десять.

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"Las apariencias engañan"

2006, Academia de la Habitación Roja

Natalia contempló el pequeño trozo de tierra marrón sin hablar y llorar. Sus manos estaban cubiertas de barro de cuando había sacado las malas hierbas que habían cubierto el lugar unos minutos antes. Era una tumba sin nombre, pero ella sabía exactamente a quién pertenecía. Aún siendo la joven de luto que acababa de perder a su hija, se juró irracionalmente a sí misma que algún día regresaría y haría que pusieran una lápida. O, mejor aún, haría que alguien forjara un ángel para cuidarla. Eso parecía mejor.

Su bebé llevaba tres metros bajo tierra durante exactamente cinco años, pero ella habría jurado que eran cien. Había vivido tantas vidas y sido tanta gente que podría haber sido esa cantidad. Era Natalia Romanova, ciertamente, pero también Tatiana Sokolova, Irina Zlataryova, Alion Vans, Marya Vonn y muchas otras. También llevaba el peso de las almas de esas mujeres. Y, Dios, eran almas cargando con todos los pecados que habían cometido.

Mantuvo su cara marmórea, dura e inexpresiva como había aprendido desde que era pequeña. La alta mansión de la academia se alzaba detrás de ella, pero estaba contenta de que le diera la espalda. Le daba cierta sensación de privacidad, incluso en mitad de su ira. Natalia no nació como una chica enojada, pero la habían convertido en ello. La habían convertido en mucho.

Miró por encima del hombro hacia la tierra yerma. El viento revoloteaba, haciendo que su cabello rojo ondeara en sus ojos amargamente picantes. No había vuelto a la Habitación Roja desde su ceremonia de graduación. Incluso si fue un mes después de que su hija naciera y muriera, se alegraba de haberla tenido. Tenía miedo de perder otro bebé, y no poder tener uno parecía algo con lo que no debería lidiar. Se hizo más fácil cuando se graduó y se ganó otro nombre: Viuda Negra. Ésta tenía habilidades muy particulares: seducir, interrogar, matar, asesinar, espiar. No era simplemente lo que hacía, sino quién era. Debido a esto, Natalia descubrió que se necesitaba una mujer como ella en el mundo, especialmente porque no había una igual.

Ella era especial.

Especial.

La hacía querer reír.

Se aclaró la garganta y cruzó las piernas mientras descansaba en la mezcla de barro y hierba. Sabía que tenía que irse pronto, pero no quería. En la tumba de su hija, sentía algo cercano a la paz. Se sentía mal dejando a su bebé, especialmente porque era la única persona que le quedaba, incluso si estaba muerta. James se había ido; muerto o no. Lo que sea que sus superiores le hicieron, se le fue ocultado. Cada vez que estaba en misiones, hacía preguntas silenciosas, pero, a medida que pasaban los años, quedaba claro: era un fantasma. Desapareció tan rápido como había aparecido.

Y, Dios, eso la enojó aún más.

Natalia sabía lo que era perder gente. Sus propios padres la habían vendido, convirtiéndola en huérfana, en una persona que nadie buscaría. La Habitación Roja le había enseñado a convertirse en otras, incluso dentro de su propia mente. Se imaginaba que era alguien a quien sus padres realmente amaban. Se los imaginaba sosteniéndola mientras le tocaban juguetonamente las manos. Pensaba que era su propio padre quien le enseñó a usar un arma para que supiera cómo protegerse. Eran imágenes bonitas y se convertirían en cosas que le decía a los demás tan a menudo que a veces comenzaba a creerlas.

Cuando empezó a ponerse de pie, presionó sus dedos contra sus labios y colocó su beso en la tierra. Luego se giró y sus hombros rodaron hacia atrás mientras se alejaba. Le dolía el corazón por el anhelo, pero lo alejó hasta no sentir nada.

Madame estaba en la puerta de la mansión y Natalia le hizo una reverencia. Madame tenía una sonrisa en sus labios mientras devolvía el gesto. Cuando su guía comenzó a informarle sobre su nueva misión, los ojos y la mente de Natalia se desviaron. Por encima del hombro de la mujer, podía ver a jóvenes sentadas en sillas con los ojos cerrados. Sus cabezas se balanceaban ligeramente, sus pies se levantaban y deslizaban por el suelo. Era casi como si estuvieran bailando. Una suave sinfonía sonaba en el fondo y las cejas rojas de Natalia se fruncieron. No recordaba haberse sentado en una silla y bailar así. Una nueva técnica para entrenar, quizás. Le colocaron un archivo en sus manos y se fue.

