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Elizabeth Thompson. 22 de agosto del 2017, el Olimpo.

Se le había olvidado por completo qué día era, al menos así había sido hasta que su padre, Zeus, la había felicitado antes de salir del salón.

—Y… Elizabeth —la llamó, un tanto indeciso. La albina volteó a verlo—. Feliz cumpleaños.

—Gracias —una ligera sonrisa apareció en sus labios.

Era muy confuso, hacía dos horas era una chica sin padres y ahora acababa de encontrar a su padre, el hombre que supuestamente había abandonado a su madre.

Había actuado por puro impulso, Zeus no había hablado mucho en la hora que estuvo con él, y se había mostrado bastante reservado. Sin embargo, no había borrado la pequeña sonrisa de su rostro.

—¿Porqué no me dijiste que ya había terminado tu reunión con Zeus? —preguntó Arsen entrando a la habitación luego de tocar.

—Porque no sabía dónde estabas —respondió la albina sentándose en su cama.

—Touché —se sentó en la silla de siempre con una sonrisa—. ¿Cómo te fue?.

Elizabeth suspiró, se recostó nuevamente y miró al techo, recordando una vez más la extraña e incómoda situación en la que se había encontrado.

—¿Tan mal estuvo? —resopló Arsen.

Lo miró de reojo, observó sus ojos verdes, su sonrisa cálida y burlona, y su desordenado cabello negro, cómo si no hubiera dejado de pasar sus manos por él en un acto de desesperación.

—¿Tú cómo estás? —desvió el tema—. Parece que ocurrió algo en lo que te fuiste.

—¿Porqué lo dices? —cuestionó—, no es bueno cambiar el tema.

—¿Es el día de responder preguntas con otras preguntas?.

—Tú empezaste —se burló—. Hagamos algo, tú me respondes a mí, y yo te respondo a ti, ¿bien?.

Elizabeth lo pensó unos segundos, ¿no sería una mala idea decirle todo a Arsen?, es decir, confiaba en él, quizás más de lo que confiaba en Evan, pero no sabía si podía o no decirlo.

—Resulta que Zeus es mi padre —soltó, Arsen no pudo hacer más que abrir los ojos de sobremanera—, me llamó para decirme que estoy dentro oficialmente y de paso que tengo su sangre en las venas.

—¿Q-que?. Pero… —negó con la cabeza saliendo de su asombro e intentó adoptar una postura más relajada—. ¿Y cómo te lo dijo, sólo dijo “yo soy tu padre”?.

La albina soltó una risa entre dientes, agradeciendo que no armara un escándalo.

—Básicamente.

—Dioses, eso es… repentino —confesó.

—Bueno, te toca. ¿Qué te pasó a ti?, tu cabello diría que te arrastró un tornado.

—Oh —Arsen se acomodó el cabello con las manos lo más que pudo—. Pues… al parecer, mi amiga de la infancia, exnovia y actual mejor amiga, me confesó que aún siente algo por mi…

Un extraño sentimiento se instaló en el pecho de Elizabeth, prohibiendo el paso de cualquier palabra que pudiera llegar a decir. La mirada de Arsen cayó sobre ella, esperando una respuesta.

—¿Y-y tú sientes algo por ella? —trató de mantener un tono tranquilo pero se maldijo al tartamudear.

—No —se apresuró a decir—, quiero decir sí. No, en realidad no lo sé —apoyó sus codos en sus rodillas y se despeinó con las manos.

—¿Porqué no lo sabes? —se atrevió a preguntar, inevitablemente intrigada.

—Yo… —comenzó luego de unos segundos—. Creo que siento algo por… alguien más, pero no estoy seguro de qué es —levantó la cabeza y sus ojos chocaron con los de ella, en espera de que notara lo que quería decirle.

“Eres tú, tú eres esa alguien más”, pensó.

—Te ayudaría, pero yo no soy la mejor consejera amorosa —rio de forma nerviosa.

Sería una completa estupidez tratar de ayudarlo cuando ella misma no había tenido ni un novio en toda su vida.

—Sí, no te preocupes —imitó la risa de Elizabeth hasta que se volvieron a quedar en un silencio incómodo—. Por cierto, Liz, feliz cumpleaños.

Elizabeth miró a Arsen con las cejas elevadas, no esperaba recibir una felicitación por parte de alguien ese día, más aún cuando ella ni siquiera recordaba la fecha.

—Oh, muchas gracias —sonrió.

Con una sonrisa sincera, Arsen sacó una cajita de terciopelo del bolsillo de su chaqueta. Extendió la mano hacia Elizabeth, dándole el regalo.

—Espero que te guste, no sabía qué podía regalarte pero… bueno, no es mucho, creo que debí buscar otra cosa yo… mejor cierro la boca —desvió la vista al suelo por la vergüenza haciendo sonreír a Elizabeth.

La albina abrió la cajita mostrando una cadena con un dije, uno muy similar al que había visto en Arsen, Evan y en los semidioses que había visto a lo largo de su estancia ahí.

—Es… el portal de los semidioses, hice que le hicieran unos cambios al diseño así que… espero que te guste —repitió, rascando su nuca.

Era una pequeña esfera azul que brillaba igual que un relámpago, tenía dos piezas de oro en forma de rayo que lo rodeaba y la cadena era tan delgada que podía pasar desapercibida.

—Es de oro sagrado —dijo, dándole sentido al por qué el collar pesaba un poco.

Elizabeth se hincó en la cama y se inclinó hacia Arsen tomándolo desprevenido, pasó sus brazos por su cuello y lo apretó contra ella en un abrazo cálido, ignorando la protesta de su cuerpo ligeramente adolorido.

—Muchas gracias, Arsen —susurró en su oído.

El pelinegro salió de su sorpresa y rodeó suavemente la cintura de Elizabeth devolviéndole el abrazo.

—De nada, Liz.

Evan. 22 de agosto del 2017, en el Olimpo.


Evan observaba la escena por la puerta entreabierta, suspiró con pesar dirigiendo su vista hacia el regalo que tenía en la mano. Supo que había llegado tarde apenas escuchó la voz de Arsen salir de la habitación.

Había conseguido un collar para Elizabeth, el portal, casi igual al que Arsen le había dado, no sabía en qué había estado pensando, era obvio que Arsen le regalaría el portal.

Maldijo en voz baja y dio media vuelta, caminó por el pasillo hasta llegar a aquel extremo que era cómo un balcón. Mostraba el gran océano que se extendía ante el Olimpo, las olas suaves que se mecían con el viento.

Miró nuevamente la caja que guardaba el collar, sonrió de forma fugaz, y lanzó el objeto hacia las profundidades del mar con toda su fuerza.

Era momento de dejar atrás a Elizabeth, él la había perdido, no, él había decidido perderla. Ya era demasiado tarde para arrepentirse o tratar de arreglar las cosas.

[ EDITADO ☑️ ]

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