no veía caso en protestar, entre morir o vivir, ¿qué opción tenían más que obedecer?

Además, entre más se deterioraba el mundo, con las crisis que se desencadenaron, comenzaron a verse en lados opuestos en cuanto a ideologías. El no coincidir en posturas, incluso cuando antes fue esta polaridad de pensamientos las que los atrajo hacia el otro, determinó que se vean lo menos posible. Así que se separaron, conviviendo apenas lo suficiente para que Seokjin esté al tanto del embarazo. Cuando Jieun perdió al bebé, no hubo razón para volver a verse. Ni decirse adiós, siquiera. Pero cuando Seokjin necesitó salir de la Milicia, había sido Jieun quien, junto a Jimin que trabajaba encubierto, le ayudó a escapar de los Últimos.

Allí supo que los dos formaban parte de una organización de resistencia a la que él no fue invitado porque, cuando fue testeado por el propio Jimin, no manifestó simpatía alguna por los híbridos.

—Lo siento, estoy algo inestable estos días —se excusó ella, mientras dejó ir el abrazo—, hay nuevos avisos y poco espacio para contener a los rescates.

—Entiendo —y, sin embargo, no se refería apenas a lo que le comentó.

Entendió que la amaría siempre, pero como se ama a las memorias felices. Las cuales, solo el tiempo y la distancia termina por componer como perfectas.

—Pero no estás aquí por mí —¿Acaso había un filo allí escondido?

—¿Él...? ¿Está vivo?

Jieun y Jimin intercambiaron una mirada que él no pudo leer. Los prefería por radio, así, no se sentiría tan estúpido por quedar al margen. Aunque encaró a los dos sin disimular su preocupación.

—Sí.

Su cuerpo se desvaneció por el alivio y de no ser por Jimin se hubiera echado encima el resto de comida. Fue acomodado en la cama para que continúe descansando, pero no tenía sueño y agradeció que Jieun se quede con él. No soportaría estar solo. Y deseaba compartir con ella un momento. Sobre todo, para recomponer sus sentimientos.

—Deberías dormir.

—Necesito verlo —pidió, en confianza ahora que Jimin se marchó.

—¿No puedes esperar? Han sido unos días ajetreados, mucho movimiento aquí y allá. Y él está... ajustándose al lugar. Quizá sea contraproducente que te vea.

—No lo entiendes, tengo que verlo, hablar con él.

—Lo que necesitas es recuperarte. Y, además, ¿qué caso tiene que lo perturbes en su periodo de adaptación? Será más fácil así.

—¿Van a ayudarlo a recuperar a sus bebés? —Ya sabía la respuesta, aun así, odió ver la culpa escrita en el rostro de Jieun.

—Tendrás que marcharte ni bien puedas ponerte en pie —explicó, y apretó los labios cuando quiso tomarle la mano, pero vio cómo se apartó—. Te proporcionaremos un coche, un poco de abastecimiento para que te asientes en otro lugar. Según nos informaron, tu casa ha sido, no será posible que... Piensa esto como un nuevo inicio, ¿sí? Respirar aire nuevo.

—Llévame con él, por favor —No se detuvo a lamentarse por su casucha, sí por su sofá azul—. Me iré hoy mismo si así lo quieren.

Pero no fue sino hasta cuatro días después que pudo levantarse sin sufrir mareos o que sus piernas le tiemblen y lo hagan caer. El balín fue retirado de su cuerpo y no era tampoco un proyectil convencional, sino uno alterado para inyectar sedantes e incapacitar híbridos. Por esta razón, su cuerpo tendría que ocuparse de depurar la droga. No estaba en riesgo, apenas sí más afectado debido a la dosificación pensada para un híbrido. Sin embargo, aprovechó la estadía para idear un plan y entre más conversaba con Jieun y, aunque no lo deseaba, con Jimin, más se convencía de que no tenía alternativa. Ni siquiera titubeó cuando Jimin lo provocó acerca del híbrido que pide por él. Continuó su actuación. Solo precisaba hablar con Jungkook.

