CIII

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El amanecer ocurre frente a mis ojos cuando voy caminando por el suelo erosionado del Gran Cañón de Baviera. Ya hoy es domingo. Aunque hay una espesa capa de neblina que cubre el cielo, algunos rayos de sol la atraviesan y hacen contacto conmigo, por lo que tengo que estar esquivándolos a cada rato.

En la planta baja de las cabinas había varios mapas del lugar a disposición para que los turistas puedan guiarse, así que tomé uno y ahora lo traigo conmigo, pero no me ha servido de nada. Estoy perdido. He dado vueltas por todos lados, intentando descifrar la dirección que está escrita en la carta, pero lo cierto es que soy pésimo para eso. Aun así, esta pude identificarla en el mapa; sin embargo, según el dibujo, marca que allí hay monte y que no existe ninguna edificación. Eso me parece extraño.

A pesar de ello, no desisto y camino hasta el lugar que me indica el plano, aunque diga que no hay ninguna construcción ahí, pero compruebo que fue una buena idea no resignarme cuando llego al lugar y admiro una cabaña de madera bastante antigua. Celebro en mi interior. Guardo el mapa en la mochila y sostengo la carta con fuerza. Me acerco a la casa para tocar la puerta levemente.

—¿Buenos días? —pregunto con suavidad, pero nadie me responde.

Verifico la hora para ver si aún es muy temprano, pero ya son casi las siete de la mañana. Tal vez los habitantes siguen dormidos. Rodeo la vivienda de forma cautelosa para no majar las setas, flores y demás plantas sepultadas en sus alrededores. Me entero que la ventana no tiene protección alguna más que el vidrio, por lo que puede verse el interior de la cabaña con total normalidad.

Es muy extraña y de un aspecto bastante antiguo. Todo es de madera también por dentro, pero lo que me llama la atención son distintos artefactos que observo que me hacen creer que los habitantes son brujos. Hay frascos de vidrio con líquidos de colores varios, así como hojas con escritos viejos que no logro leer, pues están en un idioma incomprensible para mí, y, además de eso, la caligrafía es pésima.

Me separo del vidrio un poco. Apoyo mi mano en la madera y siento que me embarro de algo viscoso. La estructura de la cabaña está cubierta de musgo y se ve un poco abandonada, como si nadie la habitara desde hace mucho tiempo. Rápidamente descarto esa idea al ver unas huellas frente a la entrada de la casa. Y no, no son las mías. Esas son mucho más grandes. Supongo que tal vez la persona ha salido un momento y volverá pronto. Esperaré a que regrese, así podré preguntarle muchas de mis dudas con respecto a la carta. Siento una corazonada que me dice que es algo muy importante. Estoy casi seguro.

Me quedo allí, de pie, otro rato. Le doy un último vistazo a la vivienda y me preparo para darme la vuelta y buscar un lugar con sombra para aguardar ahí hasta que el habitante regrese, pero siento la presencia de una persona detrás de mí que llega acompañada de una fuerte corriente viento. Ya sé quién es.

—¡Bu! —exclama Lily con una sonrisa.

—¡Qué graciosa! Sabes que no puedes asustarme —contesto con burla.

Ruedo los ojos y avanzo en el camino.

—A mí tampoco, tonto. —Ríe. Después, frunce el ceño al mirar la cabaña misteriosa frente a la que yo estaba hace un momento—. ¿Qué hacías aquí?

Su pregunta me toma de forma imprevista. Pienso en algo rápido que inventar.

—Más bien soy yo el que me pregunto qué haces tú aquí —respondo con seriedad—. ¿Me estabas siguiendo? —Me doy la vuelta y la miro.

Lily se queda paralizada, pero después reacciona.

—Ay, ¡¿cómo crees?! —La noto un poco nerviosa; además, su risita la delata—. Solo salí a dar una vuelta al aire libre y bueno, olí tu aroma y eso me trajo hasta acá.

—¿Mi aroma? —inquiero, confundido—. ¿A qué se supone que huelo?

—Es una combinación de olores —revela entre risas—. Es como menta con hielo combinado con cadáver y...

—¿Cadáver? —la freno. Expulso una risa sarcástica—. ¿Quieres saber a qué hueles tú?

—Eh... —Lily se queda pensativa.

—A ajo —digo en forma de burla.

Sigo caminando y la dejo ahí, estupefacta.

—¡Keyland! —reprocha Lily con algo de enojo. Se me adelanta en el camino—. Eso sería ofensivo si tú no fueras un vampiro, ¿sabes?

—A como tú sabes muy bien que eso es un mito, Lily —manifiesto en referencia a lo que muchos suponen con respecto al ajo y lo que puede causar en los vampiros.

