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¡Capítulo cien! Nunca pensé escribir una historia con tantos capítulos, y mucho menos supuse que sería esta. No creí que fuera a pasar de los cincuenta, y ya ven.

Me callo. Vayan a leer.


Luego de que Dressler es sepultado, volvemos a emprender viaje hasta Baviera, que todavía está muy lejos de nuestra ubicación actual.

Aunque el frío es característico en este lugar, el clima ha bajado considerablemente su temperatura. La calefacción de la buseta que nos transporta parece no poder hacer nada ante el frío que azota a los tripulantes. El abrigo que cada uno lleva les protege un poco, pero el mío es solamente para disimular. Por ratos, tengo que fingir estar congelándome porque mi molesta acompañante de campo, Tiffany Black, me pregunta constantemente que si acaso no tengo frío, y más después, que si tampoco tengo sentimientos porque mis respuestas son muy secas y siempre iguales.

El ambiente que nos envuelve es totalmente fúnebre, y no es para menos. Acaban de enterrar a Dressler, y me duele saber que he sido yo el encargado de acabar con sus días en este mundo. Además, el ritmo de la canción que suena en la radio, All of me, de John Legend, tampoco contribuye a que haya un panorama alegre.

Miro a través de la ventana. Observo el oscuro y grisáceo cielo. El día está muy triste. Mi cabeza se inunda de pensamientos de culpa. Este viaje sin duda sería diferente con la presencia de Dressler. Más molesto, pero animado, por lo menos.

Un frenado repentino hace que todos volvamos en sí y nos reincorporemos a nuestro alrededor, ya que la mayoría dormía y otros, como yo, eran presos de sus pensamientos.

La directora, la cual viste un abrigo de lana verde musgo, se pone de pie frente a todos.

—¡Atención, estudiantes! Haremos una parada para que puedan comer algo rápido porque en lo que resta del camino difícilmente encontremos algún otro restaurante y se tendrían que esperar hasta que lleguemos a Baviera. —La directora se mira con mucho ánimo; algo completamente distinto comparado al estado de los demás.

Grace se encuentra en la salida del autobús supervisando que todos bajemos correctamente como petición de la directora. Cuando yo salgo, que soy el penúltimo, la bibliotecaria ni siquiera me dirige su mirada, y eso es porque detrás mío viene la directora Teressa.

El supuesto restaurante tiene un aspecto muy desagradable a simple vista. Las paredes del lugar, que son blancas arriba y azules abajo, se encuentran un poco sucias. Las instalaciones son abiertas y no tienen ninguna protección, por lo que en su interior el viento se pasea por donde desea. La estructura del espacio es de madera, incluyendo las mesas, las bancas y el piso.

—¿No pudiste conseguir algo mejor, Grace? —pregunta la directora con un gesto de asco sobre su cara al ingresar al lugar.

—No, señora Mörder. Es el único sitio que había por estos alrededores —contesta la biblioteca. La noto extraña, seria.

Tomamos asiento en una mesa muy grande y larga. Esperamos por unos cuantos minutos para ser atendidos, pero nadie llega. El silencio es dominante en el lugar.

—¿Qué esperan para atendernos? —grita la directora Teressa, hastiada.

Y parece que funciona. Una mujer obesa que lleva un delantal blanco, manchado de un líquido rojizo y de otro de tonalidad café, ambos desconocidos, sale de una de las puertas de atrás. Se acerca hacia nosotros con un ruido de fondo de la cadena jalada de un servicio sanitario.

—Perdonen, es que estaba... —intenta comunicar la mujer, que está mascando chicle.

—¡No importa! No queremos saberlo —la frena la directora entre risas fingidas. La ve con desagrado.

La mesera se encoge de hombros. Busca una libreta y un lapicero.

—Bien. ¿Ya saben qué van a ordenar? —pregunta, rascándose la cabeza donde está sujeto en un moño su cabello negro. Después, introduce uno de sus dedos en su nariz.

La directora la mira, asqueada.

—Sí. —Teressa carraspea su garganta. Se acomoda en su asiento—. Yo quería pedir un filet de mignon con...

—No tenemos de eso. —La mesera la calla. Arruga el entrecejo ante el "complicado" pedido de la directora.

