[YugJae] Four Candies

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YuGyeom conoce a un chico en la noche de brujas y cada año le da una golosina antes de que desaparezca.

~YuGyeom x YoungJae
》Advertencia: Ghost AU! Angst.

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La pequeña bolsa que sostenía en las manos estaba repleta de todo tipo de dulces. Chocolates, malvaviscos, paletas de sabores variados, gomitas y caramelos deliciosos. Había sido bueno que su madre lo dejara salir sólo ese año porque recorrió un par de casas más hasta llenar la bolsa, en el pasado regresaba a casa cuando su progenitora consideraba que tenía los dulces suficientes pero éstos se acababan en menos de dos días, ahora con tanto abasto YuGyeom disfrutaría una semana entera de todas esas golosinas.

Pudo ver que todos corrían en dirección opuesta como si huyeran de algo, echó un vistazo al final de la calle pero no vio nada. Quizá sólo tenían urgencia de llegar a sus hogares, en su reloj del pato Donald las manecillas apuntaban hacia las 9:30 y el toque de queda para la mayoría de los de su edad era a las 9:00, estaba retrasado media hora, seguro que iba a ser regañado por desobedecer pero valía la pena al tener la bolsa llena de dulces.

YuGyeom corrió para llegar rápido a donde una deliciosa cena lo esperaba pero al dar la vuelta en una esquina su cuerpo se estrelló contra un par de chicos más grandes que él. No tuvo tiempo de disculparse, fue empujado por uno de ellos.

—¡Hey! ¿Qué no te das cuenta? Pudiste herirnos.— el menor pensó en lo ridículo que sonaba eso. Ellos eran más grandes y él sólo un niño debilucho, y quizá no miró al frente pero ellos también tenían la culpa por quedarse en medio del camino.—Vamos a tomar tus dulces como pago por tu torpeza.

—¡No! ¿Qué hacen?— YuGyeom fue empujado con más fuerza hasta hacerlo caer al asfalto, la bolsa que traía en las manos le fue arrebatada y los niños más grandes comenzaron a tomar cada una de las golosinas que se había ganado. Él quiso hacer algo al respecto pero con las patadas que recibía lo único que podía hacer era protegerse con las manos.—¡Dejen de hacer eso, le voy a decir a mi mamá!

—Tú no vas a decir nada.— el que aparentaba ser el mayor del grupo tomó una vara larga y la levantó amenazando con golpearle.

Jamás había sentido tanto miedo, su primera reacción fue llevarse las manos a la cara y cerrar fuerte los ojos, esperando el golpe en la cabeza, sin embargo, escuchó cómo los bravucones gritaron al mismo tiempo y los vio correr despavoridos a través de sus dedos temblorosos.

—¿Estás bien?— la voz a sus espaldas le hizo voltear y encontró a un chico detrás de él. En su pálido rostro podía apreciar pequeñas marcas violáceas y un rastro de sangre en la frente, sus ojos eran de un color extraño y su cabello negro caía a los lados de la cara en forma de flequillo. Su traje de Súper Man estaba un poco sucio y en la capa unas cuántas hojas secas se le habían pegado.— Vamos, tienes que ir a tu casa.

YuGyeom se puso de pie con la ayuda del chico y su bolsita fue llenada nuevamente con las golosinas que por suerte los niños malos no se llevaron. El pelinegro se inclinó un poco y le tomó las mejillas, limpiando con sus dedos las manchas de polvo que obtuvo al caer. Su tacto frío era de esperarse ya que la temperatura en ésas épocas descendía.

—Gracias.— murmuró bajito. El niño se sentía avergonzado de que su salvador lo hubiera encontrado de esa manera, siendo atacado por unos tontos.

Todo el mundo decía que no se quedara sin hacer nada si alguna vez lo agredían, pero con sus brazos pequeños y cuerpo delgado no podía hacer gran cosa.
Recibió una sonrisa amistosa por parte del pelinegro y los cabellos rubios de YuGyeom fueron despeinados. — No fue nada. ¿Puedes llegar sano a tu casa?