Siguió a Jieun por el predio, con el dejavu enroscándosele en el cuello hasta que le estranguló las palabras. Nada interesó que hubiera nuevas reformas, ni que el número de híbridos rescatados se incrementara en los últimos meses. Apenas sí que estaban dirigiéndose al ala de contención donde encontraría a Jungkook adaptándose a los demás híbridos. Si no flaqueó en su fachada, fue por miedo y una insana voluntad por enmendarse. Porque entre más se acercaba al predio de híbridos, menos confianza tenía.

¿Jungkook estaría enojado con él? ¡Por supuesto que sí! Se respondió. ¿Cómo no iba a estarlo? Seokjin le mintió. Le falló. Lo usó para su propia causa de limpiar su conciencia. Jungkook podría acusarlo de tratarlo como un inquilino, ¿y cómo no? Fue exactamente la misma rutina, si en el proceso se permitió sentir más allá del trato convenido, pues... no importaba. Ya no. No tenía a su favor ni siquiera la despedida, porque Jungkook se marchó oyendo aquellos insultos que le arrojó en plena cara como si fuese culpa suya todo desastre mundial. Y luego habían sido atacados, otra vez por su culpa.

—¿Te sientes bien?

—¿Eh? Sí, sí —tragó el regusto amargo acumulado en su lengua.

Le aterró enfrentarse a Jungkook, pero no interesaba lo que él sintiese ya. Si Jungkook lo odiaba, pues lo aceptaría y seguiría adelante. Solo se quedaría para ayudarle. Se lo debía. Y si era tonto justificarse de esta forma, lo sentía. No podía echarle en cara a Jungkook que necesitaba estar allí para él así como este lo acompañó sin siquiera percibir cuánto. Al menos, compensaría lo reciente.

—No te preocupes, ellos están advertidos de que venimos. Seguramente supieron cuando atravesamos aquellas puertas —señaló.

Lo sabía. Jungkook debió estar al tanto de su ingreso apenas atravesó las puertas al ala del predio.

—¡Seokjin!

Esta vez, el abrazo que recibió a Seokjin fue tan apretado, bruto que no pudo hacer otra cosa que reír y estrechar el cuerpo que se lanzó sobre él con tanta efusividad. Lo sujetó como si, de no aferrarse bien, pudiera perderlo. Y no estaba dispuesto a ello aún, incluso si lo correcto era soltarlo.

—¿Qué es esta escena?

Seokjin se paralizó y se movió hacia atrás con el cuerpo tenso. Giró la cabeza, dando con el rostro del líder de la resistencia, del refugio de híbridos. Cuando dejó la Milicia, se entrevistó personalmente con la encargada del refugio y aquella experiencia fue tan dura que aún hoy siente la espalda rígida por la demanda de respeto que la mujer inspiraba. Una autoridad que le calzaba como guante pues su rostro pétreo, sus ojos pequeños y entornados, y el cabello corto exudaban poder.

—Directora —saludó, con viejos modos aprendidos en su entrenamiento—. Yo...

—Está de paso —intervino Jieun, yendo al encuentro de la mujer—, pero no sin antes despedirse de nosotros.

—No se me informó de la llegada de un visitante —la recriminación en su mirada recayó en Jieun—, los dejaré un momento para que puedan conversar, procuren no sea mucho.

Y solo cuando se perdieron de vista, Seokjin respiró aliviado. La sonrisita nimia de Jungkook mitigó el reencuentro con la mujer a cargo.

—Viniste —habló entonces, jugueteando con sus manos—, no sabía si volvería a verte y hay tanto... yo necesitaba hablar contigo. Perdón.

—Perdón —dijo a la vez que Jungkook—. Aguarda, soy yo quien debe disculparse, tú tendrías que estar furioso conmigo, no... feliz de verme.

—Pero lo estoy, la última vez estabas en el suelo —una lágrima cayó anunciando que vendrían más enseguida—. No sabía si estabas vivo, pensé lo peor.