—Ah. —La señora Mörder alzas sus cejas y sonríe, sorprendida—. Comprendo. Entonces quiero un pescado entero acompañado de...

—Tampoco. —La mujer eructa luego de hablar y de haber silenciado de nuevo a la directora.

Teressa Mörder arruga la cara.

—Supongo que no hay problema —repite la directora. Trata de mantener la calma—. Pediré una pechuga de pollo bañada en...

—¡Uff, de eso menos! —contesta la mesera. Después se ríe, pero deja salir un pedo de su interior como producto de su potente risa.

La señora Grace se tapa la nariz.

—¡¿Pero entonces qué venden aquí?! —pregunta la jerarca de la universidad de forma brusca. Luego, hace un intento por vomitar al oler el apestoso gas.

—¿No leyó el menú? —contesta la mesera, alzando la voz, por lo que la directora se asombra al ver que alguien le ha hablado así. Ya van dos en lo que va del día. Y que se espere cuando me oiga a mí—. A ver. Tenemos huevos, agua, también huevos y agua... —La mujer rasca su axila y luego se huele—. ¡Ah! ¿Ya le dije que tenemos huevos?

—Dame paciencia, por favor —susurra la directora para sí misma. Luego, toma una bocanada de aire.

Han pasado más de treinta minutos desde que todos realizaron su orden y la comida aún no llega. Los presentes comienzan a mostrarse impacientes, pero la que más lo refleja es la directora Teressa, que no le quedó de otra que ordenar un huevo frito y no se cree que después de media hora aún no esté listo. Yo me limité a pedir un vaso de agua, y todavía no me lo han traído tampoco.

Un olor proveniente de la cocina llega hacia nosotros, pero es un aroma extraño que se me hace conocido; además, veo que la directora lo inhala constantemente. De pronto, ese olor se vuelve a algo quemado y ahora sí ya la jerarca de la universidad no puede aguantar más.

—¡Suficiente! Esto es inaceptable —dice Teressa. Se levanta de su asiento con brusquedad.

Yo, como instinto involuntario, no me doy cuenta que me he puesto de pie también y la sigo, y ahora estoy cerca de su ubicación. Ambos nos encaminamos hacia la cocina, que es protegida por una puerta blanca de plástico que tiene un vidrio circular en el centro a través del cual no se puede ver nada. Todo es borroso.

El desagradable aroma a ahumado en exceso es más potente aquí. También se escucha el ruido emitido por el sartén cuando se fríe algo.

—Eh... ¿Mesera? —pregunta la directora sin saber qué más decir. Toca levemente la puerta.

Nadie responde.

Al no poder resistirse más, la directora Teressa se atreve a abrir la puerta de la cocina de un solo golpe. Eso provoca que ante nuestros ojos quede una macabra escena. El cuerpo de la mesera gorda que nos atendió está tirado en suelo. Está decapitada. Un gran charco de sangre le rodea y cada vez es más extenso, por lo que tengo que quitar la mirada de ese brillante líquido escarlata que es abundante. Más arriba, en el sartén que está sobre una flamante llama, hay algo friéndose que emite grandes crujidos y salpica distintos líquidos. Es una cabeza humana. La de la mesera, para ser exacto.

—Pero ¿qué es esto? —La directora tiene que fingir una reacción luego de varios segundos en los que no reflejó ninguna emoción después de lo que vio, aunque no puedo culparla, pues yo tampoco lo hice.

Vuelvo a dirigirle otra mirada fugaz al cuerpo. El tórax de la mujer está completamente destrozado y tiene considerables signos de violencia. Además, en el sector de su pecho, donde debería estar su corazón, no hay nada. Se lo han arrancado.

—Tenemos que retirarnos de aquí. Llamaré a la policía de inmediato —me informa la directora, agitada. Ahora sí se ve preocupada.

La señora Mörder se aleja de mí mientras teclea de forma apresurada en su teléfono celular. Me quedo totalmente confundido. Es el mismo patrón de asesinatos; el mismo método. Y me extraña que la directora estuvo junto a mí todo el tiempo, por lo que ¿cómo hizo para cometer este acto? Eso, sin duda, me deja ahora muchísimas más dudas. Tal vez estoy equivocado con lo que pienso y la directora no tiene nada que ver. Pero entonces ¿por qué esas fotografías de mi familia estaban en su túnel? ¿Y los cuerpos? No entiendo nada.

Al darme la vuelta, descubro que ya todos los demás se han enterado de lo que sucede, pues la curiosidad les ganó y han venido para observar por sí mismos el suceso, pero detrás de todas esas personas, diviso a una sospechosa señora Grace van der Vaal subiendo unas escaleras con rapidez. Ella llora desconsoladamente. De inmediato, voy corriendo hacia ese lugar y tomo el mismo camino que me lleva hacia el techo de tejas del restaurante en el que estamos. No entiendo por qué la señora Grace se comporta de esa manera y mucho menos qué viene a hacer aquí.

La bibliotecaria está de espaldas a mí y por eso no me ve cuando llego. Ella admira la naturaleza del lugar que nos rodea desde arriba. Otea los árboles, el césped, las flores. Hay una fuerte brisa fría que nos azota, lo que provoca que nuestros cabellos bailen y sean los únicos animados de la escena.

Camino hasta donde Grace de forma cautelosa. Doy pasos lentos.

—¿Señora Grace? —musito. Intento ser discreto para no espantarla.

Ella se da la vuelta y se sobresalta. Luego, se limpia las lágrimas.

—¡Joven Keyland! —exclama, aterrada. Observa si hay alguien más conmigo. La noto temerosa—. ¿Qué hace usted aquí?

—La vi subir hasta acá y no pude resistirme en seguirla —comunico, haciendo de menos el tema—. ¿Qué pensaba hacer en un lugar como este?

—¡Nada! —me frena. Después, su respirar se agita. Está desesperada y parece que ya no aguanta más. No sé qué sea lo que tenga, pero ha de ser algo muy grave—. ¿Sabe qué? No, yo ya no puedo. ¡No puedo seguir con esto!

Grace me vuelve a dar la espalda. Yo doy un paso hacia adelante.

—¿Qué pasa, señora Grace?

—Mejor váyase, joven Keyland. No quiero arrepentirme de lo que vaya a decir —dice la bibliotecaria con seriedad. Traga hondo.

Eso, sin duda, hace que más bien me quede. La conversación ahora me interesa.

—Mire, señora van dar Vaal. No sé qué es lo que le esté pasando, pero tiene que recordar que guardar algún secreto de alguien que sea oscuro o tenga algo de maldad, le convierte a usted en una cómplice ante la ley. Y también ante los ojos de... su creador —advierto, ya que sé que ella es muy religiosa. Espero que eso la haga hablar.

—¡No! —expulsa—. Yo no soy cómplice de nadie. No quiero pagar por el error de otros. ¡No soy una pecadora!

—¡Entonces hable, señora Grace! —Trato de transmitirle tranquilidad—. Aún está a tiempo de reivindicarse.

La bibliotecaria toma un respiro y aprieta su puño con fuerza, aún llorando. Se prepara para decirme unas palabras que deseo escuchar lo más pronto posible si es que están relacionadas a lo que estoy pensado.

—Está bien —revela al fin. Celebro en mi interior—. Voy a hablarle sobre algo que nunca antes le había contado a nadie, es un gran secreto que guardo, pero primero voy a llevarlo a un pequeño viaje al pasado para que entienda. Espero que no se aburra. —Grace me mira con sus ojos azules, que ya están vidriosos.

—Haré un esfuerzo por no dormirme. —Intento generarle confianza, y creo que lo logro, pues ella ríe.

La bibliotecaria de la Universidad Medical Mörder se toma unos cuantos segundos para pensar. Inhala una gran cantidad de aire. Duda varias veces en si hablar o no, expulsando solo balbuceos, pero finalmente se anima.

—La señora Teressa Mörder fue una joven muy aplicada en su época de estudiante —dice Grace inicialmente. Su vista está enfocada en el cielo. Está sonriendo—. Ella se graduó de la preparatoria con excelentes notas e ingresó a estudiar Medicina en la Universidad Medical Mörder. En aquel tiempo, yo la conocí. Su abuelo, el señor Otto Mörder, era el director de la facultad y me dio el trabajo de bibliotecaria a pesar de que yo era apenas una humilde muchacha. No tenía experiencia en ningún otro trabajo y tampoco tenía dinero. Además, no conocía el idioma. —Tuerce los labios—. Yo escapé de los Países Bajos, mi nación natal, hace unos años en compañía de mi padres por motivo de una epidemia que estaba afectando al pueblo en el que habitaba. ¿Nunca oyó hablar de ello? Creo que fue una noticia a nivel mundial.

—Siendo sincero, la verdad no —confieso.

—¡Qué tonta soy! —se dice a sí misma entre risas—. Usted es aún muy joven. Eso fue hace mucho, cuando murieron mis padres. Ellos fallecieron en territorio alemán unas horas después de haber llegado. —Hace una pausa y se queda pensativa, de seguro recordando a sus progenitores—. En aquel momento, pensé que estaba perdida y que ya todo había acabado. Fui violada antes de cumplir los quince años. Un hombre millonario, lo deduje por su gran auto y vestimenta, se aprovechó de mí al verme tan inocente y tonta. Me encontró perdida, deambulado por un callejón oscuro, y el bastardo no dejó pasar la oportunidad.

—Lamento escuchar lo que me dice. —Es lo único que alcanzo a decir.

—Y eso no es lo peor —contesta. Sacude su cabeza—. Como producto del abuso sexual, yo quedé embarazada. Me di cuenta de ello hasta cuando ya casi tenía los nueves meses de embarazo. Era muy ingenua, debo reconocerlo, y creí que solo me estaba engordando.

—¿Entonces usted tiene un hijo?

La señora Grace cierra sus ojos e inhala aire. Se ve dolida por lo que le pregunté.

—No me va a creer esto, pero cuando ya se acercaba el día de mi parto, unos hombres desconocidos me estuvieron siguiendo por un tiempo. Finalmente me capturaron. —Traga saliva—. Me subieron a un auto y me dejaron inconsciente. Cuando desperté, estaba tirada, maltratada, en algún rincón de la ciudad. Me di cuenta que ya no tenía la gran barriga y además, sentía mucho dolor. Tenía una herida de cesárea. Se habían robado a mi bebé. Lo sacaron sin mi consentimiento. Me lo arrebataron sin yo conocerlo.

—Vaya.

Sé que mis respuestas son secas; siempre me doy cuenta de eso hasta cuando ya las he dicho, pero no sé qué más responderle.

—Sí, es lamentable que haya personas así. —La señora Grace se suena la nariz—. Ya después parecía que todo iba de mal en peor. Vivía en un lugar desconocido, era apenas una jovencita y no entendía nada. La ciudad me aterraba al ver tanta gente y no comprendía lo que los demás decían, pero por suerte encontré a mi salvador, del que le hablé antes. ¿Se acuerda?

—¿El abuelo de la directora?

—Correcto. —Sonríe—. No tardé mucho en aprender el idioma. El señor Otto Mörder se convirtió en mi maestro y me enseñó muchas cosas. Y como se podrá imaginar, eso implicaba que él y yo estuviéramos cerca bastante tiempo, la mayor parte del día, por lo que surgió un amor prohibido entre ambos —me cuenta, no muy orgullosa de ello—. Él era casado, por supuesto, pero aún así yo caí en su encanto y me convertí en una pecadora al probar de un fruto prohibido. Él tenía dueña. Ya luego don Otto falleció unos años más tarde y su esposa, la señora Mörder, me dejó conservar el trabajo de bibliotecaria en la institución, pues la pobre nunca se enteró de nada de lo que yo tenía con el señor, sino me hubiese echado a patadas de allí.

—Ni lo dude —digo entre risas porque ella está de la misma forma, riendo.

En realidad, su comentario no me ha causado nada de gracia, pero como dije: tengo que hacer que se sienta confiada conmigo; así me revelará todo con más relajo. Nada me cuesta fingir. Ya lo he hecho muchas veces antes.

—Ah, ¡ya me estoy desviando del tema! —comenta la bibliotecaria. Toma un respiro y continúa—. Le decía que yo conozco a la señora Teressa desde que tenía dieciocho años. Ella siempre fue una muchacha muy inteligente y hermosa. Era sobresaliente en todo lo que hacía, pero hubo otra chica en la universidad que comenzó a destacar más que ella; alguien que opacaba el fulgor de la mujer y brillaba con luz propia. Era la joven Elizabeth Blood.

