Chung-Hee, Capítulo 18: Botiquín.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


           —En seguida estaré allí.

Cuelgo, observando los números 004 desaparecer de la pequeña pantalla.

Tras el mostrador hay un botiquín con forma de fiambrera clásica, blanco y rojo, metálico. Lo cojo por el asa y me dirijo hacia la habitación 004. La voz de Ezequiel no era urgente, ni recelosa, pero sí sonaba tímida, avergonzada. Avergonzado de necesitar mi ayuda.

Doy zancadas largas por el corto y estrecho pasillo que conecta las habitaciones, pensando qué habrá pasado. Qué le habrá sucedido.

Paro frente a la puerta, golpeo la rojiza madera contrachapada de forma suave con dos nudillos. Mientras espero a que abra. Los números dorados 004 que adornan la puerta, están algo distintos. Miro a ambos lados del rellano antes de acercar la cara a los números, que quedan casi a la altura de mis ojos. En ellos se refleja la bruma que hay tras de mí, espesa y grisácea, moviéndose de forma lenta y casi imperceptible.

Entorno los ojos, aproximo el cuerpo hacia la puerta. Del número cuatro brotan gotas escarlata que no caen, quedan suspendidas en la superficie del número, como si la gravedad no existiera para ellas. Extiendo la mano para tocarlas. El tacto del líquido es caliente, acerco los dedos índice y pulgar a la nariz, procurando no mancharme. El líquido huele a una mezcla entre hierro y bronce. Alargo el brazo una vez más hacia el número cuatro, ¿de dónde procede la sangre?

—Entra, rápido.

Exige Ezequiel abriendo de sopetón la puerta y pillándome desprevenido. Doy un paso hacia atrás, por la sorpresa, llevo la mano que tenía en el aire a la espalda. Froto los dedos manchados. Miro de reojo el número cuatro, las gotas han desaparecido, miro mis dedos, están impolutos.

—¡Vamos! —Urge elevando la mano izquierda.

Santo cielo, a este chico se le ha ido la cabeza. Lo creía más sensato.

Ojeo en líneas generales la habitación, todo parece estar en orden, a excepción del baño, imposible de ver desde mi posición.

Nada más cerrar la puerta Ezequiel se sienta a la orilla de la cama, hundiendo el colchón con su peso. Espera que suelte lo que llevo en la mano, levantando las cejas y echando el mentón hacia delante, señalándolo.

—Lo mejor va a ser tratarle en el baño, agente Ezequiel —explico con un movimiento de cabeza apuntando hacia el baño.

Ezequiel se levanta, resopla y extiende la mano envuelta en una blanca toalla. Quiere que vaya primero, no se fía de mí, no se atreve a darme la espalda, sería ponérmelo muy fácil, pero necesita mi ayuda. Necesita lo que llevo en la mano.

Paso por su lado sin rozarlo, soy un poco más alto que él. Entro al baño, encontrándome en primera plana el destrozo, donde ha desatado su temperamento. El huracán Ezequiel ha hecho estragos: un espejo hecho añicos, un lavabo salpicado de sangre y cristales, y unas baldosas con regueros de gruesas gotas escarlata que me confiesan que Ezequiel se paseó por el baño con la mano ensangrentada. Este chico tiene una guerra mental, y va perdiendo.

—Coloque la mano bajo el grifo —digo mientras abro la llave del agua—. Hay que procurar que no quede ningún cristal en el interior de las heridas.

—Puedo curarme yo. —Comenta con la boca pequeña, sumergiendo la mano bajo el chorro de agua—. Sólo necesitaba un botiquín.

—Siento decirle —niego con la cabeza— que no puedo hacer lo que me pide —miro directamente hacia sus ojos—. Mi trabajo es velar por su seguridad y en este momento, usted no se encuentra bien.

Saco el suero fisiológico, gasas y puntos de sutura adhesivos.

Tras unos minutos, la mano de Ezequiel está limpia y lista. Limpiar y suturar las heridas ha sido sencillo, Ezequiel no ha opuesto resistencia, ni ha hablado durante el proceso. Tampoco se ha quejado, hecho muecas o suspirado del dolor e incomodidad. Más bien ha permanecido impasible, con la cabeza en otro lugar.

Tras colocar el último punto adhesivo, pido a Ezequiel que salga del baño.

—No, no te molestes. Yo limpiaré el baño, ya has hecho más que suficiente al curarme.

