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"Las chicas como ella han nacido de una tormenta."

Narrador en tercera persona.

La habitación estaba iluminada por luces azules oscuras y una silla solitaria en el centro. Casi podría haber sido un trono para aquellos que no sabían el verdadero uso de la silla y para el hombre que estaba en ella. Él no era un rey. Los reyes no eran controlados. Los reyes no eran torturados. Y el hombre que se sentaba allí era ambos.

Pero hoy estaba luchando.

Hoy, por alguna razón, decidió que no quería romper el cuello de su objetivo y torturar a su esposa.

No quiso hacerlo.

Nunca quiso.

Lo tenían atado y había sangre en su rostro por su resistencia más reciente que terminó en una pelea sangrienta. Las ataduras no iban a durar mucho y todos en la sala se aseguraron de estar al menos a un metro de distancia para estar fuera de su alcance. El hombre en la silla tenía una cara impasible, excepto por la pequeña y segura sonrisa que lucía en sus labios. No iban a romperlo. No esta vez. No los dejaría.

El doctor movía su pierna ansiosamente mientras veía a su superior entrar. No era demasiado alto, era un hombre mayor de sesenta años y tenía el pelo rubio muy canoso. Pero era intimidante. Tenía reputación e incluso se sabía que el activo le tenía miedo. No porque este superior tuviera una fuerza mayor que superara la del activo, sino por el poder doloroso y profundo que tenía sobre él y todos.

No era de extrañar que el doctor estuviera ansioso.

¿Quién querría ser portador de malas noticias para un hombre así?

El doctor se volvió hacia el hombre cuando llegó a su lado. El hombre simplemente estudió al activo, que no miraba a ningún lado excepto directamente frente a él.

—Señor —dijo el doctor en voz baja—, se niega a cumplir. Hemos intentado casi todo, desde descargas eléctricas hasta la promesa de recompensas. No lo hemos convencido. La terquedad ha vuelto —frunció el ceño ante su activo.

El activo era siempre así. Solía pelear así. Durante décadas, resistió los experimentos y el lavado de cerebro. Solo podían lograr que completara golpes relativamente pequeños si estaba en un estado débil. Pero luego se rompió. Veinte años de lucha y finalmente se rompió como el animal que creían que era.

—Borradlo —el superior entrecerró los ojos ante el activo.

Estudió el comportamiento del hombre silencioso. El superior nació exactamente veinte años después de que existiera el activo y, sin embargo, él todavía parecía tener entre veinte y treinta años, mientras que el superior parecía estar en sus sesenta.

—No podemos —el doctor sacudió la cabeza, sintiéndose un poco nervioso—, el ataque debe llevarse a cabo en las próximas dos horas y, si lo borramos, existe la posibilidad de que no esté preparado a tiempo.

Los ojos del superior se estrecharon.

—Bueno, entonces es una suerte que haya un Plan B.

La cabeza del doctor giró en dirección al otro hombre.

—¡Señor! ¿Plan B? ¿Está seguro? —cuando recibió una mirada fulminante del superior, rápidamente trató de arreglar sus palabras—. V-Verá, señor, el Plan B es una medida extrema. Está destinado a ser usado en la muerte del activo.

—O para motivarlo —el superior lo fulminó con la mirada—, y parece que eso es justo lo que necesita.

El doctor asintió lentamente mientras susurraba para sí mismo pensativo:

—Sí, sí, podría funcionar.

—Claro que sí —habló secamente antes de asentir a los guardias cercanos—. Levantadlo.

Los guardias pusieron al activo en pie y sostuvieron un aguijón eléctrico cerca de su cuello, por si causaba algún problema. El superior puso los ojos en blanco, sabiendo que eso no haría nada contra su activo ya que parecía estar descansando de su pelea en este momento. Parecía interesado en lo que iban a intentar contra él. Era la primera vez que alguien lo veía presumido en casi cuarenta años. El superior se volvió y sus elegantes zapatos atravesaron el cemento mientras conducía al activo, a los guardias y al doctor a través de los oscuros y sucios pasillos.

Parecían caminar para siempre hasta que el superior se detuvo frente a la puerta con barrotes de metal de una celda. Era pequeña, más incluso los cuartos del activo. El suelo estaba cubierto de mugre y la habitación estaba casi completamente a oscuras. El superior asintió al guardia junto a la pared y activó un interruptor. Una sola bombilla parpadeó y su desagradable tono blanco iluminó la habitación un poco. Se podía ver una pequeña figura a pelo acurrucada en la esquina. La forma se sacudió de miedo cuando se encendió la luz y la cabeza se agachó rápidamente entre sus rodillas. La espalda del pequeño ser estaba cubierta de largos cortes mientras el pus manaba de las heridas. Contusiones, sangre y suciedad cubrían su cuerpo.

Era una vista horrible; algo sacado de una pesadilla.