—¿Mi... m-madre? —tartamudeo.

—Así es. Su mamá —reafirma Grace. Mira mi rostro con detalle—. Yo la conocí, y déjeme decirle que es una de las mejores personas con las que he podido tratar. Ella irradiaba a todos con su belleza, pero, sobre todo, con su inteligencia. Elizabeth era una mujer muy correcta y generosa, además de humilde; algo de lo que carecía la señora Mörder. Eso, sin duda, provocó una especie de rivalidad entre ambas por allá de los años noventa, aunque su madre no se rebajaba a insultarla a como la directora lo hacía. Lograba dejarla callada con respuestas coherentes y sin emplear mal vocabulario. Me imagino que ya está pensando que entre ambas había algo más que se peleaban, ¿no?

—En realidad, no —revelo.

No sé por qué se anda con rodeos y no va al grano.

—Ah. —Grace abre su boca—. Bueno, no importa. La cosa es que un chico que era la sensación en aquel tiempo. Y no puedo culpar a las muchachas, pues él era muy apuesto. Algo así como usted hoy en día en la universidad.

—¿Yo? ¡Qué cosas dice! —Trago saliva.

No entiendo por qué, pero ella me ha puesto nervioso.

—¡Claro! Las estudiantes suelen ir a la biblioteca de la universidad para tener la privacidad que necesitan y hablar de temas amorosos, sobre chicos, sin recordar que yo estoy ahí y que no soy sorda. —Grace se encoge de hombros–. Y usted es el amor platónico de muchas de las que llegan, por no decir todas. —Ríe.

—¿En qué estábamos? —digo para cambiar de tema y que no vuelva a desviarse. Solo quiero oír lo que me interesa.

—Ah, cierto. —Grace finge una risa—. Retomando el tema... —Carraspea su garganta antes de volver a hablar—. Del chico apuesto del que le hablaba era James. Sí, James Blood, su papá —se apura a decir, prediciendo que yo se lo preguntaría—. A pesar de que las chicas se morían por él, su padre tenía los pies muy bien puestos sobre la tierra y no se creía la gran cosa como otros. Era un muchacho muy bueno y aplicado, aunque a veces le gustaba ser extrovertido de vez en cuando, y eso no está mal, siempre y cuando sea con moderación, claro. Él no tenía ojos para nadie más que no fuera su madre, la joven Elizabeth, pero ella no compartía lo mismo por él y lo ignoraba porque lo creía un patán —confiesa entre risas—. Además, a su madre la pretendía otro chico. Jack, se llamaba, si mal no recuerdo. El apellido sí que lo olvidé. —Inclina sus labios—. Ese pobre tampoco tuvo suerte. Su madre no le hacía caso, y, a decir verdad, me alegraba que así fuera.

—¿Era una de esas personas a las que los humanos llaman mala influencia?

—Algo así —contesta, un poco confundida al oír que yo he empleado la palabra "humano"—. Yo lo veía como uno de esos hombres posesivos y agresivos que creen tener el mundo a sus pies. Era un chico extraño. Nunca supe qué fue de él. —Grace se queda pensativa—. En el caso de su padre, había otra chica que estaba igual de obsesionada por él como la señora directora, o hasta peor, pero ahorita no recuerdo el nombre. No me llevaba muy bien con ella. Era muy irrespetuosa. —Hace un mal gesto con el rostro.

—Ya veo.

—¡Ah! Enfoquémonos de nuevo en sus padres. —La bibliotecaria sacude su cabeza—. Ellos sí tenían algo en común, aunque su madre no lo creyera. Había algo de lo que ambos gustaban y compartían: la lectura. Su romance surgió de las tardes de libros que se armaban en la biblioteca cuando ya los chicos hubiesen terminado de estudiar. Yo fui testigo de todo y le juro que fue la mejor experiencia de mi vida. Era gracioso ver a su padre intentando ser cariñoso y amoroso con su madre, pero no lo lograba. —Grace ríe. En mis labios también se esboza una leve sonrisa que ella me ha contagiado—. Elizabeth era una gran lectora de romance y se sabía todos los cuentos baratos que su padre usaba, esos que estaban ya muy gastados, pero no podía negar que James era muy gracioso y una que otra vez le sacó unas risas a su mamá.

