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Aunque la escena que se posa ante nuestros ojos nos deja mucho que pensar, analizo en mi mente muy bien lo que estoy viendo. Todos interpretan el acto como un asesinato cometido por Lily, siendo la profesora de Biología la víctima, pero me parece que no es a como todos piensan. Esa mancha que la profesora tiene en su camisa no creo que sea sangre. No puedo oler su aroma, ni fantasearme con cada partícula de su composición, así que, aunque no sé que pueda ser, estoy seguro de que esas gotas no son sangre. Los vampiros tenemos el don (o tal vez maldición) de identificarla, y en este caso no la estoy percibiendo.

—¡Habla, maldita! —vocifera Keren mientras ingresa al aula y se acerca a Lily—. ¿Acaso tú eres la supuesta asesina de la universidad?

—¡A mí no me hables así, estúpida! Que te quede claro —espeta Lily, mirándola fijamente a los ojos, para la gran sorpresa de Keren; la cual se miraba muy altanera. No esperaba encontrase con alguien de su mismo carácter. Hacía a Lily como una chica tranquila y sumisa que se dejaría manipular por ella—. Esa señora está dormida. Yo estoy tratando de despertarla.

—¿Ah sí? Y... ¿Y esa mancha? —dice Keren, tratando de sacar un tema de discusión, mientras señala la camisa de la profesora—. ¿Acaso no es sangre?

—No sé, pero cuando yo vine, esa mancha ya la tenía. —Lily cruza sus brazos.

Nos quedamos todos sosegados, mirando a la profesora fijamente, cuando, en ese preciso momento, rompiendo la tranquilidad y el silencio, la señora suelta un gran ronquido, acompaño de una tos muy profunda, que la hace despertar. Por consecuencia del acto, algunos compañeros gritan del susto, mientras que otros se ríen, pero a algunos más les da asco, ya que la mujer ha expulsado una buena cantidad de saliva con su reacción, y eso no es lo peor. Su prótesis dental también ha salido disparada, pero, por suerte, ha conseguido atajarla, ya que ésta iba directo hacia nosotros.

—¡Ah, disculpen, jóvenes! —dice la profesora mientras se coloca la plancha de dientes postizos disimuladamente.

—¡Guácala! —exclama Keren, arrugando la cara sin disimulo.

—Según ella nadie vio cuando se le salió semejante plancha de la boca —musito.

—¡Ay! Comí tanto que me quedé dormida —habla la profesora, entre risas, mientras se toca su barriga—. Tomen asiento, ya debemos empezar con la clase, la cual será breve por lo dicho por la señora directora en el comedor.

Todos nos miramos con confusión, pero accedemos a tomar asiento. En ese momento, recuerdo algo que nadie ha captado. Esa profesora es la misma que impulsó al señor Dössel a ponerse de pie y bailar frente a todos nosotros hace un rato en el comedor.

—¡Ésa es la vieja que le dijo al profesor que se pusiera de pie para que meneara el trasero! —murmura Keren, entre risas, que parece que también ha notado lo mismo que yo.

Para su suerte, la profesora no la ha escuchado. Los demás afirman con la cabeza y le responden con un risa, pero Ámbar, entre gestos, le pide que haga silencio para que se evite un problema.

—¡Bienvenidos a la clase de Biología, queridos estudiantes!

La mujer frente a nosotros viste una camisa floja completamente blanca, al igual que su pantalón, que es igual de espacioso que su otra prenda. Su cabellera corta es tan blanca como su piel, exceptuando sus mejillas, las cuales se miran coloradas y rojas como una rosa fresca, o bien como la mismísima sangre. Su estatura no es muy grande, pero su peso sí, haciendo que en su pequeño cuerpo se acumule una gran cantidad de grasa y gordura.

—Mi nombre es Marie Potter y seré la encargada de impartirles esta hermosa asignatura. —Sonríe. Algunos estudiantes se ríen al oír como se apellida la profesora, así que ella interviene de inmediato—. Y, antes de que me lo pregunten: no, no soy familia de Harry Potter.

Sonrío levemente. La profesora me está cayendo bien, de momento.

