Capítulo 2: Ingenio.

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Cuando Lauren y Harry bajaron a la cocina, ni Vernon, Petunia o Dudley hicieron acopio de haberlos visto. Eran invisibles, y Lauren lo prefería así.

Las últimas semanas Dudley había estado de muy mal humor desde que la enfermera de su colegio informara a sus tíos que su primo ya había tomado el tamaño de una ballena, por lo que aunque la tía Petunia hubiera llorado y aclarado que estaba en «pleno crecimiento», pronto recibieron una carta en la que ni sus tíos pudieron objetar en contra.

Con sus pequeños ojos de cerdito, Dudley frunció el ceño cuando su madre dejó un pequeño trozo de pomelo en su plato. Cuando Lauren se enteró que todos tendrían que seguir la dieta de Dudley para que él no se sintiera «peor», la Potter mayor lo vió como una oportunidad para bajar aquellos kilos de más que había subido en el último año de clases. Pero pronto se dio cuenta de que aquello solo lograría matarla de hambre, así que estaba ansiosa por terminar ese soso desayuno y poder correr a su habitación para comerse los pasteles que aún tenían guardados en su habitación, por cortesía de Molly Weasley, la madre de uno de sus mejores amigos.

Apreciaba que no los dejaran morir de hambre, y agradecía que su cumpleaños hubiera sido hace poco, los pastelillos eran lo único que los habían mantenido con vida ese verano.

El timbre sonó y el tío Vernon se levantó dejando su desayuno a medio comer, enfurruñado se quejó de tener que ir, y solo cuando ya no estaba a la vista y la tía Petunia se distrajo con el té, Dudley robó lo que quedaba de su desayuno.

Lauren hizo una mueca de asco. Era un cerdo.

Tío Vernon volvió un minuto después, lívido.

—¡Ustedes! —les gritó a ambos y Lauren frunció el ceño con aire insolente—. Vengan a la sala, ahora mismo.

Harry pareció desconcertado, pero Lauren solo rogó que no se hubiera enterado de que fue ella quien le colocó los polvos pica pica en su sofá favorito.

Ambos hermanos entraron en la sala y el tío Vernon azotó la puerta detrás de él. Lauren, orgullosa como siempre, no se dejó intimidar. Lo fulminó de con la mirada y le lanzó dagas con los ojos.

—¿Qué? —dijo bruscamente.

Harry le dio un codazo, pero igual no le importó.

El tío Vernon la miró con amargura.

—Acaba de llegar esto —dijo tío Vernon, blandiendo un trozo de papel de color púrpura—. Una carta. Sobre ustedes.

No se molestó en entrar en pánico, ya le daba absolutamente igual todo lo que tuviera que reclamarle su anticuado y viejo tío. Ya estaba lo bastante acostumbrada a meterse en problemas, unos cuantos más no la harían rendirse ante su plan de hacer la vida de sus tíos y primo un completo tormento, así que solo se cruzó de brazos y esperó la sentencia.

Con furia, Vernon leyó la carta.

«Estimados señor y señora Dursley:

No nos conocemos personalmente, pero estoy segura de que Lauren y Harry les habrán hablado mucho de mi hijo Ron.

Como les habrán dicho, la final de los Mundiales de quidditch tendrá lugar el próximo lunes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de conseguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Espero que nos permitan llevar a Lauren y Harry al partido, ya que es una oportunidad única en la vida. Hace treinta años que Gran Bretaña no es la anfitriona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada. Nos encantaría que ambos hermanos pudieran quedarse con nosotros lo que queda de vacaciones de verano y acompañarlos al tren que los llevarán de nuevo al colegio.

Sería preferible que nos enviaran la respuesta de ustedes por el medio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe donde vivimos.

Esperando ver pronto a Harry y Lauren, se despide cordialmente,

Molly Weasley.

P. D.: Espero que hayamos puesto bastantes sellos».

Quiso reírse de su cara. Era completamente grotesca. Pero se contuvo, si quería que los dejara marchar a los Mundiales de quidditch, debía de comportarse por unos pocos minutos.

La cosa era que no podía mantenerse quieta por mucho tiempo, así que empezó a jalar los hilos que salían de su abrigo.

Tío Vernon se metió la mano en el bolsillo superior y sacó otra cosa.

—Miren ésto —les gruñó.

Levantó el sobre en que había llegado la carta. Todo el sobre estaba cubierto de sellos salvo un trocito, delante, en el que la señora Weasley había consignado en letra diminuta la dirección de los Dursley.

—Creo que si que han puesto bastantes sellos —comentó Harry.

—Algo sumamente común —Se mofó Lauren, evitando mostrar lo divertido que le parecía el asunto. Debía guardar la compostura.

Hubo un fulgor en los ojos de su tío.