El activo miró al superior con expectación. Hacía un excelente trabajo al ocultar su sorpresa y confusión.

El superior tenía una sonrisa repugnante en los labios mientras mantenía la mirada al frente.

—Soldado, necesito que pienses mucho en los últimos cinco años. No estabas en Siberia, sino en Rusia, en una base temporal haciendo de entrenador.

Cabello rojo.

Una risa silenciosa pero sincera.

Las cejas del activo se fruncieron. Le dolía recordar lo que decía el superior.

Una cara. Ningún nombre.

La joven mujer con flequillo rojo colgando sobre su frente.

Había una mirada de violencia en sus ojos verdes.

Una violencia que se convirtió en amor.

Un anillo secreto.

¿Qué tenía de especial la mujer con el pelo rojo y los ojos verdes para recordarla de repente?

El superior habló:

—¿Recuerdas haber conocido a una joven en la Academia de la Habitación Roja?

Sus ojos se cerraron mientras los recuerdos luchaban por volver.

—Deberías agradecérmelo —continuó el superior—. Madame quería deshacerse de la cría. Afortunadamente, tengo a esa mujer en el bote. De lo contrario, bueno —su barbilla se inclinó hacia el cuerpecito que cubría en la esquina—, no estaría aquí.

Y de repente tuvo sentido para el activo.

No podía dudarlo.

Recordó la desesperación de la mujer pelirroja.

Su determinación por escapar.

Sus fallas.

Ser separados.

Ser borrados.

Sus ojos se abrieron con horror ante lo que recordó y lo que temblaba en la esquina ante él. Un niño. Su niño. La rabia se apoderó de él, más de lo que había sentido antes. Más que cuando lo convirtieron en un monstruo, más que cuando fue separado de la mujer pelirroja. Sus manos, carne y metal, se hicieron puños y apretó la mandíbula.

—La llamamos Plan B —decía el hombre—. Ella es tu motivación.

Ella.

Plan B.

Una niña.

Una hija.

Sus puños temblaron mientras se apretaban más y más.

—La pobre nunca ha estado muy sana —los ojos enfurecidos del activo se arrastraron de su hija al hombre vicioso a su lado—, pero podría ser casi misericordioso sacarla de su miseria.

El activo entendió lo que el hombre estaba diciendo. Tendría que completar sus misiones o la matarían. Casi podría ser realmente misericordioso sacar a la niña de su miseria. Con lo que tuvo que pasar, la muerte era probablemente lo que una persona joven como ella hubiera querido. Pero eso no era lo que él quería y no iba a dejar que sucediera. Quizás estaba siendo egoísta; no estaba seguro.

En los pocos segundos de silencio, su cerebro inmediatamente trató de pensar en todos los escenarios posibles. No podría matar a todos en el pasillo, sacar a la niña y escapar con sus dos vidas intactas. Incluso con toda su habilidad y entrenamiento, no era posible. Había demasiados soldados y muchas armas. Su única otra opción sería seguir con lo que el superior quería. Matar para salvar.

—Si completas tu misión, el Plan B seguirá vivo mañana —el superior se alejó.

El activo fue entrenado para permanecer en silencio, pero no iba a escuchar esa orden hoy. No cuando necesitaba hacer sus demandas.

—Sácala de la celda.

Su inglés salió sin problemas, pero se sintió incómodo. Estaba acostumbrado a hablar tanto en ruso que se sentía extraño usar cualquier otra cosa cuando no era para una misión. Pero, de nuevo, esta era una. Todo era una misión ahora que tenía una hija sentada al otro lado de las barras oxidadas.

El superior disminuyó la velocidad y se volvió para mirarlo.

—No.

—Sácala de la celda —repitió el activo—. Completaré la misión una vez que ella esté en mi habitación.

El hombre se acercó a él y se miraron a los ojos.

—No estamos negociando eso. Negociamos su vida.

—Y esto no marcará la diferencia a menos que ella esté fuera de esta celda. Mate o no al hombre y a su mujer, ella está muerta. Sáquela de esta celda y cumpliré sin oponer resistencia.

El superior se tomó un momento para responder:

—Completarás la misión y el Plan B estará en tu habitación. No antes. Después.

El activo no respondió. Sus ojos claros se movieron de la cara de su superior hacia el pequeño cuerpo que aún temblaba. Cuando el superior le preguntó si lo entendía, él asintió rígidamente, obedeciendo como siempre. Echó un último vistazo a la niña maltratada antes de que la luz se apagara y se fuera, listo para prepararse para la misión.

Una misión.

Una muerte.

Una niña.

Una niña llamada Plan B.

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Os recomiendo tener estómago y tomar vuestro tiempo para los capítulos que acontecen, porque son más fuertes que la infancia de Lees. También os permito querer lanzas sillas a los personajes :-)

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