Capítulo 3: Rasguño.

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Marinah se hayó así misma pensando en desaparecer.

«Nadie me extrañaría», pensó.

«Nadie me necesita».

Las lágrimas no se hicieron esperar en cuanto salió corriendo del salón principal. Las voces eran fuertes, la hacían sentirse mareada y solo pudo respirar con normalidad cuando se deslizó entre los pasillos vacíos de la Fortaleza Tyrell. Sentía que su cabeza daba vueltas y la frialdad de la noche la azotó como una ventisca de hielo.

No quería que nadie la viera en ese estado.

«Se burlaran», pensó con angustia.

No podía permitirlo.

Así que haciendo a un lado todo sentido de razón, se dejó llevar por sus instintos. Cuando salió de las paredes de su hogar, pudo sentir que todo parecía mejorar. Se deslizó por el patio y la muralla esquivando a los guardias que patrullaban. No había sido difícil, los guerreros de la casa de las rosas no eran muy conocidos por sus grandes dotes con la espada, mucho menos con una doncella escabulléndose del castillo. Apenas y la notaron. Aún estaban verdes.

Se dejó ir por el camino de tierra. Debía irse, quería irse lo más lejos posible, aunque solo se dejó ir al único lugar en el mundo que la haría sentir mejor.

El bosque.

El bosque era enorme, una gran extención de tierra y árboles con hermosas flores y preciosas mariposas. Esa noche parecía estar invadido por luciérnagas.

Por primera vez en la noche, Marinah se sintió en paz.

Ya no había nadie que la juzgara o la molestara. Solo estaba ella y la soledad de la noche. Agradecía que la luna fuera suficiente para alumbrar su camino, sino probablemente se hubiera perdido o tropezado con las raíces gruesas que albergaban insectos capaces de dejar en un sueño eterno a los que no sabían cómo caminar entre ellas.

Los troncos se deformaban y enlazaban de tal forma que las hacían parecer criaturas grotescas, pero Marinah siguió con su camino sin el mínimo miedo.

«No le temo a mi hogar», pensó Marinah.

Las luciérnagas bailaron entre su vestido y se encargó de levantarlo para no llenarlo de fango, Margaery la mataría si destruía otro vestido.

Levantó su mano y una de los faros incandescentes se dejó caer en la palma de su mano, dejando un rastro amarillento en su muñeca. Una sonrisa se deslizó en sus labios, le alegraba estar allí y parecía que las criaturas del bosque también se hallaban agusto con su presencia.

No la veían como un intruso y eso la alivió.

Una rama se rompió.

Marinah temió que fuera algo más que un animal.

«No temas. Conoces este bosque como la palma de tú mano», pensó con perplejidad.

Pero la sensación de incomodidad se instaló en su pecho casi inmediatamente cuando escuchó pisadas. Dió un paso atrás. ¿Por qué había decidido ir al bosque?

«Tonta. Tonta. Tonta».

Un crujido de una rama la alertó. El frío de la noche la recibió como una vieja amiga y la sensación de ser observada la hizo encogerse en su sitio. Ni siquiera se había dado cuenta del sudor frío que había empezado a experimentar en su espalda.

—¿Hola?

No hubo respuesta.

«¿Hola? ¿A caso quieres morir, Marinah?», pensó con decepción de sí misma.

Bien, debía irse. Empezó a dar pasos de regreso al castillo, en dónde podría tomar un chocolate caliente y unas cuantas galletas antes de dormir en su mullida cama. Sí, esa era una muy buena idea.

Un gruñido se escuchó desde las profundidades del bosque.

«¿Qué es eso? ¿Un oso? Los osos no se acercan tanto al castillo. ¿Un coyote? ¡Tonta, los coyotes no gruñen así!», pensó durante su pánico.

Marinah se estremeció con el pavor corriendo por su sistema y aumentó su paso. Debía llegar al castillo. Debía salir de aquella ridícula situación en la que se había metido ella sola. Tonta. Tonta. Tonta.

Su mente estaba trabajando con asombrosa rapidez, casi podía escuchar los engranajes moverse en su cabeza. Casi podía escuchar las vocecillas en su cabeza que le decían que debía hacer en caso de que fuera una criatura del bosque. Se exprimió la cabeza para recordar lo que se hacía en esos casos, de algo debía servir haber leído todos los libros del castillo de Altojardín, era una come libros con conocimientos valiosos.

Ella sabía que debía hacer en un posible ataque animal, incluso estaba segura de cómo dejar incapacitado a un posible violador o ladrón.

Otro crujido de ramas.

Su mente quedó en blanco.

Su vestido se enredó entre un arbusto y Marinah intentó liberarlo a jalones, pero la tela no parecía querer sucumbir ante su fuerza. Un sonido sordo se escuchó entre los arbustos cerca de ella y un estremecimiento la invadió de pies a cabeza.

Tonta. Tonta. Tonta.

Una forma desconocida se deslizó ante sus ojos. Era enorme y peluda. Sus dientes eran del tamaño de su brazo y sus ojos... eran rojos como la sangre. Se quedó muda ante tal bestia.

«Eso no es un lobo huargo», pensó con el pánico invadiéndola.

