Capítulo 12

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—¿Dónde están?

Gavriel despertó por el sonido de cadenas arrastrándose y vio a Maleon de rodillas con las manos en los barrotes, alzó la cabeza y agudizó para investigar, por lo que notó que ella no conversaba con Daraan o Darcy que continuaban inmóviles en la otra celda. Por curiosidad se enderezó, un dolor le pico en el cuello por la contractura que le originó dormir en el suelo y se llevó las manos para masajear el lugar.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

Ella no se dio la vuelta.

—¿Dónde están? —repitió la leona.

Él se acercó, gateando sobre sus manos y rodillas, una inquietud ascendió en su estómago. Ella no reaccionó cuando se colocó a su lado, él se inclinó hacia adelante para verla y descubrió que los ojos de la mujer se hallaban mortecinos; el infierno había dejado de arder en ellos dando paso a una nebulosa límpida que lo sorprendió. Parecía estar flotando, como si soñara despierta, desprovista de la capacidad de expresarse al mundo mientras prevalecía hundida bajo el agua a poco de la superficie, pero sin la posibilidad de salir a respirar una bocanada de aire.

—¿Maleon? —llamó.

La dama no se movió. Gavriel frunció el ceño y se obligó a despejar su cabeza de pensamientos grotescos, tenía que desistir de temerle a Maleon. No podía separar su idea de ella de la bestia que también la constituía. Ambas eran una. Ambas eran ella. Y por sobre todo, ambas sufrían.

—Maleon... —Le tocó el hombro con un ligero escalofrío y la leona siguió en la misma posición. Con un temblor subiendo por su espalda, tomó con cuidado su mejilla y la giró hacía él—¿Qué ocurre?

Ella parpadeó y continuó sin reaccionar, él no podía creer lo vulnerable que estaba en este momento, cualquiera podría obligarla a cualquier cosa, ya que no oponía resistencia alguna en este estado. La congoja lo asaltaba ensombreciendo los sentimientos de terror al ver los colmillos femeninos asomarse por sus labios rajados y desecados.

—¿Dónde están?

—¿Quién? —preguntó apartando varios mechones de su cabello—¿A quién buscas?

—Mis hermanos ¿Dónde están?

No supo qué contestarle, desconocía de quiénes hablaba y eso representaba problema. Aunque tal vez tenía sentido. Por lo que deducía, la intensidad de los desvanecimientos variaba. El máximo la convertía en una criatura sacada del infierno. Los mínimos la mantenían compenetrada en la maraña de sus pensamientos, se distraía demasiado con sus delirios como para ser consciente de sí misma y de su alrededor. La angustia descarnada que transmitía su voz era nueva y desconcertante.

Gavriel empezó a jurar en un flujo constante de armonía, deslizó sus manos sobre sus hombros tanteando la forma de los huesos y quiso poder abrazarla. Sin embargo, la reina se apartó desapaciblemente y se volvió de espaldas a él. Por inercia, él la rodeó con los brazos por detrás, la atrajo hacia su pecho —curvándose a su alrededor—, y acomodó su cabeza junto a la suya.

Dios, estaba temblando.

—¿Dónde están?

—Ellos volverán muy pronto —mintió—. Te ves cansada, duerme un poco y te prometo que te avisaré cuando regresen.

La mujer se acurrucó contra su agarre y negó con la cabeza, se enfadaba de nuevo.

—Mis hermanos... yo no duermo sin ellos. No puedo. Hace frío en el Pozo.

—¿El Pozo?

—¿Dónde están? —gruñó iracunda.

Bien, no iba a obtener información de ella cuando estaba así de perdida en su propia mente. Tampoco sonaba justo. Sin embargo, lidiar con otro de sus ataques de ira no resultaba tentador en este preciso instante cuando ambos estaban atrapados entre rejas y paredes. No confiaba demasiado en que no lo heriría con esas largas garras o esos dientes punzantes, la visión de sus colmillos lo puso nervioso nuevamente; a su vez la posibilidad de que fuera ella quien saliera herida lo hacía sentir enfermo.

—Linda, tienes que tranquilizarte. Eres la maldita jefa, ya me asustaste y dijiste cosas incoherentes muy interesantes, pero es hora de que tomes una siesta.