Y esta sería la última vez que Natalia Alianovna Romanova vería la Academia de la Habitación Roja.

La misión era en Budapest.

Sus objetivos eran un hombre y su hija alojados en un hotel de la ciudad por un viaje de negocios. Por lo que Natalia había visto en las fotos, el hombre era joven y la chica se parecía a él. A pesar de sus apariencias, el hombre fue destinado a la grandeza. Su familia había cambiado el mundo durante décadas hasta ahora. La niña era más una víctima que otra cosa, pero nadie sabía de lo que era capaz y pensaron que sería mejor así.

El hombre y su hija no tenían vínculos con el KGB, lo que significaba que, al menos, no eran traidores, pero el operario de Natalia decidió que serían una amenaza menor si estuvieran muertos. Aunque hubieran sido traidores, no habrían estado en la mente de Natalia. Pero tampoco eran inocentes para ella. No había lados en su mente. No había una línea, correcta o incorrecta, un lado blanco o negro. Pronto descubrió que no le importaba a quién mutilaba, torturaba o mataba, y eso significaba que estaba en su propio lado.

Había seguido a la familia durante dos días antes de comprender con precisión su rutina minuto a minuto, conocer el horario de su siguiente semana y comprender exactamente quiénes eran. Se enteró de que el hombre y la niña estaban custodiados por un hombre fornido, pero Natalia no tendría problemas en actuar. Cuando se trataba de observaciones familiares, veía que la niña tenía problemas de ansiedad y el hombre el hábito de coquetear con mujeres bonitas y, sin embargo, los dos miembros de la familia rota estaban estrechamente unidos. Hacía el plan mucho más simple de lo que Natalia hubiera esperado.

Fue en el segundo día, a medianoche, cuando puso en marcha su primer intento de asesinar al padre y la hija.

Sus brazos y piernas la arrastraron fácilmente por la escalera de incendios, volteándose y deslizándose por los peldaños que bloqueaban su camino. Cuando llegó a la ventana de la suite, le llevó exactamente dos segundos abrir lo que sería una cerradura complicada para cualquier otra persona. Sus dedos se curvaron alrededor del alféizar, metió su cuerpo en la habitación y sus pies de botas negras aterrizaron perfectamente en silencio. La suite era lujosa y todo estaba tranquilo, sin embargo, la asesina avanzó lentamente.

Se deslizó por la alfombra y se apartó de la cámara de seguridad. Empujó su espalda contra la pared y extendió su mano enguantada hacia la manija. La puerta chasqueó suavemente al abrirse y entró en la habitación de la niña. Lo mejor era acabar con la pequeña primero. Si estaba muerta, el hombre tendría menos por lo que luchar. No sentía culpa ni preocupación, ni siquiera vacilación, mientras sacaba un delgado alambre de su manga. Natalia Romanova poseía la reputación que tenía por una razón. Y sin embargo, cuando sus ojos verdes se levantaron, se detuvo.

La pequeña de cabello oscuro estaba siendo acunada cariñosamente en los brazos del hombre. Natalia respiró silenciosa y rápidamente mientras su cabeza se inclinaba hacia un lado. Su mente volvió a algo que ocurrió estos años en eventos como la Guerra de los Niños y en Rusaka tratando de olvidar.

Había sido un parto doloroso, pero no dejó escapar ningún grito de sus labios. Tenía la hermosa idea en su cabeza de que lo primero que oyera su hijo no fueran los gritos de su madre. Quería que no supiera nada del dolor que infligió. Valió la pena. El sudor le caía por la frente y goteaba por su cabello rojo, y mantuvo una expresión estoica y una mandíbula apretada cuando su hijo fue traído al mundo.

Su bebé había sido una niña.

Natalia nunca había pasado demasiado tiempo considerando si había querido un niño o una niña. Había estado más enfocada en mantenerlos vivos a ella y al bebé. Sin embargo, la parte que siempre se hacía cargo mientras descansaba por la noche, esperaba tener un hijo. Si tuviera que escapar, determinó que ser madre de un niño sería mejor, más eficiente. Después de todo, ¿qué sabía de las niñas? Se pretendía que fueran preciosas, suaves y delicadas. Natalia no era precisamente ninguna de esas cosas y, por mucho que odiara admitirlo, incluso para sí misma, temía tener una hija.

Aunque no importaba.

Ella tampoco.

Después de todo, su hija murió antes de llegar a sus brazos.