—Yo... Eso creo.— era verdad que iba tarde para la cena pero ahora su entusiasmo por comer disminuyó.

—¿Qué pasa?

—Tengo miedo de encontrarme con ellos en el camino.— ¿qué sería de él si los bravucones se metían en su camino? Incluso podrían estar esperando que cruzara frente a ellos para intentar llevar su bolsa de dulces.

—Oh, no te preocupes. Te puedo acompañar.

—¿En serio, hyung?— preguntó esperanzado.

—Sí. Vamos.

YuGyeom tomó la mano del mayor y comenzó a caminar a su hogar. Iba contento porque había recuperado sus dulces y porque su nuevo amigo le hacía compañía.

—¿Te gustan los cómics?— preguntó.— Me gusta Marvel y mi personaje favorito es el hombre araña, por eso le dije a mi mamá que me consiguiera un disfraz de él.— señaló su vestuario.

Recuerda haber gritado eufórico al ver que la señora Kim sacaba el disfraz del armario. Lo mantuvo oculto para que fuese una sorpresa.

—Sí, me gustan mucho. He leído demasiados pero sólo de DC, mi personaje favorito es Súper Man.— YuGyeom observó una vez más el traje del pelinegro. Sí, se había dado cuenta.

Hablaron un poco más sobre lo que les gustaba y cuando llegaron al vecindario de YuGyeom, el chico cambió de actitud, miraba hacia todas partes mostrando un poco de asombro pero su expresión cambió rotundamente al ver hacia la casa del señor Frank.

—¿Hyung?— el menor sostuvo la capa del disfraz ajeno y movió la mano, con el suave movimiento hizo parpadear al pelinegro unas veces y luego le miró.

—¿Quién vive ahí?

—El señor Frank.

—¿Y tú... Te llevas con él?

—No mucho.

En realidad YuGyeom no hablaba con ninguno de sus vecinos porque apenas estaba aprendiendo el idioma. Se mudaron unos meses atrás y a diferencia de su madre él aún no tenía confianza al hablar. Hasta ahora se había dado cuenta de que el mayor era coreano, igual que él.

—Bien, de ahora en adelante no deberías acercarte mucho a él.

—¿Por qué? ¿Es por lo que hizo en el pasado? Mi mamá dice que no hay que juzgar a las personas por su pasado.

—¿Qué fue lo que hizo?

—Creo que estuvo en la cárcel por conducir ebrio.

—Oh... Sólo no te acerques a él.

—De acuerdo, hyung.— Retomaron su caminar y se detuvieron frente a la puerta que el de cabellos rubios señaló como su casa. Por la ventana podía ver que su madre estaba sentada con una amiga del vecindario, la señora Choi. El mayor miró con ojitos de cachorro hacia donde ellas estaban sentadas.

—Ella es mi mamá.— YuGyeom señaló a la que tenía la cabellera castaña y vestía con pantalones.— Es muy bonita ¿verdad?—su hyung asintió.— Y la que está al frente es la señora Choi, es muy buena. Sabe hacer pasteles muy ricos y le está enseñando a mi mamá cómo hacerlos. Ella también es muy bonita.

—Sí, es muy bonita.— YuGyeom vio cómo el pelinegro sonreía abiertamente.

—¿Quieres entrar? Podemos jugar un rato y también te puedo enseñar mis cómics.

—No estoy seguro. Creo que debo volver.— La repentina exclamación de su nuevo amigo hizo que su entusiasmo decayera, pero se encargó de no mostrarse afectado.

—Entonces la próxima.

—Sí, la próxima quizá pueda.— el chico se despegó de la ventana y empezó a caminar hacia la calle.

¡Espera!- El lo había salvado de una tremenda paliza e incluso lo acompañó a su casa, debía darle algo a cambio como muestra de gratitud.— Ten, es por haberme salvado.— buscó la golosina que aparentaba ser la más sabrosa y se la regaló en señal de agradecimiento.

—Gracias.

—A tí... ¿Cómo te llamas? Yo soy YuGyeom.