—Qué curioso —musito. Es extraño conocer ese lado de mis papás. A veces me olvido que ellos también fueron adolescentes.

—Mucho. Su progenitor luego me pidió que le recomendara libros de la temática que solía leer su madre. Él prefería leer sobre historia y vampiros, al igual que usted. Eso me parecía curioso. —Grace se me queda viendo de forma extraña por un momento, pero luego sacude su cabeza y continúa hablando—. Ya después él le metía conversación a su madre sobre los libros que ella leía. Elizabeth se sorprendió y a la vez se emocionó al ver de lo que su padre era capaz de hacer por ella. Ahí fue donde comenzó a ganársela. Más después, él le escribía poemas muy hermosos, con mi ayuda, cabe destacar —dice, creciéndose—, y allí terminó de flechar a su madre. Ella se enamoró de él y fueron novios. Cuando terminaron la carrera universitaria, ya luego supe que se casaron. Me sorprendió que no me invitaran a la boda. —Grace tuerce los labios.

—Creo que ellos no quisieron hacer algo tan grande. Fue una boda simple —revelo.

En una ocasión, recuerdo haber visto una fotografía de mis padres en la noche de su boda. Se casaron bajo la luz de la luna, y claramente no fue frente a un sacerdote. Me extrañó ver que no había fotos donde aparecieran más personas, y ya luego descubrí que ellos decidieron hacer algo privado y solo habían invitado a los padres de mi mamá, pero ninguno de ellos fue. Eso me resulta extraño.

—Ya veo —responde Grace, asintiendo con la cabeza—. La experiencia que le relaté sobre sus padres y el amor fue la parte linda, pero también tenemos que ver el otro lado de la novela.

—La directora Teressa —deduzco.

—Exacto. Ella estaba perdidamente enamorada de su padre. No se imagina cuánto, de verdad. Eso literalmente la volvió loca; ver que su enemiga se había quedado con su amor la marcó de por vida y significó un antes y un después en la señora Teressa. No volvió a ser la misma desde entonces. Se volvió más egoísta, narcisista, ruda. Incluso estuvo internada en un Psiquiátrico por un buen tiempo, pero ya luego la dejaron salir porque consideraron que estaba "curada". Yo nunca lo creí. —La bibliotecaria hace un gesto de reprobación con la cabeza—. La señora Teressa ascendió al poder años más tarde después de la muerte de la esposa del señor Otto, y allí terminó de certificar que verdaderamente estaba mal. Ella quería venganza y juraba que la iba a tomar con sus propias manos.

Las primeras lágrimas se hacen presente en los ojos de la señora Grace.

—A mí me ha tenido amenazada desde entonces porque dice que en parte todo fue mi culpa por no haber impedido que James y Elizabeth se enamoraran, pero es que era imposible que yo lo hiciera. La directora detestaba a su madre. Gozó con su muerte cuando se enteró.

—Esa vieja... —digo con rabia. Aprieto mi puño.

—Yo pensé que después de la muerte de la señora Elizabeth ya todo habría acabado, pero no. La directora es muy mala. Quería contribuir en el asesinato de su madre, y como no lo hizo, no quedó del todo satisfecha. Ahora viene por usted —confiesa en voz baja. Mira constantemente a su alrededor, temerosa por algo.

—¿Me quiere matar? —pregunto. Yo ya lo sabía porque lo vi en el altar que está en el túnel de la oficina de la directora, pero quiero oírlo de alguien. Saber que lo que vi fue real.

La bibliotecaria se limita a mirarme, dubitativa, mientras muerde sus labios.

—Joven, es que todavía no termino de contarle toda la historia —pronuncia Grace con un nudo en la garganta. Hace una larga pausa para tomar aire—. ¿Se acuerda lo que le dije al principio, que se robaron a mi bebé sin yo haberlo conocido? —Asiento con la cabeza—. Pues mi secreto está relacionado con eso. Es muy difícil para mí lo que le voy a revelar.

La señora van der Vaal se toma otro gran descanso. Emplea unos segundos para controlar su llanto y su respiración.

—El señor Otto Mörder una vez me comentó algo ocurrido con su hijo, el padre de la directora Teressa. El hombre era muy irresponsable y callejero. Le gustaba salir de fiesta casi todas las noches. Era un alcohólico y un vago, se podría decir. Había roto la racha de médicos en la familia Mörder. Él no había querido estudiar lo mismo. Nada, en realidad. —La bibliotecaria tuerce los labios—. El hombre una esposa muy buena, según el señor Otto. Era una mujer de casa que le aguantaba a su esposo todas las infidelidades que le hacía, pues se consideraba inservible. No podía tener hijos. —Hace una pausa—. Su esposo quería tener un niño, pero ella no podía dárselo. Eso hizo que él se deprimiera y por eso cayó en el alcoholismo, supuestamente, y su adulterio se intensificó, y entre esas tantas mujeres con las que el señor estuvo, una quedó embarazada. Otto me comentó que por la ambición de la esposa del hombre por darle un heredero, decidió que contactaran a la chica que él había embarazado. Supuestamente era una prostituta a la cual convencieron con un dinero a cambio de lo que llevaba en el vientre sin mucho esfuerzo. —Grace niega con la cabeza—. Cuando llegó la hora de parir, intercambiaron lo que prometieron. Recibieron a una hermosa niña a la cual llamaron Teressa.

—¿L-la directora? —musito, asombrado.

—Exacto —contesta Grace entre lágrimas. No entiendo por qué está llorando—. La cosa es que ahí termino todo. El señor Otto no me dijo nada más y no volvimos a tocar el tema. Pasó el tiempo y en una ocasión, ya cuando la abuela de la señora Teressa era la jerarca de la universidad, me pidió que la ayudara a limpiar un salón de la institución donde había retratos y demás cosas relacionadas a la familia Mörder, fundadora de la universidad. Yo acepté y lo hice. Nunca voy a olvidar ese día; aquel en el que descubrí algo tan macabro que me hizo pensar en que hay muchos seres humanos que verdaderamente no tienen corazón. —Exhala—. Yo no conocía al hijo del señor Otto. Nunca lo había visto, o eso creía, porque cuando vi una fotografía de él en el salón de los fundadores, lo reconocí enseguida. Ese rostro jamás lo olvidaría. Ese era el hombre que me había violado cuando yo era apenas una jovencita.

—¿El padre de la directora?

—Sí, ese desalmado. —Grace aprieta su mandíbula—. De inmediato, luego de haber hecho ese descubrimiento, pensé en algo. No sé si usted también esté suponiendo lo mismo. Yo comencé a creer que la historia que el señor Otto me había contado sobre la precedencia de su nieta tenía algunas modificaciones, por lo que me empeñé en descubrirlo. Junté todos mis ahorros para hacer una prueba de ADN. Tomé un cabello de la en aquel entonces joven Teressa cuando ella fue por un libro a la biblioteca. Yo no me llevaba muy bien con ella; éramos muy diferentes. Teníamos diferentes formas de pensar, pero yo tuve una sensación extraña cuando la vi por primera vez. Sentí un calor interno, algo familiar. ¿Nunca le ha pasado?

—Creo que sí —respondo. Me quedo pensando en lo que dice.

—La prueba de maternidad estuvo lista por fin luego de una larga y agónica espera. —La señora Grace toma una gran cantidad de aire—. Y salió positiva. La señora Teressa es mi hija.

Su confesión entre llanto me deja perplejo.

—¿Qué? —reacciono, asombrado—. ¿Y ella lo sabe?

—¡No! Dios no lo quiera. No me atrevo a decírselo. —La bibliotecaria niega con la cabeza—. Siento que ella me aborrece. Se avergonzaría de mí. Además, yo le temo. Es una mujer muy mala y poderosa.

—¡Pero usted es su mamá! —Elevo la voz—. Tiene que decírselo

—¡Ella no lo entendería! —contesta Grace. Ya está llorando en demasía—. La señora Teressa quiere hacerme partícipe de algo muy malo. Ella... Ella me impide acercármele a usted, hablarle, cruzarle la mirada —revela Grace, nerviosa. Antes de seguir, se asegura de que nadie haya oído lo que ha dicho—. La directora Teressa va a matarme a mí en cualquier momento. ¡Quiere matar a su propia madre!