—Profesora. —Una estudiante levanta la mano—. ¿Qué es esa mancha que tiene ahí? —dice, señalándole el pecho.

La mujer se mira el sector que le ha señalado la estudiante y se sorprende al ver tal mancha de la cual no se había dado cuenta.

—¡Ay! Disculpen. De seguro fue que deje caer unas gotas de vino sobre mi camisa —se excusa mientras intenta limpiarse con una servilleta, pero le es imposible—. Saquen sus cosas que ya vamos a iniciar con la clase. Tenemos las horas limitadas, así que no hay tiempo que perder.

Cada uno saca su cuaderno correspondiente y presta atención a las palabras de la señora Potter. Por suerte su clase terminará antes de lo normal.

El timbre de salida nos indica que ya son las dos y media de la tarde, y por ende, la hora de salida. Me pongo de pie y me coloco mi bolso para retirarme de inmediato, al mismo tiempo que los demás chicos lo hacen.

—¡Jóvenes, recuerden el libro que les pedí! —pronuncia la profesora con su tono de voz angelical—. Tienen que traerlo para la próxima lección. Ya deben de haber llegado a la biblioteca. Pueden consultarlo con la señora Grace van der Vaal, que es la encargada de estos asuntos.

La profesora Potter ha pedido que traigamos un libro para la próxima clase, el cual podemos encontrar en la biblioteca; lo cual me parece excelente. Ahora tengo una gran excusa para asistir al lugar de lectura y así poder ver qué tanta información puedo sacarle a la bibliotecaria. Sé que ella sabe algo de todo esto, su comportamiento me lo dice. Sólo tengo que hacerla soltar todo, y para ello debo manipularla, más aún de lo que la mangonea la directora, porque estoy seguro de que así es.

Salimos del salón y cada uno empieza a tomar su rumbo. Dressler no me ha hablado desde que le dije que no cambiaría de habitación con él. Se mira muy triste y rencoroso conmigo, pero no es algo que me interese. Suficientes problemas tengo como para ponerme a lidiar con niñerías.

—¡Vamos a ver los disfraces! —sugiere Keren, con entusiasmo, aunque más bien lo ha ordenado.

—¡Claro! Estoy ansiosa por verlos. —Ámbar también se mira impaciente—. ¿Ustedes vienen? —nos pregunta, mirándonos.

—¡¿Para qué los invitas?! —Keren le reclama—. Ya sabes como son los hombres... Van a estar de necios diciéndonos que nos apuremos. No saben que nosotras las mujeres necesitamos más tiempo de lo normal porque siempre queremos estar bellas. —Sacude su cabellera negra y luego se hace viento con la mano.

—No sólo las mujeres son vanidosas. Yo también necesito mis minutos de más para verme más guapo de lo que soy. —Luck se defiende, creciéndose, mientras acaricia su corta cabellera castaña.

—¡Sí, claro! —pronuncia Keren, con sorna—. A mí me parece que no te está funcionando. Cada vez de ves más feo —comenta, sin tapujos, mientras comienza a caminar con dirección al lugar donde se exhiben los disfraces.

Luck la sigue.

—A estos dos se les nota lo enamorados que están uno del otro —habla Ámbar, entre risas—. ¿Y ustedes no van a venir? —nos pregunta a mí y a Dressler.

—Yo no puedo. Tengo cosas que hacer —respondo.

—Yo... tampoco. Para qué voy a escoger un traje, si de por sí no lo podré usar en la fiesta. —Dressler habla cabizbajo.

—¿Por qué dices eso? —pregunta Ámbar con seriedad y preocupación—. ¿Acaso no vas a ir?

—No es eso. —Niega con la cabeza—. Ya pronto me moriré. Me van a matar —contesta Dressler, con tristeza y con la mirada baja.

—¡Dressler! —exclama Mónica, asustada.

—¿Cómo está eso de que te van a matar? —le consulta Ámbar, intranquila.

—Es la verdad. ¿No escuchaste que estoy en la habitación mil? ¿En la que se han muerto muchas personas a lo largo de la historia de esta universidad?