Recordaba cómo sus brazos quedaron suspendidos en el aire, esperando para acunar al bebé creado por ella y el Soldado de Invierno. Recordaba la impaciencia que sintió en su pecho y el sabor de la amargura en la lengua al pensar en cómo su soldado no estaba allí para ver el nacimiento. El doctor manejaba al bebé con mucha falta de cuidado, agarró a la preciosa, suave y delicada niña por la nuca mientras comprobaba el pulso. Natalia podía sentirlo en su pecho; el impacto, la impresión, el golpe de las palabras de la mujer.

—Slabaya malen'kaya veshch 'mertva. Otbros'te yego —la pequeña y débil cosa está muerta. Tírala a la basura.

Los labios de Natalia se separaron y temblaron muy ligeramente. Tomó una pequeña y vacilante respiración, pero no apagó la sensación ardiente y sofocante que sentía Mientras su cabello rojo todavía se aferraba a su cara llena de sudor, su cabeza se sacudió y apretó los dientes con un estremecimiento agónico. Su cabeza palpitaba y el dolor recorrió todo su cuerpo hasta llegar a su corazón.

El doctor asintió en respuesta a la demanda de Madame antes de que se volviera bruscamente y llevara al pequeño ser hacia la papelera junto a la puerta.

—¡Otday yeye mne! —¡dámela!

Su voz estalló desde algún lugar profundo e hizo que todos en la sala la miraran con los ojos muy abiertos, casi asustados.

—¡Otday yeye mne! —repitió enojada—. ¡Teper! —¡dámela! ¡Ahora!

—Natalia —la mujer intentó convencerla con su voz suave y muy controladora, pero algo dentro de la joven se había roto.

Siseó con los dientes apretados, mirando profundamente a los ojos sin brillo de la mujer rubia.

—Moy rebenok ili tvoya zhizn'. Tvoy vybor —mi hija o tu vida. Tú eliges.

Fue furia lo que Natalia vio dentro de los ojos de su dueña, pero no rompió su fuerte mirada. Hubo un largo silencio mientras se miraban y, finalmente, la mujer accedió. Su barbilla se movió en dirección al doctor, asintiendo con rigidez. El doctor dejó caer al bebé descuidadamente en los brazos de la madre y retrocedió hacia la puerta.

Sabía que todos la miraban, pero estaba demasiado rota para preocuparse. Respiró temblorosa mientras acunaba al ser sin vida. Los brazos y las piernas del bebé colgaban inútilmente a su alrededor y su madre luchó contra un sollozo dolorido. Su largo dedo trazó suavemente las facciones de su hija y suavemente retiró el mechón de cabello rojo que se aferraba a la cabeza del bebé.

Era hermosa.

Y se la llevaron.

Deseó haber gritado y exigir que la dejaran abrazarla por más tiempo, pero ¿de qué serviría? La niña seguía muerta y Natalia seguía sola. Sus brazos cayeron aturdidos a cada lado, haciendo ruido. Natalia respiró hondo cuando su cara se contrajo. Las lágrimas devastaron sus ojos mientras se recostaba, perfectamente inmóvil, contra la camilla de metal. Permitió que una lágrima solitaria le quemara la cara y tragó con dificultad. Sus ojos enrojecidos miraban inexpresivamente hacia el techo, como si toda la vida le hubiera sido arrebatada.

Y, oh Dios, había sido así.

¿Cómo podía no haberlo notado? ¿Cómo podría no haber sabido que él iba a estar aquí? Había trabajado cada detalle perfectamente y los había estudiado sin cesar. Sabía que el hombre se preocupaba por la hija, pero estar tan aferrados... El hombre era un enigma irritante y lo odiaba. Nunca antes pudo recordar haber sentido odio hacia ninguno de sus objetivos, pero esta vez lo hizo. Claro, todavía podría matarlos, pero sería un poco más complicado.

No deseaba hacer un desastre. Era la primera vez que Natalia había encontrado a alguien, además de su propio hija, que era inocente. La voz de la niña de cabello oscuro sonaba asustada mientras murmuraba y el padre lo hacía de vuelta, pero los dos seguían tan profundamente dormidos que ninguno podía sentir la presencia de la asesina. No sería difícil Había hecho cosas peores, después de todo.

Podía hacerlo.

Su bota dio un paso más y luego se dio cuenta de algo aterrador.

No podía.

No podía enrollar un alambre de metal alrededor del cuello de la niña inocente y tirar hasta que su piel se rasgara tanto que acabara desangrada o sofocada. Siempre era interesante ver qué sucedía primero.

Pero no podía hacerlo.

Parecía que no quería obligarse a matar a la niña conocida como Lisa Stark.