—Fue igual para mí, lamento no haberte defendido —y tanto, que sabía que no tendría vida para congraciarse con el perdón.

—No tuviste la culpa.

Oh, qué generoso era. Insultante también en su inocencia. Pero no dijo nada al respecto cuando se percató de algo:

—Tus cuernos —y tus moretones y esos cortes en tu cuello, había tanto que ver que le revolvió el estómago.

—¿No parezco más normal así? —el intento de aligerar el ambiente no funcionó.

Seokjin se indignó, cuadrando los hombros y apretando los puños hasta que sus cortas uñas se clavaron en la piel de sus palmas.

—¿Normal? ¿Por qué querrías ser eso? —le picaron las manos por extenderlas y tocarlo—. ¿Te duelen? ¿Estás bien?

—Lo estoy, y no, no quiero ser normal, pero ¿no sería más fácil todo si lo fuera? ¿Si me pareciera más a ti?

—Eres perfecto como eres y por lo que no eres —¿tenía sentido aquello? Sacudió la cabeza—. No necesitas parecerte a nadie, menos a mí.

—¿Y eso?

No podía continuar alargando el momento. Observó desconfiado el lugar, mordiéndose los labios. Sin embargo, no tenían oportunidad de hablar en otro sitio. Y tampoco contaba con tiempo. Tenía que comunicarle su plan a Jungkook cuanto antes. Así que solo improvisó. Volvió a abrazarlo. El híbrido no dudó en devolver el abrazo y esto solo agitó el corazón de Seokjin que, ¡impertinente!, quiso distraerlo de lo urgente.

—Escúchame con atención —susurró, tan bajo como pudo—, tenemos que irnos de aquí.

—¿De qué estás hablando? —trató de apartarse. No se lo permitió—. No puedo irme.

—Sí, tienes que venir conmigo —se desesperó, aunque no lo transparentó—. Piensa en tus bebés.

Allí, consiguió una reacción. Jungkook no se movió y Seokjin enterró el rostro entre los cabellos, disfrutando cuán suave era este y recordando cómo solía peinarlo mientras leía en voz alta.

—Ellos me ayudarán.

—No, no lo harán —le cayó pésimo tener que decirle lo siguiente—. Jamás asaltaron un laboratorio Min, ellos se ocupan de los que salen. No pondrían en riesgo este lugar. No lo harán por ti ni por nadie.

El empujón que le dio el híbrido por poco lo echa al suelo, pero se recompuso a tiempo. De lo que no pudo defenderse fue de la mirada herida de Jungkook, que le perforó el pecho.

—¿Es eso verdad? ¿O es otra de tus mentiras?

Lo esperó y, aun así, le dolió oírlo. Aunque se repitió: debía hacer esto por Jungkook. No por él. Sus sentimientos tendrían que quedar en segundo lugar.

—Estás en tu derecho a molestarte, a no creer en mí. Aun así, te pido que hagas un último esfuerzo para confiar en lo que digo —caminó hasta tomarlo de las manos, bajando la voz—. Vine por ti, quiero hacer lo correcto. Esta vez de verdad, estoy dispuesto a ayudarte a que recuperes a tus bebés.

—¿Estás intentando expiar más pecados? Mira que yo no estoy dispuesto a piarte desde la jaula para tu contento.

—No, o sí, nada de jaulas —dejó caer las manos del híbrido, derrotado—. No sé qué tengo que decir para convencerte, pero por favor, piensa en esto, ¿por qué vendría aquí? ¿Por qué no marcharme sin más?

—Eso mismo me pregunto —respondieron, pero no Jungkook sino Jimin.

Jungkook apretó los labios, aunque se relajó cuando Jimin le sonrió. Parecía que entre los dos existía una camaradería tal que el híbrido no tuvo en mente alertar a Seokjin de que se acercaba. Se le apretó la garganta, pero aplastó la sensación. Ya no podría decir nada, así que solo intentó que sus ojos hablasen de cuán sincero era con su intención de ayudar.