Ámbar ríe disimuladamente antes de articular una palabra.

—Ya sabes como son Keren y Luck, no les hagas caso, pero si no quieres ir, te entiendo. Sólo recuerda que esas son historias ficticias, nada de lo que dijeron es real. —Le sonríe mientras respira más aliviada—. ¿Nos vamos Mónica? —le dice a la pelirroja mientras le dirige mirada. Ella afirma con la cabeza.

Ambas toman rumbo al lugar donde se dirigieron recientemente nuestros otros dos "amigos". Yo me quedo junto a Dressler, mirándolo a los ojos fijamente, y, finalmente, diciéndole algo como despedida para retirarme a la biblioteca.

—Ridículo —musito en su cara de forma lenta, casi deletreándole la palabra.

Él traga grueso.

Empiezo a caminar con destino a la biblioteca. Dressler se queda estático, mirando hacia donde me dirijo yo y hacia dónde se han dirigido los demás, pensando en cuál camino tomar; una decisión que parece que le está siendo sumamente difícil. Al final, luego de varios intentos por seguirme, se decide en ir al camino que lo llevará al lugar donde se están exhibiendo los trajes para la Fiesta de Bienvenida, por suerte para mí.

Doy pasos decididos sobre el fresco y verde césped del jardín, en cual puedo encontrar ya algunas hojas amarillentas caídas de distintos árboles, como muestra de la actual estación en la que estamos. El viento empieza a soplar con un poco de fuerza, haciendo que mi cabello negro, como las sombras, se mueva levemente. El sol ya empieza a buscar donde ocultarse desde temprano para darle espacio a la luna, aunque todavía faltan algunas horas para que anochezca. Sus últimos rayos lanzan una luz natural que cae en mi piel como fuego, así que me apuro en llegar a mi destino para así evitar una quemada en mi piel, que, aunque se curará rápido, me hará perder tiempo.

A lo lejos diviso el gran edificio negro y grisáceo que actúa de biblioteca en la universidad, y en el cual se guardan un sinfín de libros. La mayoría de diferente autor, distinta trama, diverso género, pero escrito con el mismo amor y entusiasmo que cada uno de los que se ubican en los cientos de estantes. El esplendoroso casi-atardecer que se puede apreciar en el imponente e infinito cielo, característico de los días de otoño, complementado con la edificación ya nombrada, hace que ante mis ojos quede un paisaje que muchos desearían poder ver. Y es más bello aún si se le suma la colorida variedad de las hojas de los árboles del jardín.

Me acerco a la biblioteca, esta vez dando pasos más lentos, y subo la pequeña escalera que me lleva a la entrada de ella. Me recuesto en una de las paredes y miro de reojo por la ventana para ver si la bibliotecaria se encuentra sola. No quiero que haya intrusos que me arruinen mi plan, así que más vale revisar. Observo que ella se encuentra cortando las espinas de sus rosas rojas, las cuales mantiene en un frágil florero blanco, mientras intercambia palabras con un grupo de estudiantes que se localizan cerca de su escritorio.

Refunfuño con enojo, pero de forma baja para evitar que me escuchen, y pienso rápidamente en qué hacer. Si entro y solicito el libro, que es la supuesta razón por la cual he venido a la biblioteca, ella me lo entregará y me tendré que ir, ya que, por obvias razones, jamás podré hacerle las preguntas que quiero enfrente de todos esos desconocidos, y no tendré motivos para quedarme, a menos de que finja leer un libro, aunque de esa manera ella tendrá tiempo para prevenir que yo le haga las preguntas, y en cuanto los demás estudiantes se vayan, inventará una excusa para no quedarse a solas conmigo, así que creo que lo mejor es irme y regresar dentro de un rato, ya cuando los demás se hayan ido.

Camino de regreso, cabizbajo, sin rumbo alguno. Sólo indagando por el mar de dudas que se está rebalsando de mi mente. La espera me está cansando y quiero que todas mis preguntas tengan respuestas inmediatas, pero sé que debo tener paciencia.