—Sí, pero eso no quita lo ofensivo. Fue un chiste creado por humanos —recuerda. Yo freno bajo la sombra de un árbol y me recuesto al tronco—. ¿Te quedarás ahí? —pregunta con confusión.

—¿A dónde más iría? —Cruzo los brazos.

—Pues... No sé. —Frota su barbilla—. ¿Qué tal si vamos con todos los demás al recorrido que harán por el lugar? Tal vez nos encontremos un vampiro para mí y una vampiresa para ti en el castillo —dice con picardía.

—No empieces —advierto. Me contengo por reírme.

—Me alegra saber que ya estás mejor —comenta Lily con una sonrisa. Coloca una mano sobre mi hombro—. Entonces... ¿Vamos?

—Pues ya qué —acepto sin convencerme del todo.

Le dedico una última mirada a la extraña cabaña antes de marcharme. Creo que es lo mejor. No estaré tranquilo si me quedo aquí frente a la vivienda, esperando. Ya regresaré más tarde de nuevo. Tal vez el dueño ya haya vuelto para ese entonces.

Lily y yo nos incorporamos junto a la gran ola de estudiantes que va detrás del profesor Mark Dössel y la directora Teressa Mörder cuando llegamos a la zona en la que se concentran todos. Megan se nos une cuando nos ve. Le pregunta a Lily que por qué la dejó sola. Ella se excusa al respecto mintiendo que se sentía mal y salió a vomitar.

Ámbar también me dirige su mirada en compañía de una Keren que parece estar muerta en vida. La rubia me susurra un "gracias" desde lejos. Primero, no comprendo, pero ya luego deduzco el porqué de su agradecimiento. Le aparto la cara porque eso me pone nervioso. No entiendo qué me pasa.

—¡Buenos días, estudiantes! —exclama el señor Dössel, muy alegre. Se acaricia su cabello, que parece que ha sido chupado por una vaca—. Ya pronto comenzaremos...

—Cierre la boca, señor Dössel —lo calla la directora con autoridad—. Yo soy su jefa, la que manda y, por ende, la que habla, ¿me entendió? —El profesor asiente con la cabeza. Traga saliva—. Bien. Estudiantes, ya pronto empezaremos con la expedición de la zona, pero antes me complace anunciarles que contaremos con una gran compañía para esta emocionante aventura por el Gran Cañón de Baviera. El señor Alfred Fishel; guía turístico y experto conocedor de la cultura alemana.

El hombre hace su presencia en la escena con los aplausos de los chicos de fondo. Es un sujeto de no muy alta estatura. Tiene la piel amarillenta y es completamente calvo. Únicamente, un poblado bigote color café es el que destaca en su rostro, además de unas gafas cuadradas que hacen ver más grandes sus ojos.

—¡Mucho gusto, universitarios! —saluda el hombre—. Es un honor para mí poder acompañarlos durante este recorrido en el que haremos un viaje en el tiempo por acontecimientos históricos de nuestra Alemania y las leyendas culturales que han acompañado a nuestra nación. Sé que muchos están esperando la sección de los vampiros, ¿no? —Los chicos asienten con emoción. Observo que la directora traga saliva, disgustada—. Entonces, ¡andando! Tenemos un largo camino por recorrer.

Los chicos dan los primeros pasos para seguir al señor Fishel, que se adelanta en el recorrido al ser él conocedor del camino.

Megan se queda inmóvil, con los ojos cerrados, pero de pie, y no avanza, por lo que Lily tiene que hacerla reaccionar.

—¿Megan? —Lily le toca el hombro con suavidad.

—¿Ah? —La de cabello lacio y marrón abre los ojos. Parece desorientada, pero ya luego se reincorpora a su entorno—. Perdón. Es que estoy cansada y tengo sueño. —Megan bosteza—. No pude dormir bien anoche.

—¿Por qué? —pregunto con curiosidad.

—Bueno... —Megan se sonroja y no puede seguir hablando, por lo que Lily tiene que proceder a explicarme.

—Lo que pasa es que no pudimos pegar un ojo en toda la noche. Y a que no adivinas por qué. —Lily trata de contenerse la risa—. El señor Dössel y la señora Potter eran nuestros vecinos de habitación.

—¿Pero no es que los profesores no comparten dormitorios? —inquiero, confundido.

—Se supone, pero eso no quita que no puedan hacer visitas conyugales durante la noche —expulsa Lily entre risas, y Megan se le une, por lo que yo inflo mis cachetes. Trato de contenerme de unirme a sus risas, pero no puedo negar que me ha causado gracia.

—Es que si hubieras escuchado el movimiento de la cama —revela Megan, riendo aún mas, sonrojada.

—Uff, pero lo peor eran los gemidos de la señora Potter —complementa Lily, y ahora sí no me puedo contener.

Dejo que una risa no muy escandalosa salga de mi interior. Enseguida, me llevo la mano a la boca para taparme.

—¡Es maravilloso! Hemos logrado hacerte reír —manifiesta Megan con asombro.

—Se merecen un reconocimiento —revelo entre risas.

Es bueno reírse después de tanto tiempo, aunque por dentro esté totalmente roto, a veces es ideal olvidar todo lo que me afecta y dejarme llevar por el momento. Es una cura a corto plazo.

Las siguientes horas transcurren en un ambiente muy agradable. Pasamos de sala en sala recorriendo toda la historia de Alemania en pocas horas, incluyendo ambas guerras mundiales; las cuales marcaron un antes y un después en nuestro país. El señor Alfred Fishel nos explica detalladamente todos los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. Nos da datos que incluso yo desconocía. Presto mucha atención a todo lo que dice, pues ese es un tema que siempre me ha resultado interesante. Mi padre solía hablarme mucho de ello. Él vivió en ese entonces.

Luego, cruzamos a la sala de la Segunda Guerra Mundial. Esa fue, sin duda, la lucha más mortífera y sangrienta en la historia mundial, y nuestro país tuvo mucho que ver en ello, pues Adolf Hitler fue el causante del Holocausto en Alemania, que se basaba en asesinar personas por cuestiones étnicas y religiosas.

—En total fueron once millones de personas las que fallecieron a causa de ese acto tan funesto, del Holocausto. Es un número aproximado —informa el señor Alfred—. La cámara de gas era el principal método de asesinato.

—¡Qué lamentable! —exclama Robin, el profesor de computación. Eso provoca que todos lo miren y que él empiece a sudar, nervioso. No le gusta llamar la atención.

—Pero bueno... Es una lástima que ya no podamos hacer nada por ello. —Alfred exhala. Tuerce los labios—. Ahora sí, jóvenes. Ha llegado la hora del tramo final; del castillo.

—¿Sobre los vampiros? —pregunta un chico, emocionado.

—Exacto —confirma el guía. A él también lo noto impaciente por mostrar esa atracción—. Iremos a las ruinas del Antiguo Castillo de los Vampiros de Baviera. ¡Síganme!

El rostro de casi todos los presentes se torna emocionado, a excepción de cuatro: el mío y el de Lily, que inclinamos los labios ante la idea; también el de la directora Teressa, que sigue sin mostrar emoción alguna por saber más sobre dichos seres, y, por último, el de Ámbar, que más bien se paraliza y el tema la pone un poco seria y misteriosa.

Ingresamos a los restos que quedan del castillo después de caminar a través un corto segmento de túnel de piedra que me hace recordar al espacio subterráneo de la oficina de la directora. Las paredes son de una tonalidad grisácea y el edificio es de estilo gótico. Gran parte del techo está dañada y el alumbrado artificial no es necesario porque la iluminación natural se encarga de ello. Una gran alfombra de un tono carmesí muy profundo, extendida en el centro de la sala, es la encargada de recibir nuestros pasos. Siento una extraña vibra al pisar el suelo del castillo. Predomina la baja temperatura.

—Este es el famoso Castillo de los Condes. Antes era muchísimo más grande y alto, pero gran parte de la edificación fue demolida por motivo de daños irreparables. Los temblores debilitaron esta joya arquitectónica —manifiesta el señor Fishel con tristeza—. Aquí habitaron muchos de los vampiros más poderosos de la antigüedad. Este castillo tiene varios siglos de existencia.

Continuamos avanzando por varios sectores de la edificación. Los chicos prestan más atención a los detalles y dibujos del techo que al suelo que pisan, que está lleno de polvo y con varios restos de piedra que los pueden hacer caer. Sobre las paredes hay colgados distintos retratos en pintura de hombres que de seguro fueron los habitantes del castillo o vampiros poderosos. Están ordenados por los siglos en los que vivieron. Me quedo observando un cuadro en especial que llama mi atención. El nombre del vampiro está un poco borroso y su retrato también, pero siento que se me hace conocido. Creo haberlo visto con anterioridad.

—Estudiantes, cabe destacar que a este lugar también se le conoce como el Castillo del Conde Drácula —interviene el señor Dössel. Se crece por creer saber sobre el tema; además, aprovecha que la directora no le interesa el asunto y esta vez no lo callará.

—Eh... no, señor profesor. —Alfred sonríe—. Lamento corregirlo, pero ese edifico está en Transilvania, Rumania.

Los chicos se mofan del profesor Mark al escuchar la corrección del guía.

—Ah, sí, claro. Obvio. —El profesor Dössel finge una risa, avergonzado—. Solo quería ver qué tanto conocimiento tienen en el tema.

Seguimos avanzando hacia otro sector que es más oscuro. Es una especie de habitación donde hay una una cama sobre la cual reposa una tela de un rojo brillante. Los muebles que se ubican en sus alrededores son de una madera opaca.

—¿Habitaron muchos vampiros aquí, dijo? —pregunta una chica.

—Así es —corrobora el señor Fishel.

—¿Y vivían solos en este castillo tan grande? —inquiere un joven con curiosidad.

—No, por supuesto que no. —Alfred niega con la cabeza—. Ellos tenían sus respectivas familias. Hubo muchas que habitaron el castillo. Los Crimsom, los Pattinson, los Smolov, los Rüssell...

—¿Había familias de vampiros? —lo frena una chica, extrañada—. Pero ¿cómo?

—Imagino que eran humanos que habían sido convertidos en vampiros y se unían como una familia aunque en realidad no lo fueran —teoriza un joven.

—No. Eran familias reales, de vampiros completos —confiesa el señor Alfred.

—¿Pero no es que no pueden reproducirse entre sí? —insiste otra dama.

—Así es. Son como cadáveres, ¿no? —agrega una pelirroja. Los chicos apoyan su comentario.

—Por mucho tiempo se tuvo la creencia de eso, muchachos, pero luego se comprobó que las mujeres vampiro sí podían embarazarse porque, aunque no era humanas, ellas también tenían vida —explica Alfred—. Eran diferentes, claro, pero sí poseían las capacidades para dejar descendencia como cualquier ser.

—¿Y qué pasaba si un vampiro se metía con una humana? ¿Podían procrear también? —pregunta un chico con curiosidad.

—Claro —afirma el hombre—, pero existía una posibilidad de cincuenta y cincuenta; es decir, el hijo que naciera de ambos, tenía la opción de nacer como un humano o como un vampiro. Ellos no podían controlarlo, obviamente. Era lo que el azar decidiera.

Mis compañeros asienten ante el dato que el hombre les da. Parecen muy interesados en el tema. Todavía me sigo preguntando por qué nos trajeron a una gira que no tiene nada que ver con Medicina. O por el momento, así es.

—Oiga, señor, ¿y es cierto eso de que los vampiros chupaban sangre? —pregunta Tiffany Black con su voz escandalosa que resuena en todo el castillo.

—En efecto. Y cabe recordar que ellos disfrutaban más de la sangre proveniente de jóvenes universitarios, así como ustedes —revela el guía. Hace que los chicos se tapen sus cuellos y se llenen de pánico—. ¡Son bromas, muchachos! Para ellos no había preferencias, más que fueran humanos, pero no hay que preocuparnos por eso: los vampiros están extintos.

—Yo sigo creyendo que en realidad nunca existieron —dice un chico. Se encoge de hombros—. Para mí, es pura fantasía.

—No habría problema, igual. A esos monstruos chupasangre los detendríamos con un par de ajos y unos crucifijos —comenta un chico, lo que hace que todos se partan de la risa; incluso el guía.

Lily y yo apretamos nuestros puños con fuerza para tratar de contenernos ante las ofensas, pero ella luego me da un codazo y me susurra algo al oído.

—Te lo dije —musita en referencia al tema del ajo.

Ámbar, que se encuentra un poco lejos de mí, me dedica una mirada de recelo sin mostrar gracia por el desagradable comentario de ese maldito chico.

El recorrido finaliza allí, cerca de la una de la tarde. El señor Dössel dice que el almuerzo ya está listo en el comedor del lugar, pero que antes debemos completar una última tarea. Nos entrega unas palas para que cavemos en la parte trasera del castillo en un sector de césped donde hay algunas lápidas blancas falsas con el característico "RIP" que han sido colocadas como adorno, pero el idiota del profesor sospecha que ha de ser por algo, así que quiere que busquemos restos de huesos o lo que sea que encontremos en las supuestas tumbas.

Claramente no lo voy a hacer. Acaso yo soy su esclavo.

Él está frente a nosotros, acostado en una silla de playa. Utiliza lentes oscuros y lleva puesto un gran sombrero que lo cubre del candente sol que empieza a destacar en el cielo y se hace espacio entre las nubes.

—¡Vamos, estudiantes! No hay tiempo que perder —grita el profesor. Después, bebe un sorbo de refresco de limón que contiene en el vaso que sujeta—. ¡A trabajar!

Mi idea es partir ya hacia la cabaña misteriosa para ver si el habitante de ella ya ha regresado, pero ese plan se ve cancelado cuando veo los calientas rayos de sol que se penetran a través de las nubes y la neblina. Sin duda, no puedo caminar así; podría morir quemado, por lo que me hago en un rincón del "cementerio de vampiros" y simulo estar cavando con la pala mientras la sombra que me brinda una pared me resguarda. Así recorto un poco del tiempo de espera para que el día vaya a estar nublado otra vez. Solo es cuestión de tiempo.

—¡El clima de Baviera es muy cambiante!, ¿no creen? —comenta el señor Dössel. Extiende sus manos y deja que el sol lo caliente; más de lo que estuvo ayer en la noche con la profesora de Biología, según Megan y Lily—. Recuerden que esto es por su nota, así que busquen bien en cada rincón de la tierra.

Comienzo a escarbar entre la tierra sin hacer mucho esfuerzo. Observo a los demás chicos que sí lo hacen con más entusiasmo y parece que lo están disfrutando. Megan y Lily también se encuentran bajo una sombra que les brinda otra pared. Ellas ni siquiera prestan atención a la tierra ni a lo que cavan, pues están más enfocadas en la conversación que mantienen y de la cual nacen muchas risas y carcajadas. De ellas ha surgido una linda amistad; algo así como lo que yo pude tener con Dressler sino hubiera sido tan grosero.

—¡Ven, Keyland! —exclama Lily al darse cuenta de mi mirada penetrante. Hace un gesto con la mano que me indica que me acerque.

—¡Únetenos! —complementa Megan entre risas.

—No, gracias. Aquí estoy bien. —Les guiño el ojo desde la distancia.

Ellas se encogen de hombros y continúan riendo.

Sigo mirando a los demás estudiantes. Me burlo internamente al ver lo que Tiffany Black hace con la pala. Ni siquiera sabe cómo utilizarla. Se pone de pie sobre ella, la maja, brinca, emplea todas sus fuerzas para insertarla en la tierra, pero aun así no lo logra. Keren está junto a Ámbar, y a ambas las veo muy ensimismadas. La de cabello negro todavía mantiene su semblante triste y serio y sus ojos están fijos en la tierra que cava. Es increíble como pueden cambiar las personas de un pronto a otro. Esa chispa que había en su mirada ha desaparecido y ahora es remplazada por una aura oscura. Ámbar, por su parte, está muy pensativa. Su piel ya se ve rojiza por motivo del sol que la golpea con intensidad, pero eso parece no afectarle ni importarle.

Luego de mi rápida inspección hacia los demás, me enfoco en lo que yo hago; en la remoción de tierra que he hecho, y entonces descubro algo. La pala hace contacto con un objeto muy duro. Frunzo el entrecejo, extrañado, así que quito otra cantidad de tierra y lo revelo. Es un cráneo. Está en posición contraria. Posee un color blanco amarillento y en su textura se aprecian algunas manchas. Le doy la vuelta con la pala para verlo de frente. Me entero que todavía conserva sus dientes, y no son humanos. Es un vampiro. Los filosos colmillos lo delatan. Eso sería de gran ayuda para el señor Dössel. Esta pieza ha de valer muchísimo dinero.

—¿Keyland?

La voz de alguien que pronuncia mi nombre cerca de mi ubicación me hace alterarme. De inmediato, oculto el cráneo con algo de tierra para que la persona no vea absolutamente nada. No quiero que nadie lo vea.

—¿Puedo acompañarte? —Ámbar se coloca a la par mía sin yo haberle contestado. Después, comienza a cavar con la pala—. Eh... ¿Cómo estás? —consulta con una sonrisa para romper el hielo.

—Qué pregunta tan estúpida —bufo. Le aparto la mirada.

—Mira, Keyland, yo sé que...

—¿Qué, Ámbar? ¿Qué sabes? No sabes nada —la freno a medida que la encaro. Mi tono de voz se eleva—. Crees saberlo todo, pero estás equivocada. Siempre tienes una respuesta para toda pregunta y piensas que es la correcta, pero no es así.

—¡No, Keyland! —Ámbar niega con la cabeza e intenta colocar su mano sobre mi hombro, pero no lo permito—. No soy lo que tú dices. Yo no quise ofenderte con lo que dije. Fue solo una suposición tonta de la cual me arrepiento y...

—Ya lo hecho, hecho está, Ámbar. —Vuelvo a callarla y le doy la espalda—. No podemos solucionar nada del pasado.

—Pero sí podemos corregir el presente y prevenirnos del futuro. —La rubia toma un respiro—. Todos los chicos están muy extraños, Keyland. ¿No te has puesto a pensar en eso?

—Yo tengo cosas más importantes en las que pensar.

Simulo seguir cavando.

—No seas egoísta. —Exhala—. Los chicos son... nuestros amigos. Aunque sé que no te llevas bien con ellos, o con nadie en realidad —le dedica una mirada de recelo a Lily—, aun así tenemos que apoyarlos. Mira a Luck. Se fue de la universidad porque no pudo resistir que hayan matado a su hermana. Intentó volver, pero no aguantó por lo que pasó con Dressler. Le recordó lo de Emily y se tuvo que marchar de nuevo.

—¿Y? Todos en algún momento tendremos que sufrir. Así es la vida.

—Eso no viene al caso. —Ámbar sacude su cabeza—. Viste cómo mataron a Dressler, porque claramente no fue un suicido. Keren dice que de seguro fue un accidente y que él mismo se resbaló y cayó del décimo piso, pero no me convence mucho la idea. —Inclina los labios—. Además, mírala a ella. Está extraña, cambiada. Ya no es la misma. Solo quedamos tú y yo. Debemos estar unidos para salir de esta, Keyland. —Intenta tomarme la mano, pero yo se la aparto—. ¡Debemos apoyarnos entre todos!

—Es una lástima, pero yo no necesito el apoyo de nadie. —Tuerzo los labios como símbolo de burla y alzo las cejas—. Arreglártelas por tu cuenta a como yo lo estoy haciendo. Nos vemos, Ámbar.

Dejo la pala en el suelo y me marcho hacia la cabaña de madera. Dejo a Ámbar ahí, sola, con un semblante triste, pero no me importa. Creo que era necesario ponerla en su lugar para que dejara de seguir de necia. Además, supongo que eso la ha hecho enojar, por lo que tal vez no me vuelva a hablar, y eso me agradaría; así ya no la vería tan seguido y se me corregiría esa extraña sensación que siento cuando la veo. Nunca se me había dificultado hablarle de forma despectiva a las personas, pero con ella sí ha sido así esta vez.

Por suerte, el sol ya ha bajado su intensidad un poco, por lo que el día se ha vuelto a oscurecer y la neblina es otra vez muy predominante. Siento una adrenalina interna que me hace caminar más rápido. Ya quiero llegar a la cabaña. Necesito saber qué hay en esa carta. Ya no puedo aguantar más. Durante el camino, sigo pensando en lo que le he dicho a Ámbar recientemente, y creo que tal vez fui muy grosero, pero no me arrepiento.

Para cuando llego a la extraña vivienda, ya ha pasado bastante tiempo. El cielo está de un azul opaco y la temperatura ha bajado aún más. Me acerco a la cabaña y veo que la ventana todavía se mantiene sin cortinas, por lo que aprovecho para revisar si se encuentra una persona dentro de esas cuatro paredes antes de molestarme en tocar la puerta.

—¡¿Qué haces, muchacho?! —grita un hombre de repente, lo que me toma por sorpresa—. Lárgate de aquí si no quieres que...

—¡No vengo a robarle, señor! —me excuso.

Me separo de la ventana y alzo las manos frente al sujeto. Aprecio que se trata de un hombre de edad avanzada. Tiene un largo cabello blanco que le llega casi a los tobillos y una barba de gran extensión que culmina cerca de su pecho. Lleva unos lentes de medialuna sobre su rostro y viste una túnica púrpura con estrellas amarillas.

—¡Ah! —Ríe—. Discúlpame. Es que como últimamente muchos adolescentes curiosos vienen queriendo meterse a mi casa para...

El hombre frena su habla luego de observarme bien. Se queda perplejo y no me aparta los ojos de encima.

—U-Un momento. —El anciano inspecciona mi faz de nuevo—. ¿Cómo te llamas?

—Keyland —contesto con el ceño arrugado.

—No, pe-pero también el apellido —habla el hombre de forma rápida.

—Keyland Blood, señor.

—¿Blood? ¿No me digas que...? ¡Oh, claro! ¡Qué tonto soy! —Eleva su voz. Lo noto emocionado—. ¿Eres el hijo de James y Elizabeth, cierto?

—Eh... Sí. —Me confundo al ver su reacción.

—¡Ah! Era obvio. ¡Eres idéntico a ellos! —exclama luego de escudriñarme de nuevo—. No te quedes ahí, ¡pasa! ¡Qué agradable visita!

Asiento con la cabeza y lo sigo hasta la entrada de la cabaña. Él gira la perilla de la puerta de forma tonta. La emoción lo ha puesto así, pero todavía no comprendo por qué se alegra de verme. Yo ni siquiera lo conozco.

—¿Quieres tomar algo? —pregunta mientras se dirige al lugar que identifico como su cocina—. Tengo té de sangre, o si quieres agua.

—¿Sangre? —replico, asombrado.

—Sí, pero es de... —El señor intenta explicarme, pero luego se detiene, asustado—. Un momento. ¿No me digas que...? Sí eres vampiro, ¿cierto? ¿O fue que naciste humano?

—Soy un vampiro, señor —contesto, extrañado. Me siento raro al pronunciar eso, pero no hay problema. Supongo que el hombre también lo es. Su apariencia y movimientos veloces me lo reflejan—. ¿Por qué me dice que si soy humano? ¿No dijo que conocía a mis padres? Creo que usted me está mintiendo.

El hombre comienza a transmitirme desconfianza. Le doy una rápida mirada a su vivienda y desde aquí se aprecian mejor los objetos que tiene. Además de las pociones, observo varios libros viejos que reposan sobre una mesa. Algunos están abiertos en páginas que explican distintos conjuros.

—¡No! Claro que los conocí. Por eso lo mismo lo digo —confiesa el hombre de forma enredada—. Es que no recordaba si tu madre había dado a luz antes o después de la transformación.

—¿Transformación? ¿Qué está diciendo? —inquiero, totalmente ofuscado—. Creo que usted se está confundiendo.

Veo con dirección a la puerta. Estoy pensando en marcharme.

—No. ¡Por supuesto que no! —El hombre interpone sus manos ante mí—. Es que Elizabeth fue humana antes que vampiro. ¿N-no lo sabías?

Su confesión me deja asombrado.

—No.

Creo que eso explica muchas cosas. Mi mamá tenía muchos comportamientos y costumbres "extrañas" que trataba de inculcarnos a mi padre y a mí; los mismos que tenían mis compañeros de clase y profesores. Ella me decía que debía practicarlos porque era lo mejor para mí, que aunque me resultaran extraños y un poco dolorosos, era cuestión de que me acostumbrara.

Se refería a acciones simples como respirar, bostezar, ducharse y hasta dormir. Esta última a veces la incumplíamos los tres y pasábamos toda la noche en vela, divirtiéndonos. Dormir no es algo que necesitemos, pero podemos hacerlo si lo queremos.

Recuerdo que el hombre extraño aún permanece frente a mí. Aprecio en su rostro que él también está algo desorientado.

—Eh... Toma asiento —indica. Señala una silla—. Te contaré todo. Iré a traer unas bebidas para que estemos más a gusto. —El hombre camina hacia la cocina—. Ah, por cierto. Ni siquiera te he dicho mi nombre. Me llamo Alaric Neumann.

Descanso mi cuerpo sobre una silla de madera. Alaric llega a la cocina y comienza con la tarea de preparar dos tés. Yo continúo pensando en lo que él me dijo sobre mi madre y todavía no termino de procesarlo. Los padres siempre nos ocultan cosas. Eso está más que claro.

—Aquí tienes. —Alaric me entrega un vaso con un líquido tibio y de color rojizo. Me toma de forma imprevista porque ni siquiera sentí su llegada.

De inmediato, coloco la bebida sobre la mesa y ni siquiera la pruebo. No quiero saber qué es, aunque su aroma me lo revela.

—¡No temas! No es sangre de contrabando —explica mientras él bebe un sorbo de la suya—. Anda, prueba.

—Esta vez paso. —Hago una mueca.

Mis padres me inculcaron el no aceptar bebidas que provengan de un extraño. Nunca sabes qué hayan introducido allí dentro.

—Idéntico a tus papás. ¡Es que los Blood son tercos! —Alaric ríe de gran forma. Luego, hace una pausa por unos segundos para después volver a hablar—. Elizabeth era una mujer maravillosa, al igual que tu padre era un hombre admirable. Eran tal para cual. Creo que se conocieron en la universidad, si mal no recuerdo.

—Sí.

—Esos dos y su manía por hacer todo difícil. ¡Vampiros y médicos! —El hombre vuelve a reír. No me le uno, pues yo estoy estudiando lo mismo—. Yo conocía a tu padre desde hace mucho tiempo. Fui el que convirtió a uno de sus antepasados en uno de mis viajes a Londres, al señor William Blood, el cual luego extendió su familia y de allí descendió tu padre.

—¿Entonces él sí nació siendo vampiro?

—Exacto, pero no fue así con tu madre. Ella provenía de una familia de humanos muy poderosa aquí en Alemania, económicamente hablando: los Däwson. Era una muchacha muy educada y con tu padre hizo cosas que nunca pensó. Vivía apresada por las reglas que le imponía su madre. —Inclina los labios—. Elizabeth tuvo que luchar para que su mamá la dejara ir a la universidad, pues lo creía innecesario. La había obligado a casarse con un hombre que ni quisiera conocía, pero que era hijo de otra familia millonaria cercana a ellos. La señora Eleanor Däwson era una mujer muy ambiciosa. —Hace un movimiento de reprobación con la cabeza.

—Por lo que me cuenta, creo que tiene razón.

—La tengo —reafirma—. Allí en la facultad, tu madre conoció a James, y se enamoraron. Tuvieron que pasar por mucho para luchar por ese noviazgo, sobrepasando tu mamá incluso a la señora Däwson. No aceptaba a tu padre porque lo veía distinto, además de pobre, según ella, porque nunca había oído su singular apellido, pero lo que la hizo rechazar al hombre fue ese aspecto tan extraño que él tenía. Decía que parecía un muerto en vida. Pensaba que su hija era muy hermosa y se merecía a alguien mejor, no a un inútil bueno para nada. Y feo, además de eso.