—Bien, si está todo dispuesto, será mejor que me vaya —envió una silenciosa súplica a Jungkook, que apartó la mirada—. Eh, pues, adiós, Jungkook.

—Aguarda, ¿no te quedarás por esta noche?

Fue Jimin quien volvió a entrometerse.

—Ya se va.

Su tiempo había acabado. Era todo. Su intento falló. ¿Se suponía que tenía que sentirse bien por intentarlo? No sucedía. Para no extender su estadía y continuar estropeando las cosas con Jungkook, se dio la vuelta y se fue. Sin más. Por muy anticlimático que fuese, era lo que había. Presionar era inútil. Y, además, expondría al híbrido como conspirador. Conocía lo cautelosos que eran en el refugio, no haría nada por perjudicar a Jungkook.

Jimin lo detuvo cuando pasó junto a él, haciendo que lo enfrente.

—¿Qué? No les estorbaré por mucho más.

—Esperame en el coche, tengo un regalito para ti —ante la mirada de incredulidad, este sonrió—, ¿por la amistad?

—No jodas, no estoy de humor para ello.

—¿Tanto así te...? —Se soltó, dando a entender que no estaba dispuesto a conversar con él, ni mucho menos frente a Jungkook.

Si este había tomado su decisión, no era justo darle a conocer su sentir. Jimin captó lo que ocurría, asintiendo con gravedad antes de moverse a un lado.

—Nunca dejas de sorprenderme, amigo mío.

—Calla.

Y se encaminó a la salida. Para no quebrarse, desistió de volver a ver a Jungkook.

+

No supo cómo, pero habían salvado su camioneta. Tal vez porque entendían que había allí evidencias del refugio, no por mera compasión a sus pérdidas. Aun así, lo agradeció y ocupó el asiento del conductor. Tenía que aguardar instrucciones, según parecía también algún recado de Jimin así que se pasó exasperantes minutos hojeando el libro sobre el tablero. Uno de los pocos que se salvó. Sonrió al ver cuál era.

Ya había dado con el sentido de este, incluso se divirtió con la escena de Sócrates y su pretendiente, Alcibíades. La ejemplificación era tan absurda como efectiva. De todos modos, solo se quedó con lo que a él lo interpela: el amor y su constante búsqueda de la perfección. Su interpretación era tan pobre como lo sería para cualquiera que intenta encontrar en palabras de otro lo que él mismo siente o piensa. Así que los cinco estadíos de evolución para el amor fueron ajustados a su causa. Se salteó algunos, pero respetó otros y al final dio con que, más allá de la postura del autor, él todavía compartía que el amor está en encontrar la belleza y aspirar a la perfección; en crear. La inmortalidad no era de su interés, pero sí el producir algo. Así sea, en este caso, un cambio.

Se tenía por ejemplo y hablar desde la experiencia. Podía él mismo recorrer su evolución en lo que sintió por Jungkook. Dejó de verlo apenas en una contemplación de su cuerpo para entender que también apreciaba sus pensamientos y costumbres. Más allá de esto, también lo admiraba. Y en esta admiración, también pudo desprenderse de aceptar a Jungkook como es y aceptar a los demás como este, que por mucho tiempo negó y de los que renegó. Se vio trastocando sus pensamientos hasta que aceptó la belleza en la rareza, en lo diferente y hasta que entendió que esto trajo el caos, pero el caos era apenas el preludio de lo nuevo.

Y lo nuevo iniciaba en el interior y se expandía al exterior. Pequeñas acciones no resolverían los problemas del mundo, pero harían la diferencia. ¿Se rendiría entonces? ¡Por supuesto que no! Sin Jungkook, tendría que hacerlo solo, pero todavía iría por los bebés del híbrido y, ¿por qué no?, por otros que están en cautiverio. Era una misión un tanto suicida, mas no podría vivir desistiendo de tal. Ya no por deber, sino por querer. Así, honraría sus sentimientos. Porque el amor era no solo búsqueda, era acción. Y decisión, la que tomó en ese instante. Y el amor era libertad, la que daría a los que pudiera para que le llegasen noticias a Jungkook y este sepa cuánto es que lo ama aunque no se lo dijera... y así, solo tal vez, fuera a su encuentro.