Y entonces salió del edificio de la misma manera que entró, prometiendo y jurando que regresaría la noche siguiente para terminar el trabajo. Esa noche se odió a sí misma y a su debilidad mientras se sentaba en la oscuridad, aún con su uniforme y retorciendo el cable una y otra vez. No permitiría que sucediera por segunda vez.

—Ona mertva —Natalia habló en la oscuridad. Está muerta.

Tenía que recordar. Su hija no pudo hacer la diferencia. Por eso las alumnas de la Habitación Roja no tenían la intención de tener hijos; por eso tenían una Ceremonia de Graduación. Era necesaria. Los niños eran una debilidad. El amor lo era. El amor era para críos, tal como había dicho Madame. Ella tenía que recordar.

Y lo recordaba.

Recordaba cómo se sentía cuando estaba cerca de James. Recordaba sus ojos oceánicos y su alma rota. Cómo él la había hecho reír cuando pensó que nunca más lo haría y cómo había hecho lo mismo por él. Se las habían arreglado para curarse mutuamente, amando a pesar de las cicatrices y pecados que los tatuaban. Recordaba que no se sentía enojada cuando descubrió que estaba embarazada. Estaba, si era posible, contenta. Los amaba. Oh, cómo amaba la reina al rey y a su hija.

—¡Oni mertvy! —gritó, arrojando todo a su alrededor contra las paredes de su refugio. ¡Están muertos!

Ahora estaba parada y tenía las manos en puños tan apretados que sus nudillos se habían blanqueado. Una sonrisa torcida se deslizó sobre sus labios y se sintió repugnantemente vigorizada. Era la Viuda Negra y se había ganado reputación. Era obediente y estaba orgullosa. Completaría su misión. No fallaría.

Pasó el día siguiente observando a sus objetivos, obligándose a despreciarlos. Estaba asqueada por cómo el hombre, Tony, hacía gofres a su niña de diez y juguetonamente la cubría con crema batida. Se burló de cómo Lisa le tomaba la mano y lo seguía a las reuniones de la junta. Frunció el ceño por la forma en que alegremente caminaban por las galerías de arte mientras su robusto guardaespaldas los seguía. Lo que más despreció fue cómo Tony llevó a Lisa al hotel esa noche, con su cabeza descansando sobre su hombro. Y así, cuando llegó el momento, no encontró dudas dentro de sí misma.

Tenía toda la intención de asesinar a Tony y Lisa Stark esa noche en Budapest.

Y lo habría hecho.

Si no hubiera sido detenida.

Se había preguntado si la habían seguido, pero cada vez que seguía verificaba, no descubría a nadie. Así que dejó de preocuparse y se centró en la misión. Estaba subiéndose a la escalera de incendios cuando dos gruesos brazos rodearon su cintura. En un instante, dobló las piernas hacia la persona que la sostenía y la empujó con fuerza hacia la pared. El hombre chocó y se dio la vuelta rápidamente, levantando lo que parecía ser un arco para bloquear su próximo ataque. Se miraron por un rato hasta que la confusión se apoderó de ella.

¿Qué estaba haciendo este hombre con un arco y un carcaj en la espalda?

¿Podría ser algún tipo de broma?

De repente, el hombre la golpeó dos veces en la barbilla y ella se tambaleó antes de enviar una rápida patada a su costado. Apenas gruñó cuando ella volteó y asestó una patada giratoria sobre su pómulo. Él la agarró por el tobillo y la empujó hacia la pared del callejón. Su columna se estrelló con fuerza antes de levantar su otra pierna, usando la pared como equilibrio, y enroscarla alrededor de su cuello. Él cogió su brazo para tratar de detener su apretón cada vez más fuerte en su garganta.

Lo que el hombre hizo a continuación la sorprendió.

Retrocedió y giró hasta que Natalia se mareó. Luego cayó rápidamente, golpeando su columna una vez más contra algo duro. Deslizó los pies por el suelo hasta que se agachó delante de él. Sacó sus bastones y sonrió. Golpeó y él bloqueó. La electricidad se apagó, pero él permaneció ileso. El baile continuó, pero ella podía decir que quienquiera que fuera este hombre, no estaba dando lo mejor de sí.

Y eso la hizo enojar.

Le dio un codazo en la cara antes de envolver su brazo en la parte posterior de su cuello y girar su cuerpo hacia arriba y sobre su hombro. Aterrizó en el suelo antes de que él pudiera darse cuenta. Apuñaló su bastón en su costado y vio como la electricidad corría por su espalda hasta que cayó. Ella se dejó caer sobre él, envolviendo rápidamente el alambre alrededor de su garganta y preparándose para tirar de ambos extremos.