El chico estuvo a punto de responder pero el llamado de su madre interrumpió lo que estaba a punto de decir. YuGyeom gritó de vuelta que ya iba a entrar y cuando volteó al frente el chico ya no estaba con él, sino que lo vio despedirse al otro lado de la calle para luego salir corriendo de su vecindario.

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Después de esa noche, el menor esperó encontrarse con el chico pelinegro para que ambos pudieran jugar y comer galletas recién horneadas, pero no lo vio ni una sola vez en lo que transcurrió de la semana, sus dulces se habían acabado y él no podía dar con su nuevo amigo.
YuGyeom anduvo triste un par de días, pensando que tal vez su hyung no quería jugar con un niño de ocho años. Su actitud cambió cuando su mamá le dijo que era probable que no lo dejaran ir hasta su casa porque estaba lejos. Pensó en eso como una posibilidad ya que lo encontró en un fraccionamiento diferente al suyo y no estaba precisamente cerca.

Un día fue exactamente hacia donde lo había encontrado para ver si corría con la suerte de toparse con él pero su búsqueda fue en vano, ni siquiera podía preguntar a los vecinos ya que no supo cuál era su nombre.

Y así pasaron los meses, se fue la primavera y llegó el otoño, ahora con un nuevo disfraz de súper héroe YuGyeom estaba listo para pedir dulces una vez más. Salió contento de su casa, ésa noche recibió tantos dulces que tendría suficientes para dos semanas. Debía moderar su consumo, no quería terminar con los dientes llenos de caries. Con ese pensamiento, caminó satisfecho a su hogar.

Esa noche no estaba retrasado, iba justo a tiempo para ver una maratón de sus películas favoritas. Sus pensamientos se interrumpieron al oír pisadas que acompañaban a las suyas, casi no se oían pero ahí estaban, camufladas detrás del suave repique de sus zapatos contra el suelo.
No quiso voltear, sostuvo sus dulces contra el pecho y aceleró el paso creyendo que era algún otro niño con intenciones de jugarle una broma, pero no quería guiar a esa persona a su casa así que corrió lo más rápido que pudo hasta que dejó de oír pisadas que no pertenecían a él. Con su tórax subiendo y bajando, volteó a echar un vistazo y por suerte no encontró nada.

—Hola, YuGyeom.

—¡Ahh!— la mención repentina de su nombre lo sobresaltó. Cielos, casi se cae del susto.— ¡Hyung!— dijo entre una suave mezcla de reclamo y emoción.

—Lo siento, no quería asustarte.— el pelinegro le sonrió un poco apenado.

—Está bien, no hay problema.— YuGyeom miró las casas a su alrededor, estaban en el mismo lugar donde se habían encontrado el año pasado.— ¿Vives por aquí?

—Algo así.— el pelinegro entrelazó sus manos al frente, en signo de nerviosismo.—Tú... ¿Vas a tu casa?

-Sí. ¿Quieres venir? Podemos jugar.

El chico pareció pensarlo arduamente, con la duda bañando su pequeña cara, al final terminó accediendo con la condición de que no le dijera a nadie más. YuGyeom aceptó gustoso.

Se quedaron en el jardín iluminado por las luces de la calle. A su mamá no le gustaba que se quedara sólo en la noche jugando afuera pero YuGyeom no iba a tardar. Jugaron con sus bloques de colores, con sus carritos, sus aros de hula hula y también leyeron un par de cómics.
Su hyung sonreía al ver los dibujos en el papel y hablaba entusiasmado sobre lo que veía. Se estaban llevando muy bien pero después del paso de las horas YuGyeom aún no sabía su nombre.

—¿Cómo te llamas? Tú sabes mi nombre, no es justo que yo no sepa el tuyo.

—Ammm... No sé si deba decírtelo.— el pelinegro bajó la mirada.

—¿Por qué? Eres mi amigo, los amigos tienen que saber sus nombres.

—¿Tú... Quieres ser mi amigo?