—No es molestia, es mi trabajo, agente Ezequiel.

—Pero...

—Vaya a tumbarse y descanse —le interrumpo.

Ezequiel asiente no muy convencido. Sale del baño echando miradas rápidas hacia atrás.

Me dispongo a hacer desaparecer el percance. Descuelgo el espejo con cuidado de no esparcir más cristales por el baño. Coloco el espejo boca arriba sobre el suelo, en una esquina del cuarto de baño. Agarro la primera toalla que veo y saco con ella los cristales que hay por la superficie del lavabo, también limpio los restos de sangre.

Acomodo la toalla en forma de saco, así los cristales estarán a buen recaudo. Miro hacia el suelo, el espejo roto refleja el techo blanco. Acerco los pies al filo del marco, me veo desde abajo: piel lisa y blanca, ojos negros, arropados por bolsas pequeñas bajo ellos. El cabello corto, liso y oscuro cae sobre la frente está encrespado. Donde el espejo se desquebraja está mi cuello. La falta de cristal dibuja un agujero negro, separando la cabeza del resto del cuerpo.

—La próxima vez —bajo la voz para que no pueda escucharme, sin apartar la vista del reflejo—, llámeme. Puedo serle de más ayuda que un espejo.

Chasqueo la lengua, desvío la mirada del reflejo. Doblo las rodillas y con cuidado levanto el espejo roto. Coloco la toalla en forma de saco sobre el espejo en horizontal.

Salgo del baño con las manos llenas, Ezequiel está sentado a los pies de la cama mirándose la mano herida. No levanta la cabeza cuando me escucha aproximarme a él.

—Le traeré toallas nuevas de inmediato—digo situándome frente a él—, pero no puedo prometerle un espejo nuevo con la misma rapidez —bromeo quitándole hierro al asunto—. También he rellenado el botiquín del baño. No dude en llamarme si necesita algo más.

—No te preocupes —sonríe tímido.

Es la primera vez que me dedica una sonrisa, la primera vez que sus ojos reflejan algo distinto al rechazo.

Voy hacia la puerta, la abro con dificultades. Salgo al rellano. La energía cambia de forma brusca, se vuelve más densa y pesada. Disimulo frente a Ezequiel.

Estoy a punto de cerrar la puerta a mi espalda cuando oigo un leve siseo. Una palabra que no esperaba escuchar de su boca, un gracias tímido que sale de lo más profundo de su garganta y que llega a mis oídos.

—No hay de qué —asiento con la cabeza—. Intente descansar —sonrío y cierro la puerta con el talón.

Torno el semblante de amable a serio. La sensación que da el rellano me hiela la sangre. Un frío acechante se arrastra alrededor del motel, escondido tras la bruma, atrapado en ella. Tengo la sensación de que viene hacia donde estoy, doy un paso al frente, observando el paisaje. No veo nada, sólo la espesura de la bruma grisácea. La piel se me eriza, revolviendo mi sistema nervioso, noto lo que quiera que sea ese frío pegado a mí. Por el rabillo del ojo sólo veo bruma envolviéndome, no sé de donde procede el frio, pero lo siento con claridad en cada centímetro de la piel, calándome los huesos.

Ando con rapidez hacia la recepción, abro la puerta y deposito los enseres en el mostrador. Miro el reloj dorado de bolsillo, está helado, la manecilla roza el principio de la franja color naranja. Una nueva etapa está por empezar.

Asomo el cuerpo por la puerta acristalada de la recepción, que permanece abierta. Respiro hondo, el frío llena mis pulmones produciendo vaho al espirar.

Un graznido procedente del interior de la bruma llama mi atención. De entre los tentáculos grises que dibuja la bruma sale un cuervo que cesa el vuelo en mitad del pasillo, manteniéndose en el aire. Parece observar las puertas de las habitaciones.

Agita las alas despacio, desplazándose por el aire con gracia. El plumaje negro del ave brilla con cada aleteo, desprendiendo un resplandor oscuro que ilumina las sombras que lo envuelven. Aterriza en el picaporte de una de las habitaciones, pasea las patas por el pomo hasta encontrarse a gusto en su postura. Gira el cuello hacia mí, apuntándome con el pico, observándome con los ojos negros inexpresivos.

—Bienvenido a Caelu's Motel.

Susurro desde la puerta de la recepción observando al nuevo huésped, aguantando la mirada al animal.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro