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Su vida completa se basa en una mentira.

Desde la sonrisa que adorna su rostro hasta lo que sale de sus labios, así mismo como las caricias de sus padres en público y la indiferencia todos aquellos hombres que alguna vez lo tuvieron en la cama. Le provocaba náuseas.

Por un momento, pensó seriamente en trabajar en la plaza de la ciudad como esas personas que simulan ser alguien más como único fin de entretenimiento, de aquellos que contaban historias y hacían reír a los demás. Era tan bueno fingiendo que nadie ha notado el infierno que es su hogar, aunque ni siquiera sabe si debe de llamarlo así.

La carga en sus hombros es pesada y duele en demasía, hace que su joven corazón se sienta asfixiado y con deseos gritar a los cuatro vientos cuán aborrece el mundo, el tiempo en el que le tocó vivir y las malditas personas que han aparecido frente a él. Maldice el día en el que nació, en el que aprendió la maldad y olvidó el bien.

Deja que las lágrimas fluyan sobre sus mejillas y ya no calla sus sollozos, parece que puede liberarse en el suelo, donde el pastizal cubre todo su cuerpo y varias aves le hacen compañía en su desgarrador llanto. Golpea sus piernas con fuerza, aunque éstas duelan en demasía después de correr por unos largos minutos, no le importa, nada más le dolerá tanto como lo que su padre y esos hombres hacen con él.

Sucio.

La suciedad está en cada pedacito de su piel.

La suciedad es tan familiar que no puede deshacerse de ella.

Recuesta su espalda en la tierra, sabe que le golpearán por ensuciar su ropa y suelta más gemidos por ello, ve a los cuervos hacer un círculo en el cielo y, por un segundo, quiere ser uno de ellos para volar lejos de sus problemas, de lo perverso y mundano, sólo estando más cerca de Dios, de aquel ser que cree ya le ha abandonado.

Quisiera ser aquel animalito para poder bañarse en una fría lluvia natural, de esas que ve desde la ventana de su habitación porque no se le permite sentirla en su propio rostro. Puede que así, aquel sentimiento de asco hacia su cuerpo, desaparezca de una vez por todas.

Está cansado, muy cansado.

No le encuentra sentido a seguir viviendo y, varias veces, ha pensado en morir. En acabar con su sufrimiento desde la raíz, pero las palabras de su progenitor se repiten siempre en su cabeza, atormentándolo hasta en sus pesadillas.

—Eres muy valiente, Jimin — le había dicho mientras limpiaba un poco de sangre en su labio —. Gracias a ti tenemos todo esto. Gracias a ti, tu madre es feliz.

Y él sólo quería que así sea.

¿Alguna vez pensó en decírselo? Sí, pero el atisbo de revelar toda la verdad ha desaparecido tan pronto viene, pues eso la entristecería y sus ojos son demasiado hermosos como para que alberguen más dolor del que percibe, aunque desconozca la razón del mismo.

También, se preguntaba: ¿Para qué lo diría? ¿A alguien le importaría?

Se siente como una minúscula mancha en la tierra, como una roca que todos ignorarán y quitarán si les estorba. Tampoco diría que es un objeto sin valor, ha visto a su padre recibir florines de los hombres que solían frecuentar su habitación al anochecer.

Él ha dejado en claro que es muy... valioso.

Pero, si es "valioso", ¿por qué le hacen sentir tan inútil e inferior?

Su padre es un hombre muy confuso, dice que lo ama y, después, lo vende como un animal que puedes prestar y devolver cuantas veces te plazca. Frente a los demás, sus caricias parecen tan sinceras al igual que el orgullo en su voz al decir que es su hijo, en cambio y en la oscuridad, no duda en recordarle cuán poco hombre y débil es cuando pide cosas tan simples como jugar en el jardín.

Cuando quiere ser un niño y no se lo permiten.

Su llanto va cesando de a poco, pero los sollozos y la sensación de vacío en su pecho no le abandonan. El sol se va ocultando con el pasar del tiempo, no supo cuánto estuvo recostado allí hasta que su respiración se volvió calmada.

Cuando anocheció, no encontró fuerzas para volver a casa.

Aunque sabía que debía hacerlo, el señor Rizzo, un amigo de su padre y dueño de producciones de cobre, le visitaría pronto.

Ir a aquel pastizal se convirtió en una de sus actividades favoritas.

Allí, nadie le prohíbe crear historias fantasiosas en su cabeza donde es un protagonista feliz.

Nadie le reclama si no tiene puesto sus zapatos.

Nadie le regaña si juega con la tierra.

Ahí, nadie le toca.

El fuerte viento de Roma siempre logra secar todas sus lágrimas, son una honesta caricia en su rostro como esas que hace mucho no recibía. La noche anterior llovió mucho, por lo que una ventisca fresca aún podía sentirse en el ambiente y muchos charcos de lodo que le llamaban a ensuciarse en ellos.

Normalmente, su padre le prohibiría ni siquiera ver la tierra mojada, pero él no se encontraba allí, así que todo su cuerpo ya estaba manchado al improvisar varias comidas para una linda cena consigo mismo.

Prefiere sentir una suciedad que pueda ver y no esas invisibles que acciones de terceros le dejan.

—¡Esto sabe delicioso, Jimin! — se elogió en el suelo, usando una voz aguda y simulando tragar una bolita, la cual se suponía es una papa cocida.

Cambió de puesto al levantarse con rapidez, tomó lo que tenía forma de un filete pequeño.

—Gracias, gracias — empleó su voz normal —. ¡Los hice en dos segundos! ¡Soy más rápido que la señora Costa! — la nombrada es la encargada de la cocina en casa, siempre alardeaba ser tan rápida a la hora de cocinar.

Nuevamente, fue a su asiento anterior y alzó un cuenco de lodo vacío.

—¡Salud! — dejó la pieza en la tierra, su sonrisa fue desapareciendo de a poco al no encontrarle sentido seguir fingiendo que alguien le acompañaba.

Se acostó al lado de sus creaciones, haciendo un fuerte ruido y ensuciando su cabello. No importa, se lavaría en un pequeño río antes de salir por completo de la ciudad, podía cambiar su ropa con la otra que guardaba en la cocina, que es por donde salía de ese infierno para ir a su nuevo y único lugar favorito.

—Dios, ¿de verdad soy tan mal niño como para ser castigado de esta forma? — preguntó con la vista al cielo, lágrimas se acumulaban en las esquinas de sus ojos y caían con gracia sobre sus mejillas — ¿Qué hice mal? ¿Maté a una persona? ¿Traicioné a alguien?

No obtuvo ninguna respuesta.

Según él, los malos tratos sólo se daban a quienes lo merecían, es decir, a personas malas. Pero, ¿qué hizo él para ser abusado de esa manera? ¿Es porque no quiso comer todo lo que había en su plato? ¿Por jugar en los muebles del salón con sus zapatos puestos? ¿Por haberle pedido más de un delicioso postre a una cocinera? ¡No lo entendía!

Era muy confuso para su pequeño cuerpo, sentía tanta impotencia al sentirse miserable mientras que, los hombres que se acostaron en su cama, se veían felices al lado de sus respectivas familias como si nada hubiese pasado, como si no le hubiesen arrebatado la inocencia a un simple niño.

Retiene sus fuertes sollozos, su padre siempre dice que se ve feo así y él quiere ser bonito, tal vez y así, puede que lo traten de manera diferente. Se concentró tanto en dejar de llorar que no se percató cuando una personita, más pequeña que él, se acercó para ver con sumo interés los juguetes improvisados que había hecho.

—¿Puedo jugar también?

Jimin saltó en su puesto y se ahogó con su propia saliva. Con los ojos cerrados, se levantó totalmente asustado por la repentina voz chillona e infantil.

Las lágrimas aún seguían recorriendo por sus mejillas, aun así, pudo ver a otro niño con su ropa manchada de lodo y mejillas sonrojadas, con su cabello negro desordenado y ojos grandes, muy grandes y brillantes.

—Ouh, estás llorando — murmuró el, evidentemente, menor. Hizo un puchero, aunque después, abrió su boca en grande, como si se le hubiese ocurrido la mejor idea del mundo —. ¡Ya sé!

De su pantalón sacó un pañuelo rojo, el cual tenía un poco de tierra, pero aun así le limpió las lágrimas al rubio, quien se quedó callado por tal acto inesperado. No recuerda la última vez que alguien haya calmado su llanto.

—Ten. Te lo regalo — dijo, refiriéndose a la tela —. Para que puedas limpiarte las mejillas cada que llores y estés solito.

—¿Quién eres? — preguntó, aunque estaba muy agradecido por el obsequio y el hecho, la incertidumbre y desconfianza se apoderó de su cuerpo — ¿De dónde saliste?

—Soy Jungkook Rossi — el pelinegro sonrió, mostrando que le faltaba uno que otro diente o que algunos estaban en proceso de salir por completo. Tierno. A él ya se le cayeron todos los que debía, espera que su sonrisa sea linda como la del niño —. Y vine por...

Se dio vuelta, pisando por accidente un plato de barro, el cual no le dio importancia al no poder reconocer de dónde vino porque todo se veía exactamente igual. Se preocupó y jadeó por el miedo, perdió la noción del tiempo al haber salido de su casa a escondidas de sus padres y hermana, ahora estaba con un desconocido en medio de la nada.

—N-No sé — tapó su boca con sus palmas, volteando a ver a Jimin con rapidez — ¡No sé dónde estoy! ¡Mamá! ¡Mamá, ven por mí! — gritó a la nada.

—Oye, oye. Haz silencio — pidió con toda la calma que su adolorida cabeza le permitió, llorar por varias horas seguidas es agotador — Tranquilo. Conozco a tu familia.

—¿D-De verdad? — Kook detuvo su corto estado ansioso de golpe, algo extraño.

«A tu padre, en realidad. Nunca olvido a los clientes del mío.» — Sí.

—¡Llévame con ellos, por favor! — rogó, tomando las manos del mayor entre las suyas — Por favor... Mi hermana debe de estar preocupada por mí.

—E-Está bien — murmuró, levantándose para sacudir sin mucho ánimo la suciedad de su pantalón con su diestra, pues el menor no soltó su otra mano mientras la apretaba con fuerza —. De todos modos, ya debía volver con mi familia también.

—¡Sí, vamos! ¡Ellos deben de estar preocupados también! — «Si supieras...» Pensó el rubio, dejándose arrastrar por el niño, aunque no tenga idea de dónde dirigirse — Y tú, ¿cómo te llamas?

—Jimin... Jimin D'Luca.

—¡Gracias, Jimin!

El tacto de sus manos se sentía sucio, pues ambos tenían las manos de tierra. Pero era... cálido.

¿Él sería a lo que se conoce como amigo?

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