—¡Claro! ¡Somos amigos desde que me ayudaste!— YuGyeom abrazó al chico.— Cuando necesites de mí yo también te ayudaré.

—¿En serio? ¿Lo prometes?

—Lo prometo.— el menor se separó del pelinegro y esperó a que dijera su nombre. No quería presionarlo tanto como para que se arrepintiera.

—Bien, esto tampoco lo debes decir.— el asintió indicando que podía continuar. Eso no iba a significar algún problema, YuGyeom sabía guardar muy bien los secretos, por eso su amigo BamBam le confiaba el lugar donde guardaba su mesada, por si se le llegaba a olvidar.

—Muy bien, hyung. Mi boca estará cerrada.— con sus deditos trazó una línea invisible sobre sus labios y lanzó una llave imaginaria al césped.

—Mi nombre es YoungJae, pero puedes decirme Jae.— el chico se mostró un poco apenado. Podría esperarse que un leve rubor coloreara sus mejillas regordetas pero su rostro seguía igual de pálido con las marcas moradas.

—Un gusto, Jae.— el menor recibió una sonrisa sincera por parte del pelinegro.

—Hace mucho que alguien me llamó por mi nombre.

Los niños siguieron jugando durante una hora más, la luz en el jardín se encendió y eso alertó a YoungJae. Se sorprendió mucho y se levantó para esconderse detrás de unos arbustos pegados a la cerca que daba a la calle.

Su mamá salió diciendo que se diera un baño antes de que se sentara en el comedor. Tenía muchas ganas ir hacia el mayor y preguntar por qué se escondía, hasta que recordó que nadie debía saber que estaba ahí con él. Una vez que la señora Kim entró a la casa, el rubio fue a buscar a YoungJae quien estaba agachado mirando a través de las tablas de la cerca.

—Jae, ya no hay nadie. No tengas miedo.— susurró. El pelinegro se mantuvo quieto con la mirada al frente, casi pegando el rostro a la madera. Con curiosidad, YuGyeom imitó al chico, dándose cuenta de que su mirada estaba sobre la casa de enfrente. El señor Frank salía de su casa vestido completamente de negro y se adentraba a la maleza de su patio trasero. El lugar no estaba delimitado así que cualquiera podría usarlo como atajo para llegar al otro vecindario, exactamente donde se encontró dos veces con el pelinegro.

—Está yendo a verificar.— dijo el chico.

—¿Qué cosa?

—Que todo esté cubierto.

—¿De qué hablas?— preguntó YuGyeom.

—De nada.— YoungJae se alejó de la cerca y se acomodó los flequillos.— Creo que es hora de que me vaya.— comentó.—Además, tu mamá quiere que vayas a bañarte.

YoungJae se levantó y sacudió su disfraz.
Antes de que se fuera, el rubio fue a buscar un dulce para darle a YoungJae.

—¿Cuándo nos veremos otra vez?—preguntó entregando el dulce en la mano de Jae.

—No creo que pueda pronto.— el pelinegro guardó la golosina en su bolsillo.— Pero te aseguro que siempre nos veremos éste mismo día.

—¿Por qué sólo éste día?— YuGyeom pensó que los padres del mayor eran algo estrictos y por eso no lo dejaban salir mucho, sólo el día de Halloween.

—Sólo puedo regresar en esta fecha.

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Los años pasaron y YuGyeom seguía encontrándose con YoungJae en el mismo sitio, ya sea que jugaran cerca de ahí o en la casa de YuGyeom, los chicos pasaban un buen rato antes de que el mayor tuviera que irse.
Lo conoció desde que era un niño de ocho años, ahora tenía doce y su altura era la misma que la de Jae. Casualmente el chico se mantuvo con el mismo rostro, misma altura y el disfraz que llevaba había sido el mismo traje de Súper Man con el que lo vio en su primera noche.

YuGyeom nunca había tomado en cuenta ese hecho, ahora que tenía doce podía procesar mejor las cosas y entenderlas a su manera. Se dijo a sí mismo que simplemente le gustaba mucho ese personaje a YoungJae y por eso no cambiaba el disfraz.
Pero se le había hecho extraño que continuara con la misma complexión, ahora ambos aparentaban la misma edad, aunque eso fuera imposible porque el pelinegro era mayor que YuGyeom.