—Pobre de mi mamá.

Creo que si hubiera conocido a mi abuela, ella me habría caído mal.

—Sí. Ella sufrió mucho. Tu padre fue una salvación en su vida. —Sonríe—. A tu madre no le quedó mas remedio que fugarse una noche de su mansión para irse con James. Eleanor la desconoció desde ese día y dijo que para ella Anne ya estaba muerta; así la llamaba, por su segundo nombre. Tu abuelo, el señor Rudolph Däwson, también se decepcionó mucho de Elizabeth, y al final Eleanor lo terminó convenciendo y él desconoció a tu madre también.

—Por eso no fueron a su boda —musito para mí mismo.

—Ya más después, con el paso del tiempo, Elizabeth decidió convertirse en vampiro, a pesar de que tu padre le dijo varias veces que lo pensara bien y que no lo hiciera porque podría arrepentirse y ya no habría marcha atrás, pero es que ella quería pasar una eternidad junto a James. Lástima que la vida no lo quiso así. O alguien, más bien. —Tuerce los labios—. Ellos vinieron aquí, conmigo, y yo los ayudé con la conversión. Tu madre se transformó en una vampiresa por amor. Desde ese día, como agradecimiento, ellos solían visitarme a menudo y acompañarme durante mi cumpleaños, pero esa linda costumbre se acabó cuando se mudaron a la casa del bosque. Sin embargo, me enviaban cartas de felicitación que yo esperaba con mucho entusiasmo. Lástima que este año tampoco será así y no la recibiré una vez más. —Agacha la cabeza.

—¿Hoy es su cumpleaños? —pregunto para meterle conversación en otro tema. Intento hablar suave porque sus ojos están vidriosos.

No soy el único que extraña a mis padres.

—No, pero pronto. —Se suena la nariz—. Faltan pocos días.

—Y de casualidad, ¿cuántos años cumple? —Hago un esfuerzo por sonar interesado, aunque en realidad no me importa su edad—. ¿Ochenta? —deduzco por su apariencia.

El señor Neumann ríe por un momento.

—Casi. —Me guiña un ojo—. Trescientos sesenta y dos.

Trago hondo y me quedo en un silencio vergonzoso por unos segundos.

—¿Tantos? —digo al fin, pero creo que eso más bien empeora mi situación.

—¡Hey! —Alaric suelta una carcajada—. Tu padre tampoco era muy joven que digamos. Sobrepasaba el siglo de vida.

Él tiene razón, por lo que me le uno a las risas. Después, hacemos una pausa. Yo le dedico una mirada inspectora a la cabaña, de nuevo. Me entristece saber que mis padres también pisaron este lugar algún día, cuando estaban vivos. Por un momento, me los imagino aquí, sentados junto al señor Alaric y a mí.

—Por cierto, ¿recibiste la carta que te envié? —pregunta Alaric luego de tomar otro sorbo del té de sangre—. Tenía que haberla mandado el cinco de marzo, el día de tu cumpleaños número dieciocho, pero lo recordé hasta hace unos días. Siete meses de tardanza no es tanto, ¿no? —Finge una risa.

—Ah... Sí la recibí. —Sacudo mi cabeza para dejar a un lado los pensamientos que tenía sobre mis padres a la vez que saco la carta del bolso—. ¿Entonces es una felicitación de cumpleaños?

Eso me desanima un poco.

—¡No! ¿Qué no la leíste? —Alaric se altera.

—Lo intenté, pero no comprendí nada. —Me encojo de hombros—. Creo que está en otro idioma; en uno muy raro. Nunca antes lo había visto.

—¡Ah! Qué tonto soy. Lo olvidé. —Se da una palmada sobre la frente—. La creamos así estratégicamente para que nadie la leyera por si llegaba a manos equivocadas. Omití traducírtela antes de enviarla.

—¿Creamos? —pregunto, extrañado, al suponer que él no fue el único participante en la creación de la carta.

—Sí, Keyland. Es una carta que tu madre escribió para ti —revela con seriedad. Me sorprendo de lo que dice—. Es muy importante que la leas.

El hombre alza un dedo y susurra unas palabras, apunta con dirección a la hoja y enseguida las letras cambian a un idioma comprensible con un destello de luz que luego desaparece.

Levanto mi mirada y observo al señor Neumann, perplejo.

—¿Usted es...?

—Soy un vampiro brujo, sí —me frena con total normalidad—, pero no pierdas tiempo. ¡Tienes que leer esa carta pronto!

Asiento con la cabeza.

Cierro los ojos y me preparo mentalmente para lo que vaya a leer, pero eso es solo por unos segundos, ya que luego me enfoco de lleno en la carta que, según Alaric Neumann, mi madre dejó escrita para mí antes de morir.

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