¿Serían acaso almas gemelas? Repasó en su mente aquella tarde en que leyó un discurso que podría ajustarse a esta noción y descartó la posibilidad. Incluso si de esa memoria tenía presente a Jungkook recostado junto a él, el asta clavándosele en el muslo, los comentarios de este, él peinando los cabellos del híbrido que se durmió con el arrullo de su voz y la armonía alcanzada en esos días conviviendo... No. Ellos no eran almas gemelas. No podía atribuirle al amor un carácter tal, aunque era un romántico en rehabilitación. Para él, el amor no era destino sino búsqueda, un tanto de suerte y otro poco de circunstancias increíbles que aparejan a dos almas y las enfrentan para que sean ellos, y no ningún designio, los que elijan cómo aceptar el amor.

¡Pero basta de sentimentalismos!, se reprendió.

Cerró el libro, ya para encender el coche. Quizá Jimin estaba siendo un idiota al pedirle que espere, así que se iría. No necesitaba de mucho y de todas formas podría saquear casas o supermercados abandonados por cualquier abasto. Confiaba, aún así, que le dieron lo suficiente para unas semanas. También, tenía maña para armar trampillas y pescar. Jieun no se equivocó, podía asentarse en otro lugar. Desde allí planearía su asalto con cuidado.

Un papel cayó del libro y lo recogió curioso por ver qué decía. Leyó. No lo entendió hasta que alguien golpeó la ventanilla a su derecha.

—¿Seokjin?

—¿Jungkook?

—Arranca y no te detengas —arengó Jungkook, estirando una mano para toquetear los botones de la radio. No le costó hallar una transmisión ruidosa, con una estática que apenas permitía distinguir la programación perpetua de un canal de música clásica.

. Y comprendió el mensaje del papel. Por la amistad. Pero por el amor, se inclinó en el asiento y depositó un pequeño y dulce beso en la mejilla sonrojada de Jungkook.

FIN.




Nota:

Lo que dije de dejar el fandom si me pasaba del domingo sin publicar... olvídenlo. ¿Cómo irme de un sitio donde soy tan feli'?

Así que, ¿qué importa si es lunes? ¡Traje el Os!

Esto es para Humanzx quien me pidió almas gemelas, no omegaverse, angst con final feliz. No importa cuándo veas esto: quiero pedirte disculpas porque no creo haber cumplido con tu pedido como se suponía, pero aun así deseo que disfrutes del jinkook jaja En mi defensa, en mi cabeza esto funciona como angst, esto funciona como historia de final feliz y esto funciona como construcción del alma gemela. Y es que este último punto me re trabó porque yo suelo leer de ellas, pero lo cierto es que... ¡no me gustan! No me gusta que haya un ser destinado a otro, es tan restrictivo y el amor sin libertad no es amor. Según yo.

En fin, pese a todo, ojalá te haya gustado. Sorry por tardar, pero entre todo lo que se me cruzó en medio y mi bloqueo de no saber escribir de almas gemelas debí esperar para publicar y no hacer cualquier desastre.

En lo personal, disfruté escribirlo.  Y disfruté editar la portada, que quienes me siguen en instagram han visto hace semanas porque la publiqué hace rato allá jaja

pd. Estoy haciendo los regalos por orden, y coincidió que pidieron dos jinkooks (el otro es Incompatibles) casi a la vez jaja el que sigue ya rompe la racha porque es (me permito gritar AAAAAAAAAAAH!!!) Jinmin. Di un spoiler, pero solo los atentos lo sabrán(?

pd1. Recen porque no tarde tanto en publicar jaja quizá no me crean, pero yo re sufro por eso -.-

Quienes vinieron a curiosear y llegaron hasta acá: ¡gracias por leer!

:)

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