Tal vez era sólo que el rubio crecía rápido, pero no podía creer que en cuatro años YoungJae continuara sin ningún cambio. Le había preguntado a su mamá y esta contó que habían algunos niños que dejaban de crecer por un tiempo, luego de un par de años continuaban con su crecimiento. Así que calmó su preocupación con eso.

Él nunca reveló a su hyung, porque lo prometió. Sin embargo tenía muchas ganas de contarle a alguien sobre su amigo, sentía que al estar manteniéndolo en secreto era como si de un acto malo se tratara, como si su amistad no existiera, como si YoungJae no fuese real.

—Gyeom. ¿Me oyes?— un suave chasquido hizo que su atención cayera en el pelinegro.

Ojos de color extraño, cabello que caía en flequillo, mejillas llenas, rostro pálido salpicado de moretones y sangre cayendo por su frente. Su disfraz seguía igual, con algunas hojas secas colgando de la capa, hojas que se parecían mucho a las que caían en la maleza que se extendía frente a ellos.
Nunca se preguntó por qué siempre traía hojas secas pegadas a la tela, entonces le surgió la idea de que tal vez YoungJae pasaba por ahí. Pero ¿por qué?

—Lo siento, Jae. Estaba pensando en algo.— YuGyeom levantó la pelota que llevó para jugar con el chico. Había decidido que toda tarde jugaría con él, sólo se veían una vez al año y quería aprovechar el poco tiempo que tenían. Casi no lo veía pero el menor lo consideraba especial.— ¿Jugamos?

YoungJae se vio entusiasmado por comenzar el juego. Se tiraban la pelota el uno al otro evitando que cayera, no la golpeaban con fuerza porque sabían que podría salir disparada a la calle o dentro de alguna propiedad, sin embargo cuando YuGyeom la lanzó el viento hizo que se desviara de su objetivo y se perdiera entre la maleza.

Luego de soltar un bufido, caminó con la intención de atravesar el camino en busca de la pelota, pero la mano de Jae en su pecho lo detuvo.

—No vayas.— dijo mirándole con ojos preocupados.

—Pero me gusta mucho esa pelota.— soltó un suspiro triste al pensar que ya no la tendría. Tal vez si le decía a su mamá...

—Yo voy.— soltó YoungJae de repente.—Pero quédate aquí. No vayas detrás de mí.

El menor quiso rechistar, era su pelota y no era obligación del mayor ir por ella. Ya estaba oscureciendo y podría lastimarse con algo.

—No, hyung. Puedo comprar otra cuando vaya a...

Jae no escuchó. YuGyeom vio cómo su silueta se perdía entre los arbustos y árboles. Volteó a los lados de la calle, habían muy pocas personas caminando por ahí.
Él no sabía por qué tenía una sensación extraña en el pecho, su mente le decía que gritara por ayuda pero se mantuvo callado. Poco a poco la angustia aumentó al ver que el chico no volvía, el sudor frío le recorría las sienes y su cuerpo vibró cuando la brisa le llegó de frente.

No podía seguir esperando. Inhaló profundo tres veces y se abrió paso entre los árboles frondosos. El crujir de las hojas bajo sus pies aumentaba su grado de nerviosismo y pronto comenzó a tiritar, ya no sabía si por el miedo que se instalaba en su cuerpo o porque la temperatura descendió.

Su cabeza iba de lado a lado buscando el rastro de YoungJae pero el chico no aparecía.

—¿Hyung?— su bajo murmullo se perdió entre el ruido de los árboles y arbustos que danzaban con el viento.

Se quedó parado en medio del lugar sin saber qué hacer realmente. Podía ver las luces de la calle al otro lado, si corría rápido llegaría a casa en menos de dos minutos pero no podía dejar a Jae buscando la pelota.

Un chasquido le hizo voltear. La pelota estaba ahí, atorada entre una pequeña hendidura en el suelo. Sus pies torpes se dirigieron hasta ella pero antes de que pudiera tomarla entre sus manos, una luz cegadora dio de frente a su cara.

—¿Quién anda ahí?

YuGyeom se paralizó en ese instante. Tembló asustado ante la voz imponente que resonó en sus oídos. El hombre habló una vez más y la luz comenzó a acercarse a paso veloz.
No sabía qué hacer, su cerebro estaba apagado y su cuerpo inmóvil, separó los labios con la intención de responder pero una voz conocida se le adelantó.

—Sólo vine por mi pelota.— la voz de YoungJae a sus espaldas lo agitó. YuGyeom debía voltear y tomar la mano de su amigo para salir corriendo de ahí, su instinto le decía que hiciera eso, que algo malo iba a suceder si ellos se quedaban.

La luz le hizo cerrar los ojos y cubrirse la cara con las manos. A través de sus pequeños dedos divisó una sombra que se detuvo frente a él, una mano grande se extendió y YuGyeom cerró fuerte los ojos esperando el agarre, sin embargo sintió una suave brisa que le obligó a observar y cayó al suelo tras ver cómo la mano traspasaba su cuerpo y llevaba a YoungJae hacia el frente, como si en realidad YuGyeom no hubiera estado entre ellos.

—Ah, eres tú.— el hombre tomó a Jae por los hombros y sacudió su cuerpo.— ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Husmeando?

—No, señor. Ya le dije que...

—¡Cállate!— el bramido hizo que tanto YoungJae como él se encogieran.— Estoy harto de su presencia aquí. Ustedes deberían irse a su asqueroso país. Sólo traen problemas consigo.

YuGyeom veía cómo au amigo era sacudido con fuerza. Escuchó un sollozo provenir de él y el hombre pareció perder el control. —Mírate, te ves tan patético llorando.

YoungJae empujó al agresor y trató de correr pero fue en vano, cayó a los pies de YuGyeom y fue arrastrado con facilidad, ensuciando su pulcro disfraz y cubriéndolo de hojas secas. Y entonces lo siguiente pasó rápido, golpes llovieron sobre las mejillas del pelinegro y las manchas violetas aparecieron casi de inmediato, a ese punto YuGyeom lloraba en silencio sintiendo que su corazón martillaba con violencia dentro de él.

Estaba tan aterrado, quería huir de ahí pero su estado no se lo permitía. YuGyeom cerró lo ojos al ver que el hombre levantó en lo alta la vara, ya imaginando lo que vendría, ahogó un grito en su boca cubiertas con sus propias manos.

No tuvo que haberlo visto para saber YoungJae se movía más lento pero aún así luchaba contra el hombre, no se rendía, no dejó de pelear por su vida en ningún momento, ni siquiera cuando recibió el golpe final en la cabeza.
Y así se mantuvo, con los ojos cerrados mientras oía cómo el asesino dejaba el cuerpo en la hendidura y lo cubría en su totalidad con ramas y hojas secas que abundaban alrededor.

Su respiración taladraba en sus oídos y era lo único que se oía. Lloraba en silencio esperando que alguien lo sacara de ahí pero sabía que nadie podría hacerlo.

—¿YuGyeom?— un suave llamado y unas manos sobre sus oídos le hicieron temblar. El menor se obligó a abrir los ojos y ver de frente al chico. La mirada en Jae se veía tan triste y vacía, por primera vez sus ojos tomaron un brillo acuoso y una única lágrima cayó en su mejilla.—Yo... No quería que vieras.— la voz casi inexistente de Jae le oprimía fuerte.— No quería que eso se quedara en tu mente.— YoungJae guardó silencio. YuGyeom limpió el rastro de lágrimas y se acercó a él para posar sus manos sobre sus orejas, justo como hizo con él.