La señora van der Vaal se desespera.

—No, señora Grace. Eso no sucederá. No si yo estoy para impedirlo. —La tomo del brazo.

—Agradezco su ayuda, joven Keyland, pero ya es demasiado tarde. —Traga hondo

Luego de sus palabras, capto por qué ha dicho eso, y es que la directora Teressa Mörder se acerca hacia nosotros a pasos rápidos.

La señora Grace se aleja de mí con rapidez. Retrocede, temerosa, como si estuviese siendo acorralada por alguien. Finalmente, se queda de pie a espaldas del abismo. Le dedica unas cuantas miradas de reojo, teniendo que apartar su vista rápido, pues la altura es considerable. Luego, repite un padre nuestro entre sollozos.

—No haga nada estúpido, señora Grace —ruego, dando un paso hacia el frente—. Yo voy a protegerla. Yo la ayudaré. Confíe en mí.

Necesito mantenerla conmigo; me conviene. Tengo que sacarle más información.

—No se preocupe por mí. —Grace me muestra una sonrisa con su rostro triste—. Fue un gusto haberlo conocido, joven Keyland. No hay duda que Elizabeth y James hicieron un buen trabajo con usted. Los saludaré de su parte si me reencuentro con ellos, aunque creo que no. Ambos han de estar en el cielo y yo me iré al infierno. Ya soy un caso perdido.

—¡No!

Luego de sus dramáticas palabras en medio de un incesable llanto, la señora Grace van der Vaal comete lo que temía. Mira al cielo y se persigna. Susurra unas palabras con sus ojos enfocados en las nubes.

—Perdóname, padre.

La bibliotecaria deja caer su cuerpo. Expulsa unas últimas lágrimas que son arrastradas por el viento al igual que su alma.

—¡Recíbeme en tu reino! —grita a medida que cae hasta que un fuerte estruendo se escucha y su voz deja de existir.

—¿Qué haces, Grace? ¡No! —exclama la directora Teressa. Corre para llegar más rápido, pero ya es demasiado tarde.

Yo me quedo allí, paralizado. Observo la escena sin saber cómo reaccionar. La señora Grace ha caído agónicamente desde el techo del restaurante, pero no lo hace al piso. Me asomo y veo que su cuerpo se ha ensartado en una gran varilla que había clavada en el suelo que ha traspasado su pecho y deja como decoración a su rojo corazón en la punta del hierro. Se derraman grandes cantidades de sangre hacia el suelo.

Siento una lágrima deslizarse por mi mejilla. En ese momento, escucho una sirena de policía que cada vez es más fuerte. Hay una patrulla acercándose al lugar. La directora la había llamado por lo acontecido con la mesera.

—Debemos retirarnos de aquí. Rápido —me notifica la directora, agitada por lo que acaba de suceder y con los ojos vidriosos.

—¿A qué le teme, señora Teressa? —hablo desafiante.

—Créame. Lo hago por su bien. Usted estuvo aquí con ella por última vez. La policía lo arrestará al tomarlo como sospechoso de haber empujado a una pobre anciana. —Noto que la mujer emplea un tono de burla cuando habla.

Cuando termina, la directora se prepara para bajar del techo y reincorporarse donde están los demás, pero antes de eso se asoma por el lugar donde la señora Grace se suicidó. Cierra los ojos con fuerza por la hórrida escena y aparta el rostro.

—Descansa en paz —musita con algo de frialdad. Si supiera que la que ha muerto es su madre. Después, se aleja con sus fiel compañía de siempre: el resonar de sus tacones.

Yo me quedo allí por unos cortos segundos, pero luego reacciono. No puedo permitir que me arresten. Aunque no quiera aceptarlo, la directora tiene razón. Me verán como sospechoso, y entonces perderé la oportunidad de vengarme. Podría pasar días, meses o hasta años en la cárcel, así que tengo que retirarme, pero antes le dedico una última mirada a la bibliotecaria, o a lo que queda de ella.

—Su muerte no será en vano, señora Grace. Eso se lo aseguro.

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