Por estar metido en mis pensamientos, ni siquiera me doy cuenta del lugar a donde camino, pero lo hago al escuchar muchas voces acumuladas. Levanto mi mirada y observo donde me encuentro: estoy en el lugar en el que se están exhibiendo los disfraces, para mi mala suerte. Veo una gran variedad de trajes, los cuales están siendo mostrados al aire libre, colgados de unos ganchos plateados que están sostenidos por distintos percheros del mismo tono. La escena se mira fatal. Una gran cantidad de personas arrebatándose los trajes para quedarse con el que más sea de su agrado, y eso, sin duda, no es lo que ocupo ahora. Necesito estar en un ambiente de tranquilidad y silencio para estar listo y relajado para la próxima conversación que tendré con la bibliotecaria, la cual será de mucha tensión, así que hago un intento por huir, pero, para mi mala fortuna, Ámbar se entera de mi presencia.

—¿Keyland? ¡Viniste! —comenta, emocionada, mientras deja una prenda que miraba y se acerca hacia mí, trotando—. ¡Qué bueno que ya terminaste lo que tenías que hacer! Deberías ver los trajes y elegir el tuyo. Están muy buenos, así que no dudo que pronto se acabarán.

—No necesariamente, yo... —Intento decir, pero Keren llega y su voz es más fuerte que la mía, así que mi habla se ve silenciada.

—¡Ámbar! —exclama—. ¿Qué te parece esta blusa negra y ajustada? ¿Crees que marca mucho mi escote? —dice, entusiasmada, mientras le muestra la prenda a la rubia—. Por cierto, ¡hola Keyland! —Me sonríe.

—A mi parecer, creo que la prenda es muy seductora y provocativa. Y sí, en efecto, marca tu escote en demasía. —Ámbar da su punto de vista mientras mira detalladamente la blusa.

—¡Gracias! —Le arrebata la prenda y la abraza—. ¡Entonces creo que está perfecta para mí! —Se devuelve dando brincos de alegría.

—Según yo era que la prenda era muy sensual para la ocasión, pero bueno... Así es ella —se comenta Ámbar a sí misma—. Entonces, ¿vienes? —me pregunta.

—No, como te dije, tengo cosas que hacer, verás... y no tengo tiempo —miento. No quiero perder el rato en ese lugar tan aburrido.

—¡Anda, no seas así! —La rubia insiste.

—¡Que no! Ya te dije que... —Antes de que pueda seguir pronunciando otra palabra, Ámbar, para mi sorpresa, me toma del brazo con brusquedad y me lleva hacia donde se encuentran los demás chicos, entre el tumulto de gente, viendo disfraces.

Intento zafarme en el camino, pero ella está tan decidida en llevarme que su fuerza aumenta, así que mejor no lo sigo intentando. Frenamos en uno de los percheros, donde también se encuentran los demás, y Ámbar empieza a buscar algún traje que sea de su agrado. Además de percheros, también hay grandes cajas que están inundadas de prendas, y también de manos humanas que buscan tomar cada una de ellas.

—Perdóname por traerte a la fuerza, pero creo que te hace falta distraerte un poco. —Ámbar me sonríe, apenada—. Busca por ahí. —Señala con la boca—. Tal vez haya algo que te guste —me sugiere.

—Ya que, ya estoy aquí —digo, con disgusto.

Doy unos cuantos pasos y me acerco a una de las cajas para mirar qué hay y qué estupideces usan los humanos para este tipo de "celebraciones", como ellos le llaman. Observo una gran cantidad de prendas perdidas entre las demás, acumuladas unas sobre otras, pero hay una en especial que me llama la atención. Es un traje, principalmente negro, con una capa en la espalda que tiene una extensión más o menos hasta las rodillas, con una camisa interna tan roja como la sangre, y un característico moño rojo, además de unas solapas en la nuca que me terminan de convencer de a qué ser pertenece el disfraz que sostengo en mis manos.

—¿Para qué buscas un traje de vampiros, si no tienes necesidad de disfrazarte? —Una voz a mis espaldas pone alerta mis oídos.

Sabía que mi presencia en este sector no sería para nada buena.

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