YoungJae no tuvo la culpa, ni siquiera él. Podía parecer tan perturbador como había sido aquél acto sumamente atroz que privó a YoungJae de la vida, y sin embargo, YuGyeom pensó que fue bueno que la pelota cayera ahí, fue bueno que fuera por ella porque sólo de esa manera pudo saber que Jae había estado todo ese tiempo ahí, tan cerca pero tan escondido de todos.

Y podía parecer tonto e imposible pero Jae lo había ayudado cuatro años atrás, su mente era una enorme tormenta de confusión pero entre todo eso aún tenía presente eso. No importa cómo había sucedido o si fue real. YoungJae se convirtió en su amigo y le brindó ayuda, YuGyeom le iba a pagar con la misma moneda.

—Te voy a ayudar.

YoungJae sonrió y YuGyeom no perdió más tiempo.

—Vamos.— dijo cogiéndole de la mano.

Los dos corrieron juntos y a pesar de que el atajo era la manera de llegar más rápido a su casa, él optó por dar toda la vuelta al vecindario porque de esa manera se sintió más seguro.

Cuando entró corriendo a su casa lo hizo solo, vio a muchas personas en la sala; habían tres policías, la señora Choi y su mamá.

—¡YuGyeom!— la señor Kim corrió a abrazarlo.— Mírate, estás todo sucio. ¿Estás bien?

¿Cómo podía revelar todo aquello sin parecer loco? Trató de hallar la manera pero incluso con un tono suave y serio en su mente también lucía fuera de sí.

—Yo... Yo...— miró a cada uno de los presentes que le miraban preocupados.— Yo vi algo. Sígueme.— el rubio intentó llevar a su madre pero esta puso resistencia.

—¿De qué hablas?— él no podía decir sobre la existencia de YoungJae. Que lo había conocido cuatro años atrás y que esa noche descubrió que lo habían asesinado.

—Mi pelota cayó en la maleza y fui por ella, pero yo... Descubrí algo.— YuGyeom tiritaba y sus lágrimas cayeron otra vez.— Sólo sígueme.

Deshizo el agarre de su madre y corrió nuevamente al lugar pero esta vez decidió ir de frente para llegar más rápido.
En el camino se topó con el señor Frank que regresaba desde el fondo de su patio trasero, con hojas secas adheridas a la ropa.
Recibió una mirada amenazante pero el menor lo ignoró, continuó sin detenerse. El asesino, al ver a los policías que se acercaban con él, se dio la vuelta intentando detenerlo y soltando blasfemias cuando no pudo alcanzarlo. Tenía intenciones de golpearle fuerte y los policías se dieron cuenta.

—¡Maldito!— derribaron al hombre que forcejeaba contra los dos uniformados. Una de sus manos se aferró a su tobillo y YuGyeom cayó boca abajo, moviendo las hojas y ramas que sobresalían de la hendidura.

Él lo sabía, pero de repente todo comenzó a sentirse más real cuando el viento descubrió cuatro golosinas sobre la capa del disfraz de Superman, las que él le había dado.

—Atención, necesito que envíen a las unidades correspondientes. Hemos hallado un cuerpo.

Todo fue tan borroso después de eso. La señora Choi cayó sobre las hojas llorando desconsolada al ver que el hijo que había perdido doce años atrás era lo que YuGyeom habia descubierto.

No sabía cómo sentirse, no sabía cómo reaccionar, era como si después de todos esos sucesos tan sofocantes hubiera quedado en blanco.
Su mirada paseó titubeante por el lugar, buscando a YoungJae.

El pelinegro estaba sentado al lado de su madre, consolandola con caricias en su pierna. La abrazó fuerte y le sopló levemente la cara, fue como si ella realmente lo sintiera, había dejado de llorar y ahora sonreía agradecida.

—YuGyeom.— el mayor le llamó. Él no quería pensar en una despedida pero en el fondo sabía que así era.— Gracias.

Después de recibir la sonrisa más brillante de todas, un suave soplido se llevó cada uno de esos tormentosos recuerdos, y Jae se fue con ellos.

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No me odien (?)

La verdad me puse bien sad al escribir esto. El próximo one shot será más feliz, para quitar el estado depresivo tras esto.

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