—El cartero se dio cuenta —dijo entre sus dientes apretados—. Estaba muy interesado en saber de donde procedía la carta. Por eso llamó al timbre. Daba la impresión de que le parecía divertido.

Sabía cuanto le molestaba que la gente pensara que ellos eran fuera de lo común, así que esta vez se quedó callada y no tentó a la suerte con su lengua afilada. Ésta vez, dejó que su ingenio tomara las riendas del asunto.

—Entonces, ¿podemos ir? —preguntó Harry después de grandes minutos en silencio.

—¿Podemos? —preguntó Lauren con aire inocente mientras pestañeaba con lentitud y dulzura.

El tío Vernon la miró con el ceño fruncido. No confiaba en la niña, siempre causaba problemas.

—¿Quién es esta mujer? —inquirió, observando la firma con desagrado.

Lauren se encogió de hombros.

—La conoces —respondió Harry.

—Es la madre de nuestro amigo Ron. La mujer pelirroja de baja estatura.

No mencionó nada que tuviera que ver con el colegio, Vernon entraría en cólera y los mandaría castigados a su habitación sin posibilidades de asistir al Mundial de quidditch. No podía permitirlo.

—¿Una mujer gorda? —gruñó por fin—. ¿Con un montón de niños pelirrojos?

—No sea maleducado, tío —dijo con la voz dulce, pero con un notable timbre peligroso, dulzón—. Un caballero jamás insultaría de tal forma a una dama, ¿no lo cree?

Harry siempre notó que Lauren trataba a los Dursley como si fueran estúpidos, y cada vez que lo hacía, siempre le causaba gracia. Sin embargo, lo que nunca llegó a entender era el como lograba insultarlos sin que ellos entraran en furia.

Era una maestra para la manipulación.

Tío Vernon hizo una mueca, pero no dijo nada. Volvió a examinar la carta.

—Quidditch —murmuró entre dientes—, quidditch. ¿Qué demonios es eso?

Lauren quiso golpearlo por no saber sobre el deporte más increíble del mundo mágico. Pero otra vez, se abstuvo de hacerlo. Sus preguntas empezaban a irritarla, solo quería zanjar ese tema e irse a causar problemas a otra parte.

—Es un deporte —dijo Harry— que se juega sobre esc...

—¡Vale, vale! —interrumpió tío Vernon casi gritando.

—¿Qué quiere decir eso de «el medio habitual»?

—Habitual para nosotros... —explicó Harry.

—...lechuzas mensajeras, ya sabe, lo habitual para nosotros —completó Lauren con malicia oculta en su voz.

—¿Cuántas veces tengo que decirles que no mencionen su anormalidad bajo este techo? —dijo entre dientes. Su rostro había adquirido un tono ciruela vivo—. Recuerden donde están, y recuerden que deben agradecer un poco esa ropa que Petunia y yo les hemos da...

—Después de que Dudley la usó —lo interrumpió Harry con frialdad; quien llevaba la vieja y extragrande ropa de Dudley.

A diferencia de su hermano, Lauren había sido obligada a usar la vieja ropa de su tía Petunia de cuando era joven; la cual estaba más que vieja y llena de agujeros.

Ese día, Lauren llevaba un viejo vestido ceniciento de un parecido color ciruela, acompañado con un viejo abrigo de botones rotos y descoloridos. Tan espantosos como toda la ropa que tenía en su armario.

Se había hecho la promesa de que ese año cuando fuera al Callejón Diagon, se compraría un nuevo guardarropa con la herencia que le había dejado sus padres. También pensaba convencer a Harry de hacer lo mismo, estaba cansada de ser la única chica de todo el colegio que debía usar ropa horrenda solo porque sus tíos la odiaban.

Quería estar a la moda, y lo anhelaba cada vez que veía un escaparate con maniquíes que llevaban ropa preciosa, o cada vez que veía a las demás chicas del colegio caminar con sus bonitos conjuntos y suéteres de brillantes colores.

—¡No consentiré que se me hable en ese tono! —exclamó tío Vernon, temblando de ira.

—¿A caso es mentira? —dijo Lauren con tono aburrido— Debería saber que las mentiras son algo desagradable.

Mientras el tío Vernon parecía estar dispuesto a lanzarlos por la ventana, Lauren hizo su última jugada. Ella y Harry compartieron una mirada cómplice.

—Si era todo lo que quería decir, entonces no iremos a los Mundiales, por lo que subiremos a nuestra habitación. Tenemos que terminar una carta pendiente para Sirius...

—...ya sabes... nuestro padrino —completó Harry.

Ni siquiera era su padrino, pero igual no importaba. Ya habían cumplido el propósito que querían.

El tío Vernon no necesitó de más persuasión.

♠️♠️♠️

Atte.

Nix Snow.

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