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Jimin lavó su rostro y cuerpo antes de acercarse al pueblo, también le ayudó al niño a hacerlo porque se cayó varias veces en el camino. Iban tomados de la mano, el rubio mantenía un semblante indiferente a su alrededor, no era ninguna novedad. En cambio, Jungkook hablaba sin que nadie pudiese detenerlo.

—¡Y me subí al caballo! — exclamó, D'Luca le escuchó con mínima atención, escogiendo la ruta donde se toparía con la casa de la familia Rossi — ¡Era enorme! Tenía miedo de caerme, pero papá siempre estuvo a mi lado para que nada malo me pasara.

Tragó con fuerza. En el corto trayecto, el infante se dedicó a alabar a su padre como si fuese la mejor persona del mundo. Es extraño e incómodo, porque no podía ver a la misma persona portándose dócil con alguien más, en especial si ese alguien implicaba a otro niño.

Tiene miedo, debe de admitir. Desde su habitación puede ver a muchos pequeños correr de un lado a otro y a sus padres, oh, aquellos malditos que han marcado todo su cuerpo y le preocupa que su cruel presente sea el de muchos otros más porque, ¿qué les impedía tocar a todos ellos de la misma manera en la que lo tocan a él?

No sabe si sentir alegría o tristeza ante eso.

—También hubo una vez en la que–.

—Jungkook, escucha — le interrumpió y detuvieron su andar, Jimin sostuvo los hombros del menor para que le diera toda su atención —. No debes decirle a nadie dónde nos encontramos, ¿de acuerdo?

—¿Por qué?

—Porque yo también salí sin permiso y mi padre... se molestará si lo sabe, ¿bien? — el pelinegro asintió con un poco de confusión, aunque no le dio mucha importancia —. Ahora, repite conmigo — y, antes de seguir hablando, vio a su alrededor —. Nos encontramos aquí, justamente aquí, al lado de la herrería.

—N-Nos encontramos en la herería.

—Herrería — corrigió —. Nos encontramos en la herrería, tú estabas llorando y me pediste que te llevara con tus padres, ¿sí?

—Herre–. Herrería, sí — Jungkook sonrió quedito —. ¿Vamos?

—Sí, vamos.

Minutos después de una caminata silenciosa y las manos entrelazadas – con el murmullo de una voz tratando de decir herrería correctamente –, llegaron a la residencia Rossi y D'Luca maldijo en el momento que se dio cuenta que tan lejos de su propio mal llamado hogar no estaba.

—¡Papá!

Jimin sintió de inmediato la ausencia a su lado, puesto a que el infante salió corriendo ni bien divisó a su ansiada figura paterna, quien lo miró como si el alma se le hubiera devuelto al cuerpo mientras que lo alzaba en brazos y atraía hacia su propio cuerpo.

—¡Jungkook Rossi, ¿dónde demonios estabas?! — y, a pesar de que en otras circunstancias esas palabras hubieran sonado como un rotundo regaño, el tono de voz de Alessandro Rossi fue de alivio al ver a su hijo — ¡Tu hermana se iba a volver loca buscándote!

—Lo s-siento — susurró, no dándole tiempo al mayor a hablar nuevamente, puesto a que él lo hizo, señalando a sus espaldas —. ¡Estaba con Jimin! Estábamos en la herería o como se diga.

El adulto alzó su mirada, encontrándose con la del menor, tragó grueso.

—Buenas tardes, señor Rossi.

Jimin estaba consciente de que vivía en una mentira, pero su estómago se revolvía cada vez que decía una. Aun así, también sabía que cada mentira, por más blanca, pequeña e insignificante que parezca, le puede evitar tantos conflictos.

—Joven D'Luca.

Como el hecho de hacer como si conociese a ese vil hombre, temiendo por la seguridad de Jungkook y la otra hija que acaba de mencionar, por todas las personas a su alrededor. Realmente, él debería reclamar un premio por sus buenas actuaciones ante los ojos de aquellos que pasaron por su cama como si no fuera la gran cosa, como si él no se sintiera sucio todo el tiempo.

—Su padre lo estaba buscando — el rubio alzó sus cejas, asintiendo de inmediato —. Y gracias por traer a mi hijo.

—Cuídalo. — Sentenció en voz baja, con sus ojos entrecerrados mientras le daba una advertencia silenciosa.

—Papá, ¿Jimin puede venir mañana a–.

—No — contestó Alessandro con rapidez, a su vez, volteando la cabeza de su hijo para que no vea al otro niño —. Jimin tiene clases y luego le ayuda a su padre con su trabajo. No tiene tiempo para eso.

Jungkook se quejó, moviéndose entre los brazos de su progenitor, dijo: — ¡Pero puedes pedir permiso! ¿Verdad? — D'Luca se alzó de hombros — Pídeselo, por favor~.