Un sollozo involuntario salió de sus quebrados labios. Un jalón más y la tela se rompió, pero no le importó. Sus piernas no parecían querer responder, pero rápidamente salió corriendo en cuanto la criatura dió un paso amenazante. Fue corriendo lo más rápido que podía con sus regordetas piernas, estaba cerca del castillo, lo supo cuando pudo ver el nítido tono de las antorchas.

Marinah sintió esperanza.

—¡Ayuda! —gritó cuando vió al primer soldado—. ¡Ayúdenme!

Vió al mismo soldado mirar a su dirección, sacó la espada de su cinturón y se precipitó a su encuentro.

—¿Se encuentra bien, mi Lady?

—¡Hay una bestia en el bosque! —exclamó mientras el hombre se acercaba a ella, la atrapó cuando vió que estaba apunto de caerse. Estaba bañada en sudor y las lágrimas no dejaba de deslizarse por sus mejillas rosadas— ¡Estuvo siguiéndome!

Pero fue tarde.

Una mancha negra lo alejó de ella y sus gritos no tardaron en romper el silencio de la noche. La bestia enorme estaba sobre el pobre hombre y éste trataba de alejarlo con su espada. Marinah se dió cuenta que ni mil espadas impedirían que aquella bestia se precipitara a su piel.

—¡Tiene que salir de aquí! —gritó el hombre. Sus ojos brillaban con miedo, pero estaba dispuesto a salvarla a ella si así lo requería— ¡SALGA DE AQUÍ!

Marinah solo pudo gritar cuando la bestia le arrancó el brazo que sostenía la espada.

Unos gritos lejanos la hicieron ver que sus gritos habían alertado a medio castillo, pero eso no la hizo moverse o alejar la mirada de aquella horrible escena. El soldado estaba gritando, o era ella, no lo sabía, tal vez eran los dos.

—¡Ayuda! —gritó Marinah entre sus balbuceos sin sentido— ¡Por favor, ayuda!

Los pasos se acercaban cada vez más y los gritos del hombre que estaba siendo devorado por la bestia la hacían querer arrancarse los tímpanos. Se cubrió su rostro para no tener que ver éso, sus piernas estaban quietas, no reaccionaban ante sus plegarias de salir huyendo.

—¿Quién sois? —gritó alguien a la distancia, pero Marinah había perdido la voz de tanto gritar y no pudo responder la pregunta— ¡Identifíquese!

—¡Ayuda! —exclamó por última vez, antes de que el lobo que había logrado ver se dirigiera hacia ella, el soldado que recientemente había atacado ya no era más que una mancha en la piedra— Por favor, no, detente.

Pero era inútil. No podía entenderla. Ni siquiera estaba segura de qué animal era, jamás había oído o leído de algo similar.

«Es enorme».

Sus piernas se sentían como gelatina, pero ayó las fuerzas necesarias para dar unos cuantos pasos hacia atrás. Casi se desmaya del miedo cuando la criatura le gruñó en la cara, sus fauces estaban llenos de sangre y carne humana. El olor nauseabundo casi la hace vomitar, pero se contuvo.

Cuando acordó estaba apoyada contra el muro. Ya no había lugar al que huir, la bestia la mataría, la desgarraría como lo hizo con el pobre hombre que había querido salvarla, y dejaría su sangre regada por el piso lleno de fango.

Marinah gimoteó cuando la bestia la olfateó, como si estuviera buscando el lugar exacto en dónde enterrarle los dientes.

—Por favor —susurró por última vez.

Los ojos de la bestia la miraron, observándola como solo un humano lo haría. Acercó su cara a su cuello y olió. Su sollozo lo alejó de ella, como si no pudiera creer que ella estaba llorando.

—¡VAMOS, MUÉVANSE! —exclamó una voz. El acero de las armaduras chocaba entre sí y supo que los soldados ya estaban por llegar— ¡Es por aquí!

El lobo la miró como si pudiera ver a través de su alma, había ignorado el hecho de que muy probablemente estaban por asesinarlo si seguía estando allí, como si creyera que no podrían hacerle el mayor daño y se saldría con la suya. La miró a los ojos, fijamente, como si pudiera ver todo el dolor que su alma guardaba, y, por un momento, Marinah se preguntó que estaba pensando.

«¿Está pensando en cómo desgarrar mí garganta?», pensó.

El lobo gruñó y todo pasó demasiado rápido. Levantó su enorme pata y la luna iluminó su pelaje negro, suave y brillante. La vista casi la dejó embelesada. Casi.

Sintió un ardor, como si algo la estuviera quemando en su hombro. No sabía que era, pero sí supo que sus gritos se volvieron ensordecedores.

—¡Allí están!

Una lanza fue lanzada y rozó a la bestia.

Sus ojos pesaron y las lágrimas no dejaron de caer como una cascada. En ese punto, no sabía si aún estaba gritando o si se había quedado afónica. Su corazón no dejaba de palpitar con fuerza y sentía que estaba apunto de desvanecerse en la nada.

Un aullido rompió la noche y pudo ver unos ojos verdes observarla.

—Todo estará bien.

Todo dió vueltas. Su visión se hizo borrosa y ya no supo nada más.

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Doble capítulo, ¿qué opinan?

Atte.

Nix Snow.

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