—No —se ahogó—. Ya ne ubil tebya, kogda u menya byla takaya vozmozhnost', ne tak li? —no te maté cuando tuve la oportunidad, ¿verdad?

Natalia no estaba segura de por qué hizo una pausa, pero hizo lo mismo.

—Vy ne mogli ubit' menya, yesli popytayetes', Strela Chelovek —no podrías matarme aunque lo intentaras, Hombre Flecha.

Él soltó una carcajada mientras una corriente de sangre se deslizaba por debajo del alambre y bajaba por su cuello.

—Vozmozhno Vy pravy —puede que tengas razón.

Ella murmuró burlonamente, estando de acuerdo, antes de comenzar a tirar más fuerte.

—Para, para, espera. Haz algo diferente. Yo lo hice. Tú también podrías.

Ella se sorprendió. Su boca se abrió para preguntarle qué quería decir cuando un dolor punzante le atravesó el costado. La sangre brotó de su uniforme ahora desgarrado, más balas golpearon el suelo y las paredes a su alrededor. Los ojos del hombre se entrecerraron cuando comenzó a tirar del cable. El mundo que los rodeaba gritaba con disparos y ella rodó detrás de un cubo de basura cercano, sacando una glock de su funda del muslo. Las balas continuaron volando mientras el hombre se arrastraba para encontrar refugio.

Cuando ella abrió fuego, le gritó al hombre en inglés, ya que parecía ser lo mejor.

—¡¿Amigos tuyos?!

—¡No eres la única que va a por los Stark! —devolvió cuando comenzó a dispararles sus flechas.

Sabía que probablemente eran mercenarios, pero no parecían rivales para ella ni para el hombre. Se quedaron detrás de sus refugios con sus armas en alto, levantándose para devolver el fuego cuando podían. El tiroteo continuó mientras los mercenarios se acercaban y las sirenas gritaban a lo lejos. Ella se quedaba sin munición y el hombre sin flechas. Intercambiaron una mirada y supieron de inmediato lo que el otro había planeado. Era como si sus mentes se hubieran conectado y pudieran ver lo que sucedía en la otra.

De repente ella se puso de pie, pateó la pared del callejón, giró alrededor de los mercenarios y llegó al final. Comenzó a derribarlos, uno por uno, mientras el hombre sacaba a los del frente. Trabajaron como socios, ayudándose mutuamente cuando se necesitaba y asegurándose de vigilar sus espaldas. Natalia nunca antes había hecho eso para nadie, además de James. Era un sentimiento extraño; se encontró casi aliviada de contar con el apoyo. Pero no cambiaba quién era. Incluso al verlos a todos muertos, la guardia de Natalia no bajó. El hombre y Natalia se miraron una vez, levantando armas a la frente del otro.

—Bájala —exigió ella.

—Tú primero.

Entrecerró los ojos y apretó la mandíbula cuando comenzó a pensar en todas las formas posibles para incapacitarlo. Seguía gravemente herido. No sería difícil, además, tenía una misión que completar.

—Me mandaron a encargarme de usted, señorita Romanova.

No fue su admisión lo que hizo que su sangre se enfriara; fue que supiera su nombre.

—Pero no quiero —continuó.

—¿Y por qué no? —ella habló con los dientes apretados, levantando la vista hacia la suite de donde probablemente escapaban sus objetivos.

—Porque creo que se puede ser de utilidad en otro lugar —le dijo seriamente—. ¿Le gustaría proteger en vez de matar?

Ella se acercó, presionando su cañón contra su piel.

—¿Y qué te hace pensar que no me gusta matar?

Los ojos de él se llenaron de tristeza al hablar.

—Porque eres humana.

Humana.

Eso era algo que Natalia nunca había considerado o creído. Era humana, pero no se sentía como tal. Más bien como una estatua de mármol con brillantes y afilados cristales apuñalando su belleza. Era hermosa y peligrosa. No humana. Había demasiada sangre en sus manos para eso, la mujer en la que se convirtió la tenía.

Su hija vino a su mente mientras absorbía sus palabras. Ella merecía algo mejor. Su hija merecía más. No había querido que escuchara sus gritos cuando nació, pero tampoco hubiera querido que escuchara gritar a otros. Quería proteger a las personas, tal como debería haber protegido a James y al bebé.

Pero no pudo, porque se habían ido y estaba sola.

Natalia Romanova bajó lentamente el arma y asintió rígidamente al hombre.

Él sonrió.

—Entonces, señorita Romanova, bienvenida a S.H.I.E.L.D.

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