La emblemática felina rugió, giró la cabeza pegando su boca sobre la piel masculina y amenazó con hincar el diente en la mano con que la tocaba. Un delgado ataque de pánico lo sacudió, pero luchó por anteponerse a él. Ansioso, se repitió:

"Esta es Maleon. No un monstruo. Es Maleon y no te lastimará. Ella es la misma que siempre ha sido".

—No me gruñas, me dan escalofríos cada vez que lo haces. Además, créeme no quieres comerte ninguna de mis extremidades, fui al baño sin lavarme las manos la última vez y estoy sudado como un cerdo. Me doy asco hasta a mí mismo.

—No. No. No. Si duermo ellos van a llevarme con él, voy morderlo de nuevo y va a lastimarlos... no quiero... no quiero...

—Shhh... tranquila.

Calmarla era lo mejor que podía hacer. Sin embargo, era difícil, observarle sufrir y ser incapaz de hacer nada para ayudar.

La cabeza de la reina se agitaba hacia un lado y hacia el otro, la sacudida alborotaba su cabello convirtiéndolo en un torbellino de matices cálidos, mientras que con sus tambaleantes manos se aferraba al antebrazo del hombre. En sus trémulos labios, el balbuceo se incrementaba, sus parpados funcionando a máxima velocidad cerrándose y abriéndose rápidamente, el rubor de manía llameaba en sus mejillas.

—Mis hermanos... mis hermanos... que regresen... te lo ruego...

—Yo dormiré contigo y me quedaré de esta forma para que no tengas frío. En cuanto ellos vuelvan te despertaré. Confía en mí.

Gavriel escuchó un murmullo, alzó la cabeza y vio a Daraan recostado en el suelo de la otra celda, los ojos azulados del dragón brillaban con entendimiento y templanza. En un tono muy bajo, el rubio susurró:

—No le des más información sensorial de la que su cerebro puede procesar, el desvanecimiento pasará más rápidamente. Señálale la realidad una vez y después no te muevas ni hables mucho.

Asimilando la indicación, él se alegró de que el rey estuviera allí. Verdaderamente, ese hombre había acompañado a Maleon siglos y conocía como apoyarla en esto. Contrario a él, que no podía cuidarla ni comprenderla. Con ese pensamiento acarició dulcemente las cicatrices sobre la piel de la mujer y las contempló horrorizado, el látigo debía de haber sido empleado con saña para que sus huellas estuviesen grabadas tan profundamente en su carne. Miles de escenarios le parecieron posibles, la leona que tenía enfrente había sido una guerrera de miles de años y su poder había llegado tan lejos que quienes le temían se vieron forzados a hacerla reina para liberarse de su ira.

La pregunta del origen de esas heridas era abrumadora.

—Voy a salvarlos...

—No seas testaruda y duerme...

Joder, Maleon ronroneó. Podía jurar que ella estaba ronroneando en sus brazos. De repente, la dama se dio la vuelta y tiró de él hacía ella mientras los dos caían al suelo, obligándolo a cubrirla con el peso de su cuerpo; la leona se refugió en el calor que le proporcionaba. Entrelazando sus piernas y rodeándolo con los brazos. Él aguantó la respiración un instante, se tranquilizó para que el miedo se diluyera lentamente de su sistema y luego la abrazó también, recorrió con los dedos los abundantes mechones de su cabello con los colores del atardecer en ellos.

—¿Dónde están?

Su voz se oía llorosa, pero no le permitió verla.

—Shhh... descansa.

Ella se ocultó de su mirada y hundió la nariz en su pecho. Gavriel cerró los ojos, deseaba regresar meses atrás donde no conocía la realidad del mundo en que vivía y sus sentimientos por Maleon no eran tan contradictorios. Cuando no sabía que esa extraña "clienta" se estaba muriendo. En el tiempo que su humanidad no lo volvía patético y vulnerable.

Él no era un supuesto elegido o alguien con poderes escondidos como aparentemente lo eran sus sobrinos. No había nacido siendo un hombre mágico como estas personas y tampoco tenía un papel importante en todo esto como ahora lo tenía Darcy con su testimonio.

Se sentía un extra de la película.

Esa era la verdad, él solo era un Don Nadie con mala suerte.

—Siento todo lo que dije. Perdóname, Maleon.

La rodeó con fuerza porque no podía hacer otra cosa.

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