—Koo, el señor D'Luca se preocupa mucho por él y no lo deja salir a cualquier lado. Ni siquiera sé por qué está fuera de su casa ahora — miró al rubio —. Se va a enojar contigo — regresó a ver al menor —. Y conmigo también, así que lo mejor será que se despidan ahora y–.

—Le preguntaré, Koo — el nombrado festejó con un pequeño grito —. Nos vemos luego.

No supo si aquello fue una mentira, mentiría si dijera que esperaba que así fuera.

—¡Te estaré esperando, Jimin!

Ignorando al adulto, el joven retomó su camino hacia su hogar, soltando en un suspiro el aire que estuvo reteniendo sin haberse dado cuenta.

No fue hasta que estuvo un poco alejado para voltear la mirada, encontrando al par Rossi con compañía, suponiendo que esa mujer y otra chica, que se veía casi de su edad, eran quienes faltaban por conformar a la familia. No supo deducir de qué estaban hablando, pero por la sonrisa de sus rostros, pudo deducir que se trataba de algo... cálido, de un hogar cálido.

Y tuvo envidia, debe admitir, porque los cuatro se veían tan cálidos y él se sentía tan frío.

Agitó su cabeza, empezando a correr en busca de su padre. Decidió entrar por la puerta principal de la casa, si es que lo estaban buscando, ya deben de saber que salió, por lo que estuvo preocupado al imaginarse el regaño que le esperaba.

Y, aunque odie los regaños con toda su alma, esperó tener uno en vez de encontrarse con eso.

Romeo D'Luca vio a su hijo entrar al salón donde aguardaba, lo vio con la ropa arrugada y manchada, el sudor brillaba en su frente, su cabello estaba mojado, tal vez con la intención de lavarlo, pero aún podía ver barro seco en algunas de sus hebras y sus labios se pintaban con su propia sangre ante heridas provocadas por sí mismo.

A su lado, un rostro conocido observó al menor de pies a cabeza.

Jimin tembló e, inconscientemente, dio un par de pasos atrás con todos los deseos de ir y perderse entre medio de los pastizales, pero un par de sirvientas se posaron a sus costados con la mirada gacha, obedeciendo órdenes de su padre y él sabía, maldición que lo sabía, que si no las dejaba hacer su trabajo – el cual consistía en prepararlo como si fuese un objeto y servirlo en bandeja de plata –, él las golpearía.

Rápidamente, buscó a su madre con la mirada.

No estaba, como siempre.

—Iré a lavarme primero.

Fue lo único que pudo decir en un susurro antes de abandonar el salón, sintiéndose estúpido por seguir sintiendo miedo, asco y repulsión hacia su propio cuerpo cuando debería estar familiarizado con ese trato.

Debería aceptar que su maldita verdad es esa y no aferrarse a la mentira de vida que tiene fuera de su habitación, esa en la que los gritos se reemplazan con risas, en la que los golpes se convirtieron en abrazos y donde la maldad no logró tocar su piel.

Jimin odia el agua, piensa que es inútil.

Inútil porque no puede quitarle la suciedad de su alma. Inútil porque deja teñirse de rojo con su propia sangre. Inútil porque no logra llevarse sus recuerdos. Inútil como él.

Pero está bien, intenta convencerse. Debe de estar bien.

Una mano acariciaba su nuca con parsimonia y cierra sus ojos para imaginar a su madre dándole ese cariño, en vez de aquella joven sirvienta que sintió pena por él desde que llegó a trabajar a la casa y trata de mimarlo después de cada fatídico encuentro.

—Hoy tardaste más tiempo en regresar — murmuró la muchacha de cabello café, concentrándose en tratar con delicadeza al niño frente a ella —. ¿Pasó algo?

Jimin se encogió de hombros, sin ánimos de hablar.

—Te preparé un poco de pasta con carne, también. Sé que te encanta — enjuagó el cabello rubio de la mezcla de cítricos y manzanilla que le había colocado, maldiciendo en su interior al ver marcas rojizas y moradas en el cuello del menor —. Puedes comer en tu habitación.

—No tengo hambre.

—Come un poquito, ¿sí? — más agua cayó sobre su cabeza para limpiarlo, estaba fría, pero poco le importó. Negó con su cabeza — Tampoco almorzaste, te vas a enfermar si sigues así, mi niño.

—Más tarde, ahora no. Ahora siento que voy a vomitar.

Somi asintió, no dando mucha lucha. Confiaba en el menor y, si dice que comerá después, es porque lo hará.

—De acuerdo. Entonces, lo mejor será que vayas a la cama y descanses, más noche vendré por ti con un delicioso plato de sopa — Jimin asintió, volviendo a abrazar sus piernas en la tina de madera —. Iré a preparar tu pijama mientras sales de aquí–.

—¡No, no! — exclamó el rubio, tomando con rapidez la mano de la joven y acercándola a su cabello — N-No quiero s-salir aún — Somi tragó grueso, sin poner resistencia cuando el menor le hizo volver a sentarse en el suelo tras hacer el amago de levantarse —. Por favor, p-por favor.

—Vas a enfermar–.

—¡Conocí a un niño hoy! — gritó, aun sosteniendo las manos de la mayor — Es el hijo menor de Alessandro Rossi, habla mucho y nunca sabe cuándo callarse, es insoportable, pero me agrada.

—Jimin...

—Me invitó a jugar en su casa, ¿crees que papá me dé permiso? — la castaña acunó su rostro con sus manos pequeñas — T-Te contaré más de él, pero no te vayas, por favor. Aún–, aún me siento... sucio. Quiero estar limpio, necesito e-estar limpio. Por favor.

Somi Palmieri nunca creyó que debería soportar ver un inmenso dolor en los ojos de un niño cuando aceptó trabajar en la residencia D'Luca.

Así como muchas de sus compañeras, había obtenido el trabajo a partir de una necesidad, una necesidad económica. Viniendo de una familia de escasos recursos, todo tipo de empleo era una bendición que debía agradecer siempre, sin embargo, ese no era su caso.

Escuchó muchas habladurías de la familia D'Luca, conformada por cómo Dios mandaba. Un padre, una madre y un hijo varón, con un buen estatus social y, aunque los tres eran conocidos en la ciudad por diferentes motivos, la familia siempre se mostró reacia a mostrar más allá de lo que debían, cuidaban muy bien lo que dicen y hacen.

Por ello, no le extrañó cuando una conocida suya le pidió total confidencialidad una vez empiece, puesto a que por influencia suya es que la llegaron a contratar. Creyó que no se trataría de nada grave, sino de una sencilla familia que no estaba dispuesta a compartir la calidez de su hogar con extraños.

Y era entendible, hasta cierto punto. Conoció con anterioridad al matrimonio y pudo decir que eran personas agradables y cordiales, hablaron sobre sus horas de trabajo, sueldo y lo que se le brindaría para que pueda vivir allí, lo cual fue como si el mismísimo Dios le hablara porque en la casa que vivía con su padre y demás hermanos ya era muy pequeña para albergarlos a todos.

Tuvo la dicha de conocer al pequeño Jimin, su cabello brillaba y juró no haber visto una sonrisa más radiante que la suya, pareciéndole adorable el par de dientes un poco chuecos que le daban un aspecto tierno, al igual que sus mejillas voluptuosas y ojos que desaparecen cada tanto.

Aceptó, no sabe si debe arrepentirse de ello o no.

Porque, en definitiva, no pensó que, lo primero que escuchó al hacer sus labores, fueran un par de gritos.

—¡Y-Ya para! ¡Me duele, me está doliendo! — ahí, en medio del pasillo, sus ojos se abrieron en demasía al buscar de dónde provenía aquella aguda voz — ¡P-Por favor! ¡Deten– ¡Ah!

Un golpe seco resonó por las paredes.

—¡Cállate!

Pero, antes de que pudiera dar un paso más, la misma conocida que le ayudó a entrar a ese infierno, se la llevó por las escaleras al ver sus intenciones.

Esa misma noche supo lo que sucedía allí, lo que Romeo D'Luca hacía con su propio hijo. Nunca se imaginó odiar tanto a una persona como para que nombre le moleste, así como tampoco se vio llorando por las noches al sentir tanta impotencia en su cuerpo, pensando en mil y un maneras para poder ayudar al niño que tuvo que bañar incontables veces, lleno de moretones, marcas y sangre.

Somi besó la frente de Jimin y se sentó de nuevo a su lado, en el piso, y dándole paso libre a que recostara la cabeza en su hombro, importándole poco si mojaba su uniforme.

—Está bien, está bien — susurró, tragando sus propias lágrimas —. Cuéntame más de ese niño.

—Estaba jugando con barro en medio de los pastizales, apareció de la nada — relató el rubio, cómodo con el calor que le otorga la mayor, a pesar de su desnudez —. Discutió con su hermana y sólo caminó hasta encontrarme.

—Oh, puede que haya sido el destino haciéndolos encontrarse

—No creo en eso.

—Cierto, olvidé que crees más en cálculos matemáticos. — rio cuando Somi apretó su nariz.

—Son interesantes — trató de excusarse —. Se llama Jungkook.

—Es un lindo nombre — el menor le dio la razón —. ¿Y ya son amigos?

Jimin pensó un poco y luego dijo: — Creo que sí.

Eso espera.

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